783 Formación de la Iglesia
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
536a Llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos.
Vuelven al camino que lleva a Bethania…
Que sigue la corriente que lleva al Cedrón y que da una vuelta muy pronunciada…
Y al recorrerla…
Ven que ligero camina Judas de Keriot.
Tadeo es el primero en verlo y exclama:
– Pero…
¡Si es Judas!
¿Por qué por aquí?
¿Solo?…
Pedro cuestiona:
– ¿Por qué anda aquí y solo?…
El jefe de los apóstoles agrega gritando:
– ¡Eh!
¡Oye Judas!…
Saliendo de su ensimismamiento, Judas se vuelve de repente.
Está pálido, incluso hasta verdoso.
Pedro se lo dice:
– ¿Has visto al demonio?
¡Estás del color de las lechugas!
Y Jesús pregunta al mismo tiempo:
– ¿Qué haces aquí, Judas?
¿Por qué dejaste a tus compañeros?
Bastante turbado, Judas responde:
– Estaba con ellos.
Encontré a alguien que me trajo noticias de mi madre.
Hurga en el cinturón…
¡Mira…!
Se busca en la faja…
Se pega en la frente con la mano.
Y agrega:
La dejé en su casa…
¡La he dejado donde aquel hombre!
Quería enseñarte la carta para que la leyeras…
Tal vez la he perdido por el camino…
¡Las noticias de mi madre!
Sabed, yo te lo informo…
Que no se encuentra muy bien.
Es más, ha estado verdaderamente mal…
Judas ya ha tomado las riendas de sí.
Agrega repitiendo:
Estaba con ellos.
Mirando al grupo de los apóstoles, que ya se han reunido…
continúa diciendo:
“¡Ah, ahí están los compañeros!…
Se han detenido.
Nos están esperando.
Ya te vieron, Maestro.”
Mirando a su alrededor, finaliza:
No sé dónde estoy…
Lo siento Maestro, estoy profundamente turbado.
Jesús lo mira atravesándolo…
Toda la verdad de lo que ha sucedido en el palacio de Caifás, queda expuesta ante Él…
También todas las mentiras de su incorregible discípulo.
Y contesta
– Lo comprendo.
Judas ya ha tomado el completo dominio de sí.
Y entrega las bolsas de dinero que le diera Tomás,
diciendo:
– Maestro.
Aquí tienes las bolsas.
Hice dos, para no llamar la atención.
Caminaba solo…
Los apóstoles, Bartolomé, Felipe, Mateo, Simón Zelote y Santiago de Zebedeo…
Se sienten un poco perplejos.
Se acercan a Jesús con amor, pero como quien tiene conciencia de hablar faltado.
Y admiten con franqueza que cometieron un error.
Jesús los mira y dice:
– No volváis a hacerlo.
Nunca es bueno para vosotros y no está bien que os dividáis.
Si os dije que no lo hicierais;
es porque sé que tenéis necesidad de sosteneros y ayudaros recíprocamente.
No sois lo bastante fuertes, para hacer algo por vosotros solos.
Unidos, el uno trena o sostiene al otro.
Divididos…
Bartolomé dice humilde y francamente:
– Fui yo, Maestro.
El que ha dado el mal consejo de que nos dividiéramos.
Porque nos hemos acordado de que habías dicho que no nos separásemos, que fuéramos todos juntos a Bethania.
Judas se fue por justas razones y no pensamos en ir con él.
También pensamos que no estaba bien llegar sin él.
Y nos hemos reunido aquí…
Perdóname, Señor.
– Sí que os perdono.
Pero os repito que no lo volváis a hacer.
Pensad que el obedecer, salva siempre…
Y por lo menos libra de un pecado:
El de el de suponer y persuadirse que uno es capaz de actuar por sí solo.
No sabéis como el Demonio ronda a vuestro alrededor para espiar cualquier ocasión, con tal de haceros pecar.
Para hacer daño a vuestro Maestro, que es muy perseguido.
Los tiempos se presentan cada vez más difíciles para Mí y para la sociedad que he venido a formar.
De modo que es necesario mucho cuidado.
Para que este organismo que será llamada mi Iglesia Apostólica.
Para que no sea, no digo ya herida y exterminada…
Porque no lo será jamás…
Sino hasta el Fin de los siglos en que dejará de existir, ensuciada de fango.
Los adversarios os miran con toda atención.
Nunca os pierden de vista…
Y también sopesan todas mis palabras, todas mis acciones.
Y esto para tener con qué denigrarMe.
Si vosotros permitís que os vean en polémicas, divididos…
O de alguna manera imperfectos, aunque sea por cosas de poca importancia.
Y ello para disponer de materia de menoscabo.
Recopilan, unen lo que hicisteis…
Y os lo lanzarán como fango.
Como una acusación contra Mí.
Y contra mi Iglesia que se está formando…
¡Lo estáis viendo!
No os regaño…
No os reprocho nada.
Os aconsejo para vuestro bien.
¡Oh!…
¿No sabéis amigos míos, que se aprovecharán aún de las cosas mejores…
Serán por ellos manipuladas…
Y las presentarán para poder acusarMe con cierta apariencia de justicia?
Bueno, pues ¡Ánimo!
Procurad ser más obedientes y más prudentes en lo porvenir.
Los apóstoles están profundamente conmovidos por la dulzura de Jesús.
Judas de Keriot, continuamente cambia de colores…
Cuando Jesús finaliza…
Se queda totalmente abatido.
Cuando prosiguen la caminata está lánguido, detrás de todos.
Un poco retrasado respecto al grupo.
Hasta que Pedro le pregunta:
– ¿Qué haces ahí?
No cometiste un error más grande…
No tienes más culpa que los demás.
Así que ven adelante con todos…
Y Judas no tiene más remedio que obedecer.
Avanzan rápido porque a pesar del sol, hay una brisa ligera que invita a caminar para entrar en calor.
782 La Maldad Impide Reconocer
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
536 Curación de siete leprosos.
Jesús con Pedro y Judas Tadeo que van cargados de paquetes, caminan ligeros por un lugar lúgubre, pedregoso;
situado por un costado, en el lado occidental de la ciudad.
No se ve el verde olivar, sino los collados poco o nada verdeantes, del occidente de Jerusalén…
Entre los cuales destaca el triste Gólgotha.
Tadeo dice:
– Podemos dar alguna cosa, con todo lo que hemos conseguido.
Debe ser terrible vivir en esos sepulcros, en el invierno.
Pedro agrega:
– Me alegro de haber ido a las casa de los libertos, para conseguir ayuda;
porque me han dado este dinero para los leprosos.
¡Pobres infelices!
En estos días de fiesta, nadie se acuerda de ellos.
Todos disfrutan…
Ellos recordarán la casa perdida…
¡En fin!
¡Si al menos creyeran en Tí!
¿Lo harán, Maestro?
Jesús responde:
– Sea esa nuestra esperanza, Simón.
Que sea esa nuestra esperanza…
Entretanto, vamos a orar…
Y prosiguen su caminata orando.
Más adelante el lúgubre Valle de Innón, aparece con sus cuevas-sepulcros de vivos.
Jesús indica:
– Adelantaos y dad…
Y los dos apóstoles caminan…
Se ponen a convocar con voz sonora y fuerte…
Van llamando a todos en voz alta…
Por las aberturas de las cuevas se dejan ver las caras de los leprosos,
que se asoman curiosos desde las profundidades de las grutas que les sirven de abrigo…
Pedro dice:
– Somos los discípulos del Rabí Jesús.
Está viniendo y nos manda a socorreros.
Nos ha ordenado que os ayudemos con algo.
¿Cuántos sois?
Un hombre responde por todos:
– Aquí siete.
Hay tres más en la otra parte, pasado En Rogel…
Los dos apóstoles avanzan hacia una ancha roca, que en realidad es un peñasco;
con sus paquetes que aliviarán el sufrimiento tan terrible de aquel lugar…
Pedro abre su envoltorio.
Tadeo, el suyo.
Hacen diez partes:
Pan, queso, mantequilla, aceitunas y aceite de oliva.
¿Y dónde poner el aceite que viene en una jarra?
Pedro grita.
– ¡Ey!
¡Uno de vosotros traiga un recipiente!
Que lo ponga ahí sobre la roca grande.
Os dividiréis el aceite, como hermanos que sois y en nombre del Maestro que predica el amor para con el prójimo.
Unos minutos después, un leproso, cojeando baja hacia ellos…
Llega hasta la roca señalada.
Pone en ella una jarrita desportillada.
Después los mira, mientras echan el aceite…
Y pregunta pasmado:
– ¿No tenéis miedo de que esté yo cerca de vosotros?
Porque en realidad entre los apóstoles y el leproso lo único que hay, es el peñasco…
Tadeo se yergue regiamente…
Con esa dignidad tan imponentemente suya,
diciendo:
– El único miedo que tenemos, es el de ofender a la caridad…
Lesionando al Amor.
Él nos ha mandado a socorreros, porque Él es el Mesías, el Cristo.
Nosotros somos sus apóstoles.
El que es de Cristo debe amar como Cristo ama.
Porque quién es del Mesías, debe amar como Él ama…
Ojalá que este aceite pueda llenar vuestro espíritu dándole luz.
Y lo ilumine en vuestro corazón, como si ya se hubiese encendido la lámpara de la Fe…
El tiempo de la Gracia ha llegado para los que esperan en el Señor Jesús.
Tened Fe en Él.
Es el Mesías que salva cuerpos y almas.
Todo lo puede, porque es Emmanuel…
El leproso, con su cacharro entre las manos, lo mira como fascinado…
Y luego dice:
– Sé que Israel tiene su Mesías.
Porque de Él hablan los peregrinos, que vienen a buscarlo a la ciudad.
Y nosotros oímos lo que dicen.
Yo nunca lo he visto, porque hace poco tiempo que he venido aquí.
¿Decís que me curaría?…
Entre nosotros hay algunos que lo maldicen.
Otros que no…
Yo no sé qué decidir…
Tadeo pregunta:
– ¿Son buenos los que lo maldicen?
El leproso responde:
– No.
Son crueles, nos golpean y nos tratan mal.
Quieren los mejores lugares y las raciones más abundantes.
No sabemos si vamos a poder seguir aquí, por este motivo.
– Tú mismo ves que quién da hospedaje al Infierno, es quien odia al Mesías.
Porque el Infierno presiente que va a ser vencido por Él…
Y por eso lo Odia.
Pero yo te digo que a Él se le debe amar.
Y con Fe…
Si se quiere obtener del Altísimo gracia.
