794 En Una Noche Lejana11 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

538b Jesús, orante en la gruta de la Natividad.

Es una mañana fría pero serena de invierno.

La helada ha blanqueado la hierba y hace parecer las ramas secas, como si fueran preciosos joyeles,

cubiertos de perlas y diamantes…

Arriba, el cielo, con nubes ligeras heridas por la Luna, parecen todo recorrido por multitud de ángeles…

Pero no hay canto de ángeles.

A intervalos, se responden entre las ruinas los quejumbrosos «¡Cu-cú!, ¡Cucú!, ¡Cucú! de los pájaros nocturnos.

Y de vez en cuando, acaban con esa especie de carcajada de bruja que es propia de las lechuzas…

De lejos, viene un lamento semejante a un aullido…

Puede ser:

¡Algún perro encerrado en algún redil y que aúlla a la Luna…!

¡O algún lobo al que el viento lleva olor de presa y se golpea los ijares con la cola…

Y aúlla de deseo, no atreviéndose a acercarse a los apriscos bien custodiados!

Sólo Dios lo sabe…

Después de haber orado;

el más joven de los apóstoles sube al pesebre y se acurruca entre el heno, envuelto con su manto.

Cansado, se queda dormido.

Su respiración y el chasquido del arroyo, son los únicos rumores en esta helada noche de Diciembre.

Despues de los lejanos aullidos, enseguida se oye rumor de voces y pisadas…

Se ve una luz rojiza y trémula entre las ruinas.

Un grupo de hombres llegan hasta la Gruta de la Natividad…

Y van apareciendo uno detrás de otro, los discípulos pastores:

Matías, Juan, Leví, José, Daniel, Benjamín, Elías. Simeón.

Matías mantiene levantada una rama encendida para ver el camino.

Pero el que se adelanta ligero es Leví, el niño pastor que vio a los ángeles…

Leví es el primero en introducir la cabeza en la gruta donde está Jesús.

Por un largo momento se queda con la boca abierta, totalmente pasmado…

mirando fascinado  y paralizado, lo que está ocurriendo adentro…

Enseguida se vuelve y hace un gesto para que los otros se detengan y callen.

Mira otra vez…

Luego, exhibiendo hacia atrás la mano derecha, señala a los otros que vayan…

Y se aparta mientras tiene un dedo en los labios con gesto de silencio, para dejarles sitio…

Ellos, uno tras otro, miran…

Adoran en silencio…

Igual que como lo hicieran, en otra lejana noche de invierno…

Y conmovidos como Leví, se retiran.

Elías susurra:

–             ¿Qué hacemos?

José responde:

–              Nos quedamos aquí contemplándolo.

Matías objeta:

–              ¡No!

A nadie le es lícito violar los secretos espirituales de las almas.

Vamos a retirarnos más allá.

Leví concuerda:

–          Tienes razón.

Vamos a entrar en el establo contiguo.

Así estaremos todavía aquí…

Y cerca de Él.

Todos aprueban:

–                Vamos.

Pero antes de apartarse, miran fugazmente otra vez dentro de la gruta de la Natividad…

Luego se retiran silenciosos.

Completamente impresionados, estremecidos y entusiasmados…

Por la contemplación de lo ocurrido, que se ha grabado en su corazón.

Tratando de no hacer ruido, se alejan.

Pero ya en el umbral del establo contiguo, oyen roncar a Juan.

Matías se detiene diciendo:

–           Aquí hay alguien.

Benjamín replica:

–          ¿Qué hace?

Nosotros también entraremos.

Si se ha refugiado aquí algún mendigo, porque está claro que es un mendigo;

podemos refugiarnos también nosotros.

Entran teniendo levantada la rama encendida, que han elegido como antorcha.

Juan, hecho un ovillo en su improvisada e incómoda cama.

Medio tapada la cara por el pelo y el manto, sigue durmiendo.

Se apartan despacio con intención de sentarse en la paja esparcida cerca del pesebre.

Pero, al hacerlo…

Daniel mira con más atención al durmiente…

Y lo reconoce.

Diciendo:

–               Es el apóstol más jovencito, del Señor…

Juan de Zebedeo.

Se ha refugiado aquí en oración.

Pero el sueño lo ha vencido…

Retirémonos.

Podría sentirse humillado, por verse sorprendido durmiendo en vez de orando…

Con pocas ganas vuelven afuera…

Y entran en el otro establo que está después de éste.

Simeón propone:

–              ¿Por qué no quedarnos en el umbral de su Gruta, para verlo de vez en cuando?

Por muchos años hemos estado al raso, bajo el rocío, a la luz de las estrellas;

para custodiar a los corderos, cuidando los rebaños.

