856 Precauciones Imprescindibles
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
559a En Efraím
Es plenamente de noche.
Una noche sin Luna, aunque clara de estrellas.
No es posible saber la hora que es, pues no se ve la posición de la luna ni su fase.
Pero es una noche serena.
Todo Efraím ha desaparecido bajo el velo negro de la noche.
El torrente también.
Ahora sólo se escucha su rumor…
Sus espumas y reflejos han quedado totalmente anulados, bajo la bóveda verde de los árboles de las orillas,
que son obstáculo incluso para esa luz no luz, que viene de las estrellas.
Un pájaro nocturno se lamenta en algún lugar.
Luego se calla a causa de un rumor de ramajes y crujir de cañas…
Un rumor proveniente de la parte de la montaña y que se va acercando a la casa siguiendo el torrente.
Luego una forma alta y robusta surge de la orilla por el sendero que sube hacia la casa.
Se detiene un poco como para orientarse.
Pasa al ras de la pared, tanteándola con las manos;
encuentra la puerta.
La roza, pero sigue adelante.
Dobla, aún tanteando, la esquina de la casa.
Llega a la pequeña puertecita del huerto.
La palpa, la abre, la empuja, entra.
Ahora va al ras de las paredes que dan al huerto.
Cuando llega a la puerta de la cocina, vacila;
pero luego continúa hasta la escalerita externa.
Sube ésta a tientas.
Se sienta en el último escalón.
Una sombra oscura que se pierde en la sombra de la noche.
Pero por el Oriente, el color del cielo nocturno…
Un entrecielo oscuro percibido como tal sólo por estar tachonado de estrellas;
empieza a cambiar de tonalidad, a tomar un color que el ojo logra percibir como tal:
Un color ceniciento oscuro de pizarra, que parece bruma densa y humosa…
Y es el claror del alba que avanza:
Se produce lentamente el cotidiano milagro nuevo de la luz que regresa.
La persona, acurrucada en el suelo, toda ovillada y cubierta con el manto oscuro, se mueve…
Ahora se estira, levanta la cabeza, echa un poco hacia atrás el manto.
Ya es posible descubrir su identidad…
Está vestido como un hombre cualquiera, con una gruesa túnica marrón y un manto igual;
es una tela sencilla, de trabajador o peregrino…
Sin franjas, hebillas ni cinturones.
Un cordón de lana trenzada sujeta la túnica a la cintura.
Se pone en píe.
Se desentorpece.
Mira al cielo, donde la luz avanza y ya permite ver lo que hay alrededor.
Es una noche serena y llena de estrellas.
Efraím está envuelto en los velos nocturnos.
El arroyo no es más que un murmullo en el silencio.
En el Oriente, clarea el alba.
Una puerta abajo, se abre chirriando.
El que espera, se asoma sin hacer ruido, para ver quién sale de casa.
Es Jesús, que suavemente cierra de nuevo la puerta y se dirige hacia la escalera.
La persona que estaba acuclillada en el suelo, cubierta bajo un manto oscuro;
se pone de pie al oír que se abre la puerta de la cocina…
Jesús sale.
Un carraspeo discreto llama su atención, levanta la cabeza y se detiene a media escalera…
El hombre se inclina para saludarlo…
Diciendo en voz baja:
– Soy yo, Maestro.
Soy Mannahém.
Ven, ven, que tengo que decirte algo.
Te he estado esperando.
La varonil voz es apenas un susurro…
Mientras el hermano de Herodes se inclina deferente, saludando.
Jesús sube los últimos escalones,
preguntando:
– La paz sea contigo.
¿Cuándo viniste?
¿Cómo?
¿Por qué?…
Mannahém dice:
– Creo que apenas había pasado el galicinio, cuando he puesto pie aquí.
He estado en aquellos matorrales allá en el fondo, desde la segunda vigilia de ayer por la noche.
Jesús exclama admirado:
– ¡Toda la noche, bajo el sereno!
– No había otra solución.
Tenía que hablarte a solas.
Esperé a que salieras para orar.
Alabado sea el Altísimo.
– Eternamente lo sea. -contesta Jesús.
Y mira a Mannahém.
Trae un vestido común y corriente de color café y un manto más oscuro, de tela tosca.
No luce ninguna de sus acostumbradas joyas…
Ni tampoco los riquísimos adornos que siempre resaltan sus finas vestiduras.
Parece un trabajador común o un peregrino.
Está irreconocible…
Mannahém explica:
– Tenía que conocer el camino para venir…
Y la casa, sin ser visto.
Por eso vine de día y me metí entre la espesura allá arriba.
Vi aquietarse la actividad en la ciudad.
Vi a Judas y a Juan volver a casa.
Es más, Juan pasó casi a mi lado con su carga de leña.
Pero no me vio, porque yo estaba muy adentrado en lo profundo de la espesura.
Mientras hubo luz para ver, observé a una anciana entrar y salir…
También que ardía la lumbre en la cocina.
Y te ví a Tí…
Que Tú bajabas de aquí arriba ya en pleno crepúsculo.
Cuando que cerrabais la casa.
Entonces vine con la luz de la luna nueva y estudié el camino.
Entré incluso en el huerto.
Aquella puertita es menos útil que si no estuviera.
Oí que hablabais…
Pero yo tenía que hablarte a solas.
Me marché para volver a la tercera vigilia y estar aquí.
Sé que normalmente te levantas a orar antes de que se haga de día.
Y esperaba que también hoy lo hicieras.
Alabo al Altísimo porque haya sido así.
– ¡Toda la noche al raso!
¿Pero cuál es el motivo para tener que verme con tanta incomodidad?
– No había otra solución.
Tenía que hablar contigo a solas.
Jesús le pregunta:
– ¿Por qué tantas precauciones?
Mannahém responde:
– Maestro…
José y Nicodemo quieren hablarte y han tratado de hacerlo, burlando cualquier vigilancia.
Lo intentaron varias veces…
Pero parece que Belcebú ayuda a tus enemigos…
Tuvieron que renunciar…
Porque tanto su casa como la de Nique, tienen vigilancia continua.
Ella es una mujer valiente.
Se puso en camino ella sola, por Adomín.
Pero la siguieron y se detuvo cerca de la ‘cuesta sangrienta’…
(Llamaban “Cuesta de la Sangre”a un punto del monte Adomín,
por los delitos que en ese lugar llevaban a cabo los bandoleros).
Para no revelar el lugar en que estabas…
Y para justificar las provisiones que llevaba en su cabalgadura, les dijo:
“Voy a ver a un hermano mío que está en una gruta en los montes.
Si queréis venir, vosotros que enseñáis lo de Dios, haréis una obra santa,
porque está enfermo y tiene necesidad de Dios.”
Y con esta audacia los persuadió a irse.
Pero ya no se atrevió a venir aquí.
Y fue en realidad a ver a alguien que está en una gruta y que Tú le confiaste…
Le llevó lo que traía para Tí.
– Es verdad.
¿Pero cómo lo hizo saber Nique a los demás?…
– Fue a Bethania.
Lázaro no está.
Y María no es una mujer que tiemble ante nadie…
Se vistió como quizás no lo hizo Esther para ir donde el rey;
como una reina…
Y fue al Templo, públicamente con Sara y Noemí.
Luego a su palacio de Sión.
Y, mientras…
Taimadamente los judíos iban o mandaban a alguien donde ella para…
Honrarla.
Así podían verla como señora en su casa;
Noemí, anciana y vestida modestamente, iba a Bezetha, donde el José el Anciano.
Y así llegó a la casa de José de Arimatea con el recado.
Nos pusimos de acuerdo en que yo vendría, porque nadie sospecha de mí…
Pues soy un nómada que va de un palacio de Herodes a otro.
A decirte que antes del ocaso del Viernes al Sábado, José y Nicodemo, uno de Arimatea y otro desde Rama;
vendrán y te esperarán en Gofená.
Conozco el lugar y el camino.
Vendré aquí al atardecer para guiarte.
Yo te llevaré…
De mí te puedes fiar.
Pero fíate sólo de mí, Maestro.
José te ruega que nadie sepa de este encuentro;
por el bien de todos.
– También por el tuyo, Mannahém.
– Señor…
Yo soy yo.
Yo no tengo bienes que cuidar, ni intereses de familia, como José.
– Y esto confirma mis palabras de que las riquezas materiales, son siempre un peso…
Puedes decirle a José que nadie sabrá de nuestro encuentro.
– Entonces puedo marcharme, Maestro.
El sol ya ha salido y podrían levantarse tus discípulos.
– Bien, márchate.
Y que Dios esté contigo.
Pero antes de irte…
Ven.
Te mostraré el punto donde nos encontraremos la noche del sábado…
Bajan sin hacer ruido y salen del huerto.
Siguiendo luego a la ribera del torrente…
855 Prepotencia del Desamor
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
559 En Efraím, peregrinos de la Decápolis.
La noticia de que Jesús está en Efraím, debe haberse difundido ampliamente…
Porque ya son muchos los que vienen a buscarlo:
La mayor parte, enfermos…
Alguna persona afligida por algo o que tiene deseos de verlo.
Llega un grupo de la Decápolis a buscar a Jesús.
Judas los recibe diciendo:
– El Maestro no está.
Estamos yo y Juan.
Y es lo mismo.
Decid pues, qué deseáis y nosotros lo haremos.
Un hombre objeta:
– Pero jamás podréis enseñar lo que Él enseña.
– ¡Piensa que nosotros somos otro Él!
Somos igual que Él, recuérdalo siempre.
Pero si quieres oír al Maestro en persona vuelve antes del sábado y márchate después del sábado.
El Maestro es ahora un verdadero Maestro.
Ya no habla en los caminos, bosques, encima de los peñascos como un vagabundo…
Y a cualquier hora, como un esclavo.
Aquí habla el sábado, como es conveniente para Él.
¡Y hace bien!
¡Para lo que le ha servido agotarse de fatigas y amor!
– Nosotros no tenemos la culpa de que los judíos…
– ¡Todos!
¡Todos!…
¡Judíos y no judíos!
