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875 La Ciencia del Amor

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

565b Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot. 

En la cima del monte en Efraím, Jesús está diciendo:

–            Pero óyeme.

Dios es un Padre que puede cuidar del hijo que quiere firmemente servirle.

¡Oh! Dios no desilusiona los buenos deseos del hombre…

Porque Él es el que los enciende en vuestros corazones.

Tú estabas convencido de que persiguiéndome honrabas a Dios.

El Padre vio en tu corazón no el Odio, sino el deseo de darle gloria…

Y por eso te trajo con nosotros.

Sólo si tú abandonas a Dios, podría vencerte la fuerza del Mal.

Samuel contesta con firmeza:

–            ¡No quiero!

Mi voluntad es sincera.

–           Entonces…

¿De qué te preocupas?

¿De las palabras de un hombre?

Déjalo que diga lo que quiera.

Él piensa a su modo…

El pensamiento del hombre es siempre imperfecto.

–           No quiero que lo regañes.

Me basta con que me asegures que no pecaré.

–           No lo harás porque no quieres que te suceda.

Conoces los nombres y las intenciones de mis enemigos más encarnizados.

Y sabes lo que están preparando contra Mí.

Por eso puedo hablar contigo, lo que no podría hacer con otros.

Lo que puedo padecer y compadecer;

otros no lo pueden…

Samuel lo mira estupefacto:

–            ¡Maestro!…

¿Cómo puedes ser lo que Eres, sabiendo esto?…

¿Y cómo es que conociendo así las cosas te muestras tan…?

¡Oh!…

El zaforím se interrumpe, agregando:

Alguien viene subiendo.

¿Quién sube por el sendero?

Samuel se levanta para ver.

Se asoma y…

Exclama:

–        ¡¡Judas!!

Judas responde:

–        Soy yo.

Me dijeron que por aquí había pasado el Maestro y te encuentro a tí.

Me regreso.

Te dejo entregado a tus pensamientos…   -Y ríe con esa risa, que es más lúgubre que una lechuza.

Jesús sale por detrás de Samuel y mostrándose,

pregunta:

–            Yo también estoy.

¿Me necesita alguien en el poblado?

Judas contesta:

–            ¡Oh, Tú!

¡Estabas en buena compañía, Samuel!

¡Y también tú, Maestro!…

–            Dices bien.

La compañía de uno que abraza la justicia es siempre buena.

Me buscabas para estar conmigo… ¿No?

Ven.

Aquí hay lugar para tí…

Y también para Juan, si estuviera contigo.

–            Está allá abajo con unos peregrinos.

–            Entonces tendré que ir.

–            No es necesario.

Van a quedarse hasta mañana.

Juan los ha colocado en nuestros lechos.

Se siente feliz de hacerlo.

Cierto es que todo lo hace contento.

Todo…

Todo lo contenta.

En verdad que os asemejáis.

No comprendo cómo lográis estar siempre contentos con todo…

Hasta con las cosas más enojosas…

Es de lo más…

Fastidioso.

Samuel exclama:

–              ¡Ésa es la misma pregunta que iba a hacerle yo, cuando llegaste!

–               ¿Ah, sí?

Entonces tú tampoco te sientes feliz.

Y te asombra el que otros, en condiciones aún más…

Difíciles y duras, que las nuestras…

Puedan sentirse felices.

–            Yo no soy infeliz.

No hablo por mí.

Lo que me pregunto es de dónde saca el Maestro la serenidad que tiene;

pese a que no ignora su futuro.

Judas exclama:

–                       ¿De dónde?

¡Del Cielo!

Es natural.

¡Él Es Dios! 

¿Acaso lo dudas?

¿Puede un Dios sufrir?

Él está por encima del Dolor.

El Amor del Padre es para Él, como…

Un vino que embriaga.

Y vino embriagador es para Él, la convicción de que sus acciones son la salvación del Mundo.

Y luego…

¿Acaso puede tener reacciones físicas, como nosotros los pobres, los humildes seres humanos, tenemos?

Esto sería contrario al buen sentido.

Si el inocente Adán no conoció dolor de ninguna clase;

tampoco lo hubiera conocido, si siempre se hubiese mantenido inocente.

Jesús es el Súper-Inocente.

La creatura, no sé si llamarla ‘increada’ siendo Dios…

O creada porque tuvo padres…

¡Oh! ¡Maestro mío!

¡Cuántos ‘porqués’…

Cuántas cuestiones insolubles para los que vendrán después!  

Si Adán estaba libre del Dolor por su inocencia;

¿Cómo puede pensarse que Tú puedas sufrir…?

Jesús, con la cabeza inclinada, se ha vuelto a sentar sobre la hierba.

Los cabellos le hacen velo y no dejan ver la expresión de su rostro.

Samuel de pie, cara a cara con Judas, le replica:

–            Si debe ser el Redentor, debe sufrir realmente.

¿No te acuerdas de David y de Isaías?

–             ¡Sí!

¡Los recuerdo!…

¡Los recuerdo!

Pero ellos, aunque veían la figura del Redentor;

no veían el auxilio inmaterial por el que el Redentor…

Bueno, que el Redentor tendría para ser…

Dígamoslo así, ¿Por qué no?

Aunque fuese torturado…

No sentiría el Dolor.

–           ¿Cuál?

Una creatura puede amar el dolor o padecerlo resignadamente, según la excelencia de su virtud.

Pero siempre lo sentirá.

Si no lo sintiese…

No sería dolor.

Judas insiste:

–           Jesús es Hijo de Dios.

Samuel exclama:

–           ¡Pero no es un fantasma!

¡Es verdadera Carne!

¡Es un Verdadero Hombre! 

Y el cuerpo sufre si se lo tortura.

El ánimo del hombre sufre si es ofendido o despreciado.

El hombre sufre si se lo ofende…

O si se le hace objeto de burla.

Es verdadero Dios y…

¡Es verdadero Hombre!

Judas sentencia impertérrito:

–         Jesús es Hijo de Dios.

Su unión con Dios elimina en Él estas cosas humanas.

Jesús levanta su cabeza y habla:

–          En verdad te digo, Judas.

Que sufro y sufriré como todo hombre;

como ningún hombre.

Y más que los demás hombres.

Pero puedo a pesar de ello;

tener la santa y espiritual felicidad de aquellos que han obtenido la liberación de las tristezas de la Tierra,

por haber abrazado la voluntad de Dios como única esposa suya.

Puedo eso, porque he superado el concepto humano de la felicidad, la inquietud de la felicidad…

Esa felicidad como los hombres la imaginan.

Yo no voy tras eso que según el hombre, constituye la felicidad;

sino que pongo más alegría precisamente en aquello que está en el polo opuesto,

de lo que el hombre persigue como felicidad.

Las cosas de las que el hombre huye, las cosas que el hombre desprecia…

Porque están consideradas como peso y dolor;

representan para mí la cosa más dulce.

No voy detrás de lo que los hombres creen que es la felicidad…

Porque cifro mi alegría en las consecuencias que puede acarrear en la Eternidad.

Mi episodio cesa, mi acción cesa, pero su fruto permanece.

Mi dolor termina;

pero sus valores, no.

Yo no miro a la hora concreta, sino a las consecuencias que esa hora puede crear en la eternidad.

¿Y para qué me serviría a mí una hora de eso que se dice “ser felices” en la Tierra;

una hora alcanzada tras haberla perseguido durante años y lustros;

¿Qué interés tiene para Mí, ‘una hora de ser feliz’ en la tierra, si no puede venir conmigo a la Eternidad?

¿Si debiera gozarla Yo solo…

Sin hacer que participen de ella los que amo?

Judas exclama:

–         ¡Pero si Tú triunfaras…

¡Nosotros tus seguidores, tendríamos parte en tu felicidad!

–            ¿Vosotros?

¿qué sois vosotros en comparación con las multitudes presentes,  pasadas y futuras…

A las que mi Dolor dará alegría?

Yo veo más allá de la felicidad terrena.

Mi mirada va a lo sobrenatural.

Veo que mi Dolor es gozo eterno para una inmensidad de hombres.

Para una multitud de criaturas.

Y abrazo el dolor como la fuerza más poderosa, para alcanzar la felicidad perfecta…

Que consiste en amar al prójimo, hasta el punto de sufrir para darle alegría y morir por él.

 Judas replica:

–            No comprendo esta felicidad.

–            Todavía no eres sabio.

De otro modo la comprenderías.

–            ¿Y Juan lo es?

¡Es más ignorante que yo!

–           Hablando humanamente, sí.

Pero tiene la Ciencia del Amor.

–            Está bien.

Pero no creo que el amor haga que los palos, dejen de ser palos.

Que las piedras dejen de serlo.

Y que no produzcan dolor en la carne golpeada por ellos.

Siempre has dicho que amas el dolor porque para Tí es amor.

Pero cuando realmente seas preso y torturado…

No sé si pensarás de igual manera. 

Piensalo mientras puedes escapar al dolor.

Será horrible, ¿Sabes?

Si los hombres te llegan a aprehender…

¡Oh! ¡Sí!

¡Serán muy crueles!…

¡Será terrible, eh!

¡Si los hombres logran capturarte…

No se van a andar con contemplaciones contigo!

En las últimas palabras de Judas, está el acento venenoso de Satanás…

Que tortura implacable Al Hombre-Dios que tiene frente a sí y al que el Mesías puede ver…

Porque tiene todas las potencias del espíritu vivas, por ser el Viviente…

Jesús lo mira.

Está palidísimo.

Sus ojos muy abiertos, parecen ver tras el rostro de Judas, todas las torturas que le esperan…

Y sin embargo, aún envueltos en esta tristeza que reflejan,

permanecen mansos y dulces.

Y sobre todo, serenos…

Totalmente serenos:

Los ojos limpios de un Inocente.

Con suave determinación, Jesús responde:

–            Lo sé.

Y sé aun lo que no sabes.

Más espero en la Misericordia de Dios.

Él, que es misericordioso con los pecadores…

Tendrá misericordia de Mí.

No le pido que no sufra.

Sino saber sufrir…

Y ahora vámonos.

Samuel, adelántate un poco y avisa a Juan que pronto estaré en el pueblo.

Samuel hace una reverencia y se marcha con paso ágil.

874 La Astucia Satánica

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

565a Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot. 

En la cima del monte donde Jesús acostumbra orar, desde que se encuentra en el Destierro en Efraín…

Jesús confiesa:

–                Yo soy el primero que en mi dúplice Naturaleza, sueño con ese altar…

Quisiera verlo rodeado de santidad como corresponde.

Como Hijo de Dios, todo aquello que para Él es honor, es para Mí suave voz…

Como Hijo del hombre, como israelita.

Y por tanto, Hijo de la Ley…

Veo el Templo y el altar como el lugar más sagrado de Israel…

El lugar en que nuestra humanidad puede acercarse a lo divino.

Y perfumarse con esa aura que rodea al Trono de Dios.

Yo no anulo la Ley, Samuel.

Para mí es sagrada porque la ha dado mi Padre.

Yo la perfecciono e introduzco las partes nuevas.

Como Hijo de Dios, puedo hacerlo.

Para esto me ha enviado el Padre.

Vengo para fundar el Templo espiritual de mi Iglesia…

Contra el cual hombres ni demonios prevalecerán.

Pero las Tablas de la Ley tendrán necesariamente un puesto de honor en él…

Porque son eternas, perfectas, intocables.

