IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
536 Curación de siete leprosos.
Jesús con Pedro y Judas Tadeo que van cargados de paquetes, caminan ligeros por un lugar lúgubre, pedregoso;
situado por un costado, en el lado occidental de la ciudad.
No se ve el verde olivar, sino los collados poco o nada verdeantes, del occidente de Jerusalén…
Entre los cuales destaca el triste Gólgotha.
Tadeo dice:
– Podemos dar alguna cosa, con todo lo que hemos conseguido.
Debe ser terrible vivir en esos sepulcros, en el invierno.
Pedro agrega:
– Me alegro de haber ido a las casa de los libertos, para conseguir ayuda;
porque me han dado este dinero para los leprosos.
¡Pobres infelices!
En estos días de fiesta, nadie se acuerda de ellos.
Todos disfrutan…
Ellos recordarán la casa perdida…
¡En fin!
¡Si al menos creyeran en Tí!
¿Lo harán, Maestro?
Jesús responde:
– Sea esa nuestra esperanza, Simón.
Que sea esa nuestra esperanza…
Entretanto, vamos a orar…
Y prosiguen su caminata orando.
Más adelante el lúgubre Valle de Innón, aparece con sus cuevas-sepulcros de vivos.
Jesús indica:
– Adelantaos y dad…
Y los dos apóstoles caminan…
Se ponen a convocar con voz sonora y fuerte…
Van llamando a todos en voz alta…
Por las aberturas de las cuevas se dejan ver las caras de los leprosos,
que se asoman curiosos desde las profundidades de las grutas que les sirven de abrigo…
Pedro dice:
– Somos los discípulos del Rabí Jesús.
Está viniendo y nos manda a socorreros.
Nos ha ordenado que os ayudemos con algo.
¿Cuántos sois?
Un hombre responde por todos:
– Aquí siete.
Hay tres más en la otra parte, pasado En Rogel…
Los dos apóstoles avanzan hacia una ancha roca, que en realidad es un peñasco;
con sus paquetes que aliviarán el sufrimiento tan terrible de aquel lugar…
Pedro abre su envoltorio.
Tadeo, el suyo.
Hacen diez partes:
Pan, queso, mantequilla, aceitunas y aceite de oliva.
¿Y dónde poner el aceite que viene en una jarra?
Pedro grita.
– ¡Ey!
¡Uno de vosotros traiga un recipiente!
Que lo ponga ahí sobre la roca grande.
Os dividiréis el aceite, como hermanos que sois y en nombre del Maestro que predica el amor para con el prójimo.
Unos minutos después, un leproso, cojeando baja hacia ellos…
Llega hasta la roca señalada.
Pone en ella una jarrita desportillada.
Después los mira, mientras echan el aceite…
Y pregunta pasmado:
– ¿No tenéis miedo de que esté yo cerca de vosotros?
Porque en realidad entre los apóstoles y el leproso lo único que hay, es el peñasco…
Tadeo se yergue regiamente…
Con esa dignidad tan imponentemente suya,
diciendo:
– El único miedo que tenemos, es el de ofender a la caridad…
Lesionando al Amor.
Él nos ha mandado a socorreros, porque Él es el Mesías, el Cristo.
Nosotros somos sus apóstoles.
El que es de Cristo debe amar como Cristo ama.
Porque quién es del Mesías, debe amar como Él ama…
Ojalá que este aceite pueda llenar vuestro espíritu dándole luz.
Y lo ilumine en vuestro corazón, como si ya se hubiese encendido la lámpara de la Fe…
El tiempo de la Gracia ha llegado para los que esperan en el Señor Jesús.
Tened Fe en Él.
Es el Mesías que salva cuerpos y almas.
Todo lo puede, porque es Emmanuel…
El leproso, con su cacharro entre las manos, lo mira como fascinado…
Y luego dice:
– Sé que Israel tiene su Mesías.
Porque de Él hablan los peregrinos, que vienen a buscarlo a la ciudad.