Todos sois iguales y lo seréis.
Él es todo para vosotros…
Y vosotros nada para Él.
El da, vosotros no.
Ni siquiera la limosna que se da al mendigo.
– Pero nosotros traemos la oferta.
Mírala si no nos crees.
Juan que ha estado callado, pero que sufre visiblemente…
Mira a Judas con ojos suplicantes, de amonestación, de reproche, de consejo.
Pero ya no puede contenerse…
Cuando Judas extiende su mano para recibir la oferta;
Juan le pone su mano sobre el brazo…
Y le dice:
– No, Judas.
Esto no.
Conoces las órdenes del Maestro.
Y volviéndose a los peregrinos agrega:
– Judas se ha explicado mal…
No es eso lo que quería decir mi compañero.
Y vosotros no lo comprendisteis bien.
Lo que mi compañero quiso decir es que se trata de una oferta de Fe sincera.
De un amor fiel que nosotros y todos vosotros debemos dar, por lo mucho que el Maestro nos da.
Cuando peregrinábamos por Palestina,
Él aceptaba vuestras dádivas porque eran necesarias para nuestro camino…
Porque encontrábamos a muchos mendigos en él…
Que nos hablaban de situaciones ocultas de miseria.
Ahora aquí…
Alabada sea la providencia, no nos falta nada y tampoco encontramos menesterosos.
Tomad vuestra oferta y dadla en el Nombre de Jesús, a quién la necesite, a los desdichados.
Éstos son los deseos del Señor y Maestro nuestro.
Y las órdenes que ha dado a nuestros compañeros que andan evangelizando por los diversos poblados.
Pero si tenéis enfermos entre vosotros…
O a alguno que tenga verdadera necesidad de hablar con el Maestro, pues decidlo.
Lo iré a buscar a donde se aísla para orar…
Pues su espíritu anhela recogerse en el Señor.
Judas murmura entre dientes:
– Santurrón estúpido y entrometido…
Se sienta junto al horno encendido y parece desinteresarse de lo que pasa.
El hombre dice a Juan:
– Verdaderamente…
No tenemos grandes necesidades.
Pero hemos sabido que estaba aquí y hemos cruzado el río para venir a verlo.
Si os hemos causado alguna molestia…
De todas formas, si hemos hecho mal…
Juan contesta:
– No hermanos.
No es ningún mal amarlo y buscarlo…
Incluso con fatiga, incomodidades y esfuerzo.
No es ninguna molestia que lo busquéis.
Vuestra voluntad tendrá buena recompensa.
Voy a anunciar al Señor que habéis venido y Él vendrá.
Pero si no viniese os traeré su Bendición.
Juan sale al huerto para ir a buscar al Maestro.
Judas lo alcanza y le ordena con imperio:
– ¡Deja!
Que yo voy.
Y sale corriendo.
Juan lo ve irse, pero no dice nada.
Entra de nuevo en la cocina;
donde están bastante estrechos, los peregrinos.
Casi inmediatamente les propone:
– Vamos al encuentro del Maestro.
– ¿Pero si no quisiera?…
– ¡Oh!…
¡No os preocupéis de lo que pasó!
¡No deis a un malentendido más importancia de la que tiene, os lo ruego!
Vosotros sabéis cuáles son las razones de nuestra presencia aquí.
Son los demás los que obligan al Maestro a estas medidas de reserva.
Ciertamente, no es la voluntad de su corazón;
que siempre guarda los mismos sentimientos de afecto para todos vosotros.
No es que Él lo quiera.
Él siempre conserva el mismo amor por todos vosotros.
– Lo sabemos.
Los primeros días que siguieron a la lectura del decreto,
se dieron a buscarlo afanosamente en la Transjordania y en los lugares donde pensaban que pudiera estar.
En Betabara, Bethania. Pel.la, Ramot Galaad, e incluso más allá.
Y sabemos que lo mismo hicieron en Judea y Galilea.
Las casas de sus amigos han estado muy vigiladas.
Porque…
Si bien es cierto que son muchos sus amigos y discípulos;
muchos son también los que no son amigos…
Y creen servir al Altísimo, persiguiéndolo.
Luego las pesquisas cesaron.
Y se esparció la voz de que está aquí.
– ¿Pero vosotros por quién lo habéis sabido?
– Unos discípulos suyos.
Juan los mira extrañadísimo y pregunta:
– ¿Mis compañeros?
¿Dónde?
– No.
Ninguno de ellos.
Son otros…
Nuevos…
Porque nunca los hemos visto con el Maestro, ni con discípulos antiguos.
Hasta nos sorprendió que nos dijeran en donde estaba escondido.
Es más…
Nos extrañó el que Él hubiera mandado a unos desconocidos, con el encargo de decir dónde estaba;
pero también pensamos después, que quizás lo hubiera hecho;
porque los judíos no conocían a los nuevos, como discípulos.
– No sé que os dirá el Maestro.
Por mi parte os aseguro que de ahora en adelante, no debéis confiar sino en discípulos conocidos.
Sed prudentes.
Todos los de esta región, saben lo que le pasó al Bautista…
– Piensas que…
¿Crees que…?
– Juan fué odiado sólo por una persona…
Fue aprehendido y muerto.
¿Qué no le sucederá a Jesús, a quien odian por igual en el Palacio y el Templo;
fariseos, escribas, sacerdotes y herodianos?
Sed pues prudentes, estad muy atentos…
Para que no tengáis después remordimientos de conciencia…
Miradlo ahí…
¡Vedlo que ya viene!
Vamos a su encuentro…
854 La Redención
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
558a Con la comitiva que regresa a Siquem.
Jesús ha dicho:
… Pero, si no hay fatiga, no hay mérito…
Y tampoco hay mucho beneficio;
porque pocas conquistas se hacen, si uno se limita a aquellos que ya están en la justicia.
No sería Yo, si no tratase de redimir a todos los hombres…
Primero en orden a la Verdad, luego en orden a la Gracia.
El hombre de Siquem pregunta:
– ¿Y piensas lograrlo?
¿Qué vas a poder hacer, más de lo que has hecho ya, para convencer a tus adversarios de lo que dices?
¡¿Qué…?!
¿Si ni siquiera la resurrección del hombre de Bethania ha valido…
Para que los judíos digan que eres el Mesías de Dios?
– Me queda por hacer algo aún mayor, mucho mayor que lo hecho.
– ¿Cuándo, Señor?
– Con la Luna llena de Nisán.
Poned atención entonces.
– ¿Habrá una señal en el cielo?
Se dice que cuando naciste el cielo habló con luces, cantos y estrellas extraños.
– Es verdad.
Para decir que la Luz había venido al mundo.
En Nisán habrá señales en el cielo y en la tierra.
Parecerá el fin del mundo a causa de las tinieblas, el temblor y el bramido de rayos y terremotos;
en el firmamento y en las entrañas abiertas de la Tierra.
Pero no será el final;
antes al contrario, será el principio.
Cuando vine, el Cielo dio a luz para los hombres al Salvador.
Y por ser acto de Dios, la paz fue compañera del acontecimiento.
En Nisán será la Tierra la que con voluntad propia, dará a luz para sí al Redentor…
Y por ser acto de hombres, la paz no será su compañera;
sino que lo que habrá será una horrenda convulsión.
Entre el horror del momento de este mundo y del Infierno;
la Tierra abrirá su seno bajo las saetas encendidas con el fuego de la ira divina.
Expresará a gritos su voluntad, demasiado ebria como para conocer su alcance;
demasiado endemoniada como para evitarla.
Cual desquiciada parturienta, creerá estar destruyendo el fruto considerado maldito…
Y no comprenderá que al contrario;
lo estará elevando a lugares en que jamás será alcanzado por dolor ni asechanza algunos.
El Árbol, el nuevo árbol, desde entonces extenderá sus ramas por toda la Tierra, durante todos los siglos.
El que ahora os habla será reconocido, con amor u odio, como verdadero Hijo de Dios y Mesías del Señor.
Y…
¡Ay de aquellos que lo reconozcan sin querer confesarlo y sin convertirse a Él!
– ¿Dónde sucederá esto, Señor?
– En Jerusalén.
Ciertamente es la ciudad del Señor.
– Entonces nosotros no estaremos presentes;
porque en Nisán la Pascua nos retiene aquí.
Somos fieles a nuestro Templo.
– Mejor sería que fuerais fieles al Templo Vivo que no está en el Moriah ni en el Garizim;
sino que siendo Divino, es Universal.
Pero sé esperar vuestra hora…
La hora en que amaréis a Dios y a su Mesías en espíritu y verdad.
– Nosotros creemos que Tú eres el Cristo.
Por eso te amamos.
– Amar es dejar el pasado, para entrar en Mi Presente.
No me amáis todavía con perfección.
Los samaritanos se miran de refilón y callan.
Luego uno dice:
– Por Tí…
Por ir donde Tí, lo haríamos.
Pero no podemos, aunque quisiéramos, entrar donde están los judíos.
Tú esto lo sabes.
Los judíos no nos aceptan…
– Ni vosotros a ellos.
Pero estad tranquilos, que dentro de poco ya no habrá dos regiones,
ni dos Templos, ni dos modos de pensar opuestos.
Habrá un único Pueblo, un único Templo, una única Fe para todos los que deseen la Verdad.
Ahora os dejo.
Los niños ya están consolados y distraídos.
Y para Mí es largo el camino de regreso a Efraím, para llegar antes de que desciendan las tinieblas.
No os intranquilicéis.
Vuestros gestos podrían llamar la atención de los pequeños…
Y no conviene que se den cuenta de que me marcho.
Seguid vuestro camino.
Yo voy a estar aquí.
Que el Señor os guíe por los senderos de la Tierra y por los senderos de su Camino.
Idos.
Jesús se acerca al monte y deja que se alejen.
Lo último que se percibe, de la caravana que vuelve a Siquem;
es la alegre risa de un niño.
Una risa que se propaga por los silencios del camino montano.
