797 El Tesoro de Jesús6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

540 La Madre confiada a Juan. 

Los dos viajeros avanzan tenazmente, por el camino que han elegido…

Están ya en las tierras que acusan la cercanía del Mar Muerto.

Apartados de los caminos de caravanas, yendo directamente hacia el nordeste…

A pesar de la aspereza del terreno que está lleno de piedras cortantes, lastras de sal;

y salpicado de matas bajas y espinosas…

La marcha es buena y, sobre todo, tranquila;

porque no hay alma viviente hasta donde alcanza la vista…

La temperatura es suave y el terreno está seco.

Van conversando de los acontecimientos que les han sucedido.

Encontraron en los días anteriores a algunos pastores en cuya compañía hicieron un alto…

Y comentan sobre ellos.

Hablan también de un niño curado.

Dulcemente, queriéndose.

Aun cuando callan, se hablan con sus corazones,

observándose con la mirada de quien se siente feliz de estar con un amigo íntimo.

Se sientan para descansar y comer algo.

Luego reanudan la marcha, siempre con ese aspecto de paz que contagia a quien puede contemplarlo.

Señalando hacia delante…

A un grupo de casas que albea bajo el sol, en un monte situado hacia el nordeste,

Jesús dice:

–              Allí está Galgala.

Ya estamos cerca del río.

El apóstol pregunta:

–              ¿Y vamos a entrar en Galgala para la noche?

–              No, Juan.

He evitado todas las ciudades a propósito.

Y ésta también.

Si encontramos a algún otro pastor, iremos con él.

Si vemos en el camino al que llegaremos pronto;

caravanas que estén preparándose para detenerse durante la noche,

pediremos que nos acojan bajo sus tiendas.

Los nómadas del desierto son siempre hospitalarios.

Y en esta época es fácil encontrarlos.

Si nadie nos recibe, dormiremos bajo las estrellas, uno al lado del otro bajo nuestros mantos.

Y nos velarán los ángeles.

–            ¡Oh, sí!

¡Cualquier cosa será mejor que la noche de tristeza…

Que la última noche que he pasado allá, en Belén!

–           ¿Pero por qué no viniste conmigo inmediatamente?

–            Porque me sentía culpable.

Y además decía: Jesús es tan bueno, que no me va a reprender…

Es más, me va a consolar, como hiciste.

Y entonces…

¿Dónde habría acabado la penitencia que quería hacer?

–              La habríamos hecho juntos, Juan.

De hecho Yo también estuve sin comida ni fuego…

A pesar de los alimentos y la leña que encontré por la mañana.

–              Sí.

Pero estando contigo, nada es nada.

Yo, cuando estoy contigo, no padezco nada.

Te miro, te escucho…

Y me siento feliz.

–            Ya lo sé.

Y también sé, que en ninguno mi pensamiento se imprime como en mi Juan.

Sé también que sabes comprender y callar cuando hay que callar.

Tú me comprendes, sí.

Porque me quieres.

Juan, escúchame.

Dentro de no mucho…

Juan le agarra un brazo y lo detiene para mirarle a la cara;

con ojos de preocupación escrutadora, quebrado el rostro;

Interrumpiéndolo, mientras pregunta con apremio:

–              ¿Qué, Señor?

–               Dentro de poco, hará tres años que evangelizo.

Todo lo que había que decir a las gentes lo he dicho.

Quienes quieren amarme y seguirme tienen ya los elementos para hacerlo, con seguridad.

Los demás…

Alguno se convencerá con los hechos.

La mayor parte permanecerán sordos también a los hechos.

Pero a éstos he de decirles unas pocas cosas.

Y las diré.

Porque también la Justicia, además de la Misericordia, debe ser satisfecha.

Hasta ahora la misericordia ha callado muchas veces y en muchas cosas.

Pero antes de callar para siempre, hablará el Maestro incluso con severidad de Juez.

