IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
542a Los judíos en casa de Lázaro.
Después de que salen juntos, María y Elquías hacia la habitación de Lázaro…
Los demás huéspedes forzados, los fariseos se vuelven hacia Martha…
La acorralan como lobos hambrientos alrededor de su presa,
Diciendo:
– ¡Tu hermana!…
– Siempre con ese carácter.
– No debería…
– Tiene necesidad de que mucho se le perdone…
El rabí que en Yiscala, le lanzó piedras a Jesús y lo hirió…
Es el escriba Uriel que dice:
– Tiene que ganarse mucho perdón.
Martha reacciona al latigazo de las palabras llenas de ironía,
respondiendo:
– Dios la ha perdonado y con eso es más que suficiente.
Cualquier otro perdón no tiene valor después de ése.
La vida que lleva ahora, es un ejemplo para todos…
Sus fuerzas se le acaban y termina el arrebato llorando…
Y diciendo:
– ¡Sois unos crueles!
¡Con ella!
¡Conmigo!
No tenéis compasión, ni del dolor pasado, ni del actual…
¿Para qué vinisteis?
¿Para ofender y causar dolores?…
Sadoc dice con muy mala intención:
– No, mujer, no.
Hemos venido a saludar al gran judío que muere.
Sólo para saludar a este judío grande que agoniza.
¡Para ninguna otra cosa!
No debes tomar a mal nuestras rectas intenciones.
Hemos sabido por José y Nicodemo que había habido un agravamiento.
Y hemos venido…
De la misma forma que ellos, los dos grandes amigos del Rabí y de Lázaro…
¿Por qué esa actitud de tratarnos de manera distinta…
A nosotros que amamos al Rabí y a Lázaro como ellos?
No sois justas.
¿Puedes acaso, decir que ellos, junto con Juan, Eleazar, Felipe, Josué y Joaquín;
no hayan venido a informarse de cómo estaba Lázaro?
¿Y que Mannahém no ha venido?…
Martha reacciona:
– Yo no digo nada.
Lo que me asombra es que sepáis todo también.
No sabía que hasta por dentro las casas fueran vigiladas por vosotros.
No sabía que existiera un nuevo precepto, además de los seiscientos trece que ya existen:
El de indagar, espiar dentro de las familias…
¡Perdón!
¡Os estoy ofendiendo!
El dolor me hace perder mi control.
Y vosotros lo agudizáis.
– ¡Te comprendemos, mujer!
Hemos venido a daros un buen consejo, porque pensamos que estáis muy descontroladas:
Avisad y mandad llamar al Maestro.
Ayer también vinieron siete leprosos a alabar al Señor, diciendo que los había curado.
Llamadlo también para Lázaro…
Martha grita fuera de sí:
– ¡Mi hermano no está leproso!
¿Éste es el motivo por el que queríais verlo?
¿Para esto habéis venido?
¡No!
¡No está leproso!
Mirad mis manos.
Lo curo desde hace años y yo no tengo lepra.
Tengo la piel enrojecida por los ungüentos aromáticos, pero no tengo lepra.
No tengo…
– ¡Calma!
Calma, mujer.
¿Quién ha dicho que Lázaro esté leproso?
¿Quién sospecharía en vosotras un pecado tan horrendo como el de ocultar a un leproso?
¿Tú crees que a pesar de vuestro poder, no habríamos descargado nuestra mano sobre vosotras,
si hubierais pecado?
Nosotros somos capaces de pasar por encima incluso del cuerpo de nuestro padre y de nuestra madre,
de nuestra esposa y de nuestros hijos, con tal de hacer obedecer los preceptos.
Esto te lo digo yo…
Yo, Jonathán de Uziel.
Arquelao confirma:
– ¡Cierto!
¡Es así!
Y ahora te decimos, por el amor que te profesamos, por el amor que profesábamos a tu madre,
por el que profesamos a Lázaro:
¡Llamad al Maestro!
¿Meneas la cabeza?
¿Quieres decir que ya es tarde?
¿Cómo es eso?
¿No tienes fe en Él, tú Marta, discípula fiel?
¡Eso es grave!
¿Tú también empiezas a dudar?
– Blasfemas, escriba.
Creo en el Maestro como en el Dios verdadero.
Félix insinúa:
– ¿Y entonces por qué no quieres intentarlo?
Él ha resucitado a muertos…
Al menos, eso se dice…
¿Es que no sabes dónde está?
Si quieres, te lo buscamos nosotros.
Te ayudamos nosotros.
Tentador, Sadoc agrega:
– ¡No, hombre, no!
En casa de Lázaro ciertamente se sabe dónde está el Rabí.
Dilo con franqueza, mujer.
Nos pondremos en marcha para buscártelo y te lo traeremos aquí.