Ese “No hagas eso, ni ese pecado”

Contenido en esas tablas, que comprenden en su lapidaria brevedad,

todo lo necesario para ser justos ante los ojos de Dios…

No resulta anulado por mi Palabra.

¡Al contrario!

Yo también os repito esos Diez Mandamientos.

La única cosa es que os digo que los  practiquéis con perfección…

O sea, no por miedo a la ira de Dios contra los transgresores;

sino por amor a vuestro Dios, que es Padre.

Yo vengo a poner vuestra mano de hijos, en la de vuestro Padre.

¡Cuántos siglos hace que esas manos están separadas!

El Castigo separaba.

La Culpa separaba.

Pero, habiendo venido el Redentor, el pecado está para ser anulado.

Caen las barreras.

Sois de nuevo los hijos de Dios.

–             ¡Es verdad!

Tú eres bueno y das ánimos.

Siempre.

Sabes las cosas.

Por lo cual no te voy a manifestar mi angustia.

Lo que sí que te pregunto es esto:

¿Por qué los hombres son tan perversos, tan insensatos y necios?

¡¿Cómo…?!

¡¿Qué artes tienen para podernos sugestionar tan diabólicamente en orden al Mal?

Y nosotros…

¿Cómo somos tan ciegos, que no vemos la realidad y creemos en las mentiras?

¿Cómo podemos transformarnos tanto en demonios?

¡¿Y persistir en ello, estando a tu lado?!

Yo miraba allí, y pensaba…

Sí…

Pensaba en cuántos regueros venenosos salen de allí para turbar a los hijos de Israel.

Pensaba que cómo puede la sabiduría de los rabíes desposarse con tanta maldad…

Con una maldad que altera las cosas para hacer caer en trampas.

Pensaba, sobre todo, esto, porque…

Samuel, que había hablado fogosamente, se detiene de golpe…

E inclina la cabeza.

Jesús termina la frase:

–               …Por qué Judas, mi apóstol, es como es…

Me causa dolor a Mí y se lo causa a quienes me rodean o vienen a Mí, como tú has venido.

Lo sé.

Judas trata de alejarte de aquí…

De arrancarte de Mí.

Se burla de tí y te hace insinuaciones…

–            No sólo a mí.

Sí…

Envenena mi alegría de haber entrado en la justicia.

Me la envenena con tanto arte, que me veo y me siento aquí como un traidor…

De mí mismo y tuyo.

De mí, porque me engaño creyendo ser mejor…

Cuando en realidad voy a ser la causa de tu ruina.

Yo, efectivamente, no me conozco todavía…

Podría, al encontrarme con los del Templo, ceder en mi propósito y ser.. .

¡Oh, si lo hubiera hecho ahora…!

¡Habría tenido el atenuante de que no te conocía, en lo que Tú Eres!

Porque de Tí sabía lo que se me decía para hacer de mí un maldito.

¡Pero si lo hiciera ahora!

¡Qué maldición caerá sobre el que traicione al Hijo de Dios!

Yo estaba aquí…

Pensativo, sí.

Pensaba a dónde huir para ponerme al amparo de mí mismo y de ellos.

Pensaba escapar a algún lugar lejano, para unirme a los de la Diáspora…

Lejos…

Muy lejos, para impedirle al demonio hacerme pecar…

Tu apóstol tiene razón en desconfiar de mí.

Él me conoce…

Porque, conociendo a los Jefes, nos conoce a todos nosotros…

Y tiene razón en dudar de mí Cuando dice:

“¿Pero no sabes que Él nos dice que seremos débiles?

¡Imagínate, nosotros que somos los apóstoles y que llevamos con Él tanto tiempo!

¡Y tú, que estás emponzoñado con el viejo Israel y que acabas de llegar…!

¡Además, que has llegado en unos momentos que a nosotros nos hacen temblar…!

¿Crees que vas a tener la fuerza de mantenerte justo?”.

Tiene razón.

El hombre inclina la cabeza totalmente abatido.

Jesús exclama:

–             ¡Cuántas tristezas saben darse los hijos del hombre!

En verdad Satanás sabe usar esta tendencia de ellos para sumirlos en el terror…

Y separarlos de la Alegría que sale a su encuentro para salvarlos.

Porque la tristeza del espíritu, el miedo al mañana, las preocupaciones…

Son siempre armas que el hombre pone en manos de su adversario…

El cual lo aterroriza con los mismos fantasmas que el propio hombre se crea.

Y hay otros hombres que en verdad, se alían con Satanás, para ayudarle a aterrorizar a los hermanos.

Pero, hijo mío…

¿Es que no hay un Padre en el Cielo?

¿Un Padre que de la misma forma que dispone providente, para este tallito herbáceo esta fisura en la roca…

Esta fisura llena de tierra, hecha de forma que la humedad del rocío, deslizándose por la piedra lisa,

se recoja en ese surco estrecho para que el tallito pueda vivir y florecer con esta florecilla diminuta…

Cuya belleza no es menos admirable que la del gran Sol que resplandece en el cielo:

Ambos obra perfecta del Creador…

Un Padre que, de la misma forma que prodiga su cuidado para con el tallito de una hierba nacida en una roca…

Tendrá cuidado – ¿Cómo no?-… De un hijo suyo que quiere firmemente servirle?

¡Oh, en verdad, Dios no defrauda los buenos deseos del hombre…!

Porque es Él mismo el que los enciende en vuestros corazones.

Es Él, providente y sabio…

¡El que crea las circunstancias para favorecer el deseo de sus hijos..!.

Y no sólo para eso…

Sino también para enderezar y perfeccionar un deseo de honrarlo, que va por caminos imperfectos…

Para que sea un deseo de honrarlo por caminos justos.

Tú estabas entre éstos.

Creías…

Querías…

Estabas convencido de honrar a Dios persiguiéndome a Mí.

El Padre vio que en tu corazón no había Odio hacia Dios…

Sino un deseo de darle gloria quitando de este mundo,

a Aquel del que te habían dicho que era enemigo de Dios y corruptor de almas.

Entonces creó las circunstancias para satisfacer tu deseo de dar gloria a tu Señor.

Y ya ves, ahora estás entre nosotros.

¿Vas a pensar que te va a abandonar Dios ahora que te ha traído aquí?

Sólo si tú lo abandonas podrá sobrepujarte la fuerza del Mal.

Samuel proclama:

–             Yo no lo quiero.

¡Es sincera mi voluntad!

–             ¿Y entonces de qué te preocupas?

¿De la palabra de un hombre?

Déjalo que hable.

Él piensa a su modo.

El pensamiento del hombre es siempre imperfecto.

De todas formas, me ocuparé de esto.

–                No quiero que le reprendas.

Me basta con que me asegures que no pecaré.

–              Te lo aseguro.

No te sucederá porque tú no quieres que te suceda.

Porque, mira, hijo mío;

De nada te valdría el ir a la Diáspora…

Ni siquiera el ir a los extremos confines de la Tierra, para preservar tu alma del odio al Mesías…

En la Tierra el Amor de Jesús DOSIFICA nuestro calvario, Nos da el HEROÍSMO para el martirio. Y ÉL ES EL CIRENEO que nos ayuda a recorrer el Camino Y subir a la Cruz……

Y del castigo por ese odio.

Muchos en Israel no se mancharán materialmente con el Delito…

Pero no serán menos culpables, que los que me condenen y ejecuten la sentencia.

Contigo puedo hablar de estas cosas, porque tú ya sabes que todo está dispuesto para esto.

Sabes los nombres y conoces los pensamientos de los que están más enfurecidos contra Mí.

Tú lo has dicho:

“Judas nos conoce a todos porque conoce a todos los Jefes”

Pero si es verdad que él os conoce…

También lo es que vosotros, menores…

Porque sois como estrellas menores en torno a los astros mayores.

Sabéis igualmente lo que se trabaja y cómo se trabaja…

Y quién trabaja…

Qué complots se hacen y qué medios se planean…

Por eso, puedo hablar contigo.

No podría hacerlo con los otros…

Los otros no saben lo que sé padecer y compadecer…

873 El Miedo a la Persecución

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

565 Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot. 

Sigue estando Jesús.

Camina lentamente, sólo y absorto…

Hacia la zona espesa del bosque que está al oeste de Efraím.

Del torrente sube un frufrú de aguas, de los árboles descienden cantos de pájaros.

La luz del sol primaveral y vivo, es dulce bajo la trabazón de las ramas…

Silencioso, el camino por la exuberante alfombra herbosa.

Los rayos solares crean una móvil alfombra de aros y estrías dorados sobre el verdor de las hierbas.

Alguna flor todavía rociada, es alcanzada de lleno por un pequeño disco de luz…

Y rodeada toda de sombra, resplandece como si sus pétalos fueran preciosas lascas.

Jesús sube…

Sube hacia el promontorio que sobresale como un balcón sobre el vacío subyacente.

Un balcón en que se levanta una encina colosal…

Y del que penden flexibles ramas de zarzas silvestres o de escaramujo, hiedras y clemátides;

que no hallando sitio o apoyo en el lugar en que han nacido, demasiado angosto para su exuberante vitalidad;

se vuelcan hacia el vacío como una melena desordenada y suelta…

Extienden sus ramas esperando poder asirse a algo.

Ya está Jesús a la altura de este promontorio.

Se dirige hacia su punta más prominente, apartando la maraña de matorrales.

Es una bandada de pajarillos que huye, con aleteo y trino provocados por el miedo.

Jesús se detiene y observa al hombre que le ha precedido allí arriba…

Que tumbado sobre la hierba, casi en el límite del promontorio;

hincados los codos sobre el suelo, con la cara apoyada sobre las manos, mira al vacío…

Hacia Jerusalén.

El hombre es Samuel, el ex discípulo de Jonathán ben Uziel.

Está pensativo.

Suspira.

Menea la cabeza…

Jesús mueve unas ramas para llamar su atención…

Y habiendo visto que su intento ha sido vano;

recoge una piedra que estaba entre la hierba y la echa a rodar hacia abajo por el sendero.

El ruido de esta piedra que al bajar choca una y otra vez…

Hace reaccionar al joven…

Que se vuelve sorprendido, diciendo:

–            ¿Quién está aquí?»

Saliendo detrás del robusto tronco de la encina asentada en el límite del senderillo que conduce allí…

Lo hace como si hubiera llegado en ese momento.

Jesús responde:

–             Yo, Samuel.

Me has precedido en uno de mis lugares preferidos para la Oración.

Samuel se apresura a levantarse y a recoger el manto…

Se lo había quitado y lo había extendido debajo en el suelo, para poder recostarse sobre él.

Se apresura a disculparse:

–             ¡Oh, Maestro!

Lo siento…

Te dejo enseguida el sitio.

–              ¡No!

¿Por qué?

Hay sitio para los dos.

¡Es tan bonito este lugar!

¡Tan aislado y solitario…

Suspendido en el vacío, con tanta luz y tanto horizonte delante!

¿Por qué quieres dejarlo?

–             Pues…

Para dejarte orar libremente…

–            ¿Y no podemos hacerlo juntos?

O incluso meditar…

Hablando entre nosotros, elevando el espíritu en Dios…

Olvidando a los hombres y sus faltas;

pensando en Dios nuestro Padre y Padre bueno de todo:

Aquellos que lo buscan y aman con buena voluntad?

Samuel pone un gesto de sorpresa cuando Jesús dice «olvidar a los hombres y sus faltas…»

Pero no replica.