853 La Gota Sobre el Basalto
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
558 Con la comitiva que regresa a Siquem.
Jesús va avanzando por un camino solitario;
delante de Él, los parientes de los niños;
a su lado, los de Siquem.
Están en una zona desierta.
No se ve ningún centro habitado.
A los niños los han montado en unos burritos cuyos ramales lleva un pariente, cuidando del niño.
Los de Siquem han preferido ir a pie para estar cerca de Jesús y preceden al grupo de los hombres.
Los otros burritos, libres de jinetes van en manada y rebuznando de vez en cuando de alegría,
por volver al establo sin peso alguno, en un espléndido día…
Entre lindazos orlados de hierba nueva, en la que de vez en cuando hunden sus ollares para saborear un bocado.
Y luego, con ambladura juguetona, caracolean y dan alcance a sus compañeros cabalgados;
lo cual hace reír a los niños.
Jesús habla con los de Siquem o escucha sus conversaciones.
Es patente que los samaritanos se sienten orgullosos de tener con ellos al Maestro.
Y sueñan más de lo que conviene…
Tanto, que señalando los montes altos que están a la izquierda de quien camina hacia el Norte…
dicen a Jesús:
– ¿Ves?
Mala fama tienen el Ebal y el Garizim.
Pero, para ti al menos, son mucho mejores que Sión.
Y serían totalmente buenos si Tú quisieras, eligiéndolos como morada tuya.
Sión es siempre guarida de los Jebuseos.
Y los de ahora son para ti todavía más enemigos que los antiguos para David.
Él, porque hizo uso de la violencia, tomó la ciudadela…
(toma de Jerusalén, narrada en 2 Samuel 5, 6-10; 1 Crónicas 11, 4-9)
Pero Tú, que no haces uso de la violencia, no reinarás allí.
Nunca.
Quédate aquí con nosotros, Señor;
que nosotros te honraremos.
Jesús responde:
– Decidme:
¿Me habríais amado, si con violencia os hubiera querido conquistar?
– Verdaderamente…
No.
Te queremos precisamente porque eres todo amor.
– ¿Por esto entonces, por el amor, reino en vuestros corazones?
– Así es, Maestro.
Pero es porque hemos acogido tu amor.
Ellos, los de Jerusalén, no te aman.
– Es verdad.
No me aman.
Pero, vosotros que sois todos muy expertos en el comercio, decidme:
Cuando queréis vender, comprar y ganar…
¿Acaso os desalentáis porque en ciertos lugares no os estimen?
¿O más bien, realizáis igualmente vuestros negocios preocupándoos sólo de hacer buenas compras y ventas…
Sin tener en cuenta si del dinero que ganáis, está ausente la estima de quien con vosotros ha comprado o vendido?»
– Sólo nos preocupamos del negocio.
Poco nos importa si al negocio le falta la estima de quien trata con nosotros.
Terminado el negocio, terminado el contacto.
La ganancia queda.
El resto…
No tiene valor.
– Bueno, pues Yo también.
Yo, que he venido a actuar los intereses del Padre mío, me debo preocupar sólo de esto.
Que luego, en donde actúo estos intereses, encuentre estima, burla o frialdad, eso a mí no me preocupa.
En una ciudad comercial, no con todos se gana;
no con todos se hacen compras y ventas;
sino que aunque se trate con uno sólo, si se saca una buena ganancia, se dice que ese viaje no ha sido inútil.
Y se vuelve una y otra vez.
Porque lo que la primera vez no se obtiene sino con uno;
se obtiene con tres la segunda, con siete la cuarta, con muchos las otras.
¿No es así?
Yo, respecto a las conquistas para el Cielo, hago como vosotros para vuestros negocios:
Insisto, persevero, encuentro que es suficiente la pequeña, en cuanto al número…
Pero grande…
Porque una sola alma salvada es ya una cosa grande, grande compensación conseguida con mi esfuerzo.
Por conquistar, como Rey del espíritu, aunque sólo sea a un súbdito…
Cada vez que voy allí y supero todo lo que puede ser una reacción del Hombre;
no digo, no, que haya sido inútil el que haya ido, ni que hayan sido inútiles los dolores o las fatigas;
al contrario, digo que las burlas, injurias y acusaciones han sido santas, dulces, deseables.
No sería un buen conquistador, si me detuviera ante los obstáculos representados por graníticas fortalezas.
– Pero necesitarías siglos para superar estos obstáculos.
Tú…
Eres un hombre y no vivirás siglos.
¿Por qué perder tu tiempo donde no te aceptan?
– Viviré mucho menos.
Es más, pronto ya no estaré con vosotros.
Dejaré de ver albas y ocasos, en cuanto hitos de días que surgen y días que concluyen.
Y los contemplaré únicamente como bellezas de la Creación…
Alabaré por ellos al Creador que los hizo y que es Padre mío;
dejaré de ver el florecimiento de las plantas y la maduración de los cereales.
Y no tendré necesidad de los frutos de la tierra para mantenerme en vida;
porque, una vez que haya vuelto a mi Reino, me nutriré de amor.
Pero a pesar de todo, derribaré esas muchas fortalezas fuertemente cerradas,
que son los corazones de los hombres.
Observad esa piedra de ahí, bajo aquel manantial, en la ladera del monte.
El manantial es muy sutil.
Yo diría que más que fluir, gotea:
Una gota que lleva cayendo quizás siglos en aquella roca que sobresale de la ladera del monte.
Y la piedra es muy dura.
No es caliza friable ni blando alabastro.
Es basalto durísimo.
Y sin embargo, fijaos cómo en el centro de la piedra convexa.
Y a pesar de serlo, se ha formado una minúscula balsa, no mayor que el cáliz de un nenúfar;
pero sí suficiente para reflejar el cielo azul y dar de beber a los pájaros.
¿Esa concavidad en la roca convexa;
acaso la ha hecho el hombre para engastar una gema azul en la piedra obscura
y poner en ella un cuenco refrescante para los pájaros?
No.
El hombre no se ha ocupado de ello.
Quizás, durante el transcurso de los muchos siglos en que los hombres vamos pasando
por delante de esta roca excavada por una gota secular con su inexorable y rítmico trabajo;
nosotros somos los primeros en observar este basalto negro con su turquesa líquida en el centro.
Admiramos su belleza.
Y alabamos al Eterno por haber querido que existiera para delectación de nuestros ojos
y refrigerio de los pájaros que anidan por aquí cerca.
Pero decidme:
¿Acaso la primera gota que brotó por debajo del saliente basáltico situado encima de la roca…
Que cayó desde esa altura sobre esta piedra…
fue la que excavó el cuenco que refleja el cielo, el Sol, las nubes y las estrellas?
No.
Millones y millones de gotas;
una tras otra, una tras otra, se han ido sucediendo, brotando como una lágrima allá arriba,
bajando tornasoladas a golpear contra la piedra.
Con una nota de arpa al morir en ella;
han ido rebajando, en medida inmensurable por su pequeñez, la materia dura.
Y así siglos y siglos…
Con el movimiento de los granos en un reloj de arena, marcando el tiempo:
Tantas gotas por hora, tantas en el curso de una vigilia, tantas entre el alba y el ocaso;
tantas de una a otra neomenia…
De Nisán a Nisán y de siglo a siglo.
Resistente la piedra, persistente la gota.
El hombre, que es soberbio y por tanto, impaciente y ocioso;
habría arrojado maceta y uñeta después de los primeros golpes…
Diciendo:
“Esto no se puede excavar”
La gota ha excavado.
Era lo que debía hacer;
aquello para lo que fue creada.
Ha rezumado una gota tras otra, durante siglos, hasta excavar la piedra.
Y no se ha detenido luego diciendo:
“Ahora se encargará el cielo de alimentar el cuenco que yo he excavado,
con el rocío y las lluvias, la escarcha y las nieves”
No, ha seguido cayendo…
Y ella sola llena el minúsculo cuenco en el tiempo del calor veraniego o del rigor invernal.
Mientras que las lluvias, violentas o suaves, fruncen la pileta;
pero no pueden embellecerla, ni ensancharla, ni ahondarla…
Pues ya está colmada y es ya útil y hermosa.
El manantial sabe que sus hijas, las gotas, van a morir en la pequeña cavidad, pero no las retiene;
al contrario, las mueve a ir hacia su sacrificio.
Para que no estén solas y se pongan tristes, les envía nuevas hermanas, de manera que la que muera no esté sola…
Y se vea perpetuada en otras.
Yo también, siendo el primero en golpear;
en golpear cien, mil veces, contra las fortalezas duras de los duros corazones…
Y perpetuándome en mis sucesores, a los cuales enviaré hasta el final de los siglos…
Abriré en ellas hendeduras.
Mi Ley entrará como un sol a dondequiera que haya criaturas.
Y si luego éstas no quieren la Luz y cierran las hendeduras que el inexhausto trabajo haya abierto;
Yo y mis sucesores no tendremos culpa de ello ante los ojos del Padre nuestro.
Si ese manantial se hubiera abierto otro canal al ver la dureza de la roca y hubiera goteado más allá…
Donde hay terreno herboso…
Decidme vosotros si tendríamos esa gema brillante.
Y los pájaros ese límpido refrigerio.
– Ni siquiera se le hubiera visto, Maestro.
Como mucho…
Un poco de hierba un poco más tupida incluso en verano, habría indicado e1 sitio donde el hilo de agua goteaba…
O incluso, habiéndose podrido las raíces por la continua humedad, habría menos hierba que en otras partes.
Y fanguillo…
Nada más.
Sería por tanto, un goteo inútil.
– Vosotros lo habéis dicho.
Un inútil, al menos ocioso, goteo.
Yo también;
si se diera el caso de que prefiriera únicamente aquellos lugares,
donde los corazones están dispuestos a acogerme por justicia o simpatía;
llevaría a cabo un trabajo imperfecto;
porque trabajaría, sí;
pero sin fatiga.
Es más, con mucha satisfacción del ‘yo’, con un complaciente compromiso entre el deber y el gusto.
Ya no pesa trabajar donde a uno lo rodea el amor…
Y donde el amor hace dúctiles a las almas que uno debe labrar.