Y nosotros oímos lo que dicen.
Yo nunca lo he visto, porque hace poco tiempo que he venido aquí.
¿Decís que me curaría?…
Entre nosotros hay algunos que lo maldicen.
Otros que no…
Yo no sé qué decidir…
Tadeo pregunta:
– ¿Son buenos los que lo maldicen?
El leproso responde:
– No.
Son crueles, nos golpean y nos tratan mal.
Quieren los mejores lugares y las raciones más abundantes.
No sabemos si vamos a poder seguir aquí, por este motivo.
– Tú mismo ves que quién da hospedaje al Infierno, es quien odia al Mesías.
Porque el Infierno presiente que va a ser vencido por Él…
Y por eso lo Odia.
Pero yo te digo que a Él se le debe amar.
Y con Fe…
Si se quiere obtener del Altísimo gracia.
Si quiere uno ser amado por el Altísimo…
Acá en la tierra y después en el futuro, en la Vida Eterna.
Entretanto Pedro ha llenado la despostillada jarrita con el preciado aceite.
El joven leproso le replica a Tadeo:
– ¡Vaya que si quisiera obtener gracia!
Estoy casado desde hace dos años y tengo un hijito que no me conoce.
Ya que hace pocos meses soy leproso.
¿Lo veis?
En realidad tiene pocas manchas, pocas señales de la terrible enfermedad…
– Entonces recurre al Maestro con fe.
El hijo de Alfeo vuelve el rostro…
Y levanta el brazo señalándoLo…
Mientras alegremente, Tadeo agrega:
– ¡Mira!
¡Allí viene!
Llama a tus compañeros y regresa aquí.
Pasará y te sanará.
El hombre al verLo, reacciona rápido.
Sube renqueando por la ladera,
llamando:
– ¡Urías!…
¡Joab!…
¡Adinah!…
¡Y también vosotros que no creéis!…
¡Viene el Señor a sa1varnos!
Una… Dos… Tres…
Tres desventuras.
Una cada vez mayor que la anterior, se aproximan.
Uno, dos, tres cuerpos horripilantes;
van apareciendo por el borde.
Pero la mujer muy poco, apenas se asoma.
Es un horror viviente…
Está llorando y quizás habla, pero no es posible comprender nada;
pues nada se le puede entender…
Porque su voz es un gañido que sale de algo, que alguna vez tuvo forma de boca…
De ello han desaparecido los labios;
Lo único que queda son dos mandíbulas semidesdentadas, descubiertas, horrendas…
Ahora son dos maxilares desnudos de dientes.
Descubiertos, espantosos…
El hombre insiste:
– ¡Sí!
Te repito que me dijeron que te llamase.
Que viene a curarnos.
¡Con un tremendo esfuerzo!
Pues se ayuda incluso con los trozos de dedos que le quedan en las manos;
para sujetar los restos de los labios;
para que la comprendan.
La mujer dice con más claridad:
– ¡Yo no!…
Está fatigada.
Dos varones y el del cacharro dicen:
– Nosotros te llevamos Adinah.
Ella replica:
– ¡No!
¡Yo no!
No le he creído las otras veces…
Ya no me escuchará.
¡No!…
No… No.
¡Yo he pecado demasiado!…
Y además ya no puedo caminar.
Ella repite con su cabeza muy inclinada:
¡Yo he pecado demasiado…
Demasiado!
Y en el mismo lugar en que está, se derrumba.
Mientras tanto, otros tres hombres corren como pueden…
Y con imperio, avasalladores y violentos,
gritando:
– ¡Ahora mismo, dadnos el aceite!
– ¡Y largáos con Satanás cuando queráis!
– ¡Dadnos el aceite…!
– !Y luego os podéis ir con Belcebú si así os pluguiere!
El de la jarrita, tratando de defender su pequeño tesoro;
pues el cacharro es lo único que tiene,
replica:
– ¡El aceite es para todos!
