Archivos diarios: 19/09/23

870 El Despertar de la Primavera

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564 El hombre de Jabnia 

Después de algunas semanas los cereales han crecido, están altos y anuncian ya la espiga.

Un viento leve cimbrea estos cereales de tallos aún tiernos.

Y la brisa juguetea con las frondas tiernas, de los más precoces árboles frutales que apenas caída la flor…

O mientras ésta revuela todavía y cae…

Han abierto ya las hojitas de esmeralda clara, tiernas, brillantes…

Hermosas como todo lo que es virgen y nuevo.

Más remolonas, las vides están aún desnudas y nudosas;

pero en los retorcidos cordones de sus sarmientos…

Que se entrelazan unos con otros de uno a otro tronco de que brotaron;

las yemas han roto ya la funda oscura que las contenía y aún cerradas…

Muestran ya el vello gris-plata que es el nido de las futuras pámpanas y de los nuevos zarcillos.

De esta forma las leñosas y serpeantes hileras de los viñedos, parecen suavizarse con una gracia nueva.

El Sol ya casi en su cenit, empieza su obra colorativa y destiladora de vegetales aromas…

Mientras pinta de tonos más vivos lo que tan sólo ayer era más pálido.

Calienta y extrae de los terrones, de los prados en flor, de los campos de cereales, de las huertas y pomares…

De los bosques, de las tapias, de la ropa tendida para secarse…

Los distintos matices de olores;

para crear una única sinfonía que permanecerá durante todo el verano…

Hasta apagarse en un violento tufo de mostos en las tinas, donde las uvas pisadas se transforman en vino.

También se oye un intenso canto de pájaros entre las ramas…

Un vehemente balar de carneros y machos cabríos entre los rebaños.

Cantos de hombres en las laderas.

Voces risueñas de niños.

Sonrisas de mujeres.

Es primavera.

Toda la creación está llena de un amor que se expande siempre más…

La naturaleza ama.

El hombre goza del amor de esta naturaleza que mañana lo hará más rico.

Disfrutando de sus amores, que se avivan en este despertar sereno.

Y más amada le parece la esposa.

Más protector parece el hombre a su consorte.

Más amados a ambos, los hijos que sonrisa y trabajo ahora…

Serán mañana en la vejez, sonrisa aún y protección para los ancianos que declinan.

Jesús pasa por los campos, que suben y bajan siguiendo los desniveles del monte.

Está solo.

Vestido de lino, porque dio a Samuel su última túnica de lana.

Pero lleva también un manto ligero, de un azul marino vivo, echado sobre uno de los hombros…

Y puesto sin ceñirlo en torno al cuerpo, recogido luego con un brazo a la altura del pecho;

con el extremo echado sobre el brazo, ondea levemente con el viento suave que barre el suelo.

Pasa.

Donde hay niños se inclina a acariciar sus cabecitas inocentes y a escuchar sus pequeñas confidencias.

A admirar lo que como si se tratara de un tesoro, corren a enseñarle.

Una niñita, tan pequeña que todavía tropieza al correr…

Y que se enreda en la tuniquita, demasiado larga para ella,

heredada quizás del hermanito que la precedió en el nacimiento…

Se acerca toda ella iluminada por una sonrisa que le enciende los ojos y le descubre,

los diminutos incisivos entre los labios rosados…

Llega con un ramo de mayas, un grueso ramo sujeto con las dos manos…

(grueso cuanto pueden llevar esas manitas tan tiernas y menudas)

Levantándolas como su trofeo,

diciendo:

–            ¡Toma!

Es tuyo.

Jesús las toma con palabras de admiración y agradecimiento, mientras ella agrega:

A mamá después.

¡Un beso, aquí!…

Da palmas delante de la boca con las manitas, ya liberadas de su ramito…

Mientras está con la cabeza vuelta hacia arriba, puesta de puntillas sobre sus piecitos descalzos;

hasta casi perder el equilibrio, en el vano intento de alargar su minúsculo cuerpecito hasta la cara de Jesús…

Que riendo la toma en sus brazos….

