IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
553 Comienzo del sábado en Efraím.
El viernes siguiente, los diez cansados y polvorientos, regresan a casa.
A la mujer que los saluda al abrirles la puerta, le preguntan inmediatamente:
– ¿Dónde está el Maestro?
María de Jacob responde:
– En el bosque, creo.
Orando, como siempre.
Ha salido muy pronto esta mañana y todavía no ha regresado.
Lo hace a veces, solo;
a veces, con los niños, que lo quieren mucho.
Les enseña a orar viendo a Dios en todas las cosas.
Pero hoy quizás esté solo porque no ha vuelto a la hora sexta.
Cuando tiene consigo a los niños vuelve;
porque los niños son pajarillos que requieren la comida a las horas precisas…
La ancianita sonríe, recordando a sus diez hijos.
Luego suspira…
Porque las alegrías y dolores están presentes en todos los recuerdos de la vida.
Regresa Juan cargando un haz grande de leña.
Y el pasillo, más bien tétrico, parece iluminarse con su llegada…
Con esa luminosidad que parece encenderse siempre, donde está Juan.
Su sonrisa franca, tan dulce de niño, su mirada límpida y sonriente como un hermoso cielo abrileño;
su voz jubilosa al saludar afectuosamente a sus compañeros son como un rayo de sol o un arco iris de paz.
Le ayudan a dejar la carga y le preguntan dónde puede estar Jesús.
También Juan se alarma un poco por el retardo.
Pero, más confiado en Dios que los otros, dice:
– El Padre suyo lo preservará del mal.
Debemos creer en el Señor.
Y añade:
Venid.
Estáis cansados y cubiertos de polvo del camino.
Hemos preparado para vosotros comida y agua caliente.
Venid, venid…
Regresa también Judas de Keriot, con sus ánforas goteando agua.
– Paz a vosotros.
¿Os ha resultado fácil el viaje?
Pero en su voz no hay bondad.
Es una voz llena de amargura y disgusto.
– Sí.
Comenzamos por la Decápolis.
– Por miedo a que os apedrearan o a contaminaros?
Bartolomé responde:
– Ni una ni otra cosa.
Por prudencia de principiantes.
Lo propuse yo.
No es por refregarte nada…
Aunque no lo hice en el Templo, a mí me ha salido el pelo blanco delante de los pergaminos.
Judas no replica.
Se marcha de la cocina, donde los que han vuelto reponen fuerzas con lo que estaba preparado.
Pedro mira a Judas Iscariote, que se marcha.
Menea la cabeza;
pero no dice nada.
Tadeo sin embargo, tira de una manga a Juan y pregunta:
– ¿Cómo ha estado estos días?
¿Siempre tan inquieto?
Sé sincero…
– Sincero siempre, Judas.
Pero, te aseguro que no ha causado dolor.
El Maestro está casi siempre aislado.
Yo estoy con la madre anciana, que es muy buena.
Escucho a los que vienen para hablar con el Maestro y luego le refiero a Él las palabras.
Judas, sin embargo, va por el pueblo.
Se ha hecho amistades…
¿Qué se puede hacer?
El es así…
No sabe quedarse quieto, como sabríamos estar nosotros…
– Por mí, que haga lo que quiera.
Me basta con que no cause dolor.
– No.
Eso no.
Se aburre mucho, eso sí.
Pero…
¡Oh!…
¡Ahí está el Maestro!
Oigo su voz.
Está hablando con alguien…
Se va desvaneciendo el crepúsculo.
Salen presurosos y ven a Jesús que se acerca a la casa;
con dos niños en brazos y otro agarrado a su túnica.
Jesús avanza entre las penumbras que caen, dando ánimos y consolando a los niños para que no lloren…