862 El Zaforím
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
561a El saforím Samuel
En la gruta de la montaña, donde Jesús se quedó después que Mannahém lo dejara;
se ha refugiado también un desventurado sobreviviente de un desastroso deslave…
Y continúan el diálogo que iniciaron, después que Jesús lo auxiliara.
El viajero pregunta asombrado:
– ¿Querrías mi estima aunque fuera un malvado?
Jesús responde:
– La querría para hacerte bueno.
El hombre tiene más o menos la edad de Judas.
Inclina la cabeza y reflexiona…
Jesús le ha entregado sus vestiduras, que están totalmente secas.
Samuel tiene la túnica que el Maestro le ha dado en sus manos, pero no la ve.
Piensa.
Automáticamente se la pone sobre la piel desnuda, pues que se ha quitado todo…
Incluso la túnica interior.
Se pone la vestidura divina y se queda pensativo…
Jesús, que ha regresado a su rincón, pregunta:
– ¿Cuándo comiste?
Samuel contesta:
– Ayer.
No alcancé a llegar al valle.
Y perdí el camino, la bolsa y el dinero.
Jesús le alarga sus alimentos diciendo:
– Ten.
Me sobró un poco.
Era lo que tenía para mañana.
Pero tómalo.
A mí no me pesa el ayuno.
– Si debes caminar, necesitarás fortalecerte.
– ¡Oh!
No voy muy lejos.
Solo a Efraím.
– Eres samaritano.
– ¿Te desagrada?…
No soy samaritano.
– ¿Quién eres?
– Soy solamente un viajero.
Igual que tú…
– Efectivamente…
Tu acento es galileo.
¿Quién eres?
¿Por qué no te descubres?
¿Por qué no muestras tu cara?
¿Acaso eres un criminal?
¿Necesitas ocultarte por algún delito?
No te voy a denunciar.
¿Cuál es tu nombre?
– Soy un viajero, lo he dicho antes.
Mi Nombre no te diría nada…
O tal vez te diría demasiado.
Y además…
¿Qué es el nombre?
Mi Nombre te diría poco o mucho…
No tengo nada que me obligue a estar oculto.
¿Si te ofrezco una túnica para tu cuerpo aterido…
Un pan para tu hambre…
Y sobre todo, mi piedad para tu corazón…?
¿Acaso necesitas saber mi Nombre para sentir el alivio con la ropa seca, la comida y el afecto?
Pero, si quieres darme un nombre, llámame “Piedad”
No tengo nada vergonzoso que me obligue a ocultarme.
Pero no por ello NO me denunciarías…
¡El objetivo que pretendes alzanzar…!
Los malos pensamientos dan frutos de malas acciones.
Porque tu corazón tiene adentro, un pensamiento no bueno…
El desventurado viajero se estremece de forma muy clara y no es precisamente por el frío exterior…
Va hacia donde está el Hombre que le ha hablado como un Profeta.
¡Y que lo ha pasmado totalmente!
Pero del Rabí se ven solamente los ojos y además, velados por los párpados semicerrados.
Jesús le ofrece un envoltorio que le había dejado Mannaém…
Mientras le dice:
– Come…
Come, amigo.
No hay otra cosa que hacer.
Samuel lo toma y se queda reflexionando…
Enseguida el hombre desventurado regresa a la hoguera.
Acercándose de nuevo al fuego para calentarse…
Come muy despacio sin hablar.
Está pensativo.
Jesús se ha quedado sentado, totalmente envuelto en su manto, en su rincón.
El huésped fortuito, poco a poco va reponiéndose.
El calor de la hoguera;
el pan y la carne asada que Jesús le ha dado, lo ponen de buen humor.
Se levanta, se estira…
Mira atentamente a su alrededor.
Mucho tiempo atrás…
Alguien clavó entre las paredes rocosas, una gruesa escarpia que ya está oxidada…
Se le ocurre que podría improvisar un tendedero.
Entonces extiende desde una punta de roca hasta la escarpia, el cordón que llevaba como cinto.
Y tiende encima para que se sequen:
Túnica, manto y gorro…
Sacude las sandalias, las acerca a la flama a la que alimenta generosamente.
Jesús parece dormir.
El hombre también se sienta al calor de las llamas.
Y piensa.
Después de un rato…
Se gira lentamente…
El viajero mira al Desconocido que se ha portado de manera tan noble.
Luego de un largo lapso de reflexión;
Samuel pregunta:
– ¿Duermes?
Jesús contesta:
– No.
Pienso y oro…
– ¿Por quién?
– Por todos los infelices.
Por todos los necesitados, de todas las clases.
¡Y son tantos!
– ¿Eres un Penitente?
– Lo soy.
