812 Desfile de Celebridades5 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

546b El día de los funerales de Lázaro.

Después de la recomendación de la patrulla romana,

José de Arimatea dice:

–           ¿Has oído?

Preveo días duros…

Nicodemo responde:

–            Habrá que aconsejar a los demás, más que al pueblo…

El pequeño grupo de los cuatro, continúan su trayecto hacia la casa de Lázaro…

El camino de Bethania está lleno de gente.

Todos van en una dirección:

Hacia la señorial finca de la casa familiar de Lázaro en Bethania.

Todos van a los funerales.

Se ve a miembros del Sanhedrín y a fariseos mezclados con saduceos y escribas…

A éstos con agricultores, siervos, administradores de las distintas casas y fincas rústicas,

que Lázaro tiene en la ciudad y en el campo.

Y cuanto más se acerca uno a Bethania, más va agregándose gente,

procedente de todos los senderos y distintas vías que conducen a este camino, que es el principal.

Ahí está Bethania…

Una Bethania de luto en torno a su más grande vecino.

Todos los habitantes, con los vestidos mejores, están ya fuera de las casas;

ahora cerradas como si nadie estuviera en ellas.

Pero todavía no han entrado en la casa del muerto.

La curiosidad los retiene junto a la cancilla, en la orilla del camino.

Observan qué invitados pasan…

Y se transmiten unos a otros, nombres e impresiones:

Nathanael ben Fabi.

¡Oh, el viejo Matatías, pariente de Jacob!

¡El hijo de Anás!

Míralo allí con Doras, Calascebona y Arquelao.

¡Mira! ¿Cómo se las han arreglado los de Galilea para venir?

Están todos.

Mira: Elí, Jocanán, Ismael, Urías, Joaquín, Elías, José…

El viejo Cananías con Sadoq, Zacarías y Yocaná saduceos.

Está también Simeón de Gamaliel.

Solo.

El rabí no está.

¡Ahí están Elquías con Nahúm, Félix, Anás el escriba, Zacarías, Jonatán de Uziel!

Saúl con Eleazar, Trifón y Joazar.

¡Buenos son!

Otro de los hijos de Annás.

El más pequeño.

Está hablando con Simón Camit.

Felipe con Juan el de Antipátrida.

Alejandro, Isaac y Jonás de Babaón.

Sadoq el escriba.

Judas, descendiente de los Asideos, el último de la clase.

Ahí están los administradores de los distintos palacios.

¡Cuánta gente!

¡Verdaderamente!…

Sin embargo son tan pocos, los amigos fieles.

¡Cuánta gente!

Todos con aspecto grave;

parte con cara de circunstancias, parte con signos de verdadero dolor en el rostro.

La cancilla abierta de par en par se traga a todos.

Pasan todos:

Amigos, neutrales o enemigos, en torno al Maestro.

Todos, menos Gamaliel y el Anciano Simón.

Todos los involucrados en las controversias alrededor de Jesús…

Pasan rabíes con sus discípulos y grupos compactos de escribas.

Pasan judíos cuyas riquezas otros se encargan de enumerar…

El jardín está lleno de gente que, tras haberse acercado a decir palabras de pésame a las hermanas…

Vuelven a distribuirse por el jardín formando una continua mezcla de colores,

que siguen haciendo pronunciadas reverencias.

Marta y María están deshechas.

Se han sentado bajo el pórtico que rodea la mansión y por tanto fuera de la casa;

para recibir todas las condolencias…

Están agarradas de la mano como dos niñas, asustadas por el vacío que se ha creado en su casa;

por la nada que llena su día, ahora que ya no hay que cuidar a Lázaro.

Escuchan las palabras de los que han venido.

Lloran con los verdaderos amigos, con los subordinados fieles.

Hacen gestos de reverencia a los gélidos, solemnes, rígidos miembros del Sanhedrín;

que han venido más para hacer ostentación de sí mismos, que para honrar al difunto.

Responden, cansadas de repetir las mismas cosas cientos de veces;

a quienes les preguntan algo acerca de los últimos momentos de Lázaro.

José, Nicodemo, los amigos más leales, se ponen a su lado con pocas palabras;

pero con una amistad que consuela más que cualquier palabra.

Vuelve Elquías con los más intransigentes, con los cuales ha estado hablando mucho…

Y pregunta:

–           ¿No podríamos observar al muerto?

Martha se pasa con dolor la mano por la frente…

Y responde:

–            ¿Pero desde cuándo se hace eso en Israel?

Ya está preparado…

Y lentas lágrimas, se deslizan silenciosas por sus mejillas.

–             No se hace, es verdad.

Pero nosotros deseamos hacerlo.

Los amigos más fieles bien tienen derecho a ver por última vez al amigo.

–           También nosotras, sus hermanas, hubiéramos deseado tener este derecho.

Pero ha sido necesario embalsamarlo enseguida…

Y cuando volvimos a la habitación de Lázaro,

ya vimos solamente su cuerpo, en la forma envuelta en las vendas…

–            Deberíais haber dado órdenes claras.

¿No hubierais podido…?

¿Y no podríais ahora, levantar el sudario y descubrir la cara?

–            Ya está descompuesto…

Y ya es la hora de los funerales.

José interviene:

–            Elquías, me parece que nosotros…

Por exceso de amor, causamos dolor.

Dejemos tranquilas a las hermanas…

La respuesta de Elquías no se produce;

Porque acerca Simón, el hijo de Gamaliel.

Impidiéndola cuando dice:

–              Mi padre vendrá en cuanto pueda.

Lo represento.

Él apreciaba a Lázaro y yo también.

Martha se inclina y contesta:

–              El honor que hace el rabí a nuestro hermano, sea recompensado por Dios.

Elquías, estando allí el hijo de Gamaliel, no insiste y se retira.

Conversa con otros, que le hacen esta observación:

–              ¿Pero no sientes el hedor?

¿Lo vas a poner en duda?

Además, veremos si tapian el sepulcro.

No se vive sin aire.

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