IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
540a Encuentro con Mannahém
Tienen ya a la vista el camino que va hacia el río.
Ahí hay algún peregrino que aguija a las cabalgaduras o acelera el paso,
para estar antes de que sea de noche en los lugares de parada.
Pero todos van arrebujados en el manto;
porque habiéndose ocultado el sol, el aire se hace crudo…
Y ninguno advierte la presencia de los dos viandantes que caminan ligeros hacia el río.
Un caballero al trote cochinero, casi al galope, llega a ellos y los rebasa.
Pero se detiene después de unos metros,
debido a una acumulación de asnos en un pequeño puente horcado;
tendido sobre un ancho río que quiere aparentar ser torrente y va espumando…
Hacia el Jordán o el Mar Muerto.
Mientras espera su turno de paso, el caballero se vuelve.
Se ve que se sorprende.
Baja de la silla.
Y sujetando de las riendas al caballo, vuelve hacia atrás…
Hacia Jesús y Juan, que no lo han visto.
Echando hacia atrás las alas de la prenda que cubre su cabeza…
Las que había extendido sobre la cara como capucha…
Y se podría decir, como máscara para protegerse del viento y del polvo.
Aparece el rostro moreno y viril de Mannahém.
El sonriente caballero pregunta:
– ¡Maestro!
¿Cómo por aquí…
Y sólo con Juan?
Con su característico saludo, Jesús responde:
– La paz a ti, Mannahém.
Voy hacia el río para cruzarlo.
Pero dudo que pueda hacerlo antes de que sea de noche.
¿Y tú a dónde ibas?
– A Maqueronte.
A la sucia guarida.
¿No tienes dónde dormir?
Ven conmigo.
Yo iba con prisa a una posada que hay en el camino de las caravanas.
O si lo prefieres, monto la tienda debajo de los árboles del río.
Tengo todo en la silla.
– Eso prefiero.
Pero tú, sin duda, prefieres la posada.
– Yo te prefiero a Tí, mi Señor.
Haberte encontrado lo considero una gracia.
Vamos, entonces.
Conozco las orillas como si fueran los pasillos de mi casa.
Al pie del collado de Galgala hay un bosque resguardado del viento, rico en hierba para el animal…
Y en leña para los fuegos de los hombres.
Allí estaremos bien.
Van a buen paso, torciendo hacia Oriente, dejando el camino que va hacia el vado o hacia Jericó.
Llegan pronto a los lindes de un tupido bosque que desciende de las pendientes del collado
y se extiende en la llanura hacia las orillas del río.
Señalándola, Mannahém dice;
– Voy a aquella casa.
Me conocen.
Voy a pedir leche y paja para dos.
Y se marcha con su caballo.
Pronto regresa…
Seguido por dos hombres que traen fajos de paja en los hombros y un pequeño cubo de cobre colmado de leche.
Entran bajo el bosque sin decir nada.
Mannahém indica que echen al suelo la paja y despide a los dos hombres.
De los bolsillos de la silla saca yesca y eslabón…
Y hace fuego con las muchas ramas que hay en el suelo.
El fuego alegra y da calor.
El caldero, colocado encima de dos piedras que ha traído Juan, se calienta;
mientras Mannahém, que ya ha quitado la silla al caballo,
extiende la tienda de suave lana de camello atándola a unas estacas clavadas en el suelo
y arrimándola al robusto tronco de un árbol secular.
Abre sobre la hierba una piel de oveja, que también estaba atada a la silla.
Poniendo ésta encima, luego dice:
– Maestro, ven.
Un refugio de caballeros del desierto.
Pero defiende del rocío y la humedad del suelo.
Para nosotros será suficiente la paja.
Te aseguro Maestro, que las alfombras preciosas, los baldaquinos, los asientos del palacio,
me parecerán menos, mucho menos hermosos que este trono tuyo, que esta tienda y esta paja.
Las viandas suculentas que en distintas ocasiones he saboreado,
no habrán tenido nunca el sabor del pan y la leche que vamos a tomar aquí debajo juntos.
¡Me siento tan feliz, Maestro!
Jesús responde:
– Yo también, Mannahém.
Y sin duda, también Juan.
La Providencia nos ha reunido esta noche para nuestra recíproca alegría.
– Esta noche y mañana, Maestro.
También pasado mañana, hasta que no te vea en seguro entre tus apóstoles.
Pienso que vas a reunirte con ellos…
– Sí.
Voy donde ellos.