Pero los tres, violenta y cruelmente, prevalecen sobre él…
Le ganan y le arrebatan el recipiente.
Y el hombre, volviéndose hacia Tadeo y Pedro,
se lamenta:
– ¡Ved!
Siempre es lo mismo.
Un poco de aceite, después de tanto…
Los otros dos compañeros le dicen a la mujer:
– Pero…
El Maestro llega.
– Vamos dónde está Él.
¿Seguro que no vienes, Adináh?
Ella contesta:
– No me atrevo…
Los tres leprosos bajan al peñasco.
Se paran a esperar a Jesús, a cuyo encuentro han ido los dos apóstoles.
Y una vez que Él llega al lugar donde lo esperan,
gritan:
– ¡Piedad de nosotros, Jesús de Israel!
– ¡Esperamos en Ti, Señor!
– ¡Compadécete, sánanos y sálvanos!
Jesús levanta su rostro.
Los mira con sus ojos incomparables…
Pregunta;
– ¿Por qué queréis la salud?
Ellos contestan:
– Por nuestras familias.
– Por nosotros.
– Es horrible vivir aquí.
Jesús responde:
– No sois solo carne, hijos.
Tenéis también alma…
Y vale más que la carne.
De ella, os deberíais ocupar.
De ella debéis preocuparos…
No pidáis solo vuestra curación por vosotros, por vuestras familias.
Sino para que conozcáis la Palabra de Dios y viváis para comprenderla, mereciendo su Reino.
¿Sois justos?
Haceos más justos.
Obrad más santamente.
¿Sois pecadores?
Pedid vida…
Para tener tiempo de hacer reparación por el mal hecho…
¿Dónde está la mujer?
¿Por qué no viene?
No tiene el valor de ver el Rostro del Hijo del Hombre.
¿Ella, que no temió encontrarse con el rostro de Dios cuando pecaba?
Id a decirle que mucho le ha sido perdonado;
por su arrepentimiento y resignación…
Y que el Eterno me ha traído, para absolver a los que se han arrepentido de su pasado.
El leproso menos enfermo responde:
– Maestro.
Adinah ya no puede caminar.
Jesús ordena:
– Id a ayudarla a que baje aquí y traed otro jarro.
Os daremos más aceite…
Mientras los leprosos van a buscar a la mujer…
Pedro dice en voz baja:
– Señor.
Apenas si alcanza para los otros…
– Habrá para todos.
Ten fe.
Para tí será más fácil creer en esto.
Que no que estos miserables crean que su cuerpo pueda volver a ser como antes.
Y la mujer es traída en brazos…
La ponen en el peñasco, junto con una cacerola toda abollada.
Mientras tanto arriba en las grutas, se ha encendido una riña entre los tres leprosos malos, por causa del reparto de la comida…
Ella gime cómo puede:
– ¡Jesús ten piedad de mí!
¡Perdóname!
¡Perdón por el pasado!
¡Perdón por no haber pedido perdón las otras veces!
¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
Jesús pregunta:
– ¿Qué decís vosotros?
¿Qué creéis que sea más fácil?
¿Hacer que aumente el aceite en un recipiente?
¿O hacer que brote la carne, donde la lepra se la comió y ha hecho estragos?
Un silencio.
Luego es precisamente la mujer quien responde:
– El aceite.
Pero también la carne…
Porque Tú lo Puedes todo.
Puedes regresarme el alma como Tú la creaste…
También puedes devolverme el corazón que tenía en mis primeros años…
¡Creo, Señor Jesús!
¡Oh! ¡La sonrisa divina!
Es como una luz dulce, delicada, festiva, suave, gozosa y que se difuminara.
Está en los ojos, en los labios, en la Voz:
– Por tu Fe, estás curada y perdonada.
También vosotros.
Tomad este aceite y estos alimentos para restableceros.
Para tener fuerzas…
Id a ver el sacerdote como está prescrito.
