818 ¡Esperando lo Imposible!5 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

548b La resurrección de Lázaro.

Jesús permanece donde está.

Es decir, da algunos pasos hacia delante y se acerca al cuadro de jardín que rodea al estanque.

Un cuadro todo sembrado de brillantes por ese lado, debido al fino polvillo acuoso del surtidor…

Inclinado como si fuera una plumita de plata hacia ese lado, por un leve vientecillo..

Jesús pareciera haberse olvidado de todo y de todos…

Contemplando como se mueven los peces, bajo el velo de agua cristalina.

En sus juegos que ponen comas de plata y visos de oro, en el cristal de esa agua en que el sol incide.

Los judíos lo observan…

Involuntariamente, se han separado formando grupos distintos y muy bien definidos:

Por una parte frente a Jesús, todos los enemigos suyos…

Habitualmente divididos entre sí por espíritu sectario, pero que ahora se armonizan en hostigarlo.

Junto a ellos algunos herodianos…

A su lado, detrás de los apóstoles (a los que ya se ha unido Santiago de Zebedeo) Mannaém, Matías, Isaac y algunos discípulos…

También están José de Arimatea, Nicodemo y los otros de espíritu benévolo.

Más allá Gamaliel que sigue en su sitio, en su postura de antes y que está solo…

Porque su hijo y sus discípulos se han separado para distribuirse entre los dos grupos principales,

para estar más cerca de Jesús.

María sale de la casa y corre hacia Jesús extendiendo hacia delante los brazos.

Se arroja a sus pies mientras llora fuerte…

Con su grito habitual:

–            ¡Rabonní!

Le besa los pies entre fuertes sollozos.

Una serie de judíos, que estaban en casa con ella y que la han seguido,

unen sus llantos, de dudosa sinceridad, al de ella.

También Maximino, Marcela, Sara y Noemí han seguido a María…

Lo mismo todos los dependientes de casa.

Los lamentos son fuertes y altos.

Dentro de la casa no ha quedado nadie.

Martha, al ver llorar así a María, llora fuertemente también.

Jesús le contesta:

–            La paz sea contigo, María.

¡Levántate!

¡Mírame!…

¿Por qué lloras igual que el que no tiene esperanza?

Jesús se inclina, para decir en tono bajo estas palabras.

Sus ojos en los ojos de María.

Que estando de rodillas, relajada sobre sus talones, tiende hacia Él las manos en un gesto de invocación.

Y que debido a su fuerte sollozo, no puede hablar.

Pero María no escucha las palabras que la quieren preparar a la alegría que tanto ha esperado…

Después de tanta amargura…

–             ¿No te dije que debías esperar más allá de lo posible, para ver la Gloria de Dios?

¿Acaso tu Maestro ha cambiado para que te angusties así?

Finalmente dueña de su voz, Magdalena grita:

–           ¡Oh, Señor!

¿Por qué no viniste antes?

¿Por qué te has alejado tanto de nosotros?

¡Sabías que Lázaro estaba enfermo!

Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.

¿Por qué no has venido?

Tenía que mostrarle todavía que le amabas.

Él debía vivir.

Yo debía mostrarle que perseveraba en el bien.

¡Mucho angustié a mi hermano!

¿Y ahora?

¡Ahora que podía hacerlo feliz, me ha sido arrebatado!

Tú podías conservármelo.

Podías haber dado a la pobre María la alegría de consolarlo después de haberle causado tanto dolor.

¡Oh! ¡Jesús!

¡Jesús! ¡Maestro mío!

¡Salvador mío!

¡Esperanza mía!

Y cae otra vez al suelo, con la frente sobre los pies de Jesús,

que reciben otra vez el lavacro del llanto de María.

Agrega gimiendo:

¡Oh, Señor!

¿Por qué no has venido antes?

¿Por qué lo hiciste, Señor?

¡Incluso por los que te odian y gozan de todo esto que está sucediendo…!

¿Por qué lo hiciste, Jesús?

Pero no hay reproche en el tono de María, como lo ha habido en el de Martha.

María tiene sólo esa angustia de quien, además de su dolor de hermana;

siente la de la discípula que percibe dañado en el corazón de muchos, el concepto más importante:

No puede ver disminuida la estima de su amado Maestro.

Jesús dice:

–              No llores, María.

Jesús dice aún más fuerte:

También tu Maestro sufre por la muerte del amigo fiel…

Por haber tenido que dejar que muriera…

¡Oh, qué risitas de rencoroso júbilo hay en las caras de los enemigos del Mesías!

¡Qué miradas de alegría envenenada, brillan en los ojos de los enemigos de Jesús!…

Lo creen vencido y se regocijan….

Mientras tanto en las caras de sus amigos, la tristeza aumenta.

Con voz más fuerte, Jesús dice:

–            Yo te ordeno:

¡María ya no llores!

¡Levántate y mírame!

¿Crees que Yo que tanto te he amado, lo haya hecho sin motivo alguno?…

¿Crees que te haya causado este dolor inútilmente?

Ven.

Vamos a donde está Lázaro.

¿Dónde lo enterrasteis?

Jesús, más que a María y a Martha, las cuales llorando ahora más violentamente, no hablan.

Pregunta a todos los demás,

especialmente a los que han salido de la casa con María y parecen los más turbados:

–         ¿Dónde lo habéis puesto?

Y éstos responden a Jesús, que está visiblemente compungido:

–              Ven a verlo Tú.

Y se encaminan hacia el sitio del sepulcro, que está en los confines del huerto.

En un lugar en que el suelo tiene ondulaciones y vetas de roca calcárea que afloran a la superficie.

Jesús para ir a ese sitio seguido por todos, pasa ante Gamaliel, pero ninguno de los dos se saluda.

Luego Gamaliel se une a los más inflexibles fariseos, hasta quedar a pocos metros del sepulcro.

Jesús por su parte sigue adelante, hasta quedar muy cerca de la tumba;

junto con las hermanas, con Maximino y con las dos nodrizas.

Jesús mira la pesada piedra con que está sellada la tumba.

Que es el obstáculo entre Él y su amigo difunto…

Y llora.

El llanto de las hermanas aumenta y también lloran los amigos íntimos y los familiares.

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