IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
548a La resurrección de Lázaro.
Continúan caminando lentamente y Jesús lleva de la mano al niño.
Entran en el jardín…
Y se levanta un murmullo…
– ¡El Maestro!
Y se propaga como una ola.
Jesús avanza y todos se abren a un lado para dejarlo pasar.
Y como nadie lo saluda, tampoco Él saluda a nadie.
Muchos de los reunidos lo miran con odio, con ira.
Solo unos cuantos que lo siguen en secreto como Nicodemo y otros, no lo miran así.
Pero son presas del respeto humano que les impide mostrarse como amigos.
Lo único cierto es que ni amigos, ni imparciales, ni enemigos, lo saludan.
Jesús avanza en silencio.
Majestuoso.
Sin preocuparle la gente que lo rodea…
Jesús se adentra muy lentamente, a la par que todos, aun acudiendo de todas las partes,
se apartan del paseo por el que Él va.
Y dado que ninguno lo saluda, Él no saluda a nadie;
como si no conociera a muchos de los que están congregados allí mirándolo con ira y odio en sus ojos.
Excepto los pocos que siendo discípulos ocultos suyos o por lo menos siendo de recto corazón
aunque no lo amen como Mesías, lo respetan como a un justo.
Y éstos son:
José, Nicodemo, Juan, Eleazar, el otro Juan (escriba, ya visto en la multiplicación de los panes)
El otro Juan (el que sació el hambre de los que habían bajado del monte de las bienaventuranzas)
Gamaliel y su hijo, Josué, Joaquín, Mannahém;
el escriba Joel de Abías (encontrado en el Jordán en el episodio de Sabea)
José Bernabé, discípulo de Gamaliel;
Cusa, que mira a Jesús desde lejos, un poco amedrentado por verlo de nuevo después del error cometido cuando quisieron nombrarlo Rey…
O quizás cohibido por el respeto humano que le impide acercarse como amigo.
Lo cierto es que ni los amigos u observadores sin odio, ni los enemigos, saludan.
Y Jesús tampoco saluda.
Se ha limitado a un gesto de inclinación no personalizado, al poner pie en el paseo;
luego ha seguido recto, como ajeno a la mucha gente congregada ahí.
El muchachito sigue a su lado, vestido como un labradorcito, descalzos sus pies como un niño pobre,
pero con una cara luminosa, propia de uno que está de fiesta:
Con sus ojitos negros, vivos, bien abiertos para verlo todo…
Y para desafiar a todos…
Marta sale de la casa, rodeada de un grupo de judíos venidos de visita, entre los cuales están Elquías y Sadoq.
Pone la mano como visera, para ayudar a los ojos cansados de llanto, dolorosamente sensibles a la luz, para ver dónde está Jesús.
Se separa de quienes la acompañan y corre hacia Jesús,
que está a pocos pasos del estanque brillante de reflejos por el sol que en él incide.
Se arroja a los pies de Jesús después de la primera reverencia…
Se los besa y llorando dice:
– La paz sea contigo, Maestro.
Jesús responde:
– La paz sea contigo.
Y la bendice.
Ha levantado su mano para bendecir.
Para ello, ha soltado la mano del niño, al cual Bartolomé toma y retira un poco hacia atrás.
– Para tu sierva ya no hay paz.
¡Lázaro ha muerto!
Si hubieras estado aquí, no hubiera pasado eso.
¿Por qué no viniste antes, Maestro?
Expresa un involuntario tono de reproche al hacer esta pregunta.
Luego vuelve al tono abatido de una persona que ya no tiene fuerzas para reprochar…
Y cuyo único consuelo es el poder recordar los últimos movimientos y deseos de un hermano,
al que se ha tratado de dar lo que deseaba… (de forma que no existe remordimiento en el corazón)
Levanta la cara hacia Jesús, siguiendo de rodillas.
Y con un grito de dolor que se oye claramente en el silencio que se ha creado,
exclama:
– ¡Te ha llamado muchas veces Lázaro, nuestro hermano!…
Ahora, ya lo ves.
Yo estoy acongojada y María llora y no encuentra resignación.
Y él ya no está aquí.
¡Tú sabes cómo lo queríamos!
¡Esperábamos todo de Tí!…
Los fariseos lo miran burlones.
Jesús está muy pálido y triste al oír a Martha.
Hay un murmullo de compasión hacia la mujer y de censura hacia Jesús,
con un asentimiento al pensamiento implícito:
“Podías habernos escuchado, porque nosotras lo merecemos por el amor que te profesamos…
Y sin embargo, has quebrado nuestra esperanza”
Que va de un grupo a otro de gente, de personas que menean la cabeza y miran burlonamente.
Sólo los pocos, ocultos discípulos que están esparcidos entre la numerosa gente congregada,
tienen miradas de compasión hacia Jesús…
Que escucha, muy pálido y triste, a esta Martha angustiada que le está hablando.
Gamaliel cruzados sus brazos, vestido con su amplia y rica túnica de lana finísima,
adornada con caireles azules un poco aparte;
rodeado de un grupo de jóvenes entre los que están su hijo y José Bernabé,
mira fijamente a Jesús, sin odio ni amor.
Martha, habiéndose enjugado la cara, sigue diciendo:
– Pero aún ahora abrigo la esperanza.
Porque yo sé que cualquier cosa que pidas al Padre, Él te lo concederá.
Es una profesión dolorosa, heroica de Fe.
Que brota en sus labios con voz temblorosa, con el ansia en la mirada.
Con la última esperanza que se estremece en su corazón…
Jesús dice:
– Tu hermano resucitará.
Levántate, Martha.
Ella se levanta, pero sigue inclinada en señal de reverencia…
Y dice:
– Lo sé, Maestro.
Resucitará en el último día.
– Yo Soy la Resurrección y la Vida.
Quién cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá.
Quien cree y vive en Mí, no morirá jamás.
¿Crees tú todo esto?
Jesús que había empezado hablando en voz baja únicamente a Martha…
Ha levantado la Voz y proclama su poder de Dios.
El hermoso timbre de su Voz es como una campanilla de oro que resonase en el vasto jardín…
Un estremecimiento casi de espanto, sacude a los presentes;
pero luego algunos se miran de soslayo, hacen sonrisas maliciosas y mueven la cabeza.
Martha, a quien Jesús teniendo apoyada una mano sobre su hombro,
pareciera querer transfundirle una esperanza cada vez más fuerte…
Ella que tenía baja la cabeza, levanta la cara.
La eleva hacia Jesús…
Fija sus ojos afligidos en las luminosas pupilas de Cristo.
Entonces, apretando las manos contra el pecho con un ansia distinta;
Martha se yergue y dice con voz clara:
– Sí Señor.
Yo creo en esto.
Creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo.
Que ha venido al Mundo y que todo lo que quieres, lo puedes.
Creo.
Voy a llamar a María.
Y corre ligera hacia la casa, desapareciendo dentro de ella.