861 El Viajero
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
561 El saforim Samuel
Por la noche, Jesús está solo, todavía en la caverna.
La hoguera resplandece dando luz y calor.
Afuera se oye el estrépito de un aguacero envuelto por la luz incierta del amanecer lluvioso.
El viento entra rápido, esparciendo un fuerte olor a resinas y ramajes de enebro…
Entre chasquidos y chisporroteos, por todo el antro.
Jesús se ha retirado al fondo de la gruta, a una concavidad en cuyo suelo hay muchos ramajes secos.
La llama de vez en cuando, ondea, merma y aumenta, alternadamente…
Debido a rachas de viento que enfilan la espesura de las plantas, para introducirse silbando en la caverna;
que resuena como una bocina.
No es un viento continuo:
Cesa, luego se levanta de nuevo;
como las olas de un mar en momentos de ola larga.
Cuando silba fuerte, impulsa las cenizas y hojas secas hacia el estrecho pasillo rocoso,
por el que Jesús ha ido hacia la gruta más grande.
Y la llama se pliega hasta lamer el suelo en aquella dirección…
Cuando cesa la racha de viento, la llama se eleva de nuevo, todavía ondulante…
Para resplandecer otra vez enhiesta.
Jesús no hace caso.
Medita.
Luego, al sonido del viento se une el de la lluvia que golpea, primero rala, luego más densa;
contra el ramaje y hojas de las plantas.
Un verdadero turbión, transforma pronto los senderos de las laderas en ruidosos torrentes.
Ahora es la voz del agua la que predomina porque el viento lentamente calla.
La luz muy relativa, del crepúsculo borrascoso…
Y la del fuego que terminada la hojarasca, rojea pero sin llama, apenas dan claridad a la caverna…
Cuyos rincones ya están totalmente en sombra.
A Jesús que está vestido de oscuro, ya no se le distingue.
A duras penas si levanta la cara, porque la tiene agachada sobre las rodillas dobladas…
Se ve su blancura marfilínea que contrasta con la pared oscura.
Fuera de la gruta en el sendero…
Se oye un ruido de pasos y palabras entrecortadas por jadeo:
propias de uno que está cansado y agitado…
Enseguida se proyecta en el vacío de la entrada, una sombra oscura que chorrea agua por todas partes.
Luego se puede ver a un hombre de barba tupida y negra, que emite un «¡Oh!» de alivio…
Mientras arroja al suelo la prenda empapada de agua que cubre su cabeza.
Sacude el manto, suspira aliviado;
mientras monologa consigo mismo:
– «¡Mmm…!
¡Vas a tener que sacudirlo muy bién, Samuel!
Se sienta dejándose caer sobre una piedra cercana al fuego…
Cuyos tizones terminada ya la llama, rojean formando esos dibujos extraños,
que constituyen la última vida de la leña quemada.
Y trata de reavivarlo soplando.
Se quita las sandalias y trata de secarse los pies fangosos,
con algunas partes del manto que están menos mojadas que el resto.
Pero se seca con agua.
Su esfuerzo sólo sirve, para quitar el barro de los píes y pasarlo al manto.
Sigue monologando:
¡Hum!
¡Estoy mojado hasta los huesos!
¡Malditos sean ellos, él y todos!
Y he perdido incluso la bolsa.
¡Claro!
Mucho es ya que no haya perdido la vida…
“Es el camino más seguro” dijeron.
¡Ya!…
¡Pero ellos no lo recorren!
¡Fíjate qué regueros en los pelos!
Parezco un canalón roto que suelte agua por mil agujeros.
¡Parece que hubiera caído en la hoya de un batanero!
¿Y las sandalias?
¡Barcas!
¡Barcas en el fondo del río!
¡Pues bien empezamos!
¡Si no hubiera visto esta llama!
¡El lugar no está mal!
¿Quién habrá encendido la hoguera?
Algún otro desgraciado como yo.
Pero ¿Dónde estará ahora?
Allí hay un agujero…
Quizás otra gruta…
¿No serán bandoleros?
¡Pero…
Qué tonto eres!
¿Pero… Y si son ladrones?…
¡Samuel eres un tonto…!
¿Qué pueden quitarme ya, si no tengo un céntimo?
¡Son unos malditos!
¿Será que Belcebú está de su parte y lo defiende?
¡Mmm!
¡La recompensa es alta… pero…!
¡Bueno!
¡No importa!
Este fuego vale más que un tesoro.
¡Si tuviese unas cuantas ramas para reavivarlo…!
Me quitaría los vestidos para secarlos…
¡Digo yo…!
¡¿No?!
¡Ya no tengo otra cosa hasta el regreso!…
Jesús dice sin moverse de su lugar.
– Si quieres ramas amigo…
Aquí hay.
Al oir esa voz imprevista justo detrás de él, el hombre se sobresalta…
se pone inmediatamente en pie y se vuelve verdaderamente espantado.
Parece terriblemente asustado.
Abriendo desmesuradamente los ojos para tratar de ver al que le habló…
pregunta:
– ¿Quién eres?
Jesús contesta:
– Un viajero como tú.
He sido Yo el que ha encendido el fuego.
Y me alegro de que te haya servido de guía.
Jesús se acerca con un haz de leña en los brazos y lo deja caer al lado del fuego.
Habla en tono amistoso, pero no se acerca hasta el punto de que el fuego lo ilumine.
Regresa a su rincón envuelto en su manto.
Mientras dice:
– Reaviva la llama, antes de que la ceniza cubra todo y se apague.
Ya no tengo yesca, ni eslabón.
Porque quién me las prestó, se fue después de la puesta de sol.
Jesús, totalmente envuelto en su manto se sienta donde estaba y permanece así…
Samuel se inclina a soplar con todas sus fuerzas, en la hojarasca que ha arrojado sobre las brasas,
hasta que la flama se levanta otra vez.
Ríe, mientras sigue echando ramas cada vez más gruesas que reaniman el fuego.
Se mantiene ocupado en eso hasta que la hoguera resurge y la sigue alimentando siempre más…
Jesús se ha vuelto a sentar en su sitio y lo observa.
El hombre se quita la ropa mojada y dice fastidiado:
– Ahora tendría que desnudarme para secar la túnica.
Prefiero estar desnudo antes que mojado como estoy.
Pero no puedo ni quitármela.
Se desplomó una pendiente y me arrastró el deslave.
Se ha venido abajo un trozo de ladera y caí debajo de una cascada de tierra, lodo y agua.
¡Mira!
Mi vestido está roto.
¡Aah, ahora estoy bien!
¡Fíjate!
Se me ha desgarrado la túnica.
¡Maldito viaje!
¡Si, al menos, hubiera transgredido el sábado!
Pero no.
Hasta la puesta del sol he estado detenido.
Después…
¿Y ahora cómo me apaño?
Para salvarme he soltado la bolsa, que se habrá caído hacia el valle…
O se habrá quedado enganchada en algún matorral…
¡A saber dónde!…
Jesús extiende el brazo, ofreciendole su propia vestidura…
Diciendo:
– Aquí tienes mi túnica.
Está seca y caliente.
Ten mi vestido.
A Mí me basta con el manto.
Tómalos.
Estoy sano.
No tengas miedo.
– También eres bueno.
Un buen amigo…
¿Cómo podré agradecértelo?
– Queriéndome como a un hermano.
– ¡Queriéndote como a un hermano!
Tú no sabes quién soy.
No me conoces.
¿Querrías mi estima aunque fuera un hombre malvado?
– La querría para hacerte bueno.
El hombre es joven, tiene más o menos la edad de Judas.
Inclina la cabeza y reflexiona…