¿Y no podemos hacer lo mismo con el Cordero de Dios?

¡Bien tenemos este derecho, nosotros que lo adoramos en su primer sueño!

¡Nosotros, que fuimos los primeros en adorarlo en su primera noche!

Matías responde:

–          Tienes razón como hombre y como adorador del Hombre-Dios.

Pero, ¿Qué viste al asomarte ahí dentro?

¿Acaso al Hombre?

¡¡¡Noo!!!

Sin querer, hemos atravesado el umbral más infranqueable del Templo de Jerusalén…

Al superar el triple velo extendido que protege el Misterio.

Y hemos visto lo que ni siquiera el sumo sacerdote ve, al entrar en el Lugar Santísimo…

Con el Santo de los santos.

Porque ellos sólo ven los atavíos sagrados del altar y todo lo material que lo custodia.

Pero nosotros…

¡Oh, nosotros!…

En vez de eso, hemos contemplado el Amor de Dios…

¡Hemos visto los inefables amores de Dios con Dios!

No nos es lícito espiarlos otra vez.

La Potencia de Dios podría castigar nuestras pupilas audaces y atrevidas…

¡Que han visto el éxtasis del Hijo de Dios! 

¡Oh! ¡Contentémonos con lo que tuvimos!

Quisimos venir aquí, para pasar la noche en Oración, antes de irnos a nuestra misión.

Orar y recordar aquella noche lejana…

Pero hemos visto los inefables amores de Dios con Dios.

No nos es lícito escudriñarlos.

¡Quedémonos contentos con lo que hemos recibido!

Vamos a orar y recordar la lejana noche…

¡Oh! ¡Cuánto nos ha amado el Altísimo!

!Al darnos la alegría de contemplar al Infante, de haber sufrido por Él…!

¡Y de anunciarlo…!

¡Cómo discípulos del Niño Dios y del Hombre Dios!

Ahora nos ha concedido contemplar este Misterio…

¡Bendigamos al Padre Santísimo y no deseemos más!…

Juan responde:

–            Tienes razón.

Dios nos ha amado mucho.

No debemos exigir más.

Samuel, José y Jonathán no han tenido sino la alegría de adorar al Niño y sufrir por Él.

Jonás murió sin poder seguirlo.

El mismo Isaac no está aquí para ver lo que nosotros hemos visto.

Y si hay uno que lo merece, ése es Isaac, que se consume anunciándolo.

Daniel confirma:

–            ¡Es verdad!

¡Es verdad!

¡Qué feliz se habría sentido Isaac de ver esto!

Pero se lo contaremos.

Elías:

–             Sí.

Tenemos que recordar todo en nuestro corazón para decírselo a él.

Benjamín exclama:

–             ¡Y a los otros discípulos y fieles!

Matías objeta:

–             No.

No a los otros.

No por egoísmo, sino por prudencia y por respeto al misterio.

Si es voluntad de Dios, llegará la hora en que lo podremos decir.

Por ahora debemos saber callar

Se vuelve hacia Simeón y agrega:

–            Tú fuiste conmigo discípulo de Juan.

Recuerda cómo nos instruía sobre la prudencia sobre las cosas santas:

«Si Dios un día, como ya os ha favorecido, os sigue favoreciendo con dones extraordinarios,

que ello no os haga ser como ebrios charlatanes.

Recordad que Dios se manifiesta a los espíritus, que están cerrados en la carne,

porque son gemas celestes que no deben estar expuestas a las inmundicias del mundo.

Sed santos en vuestros miembros y en los sentidos para saber frenar todo instinto carnal.

Tanto en los ojos como en los oídos, tanto en la lengua como en las manos.

Y santos en el pensamiento, sabiendo frenar ese orgullo que tenéis de hacer saber.

Porque los sentidos, los órganos y el intelecto deben servir y no reinar;

servir al espíritu, no reinar sobre el espíritu;

deben tutelar, no turbar el espíritu.

Por tanto sobre los misterios de Dios en vosotros, salvo una explícita orden suya,

poned el sigilo de vuestra prudencia;

de la misma manera que el espíritu tiene el de la transitoria cárcel en la carne.

Serían cosas completamente inútiles, malas y peligrosas, la carne y el intelecto,

si no sirvieran para aportar mérito con la aflicción que les damos a ellos como respuesta a sus fómites;

si no sirvieran como templo del altar sobre el que aletea la gloria de Dios: nuestro espíritu».

¿Lo recordáis?

¿Tú Juan?… ¿Y tú, Simeón?

Espero que sí, porque si no recordarais las palabras de nuestro primer maestro,

verdaderamente él estaría muerto para vosotros.

Un maestro vive mientras su doctrina vive en sus discípulos.

