752 El Destino de los Profetas
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525f El juicio sobre Sabea de Betlequí.
Interviene el escriba que había ido con los otros, al encuentro de Jesús por el camino.
El que le había dicho que no todos los escribas estaban contra Él;
sino que algunos le observaban para emitir un juicio.
Con la sincera voluntad de seguirle si lo consideraban Dios;
diciendo:
– No ofendamos al Maestro.
Lo hemos elegido como Juez de un caso que nosotros no logramos juzgar…
Los otros arremeten contra él, ofendiéndolo:
– ¡Cállate, Joel el Alamot, hijo de Abías!
¡Sólo un mal nacido como tú puede decir esas palabras!
El escriba oído este insulto se congestiona;
pero se domina.
Y responde con dignidad:
– Si la naturaleza me ha sido adversa en el cuerpo;
ello no me ha hecho deficiente el intelecto.
Al contrario, vedándome muchos placeres, ha hecho de mí el hombre de la cordura.
Y si fuerais santos…
No humillaríais al hombre;
antes bien, respetaríais al cuerdo.
El escriba dominante, dice:
– ¡Bien!
¡Bueno!
Vamos a hablar de lo que nos urge.
Y dirigiéndose a Jesús, agrega:
Tú tienes el deber de curarla, Maestro;
porque con ese delirio suyo asusta a la gente y ofende al sacerdocio;
a los fariseos y a nosotros.
Dulcemente, Jesús pregunta:
– ¿Si os hubiera alabado me diríais que la curara?
– No.
Porque serviría para hacer a la gente respetuosa de nosotros…
A este pueblo cabruno que nos odia en su corazón y no pierde ocasión de escarnecernos.
Responde uno de los escribas, sin darse cuenta de que cae en una trampa.
Con su misma dulzura, Jesús pregunta:
– ¿Pero no seguiría siendo una enferma?
¿No tendría el deber de curarla?
Parece un escolar, que estuviera preguntando al maestro lo que debe hacer.
Y los escribas, cegados por la soberbia;
no comprenden que se están delatando a sí mismos…
– En ese caso, no.
¡Es más:
Habría que dejarla, dejarla con su delirio!
– Hacer lo posible para que la gente crea que es profetisa.
– ¡Honrarla!
– Señalarla…
Jesús pregunta:
– ¿Pero si fueran cosas no verdaderas?…
Los discípulos objetan:
– ¡Maestro, aparte del punto en el que dice cosas contra nosotros…
– El resto serviría mucho para elevar el orgullo de Israel contra los romanos…
– Y para mantener bajo el orgullo del pueblo hacia nosotros!
Jesús dice con firmeza:
– Pero no se le podría decir:
“Habla así, pero no digas eso”
– ¿Y por qué?
– Porque quien delira habla sin saber lo que dice.
Los escribas argumentan:
– ¡Con monedas y alguna amenaza…!
– ¡Se obtendría todo!
— ¡Hasta a los profetas se los regulaba…!
– En verdad, me resulta gratuita esa afirmación…
– ¡Ya!
– Porque no sabes leer entre líneas y porque no todo se ha dejado escrito.
Cambiando de tono, Jesús dice:
– Pero el espíritu profético no conoce imposiciones, escriba.
Viene de Dios.
Y a Dios no se le compra ni se le amedrenta.
Es el principio de su contraataque.
– Pero ésta no es profetisa.
Ya no es tiempo de profetas.
– ¿Ya no es tiempo de profetas?
¿Y por qué?
– Porque no nos los merecemos.
Estamos demasiado corrompidos.
– ¿Verdaderamente?
¿Y lo dices tú?
¿Tú, que poco antes la juzgabas digna de castigo porque decía esa misma cosa?
El escriba se queda desorientado.
Le ayuda otro:
– El tiempo de los profetas ha cesado con Juan.
Ya no hacen falta.
– ¿Y cómo es eso?
– Porque estás Tú, que expresas la Ley y hablas de Dios.
– También en tiempos de los profetas estaba la Ley y la Sabiduría hablaba de Dios.
Y a pesar de todo, estaban ellos.
– ¿Pero qué profetizaban?
Tu venida.
Ya has venido.
Ya no hacen falta.
– En multitud de ocasiones, he oído vuestra pregunta.
La de los sacerdotes y fariseos, de si era o no era el Cristo.
Y dado que lo afirmaba;
fui tachado de blasfemo y de loco.
Y agarraron piedras para lanzarlas sobre Mí.
¿No eres tú Sadoq, llamado el escriba de oro?
Dice Jesús;
señalando al escriba narigudo que ha ultrajado a la mujer, después de haberla tentado al error.
El escriba responde:
– Lo soy.
¿Y…?
– Pues que tú…
Justamente tú, has sido siempre el primero, tanto en Yiscala como en el Templo…
El que ha empezado la violencia contra Mí.
Pero Yo te perdono.
Sólo te recuerdo que lo hacías diciendo que no podía ser el Cristo, mientras que ahora lo sostienes.
Y te recuerdo también el reto que te propuse en Quedes.
Dentro de poco verás cumplirse una parte de él.
Cuando la Luna vuelva a la fase con que ahora resplandece en el cielo, te daré esa prueba.
Ésta es la primera.
La otra la tendrás cuando el trigo, que ahora duerme en la tierra…
cimbree sus espigas aún verdes con el leve viento de Nisán.
Y a los que dicen que son inútiles los profetas les respondo:
“¿Quién podrá poner límites al Señor Altísimo?”
En verdad, en verdad os digo:
Que mientras haya hombres, habrá siempre profetas.
Son las antorchas en medio de las tinieblas del mundo;
el fuego en medio del hielo del mundo;
los toques de trompeta que despertarán a los que duermen;
las voces que recuerdan a Dios y a sus verdades;
caídas con el tiempo en el olvido y la desatención…
Y traen al hombre la voz directa de Dios.
Suscitando vibrantes emociones en los desmemoriados, en los apáticos hijos del hombre.
Tendrán otros nombres, pero igual misión e igual suerte…
De humano dolor y de gozo sobrehumano.
¡Ay, si no existieran estos espíritus que serán odiados por el mundo y amados especialmente por Dios!
¡Ay si no existieran estos espíritus, para padecer y perdonar, amar y actuar en obediencia al Señor!
El mundo perecería entre las Tinieblas, entre el hielo;
en un sopor de muerte, en un estado de deficiencia mental, de ignorancia salvaje y embrutecedora.
Por eso, Dios los suscitará…
Y siempre los habrá.
¿Y quién podrá imponer a Dios que no lo haga?
¿Tú, Sadoq?
¿Tú?…
Jesús va señalando a los escribas, uno por uno, diciendo:
¡¿O tú?!
En verdad os digo que ni los espíritus de Abraham, Jacob y Moisés;
de Elías y Eliseo;
podrían imponer a Dios esta limitación.
Y sólo Dios sabe cuán santos eran y qué eternas luces son…
– ¿Entonces no quieres curar a la mujer ni condenarla?
– No.
– ¿Y la juzgas profetisa?
– Inspirada, sí.
– Eres un demonio como ella.
Sadoq finaliza diciendo:
– ¡Vamos!
No nos interesa perder más tiempo con demonios.
Y da un empujón propio de un mozo de cuerda…
A Jesús, para apartarlo.
Muchos le siguen.
Algunos se quedan.
Entre éstos, el hombre al que han llamado Joel Alamot.
– ¿Y vosotros no los seguís?
Pregunta Jesús, señalando a los que se están marchando.
El escriba Joel Alamot responde:
– No, Maestro.
Nos vamos a marchar porque es de noche.
Pero queremos decirte que creemos en tu juicio.
Uno muy anciano dice:
– Dios lo puede todo, es verdad.
Y para nosotros que caemos en muchas culpas;
puede suscitar espíritus que nos corrijan en orden a la justicia.
Jesús coincide:
– Así es, como dices.
Y esta humildad tuya es más grande a los ojos de Dios que tu saber.
– Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.
– Sí, Jacob.
– ¿Cómo sabes mi nombre?
Jesús sonríe, pero no responde.
Los otros tres que se han quedado,
dicen:
– Maestro, también de nosotros acuérdate.
Y el último que habla, Joel Alamot,
dice también:
– Y bendigamos al Señor, qua nos ha regalado esta hora.
Jesús responde:
– ¡Bendigamos al Señor!
Se saludan.
Se separan.
Jesús se reúne con sus apóstoles.
Va con ellos donde la mujer, que está de nuevo en la postura que tenía al principio:
Acurrucada sobre la raíz prominente.
La madre y el padre jadeantes, preguntan al Maestro:
– ¿Es, entonces, un demonio nuestra hija?
Antes de marcharse lo han dicho.
– No lo es.
Quedaos en paz.
Y amadla, porque su destino es muy doloroso.
Como todo destino semejante al suyo.
– Pero ellos han dicho que así has juzgado…
– Han mentido.
Yo no miento.
Quedaos en paz.
Juan de Éfeso se acerca con Salomón y los otros discípulos,
diciendo:
– Maestro, Sadoq ha amenazado a éstos.
Yo te lo digo.
– ¿A ellos o a ella?
– A ellos y a ella.
¿No es verdad, vosotros dos?
– Sí.
Nos han dicho, a mí y a su madre, que si no sabemos hacer callar a nuestra hija, pobres de nosotros.
Y a Sabea le han dicho:
“Si de ahora en adelante hablas, te denunciaremos al Sanedrín”
Prevemos días malos para nosotros…
Pero el corazón está en paz por lo que has dicho…
Lo demás lo soportaremos.
Pero respecto a ella…
¿Qué debemos hacer?
Aconséjanos, Señor.
Jesús piensa y responde:
– ¿No tenéis parientes lejos de Betlequi?
– No, Maestro.
…Jesús piensa.
Luego levanta la cara y mira a José, a Juan de Éfeso y a Felipe de Arbela.
Ordena:
– Os pondréis en viaje con ellos y luego, desde Betlequi, con ella y sus cosas, iréis a Aera.