Y que ahora va, con ella acurrucada allá arriba como un pajarito en un alto árbol…

Hacia un grupo de mujeres que sumergen telas nuevas en las cristalinas aguas de un río,

para tenderlas luego al sol a blanquearse.

Las mujeres, agachadas antes hacia el agua, se levantan y saludan.

Una dice sonriendo:

–          Tamar te ha incomodado…

Desde el amanecer estuvo recogiendo flores aquí, con la secreta esperanza de verte pasar.

Y no me ha dado ni siquiera una, porque antes quería dártelas a Tí.

Jesús responde:

–             Las aprecio más que a los tesoros de los reyes.

Porque son inocentes como los niños y han sido ofrecidas por una inocente como las flores.

Besa a la niña, la pone en el suelo y se despide de ella,

bendiciéndola:

–             Descienda a tí la Gracia del Señor.

Saluda a las mujeres y prosigue su camino…

Saludando a los agricultores y a los pastores que desde los campos o los prados…

Lo saludan.

Parece dirigirse hacia abajo, hacia el lado que lleva a Jericó.

Pero luego vuelve atrás…

Y toma otro sendero que sube de nuevo hacia los montes situados al norte de Efraím.

Aquí el suelo, bien expuesto al aire y al sol…

Y al abrigo de los vientos del norte, tiene cereales aún más hermosos.

El sendero que va entre dos campos, presenta a un lado árboles frutales a distancias casi constantes…

Los botones que pueblan las ramas, parecen perlas anunciando ya, los próximos frutos…

Una calzada que baja del norte hacia el sur corta el sendero.

Debe ser una vía bastante importante;

porque en el punto de intersección hay uno de esos hitos usados por los romanos.

Éste tiene escrito en la cara septentrional: «Neapoli»

Y debajo de este nombre que está esculpido muy grande,

con los caracteres lapidarios de los latinos, fuertes como ellos mismos…

Mucho más pequeño y apenas incidido en el granito: «Siquem»

en la cara occidental: «Silo-Jerusalén»

y en la orientada a mediodía: «Jericó».

En la cara oriental no hay ningún nombre.

Pero se podría decir que si no hay nombre de ciudad, sí lo hay de desventura humana.

Porque en el suelo, entre el hito y la fosadura que bordea el camino…

(como en todas las calzadas mantenidas por los romanos, excavada para desagüe en tiempos de lluvias)

Hay un hombre, contraído…

Un verdadero amasijo de andrajos y huesos, quizás muerto.

Jesús, cuando advierte su presencia entre las hierbas de la cuneta…

Exuberantes por los chaparrones primaverales;

se inclina hacia él, lo toca y lo llama:

–            Hombre…

¿Qué te sucede?…

Un gemido es la respuesta.

Pero el amasijo se mueve, se desenvuelve…

Y un rostro caquéctico, de un color de muerte, aparece…

Dos ojos cansados, dolientes y lánguidos miran estupefactos a Aquel que está inclinado sobre su miseria.

Trata de sentarse hincando en el suelo las manos esqueléticas…

Pero está tan débil, que sin la ayuda de Jesús no podría.

Jesús le ayuda y le apoya la espalda contra el poste.

Le pregunta:

–              ¿Qué te sucede?

¿Estás enfermo?

El hombre apenas si responde:

–              Sí.

Es un «sí» debilísimo…

869 El Milagro Más Retumbante

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

563a Curación en Efraím del esclavo mudo de Claudia Prócula.

Al día siguiente, toda Efraím se desborda al ver en sus calles, un desfile de carros romanos cruzándola.

Es un insólito cortejo de carruajes y lujosas literas cubiertas;

flanqueadas por elegantes esclavos;

precedidas y seguidas por legionarios romanos.

Un séquito digno de un emperador romano…

La gente intercambia gestos significativos y bisbisea.

La comitiva llega hasta la orilla del poblado.

Cerca del camino que se desvía hacia Bethel y Rama, se detiene.

Se  divide en dos partes.

Se quedan un carro y una litera con una poderosa escolta de soldados;

el resto prosigue.

La cortina de la litera se descorre un instante…

Emerge una blanca mano femenina, que tiene una rica pulsera muy adornada;

artísticamente trabajada, llena de perlas y rubíes;

haciendo una señal al jefe de los esclavos para que se acerque.