Pero, si no hay fatiga, no hay mérito.
Y tampoco hay mucho beneficio;
porque pocas conquistas se hacen, si uno se limita a aquellos que ya están en la justicia.
No sería Yo, si no tratase de redimir…
A todos los hombres.
Primero en orden a la Verdad, luego en orden a la Gracia…
852 La Caridad No Tiene Límites
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
557a Llegan de Siquem los parientes de los tres niños arrebatados a los bandoleros.
Judas rompe repentinamente el silencio atento de todos, con una irónica carcajada.
Y grita:
– ¡Su conversión!
¡Verdaderamente total!
Jesús lo mira con severidad.
Los demás, con asombro.
El que estaba hablando continúa:
– ¿Y qué más podías pedir de ellos?
¿No era suficiente que llegaran a nuestra casa con el pastorcillo, desafiando los peligros;
sin haber tocado nada y sin pretender la merced?
El que vive mal, se porta siempre mal.
Desgraciada vida, requiere desgraciada costumbre.
Seguro que no fue abundante el botín que sacaron de ese necio, muerto como un indigente…
No fue abundante.
Pues no le quitaron gran cosa al difunto.
Era apenas suficiente, para quienes deben suspender sus rapiñas durante diez días al menos.
Tanto nos asombró su honestidad…
Tanto, que les preguntamos que qué voz les había hablado, inculcando esta piedad.
En un principio sólo sabíamos que el marido de nuestra hermana se había muerto…
Que los niños estaban en Efraím con un justo.
Luego que este justo que era un rabí, había hablado con ellos.
Y así supimos que un rabí les había hablado…
Inmediatamente pensamos que eras Tú.
¡Un rabí!
Nos sorprendió su honradez y el saber que los niños estaban en Efraím contigo.
Nos dijeron que habías hablado con ellos y por eso tuvieron piedad.
¡Sólo Tú!
Porque ningún otro rabí de Israel podría hacer lo que Tú has hecho.
Una vez que se marcharon…
Preguntamos mejor al amedrentado pastorcito y supimos con más exactitud las cosas.
Llegados a Siquem al rayar el alba, nos asesoramos con éstos;
porque todavía no estábamos decididos respecto a hacernos cargo de los niños o no.
Pero éstos nos dijeron:
“¡Cómo!…
¿Y vais a hacer que el amor del Rabí de Nazaret por esos niños haya sido inútil?
Porque seguro que es Él, no lo dudéis.
Es más, vamos todos donde Él…
Porque su benignidad para con los hijos de Samaria es grande”
Dejando arregladas nuestras cosas, hemos venido.
Maestro, es un duro encuentro para nosotros.
Esos niños nos recuerdan todas nuestras angustias.
Todavía dudamos si hacernos cargo de ellos.
Son hijos del más fiero enemigo que jamás tuvimos en el mundo…
– Son hijos de Dios.
Son inocentes.
La muerte anula el pasado y la expiación obtiene perdón, por parte de Dios también.
¿Queréis ser más severos que Dios?
¿Más crueles que los bandidos?
¿Más obstinados que ellos?
Los bandidos querían matar al pastorcillo y quedarse con los niños:
Matar al zagal, por precavida defensa;
quedarse con los niños, por compasión humana hacia los indefensos.
El Rabí habló y ellos no mataron…
Condescendieron incluso en guiar hasta vosotros al zagal.
¿Voy a tener que conocer la derrota con corazones rectos, habiendo derrotado al Delito?…
– Es que…
Somos cuatro hermanos y ya hay treinta y siete niños en nuestra casa…
– ¿Y donde encuentran alimento treinta y siete gorrioncillos…
Porque el Padre de los Cielos les procura el grano;
no van a encontrarlo cuarenta y uno?
¿O es que el poder del Padre no va a procurar el alimento, a otros cuatro hijos suyos?
¿Tiene un límite esta divina Providencia?
¿Va a zozobrar el Infinito por hacer más fecundos vuestras semillas, árboles y ovejas;
para que sean siempre suficientes el pan, el aceite, el vino, la lana y la carne para vuestros hijos…
También para otros cuatro pobres niños que se han quedado solos?
– ¡Son tres, Maestro!
– Son cuatro.
También es huérfano el zagal.
¿Podríais, si se os apareciera Dios aquí…
Sostener que vuestro pan está tan justo, que no se podría dar de comer a un huérfano?
La piedad hacia el huérfano está prescrita en el Pentateuco…
– No podríamos sostenerlo, Señor.
Es verdad.
No vamos a ser inferiores a los bandidos.
Daremos pan, ropa y alojamiento también al pastorcillo.
Por amor a Tí.
– Por amor.
Por todo el Amor…
A Dios, a su Mesías, a vuestra hermana, a vuestro prójimo.
¡Estos, son el obsequio y perdón que habéis de dar a vuestra sangre!
No un frío sepulcro para sus despojos .
Perdón y paz.
Paz para el espíritu del hombre que pecó.
Pero no seria sino un falso perdón, sólo externo.
Y no significaría en absoluto paz para el espíritu de la difunta, que es hermana vuestra y madre de los niños;
si a la justa expiación de Dios se uniera, dando penoso tormento…
El conocimiento de que sus hijos siendo inocentes, expían su pecado…
La misericordia de Dios es infinita.
Pero unida a ella la vuestra, para dar paz a la difunta.
Los hombres exclaman:
– ¡Lo haremos!
– ¡Lo haremos!
– Ante nadie se habría doblegado nuestro corazón, pero ante Tí sí, Rabí…
– Que has pasado un día entre nosotros sembrando una semilla que no ha muerto, ni morirá.
– Y aquí estamos.
– Hemos venido por ellos.
– Nos quedaremos también con el niño pastor;
pues sabemos que también es huérfano y no tiene a nadie.
Jesús responde:
– Que así sea.
– ¿Dónde están los niños?
– Junto al torrente.
El Rabí se vuelve hacia su apóstol, indicándole:
– Judas, están en el arroyo con Juan.
Ve a decirles que vengan.
Judas va.
Minutos más tarde…
Señalando el ribazo del torrente, se ven venir hacia la casa.
Jesús exclama:
– ¡Amén!
¡Ahí están los niños …
Jesús los llama.
Ellos sueltan las manos de los apóstoles y vienen corriendo…
Llenos de júbilo, gritando:
– ¡Jesús!
– ¡Jesús!
– ¡Jesús!
Entran, suben la escalera, están ya en la terraza…
Repentinamente se detienen atemorizados, ante tantos extraños que los miran.
Jesús los llama diciendo:
– Ven, Rubén.
Y tú, Eliseo…
Y tú, Isaac.
Volteando hacia los parientes, agrega:
Éstos son los hermanos de vuestra mamá.
Han venido por vosotros para uniros a sus hijos.
¿Veis qué bueno es el Señor?
Igual que la paloma aquella de María de Jacob que vimos que anteayer daba de comer a una cría que no era suya;
sino sino de su hermano muerto.
Él os recoge y os a da a éstos para que os cuiden y ya no seáis huérfanos.
¡Ánimo, saludad a vuestros parientes!
Rubén el mayor, tímidamente mirando al suelo;
los saluda diciendo:
– El Señor esté con vosotros, señores.
Los dos más pequeños hacen coro.
Los hermanos cuando los ven, dicen:
– Los tenía mejor cuidaos de lo que pensábamos.
Están vestidos y calzados con decoro.
– Traen buen vestido y sandalias.
Los mantenía mejor de lo que creíamos.
– Tal vez al final le fue bien.
Quizás había hecho fortuna…
Eliseo el niño mediano, que es el menos tímido;
responde:
– Yo y mis hermanos tenemos vestidos nuevos, porque Jesús nos los dio.
Nosotros no teníamos nada.
No teníamos sandalias ni manto.
En todo estábamos como el pastor.
El hombre dice:
– Te compensaremos por todo, Maestro.
Joaquín de Siquém ha recibido las dádivas de la ciudad.
Pero añadiremos más dinero todavía…
Jesús responde tajante:
– ¡No!
No quiero dinero.
Vuestra promesa de que amaréis a estos inocentes que he arrebatado a los ladrones.
Las ofrendas…
Mirando al arquisinagogo, agrega:
Malaquías, tómalas para los pobres que tú conoces.
Cuenta entre ellos a María de Jacob, porque es muy pobre su casa.
Los parientes observan detenidamente a los niños y dicen:
– Éste es muy parecido a su madre. (Eliseo el mediano)
– Y también éste… (Isacc el pequeño)
– Éste, sin embargo es igual que su padre. (Rubén el mayor) – observa uno de los parientes.
Jesús dice:
– Amigo mío…
No creo que seas tan injusto, que hagas diferencias de amor por una semejanza de cara.
El hombre objeta pensativo:
– ¡No!
Eso no.
Observaba…
Y pensaba…
No quisiera que tuviera del padre, también el corazón.
– Rubén es un niño tierno todavía.
En sus palabras sencillas se transparenta un amor por su madre bastante más vivo que cualquier otro amor.
Quiero vuestra promesa de que los amaréis y les daréis a todos, una vida digna de su linaje judío.
Todos los parientes dicen:
– ¡Está bien, lo prometemos!
– ¡Lo prometemos Maestro!
– Se hará como quieras.
– Si son buenos, los amaremos.
El pequeño Rubén dice de corrido:
– Lo seremos, señor.
Sabemos que hay que serlo para volvernos a encontrar con nuestra mamá…
Remontando el río hasta el seno de Abraham.
Y no soltar el hilo de nuestra barca de las manos de Dios, para que no nos arrastre la corriente del demonio…
– Te lo prometemos Maestro.
Lo que más me extrañó fue que los ladrones dijeron que te comunicásemos el ruego de que los perdonaras,
si tardaron mucho tiempo en llegar a nuestra casa.
Pero fue por las precauciones que tuvieron que tomar…
Que se considerara que a ellos no les estaban abiertos todos los caminos…
Ya que no podían caminar fácilmente, por caminos difíciles…
Y que la presencia de un niño en su grupo, había impedido largas marchas por las angosturas escabrosas».