Diréis a la madre de Timoneo que la custodie en mi nombre.
Ella sabe lo que es tener un hijo perseguido.
Los discípulos responden:
– Así lo haremos, Señor.
– Bien decidido.
– Aera está lejos y apartada.
Dicen los tres…
El padre y la madre de Sabea besan las manos al Maestro,
le dan las gracias y lo bendicen.
Jesús se inclina hacia la mujer, la toca en la cabeza velada…
La llama con dulzura:
– ¡Sabea, escúchame!
La mujer levanta la cabeza y lo mira;
luego se postra.
Jesús mantiene la mano en la cabeza de ella,
mientras le dice:
– Escucha, Sabea.
Irás a donde te envío.
A casa de una madre.
Hubiera querido que fuera la mía.
Pero no me es factible.
Sigue sirviendo al Señor en justicia y obediencia.
Yo te bendigo, mujer.
Ve en paz.
Sabea dice:
– Sí, mi Señor y Dios.
Pero, cuando tenga que hablar…
¿Voy a poder hacerlo?…
– El Espíritu que te ama te guiará según el momento.
No dudes de su amor.
Sé humilde, casta, sencilla y sincera.
Él no te abandonará.
¡Ve en paz!
Se reúne de nuevo con los apóstoles.
Con Zaqueo y los suyos, que se habían detenido a algunos pasos de distancia;
reteniendo también a otros curiosos.
– Vamos.
Ya es de noche.
No sé cómo os las vais a arreglar para ir a Jericó vosotros que tenéis que ir allá.
Uno de los amigos de Zaqueo,
propone:
– Digamos más bien, a la mujer y sus padres.
Pero, si lo juzgas bueno, nosotros estaremos fuera de casa.
Tú y ellos podréis dormir en casa hasta mañana por la mañana.
– Buena propuesta.
Id a decir a Sabea que venga con los suyos y con los discípulos.
Ellos dormirán.
Yo estaré con vosotros.
No es una noche ventosa.
Encenderemos unos fuegos y esperaremos así al alba.
Yo instruyéndoos y vosotros escuchándome.
Y lentamente se pone en camino con el primer claror de la Luna…
750 La Última Profeta de Israel
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525c El juicio sobre Sabea de Betlequí.
La mujer levanta de nuevo su acongojada voz y dice:
– Una voz…
Una voz viene de lo alto y grita en mi corazón.
Y dice:
“El antiguo Pueblo de Dios no puede cantar el nuevo cántico,
porque no ama a su Salvador.
Cantarán el cántico nuevo los salvados de todas las naciones,
los del Pueblo nuevo del Cristo Señor;
No los que odian a mi Verbo”…
¡Horror!
Da verdaderamente un grito que hace estremecer.
Sabea continúa:
¡La voz da luz, la luz da vista!
¡Horror!
¡Yo veo!
El grito es casi un aullido.
Se retuerce, como si la tuvieran sujeta ante un espectáculo tremendo,
que le torturara el corazón…
Y tratara de poner fin a él, huyendo.
Se le cae de los hombros el manto;
de forma que se queda sólo con su túnica blanca contra el gran tronco negro.
Con la luz, que se va reduciendo lentamente,
en el reflejo verde del bosque y el rojizo bailarín de las llamas,
su cara adquiere un aspecto, profundamente trágico…
Se forman unas sombras bajo los ojos, bajo la nariz, bajo el labio.
La cara aparece socavada por el dolor.
Se retuerce las manos mientras repite,
más bajo:
– ¡Veo!
¡Veo!
Bebiendo sus lágrimas mientras continúa:
– Veo los delitos de este pueblo mío.
Y soy impotente para detenerlos.
Veo el corazón de mis compatriotas:
No puedo cambiarlo.
¡Horror!
¡Horror!…
Satán ha salido de sus lugares y ha venido a hacer morada en el corazón de éstos…
Los escribas ordenan a Jesús:
– ¡Mándala callar!
Jesús responde:
– Habéis prometido dejarla hablar…
La mujer prosigue:
– ¡Rostro en tierra, en el barro…
Israel que todavía sabes amar al Señor!
¡Cúbrete de ceniza, vístete de cilicio!
¡Por ti!
¡Por ellos!
¡Jerusalén!
¡Jerusalén, sálvate!
Veo una ciudad agitada pidiendo un delito…
¡Oigo…!
¡Oigo el grito de los que con odio…
Invocan que caiga sobre ellos una sangre!
Veo levantar a la Víctima en la Pascua de Sangre.
Y veo fluir esa Sangre.
Oigo gritar esa Sangre más que la de Abel…
Al mismo tiempo que se abren los cielos…
La tierra tiembla y el sol se oscurece.
¡Y esa Sangre no grita venganza;
sino que suplica piedad para su Pueblo asesino…
Piedad para nosotros!
¡¡¡Jerusalén!!!
¡Conviértete!
¡Esa Sangre!
¡Esa Sangre es…!
¡Un río!
Un río que lava al mundo sanando todo mal, borrando toda culpa…
Pero para nosotros;
para nosotros de Israel, esa Sangre es fuego.
Para nosotros es cincel que escribe en los hijos de Jacob;
el nombre de deicidas y la Maldición de Dios.
¡Jerusalén!
¡Ten piedad de ti misma y de nosotros!…
Mientras la mujer solloza cubriéndose la cara;
los escribas gritan:
– ¡Pero haz que se calle!
– ¡Te lo ordenamos!
– No puedo imponer a la Verdad que se calle.
– ¡Es verdad!
– ¡Verdad!
– ¡Es una demente que está delirando!
– ¿Qué Maestro Eres, si tomas como verdad las palabras de una que delira?
– ¿Y qué Mesías Eres, si no sabes hacer que se calle una mujer?
– ¿Y qué Profeta Eres, si no sabes poner en fuga al demonio?
– ¡Sin embargo, otras veces lo has hecho!
– Lo ha hecho, sí.
– Pero ahora no le conviene.
– ¡Todo es un juego bien montado para atemorizar a las turbas!
Jesús, con contundencia brutal,
argumenta:
– ¿Y habría elegido esta hora, este lugar y este puñado de hombres para hacerlo?
¿Cuando habría podido hacerlo en Jericó…?
¿Cuando he tenido cinco…
Y más de cinco mil personas que me han seguido y circundado en varias ocasiones…?
¿Cuando el recinto del Templo ha sido escaso para recibir a todos los que querían oírme?
¿Y puede acaso, el demonio pronunciar palabras de sabiduría?
¿Quién de vosotros en conciencia…
Puede decir que un solo error ha salido de esos labios?
¿No resuenan en sus labios con voz de mujer…
Las terribles palabras de los profetas?
¿No oís el grito desgarrador de Jeremías, el llanto de Isaías y de los otros profetas?
¿No oís la voz de Dios a través de la criatura?
¿La Voz que trata de ser acogida por vuestro bien?
A Mí no me escucháis.
Podéis pensar que hablo en mi favor.
Pero ésta, desconocida para Mí…
¿Qué favor espera de estas palabras?
¿Qué le acarrearán, sino vuestro desprecio,
vuestras amenazas y quizás vuestra venganza?
¡No!
¡Ciertamente NO le impongo silencio!
Es más…
Para que estos pocos la oigan…
También vosotros oigáis y podáis enmendaros…
Le ordeno:
“¡Habla!…
¡Habla, te digo, en Nombre del Señor!”
Ahora es Jesús el que aparece majestuoso.
Es el Cristo poderoso de las horas de grandiosos milagros.
De grandes ojos magnéticos,
con un esplendor de estrella azul que la llama de una hoguera…
encendida entre la mujer y Él;
aviva aún más.
La mujer por el contrario, oprimida por el dolor;
aparece menos regia.
Tiene agachada la cabeza;
cubierta la cara con las manos y con sus cabellos negros, que se han soltado…
Le caen por detrás y por delante,
como un velo de luto sobre la túnica blanca.
Jesús repite perentorio:
– Habla, te digo.
No carecen de fruto tus dolorosas palabras.
¡Sabea, de la estirpe de Aarón, habla!
749 La Hora de la Prueba
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525b El juicio sobre Sabea de Betlequí.
Después de una pausa, Sabea sigue hablando:
– El Trono de mi Señor,
está adornado con las doce piedras de las doce tribus de los justos.
En la gran perla que es el Trono.
(el blanco, precioso trono esplendoroso del santísimo Cordero)
están engarzados topacios con amatistas, esmeraldas con zafiros, rubíes con sardónices,
ágatas, crisolitos y berilos, ónices, diaspros, ópalos.
Los que creen, los que esperan, los que aman,
los que se arrepienten, los que viven y mueren en la justicia;
los que sufren, los que dejan el error por la Verdad;
los que eran duros de corazón y se hicieron mansos en su Nombre;
los inocentes, los arrepentidos;
los que se despojan de todas las cosas para ser ágiles en el seguimiento del Señor;
los vírgenes, cuyo espíritu resplandece con una luz semejante a un alba del Cielo de Dios…
¡Gloria al Señor!
¡Gloria a Adonai!
¡Gloria al Rey sentado en su trono!
La voz es un tañido.
Un estremecimiento recorre a la gente congregada.
La mujer parece realmente ver aquello de lo que habla.
Es como si la nube dorada que navega en el cielo sereno.
Y que ella parece seguir con su mirar arrobado…
Le sirviera de lente para ver las glorias celestes.
Ahora descansa, como si estuviera agotada…
Aunque sin cambiar de actitud.
La única diferencia es que su cara se transfigura aún más…
En la palidez de la epidermis y en el fulgor de los ojos.
Luego, bajando la mirada hacia Jesús,
que la está escuchando atento;
rodeado por un círculo de escribas, que escépticos y sarcásticos, menean la cabeza.
De apóstoles y seguidores pálidos de sagrada emoción,
continúa revelando…
Ella prosigue con voz distinta y menos alta:
– ¡Veo!
Veo en el Hombre, lo que se esconde en el Hombre.