Pero no quería hablarte de esto.

Quería decirte que dentro de poco, habiendo dicho al rebaño todo aquello que había que decir para hacerlo mío;

me recogeré mucho orando y preparándome.

Y cuando no esté orando, me dedicaré a vosotros.

Como hice al principio, haré al final.

Vendrán las discípulas.

Vendrá mi Madre.

Nos prepararemos todos para la Pascua.

Juan, desde ahora te pido que te dediques mucho a las discípulas.

A mi Madre en especial…

–              ¡Mi Señor!

¿Pero qué le puedo dar yo a tu Madre que Ella no posea sobreabundantemente;

con tanta sobreabundancia, que tiene para darnos a todos nosotros?»

–               Tu amor.

Ponte en el caso de que eres como un segundo hijo para Ella.

Ella te ama y tú la amas.

Tenéis un único amor que os une:

el amor por Mí.

Yo, su Hijo de carne y corazón, cada vez estaré más…

Ausente, absorto en mis…

Ocupaciones.

Y Ella sufrirá, porque sabe…

Sabe lo que pronto va a venir.

Tú debes consolarla incluso por Mí, hacerte tan amigo de Ella;

que pueda llorar en tu corazón y sentirse consolada.

Ya estás familiarizado con mi Madre, has vivido ya con Ella;

pero, una cosa es hacerlo como un discípulo que ama reverencialmente a la Madre de su Maestro…

Y otra cosa es hacerlo como hijo.

Quiero que lo hagas como hijo, para que Ella sufra un poco menos cuando ya no me tenga.

–            Señor…

¿Vas a morir?

¡Hablas como uno que esté para morir!

Me apenas…

–              Os he dicho varias veces que debo morir.

Es como si hablara a niños distraídos o a personas con pocas luces.

¡Sí!

Voy a morir.

Se lo diré también a los otros.

Pero más tarde.

A ti te lo digo ahora.

Recuérdalo, Juan.

–                Yo me esfuerzo en recordar tus palabras, siempre…

Pero éstas son tan dolorosas…

–               Que haces de todo para olvidarlas.

¿Eso quieres decir?

¡Pobre muchacho!

No eres tú el que olvida, ni eres tú el que recuerda.

Tú con tu voluntad.

Es tu misma humanidad la que no puede recordar esta cosa,

que supera con mucho su capacidad de resistencia.

Esa cosa demasiado grande…

Y no sabes siquiera cabalmente cuán grande, monstruosa, será…

Esa cosa tan grande, que te atonta como un peso caído de lo alto encima de tu cabeza.

Y a pesar de todo, es así.

Ya pronto iré a la muerte.

Y mi Madre se quedará sola.

Moriré con una gota de dulzura en mi océano de dolor, si te veo «hijo» para con mi Madre…

–            ¡Oh, mi Señor!

Si voy a ser capaz…

Si no me sucede como en Belén, sí, lo haré.

Velaré con corazón de hijo.

¿Pero qué podré darle que la consuele si te pierde a Tí?

¿Qué le voy a poder dar…?

 

¿Si yo también estaré como uno que ha perdido todo, entontecido por el dolor?

¿Cómo lograré hacer esto, yo que no he sabido velar y padecer ahora, en la calma,

durante una noche y por un poco de hambre?

¿Cómo voy a lograr hacer eso?

–              No te intranquilices.

Ora mucho en este tiempo.

Te tendré mucho conmigo y con mi Madre.

Juan, tú eres nuestra paz.

Y lo seguirás siendo cuando llegue el momento.

No temas, Juan.

Tu amor hará todo.

Almas victimas y corredentoras

–           ¡Oh, sí, Señor!

Tenme mucho contigo.

A mí, ya lo sabes, no me seduce el hacerme patente, el hacer milagros…

Yo sólo quiero y sólo sé amar…

Jesús lo besa una vez más en la frente, hacia la sien, como en la gruta.

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