865 Cómo Muere Dios7 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

561d El zaforím Samuel

En la gruta de las cercanías de Gofená, se desarrolla el drama entre Jesús y su sicario…

Jesús declara:

–            El Hijo del Hombre está a tus pies.

¡Pega!…

Jesús se arrodilla y extiende el cuchillo a su perseguidor, que retrocede pasmadísimo…

Samuel lo mira atolondrado…

Y murmurando:

–         ¡No!…

¡No!…

Transcurre un minuto electrizante…

Sólo al cabo de un rato logra susurrar:

–                ¡Tú!

¡Tú!    ¡Tú!

Parece como si no supiera decir nada más.

Jesús insiste:

–               ¡Captúrame, pues!

Quita esa inútil cuerda extendida para sostener una túnica sucia y desgarrada…

Te seguiré como un cordero sigue al matarife.

Y no te voy a odiar porque me lleves a la muerte.

Ya te lo he dicho.

Es el fin el que justifica la acción y transforma su naturaleza…

Para tí, Yo soy la ruina de Israel y tú crees salvarlo matándome.

Para tí Yo soy responsable de todo delito…

Y por tanto, sirves a la justicia eliminando a un malhechor.

No eres pues, más culpable que el verdugo que ejecuta una orden recibida.

¿Quieres inmolarme aquí mismo?

Ahí a mis pies, está el cuchillo con el que te he rebanado la comida.

Tómalo.

Puede transformarse, de hoja que ha servido para el amor a mi prójimo, en cuchillo de sacrificador.

Mi carne no es más dura que la carne de cordero asado,

que mi amigo me había dejado para que saciara mi hambre.

Y que Yo te he dado a tí enemigo mío, para saciar tu hambre.

¡Ata mis manos!

Él sigue murmurando:

–            ¡No!…

¡No!…

Jesús insiste:

Pero tienes miedo de las patrullas romanas;

que arrestan al que ata a un inocente y que no permiten que nosotros administremos la justicia,

porque nosotros somos los súbditos y ellos los dominadores.

Por eso no te atreves a matarme…

Y luego ir adonde los que te han enviado, con el Cordero degollado cargado sobre tus hombros,

cual mercancía que hace ganar dinero.

Bueno, pues deja aquí mi cadáver y ve a advertir a tus amos.

Porque tú tanto has renunciado a esa soberana libertad de pensamiento y voluntad,

que el propio Dios deja a los hombres;

porque no eres un discípulo, sino un esclavo.

Y sirves, rendidamente sirves, a tus amos;

hasta llegar al delito, los sirves.

Pero no eres culpable.

Estás “envenenado”

Tú eres esa alma envenenada que Yo esperaba.

¡Ánimo, pues!

La noche y el lugar son propicios para el delito.

¡Mejor dicho: para la redención de Israel!

¡Oh, pobre niño’

¡Dices palabras proféticas sin saberlo!

Verdaderamente mi muerte significará redención…

Y no de Israel solamente, sino de toda la Humanidad.

Yo he venido para ser inmolado.

Ardo en deseos de serlo para ser Salvador.

De todos.

Tú, saforím del docto Jonatán ben Uziel, ciertamente conoces Isaías…

(Isaías 52, 13-15; 53, 1-12)

Pues mira, tienes delante de tí al Varón de dolores.

Y si no lo parezco, si no parezco aquel que fue visto también por David (Salmo 22)

Con los huesos descubiertos y dislocados;

si no soy como el leproso visto por Isaías, es porque no veis mi corazón.

Soy todo una llaga.

Vuestro desamor y odio, vuestra dureza e injusticia me han llagado y quebrantado por entero.

¿Y no tenía escondido mi rostro mientras me vejabas por ser lo que realmente Soy:

el Verbo de Dios, el Cristo?

¡Pero soy el hombre avezado a padecer!

¿Y no me juzgáis como hombre castigado por Dios?

¿Y no me sacrifico porque quiero hacerlo para, con mi sacrificio, devolveros la salud?

¡Ánimo!

¡Descarga tu mano!

Mira…

No tengo miedo y tú tampoco debes tenerlo:

Yo porque soy el Inocente y no temo el juicio de Dios.

Yo porque, ofreciendo mi cuello para tu cuchillo hago que se cumpla la voluntad de Dios;

anticipando un poco mi Hora para bien vuestro.

También cuando nací anticipé la hora por amor a vosotros;

para daros la paz antes de su tiempo.

Pero vosotros, de esta ansia mía de amor, hacéis arma para negar…

¡No temas!

No invoco para ti el castigo de Caín ni los rayos divinos.

Oro por ti.

Te amo.

Nada más.

¿Soy demasiado alto para tu mano de hombre?

¡Así es!

¡Es verdad!

El hombre no podría asestar golpe alguno contra Dios…

Si Dios no se pusiera voluntariamente en las manos del hombre.

Pues bien, Yo me arrodillo ante tí.

El Hijo del hombre está delante de tí, a tus pies.