Santo es el Hombre…
Pero mi rodilla se dobla ante el Santo de los santos,
que está dentro del Hombre.
Ahora la voz vuelve a ser fuerte…
Imperiosa como una orden:
– ¡Mira a tu Rey, pueblo de Dios!
¡Conoce su Rostro!
La Belleza de Dios está delante de ti.
La Sabiduría de Dios ha tomado una boca para instruirte…
Ya no son los profetas, pueblo de Israel, los que te hablan del Innombrable.
Es Él Mismo.
Él, que conoce el Misterio que es Dios, es el que te habla de Dios…
Él, que conoce el Pensamiento de Dios, es el que te arrima a su pecho…
¡Oh Pueblo!
¡Que todavía eres párvulo después de tantos siglos!
Y te nutre con la leche de la Sabiduría de Dios, para hacerte adulto en Dios…
Para hacer esto se ha Encarnado en un seno;
en un seno de mujer de Israel;
que ante Dios y ante los hombres es mayor que cualquier otra mujer.
Ella cautivó el corazón de Dios, con uno solo de sus latidos de paloma.
La belleza de su espíritu hechizó al Altísimo…
Y Él ha hecho de Ella su trono.
María de Aarón pecó porque en ella estaba el pecado.
Débora juzgó lo que había de hacerse, pero no obró con sus manos.
Yael fue fuerte, pero se manchó de sangre.
Judit era justa y temía al Señor.
Dios estuvo en sus palabras y le permitió aquel acto…
Para que fuera salvado Israel;
pero por amor a la patria usó astucia homicida.
Pero la Mujer que lo ha Generado, supera a estas mujeres;
porque es la Sierva perfecta de Dios…
Y le sirve sin pecar.
Toda pura, inocente y hermosa;
es el hermoso Astro de Dios, desde su alba hasta su ocaso.
Toda hermosa, esplendorosa y pura, por ser Estrella y Luna.
Luz de los hombres para encontrar al Señor.
No precede ni sigue al Arca santa, como María de Aarón,
porque Arca es Ella misma.
Sobre la tenebrosa onda de 1a Tierra cubierta por el diluvio de los pecados…
Ella camina y salva;
porque quien entra en Ella encuentra al Señor.
Paloma sin mancha, sale y vuelve con el olivo;
el olivo de paz para los hombres, porque Ella es la Oliva especiosa.
Ella calla.
Y en su silencio habla y obra más que Débora, Yael y Judit.
No aconseja la batalla, no incita a las matanzas;
no derrama más sangre que la suya más selecta…
Suya la sangre con la que formó a su Hijo.
¡Pobre Madre!
¡Madre sublime!…
Temía Judit al Señor;
pero de un hombre había sido su flor.
Ésta ha dado al Altísimo su flor intacta.
El Fuego de Dios ha descendido al cáliz de la suave Azucena.
Y un seno de mujer ha contenido y llevado la Potencia, la Sabiduría y el Amor de Dios.
¡Gloria a la Mujer!
¡Cantad, mujeres de Israel, sus alabanzas!
Sabea se calla, como si su voz estuviera sin fuerzas.
Efectivamente es imposible saber, cómo logra mantener ese timbre tan fuerte.
Los escribas dicen:
– ¡Está loca!
– ¡Está loca!
– Dile que se calle.
– Loca o poseída.
– Impón al espíritu que la tiene poseída que se vaya.
Jesús responde:
– No puedo.
No hay más que espíritu de Dios.
Y Dios no se expulsa a sí mismo.
– No lo haces porque os alaba a ti y a tu Madre.
– Y ello estimula tu orgullo.
– Escriba, reflexiona en lo que sabes de Mí…
Y verás que Yo no conozco el orgullo.
– Pues, a pesar de todo;
sólo un demonio puede hablar en ella, para celebrar así a una mujer…
¡La mujer!
¿Y qué es en Israel y para Israel, la mujer?
¿Y qué es sino pecado, ante los ojos de Dios?
¡La seducida y seductora!
Si no hubiera fe…
Difícilmente se podría pensar que en la mujer hubiera un alma.
Le está prohibido acercarse al Santo, por su impureza.
Otro escriba escandalizado,
exclama:
– ¡Y ésta dice que Dios descendió a Ella!…
Y sus compinches le hacen coro.
Jesús, sin mirar a nadie a la cara;
pues pareciera que hable consigo mismo…
Dice:
– La Mujer aplastará la cabeza de la Serpiente…
La Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo, que será llamado Emmanuel…
Un vástago saldrá de la raíz de Jesé;
una flor brotará de esta raíz y en Ella descansará el Espíritu del Señor”.
Esta Mujer.
Mi Madre.
Escriba, por el honor de tu saber,
recuerda y comprende las palabras del Libro. (Génesis 3, 15; Isaías 7, 14; 11, 1-2)
Los escribas no saben qué responder.
Esas palabras las han leído mil veces…
Y mil veces las han considerado verdaderas.
¿Pueden negarlo ahora?
Callan.
Uno ordena que se enciendan hogueras;
porque ya se siente el frío junto a las orillas por donde pasa el viento vespertino.
Obedecen…
Cual corona en torno al grupo compacto, llamean candeladas de ramajes.
La luz bailarina del fuego…
Parece hacer reaccionar a la mujer, que se había callado.
Y que estaba con los ojos cerrados, como recogida en sí misma.
Abre de nuevo los ojos, reacciona.
Mira otra vez a Jesús…
Y grita de nuevo:
– ¡Adonai!
¡Adonai, Tú eres grande!
¡Cantemos al Divino un cántico nuevo!
¡Shalem!
¡Shalem!
¡Malquih!!…
¡Paz! ¡Paz!
¡Oh Rey, al que nada se resiste!…
La mujer se calla de golpe.
Pasa su mirada, la primera vez desde que empezó a hablar…
Por los que están alrededor de Jesús.
Fija sus ojos en los escribas como si los viera por primera vez…
Y sin motivo aparente, algunas lágrimas se forman en sus grandes ojos;
la cara se le pone triste y mate.
Habla lentamente ahora.
Con una voz profunda como quien expresa cosas dolorosas:
– No.
¡Hay quien te resiste!
¡Pueblo, escucha!
Posteriormente a mi dolor, pueblo de Betlequi, me has oído hablar.
Después de años de silencio y dolor, he sentido y he dicho lo que sentía.
Ahora ya no estoy virgen viuda que encuentra en el Señor su única paz…
En los verdes bosques de Betlequi.
No tengo alrededor sólo a mis convecinos,
para decirles:
“Temamos al Señor porque ha llegado la hora de estar preparados para su Llamada.
Embellezcamos el vestido del corazón, para no ser indignos en su Presencia.
Ciñámonos de fortaleza…
Porque la hora del Cristo es hora de prueba.
Purifiquémonos como hostias para el altar;
para que podamos ser acogidos por Aquel que lo envía.
El que sea bueno que crezca en bondad.
El que sea soberbio que se haga humilde.
El que sufre de lujuria…
Que se desprenda de su carne para poder seguir al Cordero.
El avaro hágase benefactor;
porque Dios es benefactor nuestro con su Mesías.
Y todos practiquen la justicia,
para poder pertenecer al Pueblo del Bendito que viene”.
Ahora hablo ante Él y ante quien cree en Él…
También ante quien NO CREE y ultraja al Santo.
Y a los que creen en El y hablan en su Nombre.

NOE, ¿No te dijo Dios, bien clarito, que iba a inundar el mundo y que tenías que construir un arca? SÍ, pero el sacerdote me explicó que era TODO, sólo una metáfora…
Pero no tengo miedo.
Decís que estoy loca, decís que a través de mí habla un demonio.
Sé que podríais hacer que me lapidaran como blasfema.
Sé que lo que os voy a decir os va a parecer insulto y blasfemia.
Y que me odiaréis.
Pero no tengo miedo.
Última quizás, de las voces que hablan de Él, antes de su Manifestación.
Me espera quizás, la suerte que otras voces sufrieron…
Pero no tengo miedo.
Demasiado largo es el exilio en el frío y en la soledad de la Tierra…
Para el que piensa en el seno de Abraham, en el Reino de Dios que el Cristo nos abre:
más santo que el santo seno de Abraham.
Sabea de Carmel de la estirpe de Aarón no le teme a la muerte.
Pero al Señor, ¡Sí!
Habla cuando Él la mueve a hablar, para no desobedecer a su Voluntad.
Y dice la verdad…
Porque habla de Dios con las palabras que Dios le da.
No tengo miedo a la muerte.
Aunque me llaméis demonio y me lapidéis como blasfema;
aunque mi padre, mi madre y mis hermanos, por este deshonor, mueran;
no temblaré de miedo ni de aflicción.
Sé que el demonio no está en mí, porque en mí calla todo estímulo maléfico.
Y toda Betlequi lo sabe.
Sé que las piedras podrán sólo introducir en mi canto, una pausa más breve que un respiro.
Y que después mi canto…
Recibirá más amplio respiro en la libertad de más allá de la Tierra.
Sé que Dios consolará el dolor de los de mi sangre.
Y que será breve;
mientras que será eterno después, su gozo de ser parientes mártires de una mártir.
No temo vuestra muerte…
Sino la que me vendría de Dios si no le obedeciera.
Hablo…
Y digo lo que se me dice.
¡Oh, pueblo, escucha!
¡Y escuchad vosotros, escribas de Israel!
748 Reconocimiento Sobrenatural
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525a El juicio sobre Sabea de Betlequí.
Ya ven los bosques que orillan el río.
El sol poniente de invierno tiñe de oro las cimas de los árboles…
Y esparce una luz amarilla y clara,
sobre las personas que están recogidas entre los árboles.
Los escribas que se adelantaron, van gritando:
– ¡Aquí está el Mesías!
– ¡Está aquí!
– ¡Poneos en pie!
– ¡Salid a su encuentro!
Y tuercen hacia un sendero que termina en un roble colosal,
de poderosas raíces semidescubíertas que sirven de asiento,
a quien se refugia al lado de su tronco.
