IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
565c Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot.
Jesús empieza a bajar.
El sendero es tan estrecho, que deben caminar uno detrás del otro.
Pero esto no impide a Judas hablar.
Diciendo:
– Te fías mucho de ese hombre, Maestro.
Ya te he dicho quién es.
Es el más exaltado y revoltoso de todos los discípulos de Jonathás.
Ahora ya es tarde.
Te pusiste en sus manos.
Samuel es un espía a tu lado.
¡Y Tú, que más de una vez…
Y más que Tú los otros, habéis pensado que lo fuera yo…!
Yo no soy un espía.
Jesús se detiene y se vuelve.
Dolor y majestad se funden en su cara y en su mirada, que se clava en el apóstol infiel…
Dice:
– No.
No eres un espía.
Eres un Demonio.
Has robado a la Serpiente su prerrogativa de seducir y de engañar, para separar de Dios.
Tu comportamiento no es una piedra, ni un bastón;
pero me hiere mucho más, que los golpes de las piedras o de los palos.…
En medio de un duro padecimiento, no habrá otro mayor que el de tu conducta, con la que me torturarás.
¡Oh, en mi atroz padecimiento, nada superará a tu comportamiento en su capacidad de dar martirio al Mártir!
Jesús se tapa la cara con las manos, como para esconder su horror…
Y se apresura, echándose a correr sendero abajo.
Detrás de Él, Judas le grita:
– ¡Maestro…
Maestro!
¿Por qué me causas dolor?
Ese falso me calumnió…
¡Escúchame, Maestro!
Jesús no le hace caso.
Jesús no escucha.
Corre, vuela ladera abajo.
Pasa sin detenerse al lado de los leñadores o pastores que lo saludan.
Saluda, pero no se detiene.
Judas se resigna a callar.
Están casi abajo cuando se encuentran con Juan, que estaba subiendo hacia ellos.
El más joven de los apóstoles, con su rostro iluminado por la alegría al verlo…
Con su serena sonrisa, trae de la mano a un niñito que gorjea chupando un panal de miel.
Juan dice:
– ¡Maestro, aquí estoy!
Vengo a avisarte que hay personas de Cesárea de Filipo.
Supieron que estás aquí y han venido.
Pero, ¡Qué extraño…!
¡Ninguno ha hablado y todos saben dónde estás!
Llegaron muy cansados.
Están descansando.
He ido a pedir a Diná leche y miel, porque hay un enfermo.
Lo he puesto en mi cama.
No tengo miedo.
Y el pequeño Anás ha querido venir conmigo.
No lo toques Maestro, porque está todo pegajoso de miel.
Juan ríe, ya que tiene numerosas marcas de dedos y gotas de miel en la túnica.
Ríe tratando de detener atrás al niño…
Que querría ir a ofrecer a Jesús su panal medio chupado.
Y que grita:
– ¡Ven!
¡Hay muchos panales para Tí!
Juan explica:
– ¡Sí!
Están recogiendo los panales en la casa de Diná.
Yo lo sabía.
Sus abejas enjambraron hace poco.
Haciendo un gran esfuerzo, Jesús solamente sonríe y comienza a caminar.
Todos se ponen en camino otra vez.
Llegan a la primera casa, donde todavía se oye el ‘tam, tam’ que usan los apicultores.
Racimos de abejas que parecen voluminosas piñas de un extraño tipo de uva, penden de algunas ramas.
Algunos hombres los recogen para llevarlos a las nuevas colmenas.
Más allá, en las colmenas ya aprestadas…
Hay un salir y entrar de abejas, incansables, zumbadoras.
Los hombres saludan.
Una mujer viene con unos maravillosos panales y se los ofrece al Maestro.
Jesús pregunta:
– ¿Por qué te privas tú de ellos?
Ya le has dado a Juan…
Diná responde:
– Mis abejas han dado copioso fruto.
No me resulta gravoso ofrecerlo.
Pero, bendice los nuevos enjambres.
Mira, están recogiendo el último.
Este año se han duplicado nuestras colmenas.
Jesús va hacia las minúsculas ciudades de las abejas y una a una;
las bendice levantando la mano en medio del zumbido de las obreras, que no se detienen en su trabajo.
Un hombre dice:
– Están del todo jubilosas y agitadas.
Porque tendrán casa nueva…
Otro añade:
– Y nuevas bodas.
Realmente parecen mujeres preparando la fiesta nupcial.
Un tercero responde:
– Sí, pero las mujeres hablan más que trabajan.
Éstas sin embargo, trabajan calladas.
Y trabajan incluso en días de festejo de bodas.
Trabajan sin pausa para crearse su reino y sus riquezas.
Jesús dice:
– Trabajar sin pausa en la virtud es lícito;
es más, debe hacerse.
Trabajar sin pausa por lucro, no.
Esto lo hacen sólo aquellos que no saben que tienen un Dios, al que hay que honrar en el día suyo.
Trabajar en silencio es un mérito que todos deberíamos aprender de las abejas.
Porque en el silencio se hacen santamente las cosas santas.
Sed vosotros en la justicia como vuestras abejas, incansables y silenciosos.
Dios ve.
Dios premia.
La paz a vosotros.
Despidiéndose de esta manera, sale de la casa de Diná.
Se queda solamente con sus dos apóstoles.
Entonces dice:
– Y especialmente a los que trabajan para Dios, les propongo como modelo a las abejas.
Ellas depositan en lo recóndito de la colmena,
la miel formada en su interior con el infatigable trabajo en corolas sanas.
