843 La Idea Mesiánica4 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

554d El sábado en Efraím.

Jesús dice:

–             Ahora vámonos.

Hemos hablado de Dios y el sábado ha sido santificado…

Se ponen de pie y entonan unos salmos.

La gente de Efraím al oír el coro, se encamina hacia esa dirección y espera con respeto a que el salmo termine…

Para saludar y dicen a Jesús:

–              ¿Has preferido venir aquí antes que ir donde nosotros a nuestra sinagoga?

¿Es que no nos estimas?

¿No nos amas?

Jesús responde:

–            Ninguno de vosotros me invitó.

Por eso vine aquí con mis apóstoles y estos tres niños…

–           Tienes razón.

Es verdad.

Pero creímos que tu discípulo te habría manifestado nuestro deseo…

Y pensábamos que tu discípulo te habría comunicado nuestra invitación.

Jesús mira a los dos apóstoles que se quedaron con Él…

Judas dice:

–          Me olvidé de decírtelo ayer.

Y hoy por causa de los tres pequeños, me he distraído y lo volví a olvidar…

Jesús, mientras tanto, pasa el minúsculo brazo de agua y deja la isla.

Va con los de Efraím.

Los apóstoles lo siguen.

Mientras los niños se detienen un poco para desatar las dos barquichuelas de caña que quedan…

A Pedro, que los apremia,

le explican:

–               Queremos conservarlas para recordar la lección.

–                ¿Y yo?

¡Yo la he perdido!

No recordaré la lección y no iré al Paraíso. – dice llorando el más pequeño.

Pedro le dice:

–                ¡Espera!

No llores.

Te hago la barquita inmediatamente.

Pedro corta los elementos necesarios diciendo:

–              Por supuesto.

Tú también tienes que recordar la lección.

¡Todos tendríamos que hacernos una barquita con su junco atado a la proa para recordar!

¡Y más nosotros, los adultos, que vosotros, los niños!

¡En fin!…

Pedro corta y forma la barquita con su junco, llenándola de flores como las de sus hermanitos.

Y toma en brazos – abarcándolos sólo con uno- a los tres niños.

Luego salta el río y alcanza a Jesús, hasta llegar a su lado.

Malaquías el arquisinagogo de Efraím, pregunta:

–              ¿Son éstos?

Jesús responde:

–              Estos.

–              ¿Y son de Siquem?

–              Eso decía el pastorcito.

Dijo que los parientes eran de la campiña.

–              ¡Pobres niños!

Pero, si los parientes no vinieran…

¿Qué harías?

–                Los tendría conmigo.

Pero vendrán.

–                 Esos bandidos…

¿No vendrán ellos también?

–                 No vendrán.

Pero no tengáis miedo de ellos.

Aunque vinieran…

Yo sería su Ladrón y no ellos vuestros ladrones.

Ya les he arrebatado cuatro presas y espero haber arrebatado al pecado un poco de su alma…

Al menos en alguno.

–                Te ayudaremos con estos niños.

Esto nos lo concederás, ¿No?

–               Sí.

No porque sean de vuestra región, sino porque son inocentes.

Y el amor a los inocentes es un camino que conduce rápidamente a Dios.

–             Tú eres el único que no hace distinciones entre unos inocentes y otros.

Un judío no habría recogido a estos pequeños samaritanos…

Y tampoco un galileo.

No somos amados.

El desamor hacia nosotros, lo extienden también a los que ni siquiera saben lo que es ser samaritano o judío.

Y eso es cruel.

–               Sí.

Pero cuando se siga mi Ley no será así.

¿Ves, Malaquías?

Los niños están en los brazos de Simón Pedro, mi hermano Santiago y Simón Zelote…

Y ninguno de los tres es ni samaritano ni padre.

Pues bien, ni siquiera tú aprietas contra tu corazón con tanto amor a tus hijos;

como estos discípulos míos hacen con los huérfanos de Samaria.

La idea mesiánica es ésta:

Reunir a todos en el amor.

Ésta es la verdad de la idea mesiánica.

Un solo pueblo en la Tierra bajo el cetro del Mesías…

Un solo pueblo en el Cielo bajo la mirada de un solo Dios.

Se alejan hablando, en dirección a la casa de María de Jacob.

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