Mañana cuando amanezca os traeré vestidos y podréis salir.
¡Ea! ¡Ánimo!
¡Alabad al Señor!
¡Ya no sois más leprosos!…
Es entonces cuando los cuatro, que hasta ese momento habían tenido los ojos fijos en el Señor…
Se miran sorprendidos y gritan su estupor.
La enfermedad ha desaparecido y sus cuerpos están sanos completamente…
La mujer quisiera erguirse, pero está demasiado desnuda para hacerlo.
Sus harapos se le caen a jirones y su cuerpo está más desnudo que cubierto.
Semi-escondida por el peñasco.
Llevada del pudor no solo para con Jesús, sino para con sus compañeros.
Las facciones de su cara ya recompuestas, solamente aparecen afiladas a causa de las penalidades.
Ella llora sin freno…
Y dice sin cesar:
– ¡Bendito! ¡Bendito! ¡Bendito!
Y sus bendiciones se mezclan con las horribles blasfemias de los tres leprosos malvados;
que se han puesto furiosos al ver curados a los otros.
Suciedades y piedras vuelan por el aire.
Jesús dice:
– No podéis quedaros aquí.
Venid conmigo.
No os pasará nada.
Señalando hacia atrás, agrega:
Mirad…
Por el camino no viene nadie.
Mirando hacia adelante, repite:
Mirad.
El camino está desierto…
Es la hora de sexta, (12.00 p.m.) que hace que todos se reúnan en casa.
Iréis con los otros leprosos hasta mañana.
No temáis.
Seguidme.
Ten mujer…
Jesús le da su manto para que se cubra.
Los cuatro.
Un poco cohibidos, un poco aturdidos.
Un poco atemorizados.
Un poco sin saber qué hacer…
Lo siguen como cuatro corderitos.
Recorren lo que queda del valle de Hinnón.
Cruzan el camino,…
Van hacia Siloán, otro triste lugar de leprosos.
Cuando llegan;
Jesús se detiene al pie de los riscos y sobre el borde,
indica a los sanados:
– Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí.
Id a hacer fiesta con ellos, hablando del Maestro y de la Buena Nueva.
Volviéndose hacia sus apóstoles ordena que les den toda la comida que tienen.
Ellos obedecen…
Los cuatro están muy felices y agradecidos.
Jesús los bendice antes de despedirse de ellos.
Entonces dice a los suyos:
– Vámonos.
Pasa ya la sexta.
Jesús emprende la marcha, devolviéndose para regresar por el camino inferior que lleva a Bethania.
De pronto se oye un grito:
– ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad también de nosotros!
Pedro advierte:
– No esperaron al alba…
Jesús dice:
– Vamos a acercarnos donde están.
¡Son tan pocas las horas en las que puedo hacer el bien!
¡En que puedo beneficiar a alguien…!
¡Sin que los que me odian turben la paz de los que reciben el favor!
Y Jesús se regresa…
Vuelve sobre sus pasos, teniendo levantada la cabeza en dirección a los tres leprosos de Siloán,
que se han asomado al rellano del pequeño collado.
Y que repiten su grito, ayudados por los ya sanos, que están detrás de ellos.
Jesús, con la cabeza levantada hacia los leprosos que lo invocan con fervor y esperanza.
Extiende sus brazos y dice:
– ¡Hágase como queréis!
Hágase en vosotros según lo que pedís.
Id y vivid en los caminos del Señor.
Los bendice mientras la lepra desaparece de sus cuerpos:
Como si fuera un ligero estrato de nieve, que se derrite fundiéndose al sol.
Y Jesús se marcha, ligero.
Seguido de las bendiciones de los curados que desde su risco,
extendiendo los brazos como si quisieran abrazarlo;
ofrecen un abrazo más total y verdadero que si fuera dado.
Los eternos caminantes, vuelven al camino que lleva a Bethania,
que sigue la corriente que lleva al Cedrón…
Y que da una vuelta muy pronunciada…