786 Preparación a la Muerte de Lázaro9 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

536d Llegada a Bethania.

Jesús con sus apóstoles llega a Bethania.

A la casa de Lázaro.

Zelote observa:

–            Ahí están Maximino y Sara.

Debe estar muy mal Lázaro para que las hermanas no salgan a recibirte.

En el cancel de la entrada a la propiedad, al encontrarse con Maximino el mayordomo.

Y también con Sara, la nana de Lázaro y ayudanta de Martha en el de gobierno de la casa…

Los dos se acercan presurosos.

Se postran.

En sus caras, en sus vestidos, puede verse ese aspecto lánguido que imprime el dolor y la fatiga…

A los componentes de las familias donde se lucha con la muerte.

Lo único que dicen es:

–          Maestro, ven…

Pero es una frase tan acongojada, que vale más que un largo discurso.

Jesús saluda diciendo:

–              La Paz sea con vosotros y a esta bendita casa…

Ellos postrados, besan la orla de la túnica del Maestro.

Jesús dice:

–             Levantáos.

Cuando le obedecen, Jesús agrega,

preguntando:

–              ¿Cómo se encuentra Lázaro?

Maximino le contesta:

–              ¡Oh, Señor!

¿Ves?

Fui a cortar hojas de laurel, alcanfor, bayas de ciprés y otras hojas y frutas olorosas,

para hervirlas con vino y resinas.

Y así preparar el baño para mi amo.

La carne se le cae a pedazos y ya no se aguanta el hedor.

Y con voz muy baja añade:

–           Ahora ya no se puede ocultar que tiene llagas.

Las amas no admiten a nadie.

Por temor, ¿Sabéis?

Pocos aman verdaderamente a Lázaro…

Jesús contesta:

–           Ellas hacen bien.

Pero no tengáis miedo.

No sucederá ninguna desgracia.

–          ¿Podrá curarse?

Un milagro tuyo…

–           No se curará.

Pero esto servirá para glorificar al Señor.

Maximino queda desilusionado.

Jesús cura a todos, pero aquí en Bethania no hace nada…

Solo un suspiro es la muestra de lo que piensa.

Dice:

–                Voy a anunciarte a las amas.

Los apóstoles rodean a Jesús, deseosos de saber el estado de Lázaro…

Jesús lo comunica…

Y se quedan horrorizados al saberlo.

Maximino y Ana, llevan en seguida a Jesús a la puerta del pequeño compartimiento de Lázaro.

Mientras otros miembros de la servidumbre se encargan de los apóstoles.

Al leve toque en la puerta, Martha acude.

Y la entreabre…

Luego introduce por la abertura su cara enflaquecida y pálida,

diciendo:

–               ¡Maestro!

Y María:

–               ¡Bendito!

Ven.

Las dos hermanas salen a recibirlo.

Su juventud y su diferente hermosura, parece nublada por el dolor y la fatiga de las prolongadas vigilias.

Se arrodillan a cierta distancia ante Jesús, con un llanto resignado y silencioso.

Jesús se acerca y Martha extiende sus manos susurrando:

–             Apártate Señor.

Nosotras dos somos inmundas, al no tocar otra cosa más que llagas.

No dejamos que nadie más lo haga.

Todo se pone en el umbral y nosotras lavamos, limpiamos, curamos.

Luego quemamos todo en la sala contigua.

Mira nuestras manos.

La cal viva que usamos en los vasos que devolvemos a los siervos, no las han corroído.

Pensamos que así somos menos culpables por la ley contra la lepra.

Magdalena exclama:

–             Yo sostengo que no es la enfermedad maldita en Israel.

¡No!

¡No lo es!…

Pero nos odian muchos y en qué forma.

¡Tú apóstol Simón, por una cosa menor, fue declarado leproso!…

Martha solloza:

–              No eres sacerdote, ni médico, María.

María se vuelve hacia Jesús,

diciendo:

–               No lo soy.

Pero…

¿Sabes lo que he hecho, para asegurarme de lo que dije Señor?

He ido y recorrido todo el Valle de Innón.

