IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
534b Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos
Dios hablará, Dios actuará, Dios vivirá,
Dios se revelará a las almas de sus fieles con su incognoscible y perfecta Naturaleza.
Y los hombres amarán al Dios-Hombre.
Y el Dios-Hombre amará a los hombres con los medios nuevos;
con los inefables medios que su infinito amor dejará en la Tierra, antes de volver al Padre tras haber cumplido todo.
Varios dicen:
– ¡Oh! ¡Señor!
– ¡Señor!
– ¡Dinos cómo podremos encontrarte y saber que eres Tú el que nos habla!
– ¡Señor! Y saber dónde estás, una vez que te hayas marchado!
Y algunos prosiguen:
– Somos gentiles y no conocemos tu Ley.
– No tenemos tiempo para quedarnos aquí y seguirte ahora.
– ¿Cómo haremos para alcanzar la virtud que nos haga merecedores de conocer a Dios?
En la sonrisa de Jesús hay luz, hay mucha alegría…
Jesús sonríe, luminosamente hermoso;
con la felicidad de estas conquistas suyas entre los gentiles.
Poniendo sus manos sobre los hombros de Pedro y Tadeo…
Con toda dulzura responde:
– No os preocupéis.
Éstos os llevarán mi Doctrina.
Pero mientras no lleguen…
Tened como norma las siguientes palabras que compendian mi Ley de Salvación:
Amad a Dios con todo vuestro corazón.
Amad a las autoridades, a vuestros padres, amigos, criados.
Aún a los enemigos, como os amáis vosotros mismos.
Y para estar seguros de no pecar.
Antes de hacer algo;
bien sea mandado, bien porque lo queráis…
Preguntaos:
“¿Me gustaría que esto que voy a hacer, otro me lo hiciera?”
Y si no os gustare, no lo hagáis…
Con estas sencillas líneas podéis trazaros el camino por el que llegaréis a Dios y Él a vosotros.
Con esta regla, seréis buenos hijos y buenos padres;
buenos maridos, buenos hermanos.
Honrados comerciantes y amigos.
Por lo tanto seréis virtuosos y Dios vendrá a vosotros.
Perdonad y seréis semejantes al Padre y Él os reconocerá como hijos suyos.
Haced el bien a quién os haya hecho el mal y Dios te llamará santo.
Decid… ¡Sí!
Id, id diligentes.
Y decid que el Salvador espera a aquellos que esperan y desean una ayuda celestial, para la Pascua, en la Ciudad santa.
Decídselo a los que tienen necesidad y a los que son simplemente curiosos.
Del movimiento impuro de la curiosidad, puede brotar para ellos la chispa de la fe en Mí, de la Fe que salva.
¡Id!
Jesús de Nazaret, el Rey de Israel, el Rey del mundo;
convoca a los legados del mundo para darles los tesoros de sus gracias y tenerlos como testigos de su asunción;
que lo consagrará triunfador, por los siglos de los siglos, Rey de reyes y Señor de señores.
¡Id! ¡Id!
En el alba de mi vida terrena, desde lugares distintos;
vinieron los legados del pueblo mío a adorar al Infante en que el Inmenso se escondía.
La voluntad de un hombre, que se creía poderoso y era un siervo de la voluntad de Dios,
había ordenado un empadronamiento en el Imperio.
Obedeciendo a una desconocida y perentoria orden del Altísimo;
aquel hombre pagano había de ser heraldo respecto a Dios;
que quería a todos los hombres de Israel, esparcidos por todos los lugares de la Tierra,
en la tierra de este pueblo, cerca de Belén Efratá;
para que se maravillaran con las señales venidas del Cielo con el primer vagido de un Niño.
Y no bastando aún, otras señales hablaron a los gentiles:
Y sus legados vinieron a adorar al Rey de los reyes:
Pequeño, pobre, lejano de su coronación terrena, pero que ya era…
¡Oh! Ya era Rey ante los ángeles.
