787 Todo el Infierno en Uno
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
537 En el Templo en la fiesta de la Dedicación.
No es posible estar parados en esta mañana fría y ventosa.
En la cima del Moriah, el viento que viene del norte vuela en dirección nordeste…
Y arremete punzante.
Sopla haciendo ondear los vestidos, poniendo rojos los ojos y las caras por el frío.
Es muy temprano todavía.
En el Templo hay muy poca gente.
Y esto es muy notorio porque dadas las dimensiones del Templo, que para parecer lleno necesita grandes muchedumbres.
Dos o trescientas personas es algo tan minúsculo, que ni siquiera se advierten…
En ese complejo de patios, pórticos, atrios, corredores…
El inmenso Portal de los Paganos parece más amplio y más majestuoso al estar casi vacío.
No obstante, hay gente que guiada por su devoción, han madrugado para la Fiesta de la Dedicación…
Unos pocos han subido al Templo a hacer sus oraciones.
No están los rabíes con sus respectivos grupos de discipulos.
Así que el pórtico parece ser más grande y sobre todo, más digno;
no estando esa concurrencia vociferante y pomposa, que de ordinario lo ocupa.
La ausencia absoluta de rabinos con sus respectivos grupos de alumnos, sorprende también a los apóstoles.
Debe ser algo muy extraño verlo vacío así, porque todos se asombran como de una cosa nueva.
Pedro manifiesta su admiración, llena de recelo.
Arropado como está en un amplio y grueso manto que lo hace parecer más robusto,
Tomás se ríe y le dice:
– Se habrán encerrado en los salones por temor a perder su voz.
¿Los extrañas?
Pedro replica:
– ¡Oh, no!
¡Ojala nunca los volviera a ver!
Pero no quisiera que sucediese…
Mi miedo es que..
Y Pedro mira a Judas.
Éste comprende su mirada y dice:
– De veras que prometieron no molestar más, ni crear más dificultades.
A no ser que el Maestro los escandalice.
No cabe duda de que estarán espiando.
Pero como aquí no se peca, ni se ofende.
Ellos no están…
Pedro lo interrumpe impetuoso:
– ¡Es mejor así!
Dios te bendiga, muchacho, si has logrado que entren en razón.
Jesús es el único Maestro en el inmenso Patio de los Gentiles.
Camina arriba y abajo…
Hablando con los suyos y con los discípulos que ha encontrado ya, en el recinto del Templo.
Responde a sus objeciones o preguntas…
Aclara puntos que ellos no han sabido explicar, ni a sí mismos ni a los otros.
Vienen dos gentiles, lo miran, se marchan sin decir nada.
Pasan algunos que tienen algún cometido en el Templo, lo miran…
Tampoco dicen nada.
Algún fiel se acerca, saluda, escucha.
Pero son pocos todavía.
En un momento dado, Bartolomé pregunta:
– ¿Vamos a seguir aquí?
Sonriendo, Santiago de Alfeo dice:
– Hace frío y no hay nadie.
Pero es agradable estar aquí con tanta paz…
Y volviéndose hacia Jesús agrega:
Maestro, hoy estás justamente en la Casa de tu Padre.
Y como Amo.
Así debió ser el Templo en tiempos de Nehemías…
Y de los reyes sabios y píos.
Señalando hacia el recinto donde moran los sacerdotes…
Pedro dice:
– Yo sugeriría marcharnos.
Allá nos espían…
– ¿Quién?
¿Fariseos?
– No.
Los que pasaron antes y otros más.
Vámonos, Maestro…
Jesús responde:
– Espero a los enfermos.
Me han visto entrar en la ciudad…
La voz se ha esparcido, sin duda.
Con las horas más calientes vendrán.
Quedémonos al menos, hasta un tercio de la sexta…
Y reanuda su marcha adelante y atrás, para no quedarse parado con ese aire tan crudo.
En efecto, pasado un rato, cuando el sol trata de mitigar los efectos de la tramontana;
viene una mujer con una niña enferma y pide la curación.
Jesús la complace.
La mujer deposita su óbolo a los pies de Jesús,
diciendo:
– Esto es para otros niños que sufren.
Judas de Keriot recoge las monedas.
Más tarde, en unas angarillas traen a un hombre anciano, enfermo de las piernas.
Y Jesús lo sana.
Luego llega un grupo a pedirle que vaya afuera de la muralla del Templo,
para que arroje el demonio de una niña, cuyos gritos desgarradores se oyen hasta allí dentro.
Jesús va con ellos.
El grupo apostólico camina detrás y salen a la calle que lleva a la ciudad.
Llegan hasta donde está mucha gente reunida…
Alrededor del núcleo del alboroto…
También hay unos extranjeros y todos están apiñados alrededor de los que sujetan a una jovencita;
que babea, forcejea, lucha, hecha espuma por la boca…
Mientras se retuerce gritando obscenidades, que aumentan a medida que Jesús se acerca a ella…
Así como también crece su esfuerzo por liberarse…
De los cuatro hombres jóvenes y fuertes que con mucha dificultad, la tienen sujeta.
Y con los improperios, estallan gritos de reconocimiento del Cristo…
Angustiosas súplicas del espíritu que la tiene poseída para no ser expulsado.
Las palabras se cortan, como ahogadas por otras voces que se intercalaran entre sí…
Al decir:
« ¡Déjame entrar al menos en él!