Todo Siloán.

Todos los sepulcros de En Rogel.

Vestida de esclava, con el velo, a la luz de la aurora.

Con víveres, aguas medicinales, vendas y vestidos;

todo para darlo.

Decía que era un voto por un ser a quien yo amaba.

Es la verdad.

Sólo les pedía que me mostrasen sus llagas.

Debieron pensar que estaba loca…

¿Quién querría ver tales horrores?

Pero poniéndome en los límites miré.

Ellos más arriba y yo más abajo.

Ellos sorprendidos y yo con náuseas.

Ellos llorando y yo también.

Miré esos cuerpos cubiertos de escamas, costras, llagas…

Vi caras corroídas.

Cabellos blancos y duros como espinas.

Ojos, que son como cuevas de pus.

Mejillas, en las que se ven solo los dientes…

Convirtiéndolas, en calaveras que se mueven en cuerpos vivientes.

Manos reducidas a tendones monstruosos.

Pies como ramas nudosas.

Vi el horror, el hedor, la podredumbre…

Si pequé adorando la carne.

Si gocé con los ojos, con el olfato, con el oído, con el tacto.

Gozando de lo que era bello, perfumado, armonioso, muelle y delicado…

¡Oh!…

¡Te aseguro que los sentidos se purificaron ya, con la mortificación de esto que vi!

Mis ojos se han olvidado de la belleza seductora del hombre;

al contemplar a esos monstruos.

Mis orejas han expiado el gozo que tuve al oír voces varoniles;

con aquellas feas y roncas voces, que no son humanas.

Mi cuerpo, todo se ha estremecido.

Mi asco ha sido indescriptible…

Todo lo que pudiera quedar de culto a mí misma, ha muerto.

Porque he visto lo que somos después de la muerte.

Pero traje conmigo esta certeza:

Lázaro no es leproso.

Su voz no está cascada.

Sus cabellos y todo el resto de su piel, está intacto.

Sus llagas son diferentes.

¡No, Maestro!

¡No está leproso!

Y Martha me aflige porque no cree…

Las dos lloran inconsolables.

Jesús dice:

–              ¡Ea!

¡No lloréis así!

Tenéis necesidad de tranquilidad y de mutua compasión.

Os aseguro que Lázaro no está leproso.

Voy a verlo…

Martha grita:

–              ¡Lo curarás!…

–              Ya os he dicho que no…

Pero quiero que estéis tranquilas respecto a ley de la lepra.

¡Vamos!

Atraviesan la habitación que precede a la del enfermo…

Y luego llegan a donde éste reposa.

Jesús entra.

¿Lázaro?

Lázaro está durmiendo…

Es un esqueleto…

Parece una momia amarillenta que respira…

Su cráneo es como una calavera…

Y en el sueño es aún más visible su destrucción.

Una destrucción que hace del enfermo, una cabeza consumida por la muerte.

Su piel cenicienta y estirada, brilla en los ángulos afilados de los pómulos, de las mandíbulas…

En en la frente…

En las órbitas, tan profundas que parecieran no tener ojos;

en la nariz afilada, que parece haber crecido desmesuradamente…

De tan borradas como han sido, las adyacentes mejillas.

Los labios están pálidos hasta el punto de desaparecer.

Y da la impresión de que no pueden cerrarse sobre las dos filas de dientes semidescubiertos, entreabiertos…

Es un rostro que semeja a una calavera.

Está tan pálido que parece que ya hubiera muerto.

Pero Lázaro, solamente duerme.

María levanta delicadamente la colcha, para no despertarlo.

Y le muestra a Jesús sus piernas…

Jesús se inclina para mirarlo.

La cruel, horrenda y fétida enfermedad, que está destruyendo a Lázaro, no es lepra.

Sino uno de los casos más severos, de várices ulceradas;

con llagas grandes y profundas, llenas de gangrena.

Quién haya visto semejantes casos, dará la razón a María Magdalena:

Cuando afirma que el espectáculo de aquellos horrores;

habían extinguido en ella, su desenfrenada sensualidad…

Jesús se yergue.

