771 El Redentor

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

532b Una prostituta enviada a tentar a Jesús.

La puerta de la cocina vuelve a abrirse.

Pedro sale con una lámpara.

Se la entrega a Jesús diciendo en voz alta:

–              Toma al menos esto, Maestro;

si es que decididamente no quieres que esté yo.

Y luego, en voz baja agrega:

Pero ten presente que estamos detrás de la puerta.

Si tienes necesidad, llama…

Jesús responde:

–                Sí.

Ve.

Y no discutáis entre vosotros.

Jesús sale al huerto.

En la negrura absoluta de la noche aún sin luna, porque está en su fase nueva, no se distingue nada.

Jesús toma la lámpara y la levanta para ver.

Detrás del grueso tronco del nogal hay una forma humana.

Jesús da dos pasos hacia ella y ordena:

–              Sígueme.

Y va a sentarse en el banco de piedra que está contra la casa en el lado de oriente.

La mujer sale, obedeciendo se acerca, toda velada e inclinada.

El Maestro pone la lámpara sobre la piedra, cerca de sí.

Jesús ordena enérgico.:

–               Habla.

Severo cual Dios.

Tan austero, rígido, tan Divino…

De tal modo que la mujer en lugar de acercarse o de hablar…

Ella retrocede y se inclina mucho más, sin pronunciar palabra alguna.

–               Habla.

Te lo exijo.

Preguntabas por Mí.

Querías verme.

He venido.

Aquí me tienes.

Habla…   –repite con un dejo de dulzura en la voz.

Silencio.

–               Entonces el que hablará soy Yo.

Te pregunto:

¿Por qué me odias así, que te prestas a quién desea mi destrucción?

¿Por qué me odias hasta el punto de servir a quien quiere mi perdición y…?

¿La sueña en todos los modos, buscando todo lo que pueda causarla?

Responde.

¿Qué mal te he hecho Yo, desdichada?

¿Qué mal te he hecho Yo, que ni siquiera en mi corazón te he denigrado burlándome de tí,  por la vida infame que llevas?

¿Por qué has de odiar a quién ni siquiera te ha deseado?

¿Ya que lo odias más que quienes te han pervertido arrojándote a esta vida de prostituta…

Despreciándote continuamente y te vejan cada vez  que se acercan a ti?

¡Responde!

¿Qué cosa te ha hecho Jesús de Nazareth el hijo del Hombre a quién apenas si conoces de vista,

porque te lo encontraste por las calles de la ciudad?

¿Jesús de Nazareth que ignora tu rostro y que de tus gracias no hace caso;

porque sólo de tu alma busca la ensuciada, la dañada efigie, para conocerla y curarla?

¿No sabes Quién Soy?

¡Sí, en parte lo sabes!

Sabes por lo menos dos cosas.

Sabes que soy joven y que en lo físico te gusta mi Persona.

Esto te lo han dicho tus instintos bestiales, tu animalidad desatada…

¡Y tu lengua de ebria lo ha dicho a quién oyó la confesión de tu sensualidad…!

¡La ha recogido y se ha aprovechado,

haciendo de ella un arma para causarMe daño!

¡Habla, pues!

Sabes que soy Jesús de Nazareth, el Mesías.

Esto te lo dijeron quienes se están aprovechando de tu deseo carnal y que te pagaron para que vinieses a tentarMe.

Te dijeron: ‘Él se llama el Cristo.

Las multitudes lo proclaman el Santo, el Mesías.

No es más que un impostor.

Necesitamos pruebas de su miseria de hombre.

Dánoslas y te cubriremos con oro.’

Ellos te prometieron:

‘No le causaremos ningún daño.

¡Antes bien!

Te lo entregamos como un hombre y te damos los medios para que viva como un rey a tu lado.

No necesitamos otra cosa para poner paz en nuestras conciencias, que decir que Él es un hombre cualquiera.

Una prueba de que no estamos equivocados al afirmar que Él no es el Mesías.’

