Archivos diarios: 20/09/23

871 Dar de Comer al Hambriento

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564a El hombre de Jabnia 

El trigo ha crecido y empieza a echar espiga.

Un viento suave lo hace ondear y acaricia las ramas de los árboles que se llenan de hojas y de flores.

Se oye el cantar de los pajarillos, el balar de los corderos y de los chivos.

El canto de los hombres y la risa de las mujeres y de los niños.

Es el despertar de la primavera.

Jesús camina solo entre los desniveles del monte, vestido de lino blanco,

con su manto azul que ondea al soplo de la brisa mañanera.

Llega a un cruce de caminos y ve a un hombre tirado.

Es un montón de harapos y huesos.

Se inclina entre la hierba y lo toca:

–          Oye…

¿Qué te pasa?

¿Estás enfermo?

Una voz muy débil le responde:

–           Sí.

–         ¿Cómo te has puesto en viaje tú solo, en este estado?

¿No tienes a nadie?

El hombre hace un gesto afirmativo.

Pero está demasiado débil como para responder.

Jesús mira a su alrededor.

No hay nadie en los campos.

Es un lugar del todo desierto.

Al norte, casi en la cima de una colina, hay un montoncito de casas.

Al oeste sobre el verdor de la ladera…

Que subiendo otras prominencias se va transformando de campos en prados y bosques…

Están unos pastores con un rebaño de inquietas cabras.

Jesús baja otra vez los ojos hacia el hombre.

Pregunta:

–             Si te ayudo…

Y te sujetara.

¿Podrías ir hasta ese poblado?

El hombre mueve la cabeza y llora.

Las lágrimas ruedan por sus mejillas, tan ajadas que son rugosas como por ancianidad…

Cuando en realidad su barba de color azabache demuestra que es joven todavía.

Reúne las fuerzas para decir:

–              Me arrojaron…

Por miedo a la lepra…

No soy leproso…

Me muero…

De hambre.

Jadea por debilidad.

Se mete un dedo en la boca y extrae una masa informe verdosa…

Mientras explica:

–              Mira…

He masticado trigo…

Pero es hierba todavía.

Jesús se levanta diciendo:

–           Espera.

Regreso pronto.

Voy donde aquel pastor.

Te voy a traer leche tibia.

Vuelvo enseguida.

Y casi corriendo, se dirige hacia el rebaño…

A unos doscientos metros más arriba respecto a la calzada.

Jesús va a donde está el ganado.

Llega donde está el pastor y habla con él, señalando hacia el hombre.

El pastor se vuelve y mira.

Parece titubear respecto a si acceder o no a la petición de Jesús.

Luego se decide.

Toma de su cinturón la escudilla de madera que lleva colgada, como todos los pastores…

Y ordeña a una cabra.

Entrega a Jesús la escudilla, colmada.

Y Jesús baja cuidadosamente la ladera, seguido por un niño que estaba con el pastor.

Cuando está de nuevo junto al hambriento.

Se arrodilla a su lado, le pasa un brazo por detrás de los hombros para sujetarlo…

Y le acerca la taza, con la leche todavía espumosa, a los labios.

Haciéndole beber a sorbos, en pequeñas dosis la leche tibia.

Luego pone la taza en el suelo, diciendo:

–           Por ahora así.

Todo de una vez te haría daño.

Deja que tu estómago se reanime absorbiendo lo que te he dado.

El hombre no protesta.

Cierra los ojos y calla, observado por el niño con gran estupor.

Pasado un rato, Jesús ofrece de nuevo la taza para un sorbo más largo…

Y esto lo repite, con pausas cada vez más breves, hasta que la leche se termina.

Devuelve la taza al niño y se despide de él.

El hombre se reanima lentamente.

Trata, con movimientos todavía inseguros, de arreglarse un poco.

Expresa una sonrisa de gratitud mirando a Jesús, que se ha sentado en la hierba a su lado.

Se disculpa:

–           Te estoy haciendo perder tiempo.

Jesús dice:

–            ¡No te aflijas!

Nunca es tiempo perdido el usado en amar a los hermanos.

Cuando estés mejor, hablaremos.

El hombre, lentamente va cobrando fuerzas…

Y dice:

–           Estoy mejor.

Me vuelve el calor a los miembros…

Y la vista…

Creí que iba a morirme aquí…

¡Pobres de mis hijos!

Había perdido toda esperanza…

¡Y hasta ahora había tenido mucha!…

Si no hubieras venido Tú, me habría muerto…

Así…

En un camino…

–               Habría sido muy triste.

Es verdad.

Pero el Altísimo ha mirado a su hijo y lo ha socorrido.