El grupo de personas recogido alrededor se vuelve;
se pone en pie, se abre y se disgrega…
Para salir al encuentro de los que llegan.
Junto al tronco se quedan solamente tres escribas;
Juan de Éfeso y dos ancianos:
Un hombre y una mujer.
Más otra mujer que está sentada en una raíz,
que asoma sobre la tierra, con la espalda apoyada en el tronco.
Con la cabeza agachada y reclinada sobre las rodillas,
que tiene a su vez estrechadas entre los brazos anudados.
Está toda cubierta por un velo de un morado tan oscuro que parece negro.
Parece ajena a todo.
No reacciona con el griterío.
Un escriba la toca en el hombro,
diciendo:
– Está aquí el Maestro, Sabea.
Levántate y salúdalo.
La mujer no responde, ni se mueve.
Los tres escribas se miran y sonríen irónicos…
haciendo un gesto de complicidad a los otros que se están acercando.
Y dado que los que esperaban al no ver a Jesús…
Se habían callado…
Entonces ellos y sus cómplices gritan más fuerte que nunca,
para que la mujer no se dé cuenta del engaño.
Un escriba se dirige a la anciana madre que está con su hija,
diciéndole:
– Mujer…
Al menos tú, saluda al Maestro y di a tu hija que lo haga también.
La mujer se postra, junto con su marido;
ante Judas Tadeo, Juan y el ladrón arrepentido.
Luego levantándose,
dice a su hija:
– Sabea, tu Señor está aquí.
Venéralo.
La joven no se mueve.
La sonrisa irónica de los escribas se acentúa…
Uno, delgado y narigudo, dice con voz nasal y alargando las palabras:
– ¿No te esperabas esta prueba, no es verdad?
Y tu corazón se estremece.
Sientes que tu fama de profetisa está en peligro y no pruebas suerte.
Me parece que esto es suficiente para definirte como embustera…
La mujer levanta la cabeza de golpe.
Echa hacia atrás el velo y mira con ojos bien abiertos,
mientras dice:
– No miento, escriba.
Y no tengo miedo, porque estoy en la verdad.
¿Dónde está el Señor?
– ¿Cómo es eso?
¿Dices que lo conoces y no lo ves?
Lo tienes delante de ti.
Ella responde contundente:
– Ninguno de éstos es el Señor.
Por eso no me movía.
Ninguno de estos.
Sadoq cuestiona:
– ¿Ninguno de éstos?
¿Y ese galileo rubio no es el Señor?
Yo no lo conozco, pero sé que es rubio y con ojos de cielo.
No es el Señor…
– Entonces este alto y de aspecto grave.
Mira qué trazos de rey.
Sin duda es Él.
Sin mirar a Tadeo,
ella responde tajante:
– No es el Señor.
No es ninguno de éstos el Señor.
Y la mujer bajando de nuevo la cabeza;
la mete entre las rodillas, regresando a su postura inicial.
Pasa un largo rato.
Luego…
Ya se ve venir a Jesús.
Los escribas han impuesto silencio a la poca gente que está ahí.
Por tanto, su llegada no resulta advertida por ninguna aclamación.
Jesús viene adelante, entre Pedro y su primo Santiago.
Camina lenta…
Silenciosamente.
La hierba tupida ahoga todo rumor de pasos.
Mientras la madre se enjuga las lágrimas con su velo,
un escriba dice estas palabras hirientes:
«Vuestra hija está desquiciada y miente»
El padre suspira e incluso reprende a su hija.
Jesús llega al linde del sendero y se detiene.
La joven, que no ha podido oír nada;
que no ha podido ver nada;
se pone en pie bruscamente.
Arroja el velo, descubriendo así toda la cabeza;
eleva hacia adelante los brazos, emitiendo un grito poderoso:
– ¡Ahí está y viene a mí, mi Señor!
¡Éste es el Mesías!
¡Oh hombres que queréis engañarme y envilecerme!
¡Veo sobre Él la luz de Dios señalándomelo…
Y yo lo venero!
Y se arroja al suelo, pero quedándose donde estaba…
A unos dos metros frente a Jesús.
Rostro en tierra, entre la hierba,
grita:
– ¡Yo te saludo, Rey de los pueblos!
¡Admirable, Príncipe de paz, Padre del siglo sin fin, Caudillo del pueblo nuevo de Dios!
Permanece postrada bajo su amplio manto oscuro, de un morado casi negro, como el velo.
Luego se levanta.
Pero, en el momento en que se ha levantado, pegada al tronco negro y arrojado el velo,
se ha quedado con los brazos tendidos hacia delante, como una estatua.
Es posible observar que bajo el manto está vestida con una túnica de gruesa lana de un blanco marfileño,
ceñida simplemente con un cordón en el cuello y en la cintura.
Ysobre todo, es posible admirar su belleza de mujer madura.
Tendrá treinta años.
Y treinta años en Palestina, equivalen al menos, a cuarenta de los nuestros generalmente:
porque, si para María Santísima esta regla tiene una excepción;
para las otras mujeres la madurez llega pronto.
Especialmente para las de cabellos y tez morenos, con facciones muy bien modeladas como ésta.
Ella es el tipo clásico de la mujer hebrea.
Posiblemente así habrán sido Raquel, Rut y Judit, celebres por su belleza.
Alta, radiante y bien conformada, pero esbelta;
lisa su piel de morenita palidez;
pequeña la boca de labios un poco abultados, vivamente rojos;
nariz recta, larga, delgada;
con dos ojos profundos, oscuros, de suavidad de terciopelo entre arcos de pestañas largas y muy tupidas;
frente alta, lisa, regia;
algo alargado el óvalo de su cara;
espléndidos cabellos de ébano como una corona de ónix.
No lleva ninguna joya;
pero tiene un cuerpo estatuario y una majestuosidad de reina.
Ahora se levanta, apoyándose en sus manos largas, morenas, muy bellas,
unidas a los brazos por una muñeca delgada.
Ya está en pie de nuevo, contra el tronco oscuro.
Mira en silencio al Maestro.
Algunos escribas le dicen:
– Te equivocas, Sabea.
– Él no es el Mesías…
Sino el que antes has visto y no has reconocido.
Ella menea la cabeza negando firme, severa.
No aparta los ojos del Señor.
Luego su rostro se transfigura…
Y adquiere una expresión que no se puede decir si es de alegría ferviente…
O de somnolencia extática;
participa de ambas cosas;
porque parece palidecer como quien está próximo al desvanecimiento;
mientras que toda la vida se concentra en sus ojos,
que se iluminan con una luz de alegría, de triunfo, de amor…
Es imposible describirlo.
¿Ríen esos ojos?
No, no ríen, como tampoco lo hace la severa boca.
Sin embargo, hay en ellos una luz de alegría.
Y cada vez adquieren mayor potencia de intensidad…
De una intensidad que impresiona.
Jesús la mira con su mirada mansa, un poco triste…
Un escriba susurra:
– ¿Ves como es una demente?
Jesús no replica.
Mira y calla.
Con la mano izquierda suelta y sujetándose con la derecha el manto a la altura del pecho…
La mujer abre la boca y extiende los brazos como antes.
Parece una enorme mariposa de alas moradas y cuerpo de marfil viejo.
Un nuevo grito sale de sus labios:
– ¡Oh Adonai, eres grande!
¡Sólo Tú eres grande, Adonai!
Grande eres en el Cielo y en la Tierra, en el tiempo y en los siglos de los siglos…
Y más allá del tiempo, desde siempre y para siempre.
¡Oh Señor!
¡Hijo del Señor!
Bajo tus pies están tus enemigos.
Sujeto está tu trono por el amor de los que te aman.
La voz se hace cada vez más segura y fuerte;
al mismo tiempo que los ojos se separan del rostro de Jesús.
Mirando a un punto lejano…
Un poco por encima de las cabezas atentas, que tiene a su alrededor….
Y que ella domina sin esfuerzo,
pues está erguida y pegada al tronco de este roble crecido;
en una prominencia del terreno,
como encima de un pequeño ribazo.
747 ¿Una Prueba Pobre?
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525 El juicio sobre Sabea de Betlequí.
Bien pobre es la hacienda que alimenta al grupo heterogéneo de los amigos de Zaqueo.
No alegra el corazón, especialmente ahora que es invierno.
Pero no obstante, ellos le tienen afecto.
Así que muestran con orgullo a Jesús esa propiedad:
Tres campos arados, pardos, para trigo;
árboles frutales…
Pocos de ellos productivos y los otros demasiado jóvenes como para esperar que lo sean.
Alguna hilera de vides esmirriadas;
la huerta;
un pequeño establo con una vaquita y un burro para la noria;
un recinto con pocas gallinas y cinco parejas de palomas;
seis ovejas;
una choza con una cocina y tres cuartos;
un cobertizo que hace de leñera, trastero y henil;
un pozo con el brocal descantíllado y una cisterna de agua limosa.
Nada más.
«Sí nos ayuda la estación…»
«Sí los animales crían…»
«Si los arbolitos arraigan…».
Todo es en condicional…
Con esperanzas muy precarias…
Pero uno se acuerda de lo que oyó decir años antes…
De la prodigiosa recolección que tuvo Doras por una bendición que dio el Maestro,
para que Doras fuera humano con sus siervos labradores…
Y dice:
– Y si bendijeras este lugar…
También Doras era pecador…
Jesús responde:
– Tienes razón.
Lo que hice sabiendo que ello no cambiaría aquel corazón,
lo haré para vosotros que tenéis cambiado el corazón.
Y abriendo los brazos para bendecir,
dice:
– Lo hago inmediatamente,
porque quiero persuadiros de que os quiero.
Luego prosiguen el camino hacia el río…
Bordeando campos arados de rica tierra oscura y árboles frutales,
desnudados por la temporada.
En una curva se ve venir a algunos fariseos.
Que cuando lo encuentran,
le dicen:
– La paz a ti, Maestro.
Te hemos esperado aquí para…
Venerarte.