Jesús dice:
– ¿Oíste, Judas?
Iscariote no contesta.
El hombre pregunta:
– Pero, ¿Qué ha dicho el niño?
– Una parábola que me han oído a Mí.
La dije para consolar su corazón y darles a sus espíritus una guía.
Los niños la han guardado en su memoria y la aplican en todas sus acciones.
Familiarizaos con ellos mientras hablo a estos de Siquem…
Jesús se aísla con los de Siquem, que le arrebatan la promesa de una visita, aunque sea breve;
antes del ardor del verano.
Y entretanto, le cuentan a Jesús cosas de la ciudad…
Cómo se acuerdan de Él los que fueron curados en el alma o en el cuerpo.
Mientras, Judas y Juan se dedican a estrechar los vínculos entre los niños y sus familiares…
Luego Malaquías el sinagogo y los siquemitas, invitan a Jesús para que vaya con ellos.
Y mientras los apóstoles se industrian porque los niños se familiaricen con sus parientes;
los samaritanos tratan de convencer a Jesús para que se quede definitivamente con ellos;
porque los judíos no lo quieren…
Jesús les explica por qué no puede hacerlo.
Y por qué es necesario que regrese a Jerusalén para la Pascua.
851 Sarcasmo Inoportuno
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
557 Llegan de Siquem los parientes de los tres niños arrebatados a los bandoleros.
Jesús se encuentra solo en la islita que está en medio del río afluente del Jordán en Efraím.
En la orilla pasado el torrente, juegan los tres niños rescatados y bisbisean en voz baja…
Como para no turbar la meditación de Jesús.
De vez en cuando, el más pequeño da un grito de alegría, al descubrir una piedra de bonito color o una bella flor…
Los otros le hacen guardar silencio diciendo:
– ¡Calla!
Jesús está rezando…
Y prosigue el bisbiseo mientras las manitas moruchas construyen con la arena pequeños cubos y conos;
que en la imaginación infantil, serían casas y montañas.
Arriba el Sol resplandece;
hinchando cada vez más las yemas en los árboles y abriendo capullos en los prados.
El chopo tiembla con sus hojas verdegrises…
Los pájaros engarbados regatean, con requiebros de amor o de rivalidad…
Que terminan unas veces en canto, otras en chillido de dolor.
Jesús medita.
Sentado en la hierba, amparado por una mata de juncos que hay entre Él y el sendero de la orilla;
está absorto en su oración mental.
En algunas ocasiones levanta los ojos para observar a los pequeños que juegan en la hierba…
Luego los baja de nuevo y se recoge otra vez en sus pensamientos.
Veloces pasos entre las plantas de la orilla y la irrupción de Juan en la islita, ponen en fuga a los pájaros;
que elevan velocísimos el vuelo desde la cima del chopo;
poniendo fin así a su carrusel, con un chirrido producido por el miedo.
Juan no ve inmediatamente a Jesús, que está tapado por los juncos…
Un poco desorientado, grita:
– ¿Dónde estás, Maestro?
Jesús se pone de pie;
mientras los tres niños gritan desde la orilla opuesta:
– ¡Allí está!
– ¡Detrás de las hierbas altas!
Pero Juan ya ha visto a Jesús y va hacia donde Él.
Juan llega y dice:
– Maestro, han venido los familiares de los niños.
Junto con muchos de Siquem.
Han ido donde Malaquías.
Y Malaquías los ha llevado a la casa.
Yo he venido a buscarte.
Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Judas?
– No lo sé, Maestro.
Ha salido nada más llegar Tú aquí.
Y no ha regresado.
Estará por la ciudad.
¿Quieres que lo busque?
– No, no hace falta.
Quédate aquí con los niños.
Quiero hablar antes con los parientes.
– Como quieras, Maestro.
Jesús se marcha.
Juan va donde están los niños.
Y se pone a ayudarlos en la gran empresa de hacer un puente sobre un imaginario río,
hecho con largas hojas de caña puestas en el suelo simulando el agua…
Jesús entra en la casa de María de Jacob, que está en la puerta esperándolo.
Y que le dice:
– Han subido a la terraza.
Los he llevado allí para ofrecerles descanso.
Pero allá viene Judas caminando apresurado del pueblo.
Voy a esperarlo…
Luego prepararé un refrigerio para los peregrinos, que llegaron muy cansados.
También Jesús espera a Judas en la entrada, un poco oscura respecto a la luz exterior.
Judas no ve inmediatamente a Jesús.
Y al entrar, dice altaneramente a la mujer:
– ¿Dónde están los de Siquem?
¿Es que ya se han marchado?
¿Y el Maestro?
¿Nadie lo llama?
Juan…
En ese instante ve a Jesús y cambia de tono diciendo:
– Maestro!
Cuando lo he sabido de pura casualidad, he venido corriendo…
¿Estabas ya en casa?
– Estaba Juan.
Y me ha buscado.
– Yo…
Yo también lo hubiese hecho;
pero en la fuente me invitaron algunos a explicarles algunas cosas…
Jesús no responde.
No abre la boca para nada, mientras sube la escalera que lleva a la parte superior de la casa…
Más que para saludar a los que lo están esperando, sentados parte en los muretes de la terraza.
Y parte en la habitación que da a ella…
Los cuales en cuanto lo han visto, se han levantado respetuosos.
Va a saludar a los recién llegados…
Les da la bienvenida en forma particular, saludando a algunos por su nombre.
El estupor y la alegría de los habitantes de Siquem es memorable…
Ellos le dicen sorprendidos:
– ¿Te acuerdas de nuestros nombres?
– También de vuestras caras y de vuestras almas.
¿Habéis acompañado a los parientes de los niños?
¿Son ésos?
Malaquías el sinagogo, responde:
– Son ésos.
Ellos son los familiares de los niños.
Han venido a recogerlos…
Y nos hemos unido a ellos para agradecerte tu piedad para con esos hijitos de una mujer samaritana.
Vinieron a llevárselos.
¡Sólo Tú sabes hacer estas cosas!…
¡Eres el único en hacerlo!…
Tú eres siempre el Santo que hace solamente obras santas.
Nosotros también te hemos recordado siempre.
Y ahora, sabiendo que estabas aquí, hemos venido.
Para verte y decirte que te agradecemos el que nos hayas elegido como refugio tuyo…
Y el que nos hayas amado en los hijos de nuestra raza y nuestra sangre.
Pero escucha a los parientes.
Jesús, seguido por Judas, se dirige a ellos y los saluda nuevamente…
Invitándolos a hablar.
Un hombre dice:
– Nosotros somos hermanos de la madre de los niños.
Estábamos muy enojados con ella;
porque estúpidamente y contra nuestro consejo, quiso esa boda infeliz.
Se casó sin consentimiento.
Nuestro padre fue débil respecto a la única hija de entre su numerosa prole;
tanto que también nos enojamos con él.
Durante años, entre nosotros hubo silencio y separación.
Nuestro padre amaba mucho a su única hija y por varios años estuvimos separados.
Cuando supimos que la mano de Dios había caído sobre nuestra hermana y que tenía mucha aflicción;
en su casa había mucha miseria, pues su unión impura no le alcanzó la defensa de la bendición divina.
Nos llevamos a nuestro anciano padre a nuestra casa, para que no sufriese más, por lo que consumía a la mujer…
Para que no tuviera otro dolor, aparte de la miseria, la absoluta pobreza, en que su hija vivía.
Luego ella murió.
Lo supimos.
Tú habías pasado hacía poco tiempo y se hablaba de Tí entre nosotros…
Cuando ella murió, ya te habíamos oído.
Señalando a dos hombres que están junto a él,
agrega:
Y nosotros venciendo el enojo, ofrecimos al hombre a través de éste y éste (dos de Siquem)
tomar con nosotros a los niños…
Vencimos nuestro rencor y ofrecimos a su marido hacernos cargo de los niños.
Eran mitad sangre nuestra.
Pero él respondió que prefería verlos desaparecer a todos con una mala muerte;
antes de que vivieran por nuestro pan.
¡No tuvimos a los niños!
No nos permitió el cuerpo de su mujer para sepultarla.
Nuestra hermana quedó expulsada, fuera de la esperanza del Seno de Abraham, por la estupidez de un extraño…
¡Y tampoco tuvimos el cuerpo de nuestra hermana, para que recibiera sepultura según nuestros ritos!
Entonces le juramos odio, a él y a su sangre.
Juramos Anatema sobre él y a sus descendientes.
El odio cayó sobre él en tal forma, que de hombre libre se convirtió en esclavo…
Viviendo sus últimos días en un maloliente cuchitril…
Murió como un chacal en una cueva inmunda.
Nunca lo habríamos sabido, porque hacía mucho que todo había acabado entre nosotros.
Pero tuvimos mucho miedo…
Cuando hace ocho noches vimos aparecer en nuestro patio a esos bandoleros…
Mucho temimos;
sólo eso.
Y luego, al saber por qué habían aparecido los ladrones…
El enojo -no el dolor- nos mordió como un veneno.
Nos apresuramos a despedir a los bandidos y más por aversión que por otra cosa…
Los despachamos ofreciéndoles una buena recompensa para que se mostrasen amigables.
Y nos admiramos al saber que ya habían cobrado y que no querían otra cosa.
Judas, repentinamente, prorrumpe con una carcajada llena de sarcasmo:
– ¡Ja, ja, ja!
¡Su conversión…!
¡Total!
¡No cabe duda!
Jesús lo mira con severidad.
Los demás con asombro.
850 El Tiempo Nuevo
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
556b Palabras a los samaritanos sobre el tiempo nuevo.
Jesús está hablando en la sinagoga de Efraím:
– ¡Hijos de Samaria!
¡Y vosotros, apóstoles míos, hijos de Judea y Galilea!
Hoy también hay quien exulta y quien llora mientras el nuevo Templo de Dios se eleva sobre cimientos eternos.
También ahora hay quien obstaculiza las obras y quien busca a Dios donde Dios no está.