Si quiere uno ser amado por el Altísimo…
Acá en la tierra y después en el futuro, en la Vida Eterna.
Entretanto Pedro ha llenado la despostillada jarrita con el preciado aceite.
El joven leproso le replica a Tadeo:
– ¡Vaya que si quisiera obtener gracia!
Estoy casado desde hace dos años y tengo un hijito que no me conoce.
Ya que hace pocos meses soy leproso.
¿Lo veis?
En realidad tiene pocas manchas, pocas señales de la terrible enfermedad…
– Entonces recurre al Maestro con fe.
El hijo de Alfeo vuelve el rostro…
Y levanta el brazo señalándoLo…
Mientras alegremente, Tadeo agrega:
– ¡Mira!
¡Allí viene!
Llama a tus compañeros y regresa aquí.
Pasará y te sanará.
El hombre al verLo, reacciona rápido.
Sube renqueando por la ladera,
llamando:
– ¡Urías!…
¡Joab!…
¡Adinah!…
¡Y también vosotros que no creéis!…
¡Viene el Señor a sa1varnos!
Una… Dos… Tres…
Tres desventuras.
Una cada vez mayor que la anterior, se aproximan.
Uno, dos, tres cuerpos horripilantes;
van apareciendo por el borde.
Pero la mujer muy poco, apenas se asoma.
Es un horror viviente…
Está llorando y quizás habla, pero no es posible comprender nada;
pues nada se le puede entender…
Porque su voz es un gañido que sale de algo, que alguna vez tuvo forma de boca…
De ello han desaparecido los labios;
Lo único que queda son dos mandíbulas semidesdentadas, descubiertas, horrendas…
Ahora son dos maxilares desnudos de dientes.
Descubiertos, espantosos…
El hombre insiste:
– ¡Sí!
Te repito que me dijeron que te llamase.
Que viene a curarnos.
¡Con un tremendo esfuerzo!
Pues se ayuda incluso con los trozos de dedos que le quedan en las manos;
para sujetar los restos de los labios;
para que la comprendan.
La mujer dice con más claridad:
– ¡Yo no!…
Está fatigada.
Dos varones y el del cacharro dicen:
– Nosotros te llevamos Adinah.
Ella replica:
– ¡No!
¡Yo no!
No le he creído las otras veces…
Ya no me escuchará.
¡No!…
No… No.
¡Yo he pecado demasiado!…
Y además ya no puedo caminar.
Ella repite con su cabeza muy inclinada:
¡Yo he pecado demasiado…
Demasiado!
Y en el mismo lugar en que está, se derrumba.
Mientras tanto, otros tres hombres corren como pueden…
Y con imperio, avasalladores y violentos,
gritando:
– ¡Ahora mismo, dadnos el aceite!
– ¡Y largáos con Satanás cuando queráis!
– ¡Dadnos el aceite…!
– !Y luego os podéis ir con Belcebú si así os pluguiere!
El de la jarrita, tratando de defender su pequeño tesoro;
pues el cacharro es lo único que tiene,
replica:
– ¡El aceite es para todos!
Pero los tres, violenta y cruelmente, prevalecen sobre él…
Le ganan y le arrebatan el recipiente.
Y el hombre, volviéndose hacia Tadeo y Pedro,
se lamenta:
– ¡Ved!
Siempre es lo mismo.
Un poco de aceite, después de tanto…
Los otros dos compañeros le dicen a la mujer:
– Pero…
El Maestro llega.
– Vamos dónde está Él.
¿Seguro que no vienes, Adináh?
Ella contesta:
– No me atrevo…
Los tres leprosos bajan al peñasco.
Se paran a esperar a Jesús, a cuyo encuentro han ido los dos apóstoles.
Y una vez que Él llega al lugar donde lo esperan,
gritan:
– ¡Piedad de nosotros, Jesús de Israel!
– ¡Esperamos en Ti, Señor!
– ¡Compadécete, sánanos y sálvanos!
Jesús levanta su rostro.
Los mira con sus ojos incomparables…
Pregunta;
– ¿Por qué queréis la salud?
Ellos contestan:
– Por nuestras familias.
– Por nosotros.
– Es horrible vivir aquí.
Jesús responde:
– No sois solo carne, hijos.
Tenéis también alma…
Y vale más que la carne.
De ella, os deberíais ocupar.
De ella debéis preocuparos…
No pidáis solo vuestra curación por vosotros, por vuestras familias.
Sino para que conozcáis la Palabra de Dios y viváis para comprenderla, mereciendo su Reino.
¿Sois justos?
Haceos más justos.
Obrad más santamente.
¿Sois pecadores?
Pedid vida…
Para tener tiempo de hacer reparación por el mal hecho…
¿Dónde está la mujer?
¿Por qué no viene?
No tiene el valor de ver el Rostro del Hijo del Hombre.
¿Ella, que no temió encontrarse con el rostro de Dios cuando pecaba?
Id a decirle que mucho le ha sido perdonado;
por su arrepentimiento y resignación…
Y que el Eterno me ha traído, para absolver a los que se han arrepentido de su pasado.
El leproso menos enfermo responde:
– Maestro.
Adinah ya no puede caminar.
Jesús ordena:
– Id a ayudarla a que baje aquí y traed otro jarro.
Os daremos más aceite…
Mientras los leprosos van a buscar a la mujer…
Pedro dice en voz baja:
– Señor.
Apenas si alcanza para los otros…
– Habrá para todos.
Ten fe.
Para tí será más fácil creer en esto.
Que no que estos miserables crean que su cuerpo pueda volver a ser como antes.
Y la mujer es traída en brazos…
La ponen en el peñasco, junto con una cacerola toda abollada.
Mientras tanto arriba en las grutas, se ha encendido una riña entre los tres leprosos malos, por causa del reparto de la comida…
Ella gime cómo puede:
– ¡Jesús ten piedad de mí!
¡Perdóname!
¡Perdón por el pasado!
¡Perdón por no haber pedido perdón las otras veces!
¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
Jesús pregunta:
– ¿Qué decís vosotros?
¿Qué creéis que sea más fácil?
¿Hacer que aumente el aceite en un recipiente?
¿O hacer que brote la carne, donde la lepra se la comió y ha hecho estragos?
Un silencio.
Luego es precisamente la mujer quien responde:
– El aceite.
Pero también la carne…
Porque Tú lo Puedes todo.
Puedes regresarme el alma como Tú la creaste…
También puedes devolverme el corazón que tenía en mis primeros años…
¡Creo, Señor Jesús!
¡Oh! ¡La sonrisa divina!
Es como una luz dulce, delicada, festiva, suave, gozosa y que se difuminara.
Está en los ojos, en los labios, en la Voz:
– Por tu Fe, estás curada y perdonada.
También vosotros.
Tomad este aceite y estos alimentos para restableceros.
Para tener fuerzas…
Id a ver el sacerdote como está prescrito.
Mañana cuando amanezca os traeré vestidos y podréis salir.
¡Ea! ¡Ánimo!
¡Alabad al Señor!
¡Ya no sois más leprosos!…
Es entonces cuando los cuatro, que hasta ese momento habían tenido los ojos fijos en el Señor…
Se miran sorprendidos y gritan su estupor.
La enfermedad ha desaparecido y sus cuerpos están sanos completamente…
La mujer quisiera erguirse, pero está demasiado desnuda para hacerlo.
Sus harapos se le caen a jirones y su cuerpo está más desnudo que cubierto.
Semi-escondida por el peñasco.
Llevada del pudor no solo para con Jesús, sino para con sus compañeros.
Las facciones de su cara ya recompuestas, solamente aparecen afiladas a causa de las penalidades.
Ella llora sin freno…
Y dice sin cesar:
– ¡Bendito! ¡Bendito! ¡Bendito!
Y sus bendiciones se mezclan con las horribles blasfemias de los tres leprosos malvados;
que se han puesto furiosos al ver curados a los otros.
Suciedades y piedras vuelan por el aire.
Jesús dice:
– No podéis quedaros aquí.
Venid conmigo.
No os pasará nada.
Señalando hacia atrás, agrega:
Mirad…
Por el camino no viene nadie.
Mirando hacia adelante, repite:
Mirad.
El camino está desierto…
Es la hora de sexta, (12.00 p.m.) que hace que todos se reúnan en casa.
Iréis con los otros leprosos hasta mañana.
No temáis.
Seguidme.
Ten mujer…
Jesús le da su manto para que se cubra.
Los cuatro.
Un poco cohibidos, un poco aturdidos.
Un poco atemorizados.
Un poco sin saber qué hacer…
Lo siguen como cuatro corderitos.
Recorren lo que queda del valle de Hinnón.
Cruzan el camino,…
Van hacia Siloán, otro triste lugar de leprosos.
Cuando llegan;
Jesús se detiene al pie de los riscos y sobre el borde,
indica a los sanados:
– Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí.
Id a hacer fiesta con ellos, hablando del Maestro y de la Buena Nueva.
Volviéndose hacia sus apóstoles ordena que les den toda la comida que tienen.
Ellos obedecen…
Los cuatro están muy felices y agradecidos.
Jesús los bendice antes de despedirse de ellos.
Entonces dice a los suyos:
– Vámonos.
Pasa ya la sexta.
Jesús emprende la marcha, devolviéndose para regresar por el camino inferior que lleva a Bethania.
De pronto se oye un grito:
– ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad también de nosotros!
Pedro advierte:
– No esperaron al alba…
Jesús dice:
– Vamos a acercarnos donde están.
¡Son tan pocas las horas en las que puedo hacer el bien!
¡En que puedo beneficiar a alguien…!
¡Sin que los que me odian turben la paz de los que reciben el favor!
Y Jesús se regresa…
Vuelve sobre sus pasos, teniendo levantada la cabeza en dirección a los tres leprosos de Siloán,
que se han asomado al rellano del pequeño collado.
Y que repiten su grito, ayudados por los ya sanos, que están detrás de ellos.
Jesús, con la cabeza levantada hacia los leprosos que lo invocan con fervor y esperanza.
Extiende sus brazos y dice:
– ¡Hágase como queréis!
Hágase en vosotros según lo que pedís.
Id y vivid en los caminos del Señor.
Los bendice mientras la lepra desaparece de sus cuerpos:
Como si fuera un ligero estrato de nieve, que se derrite fundiéndose al sol.
Y Jesús se marcha, ligero.
Seguido de las bendiciones de los curados que desde su risco,
extendiendo los brazos como si quisieran abrazarlo;
ofrecen un abrazo más total y verdadero que si fuera dado.
