IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
551b Los apóstoles son informados del decreto del Sanedrín.
Jesús se levanta y se va.
Los apóstoles quedan espantados, perplejos…
Conmovidos.
Al principio, nadie se atreve a hablar.
Pedro es el primero en tomar la palabra:
– ¡Qué me trague el Infierno si lo abandono!
¡Estoy seguro de mí!
¡Aunque me atacasen todos los demonios que hay en la Genhna, con Leviatán al frente!
¡No me separaré de El por temor!
Felipe dice:
– Tampoco yo.
¿Voy a ser inferior a mis hijas?
Judas de Keriot afirma:
– Yo estoy seguro de que no le harán nada.
El sanhedrín amenaza.
Pero lo hace para hacernos ver que todavía vive.
Es el primero en saber que nada vale, si Roma no quiere.
¡Sus amenazas!…
¡Es Roma la que condena!
Andrés le hace notar:
– Pero en cosas religiosas, el sanhedrín es el Sanhedrín.
Al escucharlo, le empieza a hervir la sangre al impulsivo Pedro…
Y le replica en tono amenazador:
– ¿Tienes miedo hermano?
Ten en cuenta que en nuestra familia jamás ha habido gente vil.
Andrés replica:
– No tengo miedo y espero poder demostrarlo.
Tan solo respondí a Judas.
Judas de Keriot confirma:
– Tienes razón.
El error del Sanhedrín está en querer usar el arma política,
para no decir y que no se le diga que levantó su mano contra el Mesías.
Estoy seguro de ello.
Les gustaría hacer caer al Mesías en Pecado.
Y hasta lo han intentado, para hacerlo odioso a las multitudes.
¡Pero matarlo!…
¡Eh no!
¡Tienen demasiado miedo!
Un miedo que no tiene comparación, porque lo llevan dentro.
¡Saben muy bien, que Él es el Mesías!
Y tanto lo saben, que sienten que para ellos ha llegado el fin;
porque vienen los tiempos nuevos.
Quieren destruirlo.
Pero, ¿Destruirlo ellos?
¡No!
Eso no puede ser posible.
Por eso buscan una razón política;
para que sea el Procónsul…
Para que sea Roma, quien acabe con Él.
Pero el Mesías no hace sombra a Roma y Roma no le hará ningún mal.
El Sanhedrín aúlla en vano.
Pedro pregunta:
– ¿Entonces tú te quedas con Él?
Judas contesta decidido:
– ¡Claro!
¡Más que todos!
Zelote dice:
– Yo no pierdo o gano nada, quedándome o yéndome.
Tan solo tengo la obligación de amarlo y lo haré.
Bartolomé proclama:
– Yo lo reconozco como el Mesías y por esto lo sigo.
Santiago de Zebedeo afirma:
– También yo.
Lo creí, desde el momento en que Juan Bautista me lo señaló.
Tadeo dice:
– Nosotros somos sus hermanos.
A la Fe hemos juntado el amor de la sangre.
¿No es verdad Santiago?
Santiago de Alfeo responde:
– Desde hace años, Él es mi sol.
Sigo su trayectoria.
Si cae en el abismo que le habrán abierto sus enemigos, lo seguiré.
Mateo dice:
¿Puedo olvidar que me redimió?
Tomás exclama:
– Mi padre me maldeciría siete veces siete, si lo abandonase.
Por otra parte, tan solo por el amor a María, yo no me separaría jamás de Jesús.
Juan no habla.
Está con la cabeza inclinada, abatido.
Los demás toman esta actitud como debilidad y le preguntan:
– ¿Y tú?
¿Eres el único en quererte ir?
Levanta su cara tan franca en sus gestos como en su mirada y clavando sus ojos azules en ellos dice:
– Yo estaba rogando por todos vosotros.
Queremos hacer.
Decidir por nuestras propias fuerzas…
Y no nos damos cuenta de que al hacerlo así, dudamos de las palabras del Maestro.
