796 La Tentación y la Culpa8 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

539a Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes.

Jesús dice:

–              Entonces Yo de esta culpa no debo absolverte…

Jan pregunta:

–               ¿Porque es demasiado grave?

–               No.

Porque no existe.

Vuelve aquí, Juan, al lado de tu Maestro.

Y escucha la lección.

Hay que saber aplicar las órdenes con justicia y discernimiento;

sabiendo comprender el espíritu de la orden, no solamente las letras que la componen.

Yo dije:

“No os separéis”.

Te has separado y por tanto, tendrías pecado.

Pero antes había dicho:

“Estad unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro”.

Con esas palabras lo elegí a él como mi legítimo representante entre vosotros,

con facultad plena de juzgar y mandar en relación a vosotros.

Por tanto, todo lo que Pedro ha hecho o hará en mi ausencia, bien hecho estará.

Porque, habiéndolo investido Yo del poder de guiaros,

el Espíritu del Señor, que está en Mí, estará también con él y lo guiará,

cuando dé esas órdenes que las circunstancias imponen y que la Sabiduría, para el bien de todos,

sugerirá al Apóstol cabeza.

Si Pedro te hubiera dicho: “No vayas” y hubieras venido igualmente;

ni siquiera el móvil bueno de tu acto:

querer seguirme por un amor que quiere defender y estar conmigo en los peligros;

hubiera sido suficiente para anular tu culpa.

Habría sido necesario realmente mi perdón.

Pero Pedro, tu Cabeza, te dijo: “Ve”.

La obediencia a él te justifica completamente.

¿Estás convencido de esto?

–             Sí, Maestro.

–            ¿Debo absolverte de la culpa de presunción?

Dime, sin pensar en si Yo veo tu corazón.

¿Has confiado presuntuosamente con soberbia en quererme imitar para poder decir:

“Con mi voluntad he abolido las necesidades de la carne, porque yo puedo aquello que quiero?

Reflexiona bien…

Juan reflexiona.

Luego dice:

–             No, Señor.

Examinándome bien, no, no lo he hecho por eso.

Esperaba poderlo hacer porque he comprendido que la penitencia es sufrimiento de la carne,

pero luz del espíritu.

He comprendido que es un medio para fortalecer nuestra debilidad y obtener mucho de Dios.

Tú lo haces por esto.

Yo por eso quería hacerlo.

Y creo no equivocarme diciendo que si lo haces Tú, que eres fuerte;

Tú, que eres poderoso, Tú que eres santo;

yo, nosotros, deberíamos hacerlo siempre;

si siempre fuera posible hacerlo, para ser menos débiles y materiales.

Pero no he podido hacerlo.

Yo siempre tengo hambre y mucho sueño…

Y el llanto empieza de nuevo a gotear, lento, humilde…

Porque es una verdadera confesión de la limitación de las capacidades humanas.

–             ¿Y crees que incluso esta pequeña miseria de la carne ha sido inútil?

¡Oh, cómo la recordarás en el futuro…

Cuando seas tentado a ser severo y exigente con tus discípulos y fieles!

Se asomará a tu mente diciéndote:

“Acuérdate de que tú también cediste al cansancio, al hambre.

No pretendas que los otros sean más fuertes que tú.

Sé padre de tus fieles, como tu Maestro fue un padre para ti aquella mañana”

Tú muy bien habrías podido velar y no sentir luego esta fuerte hambre.

Pero el Señor ha permitido que te vieras doblegado por estas necesidades de la carne,

para hacerte humilde;

cada vez más humilde y cada vez más compasivo en relación a tus semejantes.

Muchos no saben distinguir entre tentación y culpa consumada.

La primera es una prueba que da mérito y no quita gracia.

La segunda es caída que quita mérito y gracia.

Otros no saben distinguir entre hechos naturales y culpas.

Y se crean escrúpulos de haber pecado, mientras que -y éste es tu caso-

no han hecho más que obedecer a leyes naturales buenas.

Diciendo “buenas”, distingo las leyes naturales de los instintos sin freno.

Porque no todo lo que ahora se llama “ley natural” realmente lo es y es buena.

Buenas eran todas las leyes ligadas a la naturaleza humana y que Dios había dado a Adán y Eva:

la necesidad del alimento, del descanso, de la bebida.

Después, con el pecado, han entrado en escena y se han mezclado con las leyes naturales,

contaminando con la intemperancia aquello que era bueno:

los instintos animales, los desarreglos, todo tipo de sensualidad.

Y Satanás tentando, ha mantenido vivo el fuego, el fomes de los vicios.

Así que puedes ver que, si no es pecado ceder a la necesidad de descanso y de alimento;

sí lo son la crápula, la embriaguez, el ocio prolongado.

Tampoco es pecado la necesidad de cohabitar y procrear.

Es más, Dios mandó hacerlo para poblar la Tierra de hombres.