Esto te han dicho.

Y tú has venido.

Pero si Yo me dejase engatusar por tus encantos, el Infierno caería sobre Mí.

Ellos están preparados para cubrirme de fango y capturarme.

Y tú eres el instrumento para hacer esto.

¿Ves que no te pregunto nada?

Hablo porque lo sé.

Y como tú, con la última migaja del tesoro de rectitud, que Dios puso en tu cuerpo junto con el alma.

Que has destruido y reducido casi a la nada…

No querías perjudicarme, porque a tu modo me amabas…

Pues conservaste una partícula de tu amor por Dios.

Pero sí sabes las dos primeras cosas.

La tercera la ignoras:

No sabes Quién Soy Yo;

además del Hombre que estás viendo y de Jesús.

Los otros te dijeron: ‘Es el Nazareno’

Pero Yo te digo quién Soy:

Soy el Redentor.

Para redimir, no debo tener pecado.

Mi posible sensualidad de humano, la tengo aplastada.

La he aplastado siempre y la estoy aplastando ahora…

Así, como lo hago con esta repelente larva que en las tinieblas se encaminaba de un fango a otro fango para sus lascivos amores.

Y de la misma manera, estoy dispuesto a arrancar de ti tu enfermedad, a pisotearla y librarte de ella;

para sanarte y hacerte santa.

Porque soy el Redentor.

Sólo esto Soy.

He tomado cuerpo de hombre para salvaros.

Para destruir el pecado, no para pecar.

Lo he tomado para borrar vuestros pecados, no para pecar con vosotros.

Lo tomé para amaros.

Pero con un amor que da su vida, su sangre, su Palabra, todo su ser…

Para llevaros al Cielo, a la justicia.

No para amaros como un animal.

Y ni siquiera como un hombre, porque Yo soy más que hombre.

¿Sabes con precisión Quién Soy Yo?

No lo sabes.

No conoces ni siquiera la importancia de lo que te habías propuesto realizar.

Esto te 1o perdono sin que lo solicites.

No sabías.

¡Pero tu prostitución!

¿Cómo has podido vivir en ella?

Antes no eras así.

Eras buena.

¡Oh, desdichada!

¿No recuerdas tu infancia?

¿Los besos de tu madre?

¿Sus palabras?

¿Las horas en que orabais  juntas?

¿Las palabras de sabiduría que tu padre te explicaba por la noche?…

Y los sábados por el arquisinagogo.

¿No lo recuerdas?

¿No añoras…?

¿Qué fue lo que te convirtió en estúpida y ebria?

¿No recuerdas nada de esto?

¿No lo lamentas?

¡Dime!

¿Eres realmente feliz?…

¿No respondes?

Hablo Yo por ti.

Digo:

No, no eres feliz.

Cuando te despiertas, encuentras sobre tu almohada tu vergüenza, que es la que te da los buenos días.

Cuando te levantas sientes la primera, cotidiana vuelta de tortura…

La voz de tu conciencia te grita sus reproches mientras te atavías, acicalas, adornas y perfumas para el placer.

Hueles el olor infame aún de los perfumes más finos y delicados.

Sientes náuseas en los más exquisitos alimentos.

Tus collares y tus joyas pesan más que una cadena.

Y lo son.

Mientras ríes y seduces, algo gime dentro de ti…

Te embriagas para disipar el fastidio, vencer el aburrimiento y el asco de tu vida.

Odias a los que dices amar, para sacarles el dinero, para obtener una ganancia.

Te maldices a ti misma.

Tu sueño está lleno de pesadillas.

El recuerdo de tu madre es una espada en tu corazón.

La maldición de tu padre no te deja en paz.

¡Y además el juicio del mundo!

Porque luego tienes ante tu vista los insultos y las ofensas de los que se cruzan contigo…

El desprecio de aquellos con quienes te encuentras.

La crueldad de quienes te usan, sin una gota piedad, nunca.

Eres una mercancía.

