512 El Hombre-Dios
512 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
427 Bartolomé instruye a Áurea Gala.
Son tan precoces las albas estivas…
Que breve es el tiempo que media entre el ocaso de la Luna y la aparición del primer albor.
De manera que, a pesar de que hayan caminado ligeros;
la fase más oscura de la noche los sorprende todavía en las cercanías de Cesárea.
Y tampoco da suficiente luz una rama encendida de un arbusto espinoso.
Es necesario hacer un alto…
Incluso porque la jovencita, menos acostumbrada que ellos a caminar de noche;
tropieza a menudo en las piedras medio sepultadas en la arena, del camino.
Caminan rápido y todavía está oscuro en las cercanías de Cesárea.
Jesús dice:
– Es mejor detenernos un poco.
Castañeteando los dientes, mezclando hebreo y latín en un nuevo idioma, para hacerse entender…
La niña responde rápida:
– No, no.
Si puedo…
Vámonos lejos, lejos, lejos…
Podría venir…
Por aquí pasamos para ir a esa casa.
Jesús trata de tranquilizarla:
– Iremos detrás de aquellos árboles y nadie nos verá.
No tengas miedo.
Bartolomé, para darle ánimos,
dice:
– No tengas miedo.
A estas horas, ese romano está debajo de la mesa, borracho como una cuba,
convertido en una sopa de vino…
Pedro agrega:
– Y estás con nosotros.
¡Todos te queremos!
No permitiremos que te hagan daño.
¡Oh! ¡Somos doce hombres fuertes!…
Pedro, que apenas es un poco más alto que ella.
Él tan corpulento, cuánto grácil y delicada es ella.
Él quemado por el sol y ella blanca como alabastro.
¡Pobre florecita que fue criada para ser solamente estimulante, valiosa, admirada y más preciosa!
Entonces se escucha la voz llena de amor de Juan…
La jovencita, a la última luz de la improvisada antorcha;
Levanta sus maravillosos ojos azul verde como reflejo del mar,
con dos limpios iris aún brillantes por el llanto vertido con el terror de poco antes…
Es recelosa, pero, no obstante, de ellos se fía…
Juan le dice:
– Eres una hermanita nuestra.
Y los hermanos defienden a sus hermanas.
Y cruza con ellos el arroyo seco que está pasado el camino.
Para entrar en una propiedad que termina allí en un tupido huerto.
Es noche oscura.
Cuando llegan a la arboleda,
se sientan y aguardan.
Los hombres se dormirían gustosos…
Pero a ella cualquier ruido la hace gritar.
Y el galope de un caballo la hace agarrarse convulsa al cuello de Bartolomé;
que quizás por parecer el más anciano, atrae su confianza y confidencia.
Por tanto es imposible dormir.
Bartolomé le dice:
– No tengas miedo.
Cuando uno está con Jesús, nunca sucede una desgracia.
La niña contesta temblando:
– ¿Por qué?
Mientras sigue todavía asida al cuello de Bartolomé.
– Porque Jesús es Dios en la tierra.
Y Dios es más fuerte que los hombres.
– ¿Dios?
¿Qué cosa es Dios?
Bartolomé exclama:
– ¡Pobre criatura!
Pero, ¿Cómo te educaron?
¿No te enseñaron nada?…
La niña contesta:
– Sí.
A conservar blanco el cutis.
brillante la cabellera.
A obedecer a los patrones.
A decir siempre que sí…
Pero yo no podía decir sí al romano…
Era feo y me daba miedo.
¡Todo el día tenía miedo!
En su casa siempre había unos ojos…
Siempre allí…
Cuando en el baño, en los vestidores dónde uno se viste;
en el cubiculum…
Siempre estaban unos ojos…
Y esas manos… ¡Oh!
¡Y si alguien no decía sí, era apaleado!…
Y comienza a llorar.
Jesús dice:
– No lo serás más.
¡Ya no recibirás más palos!
Ya no está el romano.
Ni están sus manos…
Lo que hay es la paz…
Felipe comenta:
– ¡Es una crueldad!
Cómo a bestias y peor todavía…
Porque a una bestia le enseñas su oficio.
Y los otros comentan:
– ¡Pero qué horror!
¡Como a animales de valor, no más que como a animales!
Y peor todavía…
Porque un animal sabe al menos que le enseñan a arar.
O a llevar la montura y el bocado porque ésa es su función.
Pero a esta criatura la lanzaron sin saber…
Ella responde:
– Si hubiese sabido, me hubiera arrojado al mar.
Él decía: ‘Te haré feliz…’
Zelote dice:
– De hecho te hizo feliz.
De una manera que nunca imaginó.
Feliz en la tierra y feliz en el Cielo.
conocer a Jesús, es la felicidad.
Hay un silencio en el que todos y cada uno,
meditan en las crueldades y los horrores del mundo.
Luego en voz baja, la niña le pregunta a Bartolomé:
– ¿Me puedes decir que es Dios?
¿Y por qué Él es Dios?…
Después de una pausa agrega:
– ¿Porque es hermoso y bueno?…
Bartolomé se siente atolondrado.
Se toma de la barba con perplejidad.
Y dice lleno de incertidumbre:
– Dios…
¿Cómo haré para enseñarte a ti, que no tienes ninguna idea de religión en tu cabeza?
¿Qué estás vacía de toda idea religiosa?
– ¿Religiosa?
¿Qué es?
Esto provoca otra pregunta todavía más complicada, para el abrumado apóstol:
– ¿Qué cosa es religión?
Bartolomé decide pedir auxilio:
– ¡Oh, que esto no me lo esperaba!…
¡Altísima Sabiduría!
¡Me siento como uno que se está ahogando en un gran mar!
¿Cómo me las arreglo ante esta sima?
¿Qué puedo hacer ante el abismo?
Jesús aconseja:
– Lo que te parece difícil, es muy sencillo Bartolomé.
Es un abismo, sí.
Pero vacío…
Y puedes llenarlo con la Verdad.
Peor es cuando los abismos están llenos de fango, veneno, serpientes.
Habla con la sencillez con que hablarías a un niño pequeño.
Y ella te entenderá mejor, como no lo haría un adulto.
Bartolomé pregunta:
– ¡Maestro!
¿Pero no podrías hacerlo Tú?
– Podría.
Pero la niña aceptará más fácilmente las palabras de un semejante suyo:
que las mías que son de Dios.
Y por otra parte es que…
Os encontraréis en lo futuro ante estos abismos y los llenaréis de Mí.
Debéis pues aprender a hacerlo.
– Es verdad.
Voy a intentarlo.
Lo probaré…
Después de pensarlo un poco, Bartolomé pregunta:
– Oye niña, ¿Te acuerdas de tu mamá?
Ella sonríe y contesta:
– Si, señor.
hace siete años que…
Que las flores florecen sin ella.
Pero antes estaba con ella.
– Está bien.
¿La recuerdas?
¿La amas?
Ella solloza con un:
– ¡Oh!
Y da un pequeño grito.
El acceso de llanto unido a la exclamación lo dice todo.
– ¡Pobre criatura!
No llores.
¡Pobre niña!
Escucha:
Oye, el amor que tienes por tu mamita…
– Y por mi papá y por mis hermanos… -contesta sollozando.
– Sí.
Por tu familia…
El amor por tu familia.
Los pensamientos que guardas por ella.
El deseo que tienes de regresar a ella…
– ¡Nunca más los veré…!
¡Ya nunca…!
– Pero todo es algo que podría llamarse religión de la familia.
Las religiones, las ideas religiosas son el amor…
El pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos;
a quienes amamos y anhelamos;
a quienes deseamos ver…
Ella señalando a Jesús,
pregunta:
– Si yo creo en ese Dios que está allí.
¿Tendré una religión?…
¡Es muy fácil!
Bartolomé está totalmente desorientado:
– ¡Bien!
¿Fácil qué cosa?…
¿Tener una religión o creer en ese Dios que está allí?
La niña dice convencida:
– En ambas cosas…
Porque fácilmente se cree en un Dios Bueno, como el que está allí.
El romano me nombraba muchos y juraba.
Decía:
‘¡Por la diosa Venus!
¡Por el dios Júpiter!
¡Por el dios Cupido!
Han de ser dioses malos, porque él hacía cosas malas cuando los invocaba.
Pedro comenta en voz baja:
– No es tan tonta la niña.
Ella dice:
– Pero yo no sé todavía que cosa es Dios.
Veo que es un hombre como tú…
Entonces es un Hombre- Dios.
¿Y cómo se hace para comprenderlo?
¿En qué aspecto es más fuerte que todos?
No tiene ni espada, ni siervos…
Bartolomé suplica:
– Maestro, ayúdame…
Jesús responde:
– No, Nathanael.
Enseñas muy bien.
– Lo dices porque eres bueno.
Busquemos otro modo de seguir adelante.
Se vuelve hacia la niña,
diciendo:
– Oye niña…
Oye niña, Dios no es hombre…
Él es como una luz, una mirada, un sonido tan grandes, que llenan el cielo y la tierra e iluminan todo.
Y todo lo ve, instruye todo y a todo da órdenes…
Y en todas las cosas manda…
– ¿También al romano?
Entonces no es un Dios bueno.
¡Tengo miedo!…
Bartolomé se apresura a aclarar:
– Dios es bueno y da órdenes buenas.
A los hombres les ha prohibido armar guerras, hacer esclavos;
arrebatar a las hijitas de sus madres y espantar a las niñas…
Pero los hombres no siempre escuchan las órdenes de Dios.
Ella dice:
– Pero tú, sí.
– Yo sí.
– Si es más fuerte que todos…
¿Por qué no se hace obedecer?
¿Y Cómo habla, si no es un hombre?
Bartolomé está perdido,
y exclama:
– ¡Dios…!
¡Oh, Maestro!…
Jesús dice:
– Sigue.
Sigue, Bartolomé.
Eres un maestro muy competente.
Sabes decir con gran simplicidad pensamientos muy profundos.
¿Y ahora ya no quieres seguir?…
¿Siendo un maestro tan sabio?
¿Y sabiendo decir con tanta sencillez los más altos pensamientos, tienes miedo?
¿No sabes que el Espíritu Santo está en los labios de los que enseñan la Justicia?
Bartolomé argumenta:
– Parece fácil cuando se te escucha.
Todas tus palabras están aquí dentro.
¡Pero sacarlas afuera cuando se debe hacer lo que Tú haces!…
¡Oh, miseria de nosotros los humanos!
¡Maestros inútiles!
¡Ay, míseros de nosotros, pobres hombres!
¡Qué maestros de tres al cuarto!
– El reconocer la nulidad propia,
predispone el corazón a la enseñanza del Espíritu Paráclito…
– Está bien, Maestro…
De todas formas vamos a intentar seguir adelante.
Se vuelve hacia ella, mirándola con ternura,
diciendo:
– Escucha, niña…
Dios es fuerte, fortísimo.
Más que César.
Más que todos los hombres juntos con sus ejércitos y sus máquinas de guerra…
Pero no es un amo despiadado que haga decir siempre que sí…
so pena del azote para quien no lo dice.
Dios es un Padre.
¿Te quería mucho tu padre?
– ¡Mucho!
Me puso por nombre Áurea Gala, porque el oro es precioso.
Y Galia es mi patria.
Y decía que me amaba más que el oro que en otro tiempo tuvo…
Y más que a la patria…
– ¿Te azotó tu padre?
Áurea Gala contesta:
– No. Jamás.
Cuando no me portaba bien, me decía:
‘Pobrecita hija mía’ y lloraba.
– ¡Eso!
Así hace Dios.
Es Padre, nos ama y llora si somos malos.
Pero no nos obliga a obedecerle.
Pero el que decide ser malo, un día será castigado con suplicios horrendos…
– ¡Oh, qué bueno!
El dueño que me arrebató de mi madre y me llevó a la isla.
Y también el romano, irán a los suplicios.
¿Y lo veré?…
Esto es demasiado para el pobre Nathanael,
que contesta:
– Tú verás de cerca a Dios, si crees en Él y eres buena.
Y para ser buena no debes odiar ni siquiera al romano.
– ¿No?
¿Y cómo lograrlo?
– Rogando por él.
– ¿Qué es rogar?
– Hablar con Dios diciéndole que lo amamos.
Y pidiéndole lo que necesitamos…
Ella llevada por su coraje, con salvaje vehemencia,
exclama apasionadamente:
– Pero, ¡Yo quiero que mis dueños tengan una mala muerte!
Bartolomé objeta:
– No.
No debes…
Jesús no te amará si dices así.
– ¿Por qué?
– Porque no se debe odiar a quien nos ha hecho el mal.
– Pero no puedo amarlos.
– Pero puedes por ahora no pensar en ellos.
Trata de olvidarlos…
Luego, cuando Dios te instruya más…
Rogarás por ellos.
Decíamos pues, que Dios es Poderoso, pero deja a sus hijos en libertad de obrar.
Ella pregunta:
– ¿Yo soy hija de Dios?…
¿Tengo dos padres?…
¿Cuántos hijos tiene Dios?…
Bartolomé contesta:
– Todos los hombres son hijos de Dios, porque han sido hechos por Él.
¿Ves las estrellas allá arriba?
Las ha hecho Él.
¿Y estos árboles?
Los ha hecho Él.
¿Y la tierra donde estamos sentados?
¿Y aquel pájaro que canta?
¿Y el mar con su grandeza?
¡TODO!
¡Y a todos los hombres!
Y los hombres son más hijos que todo, porque son hijos por una cosa que se llama alma…
Y que es luz, sonido, mirada, no grandes como su luz, su sonido, su mirada, que llenan el Cielo y la Tierra;
pero hermosos de todas formas.
Y que no mueren nunca, como tampoco muere Él.
Porque es una partecita de Dios que es inmortal como Él.
– ¿Dónde está el alma?
¿Tengo yo también un alma?
– Sí.
En tu corazón.
Y es la que te ha hecho comprender que el romano era malo.
Y ciertamente no te hará desear ser como él.
¿No es verdad?
– Sí…
Áurea reflexiona después del titubeante si…
Y luego con firmeza dice:
– ¡Sí!
Era como una voz de dentro y una necesidad de que alguien me auxiliara…
Y con otra voz aquí dentro – pero esta era mía – llamaba a mi mamá…
Porque no sabía que existía Dios, que existía Jesús…
Si lo hubiera sabido, le habría llamado a Él con aquella voz que tenía aquí dentro.
Jesús interviene:
– Has comprendido bien, niña.
Y crecerás en la Luz.
Yo te lo aseguro.
Cree en el Dios verdadero.
Escucha la voz de tu alma alma en la que no existe todavía una sabiduría adquirida,
pero en la que tampoco existe mala voluntad…
Y encontrarás en Dios a un Padre.
Y en la muerte, que es un paso de la tierra al Cielo para los que creen en el Dios Verdadero y son buenos…
Encontrarás un lugar en el Cielo cerca de tu Señor.
Como ella se ha arrodillado delante de Él,
Jesús le pone su mano sobre la cabeza.
Áurea dice:
– Cerca de Ti.
¡Qué bien se siente uno al estar contigo!
No te separes de mí, Jesús…
Ahora sé Quién Eres y por eso me arrodillo.
En Cesárea tuve miedo de hacerlo…
Me parecías sólo un hombre…
Ahora sé que Eres Dios escondido en un Hombre.
Y que para mí eres un Padre y un Protector…
Jesús agrega:
– Y Salvador, Áurea Gala.
Ella exclama jubilosa:
– Y Salvador.
¡Sí! Me salvaste…
– Y te salvaré más.
Tendrás un nombre nuevo…
– ¿Me quitas el nombre que me dio mi padre?
El amo en la isla me llamaba Aurea Quintilia, porque nos dividían por color y por número.
Porque yo era la quinta rubia así…
Pero ¿Por qué no me dejas el nombre que me dio mi padre?
– No te lo quito.
Llevarás, añadido a tu antiguo nombre, el nombre nuevo, eterno».
– ¿Cuál?
– Cristiana.
Porque Cristo te salvó…
Comienza a alborear.
Vámonos.
Jesús se vuelve hacia su más anciano apóstol,
y agrega:
– ¿Ves Nathanael qué es fácil hablar de Dios a los abismos vacíos?
Hablaste muy bien.
La niña se instruirá fácilmente.
Se formará rápidamente en la Verdad.
Y ordena con suavidad:
– Sigue adelante con mis hermanos Áurea…
La niña obedece pero con temor.
Preferiría quedarse con Bartolomé, el cual comprende todo…
El apóstol le dice:
– Voy enseguida.
Vete…
Obedece.
509 El Profeta Romano
509 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
426a Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
Jesús tiene un aspecto serio y pálido…
Y dice con una sonrisa de disculpa:
– No es un lugar apropiado para ustedes.