También ahora hay quien quiere edificar según el orden de Ciro y no según el de Dios…
Es decir, según el orden del mundo y no según las voces del espíritu.
Y también ahora hay quien llora con necia y humana añoranza un pasado inferior;
un pasado que no fue bueno ni sabio, hasta el punto de provocar la indignación de Dios.
También ahora tenemos todas estas cosas,
como si siempre estuviéramos en la nebulosidad de los tiempos remotos y no en la luz del tiempo de la Luz.
Abrid vuestro corazón a la Luz, llenaos de Luz para ver al menos vosotros, a quienes Yo-Luz hablo.
Es el Tiempo Nuevo.
Todo se reedifica en él.
Mas ¡Ay de aquellos que no quieran entrar y obstaculicen a los que edifican el Templo de la nueva fe,
del que Yo soy Piedra angular y al cual entregaré la totalidad de Mí mismo para hacer de argamasa para las piedras.
Para que así el edificio se levante santo y fuerte, admirable en los siglos, vasto como la Tierra…
A la que cubrirá entera con su luz!
Digo luz, no sombra, porque mi Templo será de espíritus y no de materias opacas.
Piedra para él, Yo con mi Espíritu eterno.
Piedras, todos aquellos que sigan mi palabra y la nueva fe;
piedras incorpóreas, encendidas, santas.
Y la luz se extenderá sobre la Tierra, la luz del nuevo Templo.
Cubrirá a ésta de sabiduría y santidad.
Afuera quedarán sólo aquellos que con impuro llanto lloren y añoren el pasado,
porque les era fuente de ganancias y honores sólo humanos.
¡Abríos al tiempo y al Templo nuevos, ¡Oh hombres de Samaria!
En ellos todo es nuevo.
Y las antiguas separaciones y fronteras en lo material, en el pensamiento y en el espíritu, ya no existen.
Cantad, porque está para terminar vuestro exilio de la ciudad de Dios.
¿O acaso gozáis sintiéndoos como desterrados, como leprosos para los otros de Israel?
¿Es que acaso, gozáis sintiéndoos como personas expulsadas del seno de Dios?
Porque vosotros sentís esto, vuestras almas lo sienten;
vuestras pobres almas oprimidas en estos cuerpos vuestros.
Y sobre las cuales permitís que domine vuestro pensamiento arrogante, que no quiere decir a otros hombres:
“Nos hemos equivocado, pero, como ovejas descarriadas, volvemos al Redil”
Ya está mal el que no queráis manifestárselo a otros hombres;
pero, al menos, acceded a decírselo a Dios.
Aunque ahoguéis el grito de vuestra alma, Dios oye el gemido de ella;
que se siente infeliz de estar exiliada de la casa del Padre universal y santísimo.
Escuchad las palabras del salmo gradual (Salmo 122; más abajo se alude al Salmo 126)
(Los salmos graduales (120-134) o cantos de las ascensiones;
eran cantados por los peregrinos que iban a Jerusalén para subir al Templo)
Ciertamente sois vosotros peregrinos que desde hace siglos vais hacia la alta ciudad,
hacia la verdadera Jerusalén, la celeste.
De allí, del Cielo, vuestras almas descendieron para animar una carne…
Y es al Cielo adonde anhelan regresar.
¿Por qué queréis sacrificar vuestras almas, exheredarlas Reino?
¿Qué culpa tienen ellas de haber descendido a cuerpos concebidos en Samaria?
Vienen de un único Padre.
Y tienen el mismo Creador que tienen las almas de Judea y Galilea, de Fenicia y la Decápolis.
Dios es el fin de todo espíritu.
Todo espíritu tiende a este Dios;
aun cuando idolatrías de todo tipo, herejías funestas, cismas, o falta de fe;
lo mantengan en una ignorancia del Dios verdadero.
Ignorancia que sería absoluta si el alma no tuviera, incancelable en ella,
un embrional recuerdo de la Verdad y una anhelo de ella.
¡Oh, haced crecer este recuerdo y anhelo!
Abrid las puertas a vuestra alma.
¡Que la Luz entre, que entre la Vida y la Verdad!
¡Que quede abierto el Camino!
Que todo entre a chorros luminosos y vitales, como los rayos del Sol, las olas y los vientos de los equinoccios,
para hacer desarrollarse del embrión el árbol que se yergue y se acerca cada vez más a su Señor.
¡Salid del exilio!
Cantad conmigo:
“Cuando el Señor hace volver de la cautividad, el alma parece soñar por la alegría.
Se llena de sonrisas nuestra boca; nuestra lengua, de júbilo.
Ahora se dirá:
“El Señor ha hecho cosas grandes para nosotros”
Sí, el Señor os ha hecho cosas grandes y seréis inundados de alegría.
¡Oh, Padre mío, por ellos te ruego como por todos!
¡Haz volver, ¡Oh Señor! a estos nuestros prisioneros;
a estos que, para Tí y para Mí, están atados con las cadenas del obstinado error!
¡Condúcelos de nuevo, ¡Oh Padre! como torrente que desemboca en el gran río,
al gran mar de tu misericordia y de tu paz!
Yo y los que me sirven, con lágrimas, sembramos en ellos tu verdad.
Padre, haz que en el tiempo de la gran mies podamos, todos nosotros tus siervos en la enseñanza de tu Verdad,
cosechar con alegría en estos surcos que ahora parecen sólo sembrados de tríbulos y plantas venenosas,
el trigo selecto de tus graneros.
¡Padre! ¡Padre!
Por nuestras fatigas, lágrimas, dolores, sudores, muertes, que fueron y serán compañeros de nuestra siembra,
haz que podamos ir a Tí llevando, como manojos de mieses, las primicias de este pueblo,
las almas renacidas a la Justicia y Verdad para tu gloria. ¡Amén!
El silencio, que impresionaba incluso de tan absoluto como era con una muchedumbre tan numerosa
que llenaba la sinagoga y la plaza de delante de ésta…
Se ve hendido por un bisbiseo que va aumentando hasta transformarse primero en susurro,
luego en ruido, luego en aclamaciones de júbilo.
La gente gesticula, comenta y aclama…
¡Qué distinto es esto, respecto al epílogo de los discursos en el Templo!
Malaquías dice por todos:
– Sólo Tú puedes decir así la verdad, sin ofender y humillar.
¡Tú eres verdaderamente el Santo de Dios!
Ora por nuestra paz.
Estamos endurecidos por siglos de…
Creencias y por siglos de afrentas.
Y debemos romper esta dura corteza nuestra.
Sé indulgente.
Jesús responde:
– Más que eso: Amor.
Tened buena voluntad y la corteza se romperá por sí sola.
Venga a vosotros la Luz.
Se abre paso y sale, seguido por los apóstoles.
849 El Templo del Corazón
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
556a Otro sábado en Efraím. Palabras a los samaritanos sobre el tiempo nuevo.
Salen al camino y se unen a los de Efraím.
Entran con ellos en la ciudad.
No se detienen hasta llegar frente a la sinagoga, ante cuya puerta está Malaquías;
que saluda invitándolos a entrar.
La sinagoga de los samaritanos no es diferente de las sinagogas judías:
El mismo lugar de Oración;
las mismas lámparas;
los mismos ambones o estantes.
Encima de ellos los volúmenes enrollados;
igualmente el sitio del arquisinagogo o de quien enseñe en vez de él.
Si acaso, aquí hay mucho menos rollos que en las otras sinagogas.
Malaquías dice:
– Hemos hecho ya nuestras oraciones mientras te esperábamos.
Sí quieres hablar…
¿Qué volumen pides, Maestro?
Jesús responde:
– No necesito ninguno.
Además, no tendrías lo que quiero explicar… (Esdras 3)
(Los samaritanos sólo admitían el Pentateuco de Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio)
Jesús se vuelve hacia la gente y empieza su discurso:
– Cuando Ciro rey de los persas,
repatrió a los hebreos para que reedificaran el Templo de Salomón, destruido hacía cinco decenios;
fue reconstruido el altar sobre sus bases.
En éste ardió el holocausto diario mañana y noche, en el extraordinario del primer día de cada mes;
de las solemnidades consagradas al Señor o los holocaustos de las ofrendas individuales.
Después, tras la primicia indispensable e inderogable del culto,
pusieron manos a la obra, en el segundo año del regreso, en lo que se podría llamar el marco del culto,
la exterioridad de él, cosa no culpable porque en todo caso, estaba hecha para honrar al Eterno,
pero no indispensable.
Porque el culto a Dios es amor a Dios.
El amor se siente y consuma con el corazón;
no ciertamente con las piedras escuadradas y las maderas preciosas, el oro y los perfumes.
Todo esto es exterioridad, orientada más a satisfacer el propio orgullo nacional o ciudadano,
que no a honrar al Señor.
Dios quiere un Templo de espíritu.
No se contenta con un Templo de muros y mármoles, vacío de espíritus llenos de amor.
En verdad os digo que el templo del corazón limpio y amoroso, es el único que Dios estima;
el único en que establece su morada con sus luces.
Las disputas que mantienen divididas las regiones y las ciudades,
acerca de las bellezas de éste o aquel lugar de oración son estúpidas.
¿Para qué rivalizar en riqueza y adornos de las casas donde se invoca a Dios?
¿Puede acaso lo finito satisfacer cumplidamente al Infinito,
aunque fuera algo finito diez veces más hermoso que el Templo de Salomón y que todos los palacios juntos?
Dios, el Infinito que no puede ser contenido por ningún espacio;
que no puede ser honorado por suntuosidad material alguna;
halla en el corazón del hombre el único lugar digno de honrarlo como corresponde.
Y quiere ser contenido por el corazón del hombre;
porque el espíritu del justo es un templo sobre el cual aletea entre los perfumes de amor, el Espíritu de Dios.
Y pronto será un templo en el que el Espíritu haga auténtica morada,
Uno y Trino como es en el Cielo.
Y está escrito que en cuanto los obreros hubieron echado los cimientos del Templo,
fueron los sacerdotes con sus ornamentos y las trompetas;
los levitas con los címbalos, según las ordenanzas de David…
Cantaron que “a Dios ha de alabársele porque es bueno y eterna es su misericordia”
Y el pueblo exultaba.