Mira a las dos hermanas que a su vez lo miran con ansia…

Con toda el alma concentrada en los ojos;

un alma dolorosa y esperanzada.

Él les hace una señal…

Y sin hacer ruido vuelve afuera, al pequeño patio que precede a las dos habitaciones.

María y Martha lo siguen.

Muy silenciosas cierran la puerta tras sí…

Sin hacer ruido tampoco, salen al jardín, alejándose de la habitación de Lázaro.

Una vez solos ellos tres, entre los cuatro muros que rodean esta intimidad…

De este pequeño jardín.

Buscan una banca en la exedra..

En el silencio, con el cielo azul encima de sus cabezas, se miran.

Las hermanas ya no son capaces ni siquiera de pedir o preguntar…

Ya ni siquiera pueden hablar…

Pero habla en voz baja el Maestro.

Solemne, Jesús dice:

–            Vosotras sabéis Quién Soy…

Yo sé quiénes sois vosotras.

Vosotras sabéis que os amo.

Yo sé que me amáis.

Vosotras conocéis mi Poder.

Yo conozco vuestra fe en Mí.

También sabéis;

sobre todo tú, María.

Que cuanto más se ama, más se obtiene.

Amar, es saber esperar y creer, sobre toda medida.

Sobre toda realidad, que aconseja a NO creer y a NO esperar.

Pues bien;

Por esto os digo que sepáis ESPERAR y CREER, contra toda realidad contraria.

¿Me entendéis?

Yo no puedo detenerme más de unas pocas horas.

Como Hombre, el Altísimo sabe cuánto quisiera detenerme aquí con vosotras…

Para asistirlo y consolarlo, para asistiros y confortaros.

Pero, como Hijo de Dios, sé que es necesario que me vaya…

Que me aleje…

Para que no esté aquí cuando…

Me añoréis más que el aire que respiráis.

Un día, muy pronto…

Comprenderéis estas razones, que ahora os podrán parecer crueles.

Son motivos divinos que me duelen a Mí, como Hombre…

Tanto como a vosotros…

Son dolorosos por ahora…

Por ahora, porque vosotras no podéis abrazar y contemplar su belleza y sabiduría.

Y Yo no os lo puedo revelar.

Cuando todo esté cumplido, comprenderéis y exultaréis…

Escuchadme…

Cuando Lázaro haya…

Muerto…

Las dos sueltan un llanto desgarrador…

Jesús pide:

–               ¡No lloréis así!…

Y repite:

–               Cuando Lázaro haya muerto.

Entonces…

¡Enviadme un aviso enseguida!

Solo entonces…

Mandadme llamar cuanto antes…

¡Y entretanto, programad los funerales solicitando amplia participación!

Él es un gran hebreo.

Mientras tanto arreglad TODO, para unos funerales fastuosos como no se han visto antes…

Como corresponde a Lázaro y a vuestra casa.

Él es un judío notable y de gran fama.

Pocos lo aprecian por lo que es.

Pero él supera a muchos, ante los ojos de Dios…

Yo me encargaré de que sepáis dónde estoy para que en todo momento me podáis localizar…

Martha, ahogada por el llanto, balbucea:

–            Pero…

¿Por qué no estar aquí…

Al menos en ese momento?

Nos resignamos, ¡Sí!

A su muerte.

Pero Tú…

Pero Tú…

Pero Tú… -y ya no puede continuar porque el llanto la ahoga.

Sofoca su llanto con su velo.

María al contrario.

Mira a Jesús como si estuviera hipnotizada y no llora.

Con mucha suavidad,

Jesús ordena:

–             Sabed obedecer.

Sabed creer.

Sabed esperar…

Sabed decir siempre ‘Sí’ a Dios.

Lázaro os está llamando…

Id.

Yo voy ahora.

Si no tengo posibilidad de hablaros aparte…

Recordad lo que os acabo de decir…

Y mientras ellas vuelven rápidamente a la habitación…

Jesús sé sienta en un banco de piedra y ora.

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