Me esperan en la casa de Salomón.
Mannahém lo observa.
Luego dice:
– He pasado por Jerusalén…
Y he sabido lo ocurrido.
También por Bethania.
Y he comprendido por qué no te has detenido allí.
Haces bien en retirarte.
Jerusalén es un cuerpo lleno de veneno y de podredumbre.
Más que el pobre Lázaro…
– ¿Lo has visto?
– Sí.
Afligido por los tormentos del cuerpo y del corazón, por Tí.
Muere muy afligido Lázaro…
Pero quisiera morir yo también, antes que ver el pecado de nuestros compatriotas.
Mientras cuida el fuego, Juan pregunta:
– ¿Estaba revuelta la ciudad?
– Mucho.
Dividida en dos partidos.
Y cosa extraña, los romanos han sido clementes con algunos…
Que habían sido detenidos por sedición el día anterior.
Se dice en secreto que eso es para no aumentar la agitación.
Se dice también que pronto el Procónsul irá a Jerusalén.
Antes de lo normal.
Si ello va a ser un bien o no, no lo sé.
Lo que sí sé es que Herodes hará lo mismo…
Lo cual, ciertamente será un bien para mí, porque podré estar cerca de Tí.
Las caballerizas de Antipas tienen árabes veloces…
Con un buen caballo, ir de la ciudad al río será cosa rápida.
Si vas a detenerte allí…
– Sí.
Voy a estar allí.
Por ahora al menos…
Juan lleva la leche caliente;
donde todos introducen su pan después del ofrecimiento y bendición llevados a cabo por Jesús.
Mannahém pasa unos dátiles blondos como la miel.
Maravillado, Juan pregunta:
– ¿Pero dónde tenías tantas cosas?
Con una sonrisa leal en su cara morena,
Mannahém responde:
– La silla de un caballero es un pequeño mercado, Juan.
En ella hay de todo para el hombre y el animal.
Piensa un momento y luego pregunta:
– Maestro…
¿Es lícito amar a los animales que nos sirven…
Y que muchas veces lo hacen con más fidelidad que el hombre?
– ¿Por qué esta pregunta?
– Porque recientemente se han burlado de mí…
Y me han criticado algunos que me vieron cubrir con la manta que ahora nos hace de tienda,
a mi caballo sudado por la carrera que había hecho.
– ¿Y no te dijeron nada más?
Mannahém mira desorientado a Jesús…
Y calla.
– Habla con sinceridad.
No es murmurar ni ofenderMe,
el decir lo que ellos te han dicho para lanzar un nuevo puñado de fango contra Mí.
Mannahém dice pasmado:
– Maestro, Tú lo sabes todo.
Verdaderamente, Tú lo sabes todo…
Y es inútil querer ocultarte nuestros pensamientos o los de otros.
¡Sí!
Me dijeron:
“Se ve que eres discípulo de ese samaritano.
Eres un pagano como Él, que viola los sábados por hacerse impuro tocando animales impuros”.
Juan exclama:
– ¡Ah!…
¡Esto seguro que ha sido Ismael!
– Sí.
Él y otros con él.
Yo me opuse diciendo:
“Os comprendería si me llamarais impuro por vivir en la Corte de Antipas;
no por mirar por un animal que ha sido creado por Dios”
Y como en el grupo había también herodianos…
Lo cual, de un tiempo a esta parte se ve más frecuente y también es algo sorprendente,
porque hasta ahora la disidencia entre ellos era fuerte…
Me respondieron:
“Nosotros no juzgamos los actos de Antipas, sino los tuyos.
También Juan el Bautista estaba en Maqueronte y tenía contactos con el rey.
Pero fue siempre un justo.
Tú, por el contrario, eres un idólatra…”
Se concentraban personas y me frené para no alterar a la gente de la ciudad.
Desde hace un tiempo, la gente es mantenida en agitación por algunos de tus falsos seguidores…
Que la incitan a rebelión contra los que te hostigan.
O por otros, que cometen abusos presentándose como discípulos enviados por Tí…
Lleno de inquietud,
Juan pregunta:
– ¡Esto es demasiado!
Maestro…
¿Adónde van a llegar?
– No más allá del límite que podrán alcanzar.
Tras ese límite, Yo sólo continuaré adelante y resplandecerá la Luz…
Y ya nadie podrá dudar que Yo era el Hijo de Dios.
Pero venid aquí a mi lado y escuchad.
Primero alimentad el fuego.