Se vuelve a sentar.

Jesús se sienta a su lado, en la hierba.

Le dice:

“Quédate aquí sentado.

Estemos aquí juntos.

Mira qué limpio está hoy el horizonte.

Si tuviéramos ojos de águila, podríamos ver la blancura de los pueblos…

De las cimas de los montes que forman corona en torno a Jerusalén.

Y quién sabe, quizás veríamos un punto reluciente como una gema, en el aire…

Un punto que nos haría palpitar el corazón:

Las cúpulas de oro de la Casa de Dios…

¡Mira…!

Jesús señala un punto lejano, en el horizonte…

Allí está Betel.

Se ven albear las casas.

Y allá, más allá de Betel, está Berot.

¡Qué aguda astucia la de los antiguos habitantes de ese lugar y de los aledaños!

Pero salió bien, aunque el engaño no sea nunca un arma buena.

Salió bien porque los puso al servicio del verdadero Dios.

Conviene siempre perder los honores humanos, por conquistar la cercanía con lo Divino.

Aunque aquellos honores humanos eran muchos y de valor…

Mientras que la cercanía con lo divino es humilde y desconocida.

¿No es verdad?

–            Sí, Maestro…

Así es, como Tú dices.

En mi caso ha sido así.

–              Pero estás triste…

A pesar de que el cambio debería hacerte feliz.

Estás triste.

Sufres.

Te aíslas.

Miras hacia los lugares que has dejado.

Pareces un pájaro cautivo, que atrapado entre las barras de su prisión…

Mirase con mucha añoranza hacia el lugar de sus amores.

No te digo que no lo hagas.

¡Eres libre!

Puedes marcharte y…

–                Señor…

¿Hablas así porque Judas te ha hablado mal de mí?

–                No.

Judas no me ha hablado.

A Mí no me ha hablado.

Pero a tí, sí.

Estás triste por esa razón.

Y por ese motivo…

Te aíslas con un sentimiento de desánimo.

–              No.

Señor…

Si sabes estas cosas sin que nadie te las haya dicho,

sabrás también que si estoy triste; 

no es por un deseo de dejarte o por un arrepentimiento de haberme convertido…

Ni por nostalgia del pasado…

Tampoco por miedo a los hombres…

Por un miedo que se me trata de provocar, a sus castigos.

Estaba mirando allí, es verdad…

Miraba hacia Jerusalén, pero no por ganas de volver.

Me refiero a no por ganas de volver para lo que era antes.

Porque claro que sueño con volver allí como un israelita.

Como lo hacemos todos nosotros…

Deseamos entrar en la Casa de Dios y adorar al Altísimo.

Y no creo que Tú me puedas reprender por eso.

872 La Ley del Amor

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564b Reprensión a los samaritanos que carecen de caridad.

Después de que el Maestro realizace el milagro…

El hombre se pone de pie, fuerte y sano.

Jesús le dice:

–            Me hablaste de Ermasteo como si hubiera muerto.

Por tanto, conoces su final.

Sólo quiero una cosa de ti:

Que vengas conmigo a Efraím;

que digas a quién está conmigo, como terminó.

Luego te mandaré a Jericó, con una discípula, que te ayudará en el viaje de regreso.

–             Si quieres, iré.

De todas formas, ahora que estoy sano, no tengo miedo a morir por el camino.

Hasta la hierba me puede nutrir…

Y no resulta vergonzoso extender la mano, porque he consumido mi dinero no en crápulas;

sino por un justo fin.

–            Lo quiero.

Le dirás que me has visto y que la espero aquí.

Que ya puede venir.

Nadie la importunará.

¿Sabrás comunicarle esto?

–          Sabré decirlo.

¡Oh!

¿Por qué te odian si eres tan Bueno?

–            Porque muchos hombres tienen en sí un espíritu que se ha posesionado de ellos.

Vamos.

Jesús se pone en camino hacia Efraím.

El hombre lo sigue seguro.

Sólo la gran delgadez queda en él, como recuerdo de la enfermedad y de las penurias pasadas.

Entretanto, del pueblo bajan gesticulando y hablando alto muchas personas.

Llaman a Jesús.

Le dicen que se detenga.

Jesús no les presta oídos;

al contrario, acelera el paso.

Y ellos… detrás…

De nuevo está en los aledaños de Efraím.

Los cultivadores que se preparan ya para volver a sus casas, pues el ocaso empieza…

Saludan a Jesús.

Y miran al hombre que va con Él.

Cuando llegan a sus cercanías…

De un atajo sale Judas de Keriot que da un grito de sorpresa al ver a su Maestro,

que no da señal de sorpresa alguna.

Se vuelve al hombre que le acompaña y…

Jesús  le dice:

–          Este es un discípulo mío.

Cuéntale de Ermasteo.

El hombre declara:

–         ¡Bien, lo digo brevemente!

¡Ah! Era infatigable en predicar al Mesías.

Se separó de su compañero y se quedó con nosotros, pues decía que todos tenemos necesidad de conocerte.

Quiso divulgar tu Nombre en todos los rincones de nuestra patria.

Y que regresaría a tu lado cuando en todos los pueblos, hasta en los más pequeños…

Hubiera predicado tu Nombre.

Vivía como un penitente…

Si alguna persona compasiva le daba un pan, la bendecía en tu Nombre.

Si le arrojaban piedras,  se retiraba, pero las bendecía igual.

Se alimentaba de fruta silvestre, frutos del monte…

O de moluscos marinos que arrancaba de los escollos o sacaba de la arena.

Muchos decían que estaba ‘loco’

Pero en el fondo, ninguno lo odiaba.

Al máximo, lo arrojaban de su presencia como a un signo de mal agüero.

Un día lo encontraron muerto por el camino que lleva a Judea, casi en el confín, cerca de mis posesiones.

Nadie supo cómo murió.

Pero se murmura que alguien lo mató porque no querían que predicara al Mesías.

Tenía una herida grande en la cabeza.

Se dijo que le había atropellado un caballo.

Pero yo no lo creo.

Extendido sobre el camino, sonreía.

Sí, verdaderamente parecía sonreír a las últimas estrellas de la más serena noche de Elul…

Y a los primeros rayos de sol de la mañana.

Lo encontraron unos hortelanos que iban con las primeras luces, a la ciudad con sus verduras.

Y cuando pasaron a retirar mis pepinos me lo dijeron.

Fui corriendo a ver.

Tenía una herida muy grande en la cabeza.

Y una expresión tan serena…

Que aún tirado en el suelo, sonreía lleno de paz.

Jesús pregunta a Judas:

–           ¿Oíste?

Judas responde:

–            Oí.

¿Pero Tú no le habías dicho que te serviría y que viviría una larga vida?

Te sirvió y no tuvo una larga vida…

–            No le dije eso exactamente.

El tiempo transcurrido te empaña la mente.

Pero, ¿Acaso no me ha servido evangelizando en lugares de misión?

Me dió a conocer en lugares donde Yo era Desconocido.

¿Y acaso eso no tiene más valor que una larga vida?

¿Qué vida más larga puede haber que la que se conquista en el servicio de Dios?

Larga y gloriosa.

Judas ríe, con esa risita extraña que es tan molesta de ver en él.

Pero no replica.

Cuando llegan al poblado, Jesús dice a Judas:

–          Acompáñalo a casa y ocúpate de que se reponga del todo.

Trata de que se recupere.

Después del sábado que empieza hoy, partirá.

Judas obedece.

Mientras tanto, los del poblado se han unido a muchos de Efraím y hablan con ellos señalando hacia Jesús.

Jesús se queda solo.

Camina lentamente, inclinándose a observar tallitos de trigo que empiezan a tener brotes de espiga.

Unos hombres de Efraím le preguntan:

–             ¡Es muy hermoso este trigo, ¿No?!

Jesús responde:

–              Sí.

Pero no es distinto del de otras regiones.

–             Claro, Maestro.

¡Es trigo también!

Por fuerza tiene que ser igual.

–             ¿Lo creéis así?

Entonces el trigo es mejor que los hombres.

Porque basta con que sea sembrado con el arte conveniente,

para que dé el mismo fruto aquí, en Judea, en Galilea o digamos, en las llanuras de las riberas del Mar Grande.

Los hombres, sin embargo, no dan el mismo fruto.

Y también la tierra es mejor que los hombres, porque cuando se le confía una semilla,

es buena para ésta, sin hacer diferencias si es una semilla de Samaria o de Judea.

–            Eso es así.

¿Pero por qué dices que la tierra y el trigo son mejores que los hombres?

–           ¿Que por qué?…

Hace poco, un hombre ha pedido por piedad un pan a las puertas de un pueblo.

Y creyendo la gente de ese lugar que era judío, ha sido rechazado;

ha sido rechazado con piedras y con el grito de “leproso”

que él ha creído que se lo aplicaban a su delgadez, pero que en realidad lo decían por su procedencia.

Y ese hombre ha estado a punto de morir de hambre en un camino.

Por tanto la gente de ese pueblo, esos de allí que os han mandado a preguntarme…

Y que querrían acercarse a la casa donde estoy para ver al que ha sido curado milagrosamente,

tienen menos bondad que el trigo y la tierra:

A pesar de que Yo, a quien ven desde hace tiempo, haya aplicado en ellos un buen trabajo…

Porque no han sabido dar el mismo fruto que ha dado ese hombre, que no es judío ni samaritano;

que no me había visto ni oído nunca;

pero que ha acogido las palabras de un discípulo mío y ha creído en Mí sin conocerMe.

Y porque tienen menos bondad que la tierra, pues han rechazado al hombre por ser de otra sangre.

Ahora quisieran venir para satisfacer su hambre de curiosidad;

ellos, que no supieron satisfacer el hambre de un hombre desfallecido.

Decid a esa gente que el Maestro no va a satisfacer esa curiosidad inútil.

Y aprended todos la gran Ley del Amor, sin el cual no podréis nunca ser mis seguidores.

No es el amor por Mí.

No es sólo eso lo que salvará vuestras almas, sino el amor a mí Doctrina.

Y mí doctrina enseña el amor fraterno sin distinciones de raza ni de patrimonio.

Márchense pues, esos duros de corazón que han apenado mi Corazón.

Y arrepiéntanse si quieren que los ame.

Recordad esto todos:

Porque si es verdad que soy Bueno, también lo es que soy justo;

si no hago distinciones y os amo como a los otros de Galilea y Judea,

eso no debe producir en vosotros el estúpido orgullo de pensar que sois los preferidos,

ni debe daros licencia para hacer el mal sin temer mi censura.

Yo alabo o censuro, como lo requiere la justicia, a mis parientes y a los apóstoles…

Al igual que a cualquier otro ser humano.

Y en mí reproche hay amor;

porque lo hago porque quiero la justicia en los corazones;

para poder un día, conceder el premio a quien la haya practicado.

Marchaos y referid esto.

Y que la lección produzca fruto en todos.

Jesús se arrolla en el manto y se echa a andar raudo hacia Efraím…

Dejando plantados a sus interlocutores.

Que se marchan más mohínos…

A transmitir las palabras del Maestro a la gente del poblado que no tuvo piedad.

871 Dar de Comer al Hambriento

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564a El hombre de Jabnia 

El trigo ha crecido y empieza a echar espiga.

Un viento suave lo hace ondear y acaricia las ramas de los árboles que se llenan de hojas y de flores.