Jesús responde:
– No.
Para estar seguros de que no urdía engaño.
Habéis hecho bien.
Convenceos de que no he tenido la posibilidad de ver a la mujer,
ni a ninguno de los que están con ella.
Vosotros…
Los señala diciendo:
Tú y tú;
estabais de guardia en la casa de Zaqueo…
Y habéis visto que ninguno de nosotros ha salido.
Vosotros me habéis precedido por el camino…
Y habéis visto que ninguno de nosotros se ha adelantado.
En vuestro corazón deseáis imponerme una serie de cláusulas,
respecto al encuentro con esa mujer.
Y Yo os digo que las acepto;
antes incluso de que las formuléis.
Ellos objetan:
– Pero…
– Si no las sabes…
– ¿No es acaso verdad, que me las queréis formular?
– Es verdad.
– De la misma forma que conozco esta intención vuestra,
manifiesta sólo a vosotros.
También sé lo que me vais a decir.
Y os digo que acepto lo que queréis proponerme…
Porque servirá para dar gloria a la Verdad.
Hablad.
– ¿Sabes como están las cosas?
– Sé que consideráis endemoniada a la mujer.
Que ningún exorcista ha podido expulsar de ella al demonio.
Y que no obstante, no pronuncia palabras de demonio…
Esto dicen los que la han oído hablar.
– ¿Puedes jurar que no la has visto nunca?
– El justo no jura nunca;
porque sabe que tiene derecho a ser creído por su palabra.
Yo os digo que no la he visto nunca y que nunca he pasado por su pueblo.
Y todo el pueblo puede confirmarlo.
– Pues, ella a pesar de todo, sostiene que conoce tu cara y tu voz.
– Su alma, efectivamente, me conoce por voluntad de Dios.
– Tú dices que por voluntad de Dios.
Pero, ¿Cómo puedes afirmarlo?
– Me han referido que pronuncia palabras inspiradas.
– También el demonio habla de Dios.
– Pero con errores mezclados arteramente;
para desviar a los hombres a pensamientos de error.
– Bueno, pues…
Quisiéramos que nos dejaras probar a la mujer.
– ¿En qué modo?
– ¿No la conoces en absoluto?
– Os estoy diciendo que no.
– Bueno, pues entonces vamos a mandar a alguno adelante gritando:
“¡Aquí está el Señor!”
Y vamos a ver si ella saluda al que va a ir con él, como si fueras Tú.
– ¡Una prueba pobre!
Pero acepto.
Elegid entre los que me acompañan, a los que vais a mandar adelante.
Yo os seguiré con los otros.
Pero si la mujer habla;
debéis dejarla hablar, para que Yo juzgue sus palabras.
– Es justo.
– Pacto cerrado.
– Y lo mantendremos lealmente.
– Que así sea y que sirva para tocaros el corazón.
Un escriba dice:
– Maestro, no todos somos adversarios.
Algunos de entre nosotros están en actitud de espera…
Y con la voluntad sincera de ver la verdad para seguirte.
– Es verdad.
Y a ésos aún los amará Dios.
Los escribas examinan a los apóstoles…
Y se extrañan de la ausencia de muchos, especialmente de Judas de Keriot.
Luego eligen a Judas Tadeo, a Juan y a otro más:
Al joven ladrón convertido, que está pálido y delgado.
Y cuyos cabellos tienden al color rojizo.
En definitiva, eligen a aquellos que en edad o fisonomía,
tienen puntos en común con el Maestro.
– Vamos a adelantarnos con éstos.
Tú quédate aquí con nuestros compañeros y los tuyos.
Síguenos dentro de un rato.
Así se hace.
745 Mercaderes del Dolor
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
524a En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos.
Uno de los compañeros de Zaqueo en su casa…
Dice:
– Son…
¡Oh, mi delito no tiene nombre!
Señor, yo no tengo sangre en mis manos, no he robado dinero,
no he impuesto tributos insoportables, ni intereses asfixiantes;
no he maltratado a los vencidos;
pero he sacado partido de todos los desdichados,
Y he sacado dinero de niñas inocentes, niñas de vencidos, de huérfanas,
de niñas vendidas como mercancía por un pan.
He dado la vuelta al mundo,
aprovechando estas ocasiones, detrás de los ejércitos;
Llendo a los lugares donde había una carestía…
O a donde un río desbordado..
Habría dejado completamente sin alimentos;
Donde una epidemia había dejado jóvenes vidas sin protección…
Y de ahí he hecho mercancía;
una mercancía inocente pero infame:
Infame para mí, que obtenía dinero de ella;
inocente Ella,
porque aún no conocía el horror.
Señor, en mis manos están las virginidades de jovencitas deshonradas…
El honor de jóvenes esposas,
arrebatadas en ciudades de conquista.
Mis bazares…
Mis prostíbulos eran célebres, Señor…
¡No me maldigas, ahora que lo sabes!
Los apóstoles instintivamente…
Se han apartado del último que ha hablado.
Jesús se levanta y se acerca a él.
Le pone la mano en el hombro…
Y dice:
– ¡Es verdad!
Tu delito es grande.
Tienes que reparar mucho.
Yo, la Misericordia,
te digo que aunque fueras el mismo Demonio…
Y sobre ti pesaran todos los delitos de la Tierra…
Si quieres…
Puedes expiar todo y ser perdonado por Dios;
perdonado por el verdadero, grande, paterno Dios…
Si tú…
Quieres.
Une tu voluntad a la mía.
También Yo quiero que seas perdonado.
Únete a mí.
Dame tu pobre espíritu cubierto de infamia, quebrantado…
Tu espíritu, que después de que has dejado el pecado,
está lleno de cicatrices y humillación.
Yo lo pondré en mi Corazón, en el lugar donde pongo a los mayores pecadores.
Y lo llevaré conmigo al sacrificio redentor.
La Sangre más santa, la de mi corazón…
La última Sangre del Inmolado por los hombres,
se esparcirá sobre los espíritus más quebrantados y los regenerará.
Por ahora, ten esperanza.
Una esperanza mayor que tu inmenso delito en la misericordia de Dios;
porque es una misericordia sin límites hombre…
Para quien sabe confiar en Ella.
El hombre casi querría agarrar y besar esa mano que está puesta en su hombro.
Esa mano tan pálida y delgada sobre su túnica oscura y su hombro fuerte.
Pero no se atreve.
Jesús comprende esto y le ofrece la mano,
mientras dice:
– Hombre, besa su palma.
Encontraré ese beso como medicamento para una tortura.
Mano besada, mano herida:
Besada por amor, herida por el amor.
¡Oh, si todos supieran besar a la gran Víctima!
¡Y Ella muriera vestida de llagas sabiendo en cada una los besos y amores,
de todos los hombres redimidos!
Jesús mantiene su palma apretada contra los labios rasos de este hombre,
que por todo el conjunto de circunstancias, lo más probable es que sea es romano.
Y la tiene ahí hasta que el hombre, como saciado, se separa de ella…
Después de haber apagado la quemazón de sus remordimientos,
bebiendo la misericordia del Señor en el cuenco de la mano divina.
Jesús vuelve a su sitio.
Al pasar, pone la mano en la cabeza crespa de uno muy joven.
Pareciera que no tiene más de veinte años, si es que los tiene…
En un púlpito improvisado…
Uno que no ha hablado en todo este tiempo;
uno que es sin duda, de raza hebrea.
Jesús le hace esta pregunta:
– ¿Y tú, hijo mío, no dices nada a tu Salvador?
El joven levanta la cabeza y lo mira…
En esa mirada hay toda una narración:
Una historia de Dolor, Odio,
Arrepentimiento, Amor…
Jesús, un poco inclinado hacia él, fijos los ojos en los ojos,
lee alguna de estas historias mudas…
Y dice:
– Por este motivo te llamo “hijo“
Ya no estás solo.
Perdona a todos, a los de tu misma sangre y a los extraños;
de la misma forma que Dios te perdona.
Y ama al Amor que te ha salvado.
Ven un momento conmigo.
Quiero decirte unas palabras aparte.
El joven se levanta y lo sigue.
Cuando están solos,
Jesús agrega:
– Quiero decirte esto, hijo.
El Señor te ha amado mucho;
aunque no lo parezca a la luz de un juicio superficial.
La vida te ha probado mucho;
los hombres te han causado mucho daño…
Aquélla y éstos hubieran podido hacer de ti, una ruina irreparable.
Detrás de ellos estaba Satanás, envidioso de tu alma.
Pero sobre ti estaba la mirada de Dios.
Y esa mirada bendita ha detenido a tus enemigos.
Su amor ha enviado a Zaqueo por tu sendero.
Y con Zaqueo, al que te habla, a Mí.
Ahora Yo que te hablo, te digo:
Que debes encontrar en este amor, todo aquello que no has tenido;
que debes olvidar todo aquello que te ha agriado.
Y perdonar…
Perdonar a tu madre, perdonar al amo infame, perdonarte a Ti mismo.
No te odies de mala manera, hijo…
Odia tu tiempo de pecado….
pero no odies tu espíritu, que ha sabido dejar este pecado.
Que tu mente sea buena amiga de tu espíritu.
Para que juntos alcancen la perfección.
El joven de queda;
apenas puede balbucear:
– ¿Perfecto yo?
– ¿Has oído lo que le he dicho a aquel hombre?
¡Y él ha estado en el fondo del Abismo!…
¡Gracias, hijo!
– ¿Por qué cosa, mi Señor?
Soy yo el que debe decirte gracias…
– Por no haber querido ir…
A donde quien compra hombres, para traicionarMe.
El joven lo mira sorprendido,
mientras dice:
– ¡Oh, Señor!
¿Hubiera podido hacerlo,
sabiendo que no nos desprecias ni siquiera a nosotros siendo bandidos?
Yo estaba entre aquellos que te llevaron el cordero al Carit.