Los eternos caminantes, vuelven al camino que lleva a Bethania,
que sigue la corriente que lleva al Cedrón…
Y que da una vuelta muy pronunciada…
781 El Cubil de los Lobos
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
535d Judas de Keriot llamado a informar a casa de Caifás.
Un silencio cargado de terror cunde por toda la sala.
Los sinedristas incluso se han separado de Judas…
Pero luego Doras, Nahúm y otros…
Le dicen:
– Repite el mismo juramento como confirmación, de que nos servirás solo a nosotros…
Judas protesta:
– ¡Ah!…
¡Eso no, malditos!
¡Eso no!
Os juro que no os he traicionado y que no os denunciaré al Maestro…
Y ya cometí un pecado.
Pero mi destino no lo uno al vuestro…
A vosotros que el día de mañana aprovechando mi juramento, me podríais imponer cualquier cosa…
Hasta un crimen…
¡No!
Denunciadme como sacrílego al Sanedrín.
Denunciadme como asesino a los romanos.
No me defenderé.
Dejaré que me maten.
Y tendré una buena suerte, pero no juro más.
Yo ya no juro…
Nunca más juro…
Con esfuerzos violentos, se libera de quien lo tiene sujeto.
Sale corriendo…
Y huye gritando:
– ¡Tened en cuenta que Roma os sigue los pasos!…
¡Qué Roma ama al Maestro!…
Un fuerte portazo que hace retumbar la casa…
Es la señal de que Judas ha abandonado la Cueva de los Lobos…
Los sinedristas se miran mutuamente…
Todos están lívidos.
La rabia y tal vez el miedo…
Los ha puesto pálidos.
Y como no pueden vomitar su ira y su miedo contra nadie…
Se trenzan entre sí…
Y se enzarzan entre ellos…
Todos tratan de cargarle al otro la responsabilidad de los pasos dados;
de lo sucedido…
Y de las consecuencias que pueden tener.
Unos reprochan en un sentido, otros en otro;
Quien reprocha en una forma.
Quién en otra.
Quién por lo que pasó.
Quién por lo que está por venir…
Quién grita:
– ¡Fuiste tú el que quisiste seducir a Judas!
– Habéis hecho mal en tratarlo de esa forma.
– ¡Os habéis descubierto!
– Vamos detrás de él…
– Con dinero…
– Con excusas…
Elquías, que es el más recriminado y al que más culpan…
Chilla:
– ¡Ah! ¡Eso no!
¡Eso sí que no!
Dejadme a mí.
Dejad esto de mi cuenta y deberéis reconocer mi acierto.
Y veréis que tengo sagacidad.
Judas sin dinero, se pone manso como un cordero.
Y añade con su sonrisa viperina:
– Se mantendrá en su postura hoy, mañana;
quizás un mes mantendrá su palabra…
Pero después…
Es demasiado vicioso para poder vivir en la pobreza que le da el Rabí.
Y vendrá a nosotros…
¡Ja, ja, ja!
¡Dejádmelo a mí!
¡Dejadlo de mi cuenta!
Yo sé cómo…
Sadoc advierte:
– Bueno.
Mientras tanto…
¿Has oído?
¡Los romanos nos espían!
Los romanos lo aman.
Y es verdad.
Esta mañana, como ayer y anteayer, lo esperaron en el Patio de los Gentiles.
Siempre están allí, las mujeres de la torre Antonia…
Vienen hasta de Cesárea para escucharlo.
Doro dice con desprecio:
– ¡Caprichos de mujeres!
No me preocupan.
Él es hermoso.
Habla bien.
Ellas enloquecen por los charlatanes demagogos y filósofos.
Para ellas el Galileo es uno de ellos;
nada más.
Y Joaquín:
– Les sirve para distraerse en sus ratos de ocio.
¡Hay que tener paciencia si queremos lograr algo!
Doras confirma:
– Paciencia y astucia.
¡También valor…
Pero no lo tenéis!
Queréis hacer algo pero sin mostraros.
Ya os he dicho lo que haría yo, pero no aceptáis…
Caifás contesta:
– Tengo miedo al pueblo.
Lo ama demasiado.
Amor aquí, amor allá.
¿Quién se atreverá a tocarlo?
Si lo arrojamos, nos arrojarán también.
Es necesario…
Simón Boeto lo interrumpe:
– Es menester no dejar pasar más la ocasión.
¡Cuántas hemos perdido!
A la primera que se nos presente, hay que presionar a los titubeantes entre nosotros.
Convencerlos aún, a los que de nosotros están inciertos.
Y luego ver lo que haremos con los romanos…
Elquías dice:
– Eso se dice en un instante.
¿Pero cuándo y dónde tuvimos ocasión de hacerlo?
Él no peca.
No aspira al poder.
No…
Caifás concluye:
– Si no hay ocasión, se crea…
Si no hay motivo, se inventa.
Ahora vámonos.
Entretanto mañana lo vigilaremos…
El Templo es nuestro.
Afuera manda Roma…
Afuera está el pueblo para defenderlo.
Pero adentro del Templo…
780 El Perjuro
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
535c Judas de Keriot llamado a informar a casa de Caifás.
Elquías tapa la boca a Caifás, diciendo con su flema glacial de serpiente venenosa:
– No.
Así no.
Exageras, Caifás.
Judas ha hecho lo que ha podido.
No debes amenazarle.
En el fondo, ¿No tiene él nuestros mismos intereses?
Simón Boeto, colérico y desesperado, grita:
– ¿¡Pero eres estúpido, Elquías!?
¿Qué yo tenga los intereses de éste?…
¡Yo quiero que a Él se le arroje!
¡Yo lo que quiero, es que Él sea aplastado!
¡Judas lo que quiere es que triunfe, para triunfar con Él…!
¡Tú dices…!
Elquías interrumpe conciliador:
– ¡Paz! ¡Paz!
Siempre decís que soy riguroso y muy severo.
Pero hoy soy el único magnánimo…
Se pone una careta de refinada hipocresía que no engaña ninguno de los buitres que están con él;
excepto al ambicioso y crédulo apóstol que lo mira fascinado, como ante una sierpe hipnótica…
Y agrega:
– Hay que comprender y compadecer a Judas.
Y ser indulgentes con él, que nos ayuda cómo puede…
Es buen amigo nuestro;
pero naturalmente, también lo es del Maestro.
Su corazón está afligido y acongojado…
Quisiera salvar al Maestro.
Salvarse a sí mismo y salvar a Israel…
¿Cómo pueden conciliarse ciertas cosas totalmente opuestas entre sí?
Dejémosle que hable…
Judas responde conciliador:
– Elquías tiene razón.
Yo…
¿Qué queréis de mí?
Todavía no lo sé con precisión.
He hecho lo que he podido.
No puedo hacer más.
Todavía no lo comprendo…
Él es demasiado, muy grande para mí.
Me lee el corazón…
Y no me trata como merezco…
Soy un pecador.
Él lo sabe y me absuelve.
Si fuese menos vil debería…
Fulminarme debería, para hacerme incapaz de causarle ningún mal.
Con voz más baja repite como para sí mismo:
“Debería matarme, para ponerme en la imposibilidad de perjudicarle”
Judas se sienta, descorazonado.
Totalmente abatido…
Con la cara entre las manos.
Los ojos fuera de sus órbitas, fijos en el vacío.
Se ve claramente que sufre por la lucha entre sus opuestos instintos.
Presa de sentimientos contrarios…
Cornelio exclama:
– ¡Loco!
¡Ésas son fantasías!
¿Por qué crees que va a saber?
¡Eso que haces es porque estás arrepentido de haber tomado una serie de iniciativas!
¿Qué más quisiere que se sepa?
Estás así porque te arrepentiste de abrirte paso…
Judas replica:
– ¿Y qué si así fuese?
¡Ah, si así fuera!…
¡Si estuviera realmente arrepentido y fuera capaz de permanecer en este arrepentimiento!…
Cananías grazna:
– ¿Lo veis?
¿Lo estáis oyendo?…
¡Lástima de nuestro dinero!…
Félix les echa en cara:
– Estamos con alguien que no sabe lo que quiere.
¡Tratamos con un pobre deficiente mental!
¡Hemos elegido a alguien que es peor que un imbécil!
Sadoc confirma:
– ¿Imbécil?…
¡Deberías decir:
Fantoche, un títere!
Lo jala con un hilo el Galileo y se va con Él.
Lo jalamos nosotros y se viene para acá.
Judas replica:
– ¡Oh!
Bueno…
Si sois tan buenos y más bravos que yo, arreglaos vosotros mismos.
Actuad vosotros solos.
Yo desde hoy me desentiendo…
De hoy en adelante ya no me interesa nada.
No volváis a esperar ningún aviso…
No esperéis ni un mensaje, ni una palabra.
Ya no podría dárosla…
No podré hacerlo porque ya sospecha de mí y me vigila…
Simón Boeto pregunta:
– ¿No dijiste que te absuelve?
Nahúm confirma:
– ¡Pero si has dicho que te absuelve!
Judas se oprime la cara con las manos y exclama:
– Así es.
Y precisamente porque todo lo sabe.
¡TODO!
¡Todo lo sabe!
¡Oh!…
Doras le grita:
– Entonces…
¡Lárgate de aquí, mujercilla vestida de hombre!
Todos lo acusan gritándole:
¡Pues lárgate, hembra con apariencia de hombre!
¡Mal nacido, deforme!
¡Lárgate de aquí!
¡Malnacido!
¡Bestia!
¡Desaparécete!
¡Lárgate!
¡Lo haremos nosotros!
Nos arreglaremos nosotros solos.
Guárdate de hablarle de esto a Él, porque si lo haces…
Y ten mucho cuidado…
Ten cuidado de chistarle una palabra;
porque nos las pagarás…
Cuando la gritería se calma.
Judas puede por fin, hablar.
Judas exclama gritando:
– ¡Me voy!
¡Me voy!
¡Hubiera sido mejor no haber venido!
De todas formas, recordad lo que ya os dije…
Se vuelve hacia dos de sus acusadores,
agregando:
– Él ha estado con tu padre, Simón.
Él encontró a tu cuñado y también a tu primo, Elquías…
No creo que Daniel haya hablado.
Estaba yo presente y no los vi que hablaran aparte.
¡Pero tu padre!
No habló nada por lo que dicen mis condiscípulos.
Ni siquiera ha revelado tu nombre.
Se limitó a decir que su hijo lo había arrojado porque amaba al Maestro y no aprobaba tu conducta.
Pero dijo que nos veíamos.
Que voy a tu casa…
Y podría decir lo demás.