Pero no dispongo de otra cosa.
Ellas se quitan el velo y el manto.
Y se descubre que son Plautina, Livia, Valeria y la liberta Álbula Domitila.
Plautina responde:
– No vemos al lugar, sino Al que en estos momentos está en él.
Jesús sonríe y dice:
– Por esto entiendo que pese a todo;
todavía me consideráis como a un hombre justo.
– Y más que eso.
Y Claudia nos manda precisamente porque cree que eres más que un justo.
Y no toma en cuenta lo que se oyó…
Pero quiere tu confirmación al respecto, para tributarte doble veneración.
Y hacerlo con mayor razón.
– O para no hacerlo si me muestro a ella como quisieron pintarme.
Pero decidle que no hay nada de eso.
No tengo miras humanas.
Mi Ministerio y mi deseo es tan solo sobrenatural.
Y nada más.
Quiero, sí; reunir a todos los hombres en un solo reino.
¿A qué hombres?
¿A los que están hechos de carne y sangre?
¡No!
Eso lo dejo, materia frágil, cosa corruptible…
A las monarquías que pasan;
a los reinos que se tambalean.
Quiero reunir bajo mi único cetro, sólo los corazones de los hombres;
espíritus inmortales en un reino inmortal.
Cualquier otra versión la rechazo como contraria a mi Voluntad.
Quienquiera que sea que la haya dado.
Y os ruego que creáis y que digáis a quien os envía;
que la Verdad tiene solamente una palabra…
– Tu apóstol habló con mucha seguridad.
– Es un muchacho exaltado…
Y como a tal hay que escucharlo.
Plautina dice enojada:
– ¡Pero te hace daño. !
¡Repréndelo!
¡Despídelo!
Regáñalo…
Arrójalo de Ti…
– ¿Entonces dónde estaría mi misericordia?
Él lo hace llevado de un amor equivocado.
¿No debo acaso compadecerlo?
¿Y qué cambiará si lo arrojo de Mí?
Se haría doble mal a sí mismo y me haría doble mal a Mí.
– ¡Entonces para ti es como una bola atada al pie!…
Como una zancadilla constante…
– Es para Mí un infeliz a quién tengo que redimir…
Plautina cae de rodillas con los brazos extendidos,
diciendo:
– ¡Ah!
¡Maestro más grande que cualquier otro!
¡Qué fácil es tenerte por Santo, cuando se siente tu corazón en tus palabras!
¡Qué fácil es amarte y seguirte,
debido a esta caridad tuya, que es mayor que tu inteligencia!
Jesús objeta:
– No mayor.
Sino que es más asequible y comprensible a vosotros…
Que tenéis vuestro intelecto estorbado por demasiados errores…
Y no tenéis la generosidad de despojarlo de todo…
Para acoger la Verdad.
Livia dice:
– Tenéis razón.
Eres tan adivino como sabio.
– La sabiduría, porque es una forma de santidad…
Da siempre luminosidad de juicio…
Ya sobre hechos pasados o presentes, ya sobre premoniciones…
Bien se trate de cosas.
O bien de la advertencia previa a hechos futuros.
– Por esto vuestros profetas…
– Eran unos santos.
Dios se comunicaba a ellos con una gran plenitud.
– ¿Eran santos porque eran de Israel?
– Por eso y porque fueron justos en sus acciones.
Pues no todo Israel es y ha sido santo, pese a ser Israel.
No es el pertenecer por casualidad a un pueblo o a una religión,
lo que puede hacer santos a los hombres.
Estas dos cosas pueden ayudar grandemente a serlo.
Pero no son el factor absoluto de la santidad.
– ¿Cuál es ese factor?
– La voluntad del hombre.
La voluntad que hace que las acciones del hombre sean santas, si es buena.
Perversas, si es mala.
– Entonces entre nosotros puede ser que haya justos.
– Así es.
Y no cabe duda de que entre vuestro antepasados hubo justos.
Y los hay entre los que viven actualmente.
Porque sería muy horrible que todo el mundo pagano, perteneciese a los demonios.
Quienes de entre vosotros se sienten atraídos hacia el Bien y la Verdad.
Sienten repugnancia hacia el vicio y la degradación que produce…
Y huyen de él y de las malas acciones que envilecen al hombre.
Creedme que estáis ya en el sendero de la justicia.
– Entonces Claudia…
– Sí.
Y vosotras también…
Perseverad.
– Pero…
¿Si muriéramos antes de convertirnos a Tí?
¿Para qué serviría el haber sido virtuosas?
– Dios es justo en el juzgar.
Pero, ¿Por qué aplazar el ingreso al Reino?
¿Por qué debéis dar la espalda al Dios Verdadero?
Las tres bajan la cabeza.
Sigue un silencio…
Y luego hacen la confesión que dará la clave de la crueldad romana…
Y su resistencia al cristianismo:
– Porque nos parece que al hacerlo, traicionaríamos a la patria.
– Al revés.
La serviríais.
Pues la haríais moral y espiritualmente más grande.
Porque tendría la FUERZA, con la posesión y protección de Dios;
además de su ejército y sus riquezas.
Roma la Urbe del Mundo;
la Urbe de la Religión Universal…
Pensadlo…
Un silencio.
Luego Livia, encendida como una llama,
dice:
– Maestro, hace tiempo te buscábamos a Tí, aun en los escritos de nuestro Virgilio.
Porque para nosotros tienen más valor las…
Profecías de los completamente vírgenes respecto a la fe de Israel,
que las de vuestros profetas…
En los cuales podemos ver la sugestión de creencias milenarias…
Y hemos discutido de ello…
Comparando las diversas personas que en todo tiempo, nación y religión, te han presentido.
Pero ninguno te sintió con tanta exactitud como nuestro Virgilio…
porque nadie mejor que él te presagió…
¡Cuánto hablamos aquel día con Diomedes el liberto griego…
astrólogo a quién quiere mucho Claudia!
El sostuvo que esto sucedió porque los tiempos eran más cercanos.
Y los astros lo decían con sus conjunciones…
Pero no nos convenció, porque…
En más de cincuenta años ningún otro sabio de todo el mundo ha hablado de Ti por noticia de los astros…
A pesar de estar más próximos aún a tu manifestación actual.
Para apoyar su tesis adujo el hecho de los tres Sabios de los tres países de Oriente,
que vinieron a adorarte cuando eras un infante.
Y con ello provocaron la matanza de la que la misma Roma se horrorizó;
pues cuando se supo, Augusto dijo:
‘Que Herodes era un cerdo sediento de sangre…’
Claudia exclamó: “
¡Hace falta el Maestro!
Nos diría la verdad.
Y el destino de nuestro más grande poeta…
Querrías decirnos para Claudia…
Algo que nos muestre que no estás irritado contra ella.
– He comprendido su reacción de romana.
Y no le guardo ningún rencor.
Decidle que esté tranquila.
Y escuchad:
Virgilio no fue grande solo como poeta.
¿No es así?
– ¡Oh, no!
También lo fue como hombre.
En medio de una sociedad que estaba corrompida y viciada…
Fue un faro de pureza espiritual.
Nadie lo vio lujurioso, ni amante de orgías, ni de costumbres licenciosas.
Sus escritos son castos y mucho más casto fue su corazón.
Tanto es así que en los lugares donde vivió, se le llamó ‘La doncella’,
para vergüenza de los viciosos y veneración de los buenos.
– ¿Y en el alma pura de un hombre casto, no habrá podido reflejarse Dios…
aun cuando ese hombre fuese pagano?
La Virtud Perfecta, ¿No habrá amado al virtuoso?
Y si se le concedió amar y ver la Verdad debido a la belleza pura de su corazón…
¿No podrá haber tenido un fulgor de profecía?
¿De una profecía que no es más que la Verdad que se descubre…
a quién merece conocerla como premio e incentivo para una virtud mayor?
– ¡Entonces profetizó de Ti!
– Su inteligencia prendida en la pureza y en el genio;
logró ascender y conocer una página que se refiere a Mí.
Y puede llamársele al poeta pagano y justo…
Un hombre dotado de espíritu profético y anterior a Mí, por premio de sus virtudes.
Valeria y Plautina exclaman,
preguntando:
– ¡Oh, nuestro Virgilio!
– ¿Y tendrá algún premio?
– Ya lo dije.
Dios es justo.
Pero vosotras no imitéis al poeta, deteniéndoos hasta donde él llegó.
Avanzad…
Porque la Verdad, no se os ha mostrado por intuición y en parte;
sino completa…
Y os ha hablado.
Plautina sin dar respuesta,
dice:
– Gracias, Maestro.
Nos retiramos.
Claudia nos dijo que te preguntásemos si te puede ser útil en asuntos morales.
– Y os mandó que me preguntaseis si soy un usurpador…
– ¡Oh, Maestro!
¿Cómo lo sabes?
– ¡Soy más que Virgilio y que los profetas!…
– ¡Es verdad!
¡Todo es verdad!
¿Podemos servirte?
77 EL SEGUNDO MANDAMIENTO
77 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús no está. Hay un gran desconcierto entre los discípulos. Su agitación es tanta, que parecen un enjambre provocado.
Hablan, miran fuera nerviosamente, hacia todas partes…
Finalmente toman una decisión respecto a lo que los tiene agitados.
Pedro ordena a Juan:
– Vete a buscar al Maestro. Está en el bosque junto al río. Dile que venga pronto para que diga lo que debemos hacer.
Juan va a la carrera.
Judas de Keriot, dice:
– No entiendo por qué tanta confusión y tanta descortesía.
Yo habría ido y lo habría recibido con todos los honores. Es un honor suyo y también para nosotros. Así pues…
Pedro advierte.
– Yo no sé nada.
Él será diferente a su pariente… pero a quién está con hienas se le pega el olor y el instinto.
Por lo demás, tú querrías que se fuese aquella mujer… ¡Pero ten cuidado! El Maestro no quiere y yo la tengo bajo mi protección.
Si la tocas… ¡Yo no soy el Maestro! Te lo digo para tu conducta futura.
Judas dice con ironía:
– ¡Hummm! ¿Quién es pues? ¿Tal vez la bella Herodías?
– ¡No te hagas el gracioso!
– Si me hago el gracioso es por tí.
Has creado en torno a ella una guardia real, como si se tratara de una reina…
– El Maestro me dijo: ‘Procura que no se le perturbe y respétala’ Y eso es lo que hago.
Tomás pregunta:
– ¿Pero quién es? ¿Lo sabes?
Pedro dice:
– Yo no.
Varios insisten:
– ¡Ea! ¡Dilo! ¡Tú lo sabes!
– Os juro que no sé nada. El Maestro lo sabe. Pero yo no.
– Hay que preguntárselo a Juan. A él le dice todo.
Judas pregunta:
– ¿Por qué? ¿Qué cosa especial tiene Juan? ¿Es acaso un dios tu hermano?
Santiago de Zebedeo responde:
– No, Judas. Es el más bueno de nosotros.
Santiago de Alfeo dice:
– Por mí ni me preocupo.
Ayer mi hermano la vio cuando salía del río con el pescado que le había dado Andrés y se lo preguntó a Jesús.
Él respondió: ‘Tadeo. No tiene cara. Es un espíritu que busca a Dios. Para Mí no se trata de otra cosa y así quiero que sea para todos.’
Y lo dijo en tal forma: ‘Quiero’ que os aconsejo de no insistir.
Judas de Keriot dice:
– Yo voy a donde está ella.
Pedro se enciende como un gallo de pelea y replica:
– ¡Haz la prueba! Si eres capaz…
– ¿La harás de espía para acusarme con Jesús?
– Dejo ese encargo a los del Templo.
Nosotros los del lago ganamos el pan con el trabajo y no con la delación. No tengas miedo de que Simón de Jonás la haga de espía.
Pero no me provoques y no te atrevas a desobedecer al Maestro, porque yo soy…
– ¿Y quién eres tú? ¡Un pobre hombre como yo!
– Sí, señor. al revés.
Más pobre, más ignorante, más vulgar que tú. Y no me avergüenzo. Me avergonzaría si fuese igual a ti en el corazón.
El Maestro me confió este encargo y yo lo hago.
– ¿Igual a mí en el corazón? Y…
¿Qué cosa hay en mi corazón que te causa asco? ¡Habla! ¡Acusa! ¡Ofende!…
Bartolomé interviene:
– ¡Judas! ¡Cállate! Respeta las canas de Pedro.
– Respeto a todos. Pero quiero saber qué cosa hay en mí…
Pedro estalla:
– Al punto eres servido.
Déjame hablar… hay tanta soberbia que con ella se puede llenar esta cocina. Hay falsedad y hay lujuria.
Judas casi se ahoga:
– ¿Yo falso?…
Todos se interponen y Judas debe callar.
Simón, con calma dice a Pedro:
– Perdona amigo, si te digo una cosa.
Él tiene defectos, pero tú también los tienes. Y uno de ellos es el de no compadecer a los jóvenes. ¿Por qué no tomas en cuenta la edad? ¿El nacimiento y… tantas otras cosas?
Mira. Tú obras por amor a Jesús. Pero, ¿No has notado que estas disputas le causan hastío? A él no le digo nada. –señala a Judas- pero a ti, sí.
Porque eres un hombre maduro y muy sincero, te hago esta súplica:
¡Él tiene tantas penas por sus enemigos y dárselas también nosotros! Hay tantas guerras a su alrededor. ¿Por qué provocar otra en su nido?
Tadeo confirma:
– Es verdad. Jesús está triste y ha adelgazado.
En las noches oigo que da vueltas en su cama y suspira. Hace algunos días, me levanté y ví que lloraba, orando.
Le pregunté: ‘¿Qué te pasa?’ Él me abrazó y me dijo: ‘Quiéreme mucho. ¡Qué fatigoso es ser ‘Redentor’!
Felipe agrega:
– También yo me di cuenta de que había llorado en el bosque junto al río.
Y a mi mirada interrogante respondió: ‘¿Sabes qué diferencia hay entre el Cielo y la Tierra, además de no ver a Dios?
Es la falta de amor entre los hombres. Me estrangula como una soga.
He venido a darles granos a los pajaritos, para que me amen los seres que se aman.’
Escuchar todo esto, resquebraja por un momento el gran egoísmo de Judas.
Siente una oleada de amor por su Maestro y el conocer su sufrimiento, se le clava como un puñal en su corazón.
Y se deja caer, llorando como un niño.
Y en ese preciso momento, entra Jesús con Juan:
– Pero, ¿Qué sucede? ¿Por qué ese llanto?
Pedro responde:
– Por mi culpa, Maestro. Cometí un error. Regañé a Judas muy duramente.
Judas replica entre sollozos:
– No… yo… yo… el culpable soy yo.
Yo soy el que te causa dolor. No soy bueno… Perturbo… Pero, ¡Ayúdame a ser bueno! Porque tengo algo aquí en el corazón…
Algo que no comprendo… que me obliga a hacer cosas que no quiero hacer. Es más fuerte que yo.
Y te causo dolor a Ti, Maestro; al que debería dar gozo. Créelo; no es falsedad.
Jesús dice:
– Sí, Judas. No lo dudo.
Viniste a Mí, con sinceridad de corazón; con verdadero entusiasmo. Pero eres joven…
Nadie. Ni siquiera tú mismo te conoces como Yo te conozco. ¡Ea! ¡Levántate y ven aquí!
Luego hablaremos los dos solos. Mientras tanto, hablemos de aquello por lo que me mandasteis llamar.
¿Qué hay de malo en que venga Mannaém?
¿No puede un hermano de leche de Herodes, tener sed del Dios Verdadero?
¿Tenéis miedo por Mí? Tened fe en mi palabra. Este hombre ha venido con fines honestos.
Pedro:
– ¿Entonces por qué no se dio a conocer?
Jesús:
– Precisamente porque viene como un ‘alma’; no como hermano de Herodes.
Se ha envuelto en el silencio, porque piensa que ante la Palabra de Dios, no existe el parentesco con un rey. Respetaremos su silencio.
Andrés:
– Pero si por el contrario… ¿Él lo envió?
– ¿Quién?… ¿Herodes?… No. No tengáis miedo.
Tadeo:
– ¿Quién lo manda entonces?
Santiago:
– ¿Cómo se ha informado de Ti?
– Es discípulo de mi primo Juan.
Id y sed con él corteses; como con los demás. Id. Yo me quedo con Judas.
Los discípulos se van.
Jesús mira a Judas, que está todavía lloroso y le pregunta:
– ¿Y? ¿No tienes nada que decirme?
Yo sé todo lo tuyo. Pero quiero saberlo por ti. ¿Por qué ese llanto? Y sobre todo, ¿Por qué ese desequilibrio, que te tiene siempre tan descontento?
– ¡Oh, sí Maestro! Lo dijiste.
