820 Regreso a la Vida9 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

548d La resurrección de Lázaro.

Obedeciendo la órden Divina, el muerto ha regresado a la vida…

Traído desde el fondo de la cueva sepulcral, con el poder del Espíritu Santo..

Lázaro ha llegado al umbral de la tumba y se detiene.

Yerto y mudo.

Semejante a una estatua  de yeso.

Es una figura larga.

Delgada arriba.

Delgada en las piernas.

Ancha en el tronco.

Macabra como la muerte misma…

Un espectro blanco cubierto de vendas que tiene por fondo, la concavidad oscura del sepulcro.

Y bajo la luz del sol de mediodía que da sobre las vendas;

puede verse que la mortaja ya chorrea podredumbre por varios puntos.

Jesús grita fuerte:

–           ¡Desatadlo y dejadlo libre!

Quitadle las vendas y dejad que camine.

¡Dadle vestidos y comida!

¡Aquí!

¡Hacedlo enseguida!

¡Traed una túnica!

¡Vestidlo en presencia de todos y dadle de comer!

Martha exclama:

–           ¡Maestro!…

Y quizás querría decir más.

Pero Jesús la mira fijamente y la subyuga con su fúlgida mirada…

¡Qué magnífica respuesta está dando a quienes sólo se preocupan por las banalidades del mundo…

Y las necesidades de la materia…!

Jesús es el Amo Absoluto de todo…

Dando imperiosas órdenes…

Pero no se vuelve ni una sola vez a mirar a los que tiene detrás y en torno.

Sus ojos miran sólo a Lázaro, a María, que está cerca del resucitado.

Sin preocuparse de la repugnancia que todos experimentan…

Al ver la asquerosa mortaja totalmente purulenta.

A Martha, que jadea como si se le fuera a salir el corazón, estallándole por las contradictorias emociones.

Los siervos se apresuran a cumplir las órdenes.

Noemí es la primera que se pone en movimiento, corriendo rápida al interior de la casa…

Y la primera que regresa, con las vestiduras colgadas en el brazo.

Los siervos se apresuran a cumplir las órdenes.

Noemí es la primera que se pone en movimiento, corriendo rápida al interior de la casa…

Y la primera que regresa, con las vestiduras colgadas en el brazo.

Marcela hace lo propio, en otra área de la casa…

Y también regresa seguida por un grupo de criados:

Que traen diversos ropajes, barreños con agua caliente, ánforas grandes que despiden vapor de agua perfumada…

Diferentes palanganas, artísticas ánforas con exquisitas fragancias…

Igualmente a Sarah, que corrió hacia la cocina…

Y luego la siguen otros con bandejas con fruta, tortas cubiertas con miel, tazones de avena con leche…

Botellas y vasos con vino.

Y mientras unos corren a diferentes áreas del interior de la casa a traer lo ordenado…

Los que se han quedado…

Se ciñen las túnicas, se arremangan las mangas y desatan los lazos de la mortaja…

Sueltan los vendajes, cuidando de no tocar la podredumbre que cae…

Son vendas de lino, estrechas y larguísimas…

Con bordes en los dos lados, tejidas exclusivamente para este uso…

Se desenrollan como la cinta de una gran bobina.

Y  se van acumulando en el suelo, cargadas de ungüentos aromáticos y de podredumbre.

Los criados las apartan haciendo uso de palos.

Empiezan por la cabeza, donde también hay materia purulenta supurada por la nariz, las orejas y la boca.

Quitan el sudario, colocado sobre la cara;

que está todo empapado de estas supuraciones que ensucian el rostro de Lázaro.

Entonces aparece un rostro palidísimo, esquelético…

Con los ojos cerrados por los ungüentos puestos en las órbitas.

Tiene el pelo apelmazado, al igual que la barbita rala del mentón.

Los cabellos y la barba pegajosos con ungüentos y podredumbre.

Va cayendo lentamente la sábana, el sudario colocado en torno al cuerpo…

Parece una gran crisálida…

A medida que las vendas van lentamente bajando;

las retiran inmediatamente hacia un lado, para llevárselas al crematorio.

Las hermanas, Maximino, los criados;

quitan el primer estrato de suciedad y de bálsamos…

Cambiando continuamente el agua y añadiendo a ellas productos aromáticos que las hacen detergentes;

Insistiendo hasta que la piel aparece limpia.

Van liberando así el tronco que habían tenido oprimido durante varios días…

Devolviendo así la forma humana a lo que antes habían hecho parecer un espectro.

Y conforme las vendas van cayendo y dejando el tronco libre…

Lo van lavando de toda la porquería y del bálsamo.

Cuando la figura humana emerge desnuda de la cintura para arriba…

Van apareciendo lentamente, la espalda descarnada, los hombros consumidos, los esqueléticos brazos;

las costillas apenas cubiertas de piel…

El vientre hundido…

Y a medida que las vendas van cayendo, limpian todo lo que va apareciendo…

Cambian constantemente el agua.

Hasta que la piel se ve clara y limpia.

Ya le han liberado y limpiado hasta las caderas.

Ahora pueden vestirlo con la túnica corta:

Una especie de camisón que supera la ingle y cuelga sobre los muslos.

Le sugieren que se siente para desatarlo y lavarle las piernas.