Pero muchos sacerdotes, jefes, levitas y ancianos, lloraban con grandes gemidos pensando en el Templo que fue.
Pero no se podían distinguir las voces de llanto de las de júbilo, pues eran muy confusas.
Y también se lee que hubo pueblos vecinos que molestaron a los que edificaban el Templo,
para vengarse de que los constructores los hubieran rechazado cuando se habían ofrecido a edificar con ellos,
porque ellos también buscaban al Dios de Israel, al Dios Único y Verdadero.
Y estas perturbaciones interrumpieron la marcha de las obras, hasta que pluguiera a Dios hacerlas proseguir.
Esto se lee en el libro de Esdras.
¿Cuántas y cuáles lecciones aporta el fragmento que he referido?
Estas, además de la ya citada, acerca de la necesidad de que el culto sea sentido por el corazón…
Y no hacerlo profesar a piedras, maderas, vestiduras, címbalos y cantos de donde el espíritu está ausente.
Que la falta de amor recíproco es siempre causa de retraso y perturbación,
aunque se trate de una finalidad buena de por sí.
Dios no está donde no hay caridad.
Es inútil buscar a Dios, si antes uno no se coloca en la condición de poder encontrarlo.
Dios se halla en la caridad.
Aquel o aquellos que se establecen en la caridad encuentran a Dios,
sin tener ni siquiera que llevar a cabo una penosa búsqueda.
Y quien tiene consigo a Dios, tiene ya consigo el éxito en todas sus empresas.
En el salmo que brotó del corazón de un sabio (Salmo 127,1-2)
Después de la meditación en los penosos hechos que acompañaron a la reconstrucción del Templo y las murallas, está escrito:
“Si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan en ella los constructores;
si el Señor no custodia la ciudad y la protege, en vano la custodian los defensores”.
Ahora bien,
¿Cómo podrá edificar Dios la casa,
si sabe que sus moradores no lo tienen en su corazón, porque no aman a sus vecinos?
¿Y cómo protegerá a las ciudades y dará fuerza a los defensores,
si no puede estar en ellas, pues que con el odio que profesan a sus vecinos están privadas de Él?
¡Oh pueblos!
¿Ha producido algo el estar divididos por barreras de odio?
¿Os ha hecho más grandes, más ricos, más felices?
Jamás es productivo el odio, ni el rencor;
jamás es fuerte quien está solo;
jamás es amado quien no ama.
Y no vale, como dice el salmo, levantarse antes del alba para ser grandes, ricos y felices.
Tome cada uno el descanso como alivio del dolor de la vida,
porque el sueño es don de Dios de la misma forma que lo es la luz y todas las cosas de que el hombre goza;
tome cada uno su descanso, pero tenga en el sueño y en la vigilia como compañera la caridad.
Y sus obras prosperarán.
Y prosperarán su familia y sus intereses y sobre todo,
prosperará su espíritu y conquistará la regia corona de los hijos del Altísimo y herederos de su Reino.
Se ha dicho que mientras el pueblo elevaba gritos de júbilo,
algunos lloraban con fuertes gemidos porque recordaban y añoraban el pasado;
pero no se podían distinguir las diferentes voces en medio del tumulto de los gritos.
848 Una Fuga Meritoria
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
556 Intolerancias de Judas de Keriot
Los apóstoles están de regreso en la casa de María de Jacob.
Los niños siguen al lado de Jesús, están cerca de la hoguera.
Moviendo la cabeza y riendo con sarcasmo…
Judas dice:
– Una semana más y los parientes no han venido.
Jesús no le responde…
Acaricia a Eliseo, el niño mediano.
Judas pregunta a Pedro y a Santiago de Alfeo:
– ¿Seguisteis los dos caminos de Siquem?
Santiago de Alfeo responde:
– Sí.
Pero fue inútil, si se considera bien.
Los ladrones no van por los caminos más transitados.
Sobre todo ahora que las patrullas romanas los recorren continuamente.
Iscariote insiste:
– ¿Entonces por qué los recorristeis?
¿Vosotros sóis los qué habéis ido por esos caminos?
Pedro contesta:
– ¡Pues ya ves!…
Para nosotros era lo mismo recorrer unos que otros.
Así que, hemos ido por ésos.
– ¿Nadie supo deciros algo?
– No hemos preguntado nada.
¿Y cómo querías saber entonces, si habían pasado o no?
¿Acaso llevan enseñas?
¿O dejan rastros las personas cuando van por un camino?
No creo.
– Si así fuera, al menos los amigos ya nos habrían encontrado.
Sin embargo, desde que estamos aquí, nadie ha venido.
Y ríe con sarcasmo.
Santiago de Alfeo responde con calma:
– Ignoramos por qué no haya venido nadie.
El Maestro lo sabe.
Nosotros no.
Tadeo pacientemente agrega:
– Nosotros no sabemos el motivo por el que nadie haya venido.
Las personas no dejando rastro de su paso, los que son como nosotros, se retiran a un lugar ignorado por la gente;
no pueden venir, si no se les revela el lugar del refugio.
Ahora bien, nosotros no sabemos si nuestro hermano ha dicho esto a los amigos…
Nadie puede ir al lugar donde está otro…
Si no se dejan señales para que llegue.
No sabemos si nuestro hermano lo ha dicho a sus amigos.
Judas insinúa:
– ¡Oh!
¿Pretendes creer…?
¿O hacer que otros crean, que por lo menos no se lo dijo a Lázaro o a Nique?
Jesús no habla.
Toma a un niño de la mano y sale…
Los otros dos niños siguen con ellos, junto al hogar.
– Yo no pretendo creer nada.
Aun siendo como dices…
No puedes juzgar la razón por la cual nuestros amigos no han venido.
Y ninguno de nosotros puede;
los motivos de la ausencia de los parientes…
Santiago de Alfeo interviene:
– ¡Son fáciles de entender estos motivos!
Nadie quiere problemas con el Sanhedrín.
Bartolomé:
– Y mucho menos los que tienen riquezas y poder.
¡Nada más que eso!
Nosotros somos los únicos que sabemos meternos en los peligros.
Felipe confirma:
– Es fácil de comprender.
Nadie quiere tener dificultades con el Sanhedrín.
Ni tampoco tenerlas quién es rico y poderoso.
Eso es todo…
Nosotros somos los únicos que nos exponemos al peligro.
Santiago de Alfeo le recuerda:
– Sé justo Judas.
El Maestro no obligó a ninguno de nosotros a quedarnos con Él.
¿Por qué te quedaste si le tienes miedo al Sanhedrín?
Santiago de Zebedeo irrumpe:
– Puedes irte cuando quieras.
Nadie te tiene encadenado…
Pedro da un puñetazo sobre la mesa…
Y dice despacio pero con firmeza:
– ¡Eso sí que no!
¡De ninguna manera!
Aquí estamos y aquí nos quedamos.
Todos.
Eso se hubiera hecho antes.
El que hubiera querido, se hubiera debido marchar cuando tomamos la decisión.
Ahora no.
Si el Maestro no se opone, me opongo yo.
Lleno de violencia, Judas pregunta airado:
– ¿Y por qué?
¿Quién eres tú, para mandar en lugar del Maestro?
– Un hombre que razona no como Dios, como hace Él;
sino como lo hace un pobre hombre.
Judas se turba:
– ¿Sospechas de mí?
¿Crees que soy un traidor?
– Tú lo has dicho.
No quisiera ni pensarlo…
No es que piense que lo seas voluntariamente.
Pero, ¡Eres tan…
Irreflexivo, Judas!
¡Y tan voluble!
Eres tan…
Despreocupado Judas.
Tienes demasiados amigos.
Te gusta mucho alardear de todo.
¡Te encanta demasiado sobresalir!…
En todo.
No serías capaz de guardar silencio.
Para rebatir a algún malintencionado…
Tampoco para atacar a algún enemigo, ni para demostrar que eres un apóstol…
¡Tú hablarías!
Por tanto, aquí estás y aquí te quedas.
Es por eso que debes estar aquí.
Así no le haces mal a nadie y no te creas remordimientos.
– Dios no fuerza la libertad del hombre.
¿Y quieres hacerlo tú?
– ¡Sí!
Pero en una palabra…
¿Te hace falta algo?
¿Te falta el pan?
¿Te hace daño el aire?
¿Te hace algún mal la gente?
Nada de eso.
La casa es buena, aunque no rica.
El aire es bueno, comida no falta, la gente te honra.
Entonces…
¿Por qué estás intranquilo, como si estuvieses en una galera?
– “¡Hay dos naciones que me exasperan y una tercera que ni siquiera merece llamarse tal!
Son los que moran en la montaña de Seir, los filisteos.
Y también ese estúpido pueblo que vive en Siquem”
Te respondo con las palabras del Sabio.
Tengo razón para pensar así.
Mira si es que esta gente nos quiere.
– ¡Uhm!
Viéndolo bien, no me parece que sean peores que tu gente o la mía.
Nos han apedreado tanto en Judea, como en Galilea.
Pero más allá, que acá.
Y más en el Templo de Judea que en cualquier otro lugar.
No recuerdo que se nos haya maltratado, ni en tierras filisteas, ni aquí, ni allá…
– ¿Cuál allá?
No hemos ido más lejos.
Aun cuando debimos ir a otra parte;
yo no habría ido y nunca iré.
¡No quiero contaminarme!
En la cocina, sólo están Pedro, Bartolomé, Zelote, Santiago de Alfeo y Felipe.
Los demás se salieron, uno después del otro, llevándose con ellos a los otros dos niños.
Una fuga meritoria, porque así no se falta a la caridad.
Simón Zelote dice con calma:
– ¿Contaminarte?
No es esto lo que te molesta, Judas de Keriot.
No quieres enemistarte con los del Templo.
Esto es realmente lo que te duele.
Judas trata de justificarse:
– No.
No es por eso.
Es que no me gusta perder mi tiempo y ofrecer la sabiduría a los necios.
