870 El Despertar de la Primavera6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564 El hombre de Jabnia 

Después de algunas semanas los cereales han crecido, están altos y anuncian ya la espiga.

Un viento leve cimbrea estos cereales de tallos aún tiernos.

Y la brisa juguetea con las frondas tiernas, de los más precoces árboles frutales que apenas caída la flor…

O mientras ésta revuela todavía y cae…

Han abierto ya las hojitas de esmeralda clara, tiernas, brillantes…

Hermosas como todo lo que es virgen y nuevo.

Más remolonas, las vides están aún desnudas y nudosas;

pero en los retorcidos cordones de sus sarmientos…

Que se entrelazan unos con otros de uno a otro tronco de que brotaron;

las yemas han roto ya la funda oscura que las contenía y aún cerradas…

Muestran ya el vello gris-plata que es el nido de las futuras pámpanas y de los nuevos zarcillos.

De esta forma las leñosas y serpeantes hileras de los viñedos, parecen suavizarse con una gracia nueva.

El Sol ya casi en su cenit, empieza su obra colorativa y destiladora de vegetales aromas…

Mientras pinta de tonos más vivos lo que tan sólo ayer era más pálido.

Calienta y extrae de los terrones, de los prados en flor, de los campos de cereales, de las huertas y pomares…

De los bosques, de las tapias, de la ropa tendida para secarse…

Los distintos matices de olores;

para crear una única sinfonía que permanecerá durante todo el verano…

Hasta apagarse en un violento tufo de mostos en las tinas, donde las uvas pisadas se transforman en vino.

También se oye un intenso canto de pájaros entre las ramas…

Un vehemente balar de carneros y machos cabríos entre los rebaños.

Cantos de hombres en las laderas.

Voces risueñas de niños.

Sonrisas de mujeres.

Es primavera.

Toda la creación está llena de un amor que se expande siempre más…

La naturaleza ama.

El hombre goza del amor de esta naturaleza que mañana lo hará más rico.

Disfrutando de sus amores, que se avivan en este despertar sereno.

Y más amada le parece la esposa.

Más protector parece el hombre a su consorte.

Más amados a ambos, los hijos que sonrisa y trabajo ahora…

Serán mañana en la vejez, sonrisa aún y protección para los ancianos que declinan.

Jesús pasa por los campos, que suben y bajan siguiendo los desniveles del monte.

Está solo.

Vestido de lino, porque dio a Samuel su última túnica de lana.

Pero lleva también un manto ligero, de un azul marino vivo, echado sobre uno de los hombros…

Y puesto sin ceñirlo en torno al cuerpo, recogido luego con un brazo a la altura del pecho;

con el extremo echado sobre el brazo, ondea levemente con el viento suave que barre el suelo.

Pasa.

Donde hay niños se inclina a acariciar sus cabecitas inocentes y a escuchar sus pequeñas confidencias.

A admirar lo que como si se tratara de un tesoro, corren a enseñarle.

Una niñita, tan pequeña que todavía tropieza al correr…

Y que se enreda en la tuniquita, demasiado larga para ella,

heredada quizás del hermanito que la precedió en el nacimiento…

Se acerca toda ella iluminada por una sonrisa que le enciende los ojos y le descubre,

los diminutos incisivos entre los labios rosados…

Llega con un ramo de mayas, un grueso ramo sujeto con las dos manos…

(grueso cuanto pueden llevar esas manitas tan tiernas y menudas)

Levantándolas como su trofeo,

diciendo:

–            ¡Toma!

Es tuyo.

Jesús las toma con palabras de admiración y agradecimiento, mientras ella agrega:

A mamá después.

¡Un beso, aquí!…

Da palmas delante de la boca con las manitas, ya liberadas de su ramito…

Mientras está con la cabeza vuelta hacia arriba, puesta de puntillas sobre sus piecitos descalzos;

hasta casi perder el equilibrio, en el vano intento de alargar su minúsculo cuerpecito hasta la cara de Jesús…

Que riendo la toma en sus brazos….

Y que ahora va, con ella acurrucada allá arriba como un pajarito en un alto árbol…

Hacia un grupo de mujeres que sumergen telas nuevas en las cristalinas aguas de un río,

para tenderlas luego al sol a blanquearse.

Las mujeres, agachadas antes hacia el agua, se levantan y saludan.

Una dice sonriendo:

–          Tamar te ha incomodado…

Desde el amanecer estuvo recogiendo flores aquí, con la secreta esperanza de verte pasar.

Y no me ha dado ni siquiera una, porque antes quería dártelas a Tí.

Jesús responde:

–             Las aprecio más que a los tesoros de los reyes.

Porque son inocentes como los niños y han sido ofrecidas por una inocente como las flores.

Besa a la niña, la pone en el suelo y se despide de ella,

bendiciéndola:

–             Descienda a tí la Gracia del Señor.

Saluda a las mujeres y prosigue su camino…

Saludando a los agricultores y a los pastores que desde los campos o los prados…

Lo saludan.

Parece dirigirse hacia abajo, hacia el lado que lleva a Jericó.

Pero luego vuelve atrás…

Y toma otro sendero que sube de nuevo hacia los montes situados al norte de Efraím.

Aquí el suelo, bien expuesto al aire y al sol…

Y al abrigo de los vientos del norte, tiene cereales aún más hermosos.

El sendero que va entre dos campos, presenta a un lado árboles frutales a distancias casi constantes…

Los botones que pueblan las ramas, parecen perlas anunciando ya, los próximos frutos…

Una calzada que baja del norte hacia el sur corta el sendero.

Debe ser una vía bastante importante;

porque en el punto de intersección hay uno de esos hitos usados por los romanos.

Éste tiene escrito en la cara septentrional: «Neapoli»

Y debajo de este nombre que está esculpido muy grande,

con los caracteres lapidarios de los latinos, fuertes como ellos mismos…

Mucho más pequeño y apenas incidido en el granito: «Siquem»

en la cara occidental: «Silo-Jerusalén»

y en la orientada a mediodía: «Jericó».

En la cara oriental no hay ningún nombre.

Pero se podría decir que si no hay nombre de ciudad, sí lo hay de desventura humana.

Porque en el suelo, entre el hito y la fosadura que bordea el camino…

(como en todas las calzadas mantenidas por los romanos, excavada para desagüe en tiempos de lluvias)

Hay un hombre, contraído…

Un verdadero amasijo de andrajos y huesos, quizás muerto.

Jesús, cuando advierte su presencia entre las hierbas de la cuneta…

Exuberantes por los chaparrones primaverales;

se inclina hacia él, lo toca y lo llama:

–            Hombre…

¿Qué te sucede?…

Un gemido es la respuesta.

Pero el amasijo se mueve, se desenvuelve…

Y un rostro caquéctico, de un color de muerte, aparece…

Dos ojos cansados, dolientes y lánguidos miran estupefactos a Aquel que está inclinado sobre su miseria.

Trata de sentarse hincando en el suelo las manos esqueléticas…

Pero está tan débil, que sin la ayuda de Jesús no podría.

Jesús le ayuda y le apoya la espalda contra el poste.

Le pregunta:

–              ¿Qué te sucede?

¿Estás enfermo?

El hombre apenas si responde:

–              Sí.

Es un «sí» debilísimo…

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