IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
565b Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot.
En la cima del monte en Efraím, Jesús está diciendo:
– Pero óyeme.
Dios es un Padre que puede cuidar del hijo que quiere firmemente servirle.
¡Oh! Dios no desilusiona los buenos deseos del hombre…
Porque Él es el que los enciende en vuestros corazones.
Tú estabas convencido de que persiguiéndome honrabas a Dios.
El Padre vio en tu corazón no el Odio, sino el deseo de darle gloria…
Y por eso te trajo con nosotros.
Sólo si tú abandonas a Dios, podría vencerte la fuerza del Mal.
Samuel contesta con firmeza:
– ¡No quiero!
Mi voluntad es sincera.
– Entonces…
¿De qué te preocupas?
¿De las palabras de un hombre?
Déjalo que diga lo que quiera.
Él piensa a su modo…
El pensamiento del hombre es siempre imperfecto.
– No quiero que lo regañes.
Me basta con que me asegures que no pecaré.
– No lo harás porque no quieres que te suceda.
Conoces los nombres y las intenciones de mis enemigos más encarnizados.
Y sabes lo que están preparando contra Mí.
Por eso puedo hablar contigo, lo que no podría hacer con otros.
Lo que puedo padecer y compadecer;
otros no lo pueden…
Samuel lo mira estupefacto:
– ¡Maestro!…
¿Cómo puedes ser lo que Eres, sabiendo esto?…
¿Y cómo es que conociendo así las cosas te muestras tan…?
¡Oh!…
El zaforím se interrumpe, agregando:
Alguien viene subiendo.
¿Quién sube por el sendero?
Samuel se levanta para ver.
Se asoma y…
Exclama:
– ¡¡Judas!!
Judas responde:
– Soy yo.
Me dijeron que por aquí había pasado el Maestro y te encuentro a tí.
Me regreso.
Te dejo entregado a tus pensamientos… -Y ríe con esa risa, que es más lúgubre que una lechuza.
Jesús sale por detrás de Samuel y mostrándose,
pregunta:
– Yo también estoy.
¿Me necesita alguien en el poblado?
Judas contesta:
– ¡Oh, Tú!
¡Estabas en buena compañía, Samuel!
¡Y también tú, Maestro!…
– Dices bien.
La compañía de uno que abraza la justicia es siempre buena.
Me buscabas para estar conmigo… ¿No?
Ven.
Aquí hay lugar para tí…
Y también para Juan, si estuviera contigo.
– Está allá abajo con unos peregrinos.
– Entonces tendré que ir.
– No es necesario.
Van a quedarse hasta mañana.
Juan los ha colocado en nuestros lechos.
Se siente feliz de hacerlo.
Cierto es que todo lo hace contento.
Todo…
Todo lo contenta.
En verdad que os asemejáis.
No comprendo cómo lográis estar siempre contentos con todo…
Hasta con las cosas más enojosas…
Es de lo más…
Fastidioso.
Samuel exclama:
– ¡Ésa es la misma pregunta que iba a hacerle yo, cuando llegaste!
– ¿Ah, sí?
Entonces tú tampoco te sientes feliz.
Y te asombra el que otros, en condiciones aún más…
Difíciles y duras, que las nuestras…
Puedan sentirse felices.
– Yo no soy infeliz.
No hablo por mí.
Lo que me pregunto es de dónde saca el Maestro la serenidad que tiene;
pese a que no ignora su futuro.
Judas exclama:
– ¿De dónde?
¡Del Cielo!
Es natural.
¡Él Es Dios!
¿Acaso lo dudas?
¿Puede un Dios sufrir?
Él está por encima del Dolor.
El Amor del Padre es para Él, como…
Un vino que embriaga.
Y vino embriagador es para Él, la convicción de que sus acciones son la salvación del Mundo.
Y luego…
¿Acaso puede tener reacciones físicas, como nosotros los pobres;
los humildes seres humanos, tenemos?
Esto sería contrario al buen sentido.
Si el inocente Adán no conoció dolor de ninguna clase;
tampoco lo hubiera conocido, si siempre se hubiese mantenido inocente.
Jesús es el Súper-Inocente.
La creatura, no sé si llamarla ‘increada’ siendo Dios…
O creada porque tuvo padres…
¡Oh! ¡Maestro mío!
¡Cuántos ‘¿Por qués?’…
Cuántas cuestiones insolubles para los que vendrán después!
Si Adán estaba libre del Dolor por su inocencia;
¿Cómo puede pensarse que Tú puedas sufrir…?
Jesús, con la cabeza inclinada, se ha vuelto a sentar sobre la hierba.
Los cabellos le sirven de velo y no dejan ver la expresión de su rostro.
Samuel de pie, cara a cara con Judas, le replica:
– Si debe ser el Redentor, debe sufrir realmente.
¿No te acuerdas de David y de Isaías?
– ¡Sí!
¡Los recuerdo!…
¡Los recuerdo!
Pero ellos, aunque veían la figura del Redentor;
no veían el auxilio inmaterial por el que el Redentor…
Bueno, que el Redentor tendría para ser…
Dígamoslo así, ¿Por qué no?