La Tierra tiene mucha necesidad de Penitencia…
Para que los débiles puedan tener fuerzas, para resistir a Satanás.
– Dijiste bien.
Hablas como un Rabí.
Lo comprendo porque soy un zaforím.
(alumno para ser escriba y futuro sacerdote)
Estoy con el rabí Jonathás ben Uziel.
Soy su discípulo predilecto…
Ahora, si el Altísimo me ayuda, me amará mucho más…
Y todo Israel alabará mi nombre…
Jesús no replica.
Pasa el tiempo…
El otro, pasado una media hora, se levanta y va a sentarse al lado de Jesús.
Mientras se alisa con la mano el pelo, que casi lo tiene ya seco;
ordenándose la barba…
Samuel vuelve a preguntar:
– Oye…
Dijiste que vas a Efraím.
Pero…
¿Vas por azhar o es que estás allí?
¿Vives ahí?
Jesús responde:
– Vivo allí.
– ¡Pero has dicho que no eres samaritano!
– Lo repito:
No lo soy.
No soy samaritano.
– ¿Y quién puede vivir allí si no…?
– Dicen que ahí se ha refugiado el Rabí de Nazareth.
El maldito.
El proscrito.
¿Es verdad?…
– ¡Así es!
Es verdad.
Jesús el Mesías del Señor, está ahí.
Samuel exclama fanático y lleno de Odio:
– ¡No es el Mesías del Señor!
¡No es el Cristo!
¡Es un mentiroso!
¡Es un Blasfemo!
¡Es un Demonio!
¡Es la causa de nuestras desgracias!
¡Es la razón de todos nuestros males!
¡Y no surge un vengador de todo el pueblo que lo derribe!
– ¿Te ha hecho algún mal, para que aún con la voz lo odies?
– ¡A mí… ¡No!
Sólo una vez lo vi en la Fiesta de los Tabernáculos.
Y en medio de un gentío tal, que me costaría trabajo reconocerlo.
Hace poco tiempo que estoy definitivamente en el Templo.
Antes…
No podía por muchas razones…
Sólo cuando el rabí estaba en su casa, me la pasaba a sus pies bebiendo justicia y doctrina.
Porque desde hace mucho tiempo soy discípulo de Jonathás ben Uziel.
Me pareció oír un reproche en tu voz.
Cuando me has preguntado si lo odio…
¿Eres acaso un seguidor del Nazareno?
– No.
Pero cualquiera que sea justo, condena el odio.
– El odio es justo…
Cuando se odia a un enemigo de Dios y de la Patria.
Y eso es el Rabí Nazareno.
Es cosa santa el combatirlo y odiarlo.
Destruirlo y odiarlo es santo.
– ¿Combatir al hombre?
¡¿Destruirlo?!
¿O la Idea que representa…
Y la Doctrina que sostiene y proclama?
– ¡Todo!
¡TODO!
No se puede destruir una de esas cosas si se pasa por alto otra.
O se abate todo…
O no sirve para nada.
No se puede combatir una cosa, si no se ataca la otra.
En el hombre existe su doctrina y su idea.
Se debe destruirlo todo…
O no se hace nada.
Cuando se acepta una idea, se abraza conjuntamente al hombre que la representa y a su doctrina que propaga.
Da lo mismo…
Lo sé por experiencia propia.
Las ideas de mi maestro son mías.
Sus deseos son ley para mí.
Cuando se abraza una idea
– Efectivamente…
Un buen discípulo actúa así.
De veras eres un buen discípulo.
Pero conviene distinguir si el maestro es bueno.
Sólo en este caso;
seguirlo…
Porque no es lícito perder la propia alma por amor hacia un hombre.
– Jonathás ben Uziel es un buen hombre.
– ¡No!
No lo es.
– ¿Qué dices?
¿A mí me lo dices?
Estamos solos.
Puedo matarte porque has ofendido a mi maestro.
¿Te atreves a decirme a mí eso, estando aquí solos y pudiendo yo matarte, para vengar a mi maestro?
Ten en cuenta que soy un hombre robusto y muy fuerte.
– No tengo miedo.
No tengo miedo a la violencia.
Y tampoco tengo miedo…
A lo que pueda suceder…
No te tengo miedo y no me opondré.
Porque aun sabiendo que si arremetes contra Mí…
No voy a reaccionar.
– ¡Ah, ahora entiendo!
Comprendo todo perfectamente…
Eres un discípulo del Rabí.
Un apóstol…
Así llama Él a sus discípulos más fieles…
Y vas dónde Él.
¿Vas a juntarte con ellos?
El que estuvo contigo antes, era igual a Tí y ahora esperas a otro semejante.
Jesús finaliza diciendo:
– Espero a alguien.
Sí…
Es verdad.