Se oye el cantar de los pajarillos, el balar de los corderos y de los chivos.

El canto de los hombres y la risa de las mujeres y de los niños.

Es el despertar de la primavera.

Jesús camina solo entre los desniveles del monte, vestido de lino blanco,

con su manto azul que ondea al soplo de la brisa mañanera.

Llega a un cruce de caminos y ve a un hombre tirado.

Es un montón de harapos y huesos.

Se inclina entre la hierba y lo toca:

–          Oye…

¿Qué te pasa?

¿Estás enfermo?

Una voz muy débil le responde:

–           Sí.

–         ¿Cómo te has puesto en viaje tú solo, en este estado?

¿No tienes a nadie?

El hombre hace un gesto afirmativo.

Pero está demasiado débil como para responder.

Jesús mira a su alrededor.

No hay nadie en los campos.

Es un lugar del todo desierto.

Al norte, casi en la cima de una colina, hay un montoncito de casas.

Al oeste sobre el verdor de la ladera…

Que subiendo otras prominencias se va transformando de campos en prados y bosques…

Están unos pastores con un rebaño de inquietas cabras.

Jesús baja otra vez los ojos hacia el hombre.

Pregunta:

–             Si te ayudo…

Y te sujetara.

¿Podrías ir hasta ese poblado?

El hombre mueve la cabeza y llora.

Las lágrimas ruedan por sus mejillas, tan ajadas que son rugosas como por ancianidad…

Cuando en realidad su barba de color azabache demuestra que es joven todavía.

Reúne las fuerzas para decir:

–              Me arrojaron…

Por miedo a la lepra…

No soy leproso…

Me muero…

De hambre.

Jadea por debilidad.

Se mete un dedo en la boca y extrae una masa informe verdosa…

Mientras explica:

–              Mira…

He masticado trigo…

Pero es hierba todavía.

Jesús se levanta diciendo:

–           Espera.

Regreso pronto.

Voy donde aquel pastor.

Te voy a traer leche tibia.

Vuelvo enseguida.

Y casi corriendo, se dirige hacia el rebaño…

A unos doscientos metros más arriba respecto a la calzada.

Jesús va a donde está el ganado.

Llega donde está el pastor y habla con él, señalando hacia el hombre.

El pastor se vuelve y mira.

Parece titubear respecto a si acceder o no a la petición de Jesús.

Luego se decide.

Toma de su cinturón la escudilla de madera que lleva colgada, como todos los pastores…

Y ordeña a una cabra.

Entrega a Jesús la escudilla, colmada.

Y Jesús baja cuidadosamente la ladera, seguido por un niño que estaba con el pastor.

Cuando está de nuevo junto al hambriento.

Se arrodilla a su lado, le pasa un brazo por detrás de los hombros para sujetarlo…

Y le acerca la taza, con la leche todavía espumosa, a los labios.

Haciéndole beber a sorbos, en pequeñas dosis la leche tibia.

Luego pone la taza en el suelo, diciendo:

–           Por ahora así.

Todo de una vez te haría daño.

Deja que tu estómago se reanime absorbiendo lo que te he dado.

El hombre no protesta.

Cierra los ojos y calla, observado por el niño con gran estupor.

Pasado un rato, Jesús ofrece de nuevo la taza para un sorbo más largo…

Y esto lo repite, con pausas cada vez más breves, hasta que la leche se termina.

Devuelve la taza al niño y se despide de él.

El hombre se reanima lentamente.

Trata, con movimientos todavía inseguros, de arreglarse un poco.

Expresa una sonrisa de gratitud mirando a Jesús, que se ha sentado en la hierba a su lado.

Se disculpa:

–           Te estoy haciendo perder tiempo.

Jesús dice:

–            ¡No te aflijas!

Nunca es tiempo perdido el usado en amar a los hermanos.

Cuando estés mejor, hablaremos.

El hombre, lentamente va cobrando fuerzas…

Y dice:

–           Estoy mejor.

Me vuelve el calor a los miembros…

Y la vista…

Creí que iba a morirme aquí…

¡Pobres de mis hijos!

Había perdido toda esperanza…

¡Y hasta ahora había tenido mucha!…

Si no hubieras venido Tú, me habría muerto…

Así…

En un camino…

–               Habría sido muy triste.

Es verdad.

Pero el Altísimo ha mirado a su hijo y lo ha socorrido.

Descansa un poco.

El hombre obedece durante un rato.

Luego abre de nuevo los ojos y dice:

–             Me siento revivir.

¡Oh, si pudiese ir a Efraím!

–            ¿Por qué?

¿Te espera allí alguien?

¿Eres de allá?

–            No.

Soy de la campiña de Yabnia, cerca del Mar Grande.

Pero fui a Galilea, siguiendo la orilla, hasta Cesárea.

Luego fui a Nazareth.

Porque estoy enfermo aquí (se da unos golpecitos en el estómago)

Es un mal que ninguno sabe curar y que no me deja trabajar la tierra.

Soy viudo y tengo cinco hijos…

Nací en Gaza.

Mi padre fue filisteo y mi madre siro-fenicia.

Uno de los nuestros que era admirador del Rabí Galileo, nos habló de Él.

Yo también escuché.

Cuando enfermé me dije: ‘Soy siro-filisteo, inmundicia para Israel”

Pero Hermasteo afirmó que el Rabí de Galilea tiene tanta bondad como poder.

Yo lo creo.

Voy donde Él”

Así que en cuanto mejoró el tiempo, dejé a mis hijos con la madre de mi mujer;

recogí mis pocos ahorros, porque muchos ya los había consumido con la enfermedad…

Vine a buscar al Rabí.

El dinero se me acabó en el viaje.

Se me terminó pronto, especialmente cuando no se puede comer de todo…

Y uno, cuando los dolores le impiden caminar, tiene que alojarse en una posada.

En Seforí vendí el asno, porque no tenía ya dinero para mí y para dar lo que debiera dar al Rabí.

Pensaba que una vez curado, podría comer de todo por el camino y volver pronto a casa.

Allí rehacerme con el trabajo en mis campos y en los de otros…

Pero el Rabí no está en Nazareth, ni en Cafarnaúm.

Me lo dijo su Madre.

Me dijo: “Está en Judea.

Búscalo en casa de José de Seforí en Bezetha o en el Getsemaní.

Allí te sabrán decir dónde está”.

Volví sobre mis pasos, a pie.

El mal progresaba…

Y el dinero disminuía.

En Jerusalén, adonde me habían mandado, encontré a los hombres, pero no al Rabí.

Me dijeron: “Hace mucho que lo han expulsado.

El Sanedrín lo ha maldecido.

Ha huido y no sabemos dónde está

Yo… Me sentí morir…

Como hoy…

Más incluso que hoy.

Fui por las ciudades y los campos, preguntando a todo el mundo.

Ninguno sabía nada.

Alguno se solidarizaba con mi llanto, muchos me golpearon.

Un día que me había puesto a mendigar fuera de las murallas del Templo, oí a dos fariseos que decían:

“Ahora que se sabe que Jesús de Nazaret está en Efraím…”

No perdí tiempo.

Vine hasta aquí, débil como estaba, mendigando un pan…

Cada vez más andrajoso y con más aspecto de enfermo.

Como no soy de acá, no conociendo bien estos lugares, extravié el camino…

Hoy vengo de allí, de aquel pueblo.

Hacía dos días que sólo chupaba unos hinojos silvestres, masticaba raíces…

Y trigo en verde.

Me han creído leproso por mi palidez y me han echado a pedradas.

Sólo pedía un pan y la indicación del camino hacia Efraím…

Aquí caí.

¡Tan cerca que estoy de la meta!

¿Y no llegaré?…

¿Pero va a ser posible que no la toque?

Yo creo en el Rabí.

No soy israelita.

Pero tampoco lo era Ermasteo y el Rabí lo amó.

¿Será posible que el Dios de Israel haga pesar Su Mano sobre mí…

En venganza de las culpas de mis antepasados?

1fenicios

–             El Dios Verdadero es Padre de todos los hombres.

Justo, pero bueno.

Premia a quién tiene Fe…

Y no exige que los inocentes paguen, por culpas que no son suyas.

Pero ¿Por qué has dicho que cuando oíste que se desconocía el lugar donde estaba el Rabí…

Te sentiste morir más que hoy?

–               Porque es verdad.

Creo que si no encuentro al Rabí me moriré.

Lo perdí antes de encontrarlo.

–            ¡Ah, por tu salud!

–              No.

No sólo por mi salud.

No busco sólo curarme…

Sino porque Ermasteo repetía ciertas cosas que de haberlo conocido, ya no me consideraría más una asquerosidad.

–          ¿Crees que sea el Mesías?

–        Lo creo.

No sé qué quiera decir ‘Mesías’, pero creo que el Rabí de Nazareth es el Hijo de Dios.

En el rostro de Jesús brilla una sonrisa luminosa…

Y pregunta:

–         ¿Estás seguro de que si lo Es, te escucharía a tí?

–         Estoy seguro.

Ermasteo repetía: ‘Es el Salvador de todos los hombres.

Para Él no hay hebreos ni idólatras; sólo creaturas que salvar.

Porque el Señor Dios lo envió para esto.

Muchos se reían.

Yo creí…

¡Oh! Si le pudiese decir: ‘Jesús ten piedad de mí’…

Me escuchará.

Jesús amplía su sonrisa cada vez más…

Y aconseja:

–           Trata de pedirme que te cure Yo…

–            Tú eres bueno.

A tu lado hay mucha paz.

Sí, eres bueno;

como… Como el propio Rabí.

Porque, para ser tan bueno como eres, necesariamente tienes que ser discípulo suyo.

A todos los que se me han manifestado como discípulos suyos, los he encontrado buenos.

Tal vez eres uno de sus discípulos y te habrá dado poder para hacer milagros.

¿Te enojarías si te digo que podrías curar los cuerpos;

pero no los corazones?

Yo quisiera que también el mío se curara…

Como le sucedió a Ermasteo.

Quiero ser un hombre recto…

Y eso solo puede hacerlo el Rabí.

Soy un pecador además de enfermo.

No quiero que mi cuerpo sane, si mi alma no se cura.

Quiero vivir y que viva también mi alma.

Ermasteo nos decía que el Rabí es vida del alma.

Y que el alma que cree en Él, vive para siempre en el Reino de Dios.

Por favor, llévame a donde está el Rabí.

¡Anda, hazme este favor!

¿Por qué sonríes?

¿Quizás porque piensas que soy audaz pretendiendo una curación sin poder dar un donativo?

Mira, cuando esté curado podré seguir cultivando la tierra.

Tengo unas frutas espléndidas.

Que vaya el Rabí en el tiempo de la fruta madura…

Y le pagaré con una hospitalidad todo lo larga que Él quiera.

–            ¿Quién te ha dicho que el Rabí quiera dinero?

¿Hermasteo?»

–             No.

Al contrario…

él decía que el Rabí tiene compasión de los pobres y a los pobres es a quienes socorre antes.

Pero eso es habitual en todos los médicos y…

Y en fin, con todos.

Jesús sonríe cada vez más y aconseja:

–          Con Él no.

Te lo aseguro…

Y digo que si pudieses aumentar tu Fe…

Hasta llegar a pedirle que haga aquí el milagro…

Y creerlo que es posible…

Lo alcanzarías.

–          ¿De veras?

Si eres uno de sus discípulos no puedes mentir, ni equivocarte.