Pero ya no es bueno ese acto sólo para la satisfacción de la carne.

¿Estás convencido también de esto?

(Según Doctrina de la Iglesia los casados, habiendo sido generosos en hijos,

pueden usar del sexo sin tener hijos,

siempre que usen medios no conceptivos naturales, nunca medios anticonceptivos artificiales:

píldora, etc. 

No entran en este caso los no casados que libremente practican el sexo:

éstos cometen pecado mortal)

–              Sí, Maestro.

Pero entonces dime una cosa:

¿Los que no quieren procrear pecan contra un mandato de Dios?

Tú dijiste una vez que el estado de virgen es bueno.

–             Es el más perfecto.

Como también lo es el estado de quien, no satisfecho con hacer buen uso de las riquezas,

se despoja completamente de ellas.

Son las perfecciones a que puede llegar una criatura.

Y tendrán un gran premio.

Tres son las cosas más perfectas:

La pobreza voluntaria;

la castidad perpetua;

la obediencia absoluta en todo aquello que no es pecado.

Estas tres cosas hacen al hombre semejante a los ángeles.

Y una es perfectísima:

Dar la propia vida por amor a Dios y a los hermanos.

Esta cosa hace a la criatura semejante a Mí, porque la lleva al amor absoluto.

Y quien ama perfectamente es semejante a Dios, está absorbido en Dios y fundido con Dios.

Quédate pues en paz, querido mío.

No hay culpa en ti.

Yo te lo digo.

¿Por qué, entonces, aumentas tu llanto?

–            Porque en todo caso, una culpa sí que hay:

La de haber sabido venir a ti por necesidad y haber sabido velar por hambre…

Y no por amor.

Nunca me lo perdonaré.

No me volverá a suceder.

No me volveré a dormir mientras Tú sufres.

No te olvidaré, durmiendo, mientras Tú lloras.

–             No vincules el futuro, Juan.

Tu voluntad está dispuesta, pero todavía se podría ver sobrepujada por la carne.

Sentirías una profunda e inútil postración, si te acordaras de esta promesa hecha a ti mismo

y no mantenida después por la fragilidad de la carne.

Mira.

Te digo lo que debes decir para estar en paz, te suceda lo que te suceda.

Di conmigo:

“Yo, con la ayuda de Dios, me propongo, en todo lo que me sea posible,

no volver a ceder ante los lastres de la carne”.

Y mantente firme en esta voluntad.

Si luego un día, aun no queriéndolo, la carne cansada y afligida vence tu voluntad;

entonces, como hoy, dirás:

“Reconozco que soy un pobre hombre como todos mis hermanos…

Y que esto me sirva para tener truncado mi orgullo”.

¡Oh! ¡Juan!

¡Juan!

¡No es tu sueño inocente lo que puede causarme dolor!

Jesús toma las manzanas, que están ya asadas y empezando a quemarse.

Da tres a Juan y  retiene para sí las otras tres.

agregando:

“Ten.

Estas te reanimarán del todo.

Vamos a compartirlas bendiciendo a quien me las ha ofrecido y…

–              ¿Quién te las ha dado, Señor?

¿Quién ha venido a verte?

¿Quién sabía que estabas aquí?

Yo no he oído voces ni pasos.

Y además, después de la primera noche, he estado en vela…

Jesús dice lentamente:

–              Salí con la primera luz del día.

Había unos haces de leña delante de la entrada…

Encima pan, quesos y manzanas.

No vi a nadie.

Pero sólo algunos han podido sentir el deseo de repetir un peregrinaje y un gesto de amor…

Juan exclama:

–             ¡Es verdad!

¡Los pastores!

Lo habían dicho:

“Iremos a la tierra de David…

Son días de recuerdos…”

¿Pero por qué no se han quedado?

–             ¿Para qué?

Han adorado y…

–              Y han sido compasivos.

Te han adorado a Tí y han sido compasivos conmigo…

Son mejores que nosotros esos hombres.

–              Sí.

Han conservado buena, cada vez mejor, su voluntad.

Para ellos no ha sido un daño, el don que Dios les ha dado…

Jesús ya no sonríe.

Piensa y se entristece.

Luego reacciona.

Mira a Juan, que lo mira a su vez…

Y dice:

–             ¡Bien!

¿Nos vamos?

¿Ya no te sientes agotado?

–              No, Maestro.

No voy a tener mucha resistencia, porque tengo los miembros doloridos.

Pero creo que puedo caminar.

–              Pues entonces vamos.

Ve por tu bolsa mientras Yo recojo las sobras en la mía…

Y vámonos.

Tomaremos el camino que va hacia el Jordán, para evitar Jerusalén.

Cuando Juan vuelve se ponen en marcha.

Recorren el mismo camino por el que han ido allí…

Y se van alejando por la campiña, que se calienta con el suave sol de Diciembre.

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