Tecua no está en los confines del mundo…
No digáis después que yo hablé, cuando en realidad ya demasiados saben vuestros propósitos.
Y muchos conocen vuestras intenciones.
Simón Boeto hablando muy lentamente,
declara:
– Mi padre no hablará más.
Ha muerto…
Judas queda espantadísimo…
Está sobrecogido y se cubre la boca con las dos manos…
Después grita:
– ¡¿Muerto?!
¿Lo has matado …
¡Horror!
¡Para qué te dije dónde estaba!…
Simón dice con una lentitud que saca de quicio:
– Yo no he matado a nadie…
No me he movido de Jerusalén.
Hay muchas maneras de morir.
Lo asaltaron.
Por lo demás…
Fue su culpa.
Si se hubiera estado quieto y callado…
Todavía se le veneraría y serviría en casa de su hijo.
Judas exclama:
– ¡Lo mandaste matar!
¡Parricida!…
Simón Boeto se defiende:
– ¿Estás loco?
Al viejo le pegaron.
Se cayó, se pegó en la cabeza y murió…
Fue sencillamente una desgracia.
¿Te extraña que maten a un viejo…
A un viejo que va a exigir las monedas del peaje?
Además…
Fue culpa suya.
Si se hubiera quedado tranquilo, si no hubiera tenido ojos para ver, ni oídos para oír, ni lengua para censurar…
Todavía sería honrado y servido en la casa de su hijo.
Su desventura, fue que le tocó exigir el pago del puesto a un bandolero…
Judas está pálido y aterrorizado…
Aun así, acusa:
– ¡Te conozco, Simón!
No lo puedo creer…
¡Eres un asesino!
Judas está sobrecogido…
El otro se ríe en su cara repitiendo:
– Y tú estás delirando.
Estás viendo un delito, donde no hay más que una desgracia.
Ves crímenes en donde solo hubo una tragedia.
Tan solo ayer yo lo supe y tomé las providencias para el caso.
Ya he tomado las medidas oportunas, para vengarme y para rendir honores.
Pero si rendir honor al cadáver he podido hacerlo;
Atrapar al asesino, no.
Sin duda, fue algún bandolero que descendió del Adomín para despachar en los mercados lo que era su botín…
¿Y quién le echa el guante ya?
Judas replica desesperado:
– ¡No lo creo…!
No lo creo.
¡Largo!
¡Me voy!
Sois, peores que los chacales…
¡Me marcho!
¡Largo!
Dejadme ir.
Recoge el manto que se le había caído y trata de salir…
Pero el decrépito Cananías extiende su mano, que parece una garra de buitre y lo detiene,
diciendo:
– ¿Y la mujer?
Todos inquieren:
– ¿Dónde está la mujer?
– ¿Qué hizo?
– ¿Qué dijo?
– ¿Lo sabes?…
Judas está desorientado.
Pero se rehace afirmando:
– Yo no sé nada…
Dejadme ir.
Cananías aúlla:
– ¡Mientes!
¡Eres un embustero!
– No lo sé.
No sé nada…
Lo juro.
Fue…
Es verdad.
Pero ninguno la vio…
Ni siquiera yo, que tuve que partir inmediatamente con el Rabí.
Tampoco mis compañeros.
Hábilmente les he preguntado…
Sólo he visto las joyas destruidas que Elisa llevó a la cocina…
Otra cosa no sé.
¡Lo juro por el Altar y el Tabernáculo!
Caifás dice:
– ¿Y quién te va a creer?
¡Eres un vil!
¡Así como traicionas al Maestro, también puedes traicionarnos!
¡Eres un traidor!
Pero, ¡Ten cuidado!..
¡Ojo con lo que haces!
¡Estás avisado!
– No traiciono.
Lo juro por el Templo de Dios.
Nahúm lo sentencia:
– Eres un perjuro.
Tu cara lo dice.
Le sirves a Él, no a nosotros…
– No.
Lo juro por el Nombre de Dios.
– ¡Pronúncialo si te atreves a revalidar tu juramento!
Nahúm lo intimida repitiendo:
– ¡Dilo, si te atreves, como confirmación de tu juramento!
– ¡Lo juro por Yeové!
Se pone de color negruzco al pronunciar el Nombre de Dios.
Tiembla.
Balbucea…
No sabe siquiera decirlo como normalmente es pronunciado.
Parece como si dijera una Y, una hache, una uve muy alargada, como si fuese terminada con una aspiración.
Reconstruirla sonaría así: “Yeocveh”
En fin, un sonido totalmente de forma extraña.
Un silencio cargado de terror cunde por toda la sala.
Los sinedristas incluso se han separado de Judas…
Pero luego Doras, Nahúm y otros…
Le dicen:
– Repite el mismo juramento como confirmación, de que nos servirás solo a nosotros…
—
779 Desilusión Mortal
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
535b Judas de Keriot llamado a informar a casa de Caifás.
Judas de Keriot ha llegado al palacio de Caifás y se encuentra ante el Sanhedrín…
Los miembros prominentes del Supremo Tribunal del Templo de Jerusalén lo confrontan.
Judas tiene una cara extraña:
Con una expresión de miedo, de rabia, de violencia, al mismo tiempo.
Pero guarda silencio.
No exhibe su altivez acostumbrada.
Los otros lo rodean, sarcásticos…
Y cada uno suelta lo que piensa.
Judas se deja gritar a placer.
Elquías reclama:
– Bueno…
¿Y qué has hecho con el dinero?
Félix:
– ¿Qué cosa nos dices, hombre sabio;
hombre que hace todo, hombre que todo lo puedes?
Colascebona el anciano:
– Habla pronto y bien.
¿Dónde está la prueba de tu trabajo?
Cananías:
– Eres mentiroso.
Charlatán y bueno para nada.
Elquías:
– Eres un incapaz para todo…
¿Dónde está la mujer?
¿Ni siquiera te quedaste con ella?…
Doro:
– Y así en lugar de servirnos, le sirves a Él.
¿No es verdad?
Tolmé:
– ¿Es así como nos ayudas?
Son cargos pletóricos de ira, de amenaza.
Son gritos de reproche y frustración…
En un asalto malévolo, con gritos, voces descompuestas;
un asalto amenazador;
en el cual muchas palabras se entrecruzan, terminando en una auténtica exhibición de egos tiránicos,
en catarsis de poder…
Judas los deja que se desgañiten.
Cuando se quedan sin aliento, están cansados y jadeantes, habla él.
– Hice lo que pude.
¿Qué culpa tengo si es un hombre al que nadie puede hacer pecar?
Dijisteis qué queréis conocer su virtud.
Os he dado la prueba de que no peca.
Por esto os ayudé…
Por tanto, os he servido en aquello que queríais.
¿Lograsteis algo?
¿Lo pusisteis en la silla del acusado?
No.
De cada tentativa vuestra de hacerlo aparecer como pecador…
En lugar de que caiga en la trampa;
ha salido más grande y victorioso que antes…
Entonces, si no lo habéis logrado con vuestro rencor y pese a vuestro odio…
¿Debía lograrlo yo que no lo odio?
¿Qué soy un imbécil…?
¿Que únicamente estoy desilusionado de haber seguido a un pobre inocente, demasiado santo para poder ser rey?
¿Y un rey que aplaste y destruya a sus enemigos?
¿Qué mal me ha hecho para que yo se lo haga a Él?
Hablo así, porque pienso que lo odiáis tanto, qué queréis verlo muerto.
No puedo creer, de que queráis solo convencer al Pueblo de que es un loco.
Y persuadirnos a nosotros, a mí, a Él, por nuestro bien…
Y a Él Mismo, de que le tenéis compasión…
Sois demasiado generosos y demasiado venenosos conmigo.
Y estáis demasiado enfurecidos por verlo tan superior al Mal, para que yo lo pueda creer.
Me preguntáis que qué he hecho de vuestro dinero.
Le he dado el uso y lo empleé en lo que sabéis.
Para convencer a la mujer he tenido que gastar y gastar…
No lo logré con la primera y…
Cananías explota:
– ¡Cállate la boca!
Nada de eso es verdad.
Esa estaba loca por Él y no cabe duda de que fue inmediatamente.
Además, lo habías garantizado…
Tú mismo dijiste que ella te lo había confesado cuando estuviste con ella…
Eres un ladrón…
¿Quién sabe para qué te habrá servido nuestro dinero?
Judas replica:
– Para arruinarme, para perderme el alma.
¡Asesinos de un alma!
Para hacer de mí un hombre desleal…
Para convertirme en un fraudulento.
En uno que no tiene paz.
En uno que sabe que sospechan de él, tanto Jesús como los compañeros.
Tenedlo presente.
Porque debéis saberlo:
Él me ha descubierto…
¡Oh! ¡Si me hubiera arrojado!..
Pero no lo ha hecho, no.
No me expulsa.
¡Me defiende! ¡Me protege! ¡Me ama!…
¡Vuestro dinero!
¡Oh, Dios!…
¿Pero por qué acepté la primera moneda?…
Nathanael ben Fabi, dice:
– Porque eres un infame y un malvado.
De momento has disfrutado nuestro dinero.
Y ya que te lo chupaste, ahora gimoteas por habértelo acabado.
¡Vil habías de ser!
Elquías se lamenta:
– Y ahora nada se ha logrado.
Las multitudes aumentan a su alrededor.
Y cada vez se sienten más atraídas y más cautivadas.
Nuestra ruina se aproxima y…
¡Eso por culpa tuya!
– ¿Mía?
¿Por qué entonces no os atrevisteis aprehenderlo y acusarlo de que quería hacerse rey?
Me dijisteis que lo intentasteis pese a que os había dicho que era inútil, porque Él no tiene hambre de poder.
¿Por qué no lo indujisteis a pecar contra su Misión…
Si sois tan hábiles y bravos?
Sadoc responde:
– Porque se nos escapa de las manos.
Es un demonio que se esfuma como el humo, cuando quiere.
Es como una serpiente:
Fascina…
No se puede hacer nada, cuando lo mira a uno…
– Si…
Mira a sus enemigos.
A vosotros.
Porque sé que si mira a los que no lo odian con todas sus fuerzas, como vosotros lo hacéis.
Entonces su mirada conmueve.
Impele a hacer el Bien.
¡Oh!…
¡Esa mirada!…
¿Por qué me ha de mirar a mí así y me hace bueno;
a mí, que para mí mismo soy un monstruo por culpa mía?…
¡Y por culpa vuestra, que me hacéis que lo sea diez veces más!…
Caifás interviene:
– ¡Cuánta palabrería!
Nos aseguraste que tratándose del bien de Israel, ayudarías.
