867 Los Enviados del Sanhedrín7 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

562 Celebridades en Nazareth

Las hojas que empiezan a nacer en las ramas de los árboles que hay en los huertos de las casas…

Y en la doble fila alrededor del cuadrado que forma la plaza principal de Siquem,

rodeándola como una galería…

Llenando todo con su alegría primaveral.

El sol juguetea con las hojas tiernas de los plátanos,

tejiendo un bordado de luces y sombras en el terreno.

El pilón que hay en el centro de la plaza con su estanque,

es una laja de plata iridiscente, bajo los rayos del sol.

Hay mucha gente conversando en corrillos acá o allá y hablando de sus negocios.

Hay gente que discute.

Llegan algunos forasteros.

Todos se preguntan quiénes son.

Muchos los miran con desconfianza…

Entran en la plaza.

Observan…

Se acercan al primer grupo que encuentran;

saludan.

Les devuelven el saludo con sorpresa…

Y se presentan.

Pero, cuando dicen:

«Somos discípulos del Maestro de Nazareth»

Toda desconfianza desaparece.

Y hay quien va a avisar a los otros grupos.

Mientras que los que se han quedado,

preguntan:

–           ¿Os manda Él?

Un hombre responde:

–           ¡Claro que sí, Él…!

Es una misión muy secreta.

El Rabí corre grave peligro.

Ya nadie lo aprecia en Israel…

Alguien pregunta:

–          ¿Os mandó él?

–           Sí.

Una misión muy secreta.

El Rabí está en gran peligro.

Nadie lo ama ya en Israel.

Y Él que es muy bueno, dice que por lo menos vosotros le seréis fieles.

Varias voces responden:

–            Es lo que queremos…

–            ¿Qué debemos hacer?

–            ¿Qué quiere Él de nosotros?

–           ¡Oh!

Él no quiere más que se ame, porque su doctrina es el amor.

Porque confía demasiado en la protección de Dios.

¡Y con lo que se dice en Israel!

Se le acusa de Satanismo e insurrección.

¿Comprendéis lo que significa esto?

Represalias de los romanos sobre nosotros que tanto sufrimos.

Y se nos golpeará más.

A los santos de nuestro Templo se les condenará.

Por vuestro bien, deberíais hacer motines, persuadirlo a defenderse.

Defenderlo.

Impedir que sea apresado a como dé lugar.

Apelar el derecho de asilo.

Es inútil decírselo a Él.

Y Él, que es tan bueno, dice que al menos vosotros sigáis siéndole fieles.

Varios responden:

–             ¡Pero si es lo que queremos!

–            Él ya nos conoce.

–             ¡Y también corresponder nosotros, mostrándonos buenos con Él…

En orden a los hijitos de esa mujer nuestra, muerta!

–             ¿Qué debemos hacer?

–             ¿Qué quiere de nosotros?

El hombre que les ha estado hablando:

–             ¡Bueno, Él sólo quiere amor!

Porque se fía “demasiado” de la protección de Dios.

¡Y con lo que se dice en Israel!

¿No sabéis que se le acusa de satanismo e insurrección?

¿Sabéis lo que significa esto?

Represalias de los romanos contra todos.

¡Nosotros, que ya somos tan infelices, vamos a sufrir aún más atropellos!

Y represalias de condena por parte de los santos de nuestro Templo.

Cierto que los romanos…

Incluso por vuestro bien deberíais rebelaros, convencerlo de que se defienda…

Defenderlo, ponerlo casi en la imposibilidad de que lo capturen y cause un mal sin querer hacerlo.

Convencedlo de que se retire al Garizim.

Donde está ahora, está todavía demasiado expuesto.

Y no aquieta las iras del Sanhedrín ni las sospechas de los romanos.

¡El Garizim sí que tiene el derecho de asilo!

Es inútil decírselo a Él.

Si se lo dijéramos, nos maldeciría por aconsejarle la cobardía.

Si se lo decimos nosotros, nos dice que somos anatema;

porque le aconsejamos cometer una villanía.

Pero no es así.

Es amor.

Lo nuestro es prudencia.

Nosotros no podemos hablar.

