764 Las Rosas Invernales

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

531a En Nobe, Valeria y el divorcio. 

Jesús sale  y sube la escalera de la terraza, en la casa de Juan de Nobe.

Mientras Andrés, cumplida su misión, regresa a la cocina.

La mujer está en la puerta de la habitación de arriba.

La mujer que lo espera es alta y delgada.

Trae un pesado manto gris, tiene velado el rostro con una tela de lino cendalí marfileño que le baja desde la ceñida capucha hasta la cara.

La pequeña, tiene menos de tres años;

viene vestida de blanco, con un manto circular del mismo color;

Pero la pequeña capucha se ha deslizado mucho hacia atrás, sobre los ricitos de delicado color rubio castaño.

Está mirando a su madre, pues ha levantado su carita que emerge entre las flores que tiene apretadas entre sus bracitos:

un hermoso ramo de rosas rojas y de gardenias blancas.

La flores son espléndidas, como sólo en estos países pueden encontrarse en el frío diciembre:

Rosas rosas mezcladas con delicadas gardenias blancas que llenan la estancia con su delicado aroma.

Jesús, en cuanto pone pie en la terraza…

recibe el saludo de la vocecita de la pequeñuela que impulsada por la mujer, corre hacia Él,

diciendo:

–                 ¡Ave, Domine Jesus!

Jesús inclina su alto cuerpo hacia su minúscula devota…

Y poniéndole una mano en su pelito, le dice: «La paz sea contigo»

Luego se endereza otra vez y sigue a la hijita, que con un gorjeo risueño vuelve a donde la mujer;

la cual ha hecho una profunda reverencia y se ha apartado al lado de la puerta para dejar pasar al Maestro.

A la mujer la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación.

Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada.

Tiene la majestad de un Rey.

Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono.

Tanta es la dignidad que irradia…

Con su vestido azul oscuro y sin adornos, se ve más imponente que si estuviera en el más magnífico de los palacios.

Su personalidad es de una auténtica y regia majestad.

Un gran Rey.

Su austera dignidad es tanta, que sentado en su pobre asiento de madera sin respaldo, parece sentado en un trono.

Sin manto, sólo con la túnica de lana azul oscurísima, sin adornos ni franjas;

Su túnica muy limpia, pero pobre, está un poco descolorida en los hombros,

donde el agua de lluvia, el sol, el polvo y el sudor, han mordido el color.

Aún así, parece vestido de púrpura, pues mucho lo regio de su porte.

Muy rígido con el grave ademán de la cabeza sobre el cuello…

Y de las manos apoyadas sobre las rodillas con la palma abierta, casi hierático.

Los pies desnudos, apoyados en el desnudo suelo hecho de baldosas viejas.

Como fondo, la pared desnuda y apenas blanqueada con cal.

Suspendido detrás de su cabeza, hay no un paño precioso o un baldaquino,

sino una criba para la harina y una soga de la que penden manojos de ajos y cebollas.

Pero aparece más majestuoso que si tuviera un suelo precioso bajo sus pies, una pared áurea a sus espaldas…

Y un velo de púrpura adornado con gemas encima de su cabeza.

Espera.

Su majestuosidad cohíbe a la mujer, en un momento de estupor lleno de veneración y admiración respetuosa.

También la niña se queda callada, inmóvil al lado de la mujer, un poco como si estuviera asustada…

Pero Jesús sonríe diciendo:

–                  Estoy aquí por vosotras.

Aquí me tenéis.

No tengáis miedo.

Entonces todo temor desaparece.

La mujer dice algo a los oídos de la niña.

La niña se mueve, seguida de la mujer;

Y ella va hacia Él.

Le pone sobre las rodillas las flores, mientras declara:

–                     Las rosas de Faustina para su Salvador.

Lo dice lentamente, como uno que sabe poco de una lengua que no es la propia.

Entretanto, la mujer se ha arrodillado detrás de la niña y ha echado hacia atrás el velo.

Es Valeria, la madre de la pequeñuela.

Y saluda a Jesús con su romano:

«¡Salve, Maestro!»

Jesús responde:

–                  Que Dios venga a ti, mujer.

¿Por qué estás aquí, y tan sola?

Mientrastanto Jesús acaricia a la pequeñuela, que ya no tiene miedo.

Y que no contenta con haber puesto las flores en el regazo de Jesús, busca con las manitas en el manojo perfumado…

Para elegir las que según ella, son las más hermosas.

Y se las entrega diciendo:

–                ¡Toma!

¡Toma!

¡Que son tuyas!

Mientras levanta una rosa, una gardenia o una de las anchas umbelas blancas con estrellitas olorosas;

hasta acercarlas a la cara de Jesús, que las acepta…

Jesús las toma.

Las huele.

Y las va depositando de nuevo, en las flores del montón perfumado. 

Entretanto, Valeria habla:

–               Estaba en Tiberíades;

porque mi hija se encontraba ligeramente enferma y nuestro médico lo había aconsejado…

Sigue una pausa larga de Valeria, que cambia de color….

Y luego agrega apresuradamente:

Yo tenía mi corazón muy afligido y deseaba verte;

porque para mi sufrimiento sólo Un Médico podía encontrar curación:

Tú, Maestro, que tienes palabras de justicia en todas las cosas…

Por eso habría venido igualmente.

Por el egoísmo de ser consolada.

Y también para saber lo que debo hacer para…

Sí.

Para tener por mi parte gestos de gratitud hacia Ti y tu Dios, que me habéis concedido seguir teniendo a esta criatura mía…

Pero…

Nosotros sabemos muchas cosas, Maestro.

Los informes de los hechos de la Colonia, hasta de los más mínimos;

se depositan todos los días en la mesa de trabajo de Poncio Pilatos, que toma visión de los hechos.

Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan al país…

Haciendo de Tí al mismo tiempo: estandarte de enseña nacional de rebeldía y una causa de odio civil.

Claudia le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú.

Que de Uno sólo en toda Palestina no debe temer que sea causa de una desgracia:

De Tí.

Y Pilatos, un día y otro, continuamente le presta atención…

Siempre la escucha…

Pero para tomar las decisiones que se requieran, oye mucho el parecer de Claudia…

Hasta ahora quién se impone es Claudia.

Pero si mañana otra fuerza dominase a Pilatos…

He tenido pues conocimiento, de todo esto…

Y he sentido que mi inocente te consolaría…

–                  Has tenido un corazón compasivo e iluminado, mujer.

Que Dios te ilumine del todo y vele por esta criatura tuya, ahora y siempre.

–                  Gracias, Señor.

Tengo necesidad de Dios…

Las lágrimas empiezan a brotar y caen de los ojos de Valeria.

–                Es verdad.

Tienes necesidad de Él.

En Él encontrarás todo consuelo y además el Guía, para juzgar acertadamente.

Para perdonar…

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