¡Descarga el golpe, pues!

Jesús, efectivamente se arrodilla…

Y ofrece a su perseguidor el cuchillo sujetándolo por la hoja.

El hombre retrocede aterradísimo,

susurrando:

–           ¡No!… ¡No!… ¡No!…

Jesús pregunta:

–          ¿Por qué te alejas?

¿No quieres ver cómo muere un Dios?

Samuel mueve las manos y suplica:

–           ¡No me mires!

¡No me mires!

¿A dónde huiré para no ver tu mirada?

–           ¿Qué no quieres ver?

Samuel no puede comprender cómo Jesús;

al que está viendo transfigurado en Dios;

pueda hablarle con esa mansedumbre y esa humildad…

Arrodillado y ofreciéndose para que sea consumado el crimen…

Sus ojos se agrandan con dolor…

Y Samuel exclama:

–              A Tí…

No quiero ver mi crimen.

¡Es verdad que mi pecado está ante mis ojos!

¿A dónde…?

¿A dónde huir?

El hombre está totalmente aterrorizado.

–           ¡No!…

¡No!…

¡No!…

Jesús insiste:

–             ¡Ánimo!

Un momento de valor…

¡Serás más célebre que Yael y Judit!

Mira, oro por tí.

Lo dice Isaías: “… y oró por los pecadores”

¿No vienes todavía?

El zaforím se empieza a retirar hacia atrás…

Jesús prosigue:

¿Por qué te alejas?

¡Ahhh!…

¿Es porque temes no ver cómo muere un Dios?

Pues mira, voy ahí al lado del fuego.

El fuego no falta nunca en los sacrificios.

Forma parte de ellos.

Mira, ahora puedes verme muy bien.

Jesús se ha arrodillado cerca del fuego.

Samuel grita:

–           ¡No me mires!

¡No me mires!

¡Ohhh!…

¿A dónde huyo para no ver tu mirada?

Con una voz llena de dulzura, Jesús pregunta:

–                 ¿A quién?

¿A Quién quieres no ver?

–             ¡A Tí…!

¡Y tampoco mi delito!

¡Verdaderamente mi pecado está frente a mí!

¿A dónde…

A dónde huir?

El hombre está completamente aterrorizado…

Jesús abre los brazos con una tiernísima invitación,

diciendo:

–            ¡A mi Corazón, hijo!

¡Aquí, en estos brazos cesan las pesadillas y los miedos!

Sólo hay paz.

¡Ven, ven!

¡Hazme feliz!

Jesús se ha puesto de pie y extiende sus brazos.

El fuego los separa.

Jesús centellea con el reflejo de las llamas.

1jmanos-abiertas

El hombre cae de rodillas, cubriéndose la cara…

Y gritando:

–           ¡Piedad de mí!

¡Oh, Dios!

¡Piedad de mí!

¡Borra mi pecado!

¡Quería matar a tu Mesías!

¡Piedad!

¡Ah!

¡No puede haber piedad, para un crimen semejante!

¡Estoy condenado!

¡Piedad!

El zaforím cae postrado, con un llanto desgarrador…

Llora amargamente con el rostro pegado a la tierra…

Postrado, convulso por los sollozos y…

Gime con adoración:

–           ¡Oh Altísimo Señor!…

¡Tú Perdón!…

¡Ohhh!… e impreca:

¡Malditos!…

Jesús rodea la hoguera y va hacia el hombre.

Se inclina y lo toca en la cabeza.

Lo ha tomado de los hombros por la espalda y lo ha levantado.

Se sienta en tierra estrechándolo hacia Sí…

Y lo ha acercado a su corazón.

El hombre se relaja sobre las rodillas de Jesús, con un llanto menos delirante.

Pero… ¡Qué llanto tan purificador!

Jesús acaricia su cabeza morena esperando a que se calme.

Diciendo:

–         No maldigas a los que te pervirtieron.

Te hicieron el más grande favor:

El de que Yo te hablase.

El de que te tuviese así, entre mis brazos.

El hombre finalmente levanta la cabeza.

Y cambiada su cara, gime:

–           ¡Tu perdón!

Jesús se inclina y lo besa en la frente.

El hombre recarga su cabeza sobre el hombro de Jesús, estremecido por los sollozos.

Quiere contar como lo sugestionaron para cometer el crimen…

Pero Jesús se lo prohíbe diciendo:

–            ¡Silencio!1sag-cor

¡Cállate!…

No ignoro nada.

Cuando entraste, te conocí por lo que eras.

Y por lo que querías hacer.

Pude haberme alejado y huir.

Me quedé para salvarte.

Ya lo estás.

El pasado ha muerto.

No lo recuerdes más.

–          Pero…

¿Confías tan fácilmente en mí?

¿Y si volviese al pecado?

–          No.

No volverás al pecado.

Lo sé.

Estás curado.

–          Lo estoy.

Pero ellos son astutos.

No me devuelvas a ellos.

–           ¿Adónde quieres ir que no estén?

–            Contigo.

A Efraím…

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