Soy celoso por naturaleza. Tú sabes que así es… Y sufro al ver que… Al ver tantas cosas.
Esto me saca de quicio, porque soy injusto. Y me hago malo, aun cuando no quisiera. No…
– ¡Pero no llores de nuevo!
¿De qué estas celoso? Acostúmbrate a hablar con tu verdadera alma. Hablas mucho. Hasta demasiado…
Pero, ¿Con quién? Con el instinto y con tu mente. Tomas un fatigoso y continuo trabajo, para decir lo que quieres decir: hablo por ti. De tu ‘yo’.
Porque cuando tienes que hablar de otros y a otros, no te pones cortapisas, ni límites. Y lo mismo haces con tu carne.
Ella es un caballo bronco. Pareces un jinete a quien el jefe de las carreras, le hubiese dado dos caballos locos para hacer el paso de la muerte…
Uno es el sentido. Y el otro… ¿Quieres saber cuál es el otro? ¿Sí?…
Judas asiente con la cabeza.
Jesús continúa:
– Es el error que no quieres domar.
Tú… Jinete capaz pero imprudente. Te fías de tu capacidad y crees que basta.
Quieres llegar primero… no pierdes tiempo ni siquiera para cambiar de caballo.
Antes bien, los espoleas y pinchas. Quieres ser el ‘vencedor’… quieres aplauso.
¿Acaso no sabes que la victoria es segura cuando se conquista con constante, paciente y prudente trabajo?…
Habla con tu alma. De allí es de donde quiero que salga tu confesión. O, ¿Debo decirte lo que hay dentro?
Cuando se tiene una posesión demoníaca perfecta, Satanás es el Huésped dentro de nuestro corazón y la tragedia más grande de Jesús, es que Él ve con Quién está dialogando y lo tiene que mantener dentro de su círculo íntimo a pesar de ser su más grande Adversario…
Una sombra cruza por la mirada de Judas antes de responder:
– Veo que también Tú no eres justo. Y no eres firme y esto me hace sufrir.
– ¿Por qué me acusas? ¿En qué he faltado a tus ojos?
– Cuando quise llevarte con mis amigos, no te gustó.
Y dijiste: ‘Prefiero estar entre los humildes.’ Luego Simón y Lázaro te dijeron que era bueno que te pusieras bajo la protección de un poderoso y aceptaste.
Tú das preferencia a Pedro, a Simón, a Juan. Tú…
– ¿Qué otra cosa?
– Nada más, Jesús.
– Nubecillas… pompas de espuma.
Me das compasión porque eres un desgraciado que te torturas, pudiendo alegrarte.
¿Puedes decir que este lugar es de lujo? ¿Puedes decir que no hubo una razón poderosa que me obligó a aceptarlo?…
¿Si Sión no me hubiera arrojado, estaría refugiado en un lugar de asilo?
– No.
– ¿Entonces cómo puedes decir que no te trato como a los demás?
¿Puedes decir que he sido duro contigo cuando has faltado? Tú no fuiste sincero… las vides… ¿Qué nombre tenían esas vides?…
No fuiste complaciente con quién sufría y se redimía. Ni siquiera fuiste respetuoso conmigo. Y los otros lo vieron.
Y con todo; una sola voz se levanta incansable en tu defensa: la mía. Los demás tendrían el derecho de estar celosos.
Porque si ha Habido uno que fuera preferido y protegido, eres tú.
Judas, avergonzado y conmovido, llora.
– Me voy.
Es la hora en que soy de todos. Tú quédate y reflexiona…
– Perdóname, Maestro.
No podré tener paz, si no tengo tu perdón. No estés triste por mi causa. Soy un muchacho malvado… Amo y atormento…
Así sucedía con mi madre. Así es ahora contigo. Y así será con mi esposa, si algún día me caso… creo que sería mejor que me muriese.
– Sería mejor que te enmendases.
Estás perdonado. ¡Hasta luego!
Jesús sale.
Afuera está Pedro, que le dice:
– Ven, Maestro. Ya es tarde.
Hay mucha gente. Dentro de poco se pondrá el sol. Y no has comido. Ese muchacho es causa de todo.
– ‘Ese muchacho’ Tiene necesidad de todos vosotros para no ser el causante de estas cosas.
Procura recordarlo, Pedro. Si fuese tu hijo, ¿Lo compadecerías?
– ¡Uhmmm! Sí y no.
Lo compadecería. Pero le enseñaría también algunas cosas. Aunque fuese adulto le enseñaría como a un jovencillo mal educado.
Bueno… si fuese mi hijo, no sería así…
– ¡Basta!
– Sí, ¡Basta, Señor mío!
Mira, allí está Mannaém. Es el que tiene el manto rojo muy oscuro, que parece casi negro.
Me dio esto para los pobres. Y me preguntó que si podía quedarse a dormir.
– ¿Qué respondiste?
– La verdad. ‘No hay más que para nosotros…’
Jesús no dice nada. Deja a Pedro y va a dónde está Juan y le dice algo en voz baja.
Luego, ya en su puesto, comienza a hablar:
– La paz esté con todos vosotros, y con ella descienda sobre vosotros luz y santidad.
Está escrito: “No profieras en vano mi Nombre”.
¿Cuándo se le toma en vano? ¿Sólo cuando se le blasfema? No. También cuando uno lo profiere sin ser digno de Dios.
¿Puede un hijo decir: `Amo y honro a mi padre”, si luego, a todo lo que el padre desea de él opone una acción contraria?
No es diciendo: “padre, padre” como se le ama. No es diciendo: “Dios, Dios”, como se ama al Señor.
‘En Israel, que – como he explicado anteayer – tiene tantos ídolos en el secreto de los corazones, existe también un hipócrita alabar a Dios, un alabar que no queda corroborado por las obras de quienes lo hacen.
Hay en Israel también una tendencia: la de descubrir muchos pecados en las cosas externas y no querer encontrarlos donde realmente existen, en las cosas internas.
Tiene también Israel una necia soberbia, un antihumano y antiespiritual hábito: el de estimar blasfemia el Nombre de nuestro Dios pronunciado por labios paganos,
llegando a prohibirles a los gentiles el acercarse al Dios verdadero porque se considera sacrilegio. Así ha sido hasta ahora; cese ya.
El Dios de Israel es el mismo Dios que ha creado a todos los hombres. ¿Por qué impedir que los seres creados sientan la atracción de su Creador?
¿Creéis que los paganos no sienten algo en el fondo dei corazón, una insatisfacción que grita, que se agita, que busca?; ¿A quién?, ¿A qué?: al Dios desconocido.
¿Y pensáis que si un pagano orienta su propio ser hacia el altar del Dios desconocido, hacia ese altar incorpóreo que es el alma en que siempre hay un recuerdo de su Creador, el alma que espera ser poseída por la gloria de Dios,
como lo fue el Tabernáculo erigido por Moisés según la orden recibida y que llora hasta no quedar poseída, pensáis que Dios rechaza su ofrecimiento como si de una profanación se tratase?
¿Y creéis que es pecado ese acto, suscitado por un honesto deseo del alma que, despertada por celestes llamadas, dice “voy” al Dios que le está diciendo “ven”?
¿Mientras que por el contrario sería santidad el corrompido culto de un Israel que ofrece al Templo lo que tras haber gozado le sobra,
y entra a la presencia de Dios y lo nombra, al Purísimo, con alma y cuerpo que no son sino toda una gusanera de culpas?
No. En verdad os digo que es en ese israelita, que con alma impura pronuncia en vano el Nombre de Dios, donde se da la perfección del sacrilegio.
Es pronunciarlo en vano cuando – y estúpidos no sois – cuando, por el estado de vuestra alma sabéis que lo pronunciáis inútilmente.
¡Oh, verdaderamente veo el rostro indignado de Dios, volviéndose hacia otra parte con disgusto, cuando un hipócrita lo llama, cuando lo nombra un impenitente!
Y siento terror de ello, Yo que no merezco ese enojo divino.
Leo en más de un corazón este pensamiento:
“Pero entonces, aparte de los niños, ninguno podrá invocar a Dios, dado que en todas partes en el hombre hay impureza y pecado”.
No. No digáis eso. Son los pecadores quienes deben invocar ese Nombre.
Deben invocarlo quienes se sienten estrangulados por Satanás y quieren liberarse del pecado y del Seductor.
Quieren. He aquí lo que transforma el sacrilegio en rito. Querer curarse.
Llamar al Poderoso para ser perdonados y para ser curados. Invocarlo para poner en fuga al Seductor.
Está escrito en el Génesis que la Serpiente tentó a Eva en el momento en que el Señor no paseaba por el Edén.
Si Dios hubiera estado en el Edén, Satanás no habría podido estar. Si Eva hubiera invocado a Dios, Satanás habría huido.
Tened siempre en el corazón este pensamiento. Y llamad con sinceridad al Señor. Ese Nombre es salvación. Muchos de vosotros quieren bajar a purificarse.
Purificaos primero el corazón, incesantemente, escribiendo en él, con el amor, la palabra “Dios”.
No con engañosas oraciones o con prácticas consuetudinarias, sino con el corazón, con el pensamiento, con los actos, con todo vosotros mismos, pronunciad ese Nombre: Dios.
Pronunciadlo para no estar solos, pronunciadlo para ser sostenidos, pronunciadlo para ser perdonados. Comprended el significado de la palabra del Dios del Sinaí:
“En vano” es cuando decir “Dios” no supone una transformación en bien; y entonces, es pecado.
“En vano” no es cuando, como el latido de sangre en el corazón, cada minuto de vuestro día, y toda acción vuestra honesta, toda necesidad, tentación, todo dolor os trae a los labios la filial palabra de amor:”¡Ven, Dios mío!”.
Entonces, en verdad, no pecáis nombrando el Nombre santo de Dios.
Marchad. La paz sea con vosotros.
No hay ningún enfermo.
Jesús permanece con los brazos cruzados apoyado contra la pared, bajo el techado en que ya descienden las sombras.
Cuando termina, no hay ningún enfermo. Jesús se queda con los brazos cruzados y mira a los que se van yendo, después de que los ha despedido y bendecido.
El hombre vestido de rojo oscuro, parece que no sabe qué hacer.
Jesús no lo pierde de vista, cuando lo ve que se dirige hacia su caballo, lo alcanza y le pregunta:
– ¡Oye! Espérame. Ya va anochecer. ¿Tienes dónde dormir? ¿Vienes de lejos? ¿Estás solo?
El hombre contesta titubeante:
– De muy lejos… Y me iré. No sé… si en el poblado encontraré… o hasta Jericó. Allí dejé la escolta en la que no confiaba.
Jesús le dice:
– No. Te ofrezco mi cama. Ya está lista. ¿Tienes que comer?
– No tengo nada. Creí que este lugar sería más hospitalario.
– No falta nada.
– Nada. Ni siquiera el odio contra Herodes. ¿Sabes quién soy?
– Los que me buscan tienen un solo nombre: ‘Hermanos, en el Nombre de Dios’. Ven. Juntos compartiremos el pan. Puedes llevar el caballo a aquel galerón. Yo dormiré allí y te lo cuidaré.
– No. Esto jamás. Yo dormiré ahí. Acepto el pan; pero no más. No pondré mi sucio cuerpo donde Tú pones el tuyo, que es santo.
– ¿Me crees santo?
– Sé que eres santo. Juan, Cusa, tus obras… tus palabras.
El palacio real es como una concha que conserva el rumor del mar. Yo iba a donde estaba Juan… Y luego lo perdí.
Él me dijo: ‘Uno que es más santo que yo, te recogerá y te elevará’ no podrías ser otro, sino Tú.
Vine en cuanto supe en dónde estabas.
Zelote regresa del río, después de bautizar y Jesús bendice a los últimos bautizados.
Luego le dice:
– Esta persona, es el peregrino que busca refugio en el Nombre de Dios. Y en el Nombre de Dios lo saludamos como amigo.
Simón se inclina y el hombre también.
Entran en el galerón y Mannaém amarra el hermosísimo caballo blanco, con gualdrapas de color rojo que penden de la silla, adornadas con plata, en el pesebre.
Juan acude con hierba y un cubo con agua.
Acude Pedro también, con una lámpara de aceite, porque ya está oscuro.
Mannaém dice:
– Aquí estaré muy bien. Dios os lo pague.
Jesús le pone la mano en el hombro y le dice:
– Ven amigo mío. Vamos a compartir el pan…
Luego entran todos en la cocina, donde arde una tea y se reúnen para cenar…
EL VERDADERO TEMPLO
Jesús está con sus apóstoles y sus discípulos, después de haber descansado en este arduo miércoles de Pascua.
Mannaém llega y se excusa porque no puede estar con Él y que al día siguiente no podrá ir al Templo y estar a su lado, porque tiene que estar en su palacio y arreglar unos asuntos muy importantes que tiene pendientes.
Y al decirlo mira fijamente a Pedro y a Simón.
Pedro hace una casi imperceptible señal con la cabeza, como diciendo: ‘Comprendido’
Salen del jardín real. El sol declina hacia su crepúsculo, pero todavía hace calor. Matías, el discípulo pastor, se acerca al Maestro y…
Matías le pregunta:
– Señor y Maestro mío, mis compañeros y yo hemos meditado mucho en tus palabras y si hemos entendido bien, predices que muchas cosas cambiarán aunque la Ley quede inmutable. Que se deberá edificar un nuevo Templo con nuevos profetas, doctores y escribas, contra el que se trabarán batallas y no morirá. Mientras que éste, si es que entendemos bien; está destinado a desaparecer…
Jesús responde:
– Lo está. Recuerda la profecía de Daniel…(cap. 9)
– Dijiste ayer que cuando crean haber destruido al verdadero Templo… ¿Y éste no es el verdadero? Entonces subirá triunfante a la Nueva Jerusalén… ¿Dónde está? Hay mucha confusión entre nosotros.
– Lo comprendo. Que los enemigos destruyan si quieren el verdadero Templo y en tres días volveré a edificarlo. Y no volverá a ser objeto de asechanzas, porque subirá a donde el hombre no puede hacerle daño.
Respecto al Reino de Dios, él está en vosotros y donde hay hombres que crean en mí. Se extenderá por la tierra con el correr de los siglos y después será eterno, unido y perfecto en el Cielo.
En el Reino de Dios, será edificado el Nuevo Templo; esto es, donde hay espíritus que acepten mi Doctrina y pongan en práctica sus preceptos. La unión de todos los que tengan a Dios en sí, constituirán el gran Reino de Dios sobre la tierra, la Nueva Jerusalén que llegará a extenderse por todos los confines del mundo.
Vosotros sólo le tendréis que dar vuestra buena voluntad, que consiste en permanecer en Mí, estar unidos y vivir mi Doctrina. Unidos a Mí, hasta formar un solo cuerpo. El Templo Nuevo mi Iglesia, surgirá sólo cuando vuestro corazón hospede a Dios. Él con vosotros piedras vivientes, edificará su Iglesia.
Yo soy la Cabeza Mística. Y Pedro es su cabeza visible. Porque Yo regreso al Padre y os dejo la Vida, la Luz, la Gracia; por medio de mi Palabra. Por medio de mis padecimientos. Por medio del Paráclito que será Amigo de los que han sido fieles. Yo Soy una sola cosa con mi Iglesia, mi cuerpo espiritual, de quién Soy Cabeza.
En la cabeza están el cerebro y la mente. La mente es el asiento del saber. El cerebro es el que dirige los movimientos de los miembros con sus órdenes que no son materiales y son capaces de hacerlos que se muevan, más que cualquier otro estímulo.
Un cadáver, aunque tenga cerebro, no se mueve. Necesita estar vivo. Un hombre idiota está vivo; pero es incapaz de realizar los movimientos instintivos y rudimentarios de un animal inferior. Ved a un hombre al que la parálisis ha roto el contacto del cerebro, con uno o varios de sus miembros: no hay movimiento.
Si la mente dirige con sus órdenes inmateriales, hay otros sentidos cuyos órganos comunican sus sensaciones a la mente. Y hay otras partes del cuerpo que ejecutan y hacen ejecutar lo que la mente, a la que le han avisado los órganos materiales y visibles, ordena.
La mente tiene necesidad de los órganos y de los miembros, para obrar lo que ella quiere. De igual forma en mi cuerpo espiritual que es mi Iglesia, Yo seré la Inteligencia.
Y en la cabeza que es su asiento, Pedro y sus colaboradores serán los que vean las reacciones, perciban las sensaciones y las transmitan a la mente; para que ilumine y ordene todo lo que hay que practicar, para el bien de todo el Cuerpo.
Y ellos iluminados y dirigidos por orden mía, hablen y guíen a las otras partes del cuerpo, para que alcancen un bien y una ganancia espirituales.
Mi Iglesia ya existe, porque tiene su Cabeza sobrenatural. Su Cabeza Divina. Y posee sus miembros: los discípulos.