Aunque me desagrade no ver al Rabí…

Quiero obedecerte…

Tal vez, perseguido como está, no se fía de nadie.

Y tiene razón. 

Pero serán los hebreos, los que lo llevarán a la ruina, no nosotros…

Mira, yo digo aquí…

Se pone fatigosamente de rodillas y suplica:

–            “¡Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!”

Y Jesús, con su gesto de dominio sobre las enfermedades y la voz poderosa con que obra los milagros…

Dice:

–           Hágase en tí, como tú Fe lo merece.

El hombre se paraliza como deslumbrado…

Pasa un largo minuto impactante…

Lo invade un calor súbito desde la cabeza hasta los piés y su alma comprende…

Como si la hubiese fulminado un rayo…

La sensación física y espiritual es tan intensa y jubilosa…

Que comprendiendo Quién Es el que tiene delante…

Emite un grito tan agudo…

Y se postra adorándolo.

El pastor que había bajado hacia la calzada para ver lo que sucede,

escucha este grito y las alabanzas que canta el hombre curado;

entonces acelera el paso.

El hombre está echado en el suelo con el rostro entre la hierba.

Y el pastor, señalándolo con el cayado,

dice:

–           ¿Está muerto?

¡No basta la leche cuando uno está acabado!

Y menea la cabeza.

El hombre oye esto y se levanta, fuerte, sano.

Gritando:

–            ¿Muerto?

¿Estoy curado!

He resucitado.

Él me ha hecho esto.

Ya no siento desfallecimiento por hambre ni dolor por enfermedad.

¡Estoy como en los días de mi boda!

¡Oh, Jesús bendito!

¡¿Y cómo no te he reconocido antes?!

¡Tu piedad habría debido sugerirme tu Nombre!

¡La paz que sentía a tu lado!

He sido un necio.

¡Perdona a tu pobre siervo!

Y se arroja de nuevo al suelo, adorando.

El pastor deja plantadas a sus cabras y se marcha corriendo, dando saltos, hacia el poblado.

 

870 El Despertar de la Primavera

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

564 El hombre de Jabnia 

Después de algunas semanas los cereales han crecido, están altos y anuncian ya la espiga.

Un viento leve cimbrea estos cereales de tallos aún tiernos.

Y la brisa juguetea con las frondas tiernas, de los más precoces árboles frutales que apenas caída la flor…

O mientras ésta revuela todavía y cae…

Han abierto ya las hojitas de esmeralda clara, tiernas, brillantes…

Hermosas como todo lo que es virgen y nuevo.

Más remolonas, las vides están aún desnudas y nudosas;

pero en los retorcidos cordones de sus sarmientos…

Que se entrelazan unos con otros de uno a otro tronco de que brotaron;

las yemas han roto ya la funda oscura que las contenía y aún cerradas…

Muestran ya el vello gris-plata que es el nido de las futuras pámpanas y de los nuevos zarcillos.

De esta forma las leñosas y serpeantes hileras de los viñedos, parecen suavizarse con una gracia nueva.

El Sol ya casi en su cenit, empieza su obra colorativa y destiladora de vegetales aromas…

Mientras pinta de tonos más vivos lo que tan sólo ayer era más pálido.

Calienta y extrae de los terrones, de los prados en flor, de los campos de cereales, de las huertas y pomares…

De los bosques, de las tapias, de la ropa tendida para secarse…

Los distintos matices de olores;

para crear una única sinfonía que permanecerá durante todo el verano…

Hasta apagarse en un violento tufo de mostos en las tinas, donde las uvas pisadas se transforman en vino.

También se oye un intenso canto de pájaros entre las ramas…

Un vehemente balar de carneros y machos cabríos entre los rebaños.

Cantos de hombres en las laderas.

Voces risueñas de niños.

Sonrisas de mujeres.

Es primavera.

Toda la creación está llena de un amor que se expande siempre más…

La naturaleza ama.

El hombre goza del amor de esta naturaleza que mañana lo hará más rico.

Disfrutando de sus amores, que se avivan en este despertar sereno.

Y más amada le parece la esposa.

Más protector parece el hombre a su consorte.

Más amados a ambos, los hijos que sonrisa y trabajo ahora…

Serán mañana en la vejez, sonrisa aún y protección para los ancianos que declinan.

Jesús pasa por los campos, que suben y bajan siguiendo los desniveles del monte.

Está solo.

Vestido de lino, porque dio a Samuel su última túnica de lana.

Pero lleva también un manto ligero, de un azul marino vivo, echado sobre uno de los hombros…

Y puesto sin ceñirlo en torno al cuerpo, recogido luego con un brazo a la altura del pecho;

con el extremo echado sobre el brazo, ondea levemente con el viento suave que barre el suelo.

Pasa.

Donde hay niños se inclina a acariciar sus cabecitas inocentes y a escuchar sus pequeñas confidencias.

A admirar lo que como si se tratara de un tesoro, corren a enseñarle.

Una niñita, tan pequeña que todavía tropieza al correr…

Y que se enreda en la tuniquita, demasiado larga para ella,

heredada quizás del hermanito que la precedió en el nacimiento…

Se acerca toda ella iluminada por una sonrisa que le enciende los ojos y le descubre,

los diminutos incisivos entre los labios rosados…

Llega con un ramo de mayas, un grueso ramo sujeto con las dos manos…

(grueso cuanto pueden llevar esas manitas tan tiernas y menudas)

Levantándolas como su trofeo,

diciendo:

–            ¡Toma!

Es tuyo.

Jesús las toma con palabras de admiración y agradecimiento, mientras ella agrega:

A mamá después.

¡Un beso, aquí!…

Da palmas delante de la boca con las manitas, ya liberadas de su ramito…

Mientras está con la cabeza vuelta hacia arriba, puesta de puntillas sobre sus piecitos descalzos;

hasta casi perder el equilibrio, en el vano intento de alargar su minúsculo cuerpecito hasta la cara de Jesús…

Que riendo la toma en sus brazos….

Y que ahora va, con ella acurrucada allá arriba como un pajarito en un alto árbol…

Hacia un grupo de mujeres que sumergen telas nuevas en las cristalinas aguas de un río,

para tenderlas luego al sol a blanquearse.

Las mujeres, agachadas antes hacia el agua, se levantan y saludan.

Una dice sonriendo:

–          Tamar te ha incomodado…

Desde el amanecer estuvo recogiendo flores aquí, con la secreta esperanza de verte pasar.

Y no me ha dado ni siquiera una, porque antes quería dártelas a Tí.

Jesús responde:

–             Las aprecio más que a los tesoros de los reyes.

Porque son inocentes como los niños y han sido ofrecidas por una inocente como las flores.

Besa a la niña, la pone en el suelo y se despide de ella,

bendiciéndola:

–             Descienda a tí la Gracia del Señor.

Saluda a las mujeres y prosigue su camino…

Saludando a los agricultores y a los pastores que desde los campos o los prados…

Lo saludan.

Parece dirigirse hacia abajo, hacia el lado que lleva a Jericó.

Pero luego vuelve atrás…

Y toma otro sendero que sube de nuevo hacia los montes situados al norte de Efraím.

Aquí el suelo, bien expuesto al aire y al sol…

Y al abrigo de los vientos del norte, tiene cereales aún más hermosos.

El sendero que va entre dos campos, presenta a un lado árboles frutales a distancias casi constantes…

Los botones que pueblan las ramas, parecen perlas anunciando ya, los próximos frutos…

Una calzada que baja del norte hacia el sur corta el sendero.

Debe ser una vía bastante importante;

porque en el punto de intersección hay uno de esos hitos usados por los romanos.

Éste tiene escrito en la cara septentrional: «Neapoli»

Y debajo de este nombre que está esculpido muy grande,

con los caracteres lapidarios de los latinos, fuertes como ellos mismos…

Mucho más pequeño y apenas incidido en el granito: «Siquem»

en la cara occidental: «Silo-Jerusalén»

y en la orientada a mediodía: «Jericó».

En la cara oriental no hay ningún nombre.

Pero se podría decir que si no hay nombre de ciudad, sí lo hay de desventura humana.

Porque en el suelo, entre el hito y la fosadura que bordea el camino…

(como en todas las calzadas mantenidas por los romanos, excavada para desagüe en tiempos de lluvias)

Hay un hombre, contraído…

Un verdadero amasijo de andrajos y huesos, quizás muerto.

Jesús, cuando advierte su presencia entre las hierbas de la cuneta…

Exuberantes por los chaparrones primaverales;

se inclina hacia él, lo toca y lo llama:

–            Hombre…

¿Qué te sucede?…

Un gemido es la respuesta.

Pero el amasijo se mueve, se desenvuelve…

Y un rostro caquéctico, de un color de muerte, aparece…

Dos ojos cansados, dolientes y lánguidos miran estupefactos a Aquel que está inclinado sobre su miseria.

Trata de sentarse hincando en el suelo las manos esqueléticas…

Pero está tan débil, que sin la ayuda de Jesús no podría.

Jesús le ayuda y le apoya la espalda contra el poste.

Le pregunta:

–              ¿Qué te sucede?

¿Estás enfermo?

El hombre apenas si responde:

–              Sí.

Es un «sí» debilísimo…

869 El Milagro Más Retumbante

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

563a Curación en Efraím del esclavo mudo de Claudia Prócula.

Al día siguiente, toda Efraím se desborda al ver en sus calles, un desfile de carros romanos cruzándola.

Es un insólito cortejo de carruajes y lujosas literas cubiertas;

flanqueadas por elegantes esclavos;

precedidas y seguidas por legionarios romanos.

Un séquito digno de un emperador romano…

La gente intercambia gestos significativos y bisbisea.

La comitiva llega hasta la orilla del poblado.

Cerca del camino que se desvía hacia Bethel y Rama, se detiene.

Se  divide en dos partes.

Se quedan un carro y una litera con una poderosa escolta de soldados;

el resto prosigue.

La cortina de la litera se descorre un instante…

Emerge una blanca mano femenina, que tiene una rica pulsera muy adornada;

artísticamente trabajada, llena de perlas y rubíes;

haciendo una señal al jefe de los esclavos para que se acerque.

Un hombre negro de muy grande estatura, se inclina poniendo atención…

Escucha.

El hombre obedece sin hablar.

Se separa, se acerca al oficial encargado, señalando la petición…

Éste se acerca a un grupo de mujeres curiosas…

Y pregunta:

–         ¿Dónde está el Rabí de Nazareth?

Una mujer contesta:

–          En aquella casa.

Pero a esta hora, normalmente está en el torrente.

Allí hay una pequeña isla.

Hacia donde están aquellos sauces, junto al álamo.

Donde está aquel chopo.

Se pasa días enteros orando allí.

El hombre vuelve y refiere.

Se dan nuevas órdenes…

La litera se pone de nuevo en movimiento.

El carro permanece donde está.

Los soldados siguen a la litera hasta las orillas del torrente y cortan el camino.

Sólo la litera sigue adelante, costeando el curso de agua, hasta la altura de la isla;

la cual por el avance de la primavera, se ha poblado mucho de vegetación:

Es ahora una espesura impenetrable dominada por el tronco y la copa argéntea del chopo.

Se oye una orden y la litera cruza el pequeño curso de agua;

entrando en ella los portadores, que llevan vestimentas cortas.

Los soldados siguen a la litera, hasta la ribera del torrente y cierran el camino.

