848 Una Fuga Meritoria8 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

556 Intolerancias de Judas de Keriot

Los apóstoles están de regreso en la casa de María de Jacob.

Los niños siguen al lado de Jesús, están cerca de la hoguera.

Moviendo la cabeza y riendo con sarcasmo…

Judas dice:

–            Una semana más y los parientes no han venido.

Jesús no le responde…

Acaricia a Eliseo, el niño mediano.

Judas pregunta a Pedro y a Santiago de Alfeo:

–           ¿Seguisteis los dos caminos de Siquem?

Santiago de Alfeo responde:

–            Sí.

Pero fue inútil, si se considera bien.

Los ladrones no van por los caminos más transitados.

Sobre todo ahora que las patrullas romanas los recorren continuamente.

Iscariote insiste:

–             ¿Entonces por qué los recorristeis?

¿Vosotros sóis los qué habéis ido por esos caminos?

Pedro contesta:

–            ¡Pues ya ves!…

Para nosotros era lo mismo recorrer unos que otros.

Así que, hemos ido por ésos.

–             ¿Nadie supo deciros algo?

–             No hemos preguntado nada.

¿Y cómo querías saber entonces, si habían pasado o no?

¿Acaso llevan enseñas?

¿O dejan rastros las personas cuando van por un camino?

No creo.

–             Si así fuera, al menos los amigos ya nos habrían encontrado.

Sin embargo, desde que estamos aquí, nadie ha venido.

Y ríe con sarcasmo.

Santiago de Alfeo responde con calma:

–            Ignoramos  por qué no haya venido nadie.

El Maestro lo sabe.

Nosotros no.

Tadeo pacientemente agrega:

–               Nosotros no sabemos el motivo por el que nadie haya venido.

Las personas no dejando rastro de su paso, los que son como nosotros, se retiran a un lugar ignorado por la gente;

no pueden venir, si no se les revela el lugar del refugio.

Ahora bien, nosotros no sabemos si nuestro hermano ha dicho esto a los amigos…

Nadie puede ir al lugar donde está otro…

Si no se dejan señales para que llegue.

No sabemos si nuestro hermano lo ha dicho a sus amigos.

Judas insinúa:

–             ¡Oh!

¿Pretendes creer…?

¿O hacer que otros crean, que por lo menos no se lo dijo a Lázaro o a Nique?

Jesús no habla.

Toma a un niño de la mano y sale…

Los otros dos niños siguen con ellos, junto al hogar.

–               Yo no pretendo creer nada.

Aun siendo como dices…

No puedes juzgar  la razón por la cual nuestros amigos no han venido.

Y ninguno de nosotros puede;

los motivos de la ausencia de los parientes…

Santiago de Alfeo interviene:

–               ¡Son fáciles de entender estos motivos!

Nadie quiere problemas con el Sanhedrín.

Bartolomé:

–              Y mucho menos los que tienen riquezas y poder.

¡Nada más que eso!

Nosotros somos los únicos que sabemos meternos en los peligros.

Felipe confirma:

–               Es fácil de comprender.

Nadie quiere tener dificultades con el Sanhedrín.

Ni tampoco tenerlas quién es rico y poderoso.

Eso es todo…

Nosotros somos los únicos que nos exponemos al peligro.

Santiago de Alfeo le recuerda:

–             Sé justo Judas.

El Maestro no obligó a ninguno de nosotros a quedarnos con Él.

¿Por qué te quedaste si le tienes miedo al Sanhedrín?

Santiago de Zebedeo irrumpe:

–              Puedes irte cuando quieras.

Nadie te tiene encadenado…

Pedro da un puñetazo sobre la mesa…

Y dice despacio pero con firmeza:

–             ¡Eso sí que no!

¡De ninguna manera!

Aquí estamos y aquí nos quedamos.

Todos.

Eso se hubiera hecho antes.

El que hubiera querido, se hubiera debido marchar cuando tomamos la decisión.

Ahora no.

Si el Maestro no se opone, me opongo yo.

Lleno de violencia, Judas pregunta airado:

–           ¿Y por qué?

¿Quién eres tú, para mandar en lugar del Maestro?

–             Un hombre que razona no como Dios, como hace Él;

sino como lo hace un pobre hombre.

Judas se turba:

–             ¿Sospechas de mí?

¿Crees que soy un traidor?

–             Tú lo has dicho.

No quisiera ni pensarlo…

No es que piense que lo seas voluntariamente.

Pero, ¡Eres tan…

Irreflexivo, Judas!

¡Y tan voluble!

Eres tan…

Despreocupado Judas.

Tienes demasiados amigos.

Te gusta mucho alardear de todo.

¡Te encanta demasiado sobresalir!…

En todo.

No serías capaz de guardar silencio.

Para rebatir a algún malintencionado…

Tampoco para atacar a algún enemigo, ni para demostrar que eres un apóstol…

¡Tú hablarías!

Por tanto, aquí estás y aquí te quedas.

Es por eso que debes estar aquí.

Así no le haces mal a nadie y no te creas remordimientos.

–             Dios no fuerza la libertad del hombre.

¿Y quieres hacerlo tú?

–             ¡Sí!

Pero en una palabra…

¿Te hace falta algo?

¿Te falta el pan?

¿Te hace daño el aire?

¿Te hace algún mal la gente?

Nada de eso.

La casa es buena, aunque no rica.