Descansa un poco.

El hombre obedece durante un rato.

Luego abre de nuevo los ojos y dice:

–             Me siento revivir.

¡Oh, si pudiese ir a Efraím!

–            ¿Por qué?

¿Te espera allí alguien?

¿Eres de allá?

–            No.

Soy de la campiña de Yabnia, cerca del Mar Grande.

Pero fui a Galilea, siguiendo la orilla, hasta Cesárea.

Luego fui a Nazareth.

Porque estoy enfermo aquí (se da unos golpecitos en el estómago)

Es un mal que ninguno sabe curar y que no me deja trabajar la tierra.

Soy viudo y tengo cinco hijos…

Nací en Gaza.

Mi padre fue filisteo y mi madre siro-fenicia.

Uno de los nuestros que era admirador del Rabí Galileo, nos habló de Él.

Yo también escuché.

Cuando enfermé me dije: ‘Soy siro-filisteo, inmundicia para Israel”

Pero Hermasteo afirmó que el Rabí de Galilea tiene tanta bondad como poder.

Yo lo creo.

Voy donde Él”

Así que en cuanto mejoró el tiempo, dejé a mis hijos con la madre de mi mujer;

recogí mis pocos ahorros, porque muchos ya los había consumido con la enfermedad…

Vine a buscar al Rabí.

El dinero se me acabó en el viaje.

Se me terminó pronto, especialmente cuando no se puede comer de todo…

Y uno, cuando los dolores le impiden caminar, tiene que alojarse en una posada.

En Seforí vendí el asno, porque no tenía ya dinero para mí y para dar lo que debiera dar al Rabí.

Pensaba que una vez curado, podría comer de todo por el camino y volver pronto a casa.

Allí rehacerme con el trabajo en mis campos y en los de otros…

Pero el Rabí no está en Nazareth, ni en Cafarnaúm.

Me lo dijo su Madre.

Me dijo: “Está en Judea.

Búscalo en casa de José de Seforí en Bezetha o en el Getsemaní.

Allí te sabrán decir dónde está”.

Volví sobre mis pasos, a pie.

El mal progresaba…

Y el dinero disminuía.

En Jerusalén, adonde me habían mandado, encontré a los hombres, pero no al Rabí.

Me dijeron: “Hace mucho que lo han expulsado.

El Sanedrín lo ha maldecido.

Ha huido y no sabemos dónde está

Yo… Me sentí morir…

Como hoy…

Más incluso que hoy.

Fui por las ciudades y los campos, preguntando a todo el mundo.

Ninguno sabía nada.

Alguno se solidarizaba con mi llanto, muchos me golpearon.

Un día que me había puesto a mendigar fuera de las murallas del Templo, oí a dos fariseos que decían:

“Ahora que se sabe que Jesús de Nazaret está en Efraím…”

No perdí tiempo.

Vine hasta aquí, débil como estaba, mendigando un pan…

Cada vez más andrajoso y con más aspecto de enfermo.

Como no soy de acá, no conociendo bien estos lugares, extravié el camino…

Hoy vengo de allí, de aquel pueblo.

Hacía dos días que sólo chupaba unos hinojos silvestres, masticaba raíces…

Y trigo en verde.

Me han creído leproso por mi palidez y me han echado a pedradas.

Sólo pedía un pan y la indicación del camino hacia Efraím…

Aquí caí.

¡Tan cerca que estoy de la meta!

¿Y no llegaré?…

¿Pero va a ser posible que no la toque?

Yo creo en el Rabí.

No soy israelita.

Pero tampoco lo era Ermasteo y el Rabí lo amó.

¿Será posible que el Dios de Israel haga pesar Su Mano sobre mí…

En venganza de las culpas de mis antepasados?

1fenicios

–             El Dios Verdadero es Padre de todos los hombres.

Justo, pero bueno.

Premia a quién tiene Fe…

Y no exige que los inocentes paguen, por culpas que no son suyas.

Pero ¿Por qué has dicho que cuando oíste que se desconocía el lugar donde estaba el Rabí…

Te sentiste morir más que hoy?

–               Porque es verdad.

Creo que si no encuentro al Rabí me moriré.

Lo perdí antes de encontrarlo.

–            ¡Ah, por tu salud!

–              No.

No sólo por mi salud.

No busco sólo curarme…

Sino porque Ermasteo repetía ciertas cosas que de haberlo conocido, ya no me consideraría más una asquerosidad.

–          ¿Crees que sea el Mesías?

–        Lo creo.

No sé qué quiera decir ‘Mesías’, pero creo que el Rabí de Nazareth es el Hijo de Dios.