Solo la litera sigue el borde del cauce, hasta la islita que está llena de matorrales…

Entre los que se sobresale el álamo.

La litera atraviesa el riachuelo y se detiene…

Baja la nieta del emperador Augusto:

Claudia Prócula con una liberta…

Y hace señal a un esclavo negro para que la siga.

Los demás, regresan a la ribera…

Los tres se dirigen rumbo al álamo.

Claudia seguida por los dos, se adentra en la corta islita;

en dirección hacia el chopo que descuella en el centro.

La hierba ahoga el ruido de los pasos.

Llega hasta donde está Jesús, absorto, sentado en la base del tronco.

Mira a sus dos acompañantes y con una orden silenciosa, les dice que no la sigan.

Claudia lo llama…

Jesús levanta la cabeza y se pone de pie al ver a Claudia.

Permaneciendo erguido contra el tronco del chopo.

La saluda sin inclinarse…

Jesús dice:

–           La Paz sea contigo…

No se muestra sorprendido, molesto, ni disgustado por la intrusión.

La esposa del Procónsul responde:

–          Salve, Maestro.

Jesús se mantiene a la expectativa…

Claudia, después de saludarlo, va al grano sin rodeos.

le dice:

–           Maestro, fueron a ver a Poncio algunos…

No quiero hablar mucho.

Yo no hago largos discursos.

Pero porque te admiro te digo, como habría dicho a Sócrates, si hubiese vivido en sus tiempos…

O a cualquier otro hombre virtuoso a quién injustamente se le persigue:

No puedo hacer mucho, pero lo que puedo, lo haré.

Y mientras tanto, escribiré a donde puedo, para tenerte seguro y también…

Poder.

Tantos que no lo merecen viven en tronos y en altos puestos…

Jesús declara:

–          Domina, no te he pedido ni honores, ni protección.

Que el verdadero Dios te pague tus pensamientos y tu buen corazón…

Da tus honores y tu protección a quién los desea como algo digno.

Yo no los deseo.

Claudia sonríe llena de alegría y exclama:

–          ¡Ah!

¡Esto era lo que quería!

¡Eres en verdad el Justo que he presentido!

Y los otros…

¡Tus indignos calumniadores!

Fueron a vernos y…

–            No es necesario que hables, Domina.

Lo sé.

–           ¿Sabes también que se dice…

Que por tus pecados has perdido tu poder y por eso vives aquí como desterrado?

–           También lo sé.

Y sé que a esto le diste más crédito que a lo primero.

Porque tú inteligencia pagana puede discernir el poder humano

y la grandeza o bajeza a que puede llegar un hombre.

Pero no puedes comprender todavía la grandeza del espíritu.

Estás…

Desilusionada de tus dioses que en tu religión siempre están peleando…

Y apenas si tienen poder alguno, sujeto a caprichos mutuos.

Y crees que así es el Dios Verdadero.

Pero no es así.

Soy el Mismo que era, cuando me viste por primera vez curar a un leproso.

Así soy ahora.

Y lo seré, aun cuando parezca completamente destruido y que todo se ha acabado…

Jesús señala al negro grande y pregunta:

–            ¿Ése es tu esclavo mudo, no es verdad?

–            Sí, Maestro.

–            Dile que venga.

Claudia hace un gesto, llamándolo con la mano…

Y le grita:

–           ¡Ven!

Y el hombre se acerca.

Se postra en el suelo, entre Jesús y su ama.

Su pobre corazón de salvaje no sabe a quién reverenciar más.

No se atreve a adorar a Jesús como quisiera, por miedo a que su patrona lo castigue.

Tiene miedo de que, si venera más al Cristo que a su ama, ésta se enoje.

No obstante, mirando con ojos suplicantes a Claudia;

vuelve a hacer lo que hizo en Cesárea:

Toma el pie desnudo de Jesús entre sus gruesas manos negras y…

arrojándose, rostro en tierra…

Se pone el pie encima de la cabeza.

Jesús dice:

–          Escucha Domina…

¿Qué cosa crees que sea más fácil?

¿Conquistar por sí mismo un reino o hacer renacer una parte del cuerpo que no existe?

Claudia contesta:

–            Conquistar un reino, Maestro.

La fortuna ayuda a los audaces.

Pero nadie fuera de Tí;

puede hacer que vuelva a la vida un muerto o que vea, al ciego.

–            ¿Y por qué?

–            Porque…

Porque solo Dios puede hacerlo.

–            ¿Entonces para tí Soy Dios?

Claudia lo mira y se ruboriza…

Pero contesta decidida:

–             Sí.

O por lo menos, Dios está contigo…

–            ¿Puede Dios estar con un perverso?

Hablo del Dios Verdadero.

No de vuestros ídolos que son ficción que se forja, el que ignora lo que es la Verdad.

Porque son delirios de quien busca aquello que siente que existe, sin saber lo que es.

Y fantasmas que se crean para apagar la sed de su alma…

Hablo del verdadero Dios, no de vuestros ídolos,

–            No…

Diría yo.

No podría estarlo.

Nuestros mismos sacerdotes pierden su fuerza cuando están en culpa.

–           ¿Qué poder?

–            De leer en los signos del cielo y en las respuestas de las víctimas.

En el vuelo de las aves, en su canto…

¿Sabes?…

Los augures, los arúspices…

–          ¡Lo sé!

Lo sé.

Mira…

Jesús se vuelve hacia el esclavo y le dice:

–           Tú…

Levanta la cabeza.

Abre la boca, ¡Oh hombre! al que un cruel poder humano;

de la que hombres crueles te privaron de un don de Dios.

Y por voluntad del Dios Verdadero, Único, Creador de cuerpos perfectos…

Recibe lo que el hombre te quitó.

Vuelve a tener lo que te arrancaron.

Jesús mete su dedo blanco en la boca del mudo…

La liberta Álbula Domitila, curiosa se acerca…

Claudia se inclina a ver.

Pasan algunos minutos…

Y el esclavo comienza a llorar…

Jesús saca su dedo y dice:

–           Habla…

Y usa la parte renacida para alabar al Dios Verdadero.

Inmediatamente, ronco como el ruido de una trompeta;

el hombre que hasta ahora había estado mudo…

Grita:

–           ¡Jesús!

Cae en tierra llorando de alegría…

Y lame…

Realmente lame los pies desnudos de Jesús, como lo haría un perro agradecido…

Jesús mira a Claudia y le pregunta:

–           ¿He perdido mi poder, Domina?…

A quién insinúe esto…

Dále esta respuesta.

Claudia está con la boca abierta por el asombro más absoluto…

Jesús dice al esclavo:

–          Levántate.

Sé bueno pensando en lo mucho que te he amado.

Desde aquel día en Cesárea te he traído en mi corazón y contigo a todos tus iguales.

Se os considera mercancía inferior a los animales;

cuando sois hombres iguales a César por la concepción…

Y quizás mejores que él, en cuanto a la voluntad del corazón…

Jesús se vuelve hacia Claudia,

diciendo:

–               Puedes retirarte Domina.

No hay nada más que hablar…

Claudia objeta.

–           Sí.

Hay algo más.

Que yo había dudado…

Que con dolor casi estaba a punto de creer lo que se decía de Tí.

Y no solo yo.

Fuera de Valeria que sigue constante…

Porque cada vez progresa más, en su modo de pensar;

creciendo de forma increíble como mujer y como ser humano.

Por favor, perdónanos a todas las demás.

Y también otra cosa…

Que aceptes mi don:

Te regalo a éste hombre, que de nada me sirve ahora que habla.

Y esta bolsa de dinero…

–           No.

No.

Ni lo uno, ni lo otro.

La voz de Claudia está llena de angustia,

al exclamar:

–          ¡Entonces no me has perdonado!

Jesús dice con amor:

–           Perdono aún a los de mi pueblo, que son dos veces culpables por no reconocer lo que Soy.

¿Y no iba a perdonaros a vosotros que carecéis de todo conocimiento divino?

Bueno…

Dije que no aceptaba el dinero, ni a éste.

Ahora acepto el dinero…

Jesús extiende la mano y toma la bolsa que Claudia le ofrece.

Y agrega:

–            Y con el dinero emancipo al hombre.

Te devuelvo tu dinero porque compro a este hombre.

Y lo compro para devolverlo a la libertad…

Para que vaya a su patria a decir que está en la Tierra, Aquel que ama a todos los hombres…

Y que más los ama, cuanto más infelices los ve.

Luego mirando a Claudia dice:

–            Ten tu bolsa.

Claudia rehúsa:

–           No, Maestro.

Es tuya.

El hombre es libre de todas formas.

Es mío.

Te lo he donado.

Tú lo liberas.

No es necesario dinero para eso.

–            Entonces…

Jesús pregunta al hombre:

–              ¿Cómo te llamas?

El hombre contesta:

–            Por burla me llamaban Calixto.

Pero cuando fui aprehendido…

–           No importa.

Conserva ese nombre.

¡Y hazlo verdadero haciéndote hermosísimo en tu espíritu!

Vete y sé feliz, porque Dios te ha salvado.

¡Irse!…

El exesclavo no se cansa de besar y de repetir:

–           ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

Calixto nuevamente se pone el pie sobre su cabeza, diciendo:

–         ¡Tú y sólo Tú…!

Tú eres mi único amo.

Jesús objeta:

–           No.

Yo…

Yo Soy tu verdadero Padre.

Jesús lo envuelve con una mirada de amor infinito.

Luego dice a Claudia:

–         Domina, procura que regrese a su patria.

Te encargarás de ello, emplea el dinero para eso…

Y el resto, que se le dé a él.

Adiós Domina.

No acojas nunca las voces de las tinieblas.

Sé justa.

Trata de conocerMe.

Adiós Calixto.

Adiós mujer.

Jesús pone fin al coloquio.

Cruza de un solo salto el torrente, por la parte opuesta a donde está parada la litera.

Y se mete entre los sauces y el cañaveral.

Claudia llama a los portadores de la litera.

Pensativa, sube a ella.

Pero si ella guarda silencio;

la liberta y el esclavo hablan por diez.

Y hasta los mismos legionarios pierden su férrea disciplina, ante el prodigio de una lengua que ha renacido.

Claudia está demasiado pensativa, para ordenar silencio.

Recostada en la litera, hincado el codo en los almohadones, apoyada la cabeza en la mano…

No oye nada.

Está absorta.

Ni siquiera se da cuenta de que la liberta no está con ella…

Sino que se ha puesto a hablar como una urraca con los portadores.

Y Calixto con los legionarios, relatándoles lo sucedido…

Los cuales, si bien mantienen las filas, no mantienen el silencio.

¡Es demasiado grande la emoción, para guardar silencio…!

Regresan al cruce de Bethel y Rama.

La  litera deja Efraím, para reunirse al resto del cortejo…

868 La Incrédula Nazareth

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

562a Celebridades en Nazareth

En la plaza de Nazareth, Alfeo de Sarah está diciendo:

“Observad si los sabios y los que tienen inteligencia abierta…

Se dejan seducir por las palabras de los falsos discípulos,

que son los verdaderos enemigos del Inocente;

de nuestro Jesús ¡Al que vosotros no sois dignos de tener por hijo!

Observad si Juana de Cusa…

¡Oíd, que digo a mujer del administrador de Herodes!

La princesa Juana, se aleja de María.