¿No comprendes maldito…
Que este Hombre es nuestra ruina y será nuestro final?
Judas pregunta:
– ¿Nuestro?
¿De quién?
– ¡Pues de todo el Pueblo!
Los romanos…
Judas dice furioso:
– No es sólo vuestra ruina.
Vosotros teméis por vosotros.
Tenéis miedo de vuestra piel.
Sabéis que Roma no intervendrá en contra nuestra, por causa de Él.
Lo sabéis vosotros, como lo sé yo y como lo sabe también el pueblo.
Pero vosotros os estremecéis, porque sabéis que os puede arrojar del Templo.
Tembláis porque sabéis…
Que Él es el Mesías.
Dios, el Hijo de Dios.
Porque tenéis miedo de que os arroje fuera del Templo, del reino de Israel.
Y haría bien.
¡Haría bien en limpiar su era de vosotros, hienas inmundas, basura, áspides!…
Está furioso.
Ellos también se han puesto rabiosos y violentos.
Todos reaccionan totalmente enjenados.
Lo prenden.
Lo sacuden frenéticos, también ellos.
Lo agarran, lo zarandean, casi lo tiran al suelo…
Y logran aterrorizarlo…
Caifás le grita en su cara:
– ¡De acuerdo!
Está bien.
Así es y así son las cosas.
¡Pero si es así…
Tenemos derecho a defender lo que es nuestro!
Y dado que las pequeñas cosas ya no bastan para convencerlo a marcharse…
A dejar libre el campo…
Pues ahora vamos a actuar nosotros solos, dejándote a ti atrás…
Ahora todo lo haremos nosotros mismos.
Sin servirnos de ti, pedazo de imbécil.
Siervo inútil, charlatán.
Y cuando le hayamos dado a Él su merecido;
no dudes de que también a tí te daremos el tuyo…
Elquías extiende su flaco brazo y con la mano, le tapa la boca a Caifás.
Luego con su flema fría de sierpe venenosa, dice:
– No.
No así.
Exageras, Caifás.
Judas ha hecho lo que pudo…
No debes amenazarlo…
¿En el fondo no son sus intereses los nuestros?
Simón Boeto, colérico y desesperado,
grita:
– ¡Pero eres un idiota, Elquías!
¿Qué yo tenga los intereses de éste?…
¡Yo quiero que a Él se le arroje!
¡Yo lo que quiero, es que Él sea aplastado!
Judas quiere que triunfe, para triunfar con Él…
778 El Juicio de Judas
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
535a Judas de Keriot llamado a informar a casa de Caifás.
Y Judas, mientras los otros reanudan su marcha, desaparece por una callejuela que sube a la colina de Sión.
Bartolomé ha dicho:
– Aunque el Maestro nos precediera, nos vería llegar juntos, porque afuera de Bethania un grupo espera al otro.
La propuesta es aceptada.
Despiden a los discípulos.
Luego van juntos hasta el lugar en que se puede torcer hacia el Getsemaní y tomar el camino alto del Monte de los Olivos…
Y el bajo que orillando el Cedrón, va también a Bethania y Jericó…
Los apóstoles se dividen, para esperar al discípulo incorregible.
Judas entretanto, se aleja corriendo velóz.
Conoce perfectamente todo el territorio de Israel.
Durante un rato sube por la callejuela estrecha que lleva en dirección poniente…
Luego tuerce por un callejón que en vez de subir, baja hacia mediodía.
Judas parte por un vericueto del barrio de Ofel, que lleva al Monte Sión.
La callejuela, tortuosa entre los salientes de las casas construidas sin norma de edificación, se abre a una zona dilatada de campos.
Judas corre hacia abajo ligero…
Pasando entre los setos que sirven de límite a los pequeños huertos, de las últimas casas colindantes a las murallas:
Las pobres casas de los pobres de Jerusalén.
Aunque la tiene cercana para salir de la ciudad, no entra por la puerta de Sión, sino que corre hacia arriba…
Hacia otra puerta pequeña, un poco más occidental.
La atraviesa y está ya fuera de la ciudad.
Trota como un potro para no demorarse…
Fuera de las murallas, al otro lado del valle, hay una colina.
Es una colina baja cubierta de olivos, al otro lado del árido pedregal del valle de Hinnon.
Pasa sordo a los lamentos, junto a las tristes grutas de los leprosos de Hinnon.
Está claro que busca los lugares que los demás evitan.
Precavido y suspicaz corre y cada cierto tiempo, se vuelve lleno de sospecha…
Visiblemente desconfía de que lo estén siguiendo.
Atraviesa como un viento cerca del acueducto, hasta una colina al otro lado del valle.
Va recto hacia la colina cubierta de olivos, solitaria al sur de la ciudad.
Corriendo como venado perseguido por los cazadores…
Más allá de las murallas, hay una enorme casa entre los olivos.
La más bella en toda la colina.
Hecha una mirada a su alrededor…
Y cuando no ve nada que lo perturbe, sonríe.
Respira hondo en señal de alivio cuando se ve en sus laderas.
Y aminora el paso.
Se coloca la prenda que cubre su cabeza, el cinturón, la túnica (se la había recogido)
Mira hacia Oriente, haciendo de la mano visera, porque le da el sol en los ojos.
Mira hacia el camino bajo que va a Betania y Jericó, pero no ve nada que lo intranquilice.
Es más, un saliente de la colina hace de telón entre él y ese camino.
Sonríe.
Empieza a subir la colina lentamente, para que se le pase el jadeo.
Se arregla las vestiduras y empieza a subir despacio, para no sofocarse.
Entretanto, piensa.
Y, cuanto más piensa, más tenebroso se pone…
Piensa…
Su semblante se oscurece más.
Monologa consigo mismo en voz baja.
En un momento determinado, se detiene…
Se saca del pecho la bolsa del dinero, la observa…
Sigue pensando en cómo dividir su contenido.
Enseguida reparte todo en varios bolsillos de su vestidura, para que su abundancia no se note.
Poniendo una parte en su bolsa, quizás para que se perciba menos el volumen que ha ocultado en el pecho.
Hay una mansión majestuosa entre los olivos.
Una casa muy hermosa.
La más hermosa de la colina, porque las otras casitas que están esparcidas por las laderas…
Tal vez dependientes de la casona principal, son muy humildes.
Se llega a ella por una especie de paseo de arena entre olivos plantados con orden…
Hasta una puerta con herrajes trabajados con mucho arte.
Llama a la puerta.
Se identifica.
Entra.
Va seguro, atravesando el atrio, hasta un patio cuadrado en torno al cual hay muchas puertas.
Empuja una de ellas.
Le abren y lo conducen hasta una amplia sala semicircular, donde están reunidos los poderosos del Sanedrín.
El más imponente con su expresión llena de hipocresía, disimulando su rencorosa personalidad, es el amo de la casa…
Se encuentra con la cara socarrona de Caifás.
La del ultra fariseo Elquías.
La de garduña del sinedrista Félix, junto con la viperina de Simón Boeto.
Más allá está Doras hijo de Doras, que cada vez se parece más en las facciones a su padre…
Y con él Cornelio y Tolmái.
Los escribas, Sadoc y Cananías, apergaminado en años;
pero como si fuera un joven perverso, fuerte en el mal.
Colascebona el Anciano, Nathanael ben Fabi, Doro, José y Joaquín.
Caifás ha dicho todos estos nombres como citando un listado de jueces…
Y concluye:
– … Estamos reunidos aquí para juzgarte.
Judas los mira con una expresión muy rara…
Mezcla de ira, miedo, odio, violencia.
Pero calla.
No hace gala de su acostumbrada altivez.
Lo rodean burlones y cada uno lanza una invectiva…
777 El Esclavo de Todos…
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
535 Judas de Keriot es llamado a informar a casa de Caifás.
Excepto Jesús, Pedro, Tadeo y Tomás…
Los otros nueve, se dirigen al barrio de Ofel.
La gente que hay por las calles no es el gentío de las fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, sino la gente de la ciudad.
Se conoce que las Encenias no eran muy importantes y no requerían la presencia de los hebreos en Jerusalén.
Solamente los que coincidían en la ciudad o los venidos de los pueblos cercanos, estaban en Jerusalén y subían al Templo.
Los demás, bien por la época del año, bien por el carácter propio de la fiesta, se quedaban en sus ciudades y en sus casas.
Hablan unos con otros afablemente, dialogando acerca de todos los hechos ocurridos en el tiempo en que han estado separados.
Al parecer ya han visto al Maestro en el Templo, porque no se extrañan de su ausencia.
Los apóstoles y los discípulos van caminando muy despacio, cerca de las murallas de Jerusalén.
Judas viene detrás de todos, haciendo de orador a un pequeño grupo de discípulos llenos de buena voluntad.
Unos judíos que siguen al grupo, pero sin mezclarse con él, lo llaman por su nombre.
La segunda vez, Judas mueve los hombros, pero no voltea.
Pero a la tercera, lo tiene que hacer;
porque uno de ellos se acerca y lo toma del brazo, obligándolo a detenerse.
Y le dice:
– Ven aquí por un momento.
Tenemos que hablarte.
Tajante y seco, Judas responde:
– No tengo tiempo, ni puedo.
Andrés, que está junto a él, le dice:
– Ve.
Ve con ellos.
Te esperamos…
Mientras que no veamos a Tomás, no podemos dejar la ciudad.
– Está bien.
Seguid.
Cuando se queda solo, pregunta al que lo importunó:
– ¿Y entonces?
¡Qué!…
¿Qué se te ofrece?
¿Qué queréis?
¿No podéis dejar de molestarme?
El hombre le dice:
– ¡Oh! ¡Oh!
¡Qué aires que te das!
¡Oh, Cuánta importancia te das!
Pero cuando te llamamos para darte dinero, entonces sí que no te molestamos.
¡Eres un soberbio lleno de pedantería!
Pero hay alguien que te puede bajar los humos…
Para volverte humilde.
¡Recuérdalo!
– Soy un hombre libre y…
– No.
No lo eres.
Libre es al que de ningún modo podemos hacer esclavo.
Y tú conoces su Nombre…
¡Tú!…
¡Tú eres esclavo de todo y de todos!…
Y en primer lugar de tu orgullo.
En pocas palabras:
¡Ay de tí, si no vienes antes de la hora sexta, (12.00 P.M.) a la casa de Caifás!
¡Ya te puedes componer!…
¡Ay de ti!
¡Considéralo!
Un “¡ay de ti!” verdaderamente amenazador.
Es un ¡Ay! verdaderamente milagroso…
Judas ofrece:
– ¡Bueno, está bien!