Su esfuerzo ni siquiera parece esfuerzo, al estar lleno de buena voluntad.
Y así vuelan como puntos de oro, de flor en flor…
Luego entran cargadas de extractos, a elaborar su miel en lo recóndito de las celdillas.
Habría que saber imitarlas.
Elegir enseñanzas, doctrinas, amistades sanas, capaces de ofrecer extractos de verdadera virtud.
Y luego saber aislarse para elaborar, a partir de aquello que solícitamente se ha recogido…
La virtud y la justicia;
que son como la miel extraída de muchos elementos sanos…
Entre los cuales no es la última, la buena voluntad;
sin la cual esos extractos recogidos acá o allá, para nada sirven.
Saber humildemente meditar en lo recóndito del corazón,
sobre las cosas buenas que hemos visto y oído;
sin envidias por el hecho de que haya, además de abejas obreras, abejas reinas:
De que haya alguien más justo que ese que medita.
Todas las abejas son necesarias en la colmena:
tanto las obreras como las reinas.
¡Ay de ellas, si todas fueran reinas!
¡Ay, si todas fueran obreras!
Morirían las unas y las otras.
Porque si faltaran las obreras, las reinas no tendrían alimento para procrear.
Y las obreras dejarían de existir, si las reinas no procrearan.
No se envidie a las reinas, que también ellas tienen sus penalidades y su penitencia.
El Sol lo ven sólo una vez, en su único vuelo nupcial.
Antes y después, siempre;
para ellas sólo existe la clausura entre las paredes ambarinas de la colmena.
Cada uno tiene su misión.
Cada misión es una elección.
Cada elección es un honor, sí, pero también una carga.
Y las obreras no pierden tiempo en vuelos inútiles o peligrosos;
hacia flores enfermas o venenosas.
No intentan la aventura.
No desobedecen a su misión.
No se rebelan contra el fin para el que han sido creadas.
¡Oh, admirables, pequeños seres!
¡Cuánto enseñáis a los hombres!…
Jesús, sumiéndose en una meditación suya, calla.
Judas…
De repente, recuerda de que tiene que ir a alguna parte que no explica bien…
Y se marcha casi corriendo.
Se quedan solos, Jesús y Juan.
Éste mira a Jesús sin que se note;
es una mirada atenta, de amorosa angustia.
Jesús levanta la cabeza y se vuelve un poco,
de forma que encuentra la mirada escrutadora del Predilecto.
Su rostro se aclara mientras lo acerca hacia Sí.
Juan abrazado así, caminando,
pregunta:
– ¿Judas te ha causado nuevo dolor, no es verdad?
Y debe haber turbado también a Samuel.
Jesús responde:
– ¿Por qué?
¿Te ha hablado de eso?
– No.
Pero lo he captado.
Ha dicho sólo:
“Generalmente, conviviendo con uno que es verdaderamente bueno, nos hacemos buenos.
Pero Judas no lo es, a pesar de que viva con el Maestro desde hace tres años.
Está corrompido hasta el tuétano, en la profundidad de su ser.
Tan lleno está de maldad, que la bondad de Cristo no penetra en él”
Yo no he sabido qué decir…
Porque es verdad…
Pero ¿Por qué es así Judas?
¿Es posible que no cambie nunca?
Todos recibimos las mismas lecciones…
Y cuando vino no era peor que nosotros…
– ¡Juan mío!
¡Mi dulce niño!
Jesús lo besa en esa frente suya tan despejada y pura.
Y entre los cabellos rubios y ligeros que se alzan en su parte más alta,
le susurra:
– Hay criaturas que parecen vivir para destruir el bien que hay en ellas.
Tú eres pescador y sabes qué le sucede a la vela bajo la presión de un torbellino.
Tanto se baja hacia el agua, que vuelca casi la barca y se vuelve peligrosa para ésta;
de forma que a veces es necesario amainarla y prescindir de esa ala que lleva al nido.
Porque la vela, cuando está a merced del torbellino deja de ser ala,
para ser lastre que lleva al fondo, a la muerte en vez de a la salvación.
Pero si el indomable soplo del torbellino se aplaca, aunque sólo fuera durante breves instantes…
La vela enseguida vuelve a ser ala que veloz corre hacia el puerto, conduciendo a la salvación.
Esto es lo que sucede con muchas almas.
Basta con que el torbellino de las pasiones se aplaque,
para que esa alma plegada y casi sumergida por el huracán desatado…
Por lo que no es bueno;
vuelva a sentir aspiraciones hacia el Bien.
– Sí, Maestro.
Pero y…
Dime…
¿llegará alguna vez Judas a tu puerto?
Jesús tiene una expresión de infinito dolor…
cuando exclama:
– ¡Oh…!
¡No me hagas mirar al futuro de uno de aquellos a quienes más aprecio!
¡Tengo delante de Mí el futuro de millones de almas para las que será inútil mi dolor!…
Tengo delante de Mí todas las repugnancias del mundo…
La náusea me estremece profundamente.
La náusea de todo este bullir de cosas inmundas que como un río cubre la Tierra…
Y la cubrirá con aspectos diversos…
Pero en todo caso horrendos para la Perfección, hasta el final de los siglos.
¡No me hagas mirar!
¡Deja que calme mi sed y me consuele en un manantial sin sabor a corrupción.
Que olvide la podredumbre verminosa de demasiados…
Mirándote sólo a tí, mi paz!
Y lo besa otra vez, entre las cejas,
|sumiendo su mirada en los límpidos ojos del virgen y amoroso.