¡No me mandes allá al Abismo!
¿Por qué nos odias, ¡Oh Jesús! Hijo de Dios?
Otras veces cambian al manifestarse…
Exactamente como si fueran individuos diferentes…
Que son fácilmente diferenciables, aunque salgan de la misma garganta;
porque su tonalidad cambia a sonidos masculinos y femeninos,
en cada frase pronunciada…
Súplicas y verdades que repiten:
– ¿No te basta con lo que Eres?
– ¡Largo!
¡No me hagáis ver a este Mald…!
¡Ahggg!
¡Largo! ¡Largo!
¡Eres la causa de nuestra ruina!
¡Sé quién Eres!
¡Eres el Mesías!…
Tú Eres…
Tú eres el Cristo.
Tú Eres…
Otro aceite fuera del de allá arriba, no te ha ungido.
La Potencia del Cielo está sobre Tí y te protege.
¡Te odio!
¡Maldito!
La Fuerza del Cielo te defiende.
¡Te Odio, maldito!
¡No me arrojes!…
¿Por qué nos expulsas a nosotros y no nos aceptas?
O primero se detienen…
¡Márchate!
¡No arrojes sobre nosotros los fuegos del Cielo!
¡Tus ojos!
Cuando se cierren reiremos.
¡Ah! ¡Nooo!
¡Ni siquiera entonces!…
Y luego se prolongan en medio de gritos inhumanos…
¡Tú nos vences!
¡Tú nos vences!
¡Nos vences!
¡Sed malditos Tú y el Padre que te envió!
¡Y también El que procede de Vosotros!
¡Y ES Vosotros!…
¡Aaaaaahhhggg!…
Lamentos que se vuelven espeluznantes y desgarradores…
Como cuando grita:
¡Déjame entrar por lo menos en él!
¡El que está cerca de Ti!
¡No me mandes al Abismo!
¿Por qué nos odias, Jesús Hijo de Dios?
¿No te basta con lo que Eres?
¿Por qué quieres imperar también en nosotros?
No te queremos.
¡No!
¿Por qué has venido a perseguirnos, si hemos renegado de Ti?
¿Por qué nos arrojas y no nos quieres?
¡Mientras sí mantienes cerca de Ti a una Legión de Demonios poderosos en uno solo!
¿No sabes que todo el Infierno está en uno, buscando la manera de hacerte caer?…
¡Sí!
¡Lo sabes!
¡Déjame aquí por lo menos hasta la hora de…!
¿Por qué quieres mandar también sobre nosotros?
¡No queremos que nos manden!
¿Por qué has venido a perseguirnos, si nosotros te hemos renegado?
Junto con las injurias, salen gritos que reconocen a Jesús…
Y también verdades, repetidas con monotonía:
– ¡Vete!
¡Que no vea yo a este maldito!
¡Márchate!
¡Fuera!
Causa de nuestra ruina.
¡Largo! ¡Largo!
¡No!
¡No arrojes sobre nosotros los Fuegos del Cielo!
¡Tus ojos!
¡Cuándo estén apagados nos reiremos!…
¡Ah! ¡No!
¡Ni siquiera entonces!…
¡Tú nos vences!
¡Nos vences!
¡Aaaaaah!…
¡Sed malditos Tú y el Padre que te envió y también El que procede de Vosotros!
¡Y ES Vosotros!…
¡Aaaaaahhhggg!…
El grito final es escalofriante.
Verdaderamente aterrador y espeluznante, por su origen sobrenatural…
Resuena brutal, como el de una persona a la que degollaran…
En la que lentamente entrase el hierro homicida.
Y esto se debe a que Jesús…
Después de que muchas veces con su pensamiento, diera órdenes mentales con imperativos divinos;
respondiendo a los lamentos satánicos, expresados a través de las palabras de la poseída…
Y como también les había ordenado que saliesen…
Pero NO le obedecieron…
Pone fin a la argumentación a angélica, tocando con un dedo la frente de la jovencita.
Y el grito termina en una convulsión horrenda…
Hasta que, con un fragor que es parte una carcajada que jamás se había escuchado antes…
Y parte el grito de un animal de pesadilla,…
El Demonio la deja, con un aullido espeluznante…
El grito termina con una convulsión horrenda.
Al dejarla, lo hace gritando:
– ¡Pero no me voy lejos!…
Entraré en tu…
Aunque lo defiendas porque es tu…
¡Jaa! ¡Jaaa! ¡Jaaaa!
Muchos corren aterrorizados.
Otros se apiñan aún más, para observar asombrados a la jovencita, que se ha callado y calmado de golpe…
Desfalleciendo entre los brazos de los que la sujetan.
Está así unos instantes…
Luego abre los ojos y sonríe.
Se queda pensativa…
Parece como como si razonara algo en su interior…
Luego se encoge de pronto, como refugiándose entre los brazos de quienes ahora la sostienen.
Porque se ve sin velo que cubra su cara ni su cabeza y está rodeada por la gente…
Se ruboriza intensamente…
Levanta un brazo y reclina la cara sobre él para esconderla…
Quienes están con ella le dicen que dé las gracias al Maestro.
Y Él dice:
– Dejadla con su pudor.
Tiene vergüenza.
Su alma ya me dio las gracias.
Llevadla a casa, con su madre.
Es su lugar como jovencita que es…
Y dando la espalda a la gente.
Regresa al Templo, al lugar donde estaba antes.