Es pequeña todavía. Es una semilla que se está formando. Perfecta únicamente en su Cabeza. Además, necesita tiempo para crecer. En verdad os digo que la Iglesia ya existe y ya es Santa por su Cabeza y por la buena voluntad de los justos que la componen.
Santa e invencible. Contra Ella lanzará batalla una y mil veces y de todas las formas posibles, el Infierno compuesto de Demonios y de hombres-demonios… Pero no prevalecerán. El edificio no se derrumbará. Porque Yo Mismo lo edifico, con la piedra viva de mi Carne Inmolada. Uno sus partes con la mezcla hecha de sudor y de sangre.
Cuando esté en mi trono cubierto de una púrpura viva, coronado con una nueva corona… Los que estén lejos me verán. Trabajarán en mi Templo y alrededor de él. Yo Soy el cimiento y la cúspide.
Yo Mismo labraré mis piedras y elegiré a mis albañiles. Así como el Padre, el Amor, el hombre y el Odio, me han desbastado.
Y cuando en un solo día la Iniquidad haya sido quitada de la Tierra, sobre la piedra del Sacerdote ‘in-aeternum’ Vendrán los siete ojos a ver a Dios y las siete fuentes arrojarán agua, para apagar el fuego de Satanás.
Mi Iglesia, antes de que haya terminado la Hora del Mundo, tendrá su fúlgido triunfo. En nada se diferencia la vida del Cuerpo Místico, de lo que fue la Vida de Cristo.
Se dará el ‘Hosanna’ en la víspera de la Pasión, cuando los pueblos prendidos por la fascinación de la Divinidad, doblen sus rodillas ante el Señor.
Sobrevendrá después la Pasión de mi Iglesia militante y por último, la gloria de la Resurrección Eterna en el Cielo.
¡Oh, día venturoso aquel en que habrán terminado para siempre las insidias, las venganzas, las luchas de esta tierra, las de Satanás y las de la carne! Mi Iglesia entonces se hallará compuesta de verdaderos cristianos.
Esto será así en el penúltimo día. Serán pocos como al principio. Su final, como lo fue en su comienzo, será en santidad.
Jesús calla pensativo.
Luego mira a su alrededor y ordena:
– Sentémonos aquí a descansar un poco.
Se sientan sobre una pendiente del Monte de los Olivos, frente al Templo que ilumina el sol poniente.
Jesús mira fijamente ese lugar, con infinita tristeza.
Los demás se enorgullecen de su belleza, pero sienten una vaga inquietud por las palabras del Maestro… ¿Toda esa grandiosa belleza tiene que desaparecer?…
Pedro y Juan hablan entre sí.
Luego Pedro se dirige al Maestro:
– Señor. Explícanos cuando sucederá tu profecía de la destrucción del Templo. Daniel habla de ella. Pero si fuese como él y Tú decís, pocas horas le quedan al Templo. Explícanoslo, para que podamos saberlo…
Jesús anuncia su regreso al Fin de los Tiempos, la destrucción de Jerusalén y el Fin del mudo. Y de todas las señales que acompañarán estos acontecimientos. (Mateo 24)
Y finaliza diciendo:
– Esto es lo que sucederá. Ahora idos. Que no haya divisiones entre vosotros. Me llevo a Juan. Estará con vosotros a la mitad de la primera vigilia, para la cena y para ir después a vuestras instrucciones.
Judas se lamenta:
– ¿También esta noche? ¿Vamos a hacer lo mismo cada día? Me siento mal con la intemperie. ¿No sería mejor ir a alguna casa amiga? ¡Estar siempre bajo las tiendas! Siempre en vela y en las noches que son frías y húmedas…
Jesús contesta:
– Es la última noche. Mañana… será diferente.
– ¡Ah! Pensaba que querías ir al Getsemaní todas las noches. Pero es la última…
– No he insinuado esto, Judas. Dije que será la última noche que pasemos juntos en el Campo de los Galileos. Mañana prepararemos la Pascua y comeremos el cordero. Después iré Yo solo a orar al Getsemaní y podréis hacer lo que mejor os parezca.
– ¡Vendremos contigo, Señor! ¡Nunca tenemos ganas de dejarte!
Iscariote está contento de poder acusarlos y replica:
– Tú cállate que no tienes derecho a hablar. Tú y Zelote no hacéis más que revolotear de aquí para allá, en cuanto no os ve el Maestro. No os pierdo de vista… En el Templo… Durante el día… En las tiendas de allá arriba…
Jesús exclama:
– ¡Basta! Si lo hacen, hacen bien. Pero no me dejéis solo… Os lo ruego…
Zelote protesta:
– Señor, no hicimos nada malo. Créelo. Dios conoce nuestras intenciones y nuestras acciones. Y sus ojos no se apartan de ellas con disgusto.
– Lo sé. Pero es inútil. Lo que es inútil, puede causar daño. Estad unidos lo más posible. ¡Velad! Tened listo vuestro espíritu. La paz se quede con vosotros…
Toma a Juan de la mano y se aleja con él hacia la ciudad.
Los demás se van al Campo de los Galileos.
Por la noche, después de su regreso y de haber cenado…
Jesús dice a sus apóstoles:
– Confiar un secreto es prueba de amor, de la estima que se tiene en quien se confía. Sé que habéis hecho llover preguntas y más preguntas sobre Juan, para saber que le dije cuando estuvimos solos. Y no habéis creído cuando afirmé que no le dije nada, sino que tan solo estuvo conmigo. Tiene razón. Fue suficiente que tuviese a alguien cerca de Mí.
Judas pregunta con cierta altanería:
– ¿Y porqué él y no otro?
Pedro, Tomás y Felipe reiteran:
– Tiene razón.
– ¿Por qué lo escogiste a él y no a otros?
Jesús responde a Iscariote:
– ¿Hubieras querido ser tú? ¿Te atreves a pedirlo? -y volviéndose a todos, agrega- Os diré porqué él.
Era una fresca mañana de Adar. Yo era un desconocido que caminaba por el camino cercano al río. Regresaba del desierto; cansado, polvoriento, pálido por el ayuno, la barba crecida, las sandalias rotas. Parecía Yo un mendigo por los caminos del mundo…
Y él me vio. Me reconoció como Aquel sobre el que había bajado la Paloma del Fuego Eterno. Los ojos que había abierto la penitencia del Bautista y que la pureza conservó angelicales, vieron lo que otros no. Y conservaron aquella visión…
Cuando dos meses después encontró al caminante empolvado, sus ojos se abrieron y su alma me reconoció. Me amaba. Y una boca que temblaba de emoción me dijo: “Te saludo, Cordero de Dios”
¡Oh, Fe de los puros que eres tan grande! No conocía mi Nombre. No sabía Quién era Yo, de dónde venía, ni que hacía. Si era rico o pobre. Le creyó a Juan y se separó de él. Vino al Mesías en la constelación del Cordero.
Y desde aquel momento han pasado tres años. Se ha mantenido fiel y fijo a Mí, como una estrella de luz pura, junto a su polar. Dejadme que mire su luz. Dos serán las luces durante las tinieblas del Mesías: María y Juan.
Pero será tanto el dolor que apenas si los podré ver. Dejad que imprima en mi pupila esos cuatro ojos que son pedazos de Cielo entre pestañas rubias, para llevar conmigo un recuerdo de pureza.
¡Todo el Pecado! Todo sobre la espalda del Hombre… ¡Oh, gota de pureza!… ¡Mi Madre! ¡Juan! ¡Y Yo!… Tres náufragos que salen del naufragio de una humanidad, en el Mar del Pecado…
Y Jesús sigue con las profecías que describen al Hombre de Dolores; al Redentor…
Finalizando con el Salmo veintiuno:
– ¡Y todavía no hay compasión! Una jauría de perros me ataca. En mis heridas se clavan sus mordidas y sobre éstas los golpes. No queda en Mí un solo lugar en que no haya mordeduras. Mis huesos suenan porque se les ha estirado cruelmente.
No sé donde apoyar mi cuerpo. La dolorosa corona es un círculo de fuego, que penetra los huesos de mi cabeza. Estoy colgando de las manos y mis pies están atravesados. Elevado muestro al mundo y todos pueden contar mis huesos…
Juan dice entre sollozos:
– ¡Cállate! ¡Cállate!
Los primos de Jesús suplican:
– ¡No digas más! ¡Nos haces morir!
Andrés no habla, pero tiene la cabeza entre las rodillas y llora en silencio. Simón está pálido. Pedro y Santiago de Zebedeo, parecen dos torturados. Felipe, Tomás y Bartolomé parecen tres estatuas de piedra, reflejando lo que es la angustia.
Judas de Keriot es una máscara macabra, demoníaca. Semeja un condenado que finalmente se da cuenta de lo que hizo.
Con la boca abierta parece que quiere lanzar un aullido que sale espontáneo, pero que no deja escapar. Está mudo, con los ojos dilatados, espantados; como los de un loco.
Con las mejillas cenizas bajo el velo oscuro de su barba rasurada. Con los cabellos despeinados porque se los descompuso con la mano. Está sudando frío y parece próximo a perder el sentido.
Mateo que ha levantado su cara aterrorizada, lo ve y grita:
– ¡Judas! ¡Te sientes mal!… ¡Maestro! ¡Judas está mal!
– También Yo. Pero Yo sufro en paz. Haceos espíritus para soportar la Hora. Uno que sea ‘carne’ no podrá vivirla sin enloquecer.
Mateo repite su pregunta:
– Judas, ¿Te sientes mal?
El Apóstol Traidor inclina la cabeza…
Aspira profundo y cuando vuelve a levantarla, todo rastro de tormento ha desaparecido. Sus ojos están vacíos de cualquier expresión. Su mirada se ha oscurecido por completo.
Y Judas contesta serenamente:
– Está bien. Ya pasó. Fue solo un malestar pasajero.
Jesús continúa con su exposición del Salmo 21…
Y finaliza diciendo:
– Todo ha merecido porque todo lo dio. Todo se le entregará porque entregó su vida a la muerte y fue contado entre los malhechores. Él, que no había cometido ningún pecado. Él, que no hizo más que amar perfectamente, con una bondad infinita.
Dos culpas que el mundo no perdona: su amor y su bondad. Dos motivos que lo impelieron a tomar sobre Sí, los pecados de todo el Mundo y a rogar por los pecadores. Por todos los pecadores, aún por aquellos que lo condenaron a muerte.
He terminado. No tengo más que agregar. Todo cuanto tenía que deciros sobre las profecías mesiánicas, os lo he dicho. Todo lo que habla desde mi nacimiento hasta mi muerte, os lo he ilustrado para que me conozcáis y no tengáis dudas. Y para que no aleguéis excusa de vuestro pecado…
Ahora oremos juntos. En esta última noche, podemos hacerlo así, cual granos de uva en el racimo.
Venid. Oremos. “Padre Nuestro que estás en los Cielos, Santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino. Hágase tu Voluntad en la Tierra como en los Cielos. Danos hoy nuestro pan. Perdónanos nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes que entremos en la tentación y líbranos del Mal. Así sea.”
“Sea santificado tu Nombre” Padre Yo lo he santificado. Ten piedad de tu Retoño.
“Venga tu Reino” Muero para fundarlo. Ten piedad de Mí.
“Hágase tu Voluntad” Ayuda a mi debilidad. Tú que creaste el cuerpo del hombre y con él revestiste a tu Verbo; para que aquí abajo te obedeciera como te he obedecido en el Cielo. Ten piedad del Hijo del Hombre.
“Danos el Pan.” Un pan para el alma. Un pan que no es e esta tierra. No lo pido para Mí. No tengo necesidad sino de tu consuelo espiritual. Yo cual mendigo, extiendo mi mano por ellos. Dentro de poco será atravesada y enclavada y no podrá dar muestras de amor.
Padre, concédeme darles el Pan que diariamente fortifique la debilidad de los pobre hijos de Adán. Son débiles, Padre. No pueden hacer nada porque no tienen el Pan que es fuerza. El Pan angelical que espiritualiza al hombre y hace que en nosotros se divinice.
“Perdónanos nuestras ofensas”…
Jesús, que ha estado de pie y con los brazos abiertos, se arrodilla. Levanta al Cielo un rostro pálido por el esfuerzo de la súplica, bañado de lágrimas que los rayos de la luna besan e iluminan…
Y continúa:
– Perdona a tu Hijo, ¡Oh Padre! Si en algo te faltó. A tu perfección puede parecer todavía imperfecto; Yo tu Mesías, sobre quién pesa la carne. A los hombres… no parecerá. Mi inteligencia me asegura que hice todo por ellos. Perdona a tu Jesús…
Yo también perdono; para que me perdones como Yo perdono. ¡Cuánto debo perdonar! ¡Cuánto!… Y con todo, lo hago. Perdono a éstos que están aquí presentes, a los discípulos ausentes, a los sordos de corazón. A mis enemigos; a los que se burlarán de Mí, a los traidores, asesinos, deicidas…
En una palabra, perdono a todo el linaje humano. Por lo que a Mí toca padre, perdono toda ofensa que el hombre haya cometido contra Mí. Muero para dar todos tu Reino. No quiero que se tenga en cuenta como señal de condenación, que se haya ofendido al Verbo Encarnado. ¿No? ¿Dices que no?…
¡Oh! ¡Me duele! Este ‘No’ derrama en mi corazón las primeras gotas del amargo cáliz. Padre a quién siempre he obedecido, te digo: “Hágase como Tú quieres”
“No nos dejes caer en la tentación” ¡Si quieres puedes alejar de nosotros al Demonio! Él es la Tentación que incita la carne, la mente, el corazón. Él es el Seductor. ¡Aléjalo Padre!

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
¡Que esté a nuestro lado tu Arcángel, que aparte lo que nos puede hacer mal desde el momento en que se nace, hasta el de la muerte!… ¡Oh, Padre Santo, ten piedad de tus hijos!
“Líbranos del mal” Tú lo puedes. Nosotros lloramos aquí… Es muy hermoso el Cielo y tenemos miedo de perderlo. Tú dices: ‘Mi Sangre no puede perderlo’ Pero Yo quiero que veas en Mí al Hombre, al Primogénito de los hombres.
Soy su hermano, ruego por ellos y con ellos. ¡Padre, ten piedad! Sí, ¡Piedad!…
Jesús se inclina hasta la tierra.
Luego se levanta y dice:
– Vámonos. Despidámonos esta noche. Mañana a esta hora, no lo podremos hacer. Estaremos muy aturdidos… Y no hay amor donde hay turbación. Démonos el ósculo de paz.
Mañana… Mañana cada uno dependerá de sí mismo…
Los besa uno por uno, comenzando por Pedro; luego Mateo, Simón, Tomás, Felipe, Bartolomé, Judas de Keriot, Tadeo y Santiago; Santiago de Zebedeo, Andrés y Juan; sobre el que se apoya mientras salen del Getsemaní…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA
VIERNES DE DOLORES
Ahora que la mayoría de los habitantes de nuestra casa, la Tierra que Dios creó, nos encontramos en cuarentena forzada, por los dictámenes de nuestros respectivos gobiernos para nuestra protección por la pandemia del COVID-19,
Podemos meditar y orar siguiendo paso a paso, cada uno de los Acontecimientos en la Vida de nuestro Redentor Santísimo, siguiendo sus Huellas Ensangrentadas en los últimos días de su Pasión, Muerte y Resurrección
Extractados en la Crónica de la Magna Traición y el Deicidio perpetrados, por el Pueblo que NO SUPO RECONOCER A DIOS, en la Persona de su Mesías.
Con la nueva impresión de este post, réplica del original publicado el 24 de Diciembre del año 2012, al final dejamos el enlace para continuar la revelación hasta donde la queráis concluir. (1)
Que la Paz del Señor quede en vuestros corazones y la Luz del Espíritu Santo os ilumine el sendero para acompañar a Jesús y fortalecer nuestras almas con la reflexión divina.
Les agradece y bendice, el equipo de Crónica de una Traición…
Impulsados por el amor, la rabia y la curiosidad, una multitud se agolpa en el cancel de Bethania. Han venido sin esperar a que se ponga el sol.
Lázaro, que ha sido llamado por un siervo, queda sorprendido por la violación sabática, porque los primeros que llegan son los más intransigentes de los judíos y que dan una respuesta verdaderamente farisea:
– Desde la Puerta de las Ovejas ya no se ve el disco solar y entonces nos pusimos en camino, pensando que sin duda no sobrepasaríamos la medida prescrita; antes de que el sol se oculte, detrás de las cúpulas del Templo.
Una sonrisa irónica se dibuja en la afilada cara de Lázaro. Está sano, de buen aspecto y delgado.