Observad si…

¿Hago bien en decirlo?…

Sí, hago bien, porque no hablo por hablar, sino para convenceros a todos…

¿Habéis visto la pasada luna;

ese carro tan bonito que vino al pueblo y fue a pararse delante de la casa de María?

¿Lo sabéis, verdad?

Ese que tenía un toldo tan bonito como una casa.

Bueno, pues ¿Sabéis quién venía en el carro?

¿Sabéis quién bajó del carro para ir a postrarse ante María?

Lázaro de Teófilo, Lázaro de Bethania.

¿Os dais cuenta?

¡El hijo del primer magistrado de Siria!

¡El noble Teófilo, casado con Euqueria de la tribu de Judá y de la familia de David!

El gran amigo de Jesús.

El hombre más rico e instruido de Israel, respecto a nuestras historias…

Y a las de todo el mundo.

El amigo de los romanos.

El benefactor de todos los pobres.

En fin, el resucitado de la muerte después de cuatro días de estar en el sepulcro.

¿Ha abandonado él acaso a Jesús, por creer lo que dice el Sanhedrín?

¿Vosotros decís que es porque lo ha resucitado?

¡No!

Es porque sabe quién es el Cristo que es Jesús.

¡Jesús es el Mesías de Israel!

¿Y sabéis qué vino a decir a María?

Que estuviera preparada porque él la iba a acompañar a Judea.

¿Os dais cuenta?…

¡Él, Lázaro, como si fuera el siervo de María!

Yo sé esto porque estaba allí cuando entró y la saludó arrodillándose en el suelo,

sobre las pobres losas de la pequeña habitación;

él, vestido como Salomón, acostumbrado a las alfombras…

Ahí en el suelo, besando el extremo de la túnica de la Mujer nuestra y saludándola:

“Te saludo, María, Madre de mi Señor.

Yo, tu siervo, el último de los siervos de tu Hijo;

vengo a hablarte de Él y a ponerme a tus órdenes”

¿Comprendéis?

Yo…

Me conmoví tanto…

Que cuando me saludó también a mí llamándome “hermano en el Señor”

Ya no supe decir ni una palabra.

Pero Lázaro comprendió, porque es inteligente.

Y durmió en el lecho de José, mandando adelante a los sirvientes a esperarlo en Seforí.

Porque iba a sus tierras de Antioquía.

Dijo a las mujeres que estuvieran preparadas porque para el final de esta luna,

pasará a recogerlas para evitarles la fatiga del viaje.

Y Juana se unirá a la caravana con su carro, para llevar a las discípulas de Cafarnaúm y Betsaida.

¿Todo esto no os dice nada?

Finalmente, el buen Alfeo de Sara toma un respiro…

En medio del remolino de gente que hay en medio de la plaza.

Donde están reunidos Aser e Ismael y también los dos primos de Jesús: Simón y José.

Más abiertamente Simón y más reticente José…

Que le ayudan aprobando todo lo que ha dicho.

Simón dice:

–              Jesús no es bastardo.

Si tiene necesidad de hacer saber algo;

tiene aquí parientes dispuestos a hacerse embajadores suyos.

Y José:

–              Y tiene discípulos fieles y poderosos, como Lázaro.

Lázaro no ha hablado de eso que dicen esos otros.

Ismael agrega;

–             También nos tiene a nosotros.

Antes éramos burreros, pero ahora somos sus discípulos.

Y también servimos para decir:

“Haced esto o aquello” 

Algunos objetan:

–               Pero la condena que pende de la puerta de la sinagoga la ha traído un enviado del Sanedrín…

–              ¡Y lleva el sello del Templo!

Alfeo rebate:

–              Eso es verdad.

Pero, ¿Y qué?…

Tenemos fama en todo Israel de saber captar lo que realmente es el Sanhedrín…

Y por tanto, somos despreciados como cosa poco buena…

¿Va a ser ésta la única cosa, por la que nosotros vamos a considerar sabio al Templo?

¿Es que no conocemos a los escribas y fariseos y a los jefes de los sacerdotes?

Con su lento y grave modo de hablar,

José de Alfeo confirma:

–              Es verdad.

Alfeo tiene razón.

Por eso decidí bajar a Jerusalén…

Para saber a través de verdaderos amigos, cómo están las cosas.

Y lo haré mañana mismo.

–              ¿Y te vas a quedar allí?

–              No.

Regreso.

Luego volveré a bajar para la Pascua.

No puedo estar mucho tiempo lejos de casa.

Es un esfuerzo que me impongo…

Pero para mí es un deber hacerlo.

Soy el cabeza de familia y sobre mí pesa la responsabilidad de la presencia de Jesús en Judea.

Yo insistí en que fuera allá…

El hombre yerra en sus juicios.

Creía en que iba a ser un bién para Él.

Sin embargo…

¡Que Dios me perdone!…

Y debo al menos seguir de cerca, las consecuencias de mi consejo…

Para confortar a mi Hermano.

Otro nazareno le dice:

–           En otros tiempos no hablabas así.

Es que tú también estás seducido por las amistades de los grandes.

Tus ojos están llenos de brumas.

–            No son las amistades de los grandes lo que me seduce, Eliaquim.

Lo que me convence es la conducta de mi Hermano.

Si me equivoqué y ahora cambio, muestro que soy un hombre justo.

Porque errar es propio del hombre, pero ser obstinados lo es del animal.

Varios preguntan a Alfeo de Sarah:

–           ¿Y dices que vendrá Lázaro en persona?

–            ¡Pues querríamos verlo!

–           ¿Cómo es uno que regresa de la muerte?

–           Estará ofuscado, como asustado.

–           ¿Qué dice de su permanencia entre los muertos?

Alfeo de Sarah responde:

–           Está como yo y vosotros.

Alegre, con vitalidad, tranquilo.

No habla del otro mundo.

Es como si no recordara.

Pero sí recuerda su agonía…

–             ¿Por qué no nos has avisaste que estaba en el pueblo?

–              ¡Ya, claro!

¡Para que hubierais invadido la casa!

Me retiré también yo.

Se requiere un poco de delicadeza, ¡¿No?!

–          Pero, cuando vuelva…

¿No será posible verlo?

–          Avísanos.

–          Está claro que serás como siempre, el guardián de la casa de María.

–          ¡Ya lo sabéis!

Tengo la gracia de estar cerca de Ella.

Pero no voy a avisar a nadie.

Apañáoslas vosotros.

El carro es inconfundible…

Nazareth no es Antioquía, ni tampoco Jerusalén, como para que pase desapercibido algo tan grande.

Montad guardia y…

Arreglaos vosotros.

De todas formas, esto es una cosa vana.

Más bien, haced que al menos su ciudad no tenga fama de necia…

por creer en las palabras de los enemigos de nuestro Jesús.

¡No creáis… No creáis!

Ni a quien dice que es un Satanás, ni a quien os anima a rebelaros en su Nombre.

Un día sentiríais el remordimiento.

Y si luego el resto de Galilea cae en la trampa y cree en lo que no es verdad, pues peor para ella.

Adiós.

Me voy porque cae la tarde…

Y se marcha, contento de haber defendido a Jesús.

Los otros se quedan discutiendo entre sí.

Pero, aunque estén divididos en dos campos y el más numeroso sea, por desgracia el de los crédulos;

acaba imponiéndose la idea propuesta por los pocos amigos de Cristo, que es la de esperar.

Aser el discípulo finaliza diciendo:

–              No hay que agitarse acogiendo calumnias o invitaciones a la rebelión.

En las otras ciudades galileas, que  son«más astutas que Nazaret…

Por ahora se ríen en la cara de los falsos enviados».

867 Los Enviados del Sanhedrín

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

562 Celebridades en Nazareth

Las hojas que empiezan a nacer en las ramas de los árboles que hay en los huertos de las casas…

Y en la doble fila alrededor del cuadrado que forma la plaza principal de Siquem,

rodeándola como una galería…

Llenando todo con su alegría primaveral.

El sol juguetea con las hojas tiernas de los plátanos,

tejiendo un bordado de luces y sombras en el terreno.

El pilón que hay en el centro de la plaza con su estanque,

es una laja de plata iridiscente, bajo los rayos del sol.

Hay mucha gente conversando en corrillos acá o allá y hablando de sus negocios.

Hay gente que discute.

Llegan algunos forasteros.

Todos se preguntan quiénes son.

Muchos los miran con desconfianza…

Entran en la plaza.

Observan…

Se acercan al primer grupo que encuentran;

saludan.

Les devuelven el saludo con sorpresa…

Y se presentan.

Pero, cuando dicen:

«Somos discípulos del Maestro de Nazareth»

Toda desconfianza desaparece.

Y hay quien va a avisar a los otros grupos.

Mientras que los que se han quedado,

preguntan:

–           ¿Os manda Él?

Un hombre responde:

–           ¡Claro que sí, Él…!

Es una misión muy secreta.

El Rabí corre grave peligro.

Ya nadie lo aprecia en Israel…

Alguien pregunta:

–          ¿Os mandó él?

–           Sí.

Una misión muy secreta.

El Rabí está en gran peligro.

Nadie lo ama ya en Israel.

Y Él que es muy bueno, dice que por lo menos vosotros le seréis fieles.

Varias voces responden:

–            Es lo que queremos…

–            ¿Qué debemos hacer?

–            ¿Qué quiere Él de nosotros?

–           ¡Oh!

Él no quiere más que se ame, porque su doctrina es el amor.

Porque confía demasiado en la protección de Dios.

¡Y con lo que se dice en Israel!

Se le acusa de Satanismo e insurrección.

¿Comprendéis lo que significa esto?

Represalias de los romanos sobre nosotros que tanto sufrimos.

Y se nos golpeará más.

A los santos de nuestro Templo se les condenará.

Por vuestro bien, deberíais hacer motines, persuadirlo a defenderse.

Defenderlo.

Impedir que sea apresado a como dé lugar.

Apelar el derecho de asilo.

Es inútil decírselo a Él.

Y Él, que es tan bueno, dice que al menos vosotros sigáis siéndole fieles.

Varios responden:

–             ¡Pero si es lo que queremos!

–            Él ya nos conoce.

–             ¡Y también corresponder nosotros, mostrándonos buenos con Él…

En orden a los hijitos de esa mujer nuestra, muerta!

–             ¿Qué debemos hacer?

–             ¿Qué quiere de nosotros?

El hombre que les ha estado hablando:

–             ¡Bueno, Él sólo quiere amor!

Porque se fía “demasiado” de la protección de Dios.

¡Y con lo que se dice en Israel!

¿No sabéis que se le acusa de satanismo e insurrección?

¿Sabéis lo que significa esto?

Represalias de los romanos contra todos.

¡Nosotros, que ya somos tan infelices, vamos a sufrir aún más atropellos!

Y represalias de condena por parte de los santos de nuestro Templo.

Cierto que los romanos…

Incluso por vuestro bien deberíais rebelaros, convencerlo de que se defienda…

Defenderlo, ponerlo casi en la imposibilidad de que lo capturen y cause un mal sin querer hacerlo.

Convencedlo de que se retire al Garizim.

Donde está ahora, está todavía demasiado expuesto.

Y no aquieta las iras del Sanhedrín ni las sospechas de los romanos.

¡El Garizim sí que tiene el derecho de asilo!

Es inútil decírselo a Él.

Si se lo dijéramos, nos maldeciría por aconsejarle la cobardía.

Si se lo decimos nosotros, nos dice que somos anatema;

porque le aconsejamos cometer una villanía.