El aire es bueno, comida no falta, la gente te honra.

Entonces…

¿Por qué estás intranquilo, como si estuvieses en una galera?

–            “¡Hay dos naciones que me exasperan y una tercera que ni siquiera merece llamarse tal!

Son los que moran en la montaña de Seir, los filisteos.

Y también ese estúpido pueblo que vive en Siquem”

Te respondo con las palabras del Sabio.

Tengo razón para pensar así.

Mira si es que esta gente nos quiere.

–             ¡Uhm!

Viéndolo bien, no me parece que sean peores que tu gente o la mía.

Nos han apedreado tanto en Judea, como en Galilea.

 

Pero más allá, que acá.

Y más en el Templo de Judea que en cualquier otro lugar.

No recuerdo que se nos haya maltratado, ni en tierras filisteas, ni aquí, ni allá…

–               ¿Cuál allá?

No hemos ido más lejos.

Aun cuando debimos ir a otra parte;

yo no habría ido y nunca iré.

¡No quiero contaminarme!

En la cocina, sólo están Pedro, Bartolomé, Zelote, Santiago de Alfeo y Felipe.

Los demás se salieron, uno después del otro, llevándose con ellos a los otros dos niños.

Una fuga meritoria, porque así no se falta a la caridad.

Simón Zelote dice con calma:

–            ¿Contaminarte?

No es esto lo que te molesta, Judas de Keriot.

No quieres enemistarte con los del Templo.

 Esto es realmente lo que te duele.

Judas trata de justificarse:

–             No.

No es por eso.

Es que no me gusta perder mi tiempo y ofrecer la sabiduría a los necios.

¡Fijate!…

¿De qué nos sirvió haber tomado a Ermasteo?

Se fue y ya no regresó.

José dice que se separó de él diciendo que volvería para la Fiesta de las Tiendas.

¿Tú lo has visto?

Es un renegado…

–           No sé por qué no ha vuelto…

Como no sé la razón.

No puedo juzgarlo.

Pero te pregunto…

¿Es el único que ha abandonado al Maestro y que se ha convertido en su enemigo?

¿Acaso no hay renegados entre judíos y galileos?

¿Puedes negarlo?

–             No.

Es verdad.

Bueno.

Pero…

Yo me encuentro incómodo aquí.

¡Si se supiera que estamos aquí!

¡Si se supiese que tratamos con los samaritanos, hasta el punto de entrar en sus sinagogas en el sábado!

Él quiere hacerlo.

¡Ay si se supiese!

¡La acusación sería justificada!…

Bartolomé dice:

–             Y quieres insinuar que el Maestro sería condenado.

Quieres decir esto.

¡Pero si ya lo está!

Él ya lo está.

Lo está aún antes de que se sepa.

Es más, ha sido condenado, aún después de haber resucitado a un judío en Judea.

Se le odia y se le acusa de ser samaritano, amigo de publicanos, de meretrices y de prostitutas.

Lo ha sido siempre.

¡Y tú, esto lo sabes mejor que ningún otro!

Judas replica muy angustiado:

–            ¿Qué insinúas, Nathanael?

¿Qué es lo que quieres decir?

¿Yo que tengo que ver en todo esto?

¿Qué puedo saber más que vosotros…?

¡Judas está agitadísimo!

Pedro responde:

–           ¡Pero, muchacho!

¿Por qué te turbas tanto?

¡Te pareces a una  rata rodeada de enemigos…!

No eres una rata, ni nosotros estamos aquí armados con bastones, para capturarte y matarte.

¿Por qué te espantas tanto?

Si tu conciencia está tranquila…

¿Por qué te inquietas por palabras inocentes?

¿Qué ha dicho Bartolmái como para agitarte de ese modo?

¿Por qué te perturbas con palabras que no tienen ningún sentido?

Bartolomé no ha dicho nada para que te sientas tan intranquilo.

Todos nosotros sabemos y somos testigos,

de que Él sólo busca en el samaritano, el publicano, el pecador, la meretríz y la prostituta, a sus almas.

Y se preocupa de éstas y tan solo por éstas.

Y solo el Altísimo sabe cuán grande es el esfuerzo que el Purísimo hace;

para acercarse a lo que nosotros los humanos llamamos suciedad’  

Todavía no comprendes a Jesús, ni lo conoces muchacho!

¡Lo comprendes menos que los mismos samaritanos, filisteos, fenicios y gentiles!

¡Menos que todos los que tú quieras!…

Hay un dejo de tristeza sus últimas palabras.

Judas no responde.

Y los demás no añaden ninguna otra cosa.

Entra la anciana María diciendo:

–            En la calle están los de la ciudad.

Dicen que es la hora de la Oración del Sábado y que el Maestro prometió hablar.

Pedro responde:

–            Voy a avisarle.

Di a los de Efraím que pronto vamos.

Pedro sale y va al huerto a avisar a Jesús.

Zelote dice a Judas:

–              ¿Tú qué haces?

¿Vienes?

Si no quieres venir, vete…

Márchate antes de que tu postura de rechazo lo aflija…

Vete antes de que se vea, que no quieres venir.

Judas replica:

–               Voy.

¡Aquí no se puede hablar!

Parece como si yo fuese un gran pecador.

Todo lo que digo se entiende de mal modo.

Con la entrada de Jesús en la cocina, se acaba la discusión.

Y todos van a la sinagoga…

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