Un hombre negro de muy grande estatura, se inclina poniendo atención…

Escucha.

El hombre obedece sin hablar.

Se separa, se acerca al oficial encargado, señalando la petición…

Éste se acerca a un grupo de mujeres curiosas…

Y pregunta:

–         ¿Dónde está el Rabí de Nazareth?

Una mujer contesta:

–          En aquella casa.

Pero a esta hora, normalmente está en el torrente.

Allí hay una pequeña isla.

Hacia donde están aquellos sauces, junto al álamo.

Donde está aquel chopo.

Se pasa días enteros orando allí.

El hombre vuelve y refiere.

Se dan nuevas órdenes…

La litera se pone de nuevo en movimiento.

El carro permanece donde está.

Los soldados siguen a la litera hasta las orillas del torrente y cortan el camino.

Sólo la litera sigue adelante, costeando el curso de agua, hasta la altura de la isla;

la cual por el avance de la primavera, se ha poblado mucho de vegetación:

Es ahora una espesura impenetrable dominada por el tronco y la copa argéntea del chopo.

Se oye una orden y la litera cruza el pequeño curso de agua;

entrando en ella los portadores, que llevan vestimentas cortas.

Los soldados siguen a la litera, hasta la ribera del torrente y cierran el camino.

Solo la litera sigue el borde del cauce, hasta la islita que está llena de matorrales…

Entre los que se sobresale el álamo.

La litera atraviesa el riachuelo y se detiene…

Baja la nieta del emperador Augusto:

Claudia Prócula con una liberta…

Y hace señal a un esclavo negro para que la siga.

Los demás, regresan a la ribera…

Los tres se dirigen rumbo al álamo.

Claudia seguida por los dos, se adentra en la corta islita;

en dirección hacia el chopo que descuella en el centro.

La hierba ahoga el ruido de los pasos.

Llega hasta donde está Jesús, absorto, sentado en la base del tronco.

Mira a sus dos acompañantes y con una orden silenciosa, les dice que no la sigan.

Claudia lo llama…

Jesús levanta la cabeza y se pone de pie al ver a Claudia.

Permaneciendo erguido contra el tronco del chopo.

La saluda sin inclinarse…

Jesús dice:

–           La Paz sea contigo…

No se muestra sorprendido, molesto, ni disgustado por la intrusión.

La esposa del Procónsul responde:

–          Salve, Maestro.

Jesús se mantiene a la expectativa…

Claudia, después de saludarlo, va al grano sin rodeos.

le dice:

–           Maestro, fueron a ver a Poncio algunos…

No quiero hablar mucho.

Yo no hago largos discursos.

Pero porque te admiro te digo, como habría dicho a Sócrates, si hubiese vivido en sus tiempos…

O a cualquier otro hombre virtuoso a quién injustamente se le persigue:

No puedo hacer mucho, pero lo que puedo, lo haré.

Y mientras tanto, escribiré a donde puedo, para tenerte seguro y también…

Poder.

Tantos que no lo merecen viven en tronos y en altos puestos…

Jesús declara:

–          Domina, no te he pedido ni honores, ni protección.

Que el verdadero Dios te pague tus pensamientos y tu buen corazón…

Da tus honores y tu protección a quién los desea como algo digno.

Yo no los deseo.

Claudia sonríe llena de alegría y exclama:

–          ¡Ah!

¡Esto era lo que quería!

¡Eres en verdad el Justo que he presentido!

Y los otros…

¡Tus indignos calumniadores!

Fueron a vernos y…

–            No es necesario que hables, Domina.

Lo sé.

–           ¿Sabes también que se dice…

Que por tus pecados has perdido tu poder y por eso vives aquí como desterrado?

–           También lo sé.

Y sé que a esto le diste más crédito que a lo primero.

Porque tú inteligencia pagana puede discernir el poder humano

y la grandeza o bajeza a que puede llegar un hombre.

Pero no puedes comprender todavía la grandeza del espíritu.

Estás…

Desilusionada de tus dioses que en tu religión siempre están peleando…

Y apenas si tienen poder alguno, sujeto a caprichos mutuos.