Te vendes…

La mercancía comprada puede ser usada como se quiera.

Se rompe.

Se consume.

Se pisotea, se le aplasta, se le escupe.

Se tira.

Te has vendido.

Derecho del comprador.

El comprador puede hacerlo.

Tú no puedes rebelarte…

¿Te hace feliz esta situación?

No.

Estás desesperada…

Encadenada…

Vives torturada…

En la tierra eres una piltrafa sucia que cualquiera puede pisotear.

Cuando tienes aflicción, si tratas en alguna hora de dolor…

De encontrar consuelo levantando el espíritu hacia Dios…

Sientes que Él está irritado contra tí, prostituta.

Y encuentras el Cielo más cerrado que para Adán.

Si te encuentras mal, sientes el terror de morir porque conoces tu suerte.

El Abismo te espera.

¡Oh, desdichada!

¿Y no era suficiente?

¿Quieres agregar a la cadena de tus culpas, la de ser causa de la ruina, de la perdición del Hijo del Hombre?

¿De Aquel que te ama?

Porque también por tu alma se ha vestido de carne.

¡El único que te ama!

Porque también por tu alma se hizo Hombre

Yo podría salvarte, si tú quisieras.

Sobre el abismo de tu abyección se inclina el Abismo de la Misericordiosa Santidad.

Y espera un deseo tuyo de querer ser salvada, para que te arranque del abismo de tu inmundicia.

En tu corazón piensas que es imposible que Díos te perdone.

Y esto lo deduces del hecho de que el mundo no te perdona el ser la prostituta, el ser una mujer de la vida alegre.

Pero Dios no es el mundo.

Dios es Bondad.

Dios es Perdón.

Dios es Amor.

Has venido a mí, pagada para perjudicarme.

En verdad te digo que el Creador, con tal de salvar a una criatura suya, puede cambiar en bien incluso lo malo.

Y si tú lo quieres, en bien se transformará tu venida a Mí.

No te avergüences de tu Salvador.

No te avergüences de mostrarle desnudo tu corazón.

Aunque lo quieras ocultar, Él lo está viendo y sobre él llora.

Llora y ama.

No te avergüences de arrepentirte.

Trata de tener valor en el arrepentimiento, así como lo tuviste en la culpa.

No eres la primera de este género de vida que llora a mis pies, que Yo conduzca a la Justicia…

Jamás he arrojado a ninguna criatura, por más culpable que fuese.

He procurado atraerla hacia Mí y salvarla.

Es mi Misión…

No te avergüences de arrepentirte.

El estado de tu corazón no me causa horror.

Conozco a Satanás y a sus obras.

Conozco a los hombres y sus debilidades.

Conozco la condición de la mujer;

que expía como es justicia, más duramente que el hombre, las consecuencias de la culpa de Eva.

Sé  juzgar y compadecer.

Y te digo que más que para con las mujeres caídas, soy severo para con aquellos que las inducen a la caída.

¡Infeliz mujer que ignorabas para lo que te querían!

Respecto a ti infeliz, soy más severo con los que te han enviado,

que contigo que has venido, no sabiendo con precisión a qué te prestabas.

Hubiera preferido que hubieras venido impulsada por un deseo de redención, como otras hermanas tuyas.

Pero si secundas el deseo de Dios…

Y de una acción mala, haces piedra angular de tu nueva vida;

Yo pronunciaré sobre ti la palabra de paz…

Jesús que al principio había hablado con tono enérgico, poco a poco lo ha ido suavizando;

pero sin mostrar ninguna debilidad en sus sentidos…

Y sin equívoco en su Bondad.

Guarda silencio ahora.

Esperando que la mujer hable.

Ella sigue de pie cada vez más inclinada, a unos dos metros de distancia.

A la mitad de las palabras de Jesús, se ha llevado las manos a la cara…

Y ha dejado ver, bajo su manto oscuro

dos hermosos brazos, adornados con brazaletes.

De pronto cae de rodillas,

se encoge y empieza a llorar…

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