Porque a pesar de las vendas que ciñen las piernas y en la sábana puesta debajo de aquéllas,

la supuración ha sido tan abundante, que forma pequeños regueros en la tela del sudario.

El resucitado que ha regresado a la vida, se sienta en la silla que han dispuesto para ello.

Los siervos continúan en amorosa solicitud, con la orden dada…

Vendas, sábana y sudario han sido retirados…

Cuando limpian la cara de Lázaro, se la lavan y él ya puede ver…

Dirige su mirada a Jesús, antes incluso que a sus hermanas.

Y ahí se mantiene sin pestañear.

Mirando a su Jesús con una sonrisa de amor en los pálidos labios…

Y un brillo de llanto de contenido agradecimiento, en las profundas órbitas.

Se olvida y se abstrae de lo que sucede y le rodea.

Los siervos han terminado de lavar las piernas y en cuanto éstas quedan al descubierto…

Marta y María, señalando piernas y vendas, gritan muy fuerte porque…

¡Las piernas aparecen completamente cicatrizadas!

Las cicatrices rojo-cianóticas son el único indicio que señala dónde estaban las gangrenas.

Toda la multitud está pasmada y estupefacta;

por unos momentos se queda paralizada por el más increíble, maravilloso y absoluto asombro;

ante el portentoso milagro que se está desarrollando de manera innegable, ante los ojos de todos.

Entonces grita más fuerte.

Jesús sonríe a Lázaro, que mira por un instante sus piernas curadas…

Lázaro, con una sonrisa amorosa llena de gratitud y un llanto contenido en sus profundos ojos, mira a Jesús…

Y le sonríe…

También Jesús le sonríe, con un brillo de llanto en sus hermosos ojos de color zafiro.

Sin hablar, dirige la mirada de Lázaro hacia el cielo.

Lázaro comprende…

Y mueve los labios susurrando una plegaria silenciosa.

Martha piensa que quiere decir algo, porque cómo todavía no ha hablado…

Le pregunta:

–            ¿Qué quieres decirme, Lázaro mío?

Lázaro contesta:

–             Nada, Martha.

Daba gracias al Altísimo.

Su voz se oye fuerte y segura.

La gente lanza un ¡Ohhh!… De asombro.

La pronunciación es segura, fuerte la voz.

La gente exhala un nuevo «¡Oh!» de estupor.

Jesús y Lázaro…

Ellos no se preocupan de nadie…

Se miran mutuamente.

Lázaro sigue mirando a Jesús.

Vuelve a abstraerse de nuevo, mirando sin cesar a su Maestro.

Parece no poder saciarse de verlo.

Los judíos, fariseos, saduceos, escribas, rabíes, se acercan cautelosos,

para no contaminarse sus ricas y lujosas vestiduras.

Miran muy de cerca a Lázaro.

Miran pasmados a Jesús.

Pero ni Lázaro ni Jesús se ocupan de ellos.

Se miran…

Y todo lo demás no cuenta.

Los siervos le ponen las sandalias a Lázaro.

Éste se pone de pie.

Ágil, sano y seguro.

Toma la vestidura que María le alarga, se la pone él solo y se la ciñe a la cintura.

Se abrocha el cinturón;

se ajusta los pliegues.

Arremangándose, se lava las manos y los brazos hasta el codo.

Y luego con el agua limpia y perfumada…

Otra vez se lava la cabeza y la cara, hasta que siente que ya no tiene nada en ellas…

Y se siente completamente limpio…

Se seca los cabellos y el rostro.

Por un momento queda de pie, erguido y señorial como siempre lo ha sido, ante la vista de la multitud…

Ahí está, delgado y pálido, pero igual que todos.

Devuelve la toalla al siervo y se dirige a donde está Jesús.

Se postra.

Le besa los pies y lo adora.

Jesús se inclina.

Lo levanta poniéndole de pie.

Y lo estrecha contra su corazón.

Diciéndole:

–            ¡Bienvenido de nuevo, amigo mío!

La paz y la alegría sean contigo.

Vive para cumplir tu feliz destino y realizar tu bienaventurada suerte.

(Y aunque Lázaro es alto, no lo es tanto como Jesús)

El Maestro añade:

Levanta tu cara para darte el beso de saludo.

Jesús lo besa en las mejillas.

Lázaro corresponde haciendo lo propio besándolo en las mejillas,

mientras lágrimas silenciosas descienden de sus ojos.

Sólo después de haber venerado y besado al Maestro, Lázaro habla con sus hermanas y las besa.

Luego besa a Maximino, a Noemí, a Marcela y a Sarah que lloran de alegría…

También saluda y besa a José de Arimatea, a Nicodemo, a Simón Zelote, a Mannahém…

Además de los pastores y algún otro de los que son amigos muy íntimos.

Y mientras los familiares y amigos saludan a Lázaro…

Jesús va personalmente hacia uno de los criados, que tiene en sus brazos una bandeja con comida.

Toma una hogaza con miel, una manzana, un vaso con vino y los trae donde está el resucitado.

Los ofrece los bendice.

Luego se los da a Lázaro, para que coma y beba.

Éste los come con mucho apetito.

Todos exhalan otro « ¡Oh!» de estupor.

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