Iré.
Pero mejor para vosotros sería dejarme tranquilo, si queréis…
– ¿Qué cosa?
No haces más que prometer…
Pero en la realidad…
Nada.
¡Vendedor de promesas!
¡Inútil…!
Judas se desprende de un tirón del que lo tenía asido de la manga…
Y al correr dice:
– Hablaré cuando esté allí.
Alcanza al grupo de los apóstoles.
Y durante todo el tiempo, está con un aspecto torvo, pensativo y de mal humor.
Andrés solícito, le pregunta preocupado:
– ¿Malas noticias?
¿No?…
¡Eh!
Tal vez tu madre…
Judas, que al principio lo miró mal, predispuesto a darle una agria y dura respuesta…
Lo piensa mejor y…
Cortésmente Judas responde:
– Es verdad.
Pocas buenas noticias.
En realidad, fueron muy malas.
¿Sabes?
La estación…
Ahora he recordado una orden del Maestro.
Si ese hombre no me hubiera detenido, me habría olvidado hasta de ella.
Me recordó el lugar donde vive y recordé el encargo.
Bueno, cuando vaya al encargo, iré también la casa de ese hombre.
Y me informaré mejor…
Andrés, tan sencillo y honesto como es, está muy lejos de sospechar que su compañero pueda mentir.
Le dice afanoso:
– ¡Pues ve!
Vete al punto.
Yo se lo digo a los demás.
¡Vete! ¡Vete!
Así te quitas esa desazón y ansiedad…
– No, no.
Tengo que esperar a Tomás…
Por lo del dinero, tú sabes.
Será un rato más o menos…
Qué más da.
Los demás, que se habían detenido a esperarlos, los ven venir.
Y cuando los alcanzan…
Andrés dice preocupado:
– Judas ha tenido malas noticias.
Judas reafirma:
– Es verdad.
Pero cuando vaya al encargo, me enteraré mejor…
Bartolomé pregunta.
– ¿De qué cosa?
Juan dice al mismo tiempo:
– ¡Ved allí a Tomás que viene corriendo!
Y esto sirve para que Judas no responda.
Tomás dice agitado:
– ¿Os hice esperar mucho?
Es que quise hacerlo bien…
Vendí todo y lo logré.
Mirad qué bonita bolsa, para los pobres.
El maestro estará contento.
Santiago de Alfeo confirma:
– La necesitábamos.
No teníamos ni siquiera un céntimo que dar a los pobres.
Iscariote tiende la mano hacia Tomás y demanda:
– ¡Dámela!
Tomás objeta:
– Jesús me encargó lo de la venta.
Y tengo que entregarle el dinero en sus manos.
– Le dirás lo que valió.
Ahora dámela que tengo prisa de irme.
– No.
No te la puedo dar.
Jesús me dijo cuando íbamos por el Sixto: “Luego me das el dinero”
Y así lo voy a hacer.
– ¿De qué tienes miedo?
¿De qué tome algo o de que te quite el mérito de la venta?
En Jericó también vendí y bien…
Hace años que soy el encargado del dinero.
Es mi derecho.
– ¡Oh!…
¡Oye, si quieres pelear por esto, tenla!
Cumplí con mi encargo y lo demás no me preocupa.
Tenla, tenla…
¡Hay cosas mucho más hermosas que esto!…
Y Tomás le entrega la bolsa a Judas.
Felipe objeta:
– Bueno…
Si el Maestro ha dicho…
Santiago de Zebedeo sugiere:
– Vámonos ahora que estamos todos juntos.
El Maestro ordenó que estuviésemos en Bethania antes de la hora Sexta.
Apenas si alcanza el tiempo…
Judas declara:
– Entonces os dejo.
Adelantaos.
Voy y regreso.
Mateo objeta:
– ¡No!
Después.
Él dijo muy claro: ‘Estad, todos juntos.’
– Todos vosotros juntos.
Pero yo tengo que irme.
¡Y ahora más que sé lo de mi madre!…
Juan dice con tono conciliador:
– La cosa se puede interpretar también así.
Sobre todo si tiene órdenes que desconocemos.
Menos Andrés y Juan, todos los demás no quieren que Judas se vaya.
Al fin ceden diciendo:
– Está bien.
– Vete.
– Pero date prisa y sé prudente…
Y Judas, mientras los otros reanudan su marcha, desaparece por una callejuela que sube a la colina de Sión.
Todos los apóstoles están en grupo desde que han tenido que decidir sobre estas cosas suyas.
Es notorio que cuando los apóstoles se reúnen para debatir una cuestión, los discípulos siempre se separan con respeto.
Pasado un rato, Simón Zelote dice:
– Pero no es así, no hemos hecho bien.
El Maestro había dicho: “Estad siempre juntos y en paz”.
Hemos desobedecido al Maestro…
Y eso me atormenta.
Mateo le responde:
– También así lo pienso yo…
Bartolomé dice:
– Hagamos esto:
Despedimos a estos que nos siguen.
Desde ahora.
Sin esperar a estar en el camino de Bethania.
Y luego nos dividimos en dos grupos y esperamos a Judas:
Una parte en el camino bajo, otra parte en el camino alto;
los más rápidos en el camino bajo, los otros en el alto.
Y así llegaremos juntos.
Aunque el Maestro nos precediera, nos vería llegar juntos, porque afuera de Bethania un grupo espera al otro.
La propuesta es aceptada.
Despiden a los discípulos.
Luego van juntos hasta el lugar en que se puede torcer hacia el Getsemaní y tomar el camino alto del Monte de los Olivos…
Y el bajo que orillando el Cedrón, va también a Bethania y Jericó…
776 Ley de la Salvación
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
534b Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos
Dios hablará, Dios actuará, Dios vivirá,
Dios se revelará a las almas de sus fieles con su incognoscible y perfecta Naturaleza.
Y los hombres amarán al Dios-Hombre.
Y el Dios-Hombre amará a los hombres con los medios nuevos;
con los inefables medios que su infinito amor dejará en la Tierra, antes de volver al Padre tras haber cumplido todo.
Varios dicen:
– ¡Oh! ¡Señor!
– ¡Señor!
– ¡Dinos cómo podremos encontrarte y saber que eres Tú el que nos habla!
– ¡Señor! Y saber dónde estás, una vez que te hayas marchado!
Y algunos prosiguen:
– Somos gentiles y no conocemos tu Ley.
– No tenemos tiempo para quedarnos aquí y seguirte ahora.
– ¿Cómo haremos para alcanzar la virtud que nos haga merecedores de conocer a Dios?
En la sonrisa de Jesús hay luz, hay mucha alegría…
Jesús sonríe, luminosamente hermoso;
con la felicidad de estas conquistas suyas entre los gentiles.
Poniendo sus manos sobre los hombros de Pedro y Tadeo…
Con toda dulzura responde:
– No os preocupéis.
Éstos os llevarán mi Doctrina.
Pero mientras no lleguen…
Tened como norma las siguientes palabras que compendian mi Ley de Salvación:
Amad a Dios con todo vuestro corazón.
Amad a las autoridades, a vuestros padres, amigos, criados.
Aún a los enemigos, como os amáis vosotros mismos.
Y para estar seguros de no pecar.
Antes de hacer algo;
bien sea mandado, bien porque lo queráis…
Preguntaos:
“¿Me gustaría que esto que voy a hacer, otro me lo hiciera?”
Y si no os gustare, no lo hagáis…
Con estas sencillas líneas podéis trazaros el camino por el que llegaréis a Dios y Él a vosotros.
Con esta regla, seréis buenos hijos y buenos padres;
buenos maridos, buenos hermanos.
Honrados comerciantes y amigos.
Por lo tanto seréis virtuosos y Dios vendrá a vosotros.
Perdonad y seréis semejantes al Padre y Él os reconocerá como hijos suyos.
Haced el bien a quién os haya hecho el mal y Dios te llamará santo.
Decid… ¡Sí!
Id, id diligentes.
Y decid que el Salvador espera a aquellos que esperan y desean una ayuda celestial, para la Pascua, en la Ciudad santa.
Decídselo a los que tienen necesidad y a los que son simplemente curiosos.
Del movimiento impuro de la curiosidad, puede brotar para ellos la chispa de la fe en Mí, de la Fe que salva.
¡Id!
Jesús de Nazaret, el Rey de Israel, el Rey del mundo;
convoca a los legados del mundo para darles los tesoros de sus gracias y tenerlos como testigos de su asunción;
que lo consagrará triunfador, por los siglos de los siglos, Rey de reyes y Señor de señores.
¡Id! ¡Id!
En el alba de mi vida terrena, desde lugares distintos;
vinieron los legados del pueblo mío a adorar al Infante en que el Inmenso se escondía.
La voluntad de un hombre, que se creía poderoso y era un siervo de la voluntad de Dios,
había ordenado un empadronamiento en el Imperio.
Obedeciendo a una desconocida y perentoria orden del Altísimo;
aquel hombre pagano había de ser heraldo respecto a Dios;
que quería a todos los hombres de Israel, esparcidos por todos los lugares de la Tierra,
en la tierra de este pueblo, cerca de Belén Efratá;
para que se maravillaran con las señales venidas del Cielo con el primer vagido de un Niño.
Y no bastando aún, otras señales hablaron a los gentiles:
Y sus legados vinieron a adorar al Rey de los reyes:
Pequeño, pobre, lejano de su coronación terrena, pero que ya era…
¡Oh! Ya era Rey ante los ángeles.
Ha llegado la hora en que seré Rey ante los pueblos;
Rey, antes de regresar al lugar de donde vengo.
En el ocaso de mi día terreno, en mi atardecer de hombre…
Justo es que aquí haya hombres de todos los pueblos, para ver a Aquel al que le corresponde ser adorado…
Y en quien se esconde toda la Misericordia.
Y que gocen los buenos de las primicias de esta nueva mies;
de esta Misericordia que se va a abrir como nube de Nisán,
para hinchar las corrientes de aguas saludables que pueden hacer fructíferas a los árboles plantados en sus orillas,
como se lee en Ezequiel (17, 5-8; 19, 10 -11)
Y Jesús de nuevo, sana a enfermos y enfermas…
Recogiendo sus nombres, porque ahora todos quieren decirlo:
«Yo, Zila…
Yo, Zabdí…
Yo, Gaíl…
Yo, Andrés…
Yo, Teófanes…
Yo, Selima…
Yo, Olinto…
Yo, Felipe.
Yo, Elisa…
Yo, Berenice…
Mi hija Gaya…
Yo, Argenides…
Yo… Yo… Yo…
Ha acabado.