Se dice que uno de nosotros, que ahora ha sido apresado por los romanos…
Lo cierto es que desde antes de los Tabernáculos,
no se le ha vuelto a ver por los refugios de los bandidos…
Me refirió las palabras que dijiste en un valle de cerca de Modín…
Porque yo no estaba todavía con los bandidos.
Fui con ellos al final del último Adar y los he dejado al principio de Etanim.
Pero no he hecho nada que merezca tu “gracias“
Tú eres bueno.
Quise ser bueno y advertir a un amigo tuyo…
¿Puedo llamarlo así a Zaqueo?
– Sí, puedes llamarlo así.
Todos los que me aman son mis amigos.
Tú también lo eres.
– ¡Bueno!…
Quise advertir para que estuvieras en guardia.
Pero advertir no merece las gracias…
– Te repito…
Que te doy las gracias por no haberte vendido contra Mí.
Esto tiene mucho valor.
– ¿Y el aviso no?
– Hijo mío…
Nada podrá impedirle al Odio arremeter contra Mí.
¿Has visto alguna vez desbordarse un torrente?
– Sí.
Estaba en Yabés Galaad y vi la destrucción causada por el río,
salido de su cauce antes del Jordán.
– ¿Y pudo alguna cosa detener las aguas?
– No.
Lo cubrieron y lo destruyeron.
Incluso se llevaron casas.
– Así es el Odio.
Pero no me arrastrará.
Quedaré sumergido, pero no destruido.
Y en la hora amarguísima…
El amor de quien no quiso odiar al Inocente será mi confortación.
Mi luz en las tinieblas de esa hora de Tinieblas;
mi dulzura en el cáliz del vino con hiel y mirra.
– ¿Tú?…
Hablas de ti como si…
Ese cáliz es para los ladrones, para quien va a la muerte de cruz.
¡Pero Tú no eres un ladrón!
¡Tú no eres culpable!
Tú eres…
Jesús puntualiza:
– El Redentor.
Dame un beso, hijo.
Le toma la cabeza entre las manos y le besa en la frente.
Luego se inclina para recibir el beso del joven…
Un beso tímido, que apenas roza la mejilla enjuta…
Y luego el joven se deja caer llorando, en el pecho de Jesús.
– ¡No llores, hijo mío!
Yo soy sacrificado por el amor.
Y es siempre un dulce sacrificio,
aunque sea atormentador para la naturaleza humana.
Lo mantiene entre sus brazos hasta que el llanto cesa.
Y luego llevándolo tomado de la mano, junto a Sí;
regresa al lugar donde antes estaba Pedro.
743 Parábola del Fariseo y el Publicano
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
523b En Jericó.
Jesús reanuda el discurso interrumpido…
“Y si de un pecador que antes os había dado espectáculo de escándalo,
recibís ahora espectáculos de edificación, no resolváis burlaros, sino imitar.
Porque ninguno es nunca tan perfecto, que sea imposible que otro le enseñe.
Y el Bien es siempre lección que debe ser tomada,
aunque el que lo practique, en el pasado, haya sido objeto de reprobación.
Imitad y ayudad.
Porque haciéndolo así glorificaréis al Señor.
Y demostraréis que habéis comprendido a su Verbo.
No resolváis ser como aquellos que dentro de su corazón criticáis…
porque sus acciones no están de acuerdo con sus palabras.
Haced más bien, que todas vuestras buenas acciones sean la coronación,
de todas vuestras buenas palabras.
Y entonces verdaderamente el Eterno os mirará y escuchará benévolamente.
Oíd esta parábola para que comprendáis,
cuáles son las cosas que tienen valor ante los ojos de Dios.
La parábola os enseñará a corregir en vosotros un pensamiento no bueno,
que hay en muchos corazones.
La mayoría de los hombres se juzgan por sí mismos.
Y dado que sólo uno de cada mil es verdaderamente humilde,
sucede que el hombre se juzga perfecto, sólo él perfecto;
mientras que en el prójimo nota multitud de pecados.
Un día, dos hombres que habían ido a Jerusalén para unos asuntos,
subieron al Templo, como es conforme a todo buen israelita,
cada vez que pone pie en la Ciudad Santa.
Uno era un fariseo; el otro, un publicano.
El primero había venido para cobrar el arriendo de algunos almacenes
y para hacer las cuentas con sus administradores,
que vivían en las cercanías de la ciudad.
El otro, para imponer los impuestos recaudados y para invocar piedad,
en nombre de una viuda que no podía pagar,
lo que había sido tasado por la barca y las redes.
Pescaba el hijo mayor;
Y la pesca le era apenas suficiente para dar de comer a sus muchos otros hijos.
El fariseo antes de subir al Templo, había ido a ver a los arrendatarios de los almacenes.
Habiendo dado una ojeada a éstos…
Y habiendo visto que estaban llenos de productos y de compradores,
se había complacido mucho en sí mismo…
Luego había llamado a uno de los arrendatarios de un lugar y le había dicho:
– Veo que tus compraventas van bien.
El hombre respondió:
– Sí, por gracia de Dios.
Estoy contento de mi trabajo.
He podido aumentar las mercancías y espero aumentarlas aún más.
He mejorado el lugar.
El año que viene no tendré los gastos de mostradores y estanterías…
Y por tanto, ganaré más”.
– ¡Bien!
¡Bien!
¡Me alegro!
¿Cuánto pagas tú por este lugar?
– Cien didracmas al mes.
Es caro, pero la ubicación es buena…
– Tú lo has dicho.
La ubicación es buena.
Por tanto, te doblo el arriendo.
El comerciante exclamó:
– ¡Pero señor!
¡De esta manera me quitas todas las ganancias!
– Es justo.
¿Acaso tengo que enriquecerte a ti?
¿Con lo mío?
Enseguida.
O me das dos mil cuatrocientos didracmas, inmediatamente…
O te echo y me quedo con la mercancía.
El lugar es mío y hago de él lo que quiero.
Esto hizo con el primero.
Y lo mismo con el segundo y el tercero de sus arrendatarios.
Doblando a cada uno de ellos el precio, sordo a todas las súplicas.
Y porque el tercero, cargado de hijos, quiso oponer resistencia…
Llamó a la guardia, hizo poner los sigilos de incautación y echó afuera al desdichado.
Luego en su palacio, examinó los registros de los administradores…
Encontró el modo de castigarlos por negligentes y se incautó de la parte,
con la que con derecho, se habían quedado.
Uno tenía un hijo moribundo y por la gran cantidad de gastos,
había vendido una parte de su aceite para pagar las medicinas.
No tenía nada qué dar al detestable amo.
El hombre suplicó:
– Ten piedad de mí, señor.
Mi pobre hijo está para morir.
Luego haré trabajos extraordinarios para resarcirte de lo que te parece justo.
Pero ahora, tú mismo puedes comprenderlo, no puedo.
– ¿Que no puedes?
Te voy a mostrar si puedes o no puedes.
Fue con el pobre administrador a la almazara,
lo privó incluso del resto de aceite,
que el hombre se había reservado para la mísera comida…
Y para alimentar la lámpara que le permitía velar a su hijo durante la noche.
El publicano por su parte;
habiendo ido a su superior y habiendo entregado los impuestos recaudados,
recibió esta respuesta:
– ¡Pero aquí faltan trescientos setenta ases!
¿Cómo es eso?
– Bien, ahora te lo explico.
En la ciudad hay una viuda con siete hijos.
Sólo el primero está en edad de trabajar.
Pero no puede alejarse de la orilla con la barca,
porque sus brazos son débiles todavía para el remo y la vela.
Y no puede pagar a un mozo de barca.
Estando cerca de la orilla, pesca poco…
Y el pescado apenas es suficiente para matar el hambre,
de aquellas ocho infelices personas.
No he tenido corazón para exigir el impuesto.
– Comprendo.
Pero la ley es ley.
¡Ay si se viniera a saber que la ley es compasiva!
Todos encontrarían razones para no pagar.
Que el jovencito cambie de oficio y venda la barca, si no pueden pagar.
– Es su pan futuro…
Y es el recuerdo del padre.
– Comprendo.
Pero no se puede transigir.
— De acuerdo…
Pero no puedo pensar en ocho infelices privados de su único bien.
Pago yo los trescientos setenta ases.
Hechas estas cosas, los dos subieron al Templo.
Pasando junto al gazofilacio…
El fariseo ostentosamente, sacó de su pecho una voluminosa bolsa
y la sacudió en el Tesoro, hasta la última moneda.
En esa bolsa estaban las monedas tomadas de más a los comerciantes…
Lo que había sacado del aceite arrebatado al administrador
y vendido inmediatamente a un mercader.
El publicano por el contrario,
separó lo que necesitaba para regresar a su lugar y echó un puñadito de monedas.
El uno y el otro dieron por tanto, cuanto tenían.
Aparentemente, el más generoso fue el fariseo,
porque dio hasta la ultima moneda que llevaba consigo.
Pero hay que pensar que en su palacio,
tenía otras monedas y créditos abiertos con ricos cambistas.
Luego fueron ante el Señor.
El fariseo, delante del Todo, junto al límite del atrio de los hebreos, hacia el Santo;
el publicano se quedó en el fondo,
casi debajo de la bóveda que llevaba al patio de las Mujeres.
Mantenía agachada la cabeza,
aplastado por el pensamiento de su miseria respecto a la Perfección divina.
Y oraban los dos.
El fariseo muy erguido, casi insolente…
Como si fuera el amo del lugar y fuera él, el que se dignara agasajar a un visitante…
Decía:
– Ve que he venido a venerarte en esta Casa que es nuestra gloria.
He venido a pesar de sentir que estás en mí, porque soy justo.
Sé que lo soy.
De todas formas, aun sabiendo que lo soy sólo por mérito mío,
te doy las gracias, como está estipulado por la ley, por lo que soy.
Yo no soy codicioso, injusto, adúltero;
pecador como ese publicano que ha echado al mismo tiempo que yo,
un puñadito de monedas en el Tesoro.
Yo, Tú lo has visto, te he dado todo lo que llevaba conmigo.