Les responde educadamente, pero con sarcasmo:
– ¿Qué queréis ver? El Maestro respeta el sábado. Está descansando… Todavía no se oculta el sol, para decir que el sábado ha terminado. No voy a perturbarlo.
Muchos peregrinos suplican e insisten en ver a Jesús. Con los hebreos están mezclados los gentiles. Todos observan disimuladamente a Lázaro, como si fuese un ser irreal.
Lázaro soporta la molestia de una fama que no quiso; pero no abre el cancel.
Pacientemente responde a quién le pregunta:
– Lo veréis en la ciudad. Ahora no puedo llamarlo. Idos tranquilos, pero no hagáis que vuestra curiosidad sea estéril. El haberme visto vivo y prueba del Poder de Jesús, Cordero de Dios y el Mesías Santísimo, os lleve a todos al Camino. Estoy contento de haber resucitado.
Y espero que el milagro pueda sacudir a los que dudan y convertir a los paganos. Convenciéndolos a todos de que Uno solo es el Dios Verdadero. Y uno solo el Verdadero Mesías: Jesús de Nazareth, el Maestro Santo.
Un gentil pregunta:
– ¿Pero de veras moriste?
Lázaro responde:
– Preguntadlo a aquellos judíos principales. Vinieron a mi entierro y muchos de ellos estuvieron presentes cuando resucité.
Le llueven las preguntas:
– ¿Qué sentiste?
– ¿Dónde estuviste?
– ¿Qué recuerdos tienes?
– Cuando regresaste vivo, ¿Qué te pasó?
– ¿Cómo te resucitó?
– ¿De qué moriste?
– ¿Te encuentras bien ahora?
– ¿Ya no tienes señales de las llagas?
– ¿Tú eres el resucitado?
– ¿Podemos ver el sepulcro donde estuviste?
Lázaro los mira con caridad y responde:
– Lo soy. Para dar gloria Dios que me sacó de la muerte, para que fuera siervo de su Mesías.
Lázaro pacientemente trata de responder a todos.
Y aunque puede decir que las señales de las llagas se han borrado, no puede responder a lo que experimentó, ni cómo resucitó.
Finaliza diciendo:
– No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, entre los siervos y mis hermanas. Cuando me quitaron el sudario vi el sol, la luz. Sentí hambre, comí. Sentí el placer de la vida y el gran amor que el Rabí tuvo por Mí. Lo demás lo saben mejor que yo, aquellos tres que están conversando y aquellos dos que apenas llegan.
El hombre dice:
– A nosotros los gentiles no nos hablan. Vosotros que sois judíos, id a preguntadles… Tú déjanos ver el sepulcro donde estuviste.
Insisten tanto que cansan a Lázaro y éste se decide.
Da instrucciones a sus siervos y luego se dirige a la gente:
– Id a aquella vereda y os saldré al encuentro, para llevaros a donde está el sepulcro. Aun cuando no hay otra cosa que ver, más que un hueco abierto en la roca.
– ¡No importa!
– ¡Vamos, vamos!
Un escriba pregunta:
– ¡Lázaro, detente! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O nos está prohibido lo que permites a los extranjeros?
– No, Arquélao. Ven también tú. Si el acercarte a un sepulcro no te contamina…
– No. Porque adentro no hay ningún cadáver.
– Pero yo estuve dentro por cuatro días. Por cosas mucho menores, se ha pensado en Israel que hay contaminación. Vosotros decís que queda inmundo el que roza con su vestido un cadáver.
Mi sepulcro todavía despide tufos de cadáver. No obstante que desde hace mucho tiempo ha estado abierto.
– No importa. Nos purificaremos.
Lázaro mira a los dos fariseos que llegaron al último y les pregunta:
– ¿También vosotros queréis venir?
– Sí.
Los lleva a todos al sepulcro.
Un rosal en flor rodea la entrada, pero de nada sirve para suprimir el hedor que sale de la tumba abierta. En la roca, bajo el arco adornado del rosal, se lee: “¡Lázaro, sal afuera!
Los enemigos al verlas, gritan:
– ¿Por qué mandaste esculpir esas palabras? ¡No debías hacerlo!
– ¿Por qué no? En mi casa yo puedo hacer lo que me plazca y nadie puede acusarme por querer esculpir sobre la roca, las palabras del grito divino que me devolvió a la vida, para que jamás se borren.
Y todo el que las lea bendiga el poder misericordioso en el grito del Mesías que me arrancó de la muerte…
Todos los fariseos responden:
– ¡Eres un pagano!
– ¡Un sacrílego!
– ¡Blasfemas contra nuestro Dios!
– ¡Festejas el sortilegio del hijo de Belcebú!
– ¡Ten cuidado, Lázaro!
Lázaro advierte:
– Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en ella. Que nadie os invitó a venir… Y que vinisteis por fines indignos. Sois peores que estos paganos, los cuales si ven en El que me resucitó a un Dios.
Todos protestan escandalizados:
– ¡Anatema!
– ¡El discípulo es como el Maestro!
– ¡Horror!
– ¡Vámonos de esta cloaca impura!
– ¡Corruptor de Israel!
– El Sanedrín tendrá presentes tus palabras…
Esto es demasiado para Lázaro y grita:
– Y Roma vuestros complots… ¡Largaos de aquí!
El siempre bueno Lázaro se comporta como un hijo de Teófilo y los arroja como si fueran una jauría de perros rabiosos.
Después despide a la gente que se va de mala gana, pues insisten en ver a Jesús.
Los siervos cierran el cancel…
Lázaro está por retirarse, cuando ve que salen de un matorral de mirtos, el escriba Eleazar y el sacerdote Juan…
Que le ruegan:
– No nos eches fuera.
– Nos metimos entre tus plantas para que no nos vieran. Debemos hablar con el Maestro.
– Hemos venido porque sospechan menos de nosotros, que de José y Nicodemo.
– No quisiéramos que nadie nos viera aparte de ti y del Maestro.
Lázaro los invita:
– Venid.
Los lleva a través del jardín hasta una doble barrera de bojes y de laureles.
– Quedaos aquí. Os traeré a Jesús.
El sacerdote Juan suplica:
– Que nadie se dé cuenta.
– No tengáis miedo.
Muy poco tiempo tienen que esperar.
Por la vereda semioscura a causa de las ramas entrelazadas, aparece Jesús con su vestido blanco de lino.
Lázaro también se acerca mientras Jesús saluda a los dos que ante Él se inclinan profundamente.
– Maestro y tú Lázaro, escuchad. En cuanto se supo que estás aquí, el Sanedrín se reunió en la casa de Caifás. Todo lo que hace es ilegal… ¡No te hagas ilusiones, Maestro!
¡Sé prudente Lázaro!… No os engañe la calma fingida. La aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo preparado, Maestro.
Fingen para atraerte y aprehenderte sin que la multitud se agite y se prepare para defenderte. Tu suerte está sellada y no cambiará.
Si es mañana o dentro de un año, el decreto se llevará a cabo. El Sanedrín nunca olvida sus venganzas. Sabe esperar la ocasión propicia y dar el golpe…
– También a ti Lázaro, quieren quitarte de en medio. Aprehenderte, suprimirte. Porque por tu causa, muchos los abandonan para seguir al Maestro. Tú has dicho con palabras muy exactas, que eres el testimonio de su poder.
Y quieren destruirlo. Ellos saben que las multitudes pronto olvidan. Y dicen que desaparecidos tú y el Rabí, muchos entusiasmos se apagarán…
Jesús exclama:
– ¡No, Eleazar! ¡Echarán llamas!
Juan dice:
– ¡Oh, Maestro! ¿Qué pasará si mueres? ¿Qué es lo que hará que nuestra Fe en Ti arda en llamas? Y aun cuando así fuera, ¿Qué será de nosotros si Tú estás muerto?
Eleazar dice:
– Por favor cuídate. Debemos irnos, Maestro. Ya cumplimos con venir a avisarte. La paz sea contigo.
Jesús los despide:
– Gracias por haber venido. Que nadie os vea. La paz sea con vosotros…
Los dos sinedristas se van.
Y Jesús y Lázaro entran en la casa.
En un resplandecer de blancura y de plata en que ponen una nota menos nívea, los manojos de ramitos de manzano, peral, durazno y de otros árboles frutales que hay en los jarrones.
Y cuyas flores blancas, con un ligero tinte de rosa, derraman su perfume de frescura primaveral.
Sobre las mesas hay una vajilla preciosa: jarras de diferentes tamaños, ensaladeras y salseras, que hacen juego con las copas de plata cincelada.
Hay un aire festivo en la sala del banquete, que ha sido preparada con exquisito cuidado.
Cuando llega el crepúsculo, un último rayo de sol ilumina las palmeras que están afuera y la de un gigantesco laurel, en el que los pajarillos hacen mucha bulla, antes de dormir.
En la sala adyacente, Lázaro muestra a Jesús los rollos nuevos que ha adquirido recientemente.
Jesús comenta con Lázaro, el contenido de esas obras y explica los errores doctrinales que contienen y la diferencia con las verdades fundamentales que Lázaro, rico y culto, ha querido conocer.
Luego los dos pasan a la sala blanca, donde se lleva a cabo la cena, seguidos por los apóstoles. Los últimos en entrar son las hermanas de Lázaro y Maximino.
Jesús se sienta sonriente en su lugar junto a Lázaro y mira a Juan que está en un ángulo de la mesa, que tiene forma de “U”.
A su lado se sienta Lázaro y a su izquierda, su primo Santiago. Tadeo está en el otro ángulo, en donde empieza la mesa larga.
Martha y María, ofrecen las palanganas para la ablución y las toallas.
Luego María hecha vino en las copas y Martha coloca las fuentes llenas de alimentos, conforme los siervos los van trayendo de la cocina; en un ir y venir de exquisitas y variadas viandas.
Las dos hermanas atienden personalmente a todos los comensales, especialmente a los seres más queridos: Jesús y Lázaro.
Pedro, que ha estado comiendo con mucho gusto, observa:
– ¡Ah! ¡Ahora me doy cuenta! Todos los platillos son como si estuviéramos en Galilea. Esto parece un banquete de nupcias. Pero aquí no falta el vino, como faltó en Caná.
Lázaro explica:
– Fue idea de mis hermanas, sobretodo de María: el presentar una cena en la que el Maestro tuviera la impresión de estar en Galilea.
Después, cuando la cena casi concluye y están en la sobremesa, entretenidos con la conversación, Magdalena sale y Martha pone sobre la mesa, bandejas con flores de higuera y hermosas y suculentas frutas.
Lázaro dice:
– Comed de las últimas frutas de los naranjales libios y los primeros melones de Egipto, cultivados en los solares. Éstas son almendras de nuestra patria. Martha, ¿Y el niño?
Martha contesta:
– Está bien. Noemí lo está cuidando.
Jesús se llena de emoción al recordar Egipto:
– Teníamos algunas plantas en el huerto. Cuando hacía mucho calor, metíamos los melones en el pozo del vecino, que era profundo y frío.
Y era una delicia comerlos por la noche. Todavía recuerdo…
Yo tenía una cabra golosa a la que había que cuidar bien, porque se despachaba plantas y frutas tiernas. -Jesús ha dicho estas palabras con la cabeza un poco inclinada.
La levanta y mira las palmeras que se mueven al suave contacto del viento nocturno y agrega- Cuando veo esas palmeras…
Siempre que veo palmeras, me acuerdo de Egipto. De su tierra amarillenta y arenosa, que con el viento se levanta tan fácilmente. Y de sus pirámides que parecían moverse, en medio del aire enrarecido.
Los altos troncos de las palmeras. La casa donde… pero es inútil hablar de esto. A cada hora su preocupación y con ella su alegría…
Vuelve entrar María Magdalena. Trae una jarra de cuello delgado, que termina en un hermoso pico. Es de alabastro de color amarillo rojizo, como la piel de algunas personas rubias.
Los apóstoles la miran creyendo que trae algún raro manjar.
María pasa detrás de los lechos y llega hasta donde están Jesús y Lázaro.
Destapa la jarra y deja caer algunas gotas sobre su mano, de un líquido que apenas si sale. Un perfume intenso y riquísimo, se esparce por todo el salón.
María no se contenta con lo poco que sale. Se inclina y rompe de un golpe el cuello de la jarra, contra la saliente del lecho de Jesús. Cae al suelo, esparciendo sobre los mármoles gotas perfumadas.
Ahora sí sale bastante.
María se llena la mano y hecha sobre la cabeza de Jesús, el denso bálsamo. Lo extiende con las peinetas que se ha quitado y unge toda su cabellera.
Le acomoda los rizos que toma, mechón por mechón; entre sus dedos. Parece una mamá que peina a su niño. Queda bastante perfume en la jarra.
La cabellera de Jesús ha quedado empapada. Su cabeza rubio rojizo, brilla como si fuera oro bruñido. La luz de la araña que los siervos prendieron, se refleja cómo sobre un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador y muy intenso.
Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.
Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.
Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo.
Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…
Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.
Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.
Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo…
Y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…
Judas, que hasta ahora había estado silencioso, contemplando con lujuria a la hermosísima mujer y envidioso del Maestro, a quién ungía en la cabeza y en los pies…
Explota su malhumor; pues si los otros habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayores consecuencias…
Él, que se había puesto de pie para ver mejor la unción de los pies…
Judas levanta su voz grave en clamorosa protesta:
– ¡Qué estulticia! ¡Basta ser mujer, para ser necia! ¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Para qué tanto desperdicio? El Maestro no es un publicano, ni una meretriz para recibir estos afeminamientos. Es una deshonra para Él.
¿Qué dirán los judíos al sentirlo perfumado como un efebo? ¡Y luego no se quiere que los jefes del Sanedrín, nos critiquen de pecado!…
Esas acciones son propias de una cortesana lasciva, ¡Y no hablan bien de ti; pues demasiado recuerdan tu pasado!
El insulto es tal, que todos se quedan asombrados y miran a Judas como si de repente se hubiera vuelto loco.
Martha se pone colorada.
Lázaro, aprieta los puños y los labios.
María Magdalena, está como si estuviese sorda…
Y continúa secando los pies de Jesús, con la punta de su cabellera suelta, que con el ungüento se ha vuelto más pesada y oscura, que en la parte superior.
Los pies de Jesús están lisos y suaves, como si se hubieran cubierto de una nueva piel y María le pone nuevamente las sandalias.
Le besa los pies, indiferente a todo lo que no sea su amor por Jesús.
Mientras tanto, Judas dice retador:
– ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Ahora, porque me convertí en eco vuestro y he dicho claramente lo que pensabais; no me dais la razón. Repito lo que he dicho.
No quiero afirmar que María sea la amante del Maestro; pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni a Él, ni a ella. Es una acción imprudente e injusta. ¿Para qué este desperdicio?
Si ella quería borrar los recuerdos de su pasado, podía haberme dado esa jarra y el ungüento… ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor.
Lo habría vendido al menos por trescientos denarios, qué es lo que vale un nardo de tal calidad, para dar el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca faltan y mañana encontraremos muchos en Jerusalén.
Maestro, me asombra que Tú permitas de una mujer, tales estupideces. Si tiene riquezas para derrochar; que nos las dé para repartirlas y sería más juiciosa.
Mujer, a ti te lo digo: suspende lo que estás haciendo, pues me parece asqueroso…
María lo mira ruborizada y con reproche. Y está por obedecer…
Pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza, que ella ha inclinado para besarle los pies.
Y después hace descender aquella mano sobre su espalda, atrayéndola levemente hacia Sí, como para defenderla mientras…
Jesús dice:
– Déjala en paz. ¿Por qué la reprendes y la molestas? Nadie debe reprobar una obra buena y llenarla del fango que únicamente la malicia enseña.
No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí, una acción de deber y de amor.
Siempre habrá pobres entre vosotros. Ya estoy para irme…
A ellos les podéis continuar haciendo el bien. A Mí, el Hijo del Hombre entre los hombres; no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su Hora.
El Amor ha sido para María, Luz. Presiente que voy a morir y ha anticipado el homenaje a mi Cuerpo Sacrificado por todos vosotros.
Me ha ungido para la sepultura, porque entonces no podrá hacerlo y le dolerá demasiado el no haberme podido embalsamar.
En verdad les digo que hasta el fin del Mundo y en todos los lugares donde será predicado el Evangelio, se recordará este acto profético.
Y de lo que ella ha hecho, tomarán lecciones las almas para darme su amor, bálsamo amado por Cristo.
Y serán heroicos en el sacrificio, pensando que cada sacrificio es embalsamamiento del Rey de reyes… Del Ungido de Dios del Cual la Gracia desciende como este nardo desde mis cabellos, para fecundar el amor en los corazones…
En los cuales el amor asciende en un continuo y abundante reflujo de amor, de mí a las almas mías y de ellas hacia Mí.