Quisiera marcharse.
¡Pero cuánto le ruegan que se quede más, que hable más!
Y uno quizás tuerto, porque tiene un ojo tapado con una venda, para retenerlo más tiempo…
– Señor, fui agredido por uno que envidiaba mis buenos negocios.
Me salvé la vida a duras penas.
Pero un ojo se perdió, reventado por el golpe.
Ahora mi rival es un pobre y una persona mal considerada…
Y ha huido a un pueblo cercano a Corinto.
Yo soy de Corinto.
¿Qué debería hacer por este que por poco me mata?
No hacer a los demás lo que a mí no me gustaría recibir, está bien.
Pero yo de éste ya he recibido…
Y un mal…
Mucho mal…
Y tan expresivo es su rostro, que se lee en él el pensamiento que no ha dicho:
«y por tanto, debería aplicarle el thalión…”
Jesús lo mira con una luz de sonrisa en sus ojos zafíreos…
Pero con dignidad de Maestro en la totalidad del rostro, dice:
– ¿Y tú, de Grecia, me lo preguntas?
¿No dijeron acaso vuestros grandes, que los mortales vienen a ser parecidos a Dios,
cuando responden a los dos dones que Dios les concede para hacerlos parecidos a Él.
Y que son:
Poder estar en la verdad y hacer el bien al prójimo?
– ¡Ah, sí, Pitágoras!
– ¿Y no dijeron que el hombre se acerca a Dios no con la ciencia y el poder u otra cosa, sino haciendo el bien.
– ¡Ah, sí, Demóstenes!
Pero perdona si te lo pregunto, Maestro.
Tú eres un hebreo.
Y los hebreos no estiman a nuestros filósofos…
¿Cómo es que sabes estas cosas?
– Porque Yo era Sabiduría inspiradora en las inteligencias que pensaron esas palabras.
Donde el Bien está en acto, allí estoy Yo.
Tú, griego, escucha de los sabios los consejos, en los que todavía hablo Yo.
Haz el bien a quien te ha hecho el mal…
Y Dios te llamará santo.
Ahora dejadme ir.
Tengo otros que me esperan…
La paz a ti, arquisinagogo.
La paz a los creyentes y a los que tienden a ella.
Adiós Valeria.
No temas por Mí.
Aún no ha llegado mi Hora.
Cuando llegue, ni todos los ejércitos del César podrían frenar, formándoles una valla contra mis adversarios.
Valeria contesta:
– Salve Maestro.
Ruega por mí.
– Lo hago para que la Paz se posesione de ti.
Adiós.
La paz sea con todos.
Y haciendo un gesto que es saludo y bendición, se retira del lugar.
Sale de la sala.
Atraviesa el patio y sale a la calle…
775 El Juicio Final
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
534a Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos
Los que llenan la amplia estancia están totalmente fascinados.
Hay un momento de silencio.
Enseguida el sinagogo pregunta:
– ¿Puedo hacerte una objeción sin que por esto sea una ofensa?
– Habla.
Estoy aquí como Maestro para dar sabiduría a quien me pregunte.
– Dijiste que algunos pronto serán gloriosos en el Cielo.
¿Acaso no está cerrado?
¿Acaso no están los justos en el Limbo, en espera de entrar en el Cielo?
– Así es.
El Cielo está cerrado y lo estará hasta que el Redentor lo abra.
Pero su Hora ha llegado.
En verdad te digo que no vendrá otra fiesta después de ésta, antes de ese día.
En verdad te digo que estando ya en la cima del monte de mi sacrificio fuerzo ya las puertas…
Mi sacrificio ya empuja en las puertas del Cielo, porque está ya en acción.
En verdad, en verdad te digo que ya estoy forzando las puertas;
Al estar ya casi sobre la cumbre del monte de mi Sacrificio…
Este ya me empuja sobre las Puertas del Cielo, porque ya está en movimiento.
En verdad te digo que el Día de la Redención, ya alborea en el Oriente y pronto estará en el cenit.
Cuando se cumpla, ¡Recuérdalo!…
Se abrirán las sagradas cortinas y las Puertas Celestiales.
Porque Yeové ya no estará presente con su Gloria en el Debir.
(‘El Santo de los santos’ que estaba en la parte más sagrada del Templo de Jerusalén)
E inútil será poner un Velo entre el Incognoscible y los mortales, pues Dios habrá abandonado su Templo.
La Humanidad que nos ha precedido y que fue justa volverá al lugar a donde había sido destinada…
Con el Primogénito a la cabeza, ya completo en carne y espíritu.
Y sus hermanos vestidos con la vestidura de luz que tendrán, hasta que también sus carnes sean llamadas al júbilo.
Jesús pasa al tono de canto, propio de cuando un arquisinagogo o un rabí, repite palabras bíblicas o salmos.
(Ezequiel 37, 4-6.12-14).
Diciendo:
Y Él me dijo: “Profetiza a estos huesos y diles: “Huesos secos, escuchad la palabra del Señor…
Ved que infundiré en vosotros el espíritu y viviréis.
Pondré alrededor de vosotros los nervios, haré crecer a vuestro alrededor las carnes, extenderé la piel,
os daré el espíritu y viviréis y sabréis que soy el Señor…
Ved que abriré vuestras tumbas…
Os sacaré de los sepulcros…
Cuando infunda en vosotros mi espíritu tendréis vida y haré que descanséis en vuestra tierra”.
Toma de nuevo su modo habitual de hablar, baja los brazos, pues los había extendido hacia adelante…
Y dice:
“Son dos estas resurrecciones de lo seco, de lo muerto, a la vida.
Dos resurrecciones que están ocultas en las palabras del profeta.
La primera es la resurrección a la Vida y en la Vida…
O sea, en la Gracia que es Vida, de todos aquellos que acogen a la Palabra del Señor;
al Espíritu engendrado por el Padre, que es Dios como el Padre;
del que es Hijo y que se llama Verbo, el Verbo que es Vida y da la Vida.
La Vida de la que todos tienen necesidad y de la que está privado Israel tanto como los gentiles.
Porque, si para Israel hasta ahora era suficiente para tener la eterna Vida,
tener esperanza en la Vida (la Vida que viene del Cielo) y esperarla.
De ahora en adelante para tener vida, Israel deberá acoger a la Vida.
En verdad os digo que aquellos de mi pueblo que no me acogen a Mí-Vida, no tendrán Vida.
Y mi venida será para ellos razón de muerte, porque habrán rechazado a la Vida que venía a ellos para comunicarse.
Ha llegado la hora en que Israel quedará dividido en los vivos y los muertos.
Es la hora de elegir…
Y de vivir o morir.
La Palabra ha hablado, ha mostrado su Origen y Poder…
Ha curado, ha enseñado, resucitado espiritualmente y pronto habrá cumplido su misión.
Ya no hay disculpa para los que no vienen a la Vida.
El Señor pasa.
Una vez que haya pasado, no vuelve.
No volvió a Egipto para dar vida nueva a los hijos primogénitos de aquellos que lo habían escarnecido y avasallado en sus hijos.
No regresará tampoco esta vez, cuando la inmolación del Cordero haya decidido los destinos.
Los que no me acogen antes de mi Paso, me odian y odiarán,
no tendrán sobre su espíritu mi Sangre para santificarlos y no vivirán.
No tendrán a su Dios con ellos para el resto del peregrinaje sobre la Tierra.
Sin el divino Maná, sin la nube protectora y luminosa, sin el Agua que viene del Cielo;
privados de Dios, irán vagando por el vasto desierto que es la Tierra.
Toda la Tierra, toda ella un desierto si para quien la recorre falta la unión con el Cielo, la cercanía del Padre y Amigo: Dios.
Y hay una segunda resurrección:
La universal, en que los huesos, blancos y dispersados a causa de los siglos…
Volverán a estar frescos y cubiertos de nervios, carne y piel.
Y se llevará a cabo el Juicio.
La carne y la sangre de los justos exultarán con el espíritu en el eterno Reino.
Y la carne y la sangre de los réprobos sufrirán con el espíritu en el eterno castigo.
¡Yo te amo Gentilismo!
¡Yo te amo, Humanidad!
Y por este amor os invito a 1a Vida y a la Resurrección bienaventurada.
El sinagogo se queda reflexionando en esta sorprendente revelación y…
Jesús concluye:
– Dios Hablará.
Dios Obrará.
Dios vivirá.
Dios se descubrirá a los corazones de sus fieles con Naturaleza Incognoscible y Perfecta.
Los hombres amarán al Dios-Hombre…
Y Él los amará…
Los que llenan la amplia estancia están como hechizados.
No hay distinción entre el estupor de los hebreos y el de los otros, de otros lugares y religiones.
De hecho los más reverentemente asombrados son los extranjeros.
Uno, un hombre entrado en años y de grave porte, está susurrando algo.
Jesús se vuelve y pregunta:
– ¿Qué has dicho, oh hombre?
– He dicho que…
Me estaba repitiendo a mí mismo las palabras oídas a mi pedagogo en mi juventud:
“Le está concedido al hombre subir con la virtud a divina perfección.
En la criatura está el resplandor del Creador, que cuanto más el hombre se ennoblece a sí mismo en la virtud,
casi como consumiendo la materia en el fuego de la virtud, más se revela.
Y le está concedido al hombre conocer al Ente que al menos una vez en la vida de un hombre,
que con severo o con paterno aspecto, se muestra a él para que pueda decir:
“¡Debo ser bueno: ¡Mísero de mí si no lo soy!
Porque un Poder inmenso ha refulgido ante mí,
para hacerme comprender que la virtud es deber y signo, de la noble naturaleza del hombre”.
Hallaréis este resplandor de la Divinidad unas veces en la hermosura de la naturaleza…
Otras, en la palabra de un moribundo.
En la mirada de un desdichado que os mira y juzga…
En el silencio de la persona amada, que callando censura una acción vuestra deshonrosa.
Lo hallaréis en el terror de un niño ante un acto vuestro de violencia…
O en el silencio de las noches mientras estéis solos con vosotros mismos y en la habitación más cerrada y solitaria,
advirtáis un otro Yo, mucho más poderoso que el vuestro y que os habla con un sonido sin sonido.
Y ése será el de Dios, este Dios que debe ser;
este Dios al que la Creación adora, aun quizás sin saber que lo está haciendo.
Este Dios que único, verdaderamente satisface el sentimiento de los hombres virtuosos,
que no se sienten ni saciados ni consolados por nuestras ceremonias y nuestras doctrinas.
Ni ante las aras lujosas, que están vacías aunque una estatua las presida”.