Pero no es así.

Es amor.

Lo nuestro es prudencia.

Nosotros no podemos hablar.

¡Pero vosotros!…

Os ama.

Ha preferido ya vuestra región a las otras.

Organizaos, pues, para recibirlo.

Porque al menos, sabréis con precisión si os ama.

Si rechazara vuestra ayuda, sería signo de que no os ama.

Y entonces estaría bién que se marchara a otro lugar.

Lo decimos con dolor porque lo amamos…

Porque habéis de creerlo, su presencia es un peligro para quien le da alojamiento.

Aunque es cierto que vosotros sois mejores que todos los demás y no miráis los peligros.

De todas formas, es justo que si os arriesgáis a las represalias romanas;

pues que al menos lo hagáis por correspondencia de amor.

Nosotros os aconsejamos por el bien de todos.

–                Es como decís.

Y haremos lo que decís.

—             Os lo repetimos:

Él os ama.

Por eso prefirió vuestros lugares a otros.

Su Presencia acarrea peligros a quién lo acoge.

Vosotros sois mejores que otros y no pensáis en esto.

Y si sufriereis por su causa…

Defendedlo de los romanos, con todo vuestro amor.

Hacedlo por el bien de todos.

–            Decís bien.

Iremos a verlo.

–            ¡Oh!

¡Sed prudentes!

Que Él no se dé cuenta que os lo hemos sugerido nosotros…

–         ¡No temáis!

–          ¡No temáis!

–          Lo haremos bien.

–          ¡Seguro!

–           Dejaremos claro que los despreciados samaritanos, valen tanto como los judíos y galileos;

para defender al Cristo.

Venid.

Entrad en nuestras casas vosotros, emisarios del Señor.

¡Será como si entrara Él!

¡Hace mucho que Samaria espera el amor de los siervos de Dios!

¡Oh, no tengáis miedo!

Demostraremos que los desgraciados samaritanos valen por un ejército.

Y defenderemos al Mesías.

–            Vemos que nos ama…

Porque es el segundo grupo de discípulos que nos envía.

Recibimos muy bien a los primeros…

Avanzan contentos,

sin darse cuenta del enorme engaño y la terrible trampa que les están tendiendo…

Se alejan llevando en medio como en triunfo,

a estos venenosos e hipócritas emisarios del Sanhedrín.

Y dicen:

–              Ya vemos que nos ama, porque en pocos días es el segundo grupo de discípulos que nos envía.

Y hemos hecho bien tratando con amor a los primeros…

Los emisarios del Sanedrín sonríen triunfales por el éxito de su hipocresía…

Y lo mismo está sucediendo en todas las localidades de Israel.

Mientras tanto…

Es un atardecer sereno de un día primaveral, que baña toda la campiña del poblado,

sobre la multitud que está reunida en la plaza de Nazareth.

Alfeo de Sarah está diciendo:

–            Y yo os digo que sois todos unos necios si creéis ciertas cosas.

Necios y más ignorantes que los carneros llanos;

que al estar mutilados, ni siquiera conocen las reglas del instinto.

Van por las ciudades una serie de hombres calificando de anatema al Maestro…

Y otros llevando órdenes que no pueden,

¡No pueden, por el Dios verdadero!

No pueden venir de Él.

Vosotros no lo conocéis.

Yo lo conozco.

¡Y no puedo creer que haya cambiado de esa forma!

¡Pues que vayan!

¿Vosotros decís que son discípulos suyos?

¿Pero quién los ha visto alguna vez con Él!

¿Decís que una serie de rabíes y fariseos han dicho sus pecados?

¿Pero quién ha visto sus pecados?

¿Le habéis oído alguna vez hablar de cosas obscenas?

¿Le habéis visto alguna vez en pecado?

¿Entonces?…

¿Cómo pensáis que si fuera pecador, Dios le movería a hacer esas obras tan grandes?

Necios, necios os digo…

Torpes…

Ignorantes como patanes que ven por primera vez a un histrión en un mercado

y creen verdadero lo que el histrión finge.

Así sois vosotros.

Observad si los sabios y los que tienen inteligencia abierta…

Se dejan seducir por las palabras de los falsos discípulos;

que son los verdaderos enemigos del Inocente…

866 De Sicario a Discípulo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

561e El zaforím Samuel

En la gruta que está en las cercanías de Gofená…

El zaforím arrepentido ha dicho:

–           Pero ellos son astutos.

No me devuelvas a ellos.

–           ¿Adónde quieres ir que no estén?

–            Contigo.

A Efraím…

Si ves mi corazón…

Verás que no es un lazo el que te tiendo;

sino una súplica para que me protejas…

Con su sonrisa llena de compasión,

Jesús responde:

–           Lo sé.

Ven.

Pero te advierto que allá…

También está Judas de Keriot;

que se ha vendido al Sanhedrín…

Y es un traidor del Mesías.

El hombre exclama totalmente pasmado:

–          ¡Divina Misericordia!

¿También sabes eso?

Se ha quedado con la boca abierta…

¡Lo que ha escuchado es totalmente inaudito!

El estupor alcanza su punto máximo.

La revelación sobre el TRAIDOR, al fin ha sido declarada…

Con una serenidad llena de dolor…

Jesús agrega:

–            Sé todo.

El cree que no lo sé.

Pero conozco todo…

Y sé también que estás en tal forma convertido;

que no hablarás con Judas, ni con ningún otro sobre esto.

Piensa bien que si Judas es capaz de traicionar a su Maestro,

¿Qué no será capáz de hacer en perjuicio para tí?…

El hombre piensa mucho…

Calibra todo  lo que va a perder por unirse al Mesías…

Como también él, se convertirá en un perseguido por el Sanhedrín…

Y lo que eso significa…

Finalmente se decide…

Samuel contesta:

–          ¡No importa!

¡Judas fue zaforím de Sadoc…!

¡Y es totalmente como él…!

¡Ahora es gran amigo de los grandes de Sión!

¡Realmente puede hacer mucho daño!…

Si no me despides, me quedo contigo.

Por lo menos algún tiempo…

¡Hasta la Pascua!

Cuando te reúnas con tus discípulos…

Me uniré a ellos.

¡Oh!

¡Si es verdad que me has perdonado, no me arrojes!…

–          No te arrojo.

Ahora vamos allá.

Esperaremos sobre esas hojas a que llegue la mañana.

Al amanecer iremos a Efraím.

Diremos que la casualidad nos juntó…

Y que tú viniste a estar con nosotros.

Es la verdad.

–        Sí.

Entonces mis vestidos estarán secos y te devolveré los tuyos.

–        No.

Deja esos vestidos que son un símbolo…

Son un símbolo:

Tú eres el hombre que se despoja de su pasado y viste el nuevo uniforme.

La madre de Samuel, el antiguo, cantó jubilosa (1 Samuel 2, 6):

“El Señor da la muerte y la vida, conduce a la morada de los muertos y de ella hace regresar”

Tú has muerto y has renacido.

Vienes de la morada de los muertos a la verdadera Vida.

Deja esos vestidos que estuvieron en contacto de sepulcros llenos de corrupción y asquerosidad.

¡Y Vive…!

Vive ahora para gloria tuya:

La de servir a Dios con justicia…

Para poseerlo en la Eternidad…

Se sientan en la concavidad de la roca, donde están amontonadas las hojas.

Pronto el silencio desciende y reina…

Envolviendo la noche sólo con el chisporroteo de las llamas…

Porque el hombre cansado, se duerme, con la cabeza reclinada sobre el hombro de Jesús…

Que sigue orando.

De esta manera pasan las horas…

Al amanecer, dos viajeros emprenden la caminata…

…Y en una hermosa mañana de primavera;

por el sendero del torrente, que está poniéndose otra vez cristalino después del aguacero.

Y canta más fuerte por el mayor nivel del agua que lo ha aumentado considerablemente.

Brillando bajo el sol, enmarcado entre las luminosas orillas todavía brillantes de lluvia.

Llegan frente a la casa de María de Jacob;

Pedro, que está en la puerta, da un grito y corre a su encuentro de ellos.

Se abalanza sobre Jesús y lo abraza diciendo:

Pedro corre a su encuentro y abraza a Jesús:

–        ¡Oh!

¡Maestro mío bendito!

¡Qué sábado tan triste me has hecho pasar!

No me decidía a partir sin volver a verte.

¡Si me hubiera marchado con la incertidumbre en el corazón, sin tu bendición y sin tu despedida…!

¡Habría estado toda la semana atolondrado!

Jesús lo besa, sin quitarse el manto.

Pedro está tan atento a contemplar a su Maestro…

Que no advierte la presencia del extraño que viene con él.

Los otros también han acudido.

Judas de Keriot mira asombrado al extraño que acompaña al Maestro y…

Judas grita:

–             ¡Tú, Samuel!

Samuel responde con voz clara y firme:

–            Yo.

El Reino de Dios está abierto a todos en Israel.

Yo también entré en él…

Judas ríe de una manera muy rara, que sorprende a los que lo rodean…

Pero no replica.

La atención de todos converge con curiosidad en el recién llegado…

Pedro pregunta:

–          ¿Quién es?

Jesús contesta:

–          Un nuevo discípulo.

La casualidad hizo que nos encontráramos.

Esto es:

Dios lo quiso.

El Padre me ordenó que lo tomase conmigo…

Quiero que hagáis lo mismo…

¡Os digo a vosotros acogedlo!

Y como hay una gran fiesta cuando alguien entra en el Reino de los Cielos…

Deponed alforjas y mantos…

Vosotros que estábais para salir,

¡Estaremos juntos hasta mañana!

Ahora déjame Simón, porque le he dado mi túnica…

Y estando aquí parado, el aire de la mañana muerde mis carnes.

–           ¡Ya decía yo!

¡De esa manera, Maestro, vas a enfermar!

Samuel trata de disculparse:

–             Yo no quería, pero Él quiso.

Jesús explica:

–            Sí.

Lo arrastró una avalancha…

¡Logró salvarse por su voluntad!

Y para que nada de ese penoso momento perdurase en él…

Y viniera a nosotros sin suciedades…

Le ordené que dejara donde nos hemos encontrado su túnica desgarrada y sucia…

Y lo he vestido con mía…

Judas vuelve a reír del mismo modo extraño…

Mirando al zaforím, (sacerdote) del Templo

La posesión demoníaca perfecta, producida por el pecado sin arrepentimiento, convierte al hombre en instrumento y cómplice de Satanás…

Y luego mirando a Jesús, de manera más extraña todavía…

En realidad el Maestro está confrontando en el amigo perdido, a su archienemigo mortal…

Que al igual que sucediera con la Magdalena, es un trofeo de victoria;

pues Samuel también es testigo de esta escena durísima, entre Dios y Satanás.

Pero el nuevo discípulo y sacerdote del Templo de Jerusalén,

que ahora es seminarista de la nueva Iglesia que está fundando Jesús…

No hace caso de la mirada de Odio y Desafío…

Porque está conociendo a los que también serán Perseguidos junto con el Mesías…

Compartiendo como saforím de Jesús, su destino…

Y su sacerdocio, también está determinado…

(Pero fuera de estos tres personajes principales, NADIE más, comprende el desafío en esta guerra…)

Jesús le devuelve la mirada fijamente, por unos segundos electrizantes…

Enseguida, entra en la casa sin demora.

Los demás se acercan al nuevo discípulo;

se presentan ante él y le dan el saludo de paz.