Ha llegado la hora en que seré Rey ante los pueblos;
Rey, antes de regresar al lugar de donde vengo.
En el ocaso de mi día terreno, en mi atardecer de hombre…
Justo es que aquí haya hombres de todos los pueblos, para ver a Aquel al que le corresponde ser adorado…
Y en quien se esconde toda la Misericordia.
Y que gocen los buenos de las primicias de esta nueva mies;
de esta Misericordia que se va a abrir como nube de Nisán,
para hinchar las corrientes de aguas saludables que pueden hacer fructíferas a los árboles plantados en sus orillas,
como se lee en Ezequiel (17, 5-8; 19, 10 -11)
Y Jesús de nuevo, sana a enfermos y enfermas…
Recogiendo sus nombres, porque ahora todos quieren decirlo:
«Yo, Zila…
Yo, Zabdí…
Yo, Gaíl…
Yo, Andrés…
Yo, Teófanes…
Yo, Selima…
Yo, Olinto…
Yo, Felipe.
Yo, Elisa…
Yo, Berenice…
Mi hija Gaya…
Yo, Argenides…
Yo… Yo… Yo…
Ha acabado.
Quisiera marcharse.
¡Pero cuánto le ruegan que se quede más, que hable más!
Y uno quizás tuerto, porque tiene un ojo tapado con una venda, para retenerlo más tiempo…
– Señor, fui agredido por uno que envidiaba mis buenos negocios.
Me salvé la vida a duras penas.
Pero un ojo se perdió, reventado por el golpe.
Ahora mi rival es un pobre y una persona mal considerada…
Y ha huido a un pueblo cercano a Corinto.
Yo soy de Corinto.
¿Qué debería hacer por este que por poco me mata?
No hacer a los demás lo que a mí no me gustaría recibir, está bien.
Pero yo de éste ya he recibido…
Y un mal…
Mucho mal…
Y tan expresivo es su rostro, que se lee en él el pensamiento que no ha dicho:
«y por tanto, debería aplicarle el thalión…”
Jesús lo mira con una luz de sonrisa en sus ojos zafíreos…
Pero con dignidad de Maestro en la totalidad del rostro, dice:
– ¿Y tú, de Grecia, me lo preguntas?
¿No dijeron acaso vuestros grandes, que los mortales vienen a ser parecidos a Dios,
cuando responden a los dos dones que Dios les concede para hacerlos parecidos a Él.
Y que son:
Poder estar en la verdad y hacer el bien al prójimo?
– ¡Ah, sí, Pitágoras!
– ¿Y no dijeron que el hombre se acerca a Dios no con la ciencia y el poder u otra cosa, sino haciendo el bien.
– ¡Ah, sí, Demóstenes!
Pero perdona si te lo pregunto, Maestro.
Tú eres un hebreo.
Y los hebreos no estiman a nuestros filósofos…
¿Cómo es que sabes estas cosas?
– Porque Yo era Sabiduría inspiradora en las inteligencias que pensaron esas palabras.
Donde el Bien está en acto, allí estoy Yo.
Tú, griego, escucha de los sabios los consejos, en los que todavía hablo Yo.
Haz el bien a quien te ha hecho el mal…
Y Dios te llamará santo.
Ahora dejadme ir.
Tengo otros que me esperan…
La paz a ti, arquisinagogo.
La paz a los creyentes y a los que tienden a ella.
Adiós Valeria.
No temas por Mí.
Aún no ha llegado mi Hora.
Cuando llegue, ni todos los ejércitos del César podrían frenar, formándoles una valla contra mis adversarios.
Valeria contesta:
– Salve Maestro.
Ruega por mí.
– Lo hago para que la Paz se posesione de ti.
Adiós.
La paz sea con todos.
Y haciendo un gesto que es saludo y bendición, se retira del lugar.
Sale de la sala.
Atraviesa el patio y sale a la calle…