Ese avaro sin embargo, ha hecho dos partes y a Ti te ha dado la menor.
La otra seguro, la guardará para juergas y mujeres.
Pero yo soy puro.
Yo no me contamino.
Yo soy puro y justo;
ayuno dos veces a la semana, pago los diezmos de cuanto poseo.
Sí, soy un hombre puro, justo y bendito, porque soy santo.
Recuerda esto, Señor.
El publicano, desde su lejano rincón…
Sin atreverse a levantar la mirada hacia las preciosas puertas del hecol…
Dándose golpes de pecho,
oraba así:
– Señor, no soy digno de estar en este lugar.
Pero Tú eres Justo y Santo.
Me lo concedes una vez más, porque sabes que el hombre es pecador…
Y que si no se acerca a ti se transforma en un demonio.
¡Oh, mi Señor!
Yo quisiera honrarte noche y día.
Y tengo que ser esclavo de mi trabajo durante muchas horas,
un trabajo rudo que me deprime, porque produce dolor a mi prójimo;
que es más infeliz que yo.
Pero tengo que obedecer a mis superiores, porque es mi pan.
Haz, Dios mío, que sepa dulcificar el deber hacia mis superiores,
con la caridad hacia mis pobres hermanos;
para que en mi trabajo no encuentre mi condena.
Todos los trabajos son santos, si se ejercen con caridad.
Ten tu caridad siempre presente en mi corazón para que yo, miserable como soy…
sepa compadecerme de los que están sujetos a mí,
como Tú te compadeces de mí, gran pecador.
Habría querido honrarte más, Señor.
Tú lo sabes.
Pero he pensado que apartar el dinero destinado al Templo,
para aliviar ocho corazones infelices fuera mejor que echarlo en el gazofilacio.
Y luego hacer verter lágrimas de desolación a ocho inocentes infelices.
Pero, si me he equivocado, házmelo comprender, ¡Oh Señor!
Y yo te daré hasta la última moneda.
Volveré al pueblo a pie, mendigando un pan.
Hazme comprender tu justicia.
Ten piedad de mí, Señor, porque soy un gran pecador.
Ésta es la parábola.
En verdad, en verdad os digo:
Que mientras que el fariseo salió del Templo con un nuevo pecado,
añadido a los que había cometido antes de subir al Moriah;
el publicano salió de allí justificado.
Y la bendición de Dios lo acompañó a su casa y en ella permaneció.
él había sido humilde y misericordioso.
Y sus acciones habían sido aún más santas que sus palabras.
Por el contrario, el fariseo sólo de palabra y externamente era bueno;
mientras que en su interior era un demonio.
Hacía obras de diablo por soberbia y dureza de corazón.
Dios, por eso, lo aborrecía.
Quien se ensalza será siempre, antes o después, humillado;
si no aquí, en la otra vida.
Y quien se humilla será ensalzado;
especialmente arriba, en el Cielo,
donde se ven las acciones de los hombres en su verdadera verdad.

21. Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, hasta el presente… Ni volverá a haberla.
22. Y si aquellos días no se abreviasen, NO SE SALVARÍA NADIE; pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días.
Ven, Zaqueo.
Venid los que estáis con él.
Y vosotros, apóstoles y discípulos míos.
Os seguiré hablando en privado…
Y envolviéndose en su manto;
Jesús vuelve a la casa de Zaqueo.
742 El Pecado y la Enfermedad
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
523a En Jericó.
Y Jesús, cuando ya ha despedido a Salomón, que ha hablado por todos;
se dirige hacia los enfermos que piden curación…
Y los cura.
Son:
Una mujer anciana anquilosada por la artritis, un paralítico,
un jovencito deficiente mental;
una niña que pareciera que estaba tísica y dos enfermos de los ojos.
La gente lanza sus vibrantes gritos de alegría.
Pero no ha acabado todavía la serie de los enfermos.
Una madre se acerca, desfigurada por el dolor, sujetada por dos amigas o parientes;
se arrodilla y dice:
– Mi hijo está muriendo.
No se le puede traer aquí…
¡Ten piedad de mí!
Jesús pregunta:
– ¿Puedes creer sin medida?
– ¡Con todo, Oh mi Señor!
– Entonces vuelve a tu casa.
– ¿A mi casa?…
¿Sin ti?…
La mujer lo mira un momento angustiada;
luego comprende…
El pobre rostro se transfigura.
¡Entonces grita!:
– Voy, Señor.
¡Bendito seáis Tú y el Altísimo que te ha enviado!
Se marcha rauda;
más ágil que sus mismas compañeras…
Jesús se vuelve hacia uno de Jericó, un vecino de noble aspecto,
Preguntando:
– ¿Esa mujer es hebrea?
El hombre responde:
– No.
Al menos de nacimiento no.
Viene de Mileto.
De todas formas, está casada con uno de nosotros…
Y desde entonces está en nuestra fe.
Jesús observa:
– Ha sabido creer mejor que muchos hebreos.
Luego, subiendo al alto escalón de una casa,
hace el gesto habitual de abrir los brazos…
que precede a su discurso y que sirve para imponer silencio.
Habiéndolo obtenido…
Recoge los pliegues del manto, que se ha abierto en el pecho al hacer el gesto.
Y lo sujeta con la izquierda.
Mientras baja la derecha con el gesto propio de quien jura…
Diciendo:
– Escuchad, vecinos de Jericó, las parábolas del Señor;
luego, que cada uno las medite en su corazón…
Y saque de ellas la lección para nutrir su espíritu.
Podéis hacerlo porque conocéis la Palabra de Dios no desde ayer,
no desde la pasada Luna;
ni siquiera desde el pasado invierno.
Antes de que Yo fuera el Maestro;
Juan, mi Precursor, os había preparado para Mi Llegada.
Después de llegar Yo…
Mis discípulos han arado este suelo muchas veces,
para sembrar en él, todas aquellas semillas que les había dado.
Así pues, podéis comprender la palabra y la parábola.
– ¿A qué compararé Yo a los que después de haber sido pecadores se convierten?
Los compararé a enfermos que se curan.
¿A qué compararé a los otros?
¿A aquellos que no han pecado públicamente…?
¿O a aquellos, más raros que perlas negras, que no han incurrido nunca,
ni siquiera secretamente, en culpas graves?
Los compararé a personas sanas.
El mundo está compuesto de estas dos categorías.
Tanto en el espíritu, como en la carne y en la sangre.
Pero, si las comparaciones son iguales;
distinta es la manera de tratar, que usa el mundo con los enfermos curados,
que eran enfermos de la carne;
de la que usa con los pecadores convertidos.
O sea, con los enfermos del espíritu que recuperan la salud.
Vemos que incluso, cuando un leproso,
que es el enfermo más peligroso y más aislado, por ser peligroso…
Obtiene la gracia de la curación.
Es admitido de nuevo a la colectividad de las gentes,
después de haber sido observado por el sacerdote y purificado.
También los de su ciudad lo festejan porque está curado,
porque ha resucitado para la vida;
para la familia, para los negocios.
¡Gran fiesta en la familia y en la ciudad,
cuando uno que era leproso logra obtener esta gracia y curarse!
Rivalizan entre los familiares y convecinos para llevarle esto o aquello…
Y sí está solo, sin casa o muebles;
rivalizan para ofrecerle techo o mobiliario.
Y todos dicen:
“Dios tiene preferencia por él.
Su dedo lo ha curado.
Honrémosle, pues.
Y honraremos al que lo ha creado y recreado”.
Es justo actuar así.
Y al contrario, cuando desafortunadamente,
uno manifiesta los primeros síntomas de lepra…
¡Con qué amor angustioso parientes y amigos lo colman de ternura,
mientras les es posible hacerlo;
como para darle todo en una sola vez…
El tesoro de afectos que le habrían dado en muchos años,
para que se lo lleve consigo a su sepulcro de vivo!
Pero…
¿Por qué entonces, para los otros enfermos no se actúa así?
Si un hombre empieza a pecar, los familiares y sobre todo,
los convecinos, lo ven…
¿Por qué no tratan de apartarlo del pecado con amor?
Una madre, un padre, una esposa, una hermana…
Todavía lo hacen.
Pero que lo hagan los hermanos, es ya difícil…
Y no digo ya que lo hagan los hijos del hermano del padre o de la madre.
Finalmente los convecinos, no saben hacer otra cosa que criticar, hacer mofa;
insultar, escandalizarse, exagerar los pecados del pecador…
Señalárselos con el dedo unos a otros;
tenerlo los más justos…
Lejos como a un leproso y hacerse cómplices suyos,
para gozar a sus espaldas, los que justos no son.
Pero sólo raramente hay una boca y sobre todo, un corazón que vaya donde el infeliz;
con piedad y firmeza, con paciencia y amor sobrenatural…
Y con ahínco, trate de frenar el progresivo descenso en el pecado.
¿Pero es que no es acaso más grave,
verdaderamente grave y mortal la enfermedad del espíritu?
¿No priva y además para siempre, del Reino de Dios?
¡La primera caridad hacia Dios y hacia el prójimo no debe ser acaso,
este trabajo de curar a un pecador por el bien de su alma y la gloria de Dios?
Y cuando un pecador se convierte…
¿Por qué ese juicio obstinado sobre él,
ese casi deplorar el que haya vuelto a la salud espiritual?
¿Veis desmentidos vuestros pronósticos de segura condenación,
de un convecino vuestro?
Deberíais más bien, alegraros de ello;
dado que quien os desmiente es Dios misericordioso;
que os da una medida de su bondad,
para infundiros ánimo ante vuestras culpas más o menos graves.
¿Y por qué esa persistencia en querer ver sucio,
despreciable, digno de vivir aislado;
aquello que Dios y la buena voluntad de un corazón,
han hecho limpio, admirable;
digno de la estima de los hermanos;
es más, digno de vuestra admiración?
¡Pero bien que exultáís, si simplemente un buey o un asno vuestros;
un camello, la oveja del rebaño o la paloma preferida, se curan de una enfermedad!