Aunque fuese torturado…
No sentiría el Dolor.
– ¿Cuál?
Una creatura puede amar el dolor o padecerlo resignadamente, según la excelencia de su virtud.
Pero siempre lo sentirá.
Si no lo sintiese…
No sería dolor.
Judas insiste:
– Jesús es Hijo de Dios.
Samuel exclama:
– ¡Pero no es un fantasma!
¡Es verdadera Carne!
¡Es un Verdadero Hombre!
Y el cuerpo sufre si se lo tortura.
El ánimo del hombre sufre si es ofendido o despreciado.
El hombre sufre si se lo ofende…
O si se le hace objeto de burla.
Es verdadero Dios y…
¡Es verdadero Hombre!
Judas sentencia impertérrito:
– Jesús es Hijo de Dios.
Su unión con Dios elimina en Él estas cosas humanas.
Jesús levanta su cabeza y habla:
– En verdad te digo, Judas.
Que sufro y sufriré como todo hombre;
como ningún hombre.
Y más que los demás hombres.
Pero puedo a pesar de ello;
tener la santa y espiritual felicidad de aquellos que han obtenido la liberación de las tristezas de la Tierra,
por haber abrazado la voluntad de Dios como única esposa suya.
Puedo eso, porque he superado el concepto humano de la felicidad, la inquietud de la felicidad…
Esa felicidad como los hombres la imaginan.
Yo no voy tras eso que según el hombre, constituye la felicidad;
sino que pongo más alegría precisamente en aquello que está en el polo opuesto,
de lo que el hombre persigue como felicidad.
Las cosas de las que el hombre huye, las cosas que el hombre desprecia…
Porque están consideradas como peso y dolor;
representan para mí la cosa más dulce.
No voy detrás de lo que los hombres creen que es la felicidad…
Porque cifro mi alegría en las consecuencias que puede acarrear en la Eternidad.
Mi episodio cesa, mi acción cesa, pero su fruto permanece.
Mi dolor termina;
pero sus valores, no.
Yo no miro a la hora concreta, sino a las consecuencias que esa hora puede crear en la eternidad.
¿Y para qué me serviría a mí una hora de eso que se dice “ser felices” en la Tierra;
una hora alcanzada tras haberla perseguido durante años y lustros;
¿Qué interés tiene para Mí, ‘una hora de ser feliz’ en la tierra, si no puede venir conmigo a la Eternidad?
¿Si debiera gozarla Yo solo…
Sin hacer que participen de ella los que amo?
Judas exclama:
– ¡Pero si Tú triunfaras…
¡Nosotros tus seguidores, tendríamos parte en tu felicidad!
– ¿Vosotros?
¿Y qué sois vosotros en comparación con las multitudes presentes, pasadas y futuras…
A las que mi Dolor dará alegría?
Yo veo más allá de la felicidad terrena.
Mi mirada va a lo sobrenatural.
Veo que mi Dolor es gozo eterno para una inmensidad de hombres.
Para una multitud de criaturas.
Y abrazo el dolor como la fuerza más poderosa, para alcanzar la felicidad perfecta…
Que consiste en amar al prójimo, hasta el punto de sufrir para darle alegría y morir por él.
Judas replica:
– No comprendo esta felicidad.
– Todavía no eres sabio.
De otro modo la comprenderías.
– ¿Y Juan lo es?
¡Es más ignorante que yo!
– Hablando humanamente, sí.
Pero tiene la Ciencia del Amor.
– Está bien.
Pero no creo que el amor haga que los palos, dejen de ser palos.
Que las piedras dejen de serlo.
Y que no produzcan dolor en la carne golpeada por ellos.
Siempre has dicho que amas el dolor porque para Tí es amor.
Pero cuando realmente seas preso y torturado…
No sé si pensarás de igual manera.
Piensalo mientras puedes escapar al dolor.
Será horrible, ¿Sabes?
Si los hombres te llegan a aprehender…
¡Oh! ¡Sí!
¡Serán muy crueles!…
¡Será terrible, eh!
¡Si los hombres logran capturarte…
No se van a andar con contemplaciones contigo!
En las últimas palabras de Judas, está el acento venenoso de Satanás…
Que tortura implacable Al Hombre-Dios que tiene frente a sí y al que el Mesías puede ver…
Porque tiene todas las potencias del espíritu vivas, por ser el Viviente…
Jesús lo mira.
Está palidísimo.
Sus ojos muy abiertos, parecen ver tras el rostro de Judas, todas las torturas que le esperan…
Y sin embargo, aún envueltos en esta tristeza que reflejan,
permanecen mansos y dulces.
Y sobre todo, serenos…
Totalmente serenos:
Los ojos limpios de un Inocente.
Con suave determinación, Jesús responde:
– Lo sé.
Y sé aun lo que no sabes.
Más espero en la Misericordia de Dios.
Él, que es misericordioso con los pecadores…
Tendrá misericordia de Mí.
No le pido que no sufra.
Sino saber sufrir…
Y ahora vámonos.
Samuel, adelántate un poco y avisa a Juan que pronto estaré en el pueblo.
Samuel hace una reverencia y se marcha con paso ágil.