¡Fijate!…
¿De qué nos sirvió haber tomado a Ermasteo?
Se fue y ya no regresó.
José dice que se separó de él diciendo que volvería para la Fiesta de las Tiendas.
¿Tú lo has visto?
Es un renegado…
– No sé por qué no ha vuelto…
Como no sé la razón.
No puedo juzgarlo.
Pero te pregunto…
¿Es el único que ha abandonado al Maestro y que se ha convertido en su enemigo?
¿Acaso no hay renegados entre judíos y galileos?
¿Puedes negarlo?
– No.
Es verdad.
Bueno.
Pero…
Yo me encuentro incómodo aquí.
¡Si se supiera que estamos aquí!
¡Si se supiese que tratamos con los samaritanos, hasta el punto de entrar en sus sinagogas en el sábado!
Él quiere hacerlo.
¡Ay si se supiese!
¡La acusación sería justificada!…
Bartolomé dice:
– Y quieres insinuar que el Maestro sería condenado.
Quieres decir esto.
¡Pero si ya lo está!
Él ya lo está.
Lo está aún antes de que se sepa.
Es más, ha sido condenado, aún después de haber resucitado a un judío en Judea.
Se le odia y se le acusa de ser samaritano, amigo de publicanos, de meretrices y de prostitutas.
Lo ha sido siempre.
¡Y tú, esto lo sabes mejor que ningún otro!
Judas replica muy angustiado:
– ¿Qué insinúas, Nathanael?
¿Qué es lo que quieres decir?
¿Yo que tengo que ver en todo esto?
¿Qué puedo saber más que vosotros…?
¡Judas está agitadísimo!
Pedro responde:
– ¡Pero, muchacho!
¿Por qué te turbas tanto?
¡Te pareces a una rata rodeada de enemigos…!
No eres una rata, ni nosotros estamos aquí armados con bastones, para capturarte y matarte.
¿Por qué te espantas tanto?
Si tu conciencia está tranquila…
¿Por qué te inquietas por palabras inocentes?
¿Qué ha dicho Bartolmái como para agitarte de ese modo?
¿Por qué te perturbas con palabras que no tienen ningún sentido?
Bartolomé no ha dicho nada para que te sientas tan intranquilo.
Todos nosotros sabemos y somos testigos,
de que Él sólo busca en el samaritano, el publicano, el pecador, la meretríz y la prostituta, a sus almas.
Y se preocupa de éstas y tan solo por éstas.
Y solo el Altísimo sabe cuán grande es el esfuerzo que el Purísimo hace;
para acercarse a lo que nosotros los humanos llamamos ‘suciedad’
Todavía no comprendes a Jesús, ni lo conoces muchacho!
¡Lo comprendes menos que los mismos samaritanos, filisteos, fenicios y gentiles!
¡Menos que todos los que tú quieras!…
Hay un dejo de tristeza sus últimas palabras.
Judas no responde.
Y los demás no añaden ninguna otra cosa.
Entra la anciana María diciendo:
– En la calle están los de la ciudad.
Dicen que es la hora de la Oración del Sábado y que el Maestro prometió hablar.
Pedro responde:
– Voy a avisarle.
Di a los de Efraím que pronto vamos.
Pedro sale y va al huerto a avisar a Jesús.
Zelote dice a Judas:
– ¿Tú qué haces?
¿Vienes?
Si no quieres venir, vete…
Márchate antes de que tu postura de rechazo lo aflija…
Vete antes de que se vea, que no quieres venir.
Judas replica:
– Voy.
¡Aquí no se puede hablar!
Parece como si yo fuese un gran pecador.
Todo lo que digo se entiende de mal modo.
Con la entrada de Jesús en la cocina, se acaba la discusión.
Y todos van a la sinagoga…
847 Sabiduría del Amor Heroíco
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
555b Lección nocturna a Simón Pedro sobre el dolor de los santos y de los inocentes.
Jesús sigue explicando a su Primer Pontífice:
La Tierra pues, para existir debe amar.
Y también esto:
La Tierra debe ser el Templo que ama y ora con la inteligencia de los hombres.
Pero en el Templo, en todo templo;
¿Qué víctimas se ofrecen?
Las puras, las víctimas sin mancha ni tara.
Sólo éstas son gratas al Señor.
Ellas y las primicias.
Porque al padre de familia han de dársele las cosas mejores.
Y a Dios, Padre de la Familia Humana, ha de dársele la primicia de todas las cosas…
Y las cosas selectas.
Pero he dicho que la Tierra tiene un doble deber de sacrificio:
El de alabanza y el de expiación.
Porque la Humanidad que la puebla pecó en los primeros hombres y peca continuamente…
Añadiendo al pecado de falta de amor a Dios;
esos otros mil pecados de adherirse a las voces del mundo, de la carne y de Satanás.
Culpable…
Culpable Humanidad que teniendo la semejanza con Dios, teniendo inteligencia propia y ayudas divinas…
Es pecadora siempre.
Y cada vez más.
Los astros obedecen, las plantas obedecen, los elementos obedecen, los animales obedecen…
Y de la forma en que saben hacerlo, alaban al Señor.
Los hombres NO obedecen…
Ni alaban suficientemente al Señor.
He ahí pues, la necesidad de almas holocausto;
que amen y expíen por todos:
Son los niños que pagan, inocentes y sin percatarse;
el amargo castigo del dolor por aquellos que lo único que saben hacer es pecar;
son los santos que solícitos, se sacrifican por todos.
Dentro de poco, un año o un siglo es siempre “poco” respecto a la eternidad;
ya no se celebrarán otros holocaustos en el altar del gran Templo de la Tierra,
sino los de las víctimas-hombre, consumadas con el perpetuo sacrificio:
hostias con la Hostia perfecta.

Cuando nos crucificamos y Dios nos convierte en corredentores, somos pararrayos de la Justicia Divina… ¡Y ejecutores de su Gloria Portentosa!
No te estremezcas, Simón.
No estoy diciendo ciertamente, que Yo vaya a introducir un culto semejante al de Moloch, Baal y Astarté.
Los propios hombres nos inmolarán.
¿Entiendes?
Nos inmolarán.
Y nosotros iremos alegres a la muerte para expiar y amar por todos.
Luego vendrán los tiempos en que los hombres ya no inmolarán a los hombres.
Pero siempre habrá víctimas puras, que el amor consuma junto con la gran Víctima en el Sacrificio perpetuo.
Digo el amor de Dios y el amor por Dios.
En verdad, ellas serán las hostias del tiempo y Templo futuros.
Lo grato a Dios es el sacrificio del corazón…
Y no los corderos y cabritos, terneros y palomas.
David lo intuyó (Salmo 51, 18-19)
Y en el tiempo nuevo…
Tiempo del espíritu y del amor, sólo este sacrificio será grato.
Considera Simón, que si un Dios ha debido encarnarse para aplacar la Justicia divina por el gran Pecado;
por los muchos pecados de los hombres, en el tiempo de la verdad;
sólo los sacrificios de los espíritus de los hombres pueden aplacar al Señor.
Tú piensas:
“¿Pero por qué entonces Él, el Altísimo, dio orden de que le fueran inmolados…
(como en Éxodo 22, 28-29; 34, 19)
Las crías de los animales y los frutos de las plantas?”
Te respondo:
Porque antes de mi Venida el hombre era un holocausto manchado y porque no se conocía el Amor.
Ahora será conocido.
Y el hombre, que conocerá el amor, porque Yo restituiré la Gracia por la cual el hombre conoce el Amor;
saldrá del letargo, recordará, comprenderá, vivirá…
Se pondrá él en vez de los cabritillos y corderos, hostia de amor y expiación;
imitando al Cordero de Dios, su Maestro y Redentor.
El Dolor que fue hasta ahora castigo, se transformará en amor perfecto.
Y dichosos aquellos que lo abracen por amor perfecto.
– Pero los niños…
– Quieres decir aquellos que todavía no saben ofrecerse…
¿Y tú sabes cuándo habla Dios en ellos?
El lenguaje de Dios es lenguaje espiritual.
El alma lo entiende y el alma no tiene edad.
Es más, te digo que el alma niña por no tener malicia es, en cuanto a capacidad de entender a Dios,
más adulta que la de un pecador anciano.
Te digo Simón, que vivirás hasta llegar a ver a muchos niños enseñar a los adultos e incluso a ti mismo:
la sabiduría del amor heroico.
Pero en esos pequeños que mueren por razones naturales está Dios obrando directamente,
por razones de un tan alto amor que no puedo explicarte;
pues que se encuadran en la sabiduría que está escrita en los libros de la Vida,
que sólo en el Cielo serán leídos por los bienaventurados.
Leídos, he dicho;
pero en verdad, bastará con mirar a Dios para conocer no sólo a Dios, sino también su infinita sabiduría…
Ya hemos hecho venir el ocaso de la Luna, Simón…
Pronto despuntará el alba y tú no has dormido…
– No importa, Maestro.
He perdido unas pocas horas de sueño y he ganado mucha sabiduría.
Y he estado contigo.
Pero si me lo permites, ya me voy.
No a dormir, sino a meditar tus palabras.
Ya está en la puerta y está para salir, cuando se detiene pensativo…
Agregando:
– Una cosa más, Maestro.
¿Es correcto que diga a alguien que sufre, que el dolor no es un castigo…
Sino una gracia;
Algo como…
Como nuestra llamada, hermosa aunque fatigosa;
hermosa aunque a quien ignora puede parecerle una cosa fea y triste?
– Puedes decirlo, Simón.
Es la verdad.
El dolor no es un castigo, cuando se sabe acoger y usar con justicia.
El dolor es como un sacerdocio, Simón.
Un sacerdocio abierto a todos.
Un sacerdocio que confiere un gran poder sobre el corazón de Dios.
Y un gran mérito.
Nacido con el pecado, sabe aplacar la Justicia.
Porque Dios sabe usar para el Bien incluso aquello que el Odio ha creado para causar dolor.
Yo no he deseado otro medio para anular la Culpa…
Porque no hay un medio mayor que éste.