¡Bien que exultáis si uno ajeno a vosotros, al que apenas recordáis por el nombre,
por haberlo oído durante el tiempo en que fue aislado como leproso,
vuelve curado!
¿Y por qué entonces, no exultáis por estas curaciones espirituales,
por estas victorias de Dios?
El Cielo exulta cuando un pecador se convierte.
El Cielo:
Dios, los ángeles purísimos, que no saben qué es pecar.
Y vosotros;
vosotros hombres…
¿Queréis ser más intransigentes que Dios?
Haced, haced justo vuestro corazón.
Reconoced que el Señor está Presente,
no sólo entre las nubes de incienso y los cantos del Templo;
en el lugar donde solamente la santidad del Señor, en el Sumo Sacerdote, debe entrar…
Y debería ser santa como su nombre indica.
Reconoced esta Presencia también en el prodigio de estos espíritus resucitados;
de estos altares reconsagrados;
a los cuales el Amor de Dios desciende con sus fuegos,
para encender el Holocausto.
La madre de antes interrumpe a Jesús.
Con sus gritos de bendición quiere adorarlo.
¡El milagro ha sido realizado!
Jesús la escucha, la bendice…
Le dice que vaya de nuevo a casa…
741 ¿Una Mujer Posesa?
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
523 La petición a Jesús de que juzgue a una mujer.
Jesús sale de la casa de Zaqueo.
La mañana está ya avanzada.
Acompañan a Jesús: Zaqueo, Pedro y Santiago de Alfeo.
Los otros apóstoles ya se han diseminado por los campos,
para anunciar que el Maestro está en la ciudad.
Detrás del grupo de Jesús con Zaqueo y los apóstoles, hay otro grupo, muy…
Variado en fisionomías, edades y ropajes.
No es difícil afirmar que estos hombres pertenecen a razas distintas;
quizás incluso antagonistas entre sí.
Pero los hechos de la vida los han traído a esta ciudad palestina.
Y los han reunido para que desde sus profundidades se remontaran hacia la Luz.
La mayoría son caras ajadas, propias de quien ha usado y abusado de la vida de distintas maneras;
la mayoría, tienen ojos cansados.
Hay miradas a las que la larga costumbre de ejercer el…
Hurto fiscal o una autoridad brutal, las ha hecho rapaces o duras.
De vez en cuando esta antigua mirada emerge de tras un velo humilde y pensativo,
puesto por la nueva vida.
Esto sucede especialmente cuando alguno de Jericó los mira con desprecio…
O farfulla alguna insolencia a cuenta de ellos.
la mirada vuelve a ser cansada, humilde.
Y las cabezas se agachan humilladas.
Jesús se vuelve dos veces a observarlos…
Y viéndolos retrasados y que van aminorando el paso a medida que se acercan…
Al lugar que Él ha elegido para hablar, ya lleno de gente…
Aminora el suyo para esperarlos y…
Les dice:
– Pasad delante de Mí y no temáis.
Desafiabais al mundo cuando hacíais el mal;
no debéis temerlo ahora que os habéis despojado de él.
Lo que usasteis entonces, para domeñarlo…
La indiferencia ante el juicio del mundo, única arma para que se canse de juzgar;
usadlo también ahora,.
Y él se cansará de ocuparse de vosotros.
Os absorberá, aunque lentamente…
Y os anulará en medio de la gran masa anónima que es este mísero mundo;
al cual en verdad, se da demasiado peso.
Quince hombres obedecen y pasan adelante…
Santiago de Zebedeo yendo hacia Jesús y señalando hacia un rincón templado por el sol;
Dice:
– Maestro, allí están los enfermos del campo.
Jesús pregunta:
– Voy.
¿Los otros dónde están?
– Entre la gente.
Pero ya te han visto y están viniendo.
Con ellos están también Salomón, José de Emaús, Juan de Éfeso y Felipe de Arbela.
Van a la casa de este último y vienen de Joppe, Lida y Modín.
Traen con ellos hombres de la costa del mar y mujeres.
Te estaban buscando…
Porque hay desacuerdo entre ellos en el juicio acerca de una mujer.
Pero hablarán contigo…
Para informarte.
Efectivamente, Jesús pronto se ve rodeado por los otros discípulos y saludado con veneración.
Detrás de ellos están los que han sido recientemente atraídos por la doctrina de Jesús.
Pero no está Juan de Éfeso.
Y Jesús pregunta el motivo de su ausencia.
Santiago informa:
– Se ha quedado en una casa lejana de la gente, con una mujer y los padres de ella.
La mujer, no se sabe si está endemoniada o es profetisa.
Dice cosas increíbles, según refieren los de su pueblo.
Pero los escribas que la han escuchado la han juzgado poseída.
Los padres han llamado varias veces a los exorcistas;
pero ellos no han podido expulsar a este demonio con palabra, que la tiene aferrada.
Ahora bien, uno de ellos le dijo al padre de la mujer…
(Es una viuda virgen que se ha quedado en la familia)
“Para tu hija se necesita el Mesías Jesús.
Él comprenderá sus palabras y sabrá de dónde vienen.
He intentado imponerle al espíritu que habla en ella, que se marchara en nombre de Jesús,
llamado el Cristo.
Siempre que he usado este Nombre los espíritus tenebrosos han huido.
Esta vez, no.
Por eso digo que, o es el propio Belcebú el que habla…
Y logra resistir incluso a ese Nombre pronunciado por mí;
o es el propio Espíritu de Dios…
Y por tanto no teme, siendo así que es una cosa sola con el Cristo.
Yo estoy convencido más de esto,
que de lo primero.
Pero para estar seguros, sólo el Cristo puede juzgarlo.
Él conocerá las palabras y su origen”.
Y fue ultrajado por los escribas presentes…
Que dijeron que estaba poseído como la mujer y como Tú.
Perdona si tenemos que decir esto…
Y algunos escribas ya no se han separado de nosotros.
Están de guardia vigilando a la mujer, porque quieren establecer si puede ser avisada de tu llegada.
Porque ella dice que conoce tu cara y tu voz…
Y entre miles te reconocería.
Cuando en realidad está probado que nunca ha salido de su pueblo.
Es más: De su casa.
Desde que hace quince años, se le murió el esposo en la vigilia de la fiesta nupcial.
Y también está probado que nunca has pasado Tú por su pueblo, que es Betlequi.
Los escribas esperan esta última prueba para dejar sentado que está endemoniada.
¿Quieres verla ahora enseguida?
Jesús responde:
– No.
Tengo que hablar a la gente.
Y aquí entre las turbas, sería demasiado alborotador el encuentro.
Ve a decir a Juan de Éfeso y a los padres de la mujer…
Y también a los escribas;
que los espero a todos al principio del ocaso,
en los bosques que están a lo largo del río, en el sendero del vado.
¡Anda, ve!
740 Los Conspiradores
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
522c En Jericó.
Jesús está hablando con Zaqueo, en la puerta de su casa de Jericó.
Mientras caminan hacia el interior de la casa…
El ex-publicano dice:
– Nique me ayudaba mucho.
Pero ahora la veo sólo cada nueva luna.
Hubiera querido seguirla.
Pero Jericó es un lugar propicio, para mi nuevo trabajo…
Jesús responde:
– No estará mucho tiempo en Jerusalén…
Viajarías por nada.
Nique volverá después aquí…
– ¿Después?…
¿Cuándo, Señor?
– Cuando mi Reino haya sido proclamado.
– Tu Reino…
Tengo miedo de ese momento.
Los que ahora se dicen fieles tuyos…
¿Sabrán serlo entonces?
Porque sin duda, habrá tumultos y luchas entre los que te aman y los que te odian…
¿Sabes Señor, que tus enemigos pagan incluso a bandoleros, a la hez del pueblo;
para tener partidarios preparados a crear alboroto para imponerse?
Esto lo he sabido por uno de mis pobres hermanos…
¡Oh!…
¿Entre quien roba legalmente, entre quien roba el honor y el que desvalija a un viandante…
Hay, acaso, mucha diferencia?
Yo he robado también legalmente, hasta que Tú me salvaste.
Pero ni siquiera entonces habría secundado a los que te odian…
Es un joven.
Un ladrón.
Sí.
Un ladrón.
Una noche, que había ido hacia el Adomín a esperar a tres, como yo;
que venían de Efraím con ganado que habían comprado a menos precio…
Lo encontré apostado en una hoz.
Hablé con él…
Nunca he tenido familia;
pero creo que si hubiera tenido hijos les habría hablado de la misma manera,
para convencerlos de cambiar de vida.
Me explicó cómo y por qué se hizo ladrón.
Sí…
¡Cuántas veces los verdaderos culpables son los que parece que no hacen nada malo!…
Le dije:
“Deja de robar.
Si tienes hambre, hay un pan también para ti.
Te encontraré un trabajo honrado.
Dado que todavía no te has hecho homicida, detente, sálvate“
Y lo convencí.
Me dijo que se había quedado solo;
porque los otros habían sido comprados con mucho dinero por los que te odian.
Y ahora están preparados para crear tumultos, para declararse que son tuyos…
Para escandalizar al pueblo;
escondidos en las grutas del Cedrón, en los sepulcros;
hacia el Faselo en las cavernas del norte de la ciudad;
entre las tumbas de los Reyes y de los Jueces, en todas partes…
Qué pretenden hacer, Señor?
– Josué pudo detener el Sol…
Pero ellos a pesar de todos los medios, no podrán detener la Voluntad de Díos.
– ¡Tienen el dinero, Señor!
El Templo es rico.
Y para ellos no es korbán el oro ofrecido al Templo, si les sirve para triunfar.
– No tienen nada.
El Poder es mío, toda la fuerza es mía.
Su edificio caerá…
Como si fuera de hojas secadas por los vientos de otoño.
Y colocadas en forma de castillo por un niño…
No temas, Zaqueo.
Tu Jesús, SERÁ JESÚS.
– ¡Dios lo quiera, Señor!…
Nos llaman.
¡Vamos…!