Sí. En todo el mundo y durante todos los siglos, quiera Dios hacer de cada hijo suyo otra María, que no se pone a calcular en precios, que no fomenta ningún apego; que no guarda ningún recuerdo, aún el más mínimo del pasado...
Sino que destruye y aplasta, todo lo carnal y mundano. Y se rompe y se esparce, como hizo con el alabastro y con el nardo, por amor a su Señor.
Judas, imita si puedes…
Respétate también a ti mismo. Porque la deshonra no existe aceptando un puro amor con amor puro; sino nutriendo la envidia y el odio, haciendo insinuaciones bajo el impulso de los sentidos…
Ya son tres años, Judas; que te amaestro y todavía no te he podido cambiar. Y la Hora se acerca. Judas… Judas…
María, gracias. Persevera en tu amor. No llores, María, te repito:
“Todo ha sido perdonado, porque has sabido amar totalmente” Has elegido la mejor parte y no se te quitará. Quédate en paz, mi hermosa oveja a quién encontré nuevamente.
Quédate en paz. Que los pastizales del amor, sean en la Eternidad tu alimento.
Levántate. Besa también mis manos que te absolvieron y has bendecido…
¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien!
Y sin embargo yo os aseguro que el pueblo, a quien han hecho tantos bienes, está preparándose para torturarlas…
Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.
Nadie tiene ganas de seguir comiendo…
Las palabras de Jesús los dejan a todos reflexionando.
El primero que se levanta es Judas Tadeo. Pide permiso para retirarse. Santiago su hermano lo sigue y luego Andrés y Juan.
Judas de Keriot pasa por delante de las mesas y se dispone para salir.
La mirada de Jesús sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada, de dolor infinito…
Pero Judas no la acepta.
– ¿A dónde vas?
Judas responde evasivo:
– Afuera…
– ¿Fuera de la habitación o fuera de la casa?
– A caminar un poco.
– No vayas, Judas. Quédate con nosotros…
– Ya se fueron los demás, ¿Por qué yo no puedo salir?
– Tú no vas a descansar como ellos…
Judas no responde y obstinado sale.
Nadie habla.
Pedro, Simón, Mateo y Bartolomé, se miran entre sí.
Jesús se levanta y a través de la ventana lo ve salir de la casa, con el manto puesto y lo llama con voz fuerte:
– ¡Judas, espérame! ¡Debo decirte una cosa!
Y sale detrás de Judas, que sigue caminando pero más despacio. Lo alcanza cerca de la valla del jardín.
Jesús toma a Judas del antebrazo y lo lleva hacia un bosquecillo que tiene plantas llenas de flores.
Jesús dice:
– ¿A dónde vas Judas? Te ruego que te quedes aquí.
– Tú qué sabes todo, ¿Para qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú que lees en el corazón de los hombres? Sabes qué voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos… Ellos me buscan. Voy.
– ¡Tus amigos! ¡Tú ruina querrás decir! A ella vas. ¡A tus verdaderos asesinos, vas! ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen. Tú…
– ¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Qué eres un hombre! ¡No más que eso!…
Porque solamente el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no puedes morir y no deberías tener miedo.
Porque Tú, ahora que sientes próxima la muerte; la temes como cualquier mortal y buscas evitarla por todos los medios. Y en todas las cosas ves un peligro.
¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde tus protestas de estar contento? ¿De estar sediento por realizar el sacrificio?
¡No hay ni un eco de ellos en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías cosas pomposas.
¡No eres menos que los que tachas de hipócritas!
¡Nos deslumbraste y nos has desilusionado! ¡A nosotros que por Ti dejamos todas las cosas! ¡A nosotros que por tu causa seremos objeto de odio! ¡Tú eres la causa de nuestra ruina!
– ¡Basta! ¡Ve! ¡Ve! No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: “Ayúdame a quedarme. ¡Defiéndeme!” Lo he hecho y ¿De qué ha servido?
Dime una sola cosa; pero antes de decírmela, reflexiona bien…
¿Realmente quieres ir con tus amigos? ¿Los prefieres a Mí? ¿Es ésta tu voluntad?
Judas lo mira desafiante:
– Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo más que ésta voluntad.
– Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad el hombre.
Jesús le vuelve la espalda y regresa despacio hacia la casa.
Siente la mirada de Lázaro que lo ve desde la misma ventana, donde momentos antes El mirara salir a Judas.
Y el pálido rostro de Jesús, se esfuerza por sonreír al amigo fiel…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA
(1) https://cronicadeunatraicion.com/2012/12/25/189-el-testamento-de-jesus/
231.-LA VENGANZA DE YEOVÉ
La hermosa campiña luce los viñedos y los huertos de manzanas, en todo su esplendor…En la casa de campo donde Jesús acompañado por María de Simón la madre de Judas, obró el milagro al curar a Ana la madre de Juana, la joven que murió por el abandono del apóstol infiel…
Hay una gran habitación que está en el fondo de un enorme corredor… Y en el lecho está una mujer irreconocible por la angustia mortal que la está destruyendo. ¡Era tan hermosa!…
Y ahora la fiebre la devora, encendiendo sus mejillas salientes. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos rojos por la calentura y el llanto, cerrados bajo unos párpados hinchados. Y lo que no está rojo tiene la amarillez intensa, verdosa, como de bilis derramada en la sangre. Tiene los brazos descarnados y las manos afiladas, sobre las mantas que se mueven al jadear.
Cerca de la enferma, está Ana la madre de Juana. Y ella le seca las lágrimas y el sudor. Agita un abanico de palma. Cambia los lienzos mojados en vinagre aromatizado, de la frente y de la garganta. Le acaricia las manos y los cabellos despeinados, que son más blancos que negros. Que le caen sobre las mejillas tiesos del sudor; sobre las orejas que parecen de alabastro por lo transparente.
También Ana llora y la consuela diciendo:
– No así, María. No así. Basta… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús.
María de Simón, grita:
– ¡Cállate! No repitas ese Nombre, que al decírmelo se profana. ¡Soy la madre… del Caín… de Dios!… ¡Ah!
El llanto es desgarrador. Siente que se ahoga. Se arroja la cuello de su amiga, que la ayuda a vomitar bilis que le sale de la boca.
Ana le dice:
– ¡Calma! ¡Calma! ¡No así! ¿Qué quieres que te diga, para persuadirte de que el Señor te ama? Te lo repito… Te lo digo por lo que me es más santo: mi Salvador y mi hija. Él me lo dijo, cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró, su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz; pobre madre atormentada.
¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… lo dice… Lleva por el mundo su voz que grita: ‘María de Simón. Madre de Judas, el que Traicionó al Maestro. Y lo entregó a sus verdugos.’ ¿Lo oyes?…
Todo lo proclama. Las tórtolas, las ovejas, toda la tierra está gritando que soy yo… ¡No! ¡No quiero curarme! ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo no perdona… No distingue. Estoy enloqueciendo, porque el mundo aúlla: ¡Eres la madre de Judas!…
Se deja caer sobre la almohada.
Ana la acomoda otra vez y sale con los lienzos sucios.
María. Con los ojos cerrados después del último esfuerzo…
Muy angustiada, gime:
– ¡La madre de Judas! ¡De Judas! ¡De Judas! -jadea. Y luego pregunta- Pero, ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa?…
Esta vez no hay luz. Nada anuncia la Presencia santa del Dios-Hombre Resucitado. De pronto Jesús se materializa a un lado del lecho de la enferma.
Se inclina sobre ella y le dice amorosísimo:
– ¡María! ¡María de Simón!
La mujer casi delira y no le hace caso. Está sumergida en el torbellino de su dolor. Está obsesionada con la misma idea que se repite monótona, como el golpeteo de un tamboril: ¡La madre de Judas! ¡Qué cosa parí! El mundo aúlla: ¿Qué cosa es Judas?
Aparecen dos lágrimas en los dulces ojos de Jesús. Pone la mano sobre la frente de la enferma; haciendo a un lado las cataplasmas húmedas de vinagre.
Y le dice:
– Un infeliz. Nada más esto. Si el mundo aúlla. Dios ahoga su aullido diciéndote: ‘Tranquilízate, porque Te amo.’ ¡Mírame, pobre madre! Controla tu espíritu extraviado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…
María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor.
Siente su mano sobre su frente. Se lleva las manos a la cara y…
Llorando gime:
– ¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido; me hubiera arrancado las entrañas, para que no hubiera nacido!
Jesús dice muy serio:
– Y hubieras cometido un pecado muy grave, María. ¡Oh, María! ¡No quieras hacer algo malo por culpa de otro! Las madres que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables por los pecados de sus hijos. Tú cumpliste con tu deber. María, dame tus manos. Cálmate ¡Pobre, madre!
– Soy la madre de Judas. Estoy inmunda como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un Demonio! No me toques. –y solloza amargamente.
Se revuelve en el lecho, tratando de esquivar las manos divinas que la quieren tocar. Las dos lágrimas de Jesús, le caen sobre la cara enrojecida por la fiebre.
Jesús le dice:
– Te he purificado María. Mis lágrimas de compasión han caído sobre ti. Desde que bebí mi Cáliz de Dolor, por nadie he llorado. Pero sobre ti, lo hago con toda mi compasión.
La toma de las manos y se sienta a un lado del lecho. Teniendo las manos temblorosas de María, entre las suyas. La compasión que brilla en los hermosos ojos de color zafiro acaricia, envuelve a la enferma curándola.
La infeliz mujer, se calma y murmura:
– ¿No me tienes rencor?
Jesús le contesta.
– Te amo. Por eso he venido. Tranquilízate.
– Tú perdonas. Pero el mundo no. Tu Madre me odiará…
– Ella te considera una hermana. El mundo es cruel… Tienes razón. Pero mi Madre, es la Madre del Amor. Es buena. Tú no puedes andar por el mundo. Pero Ella vendrá a ti, cuando ya todo esté en paz. El tiempo tranquiliza…
– Si me amas, hazme morir.
– Todavía no. Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí… Será muy breve.
– Mi hijo te dio mucho dolor… ¡Te dio un horror infinito!
– Y a ti, un dolor infinito. El horror ha pasado. No sirve para más. Pero tú dolor sí sirve… Se une al mío. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo… Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre. Y alrededor, el dolor de los santos que sufrirán por Mí. ¡Pobre María!
Y con cuidado la recuesta. Le cruza las manos y ve cómo se tranquiliza.
Ana regresa y se queda estupefacta en el umbral.
Jesús, que se ha puesto de pie; la mira y…
Le dice:
– Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz.
Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón, que lo mira entre un río de lágrimas, más tranquila. Le sonríe…
Y la consuela nuevamente:
– Pon tus esperanzas en el Señor. Y te dará sus consuelos.
La bendice y trata de irse; pero…
María de Simón da un grito de dolor:
– Se dice que mi hijo te Traicionó con un beso. ¿Es verdad Señor? Si es así permíteme que lo lave besándote las manos. ¡Oh! ¡No puedo hacer otra cosa! ¡No puedo hacer otra cosa, para borrarlo!… ¡Para borrarlo! -el dolor la ahoga, mordiendo su corazón con ferocidad.
Jesús no le da sus manos para que se las bese. En toda la entrevista, Él ha tenido cuidado para que no le vea las llagas, que ha mantenido ocultas con la blanquísima tela que no es de este mundo.
Y lo que hace, es tomarle la cabeza entre sus manos y besarla en la frente, de la más infeliz de todas las mujeres. Es el beso de Dios. ¡Qué no habrá transmitido en él!…
Luego Jesús le dice:
– ¡Mis lágrimas y mi beso! Nadie ha tenido tanto de Mí… Quédate tranquila. Entre Yo y tú, no hay más que amor.
La bendice y atraviesa rápidamente la habitación. Sale detrás de Ana, que no se atrevió a acercarse, ni a hablar; pero que llora de emoción.
Cuando están en el corredor, Ana hace la pregunta que la inquieta en su corazón:
– ¿Mi hija?
Jesús responde:
– Hace quince días que goza del Cielo. No te lo dije allá adentro, porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo.
Ana dice:
– Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá.
– No. No tan pronto.
– Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú! ¡Tú que puedes más que todos!
– Yo la compadezco más que todos. Soy la Divina Compasión. Soy el Amor. Yo te lo digo, Mujer: si Judas me hubiera lanzado tan solo una mirada de arrepentimiento, le habría alcanzado de Dios el Perdón.
¡Cuánta tristeza en el rostro de Jesús!
La mujer queda maravillada.
Y sólo pregunta:
– Pero, ¿Ese desgraciado pecó de repente? O…
– Desde hacía meses que pecaba. Y ni una palabra mía. Ninguna acción mía, pudieron detenerlo. Pues era muy grande su voluntad de pecar. Pero no se lo digas a ella…
– No se lo diré Señor… Cuando Ananías huyó de Jerusalén sin haber consumado la Pascua. La misma noche de la Parasceve, entró gritando: “Tu hijo traicionó al Maestro y lo entregó a sus enemigos. Lo Traicionó con un beso.
Yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado; coronado de espinas.
Cargando con la Cruz; crucificado y muerto por obra de tu hijo.
Nuestro nombre lo gritan los enemigos del Maestro, cual bandera de triunfo, con palabras obscenas. La hazaña de tu hijo la cuentan a gritos.
Por menos de lo que cuesta un cordero, vendió al Mesías. Y con un beso traidor, lo señaló a los guardias.”
María cayó por tierra y se puso negra. El médico dice que se le derramó la bilis; que se le despedazó el hígado. Y que toda la sangre se le ha corrompido. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón.
Tuve que traérmela aquí; porque iban a la casa de ella en Keriot a gritar: “¡Tu hijo Deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo…” ¿Es verdad este horrible prodigio?
– No mujer. Fue encontrado muerto, pendiente de un olivo…
– ¡Ah! Y gritaban: “El Mesías ha Resucitado. Es Dios. Tu hijo Traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas.”
Por la noche, me la traje aquí. Con Ananías y un siervo fiel; el único que se quedó con ella, porque todos los demás la dejaron y nadie quiso estar con ella. Ahora esos gritos los oye María en el viento, en el rumor de la tierra. En todas partes.
– ¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible! ¡Sí!
– ¿Pero aquel demonio no pensó en eso?
– Era una de las razones que Yo empleaba para detenerlo. Pero de nada sirvió. Judas llegó a Odiar inmensamente a Dios. Cuando jamás amó verdaderamente a su padre, ni a nadie. A ningún prójimo suyo. Su egoísmo fue tal, que terminó destruyéndose a sí mismo.
– ¡Es verdad!
– Adiós mujer. Mi bendición te de fuerzas para soportar los insultos del mundo, porque compadeces a María. Besa mi mano. A ti si te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor.
Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido al tocar con sus labios la punta de sus dedos.
En ese momento se escucha el ruido de la puerta al abrirse y el grito ahogado de un viejo que se postra…
Y dice:
– ¡El Señor!
Ana le dice emocionada:
– Ananías, el Señor es Bueno. Vino a consolar a tu parienta y a nosotros también.
El hombre no se atreve a moverse.
Llora diciendo:
– Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor.
Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que le había dicho a María…
Jesús repite:
– Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! ¡Dios es Justo! La paz se contigo y con esta casa. He venido y tú irás a donde te envíe. Para la Pascua Suplementaria los discípulos estarán en Bethania.
Irás a ellos y les dirás que doce días después de que Yo morí, me viste en Keriot, vivo y verdadero. En cuerpo, alma y divinidad. Te creerán porque he estado mucho con ellos. Pero los confirmarás en su Fe, acerca de mi Naturaleza Divina, al comprobar que estoy en cualquier lugar, al mismo tiempo.
Pero antes que eso, irás hoy mismo a Keriot y le dirás al sinagogo que reúna al pueblo. Y ante la presencia de todos, proclamarás que he venido aquí y que se acuerden de mis palabras de despedida. Te replicarán: ‘¿Por qué no ha venido Él con nosotros?’ Y les responderás así: ‘El Señor me ha dicho que os dijese, que si hubierais hecho lo que Él os ordenó que hicierais para con una madre inocente, Él se hubiera manifestado. Habéis faltado al Amor.’ ¿Lo harás?
Ananías responde:
– ¡Es difícil, Señor! Es difícil hacerlo. Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará y no me dejará hablar al pueblo. Tal vez me pegue… Sin embargo lo haré, porque Tú lo ordenas…
El anciano no ha levantado su cabeza y contestó manteniendo su actitud de profunda adoración…
Jesús le dice:
– ¡Mírame Ananías!