Sé bien estas palabras, porque desde hace muchos lustros las repito como mi código y mi esperanza.
He visto, he trabajado…
También he sufrido y llorado.
Pero lo he soportado todo.
Y mantenía la esperanza con virtud, esperando encontrar antes de la muerte;
a este Dios que Hermógenes me había prometido que conocería…
Ahora yo me decía que verdaderamente lo he visto.
Y no como un fulgor.
No como un sonido sin sonido he oído su Palabra.
Sino que en una serena y bellísima forma de hombre se me ha aparecido el Divino.
El hombre se arrodilla agregando:
“Y yo lo he sentido, lo estoy viendo y estoy lleno de un sagrado estupor.
El alma, esta cosa que los verdaderos hombres admiten…
El alma mía te acoge, ¡Oh Perfección!
Y te dice: “Enséñame tu Camino y tu Vida y tu Verdad…
para que un día yo, hombre solitario, me una de nuevo contigo, suprema Belleza”.
El hombre se ha inclinado hasta quedar postrado…
Jesús dice:
– Nos uniremos.
Y te digo también que más tarde, te unirás con Hermógenes.
– ¡Pero si murió sin conocerte!
– No es el conocimiento material el único necesario para poseerme.
El hombre que por su virtud llega a sentir al Dios desconocido y a vivir virtuosamente en homenaje a este Dios,
bien se puede decir que ha conocido a Dios, porque Dios se ha revelado a él como premio de su vivir virtuoso.
¡Ay si fuera necesario conocerMe personalmente!
Pronto ya alguno no dispondría de un modo de reunirse conmigo.
Porque os lo digo, pronto el Viviente dejará el reino de los muertos para volver al Reino de la Vida…
Y ya los hombres no tendrán otra manera de conocerme sino por la fe y el espíritu.
Pero en vez de detenerse, el conocimiento de Mí se propagará…
Y será perfecto porque estará libre de todo lo que significa el lastre de la carne.
Dios hablará, Dios actuará, Dios vivirá…
774 Parábola de los Trabajadores de la Viña
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
534 Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos
La sinagoga de los romanos está justo enfrente del Templo, en la parte opuesta, cerca del Hípico.
Mucha gente está esperando a Jesús.
Cuando apenas se le ve por la entrada de la calle, lo señalan y las mujeres corren a su encuentro.
Jesús viene con Pedro y Judas Tadeo.
Valeria lo saluda:
– Salve Maestro.
Te doy las gracias por haberme escuchado y hayas aceptado mi petición.
¿Entras ahora en la ciudad?
Jesús contesta:
– No.
Desde hora temprana estoy en ella.
Ya fui al Templo.
– ¿Al Templo?
¿No te llenaron de injurias y te ofendieron?
– No.
Era muy temprano y nadie me esperaba.
– Te mandé llamar por eso.
Y también porque aquí hay muchos gentiles que quieren oírte hablar.
Hace días que van al Templo a esperarte, pero se burlan de ellos y hasta los amenazan…
También ayer estuve allí y comprendí que te esperan para injuriarte y ofenderte.
Despaché mensajeros a todas las puertas para que te avisaran…
Con el oro todo se obtiene…
– Te lo agradezco.
Pero Yo, Rabí de Israel, no puedo subir al Templo.
¿Estas mujeres quiénes son?
– Mi liberta Tusnilde.
Dos veces bárbara, Señor.
De los bosques de Teotuburgo.
Botín de esas imprudentes avanzadas que tanta sangre han costado.
Mi padre se la regaló a mi madre…
Y ella a mí, para mi boda.
De sus dioses a los nuestros.
De los nuestros a Tí, porque ella hace lo que yo hago.
Es muy buena.
Las otras son las mujeres de los gentiles que te esperan.
De todas las regiones.
La mayor parte enfermas.
Han venido con las naves de sus maridos.
– Entremos a la sinagoga.
El sinagogo erguido de pie en el umbral de la puerta, se inclina y se presenta:
– Matatías Sículo, Maestro.
A Ti, alabanza y bendiciones.
Jesús contesta:
– La paz sea contigo.
– Entra.
Cierro la puerta, para estar tranquilos.
Tanto es el Odio, que los tabiques son ojos y las piedras orejas, para observarte y denunciarte, Maestro.
Quizás son mejores estos que, con tal de que no se toquen sus intereses, no se meten con nosotros.
Dice el anciano arquisinagogo, mientras va caminando al lado de Jesús…
para llevarlo a través del patio, hasta una amplia estancia, que es la entrada a la sinagoga.
Jesús dice:
– Matatías, curemos primero a los enfermos.
Su fe es digna de su premio.
Y pasa de una a otra mujer imponiendo las manos.
Algunas están sanas, pero el enfermo es el hijito que tienen en brazos…
Jesús lo cura.
Y pasa con ellos imponiéndoles las manos y sanando.
Los milagros llenan de alegría y alabanzas el lugar…
Y los corazones de Fe.
Una es una niña paralizada completamente;
que una vez curada,
grita:
– ¡Sitaré te besa las manos, Señor!
Jesús, que ya había pasado adelante, se vuelve sonriendo…
Y pregunta:
– ¿Eres sira?
La madre explica:
– Fenicia, Señor.
De allende Sidón.
Estamos en las orillas del Tamiri.
Tengo otros diez hijos y otras dos hijas, una de nombre Sira y la otra Tamira.
Y Sira es viuda, a pesar de ser poco más que una niña.
Así que siendo ya libre, se ha establecido en casa de su hermano, aquí en la ciudad.
Y es seguidora tuya.
Ella nos dijo que Tú lo podías todo».
– ¿No está aquí contigo?
– Sí, Señor.
Está ahí, detrás de esas mujeres.
Jesús la mira y ordena:
– Acércate.
La mujer, temerosa, avanza entre el grupo de mujeres.
Jesús la conforta:
– No debes tener miedo de Mí si me amas.
Ella tímida, responde:
– Te amo.
Por eso he dejado Alejandroscene.
Porque pensaba que te podría oír otras veces y…
Que aprendería a aceptar mi dolor…
Llora.
– ¿Cuándo te has quedado viuda?
– Al final de vuestro Adar…
Si hubieras estado, Zeno no habría muerto.
Él lo decía…
Porque te había oído hablar y creía en Tí.
Jesús responde a la viuda con la esperanza de su reunión con su esposo en el Cielo…
Y enseña la lección de la parábola de los Trabajadores de la Viña…
La Voz del Maestro se expande hasta el último rincón de la sinagoga…
Como un bronce divino, resuena tocando los corazones de sus anhelantes oyentes…
Jesús afirma contundente:
– Entonces no está muerto, mujer.
Porque quien cree en Mí vive.
La verdadera vida no es este día en que vive la carne.
La vida es aquella que se obtiene creyendo y yendo en pos de quien es Camino, Verdad y Vida.
Y obrando según su palabra.
Aunque este creer y seguir fuera durante poco tiempo.
Y obrar por poco tiempo.
Un tiempo pronto truncado por la muerte del cuerpo, aunque fuera un solo día, una sola hora…
En verdad te digo que esa criatura no conocerá ya la muerte.
Porque el Padre mío y de todos los hombres no calculará el tiempo transcurrido en mi Ley y Fe;

“La santidad es hacer siempre con alegría la Voluntad de Dios. Para eso es necesaria la fidelidad a sus deseos. Y es esta fidelidad, la que hace los santos.” Teresa de Calcuta
sino la voluntad del hombre de vivir hasta la muerte en esa Ley y Fe.
Yo prometo la Vida eterna y quien cree en Mí y obra según lo que digo:
Amando al Salvador, propagando este amor, practicando mis enseñanzas durante el tiempo que se le conceda.
Los obreros de mi viña son todos aquellos que vienen y dicen:
“Señor, recíbenos entre tus obreros”
Y en esa voluntad permanecen hasta que el Padre mío juzga terminada su jornada.
En verdad, en verdad os digo que habrá obreros que habrán trabajado una sola hora, su última hora.
Y que tendrán más inmediato el premio, que aquellos que hayan trabajado desde la primera hora,
pero siempre con tibieza, movidos al trabajo únicamente por la idea de no merecer el infierno.
O sea, movidos por el miedo al castigo.
No es éste el modo de trabajar que mi Padre premia con una gloria inmediata.
Es más, a estos calculadores egoístas, que sienten el apremio de hacer el bien,
sólo el bien estrictamente necesario, por no atraerse una pena eterna…
El Juez eterno les dará una larga expiación.
Deberán aprender, a expensas de sí mismos, con una larga expiación, a darse un espíritu solícito en amor.
Y en amor verdadero, orientado todo a la gloria de Dios.
(Recordamos aquí que el dolor de atrición, o sea, cumplir los Mandamientos por temor a no condenarse…
Es válido para salvarse.
Aunque el dolor de contrición, o sea, aquel que nos mueve a cumplir los Mandamientos por amor a Dios;
que como Suma Bondad, no se merece que lo ofendamos;
hiriendo con el pecado su Sacratísimo Corazón.
Es mucho más perfecto).
Y os digo también que en el futuro, muchos serán, especialmente entre los gentiles,
los que estarán entre los obreros de una hora e incluso de menos de una hora.
Y que serán gloriosos en mi Reino;
porque en esa única hora de respuesta a la Gracia, que los habrá invitado a entrar en la viña de Dios;
habrán alcanzado la perfección heroica de la caridad.
Ten pues buen ánimo, mujer.
Tu marido no está muerto sino que vive.
No lo has perdido;
solamente está separado de ti un tiempo.
Ahora tú, como esposa que no hubiera entrado todavía en casa del esposo,
debes prepararte para las verdaderas nupcias inmortales con aquel que lloras.
¡Oh, dichosas nupcias de dos espíritus que se han santificado y que se unen de nuevo, para siempre;
en donde no existe ya la separación, ni el temor del desamor ni las penas;
en donde los espíritus exultarán en el amor de Dios y en el amor recíproco!
La muerte para los justos es verdadera vida, porque ya nada podrá amenazar la vitalidad del espíritu.
O sea, su permanencia en la Justicia.
Lo caduco no lo llores ni lo añores, Sira.
Levanta tu espíritu y ve las cosas con justicia y verdad.
Dios te ha amado, salvando a tu consorte del peligro de que las obras del mundo destruyeran su fe en Mí.
Jesús calla.
Y la mira sonriente…
Ella le contesta:
– Me has consolado, Señor.
Viviré como dices.
Bendito seas Tú y contigo el Padre tuyo, eternamente.
Los que llenan la amplia estancia están como hechizados.