Si Él asegura que no estamos preparados, estará en lo cierto.
Si no lo hemos logrado en tres años…
¿Vamos a lograrlo en pocos meses?…
Todos lo atacan como regañándolo:
– ¿Qué estás diciendo?
– ¿En pocos meses?
– ¿Qué sabes tú?
– ¿Eres profeta?
Juan contesta:
– No soy nada.
Judas de Keriot grita con rabia:
– ¡Y entonces!…
¿Qué sabes tú?
¿Él te lo dijo acaso?
Juan le responde:
– Amigo.
No me odies si comprendo que la tranquilidad se está acabando.
¿Cuándo será?
No lo sé.
Pero sí llegará el fin.
Él lo dice.
¡Cuántas veces lo ha dicho!…
¿Acaso no escuchamos?
No queremos creer.
El Odio de los otros, son la señal de que sus palabras son verdaderas…
Y por eso prefiero orar;
porque no hay otra cosa que hacer.
Pedir a Dios que nos haga fuertes.
¿No te acuerdas Judas que Él nos dijo que Él había orado a su Padre, para tener fuerzas en las Tentaciones?
La fuerza viene de Dios.
Yo imito a mi Maestro, como es razonable hacerlo…
Pedro le pregunta:
– ¿Entonces te quedas?
– ¿Y adonde quieres que yo vaya, si no me quedo con Él, que es mi vida y mi todo?
Como solo soy un pobre jovencillo, el más necesitado de todos.
Todo lo pido a Dios, Padre de Jesús y nuestro…
Pedro declara:
– Dicho está.
Nos quedamos todos.
Vamos a donde está.
Ha de estar triste.
Nuestra fidelidad lo contentará.
Jesús está orando de rodillas, con el rostro inclinado sobre la hierba.
Se yergue al oír el ruido de las pisadas.
Y mira a los Doce con una mirada seria y un poco triste.
Pedro dice:
– Alégrate Maestro.
Ninguno de nosotros te abandona.
Jesús advierte:
– Tomasteis muy pronto vuestra decisión…
Pedro reitera:
– Las horas y los siglos, no cambiarán nuestra decisión.
Iscariote proclama:
– Ni las amenazas nuestro amor.
Jesús los mira de uno por uno.
Una mirada larga, profunda;
que los Doce sostienen sin vacilaciones.
Su mirada se detiene de una manera muy especial en Judas;
que lo mira a su vez, con más seguridad que todos los demás.
Jesús abre sus brazos con un acto de resignación y dice:
– Vámonos.
Todos vosotros habéis sellado vuestro destino.
Regresa a tomar su alforja y ordena:
– Tomemos el camino que nos indicaron que lleva a Efraím.
La sorpresa no tiene límites…
Y todos preguntan:
– ¿A Samaría?
– A los confines de Samaría.
Juan también fue a esos lugares, para vivir predicando al Mesías, hasta que llegase su hora.
Santiago de Zebedeo objeta:
– Sin embargo no se salvó.
– No busco salvarme, sino salvar.
Y salvaré en la Hora Señalada.
El Pastor Perseguido va a donde están las ovejas más infelices…
Y con paso rápido se ponen en camino.
Cuando llegan al arroyo que corre de Efraím al Jordán,
Jesús llama a Pedro y a Bartolomé…
Les da una bolsa diciendo:
– Adelantaos y buscad a María de Jacob.
Recuerdo que Malaquías me dijo que era la más pobre del lugar, pese a su gran casa.
Ahí nos hospedaremos.
Dadle suficiente dinero para que nos hospede sin molestias.
Conocéis la casa.
Tiene cuatro granados.
Está cerca del puente que da al torrente.
Pedro y Bartolomé contestan:
– Los conocemos, Maestro.
– Haremos como ordenas.
Y rápidos se van.
Jesús los sigue lentamente junto con los demás…