Cuando Ananías obedece, lo ve. Jesús está tan bello como en el monte Tabor…
Es Dios en todo su esplendor. La luz lo cubre ocultando su Rostro y su sonrisa…
Ha desaparecido…
En el corredor solo están los dos que quedan postrados en profunda adoración…
Mientras tanto en la hacienda que tiene Daniel, el sobrino de Elquías en Beterón. Un grupo de sinedristas están discutiendo…
Elquías dice:
– Lo traje aquí porque no sé a dónde llevarlo. Vosotros sabéis que tengo mis dudas de que Daniel también sea miembro de esa odiosa y nueva secta que ha dado en llamarse ‘cristianos’ Vine también para comprobarlo…
Sadoc le aconseja:
– Simón quiere huir. Irse por el mar. ¿Por qué no darle gusto?
Nahúm objeta:
– Porque es incapaz de actos juiciosos. A solas en el mar moriría. Y ninguno de nosotros es capaz de conducir una barca.
Eleazar ben Annás:
– ¡Y luego, aunque se pudiera! ¿Qué sucedería con lo que diga, en el lugar del desembarco? Dejad que escoja su camino…
Cananías:
– A la presencia de todos. Aún de su pariente… Haz que exprese su voluntad y que se haga como quiera realizarla.
Se admite esta proposición y Elquías llama a un siervo. Le ordena que traigan a Simón Boeto y que llamen a Daniel.
Enseguida vienen los dos. Y si Daniel da la impresión de no sentirse cómodo con cierta clase de gente…
Simón tiene el semblante de un verdadero orate al que no le falta ni la baba…
Elquías:
– Óyenos Simón. Tú dices que te tenemos en prisión, porque queremos matarte…
Simón Boeto:
– Tenéis que hacerlo. Tal es la orden.
Sadoc:
– Deliras, Simón. Calla y escucha. ¿Dónde crees que te podrías curar?
Simón:
– En el mar. En el mar. En medio del mar. Donde no se oye ninguna voz. Donde no hay sepulcros. Porque los sepulcros se abren y de ellos salen los muertos. Y mi madre me maldice…
Elquías:
– Calla. Escucha. Te amamos. Como a nuestra propia carne. ¿De veras quieres ir allá?
Simón:
– Sí que quiero. Porque aquí los sepulcros se abren y mi madre me maldice… Y…
Cananías:
– Irás pues. Te llevaremos al mar. Te daremos una barca y tú…
Daniel grita:
– ¡Cometéis un homicidio! ¡Está loco! ¡No puede ir solo!…
Nahúm:
– Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre. ¿Acaso podríamos hacer lo que Dios no quiere?
Daniel objeta:
– Pero si está loco. No tiene voluntad. Entiende menos que un infante. No podéis hacer eso…
Elquías:
– Tú cállate. Sólo eres un campesino ignorante. Nosotros sí sabemos. Mañana partiremos por mar. ¡Alégrate, Simón! ¡Por el mar! ¿Comprendes?
Simón suspira:
– ¡Ah! ¡Ya no escucharé las voces de la tierra! Ya no más las voces… ¡Ah!
Pero luego empieza la confusión…
Simón da un grito prolongado. Se convulsiona. Se tapa las orejas y cierra los ojos. Luego escapa aterrorizado.
Al mismo tiempo, Daniel corre al lado contrario que Simón y a unos veinte metros se postra en tierra con una adoración profunda…
Jesús está frente a él, con toda la majestad del Hombre-Dios Resucitado y lo saluda con una sonrisa llena de amor, pues Daniel es uno de los setenta…
Jesús le dice:
– Sígueme.
Daniel contesta:
– ¿A dónde, Señor mío y Dios mío?
– Ve a Jerusalén. Allí encontrarás a los apóstoles. Irás por el mundo a predicar mi Palabra y a llevar la Buena Nueva de mi Resurrección. Luego te daré más instrucciones. Te amo.
Jesús lo bendice y desaparece.
Daniel llora de felicidad.
Simultáneamente, Simón Boeto cae preso de unas convulsiones aterradoras, hecha espuma por la boca y da unos alaridos escalofriantes…
Señalando a donde está Jesús con Daniel, grita:
– ¡Hazlo callar! ¡No está muerto! ¡Grita! ¡Grita! ¡Grita más que mi madre! ¡Más que mi padre! ¡Más que en el Gólgota! ¡Allí! ¡Allí! ¡No lo veis allí! ¡Allí está!…
Y señala donde está Daniel feliz, sonriente. Con la cara levantada en alto, después de haberla tenido pegada contra el suelo…
Elquías exclama totalmente desconcertado:
– ¿Pero quién es? ¿Qué es lo que sucede? Detened a ese loco y a aquel necio. –Luego su voz parece un gruñido. Y grita furioso- ¿Acaso todos estamos perdiendo el seso?
Elquías se acerca al ‘necio’ que no es otro Daniel y lo sacude con fuerza. Está colérico y no se preocupa del ‘loco’ de Simón que se revuelca en la tierra, con espuma en la boca y lanzando gritos como si fuese un animal rabioso.
Todos los miran a los dos, paralizados por el terror.
Elquías apostrofa a Daniel:
– Visionario holgazán. ¿Quieres explicarme qué estás haciendo?
Daniel le replica:
– Déjame. Ahora te conozco bien. Me voy lejos de ti. He visto a Quién para mí es un Dios Bondadoso y para vosotros terror… He visto Aquel a quién afirmáis que está muerto.
Y por la cara que tienen tus compinches, creo que también vosotros lo habéis visto…
Me voy. Más que el dinero y cualquier otra riqueza, me importa mi alma. A ti lo que te interesa, es la herencia de mi padre, ¡Quédatela! ¡Adiós, maldito! Y si puedes, trata de alcanzar el Perdón de Dios.
– ¿A dónde vas? ¡No te lo permito!
– No puedes detenerme. ¿Acaso tienes derecho de meterme a la cárcel? ¿Quién te lo dio? Te dejo todo esto, que es lo que amas. Yo sigo a Quién amo con toda mi alma, con todo mí ser. Adiós.
Y dándole la espalda, se aleja corriendo como si tuviera alas en los pies, hacia la pendiente verde de olivos y de árboles frutales.
Todos lo miran pasmados.
Mientras tanto, con heridas. Con espuma. Temblando de terror e infundiendo pavor a su vez; Simón da unos alaridos espeluznantes.
Gritando:
– ¡Me ha llamado Parricida! ¡Haced que se calle!… ¡Cállate!… ¡Parricida! ¡La misma palabra que mi madre! ¿Por qué los muertos dicen las mismas palabras?…
Elquías y los demás están lívidos. La Ira los ahoga.
Elquías amenaza:
– ¡Acabaré contigo, Daniel! Exterminaré a todos los que con sus ‘delirios’ afirman que el Galileo está vivo. Lo digo y lo haré. Lo juro por…
Sadoc lo interrumpe:
– Lo haremos. Lo haremos… Pero no podemos tapar todas las bocas. Todos los ojos que hablan porque ven… También nosotros lo hemos visto… Y tú no puedes negarlo, porque lo viste también…
Elquías y otros aúllan:
– ¡Cállate! ¡Cállate!…
Eleazar ben Annás tiene todo el terror milenario que Israel tiene hacia el Altísimo, al pronunciar con sus labios temblorosos:
– Estamos vencidos. Tenemos que cargar nuestro Crimen. Y ha llegado la expiación… -Se golpea el pecho angustiosamente. Como si ya tuviera ante sí el patíbulo. Y se lamenta- Tendremos que enfrentar la Venganza de Yeové…
La continuación de esta historia, está en la Biblia…
(EL QUE TENGA OÍDOS, QUE OIGA…)
229.- RAZÓN DE LOS PORQUÉ
Es lunes de Pascua, por la noche en el Cenáculo…
Ha sido un día extraordinario y cargado de emociones… La mayoría de los que vinieron se han retirado felices y exhaustos… Sólo están los diez apóstoles que han terminado de cenar… Sobre los platos quedan los restos de pescado y dan sorbos a las copas de vino, mientras hablan.
Sus palabras son breves, como si monologasen consigo mismos y mutuamente dejan que cada uno siga hablando, sin hacerle caso al otro. Están ansiosos y a la vez temerosos… Pero la conversación gira alrededor de Jesús.
Tadeo afirma:
– Longinos dijo que había pensado: ¿Debo pedirle que me cure o que crea? Su corazón le respondió que pidiese ‘poder creer’ y eso pidió. Y la Voz de Él le dijo: “Ven a Mí”. Y experimentó la voluntad de creer y se sintió curado. Así me lo dijo.
Mateo, que está a su lado, pregunta:
– ¿A qué hora dijo Valeria y las romanas que lo habían visto?
Nadie responde.
Andrés:
– Mañana voy a Cafarnaúm.
Silencio.
Bartolomé se felicita:
– ¡Qué maravilla! Coincidir exactamente en el momento en que llegó la litera de Claudia.
Juan suspira:
– Pedro, hicimos mal en habernos venido inmediatamente… Si nos hubiéramos quedado, lo habríamos visto como Magdalena.
Santiago de Zebedeo:
– No comprendo cómo pudo estar en Emaús y en el palacio de Juana al mismo tiempo. Y cómo aquí, dónde está su Madre. Allá dónde estaba Magdalena… Y luego Valeria…
Pedro:
– No vendrá. No he llorado lo suficiente para merecerlo… Tiene razón. Pero, ¡Cómo! ¡Cómo pude haber hecho eso!
Zelote:
– ¡Qué transfigurado estaba Lázaro! Os aseguro que parecía un sol. Me imagino que le pasó lo mismo que a Moisés, después de que vio a Dios. ¿No es verdad vosotros, que os encontrabais allí?
Nadie lo escucha.
Santiago de Alfeo se vuelve a Juan y le pregunta:
– ¿Cómo dijo a los de Emaús? Me parece que nos excusó, ¿No es verdad? ¿No dijo que todo había sucedido porque nosotros los israelitas comprendemos mal la naturaleza de su Reino?
Juan no responde.
Y volviéndose a mirar a Felipe, habla al aire porque a Felipe no se dirige:
– A mí me basta saber que ha resucitado. Oraré porque mi amor sea cada vez más grande. Porque si pensáis bien; ha ido en proporción al amor que le tenemos. Primero a su Madre, a María Magdalena, luego los niños, a mi madre y la tuya; luego Lázaro, Martha… Los romanos… ¿Cuándo se apareció a Martha? Estoy seguro que cuando se puso a cantar el Salmo: “El Señor es mi pastor…”
¿Recuerdas cómo nos maravilló con su inesperado canto? ¡Qué bueno que ya encontró nuevamente su camino! Antes andaba como sin saber qué hacer… Pero, ¿Qué habrá querido decir con esponsalicios confirmados?
Felipe, que por un momento lo miró y luego dejó que hablara solo… Da un suspiro y piensa en voz alta…
Felipe monologa:
– No sabré qué decirle si viene… Huí… Y me parece que huiré. Antes lo hice por temor a los hombres, ahora será por temor a Él.
Bartolomé se pregunta:
– Dicen todos que es hermosísimo. Pero, ¿Puede ser más bello de lo que ya era?
Mateo:
– Yo le diré: ‘Me perdonaste sin decir palabra alguna, cuando yo era publicano. Perdóname también ahora con tu silencio; porque mi cobardía no merece que me hables.’
Zelote suspira:
– Yo no puedo dejar de pensar en Lázaro que al punto se le premió, después de haber ofrecido su vida… También yo lo he dicho: ‘Mi vida por tu gloria’ Pero no ha venido…
Pedro:
– ¿Qué estás diciendo Simón? Tú que eres culto, dime. ¿Qué debo decirle para darle a entender que lo amo y que le pido perdón? Tú Juan. Tú has hablado mucho con su Madre. Ayúdame. ¡No está bien dejar solo al pobre de Pedro!
Juan se compadece de su atribulado compañero y responde:
– De mi parte le diría sencillamente: ‘Te Amo’ En el amor está incluido todo el arrepentimiento y también el deseo de ser perdonado. Pero… no sé. Simón, ¿Qué dices tú?
Zelote responde:
– Yo pronunciaría el grito que provocaba los milagros: “¡Jesús, ten piedad de mí!” Y basta.
Pedro se angustia:
– En esto pienso y es lo que me hace temblar. ¡Oh! Me siento aniquilado por la vergüenza y el arrepentimiento… Aún ésta mañana tenía miedo de verlo. No me atrevo a enfrentarlo y…
Juan le da ánimos:
– Y fuiste el primero en entrar. No tengas miedo. Parece que no lo conocieras.
De pronto, la habitación se ilumina como si un relámpago hubiese penetrado en ella. Los apóstoles se tapan las caras temiendo un rayo. Pero al no oír el estruendo. Levantan la cabeza.
Jesús está en medio de la habitación, junto a la mesa.
Abre los brazos diciendo:
– La paz sea con vosotros.
Nadie responde.
Todos lo miran asombrados. Quién con la palidez o con la vergüenza, con miedo y con reverencia. Se sienten atraídos y al mismo tiempo deseosos de huir.
Jesús, con una gran sonrisa, da un paso adelante.
Y dice:
– No tengáis miedo. Soy Yo. ¿Por qué estáis acobardados? ¿No teníais deseos de verme? ¿No os había dicho que regresaría? ¿No os lo dije hasta la tarde de la Pascua?
Nadie se atreve a hablar. Pedro ha empezado a llorar. Juan sonríe. Los dos primos lo miran con los ojos brillantes y con un intento de decir algo que se queda solo en sus labios. Parecen dos estatuas representando el deseo.
Jesús dice:
– ¿Por qué dentro de vuestros corazones, traban lucha la duda y la Fe? ¿El amor y el temor? ¿Por qué queréis seguir siendo carne y no espíritu? Soy Jesús. Vuestro Jesús Resucitado. –Levanta sus manos mostrando las llagas por ambos lados. Y agrega- ¡Mirad! Tú que viste mis heridas y vosotros que no las visteis. Porque sabed que esto es muy diferente de lo que Juan vio.
Tú primero. Ven, estás completamente limpio. Tanto que puedes tocarme sin temor. El amor, la obediencia, la fidelidad, te han purificado del todo. Mi Sangre, con la que bañaste cuando me bajaste del patíbulo, completó todo.
Mira. Son mis propias manos, mis propias heridas. Contempla mis pies. ¿Ves cómo ésta es la señal del clavo?
Sí. Soy Yo. No soy un fantasma. Tocadme. Los espectros no tienen cuerpo. Yo tengo un cuerpo verdadero. –Pone su mano sobre la cabeza de Juan que se le ha acercado- ¿Sientes? Tiene calor y es pesada. –Le sopla a la cara- Y esto es aliento.
Juan murmura:
– ¡Oh, Señor mío!
Jesús dice:
– Sí. Vuestro Señor. Juan no llores de miedo, ni de deseo. Ven a Mí. Soy quien siempre te ama. Sentémonos, como siempre, a la mesa. ¿Tenéis algo que comer? Dádmelo entonces.
Andrés y Mateo, caminando como sonámbulos: toman de la alacena pan y pescado asado. Y un tarro con miel apenas abierto, que está a un lado.
Jesús ofrece el alimento y come. Da a cada uno, un pedazo de lo que come. Los mira. Es Bueno; pero tan inmensamente Majestuoso, que están paralizados.
Santiago de Zebedeo es el primero que se atreve a hablar:
– ¿Por qué nos miras así?
Jesús contesta:
– Porque quiero conoceros.
– ¿Todavía no nos conoces?
– Igual que vosotros que no me conocéis. Si me conocierais, sabríais Quién Soy, cuánto os amo y encontraríais palabras para hablarme de vuestro tormento. Estáis callados, como lo estaríais enfrente de un desconocido, cuyo Poder imagináis y por eso teméis. Hace unos momentos hablabais… He venido y ahora os calláis. ¿Estoy tan cambiado que no me parezco? ¿O estáis tan cambiados que ya no me amáis?
Juan, que está cerca de Jesús, reclina su cabeza sobre su pecho, como solía hacerlo antes. Y con voz queda dice: ‘Te amo, Dios mío.’ Pero se estremece por haberse atrevido a recargar su cabeza sobre el resplandor que mana de Jesús, pese a que la carne de su Cuerpo, es semejante a la nuestra.
Jesús lo atrae sobre su corazón y entonces Juan se entrega libremente a un llanto de felicidad.
Esta es la señal para que todos se acerquen.
Pedro se desliza entre la mesa y el asiento y llorando, de rodillas le suplica:
– ¡Perdón! ¡Perdón! Sácame de este infierno en el que desde hace tantas horas me debato. Dime que comprendiste que mi error no fue error de mi corazón, sino de mi debilidad humana que se impuso sobre él. Dime que has visto mi arrepentimiento… Que hasta la muerte me durará…
Jesús le dice:
– Ven aquí, Simón de Jonás.
– Tengo miedo.
– Ven aquí. No quieras ser ahora cobarde.
– No merezco acercarme a Ti.