Y crees que así es el Dios Verdadero.

Pero no es así.

Soy el Mismo que era, cuando me viste por primera vez curar a un leproso.

Así soy ahora.

Y lo seré, aun cuando parezca completamente destruido y que todo se ha acabado…

Jesús señala al negro grande y pregunta:

–            ¿Ése es tu esclavo mudo, no es verdad?

–            Sí, Maestro.

–            Dile que venga.

Claudia hace un gesto, llamándolo con la mano…

Y le grita:

–           ¡Ven!

Y el hombre se acerca.

Se postra en el suelo, entre Jesús y su ama.

Su pobre corazón de salvaje no sabe a quién reverenciar más.

No se atreve a adorar a Jesús como quisiera, por miedo a que su patrona lo castigue.

Tiene miedo de que, si venera más al Cristo que a su ama, ésta se enoje.

No obstante, mirando con ojos suplicantes a Claudia;

vuelve a hacer lo que hizo en Cesárea:

Toma el pie desnudo de Jesús entre sus gruesas manos negras y…

arrojándose, rostro en tierra…

Se pone el pie encima de la cabeza.

Jesús dice:

–          Escucha Domina…

¿Qué cosa crees que sea más fácil?

¿Conquistar por sí mismo un reino o hacer renacer una parte del cuerpo que no existe?

Claudia contesta:

–            Conquistar un reino, Maestro.

La fortuna ayuda a los audaces.

Pero nadie fuera de Tí;

puede hacer que vuelva a la vida un muerto o que vea, al ciego.

–            ¿Y por qué?

–            Porque…

Porque solo Dios puede hacerlo.

–            ¿Entonces para tí Soy Dios?

Claudia lo mira y se ruboriza…

Pero contesta decidida:

–             Sí.

O por lo menos, Dios está contigo…

–            ¿Puede Dios estar con un perverso?

Hablo del Dios Verdadero.

No de vuestros ídolos que son ficción que se forja, el que ignora lo que es la Verdad.

Porque son delirios de quien busca aquello que siente que existe, sin saber lo que es.

Y fantasmas que se crean para apagar la sed de su alma…

Hablo del verdadero Dios, no de vuestros ídolos,

–            No…

Diría yo.

No podría estarlo.

Nuestros mismos sacerdotes pierden su fuerza cuando están en culpa.

–           ¿Qué poder?

–            De leer en los signos del cielo y en las respuestas de las víctimas.

En el vuelo de las aves, en su canto…

¿Sabes?…

Los augures, los arúspices…

–          ¡Lo sé!

Lo sé.

Mira…

Jesús se vuelve hacia el esclavo y le dice:

–           Tú…

Levanta la cabeza.

Abre la boca, ¡Oh hombre! al que un cruel poder humano;

de la que hombres crueles te privaron de un don de Dios.

Y por voluntad del Dios Verdadero, Único, Creador de cuerpos perfectos…

Recibe lo que el hombre te quitó.

Vuelve a tener lo que te arrancaron.

Jesús mete su dedo blanco en la boca del mudo…

La liberta Álbula Domitila, curiosa se acerca…

Claudia se inclina a ver.

Pasan algunos minutos…

Y el esclavo comienza a llorar…

Jesús saca su dedo y dice:

–           Habla…

Y usa la parte renacida para alabar al Dios Verdadero.

Inmediatamente, ronco como el ruido de una trompeta;

el hombre que hasta ahora había estado mudo…

Grita:

–           ¡Jesús!

Cae en tierra llorando de alegría…

Y lame…

Realmente lame los pies desnudos de Jesús, como lo haría un perro agradecido…

Jesús mira a Claudia y le pregunta:

–           ¿He perdido mi poder, Domina?…

A quién insinúe esto…

Dále esta respuesta.

Claudia está con la boca abierta por el asombro más absoluto…

Jesús dice al esclavo:

–          Levántate.

Sé bueno pensando en lo mucho que te he amado.

Desde aquel día en Cesárea te he traído en mi corazón y contigo a todos tus iguales.