Y aunque luego fuera reemplazado por un maestro mayor…

Y para los discípulos de Jesús, reemplazado por el Maestro de los maestros;

no es nunca lícito olvidar las palabras del primero;

que nos prepararon a comprender y amar con sabiduría al Cordero de Dios.

Los pastores responden:

–              Es verdad.

–              Hablas con sabiduría.

–              Te obedeceremos.

Simeón pregunta:

–              Pero qué penoso…

¡Qué fatigoso, qué duro es, resistir sin mirarlo otra vez, estando tan cerca de Él!

¿Estará todavía como antes?

Todos comentan:

–              ¡Quién sabe!

–              ¡Cómo brillaba su rostro!

–              ¡Más que la luna en una noche serena!

–              ¡En su boca había una sonrisa divina!

–              ¡De sus ojos descendían lágrimas!

–              ¡Todo en Él era una plegaria!

–              ¿Qué habrá estado viendo?

–              ¡A su Eterno Padre!

–              ¡Más que verlo, estaba con Él!

Leví dice extasiado también:

–          ¡Y se amaban!

¡Ah!…

Bueno…

¿Qué digo?…

¡Más que verlo, estaba con Él, en Él!

¡El Verbo con el Pensamiento!…

¡Amándose!…

¡Ah!…

¡Concedernos el inefable don de contemplar este Amor Santísimo!

–               Pues por eso he dicho que no nos es lícito quedarnos allí.

Tened en cuenta que no ha querido tener consigo ni siquiera a su apóstol…

–              ¡Claro!

–              ¡Es verdad!

–              ¡Maestro santo!

¡Más que de agua la tierra agostada, necesita la tierra ardiente de sed;

Él tiene necesidad de sentirse amado…

De ser inundado por el amor de Dios!

¡Hay tanto Odio a su alrededor!

Matías, de pie, con los brazos extendidos, exclama:

–             ¡Pero también hay mucho amor!

Yo quisiera…

Lo haré.

¡El Altísimo me oye!

Me ofrezco y digo:

“Señor, Dios Altísimo. Dios y Padre de tu Pueblo, que aceptas y consagras los corazones y los altares.

E inmolas a las víctimas que te aguardan.

Descienda como Fuego tu Voluntad…

Y me consuma ahora víctima con tu Mesías, con el Mesías y por el Mesías;

tu Hijo;

mi Dios y Maestro.

Almas víctimas y corredentoras 

A Tí me encomiendo.

Escucha mi plegaria.

Y Matías, que ha orado poniéndose en pie y con los brazos levantados;

se sienta de nuevo en el montón de haces de leña que los acoge.

Todos se ponen a orar y las horas pasan lentamente.

La Luna deja de iluminar la gruta porque ya cae hacia Occidente.

Su candor ahora está sobre la campiña, no ya ahí dentro.

Caras y cosas se difuminan en una sola sombra.

También las palabras se hacen más escasas y los tonos de voz más bajos.

Hasta que la somnolencia vence sobre la buena voluntad…

Y se oyen sólo palabras separadas, a veces sin respuesta…

El frío, que es más duro al amanecer, es un estimulante para combatir el sueño.

Se ponen de pie y prenden unas ramas,

intentando calentar los cuerpos que tiritan y sus miembros ateridos.

Leví, castañeteando de frío, pregunta:

–          ¿Y Él, que está claro que no piensa en el fuego, cómo la estará pasando?

Elías añade:

–           ¿Tendrá comida?

Simeón:

–            No tenemos más que nuestro Amor y un poco de alimentos.

Y hoy es sábado.

José propone:

–            ¿Saben qué?

Pongamos todo muestro alimento en la entrada de la gruta y vámonos.

Seremos la Providencia del Hijo que todo nos provee.

Daniel:

–           Un pedazo de pan no nos faltará, antes de que llegue la tarde…

Benjamín:

–           Sí.

Hagamos una buena fogata para calentarnos.

Luego le llevamos todo allá.

Y nos alejaremos antes de que Él salga y nos vea…

Así lo hacen.

A la luz del fuego vivo abren sus alforjas y sacan pan, quesos secos y manzanas.

Luego se cargan los haces de leña y salen cautamente…

Mientras Matías alumbra todavía con una rama sacada del fuego.

Ponen todo justo a la entrada de la gruta:

Los haces en el suelo; encima, el pan y los otros alimentos.

Y ponen todo a la entrada de la gruta, junto con un montón de leña.

Luego se retiran y se van…

Cruzan el arroyuelo en el sentido contrario, uno detrás de otro.

Y se marchan ya con un primer, silencioso crepúsculo matutino,

rasgado al improviso por un canto de gallo.

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