En el rostro de Jesús brilla una sonrisa luminosa…

Y pregunta:

–         ¿Estás seguro de que si lo Es, te escucharía a tí?

–         Estoy seguro.

Ermasteo repetía: ‘Es el Salvador de todos los hombres.

Para Él no hay hebreos ni idólatras; sólo creaturas que salvar.

Porque el Señor Dios lo envió para esto.

Muchos se reían.

Yo creí…

¡Oh! Si le pudiese decir: ‘Jesús ten piedad de mí’…

Me escuchará.

Jesús amplía su sonrisa cada vez más…

Y aconseja:

–           Trata de pedirme que te cure Yo…

–            Tú eres bueno.

A tu lado hay mucha paz.

Sí, eres bueno;

como… Como el propio Rabí.

Porque, para ser tan bueno como eres, necesariamente tienes que ser discípulo suyo.

A todos los que se me han manifestado como discípulos suyos, los he encontrado buenos.

Tal vez eres uno de sus discípulos y te habrá dado poder para hacer milagros.

¿Te enojarías si te digo que podrías curar los cuerpos;

pero no los corazones?

Yo quisiera que también el mío se curara…

Como le sucedió a Ermasteo.

Quiero ser un hombre recto…

Y eso solo puede hacerlo el Rabí.

Soy un pecador además de enfermo.

No quiero que mi cuerpo sane, si mi alma no se cura.

Quiero vivir y que viva también mi alma.

Ermasteo nos decía que el Rabí es vida del alma.

Y que el alma que cree en Él, vive para siempre en el Reino de Dios.

Por favor, llévame a donde está el Rabí.

¡Anda, hazme este favor!

¿Por qué sonríes?

¿Quizás porque piensas que soy audaz pretendiendo una curación sin poder dar un donativo?

Mira, cuando esté curado podré seguir cultivando la tierra.

Tengo unas frutas espléndidas.

Que vaya el Rabí en el tiempo de la fruta madura…

Y le pagaré con una hospitalidad todo lo larga que Él quiera.

–            ¿Quién te ha dicho que el Rabí quiera dinero?

¿Hermasteo?»

–             No.

Al contrario…

él decía que el Rabí tiene compasión de los pobres y a los pobres es a quienes socorre antes.

Pero eso es habitual en todos los médicos y…

Y en fin, con todos.

Jesús sonríe cada vez más y aconseja:

–          Con Él no.

Te lo aseguro…

Y digo que si pudieses aumentar tu Fe…

Hasta llegar a pedirle que haga aquí el milagro…

Y creerlo que es posible…

Lo alcanzarías.

–          ¿De veras?

Si eres uno de sus discípulos no puedes mentir, ni equivocarte.

Aunque me desagrade no ver al Rabí…

Quiero obedecerte…

Tal vez, perseguido como está, no se fía de nadie.

Y tiene razón. 

Pero serán los hebreos, los que lo llevarán a la ruina, no nosotros…

Mira, yo digo aquí…

Se pone fatigosamente de rodillas y suplica:

–            “¡Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!”

Y Jesús, con su gesto de dominio sobre las enfermedades y la voz poderosa con que obra los milagros…

Dice:

–           Hágase en tí, como tú Fe lo merece.

El hombre se paraliza como deslumbrado…

Pasa un largo minuto impactante…

Lo invade un calor súbito desde la cabeza hasta los piés y su alma comprende…

Como si la hubiese fulminado un rayo…

La sensación física y espiritual es tan intensa y jubilosa…

Que comprendiendo Quién Es el que tiene delante…

Emite un grito tan agudo…

Y se postra adorándolo.

El pastor que había bajado hacia la calzada para ver lo que sucede,

escucha este grito y las alabanzas que canta el hombre curado;

entonces acelera el paso.

El hombre está echado en el suelo con el rostro entre la hierba.

Y el pastor, señalándolo con el cayado,

dice:

–           ¿Está muerto?

¡No basta la leche cuando uno está acabado!

Y menea la cabeza.

El hombre oye esto y se levanta, fuerte, sano.

Gritando:

–            ¿Muerto?

¿Estoy curado!

He resucitado.

Él me ha hecho esto.

Ya no siento desfallecimiento por hambre ni dolor por enfermedad.

¡Estoy como en los días de mi boda!

¡Oh, Jesús bendito!

¡¿Y cómo no te he reconocido antes?!

¡Tu piedad habría debido sugerirme tu Nombre!

¡La paz que sentía a tu lado!

He sido un necio.

¡Perdona a tu pobre siervo!

Y se arroja de nuevo al suelo, adorando.

El pastor deja plantadas a sus cabras y se marcha corriendo, dando saltos, hacia el poblado.