¡Pero vosotros!…

Os ama.

Ha preferido ya vuestra región a las otras.

Organizaos, pues, para recibirlo.

Porque al menos, sabréis con precisión si os ama.

Si rechazara vuestra ayuda, sería signo de que no os ama.

Y entonces estaría bién que se marchara a otro lugar.

Lo decimos con dolor porque lo amamos…

Porque habéis de creerlo, su presencia es un peligro para quien le da alojamiento.

Aunque es cierto que vosotros sois mejores que todos los demás y no miráis los peligros.

De todas formas, es justo que si os arriesgáis a las represalias romanas;

pues que al menos lo hagáis por correspondencia de amor.

Nosotros os aconsejamos por el bien de todos.

–                Es como decís.

Y haremos lo que decís.

—             Os lo repetimos:

Él os ama.

Por eso prefirió vuestros lugares a otros.

Su Presencia acarrea peligros a quién lo acoge.

Vosotros sois mejores que otros y no pensáis en esto.

Y si sufriereis por su causa…

Defendedlo de los romanos, con todo vuestro amor.

Hacedlo por el bien de todos.

–            Decís bien.

Iremos a verlo.

–            ¡Oh!

¡Sed prudentes!

Que Él no se dé cuenta que os lo hemos sugerido nosotros…

–         ¡No temáis!

–          ¡No temáis!

–          Lo haremos bien.

–          ¡Seguro!

–           Dejaremos claro que los despreciados samaritanos, valen tanto como los judíos y galileos;

para defender al Cristo.

Venid.

Entrad en nuestras casas vosotros, emisarios del Señor.

¡Será como si entrara Él!

¡Hace mucho que Samaria espera el amor de los siervos de Dios!

¡Oh, no tengáis miedo!

Demostraremos que los desgraciados samaritanos valen por un ejército.

Y defenderemos al Mesías.

–            Vemos que nos ama…

Porque es el segundo grupo de discípulos que nos envía.

Recibimos muy bien a los primeros…

Avanzan contentos,

sin darse cuenta del enorme engaño y la terrible trampa que les están tendiendo…

Se alejan llevando en medio como en triunfo,

a estos venenosos e hipócritas emisarios del Sanhedrín.

Y dicen:

–              Ya vemos que nos ama, porque en pocos días es el segundo grupo de discípulos que nos envía.

Y hemos hecho bien tratando con amor a los primeros…

Los emisarios del Sanedrín sonríen triunfales por el éxito de su hipocresía…

Y lo mismo está sucediendo en todas las localidades de Israel.

Mientras tanto…

Es un atardecer sereno de un día primaveral, que baña toda la campiña del poblado,

sobre la multitud que está reunida en la plaza de Nazareth.

Alfeo de Sarah está diciendo:

–            Y yo os digo que sois todos unos necios si creéis ciertas cosas.

Necios y más ignorantes que los carneros llanos;

que al estar mutilados, ni siquiera conocen las reglas del instinto.

Van por las ciudades una serie de hombres calificando de anatema al Maestro…

Y otros llevando órdenes que no pueden,

¡No pueden, por el Dios verdadero!

No pueden venir de Él.

Vosotros no lo conocéis.

Yo lo conozco.

¡Y no puedo creer que haya cambiado de esa forma!

¡Pues que vayan!

¿Vosotros decís que son discípulos suyos?

¿Pero quién los ha visto alguna vez con Él!

¿Decís que una serie de rabíes y fariseos han dicho sus pecados?

¿Pero quién ha visto sus pecados?

¿Le habéis oído alguna vez hablar de cosas obscenas?

¿Le habéis visto alguna vez en pecado?

¿Entonces?…

¿Cómo pensáis que si fuera pecador, Dios le movería a hacer esas obras tan grandes?

Necios, necios os digo…

Torpes…

Ignorantes como patanes que ven por primera vez a un histrión en un mercado

y creen verdadero lo que el histrión finge.

Así sois vosotros.

Observad si los sabios y los que tienen inteligencia abierta…

Se dejan seducir por las palabras de los falsos discípulos;

que son los verdaderos enemigos del Inocente…

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