Se os considera mercancía inferior a los animales;

cuando sois hombres iguales a César por la concepción…

Y quizás mejores que él, en cuanto a la voluntad del corazón…

Jesús se vuelve hacia Claudia,

diciendo:

–               Puedes retirarte Domina.

No hay nada más que hablar…

Claudia objeta.

–           Sí.

Hay algo más.

Que yo había dudado…

Que con dolor casi estaba a punto de creer lo que se decía de Tí.

Y no solo yo.

Fuera de Valeria que sigue constante…

Porque cada vez progresa más, en su modo de pensar;

creciendo de forma increíble como mujer y como ser humano.

Por favor, perdónanos a todas las demás.

Y también otra cosa…

Que aceptes mi don:

Te regalo a éste hombre, que de nada me sirve ahora que habla.

Y esta bolsa de dinero…

–           No.

No.

Ni lo uno, ni lo otro.

La voz de Claudia está llena de angustia,

al exclamar:

–          ¡Entonces no me has perdonado!

Jesús dice con amor:

–           Perdono aún a los de mi pueblo, que son dos veces culpables por no reconocer lo que Soy.

¿Y no iba a perdonaros a vosotros que carecéis de todo conocimiento divino?

Bueno…

Dije que no aceptaba el dinero, ni a éste.

Ahora acepto el dinero…

Jesús extiende la mano y toma la bolsa que Claudia le ofrece.

Y agrega:

–            Y con el dinero emancipo al hombre.

Te devuelvo tu dinero porque compro a este hombre.

Y lo compro para devolverlo a la libertad…

Para que vaya a su patria a decir que está en la Tierra, Aquel que ama a todos los hombres…

Y que más los ama, cuanto más infelices los ve.

Luego mirando a Claudia dice:

–            Ten tu bolsa.

Claudia rehúsa:

–           No, Maestro.

Es tuya.

El hombre es libre de todas formas.

Es mío.

Te lo he donado.

Tú lo liberas.

No es necesario dinero para eso.

–            Entonces…

Jesús pregunta al hombre:

–              ¿Cómo te llamas?

El hombre contesta:

–            Por burla me llamaban Calixto.

Pero cuando fui aprehendido…

–           No importa.

Conserva ese nombre.

¡Y hazlo verdadero haciéndote hermosísimo en tu espíritu!

Vete y sé feliz, porque Dios te ha salvado.

¡Irse!…

El exesclavo no se cansa de besar y de repetir:

–           ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

Calixto nuevamente se pone el pie sobre su cabeza, diciendo:

–         ¡Tú y sólo Tú…!

Tú eres mi único amo.

Jesús objeta:

–           No.

Yo…

Yo Soy tu verdadero Padre.

Jesús lo envuelve con una mirada de amor infinito.

Luego dice a Claudia:

–         Domina, procura que regrese a su patria.

Te encargarás de ello, emplea el dinero para eso…

Y el resto, que se le dé a él.

Adiós Domina.

No acojas nunca las voces de las tinieblas.

Sé justa.

Trata de conocerMe.

Adiós Calixto.

Adiós mujer.

Jesús pone fin al coloquio.

Cruza de un solo salto el torrente, por la parte opuesta a donde está parada la litera.

Y se mete entre los sauces y el cañaveral.

Claudia llama a los portadores de la litera.

Pensativa, sube a ella.

Pero si ella guarda silencio;

la liberta y el esclavo hablan por diez.

Y hasta los mismos legionarios pierden su férrea disciplina, ante el prodigio de una lengua que ha renacido.

Claudia está demasiado pensativa, para ordenar silencio.

Recostada en la litera, hincado el codo en los almohadones, apoyada la cabeza en la mano…

No oye nada.

Está absorta.

Ni siquiera se da cuenta de que la liberta no está con ella…

Sino que se ha puesto a hablar como una urraca con los portadores.

Y Calixto con los legionarios, relatándoles lo sucedido…

Los cuales, si bien mantienen las filas, no mantienen el silencio.

¡Es demasiado grande la emoción, para guardar silencio…!

Regresan al cruce de Bethel y Rama.

La  litera deja Efraím, para reunirse al resto del cortejo…