Y estaremos presentes en el milagro para exultar contigo, con todos vosotros…
Marta vacila, casi tentada a ceder.
Los otros instan, mientras ella dice:
– No sé dónde está…
No tengo la menor idea…
Se marchó hace unos días y nos saludó como quien se marcha para largo tiempo…
Para mí sería consolador saber dónde está…
Al menos, saberlo…
Pero no lo sé, de verdad…
Cornelio dice:
– ¡Pobre mujer!
Nosotros te ayudaremos…
Te lo traeremos aquí.
Ismael ben Fabi dice:
– ¿No sabes dónde está?
Si quieres te lo buscamos…
Magdalena regresa con Elquías…
Quien inmediatamente se separa de ella y empieza a cuchichear encorvado, con tres fariseos.
Toda la esplendorosa belleza de María, refulge centelleante cuando aparece en la puerta de la sala,
en ese preciso instante…
Respondiendo con voz de trueno:
– ¡No!
¡No es necesario!
¿Os referís a Él, no es verdad?
El Maestro dijo que debemos esperar contra lo imposible y solo en Dios.
Y nosotras así lo haremos.
Doras exclama:
– ¡Pero se está muriendo, por lo que oigo!
Sadoc dice con ironía:
– Si está agonizando…
María replica:
– ¡Y qué!
¡Que se muera!
No voy a oponerme al decreto de Dios y no desobedeceré al Rabí…
El herodiano le pregunta con sorna:
– ¿Y entonces?
¿Qué cosa pretendes esperar después de la muerte, insensata, pedazo de tonta?
– ¿Qué cosa?
¡La vida! -su voz es un grito de fe absoluta.
– ¿La vida?
¡Ja, ja, ja!
Sé sincera.
Sabes muy bien que ante una verdadera muerte, su poder es nulo.
Y en tu insensato amor por Él no quieres que eso se ponga de manifiesto.
Cómo eres una necia, amándolo;
por eso no quieres que se llegue a saber.
Magdalena replica como un terrible ángel airado:
– ¡Largaos de aquí todos!
¡Salid todos!
Le correspondería a Marta hacerlo, pero Martha os teme;
yo sólo temo ofender a Dios, que me ha perdonado.
Por eso, lo hago en vez de Martha.
Salid todos.
No hay lugar en esta casa para los que odian a Jesucristo.
¡Afuera todos!
¡A vuestras guaridas tenebrosas!
¡Largáos todos!
¡O haré que os expulsen los criados, como a un hatajo de harapientos inmundos!
¡Afuera todos!
Todos levantan con soberbia herida la cabeza…
Y sueltan risitas llenas de veneno e hipocresía…
Se muestra majestuosa en su ira.
Elquías dice:
– ¡Aunque el Nazareno te sacó siete demonios, no te quitó la audacia!
¡Eres demasiado atrevida!…
¡Ten cuidado cómo nos hablas!…
Aunque entendemos que estés alterada por el cansancio de cuidar a Lázaro.
Regresaremos después…
Todos se van.
La sala se desaloja.
Las miradas de María, según van cruzando de uno en uno la puerta pasando por delante de ella,
crean una inmaterial horca caudina bajo la cual debe humillarse la soberbia de los derrotados judíos.
Finalmente, la sala queda vacía.
Martha, rompiendo a llorar, se derrumba sobre la alfombra.
Magdalena le pregunta:
– ¿Por qué lloras, hermana?
No veo la razón de ello…
Martha responde:
– ¡Oh! Los has ofendido…
¡Y ellos te han…!
Nos han ofendido…
Ahora se vengarán… y…
– ¡Cállate, mujer desatinada!
¿En quién piensas que se van a vengar?
¿En Lázaro?
Antes tienen que deliberar.
Y antes de que decidan…
¡Oh! en el polvo, uno no se venga!
¿En nosotras?
¿Es que acaso, necesitamos su pan para vivir?
Los haberes no nos los tocarán.
Se proyecta sobre ellos la sombra de Roma.
¿En qué, entonces?
Y aunque pudieran hacerlo…
¿No somos acaso, fuertes y jóvenes las dos?
¿No vamos a poder trabajar?
¿No es pobre Jesús?
¿No ha sido, acaso, nuestro Jesús obrero?
¿No seríamos más semejantes a Él, siendo pobres y trabajadoras?
¡Gloríate si lo eres!
¡Espera serlo!
¡Pídeselo a Dios!
– Pero lo que te han dicho…
– ¡Ja! ¡Ja!
¿Lo que me han dicho?
Es la verdad.
Me la digo también yo a mí misma:
He sido una inmunda.
¡Ahora soy la cordera del pastor!
Y el pasado ha muerto.
Ánimo, ven donde Lázaro.