– Ven aquí. ¿Qué te dijo mi Madre? “Si no lo miras en este Sudario, no tendrás el valor de mirarlo otra vez.” ¡Eres un necio! ¿Con mi rostro, con mi dolorosa mirada, no te decía que te comprendía y que te perdonaba? Regalé ese lienzo para consuelo, para guía, para absolución y bendición…
¿Qué cosa os ha hecho Satanás, para cegaros en tal forma? Ahora Yo te digo: Si no me miras ahora, que sobre Mí he puesto un velo para ponerme al alcance de vuestra debilidad; jamás podrás venir a Mí, tu Señor, sin temor. ¿Y entonces qué cosa te volverá a traer? Pecaste por presunción, ¿Quieres pecar ahora por obstinación? Ven. Te lo mando.
Pedro se arrastra sobre sus rodillas, con las manos cubriendo su cara llena de lágrimas. Cuando llega a los pies de Jesús, Él lo detiene poniéndole una mano sobre su cabeza.
Pedro, con lágrimas más abundantes, toma esa mano y se la besa…
Mientras dice sollozando:
– ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Oh, Dios mío, perdón!
Jesús quita su mano y con ella levanta la cara del apóstol. Lo mira en esos ojos enrojecidos, quemados, destrozados por el arrepentimiento. La mirada de Jesús parece querer llegar hasta el fondo de su alma.
Luego dice:
– Vamos. Quítame el oprobio de Judas. Bésame dónde él me besó. Quítame con tu beso, la huella de su Traición.
Pedro levanta su cabeza al mismo tiempo que Jesús se inclina y le besa en la mejilla… después se reclina sobre las rodillas de Jesús y se queda en esta posición. Como un anciano que se comporta cual niño que sabe que ha hecho mal, pero que sabe que ha sido perdonado.
Los demás, al ver la Bondad de Jesús, encuentran fuerzas para acercarse. Los primeros son sus primos. Quisieran decir tantas cosas… Pero no logran decir ni una palabra.
Jesús los acaricia y los anima con su sonrisa.
Luego se acercan Andrés y Mateo.
Mateo dice:
– Como en Cafarnaúm…
Y Andrés:
– Yo… yo… te amo.
Bartolomé entre lágrimas:
– No fui un docto, sino un necio. Éste sí que lo fue. –y señala a Zelote a quién Jesús sonríe.
Santiago de Zebedeo dice a su hermano, Juan:
– Díselo tú…
Jesús se vuelve y dice:
– Hace cuatro noches que lo dices y siempre he tenido compasión de ti.
Felipe muy inclinado, es el último en acercarse; pero Jesús le obliga a levantar la cabeza…
Y le dice:
– Para predicar al Mesías, se necesita mucho valor.
Ahora todos están alrededor de Jesús. Poco a poco ganan confianza. Vuelve la tranquilidad.
La Majestad de Jesús es tan grande, que les impone un sumo respeto.
Pero poco a poco, ellos atraviesan el límite que les imponía y empiezan a hablar.
Su primo Santiago se lamenta:
– ¿Por qué nos has hecho esto, Señor? Sabías que somos nada y que todo viene de Dios. ¿Por qué no nos diste las fuerzas para estar a tu lado?
Jesús lo mira y sonríe.
Zelote:
– Ahora todo se ha cumplido y nada tienes que padecer. Tus sufrimientos los imaginaba y esto acabó con mis fuerzas. Sentía que me ahogaba, pero te obedecí…
Jesús lo mira y sonríe.
Andrés:
– Señor. sabes lo que mi corazón anhelaba. Pero después me faltó todo. Como si me lo hubiesen arrebatado, los verdugos que te aprehendieron. Y solo me quedó un agujero en la mente… ¿Por qué has permitido esto, Señor?
Felipe:
– Tú hablas del corazón… Yo me sentí como si hubiese perdido la razón, después que me dieran un mazazo en la nuca. De pronto en la noche me encontré en Jericó. ¡Oh, Dios, Dios! Me imagino que así será la posesión. ¡No supe ni cómo había llegado allá!
Bartolomé:
– Felipe tiene razón. Yo miraba hacia atrás. Estaba tan aturdido, que no sabía nada de nada. Miraba a Lázaro cruelmente atormentado, pero muy seguro. Y me decía: ‘¿Por qué él puede estar así y yo no?’
Santiago de Zebedeo:
– También yo miraba a Lázaro y decía: ‘Si por lo menos mi corazón fuera así.’ Porque yo solo experimentaba dolor, dolor y más dolor. Lázaro sufría, pero tenía paz.
Jesús los mira a cada uno de los tres y sonríe. Pero no dice nada.
Tadeo:
– Traté de ver lo que Lázaro veía. Pero no pude. Por eso me mantenía cerca de él. ¡Su cara parecía un espejo! Un poco antes del terremoto del viernes, la tenía como si estuviera aplastado. Y luego de pronto, cobró un aire de majestad en su dolor.
¿Recordáis cuando dijo: ‘El deber cumplido, produce Paz’? Todos pensamos que era un reproche dirigido contra nosotros. Ahora pienso que lo dijo por Ti. Lázaro fue un faro en nuestras tinieblas. ¡Cuánto le has dado, Señor!
Jesús sonríe y calla.
Andrés confirma:
– Sí. La vida. Tal vez con ella le diste un alma diferente. Porque pensándolo bien, ¿En qué se diferencia de nosotros? Y sin embargo no es solo un hombre. Es algo superior. Por lo que fue en el pasado, debía ser menos perfecto en su espíritu. Pero ha logrado serlo. Y nosotros… Señor… mi amor ha sido como una espiga vacía. Sólo produce paja.
Mateo:
– No puedo pedir nada, porque ha sido mucho lo que he obtenido con mi conversión. Pero, ¡Sí! Yo hubiera querido lo que tuvo Lázaro. Un corazón entregado a Ti. También yo pienso como Andrés…
Juan:
– También Magdalena y Martha fueron como faros. Vosotros no las visteis. Una era piedad y silencio. ¡La otra! ¡Oh! Si estuvimos juntos como un manojo de paja, alrededor de la Virgen, es porque Magdalena lo hizo con el fuego de su amor intrépido. Sí. El amor. Nos han superado en amar… Por esto fueron lo que fueron.
Jesús continúa sonriendo y sin decir una palabra.
Los apóstoles dicen al mismo tiempo:
– Pero han sido grandemente recompensados…
– Tú dejaste que te vieran.
– Los visitaste primero.
– A los pastores y a los discípulos…
– A María después de tu Madre…
– A Juana, a las romanas y a los militares romanos.
Es indudable que en sus palabras se trasluce el tono de un cierto reproche, por estas personas privilegiadas.
Que se hace más evidente en los que hablan luego, conforme se van atreviendo a más…
Felipe:
– Magdalena sabe desde hace muchas horas que has resucitado. Ha transcurrido todo el Domingo… Y nosotros sólo ahora podemos verte…
Tadeo:
– No más dudas en ellos. Pero en nosotros, ¡Cuántas!… Mira. Sólo ahora comprendemos que nada ha terminado. Si todavía nos amas y no nos rechazas… ¿Por qué entonces, solo a ellos; Señor?
Pedro:
– Sí. ¿Por qué a las mujeres y sobre todo, a María Magdalena? Le tocaste la frente. Ella asegura que le parece llevar una guirnalda eterna. Y a nosotros tus apóstoles, nada…
La sonrisa desaparece del rostro de Jesús.
Mira seriamente a Pedro y dice:
– Tenía Yo Doce discípulos. Los amaba con todo mi corazón. Los había elegido. Y como una madre cuidé de que crecieran durante mi vida. No tenía secretos para ellos. Todo les decía, les explicaba, les perdonaba. Tenía discípulos… Había ricos y pobres. Tenía mujeres discípulas de un pasado turbio y de frágil constitución. Pero mis predilectos eran los apóstoles.
Llegó mi Hora…
Uno me Traicionó y me entregó a los verdugos. Tres se echaron a dormir, mientras Yo sudaba sangre…
Todos menos dos, huyeron cual cobardes. Uno me negó por temor, no obstante el ejemplo del otro, joven y fiel… Y como si no fuera suficiente, entre los Doce he tenido un suicida desesperado y otro que ha dudado de tal forma de mi Perdón, que no quiso creer en la Misericordia de Dios, pese a las palabras de mi Madre.
Si tuviera que ver a mis seguidores con ojos humanos, tendría que asegurar: ‘Fuera de Juan, fiel en el amor y de Simón, fiel en la obediencia, ya no tengo apóstoles.’ Esto debería haber dicho cuándo padecía en el recinto del Templo, en el Pretorio, por las calles de Jerusalén, en la Cruz.
Había mujeres… Una, la más pecadora en el pasado, fue la llama que soldó las fibras deshechas de los corazones. Esa mujer es María de Mágdala.
Tú me negaste y huiste. Ella desafió la muerte para estar cerca de Mí. Al sentirse insultada se levantó el velo, para recibir los escupitajos y burlas, pensando que así se asemejaba más a su Rey Crucificado.
En el fondo de los corazones era objeto de burla porque creía en mi resurrección y pese a ello siguió creyendo. Destrozada ha vuelto a reaccionar… Y por la mañana pese a su Dolor dijo: ‘De todo me despojo, pero dadme a mi Maestro.’ Puedes repetir tu pregunta: ¿Por qué a ella?
Tuve discípulos pobres, que eran los pastores. Pocas veces tuve la oportunidad de estar cerca de ellos y sin embargo no dudaron en proclamar su fidelidad.
Tuve discípulas tímidas, como lo son todas las mujeres hebreas. Y con todo, no vacilaron en abandonar sus casas y avanzar en medio de la marea del odio de un pueblo que me blasfemaba, con tal de darme esa ayuda que mis apóstoles me negaron…
Tenía el rostro cubierto de escupitajos y de sangre. Lágrimas y sudor corrían por mis heridas. Suciedad y polvo lo cubrían. ¿Cuál fue la mano que lo limpió?
Ninguna de las vuestras. Éste estaba junto a mi madre. Éste juntaba a las ovejas dispersas. ¿Cómo podían ayudarme?
Tú escondiste tu cara por miedo al desprecio del mundo, mientras tu Maestro se cubría con él. A esa delicada mano de mujer, le di el regalo de mi sonrisa.
Tuve paganas que admiraban al ‘filósofo.’ Porque eso era para ellas. Y cuando todo un mundo de ingratos me había abandonado… Ellas, las poderosas romanas; no tuvieron empacho en aceptar las costumbres hebreas, para decirme: ‘Somos tus amigas’
Me moría de sed. La fiebre y el dolor se habían apoderado de Mí. Ya había manado Sangre de Mí, en el Getsemaní por el Dolor de ser Traicionado, abandonado, negado, azotado, sumergido por las culpas infinitas y por el Rigor de Dios. También corría sangre en el Pretorio…
¿Quién quiso dar una gota de agua a mi garganta que ardía de sed? ¿Una mano de Israel? No. Un pagano compasivo. La misma mano que por decreto eterno, me abrió el pecho para mostrar que el corazón tenía ya una herida mortal.
Y era que la falta de amor, la cobardía, la Traición; ya la habían abierto. Fue un pagano. Os lo recuerdo: “Tuve sed y me dio de beber” En todo Israel no hubo Uno, que me hubiese dado un solo consuelo.
O porque no podían, como mi Madre, las mujeres fieles y los pastores. O por mala voluntad.
Y un pagano tuvo para el Desconocido, un gesto de compasión que mi pueblo no me dio. En el Cielo encontrará el sorbo de agua que me dio…
En verdad os digo que sí rechacé todo consuelo, porque cuando se es víctima no conviene templar la suerte. No quise rechazar lo que me ofrecía el pagano; porque en ello probé la miel de todo el amor que los gentiles me brindarán, en recompensa de toda la amargura que me hizo beber Israel.
No me quitó la sed. Pero sí el desconsuelo. Acepté ese sorbo, para atraer hacia Mí, al que ya se inclinaba hacia el Bien. ¡Que el Padre lo bendiga por su compasión!
¿No habláis más? ¿Ya no me preguntáis porqué he procedido como lo hice? No os atrevéis ¿Verdad? Os lo diré. Os diré los porqués de esta Hora.
¿Quiénes sois? Mis continuadores. Los sois pese a vuestro extravío. ¿Qué debéis hacer? Convertir al Mundo al Mesías. ¡Convertirlo! Es la cosa más delicada y difícil, amigos míos. Los desprecios, las burlas, el orgullo, el celo exagerado, son cosas que se opondrán al éxito.
Pero como nada, ni nadie os hubiese convencido para que usaseis bondad, condescendencia y caridad; para con los que están en las Tinieblas. Fue necesario, ¿Comprendéis?…
Que después de que se hubiera aplastado vuestro orgullo de hebreos, de varones, de apóstoles. Tuvieseis la Humildad, para comprender la verdadera sabiduría y la grandeza de vuestro ministerio… Y creciese en vosotros la mansedumbre, la paciencia, compasión y el amor sin límites.
¿Veis que aquellos que mirabais con desprecio o con orgullosa compasión, os han superado en la Fe y en el Obrar? Todos. La pecadora de otros tiempos… Lázaro, aficionado a la cultura profana, fue el primero que perdonó y guió. Las mujeres paganas, desafiaron un pueblo enloquecido por el Odio…
La débil mujer de Cusa. ¿Débil? En verdad que a todos os supera. Es la primera mártir de mi Fe… Los soldados de Roma. Los pastores. El herodiano Mannaém y hasta Gamaliel el rabino… No te estremezcas Juan. ¿Crees que mi espíritu estaba en las Tinieblas?
Y esto os ha sucedido, para que el día de mañana al recordar vuestro error, no cerréis vuestro corazón a quien se acerca a la Cruz. Y sin embargo Yo sé que no lo haréis hasta que la Fuerza del Señor, no os haya revestido con su Fuego.
Pedro. En lugar de estar llorando, tú que debes ser la Piedra de mi Iglesia, grábate ésta verdad en el corazón: La mirra se emplea para preservar de la corrupción, llénate de su amargura. Y cuando quieras cerrar tu corazón y la Iglesia a uno de otra fe, recuerda que no fue Israel… No Israel, sino Roma; quién me defendió y tuvo piedad…
Acuérdate que no fuiste tú, sino una pecadora, la que tuvo la osadía de estar a los pies de la Cruz y por eso mereció ser la primera en verme.
Y para que no te hagas digno de una reprensión, Imita a tu Dios. Abre tu corazón y la Iglesia diciendo: “Yo el pobre Pedro no puedo despreciar, porque si lo hiciere; Dios me despreciará y mi error tornará cual es, ante sus ojos” ¡Ay de ti si no te hubiera reducido a este estado! Serías un Lobo y no un Pastor.
Jesús, revestido con toda su imponente majestad se pone de pie…
Hijos míos, os hablaré más veces, mientras esté con vosotros. Entre tanto os absuelvo y os perdono. Después de la Prueba que si fue cruel y avasalladora… También fue necesaria y saludable.
Descienda sobre vosotros la paz del Perdón. Y con ella en el corazón volved a ser mis amigos fieles y fuertes. Mi Padre me envió al Mundo. Yo os mando a él, para que continuéis mi Evangelización.
Miserias de toda clase vendrán a vosotros en demanda de consuelo. Sed buenos, pensando en la miseria vuestra, cuando os quedasteis sin Mí… Llevad con vosotros la Luz. En las Tinieblas no se puede ver. Sed limpios, para que otros lo sean. Sed amor para amar.
Luego vendrá El que es Luz, Purificación, Amor. Para prepararos a este Ministerio os comunico el Espíritu Santo. A quienes les perdonareis sus pecados, les serán perdonados. A quienes no, no se les perdonarán. Vuestra experiencia os haga justos para juzgar.
El Espíritu Santo os haga santos para santificar. Vuestra voluntad sincera de reparar vuestra falta, os haga heroicos para la vida que os aguarda. Lo que todavía no os digo, os lo diré cuándo el que está ausente, haya venido. Rogad por él. Quedaos con mi paz y sin angustia alguna de que no os ame.
Jesús desaparece igual que como entró, dejando entre Pedro y Juan el lugar vacío. Desaparece en medio de un resplandor que hace que los apóstoles cierren sus ojos. Cuando los abren, encuentran que solo la Paz de Jesús ha quedado como una flama que quema y que sana. Que consume las amarguras del pasado en un solo deseo: el de servir.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
228.- LAS PRIMICIAS DE ROMA
Es la hora tercia de la mañana del Domingo… En una rica habitación de su palacio, está llorando amargamente Juana, apoyada sobre el respaldo de un asiento que está junto a un lecho bajo, cubierto de hermosas y finas mantas. Su llanto es abundante y su cuerpo se sacude con los sollozos…
Como tiene la frente apoyada sobre su brazo, no ve cuando un rayo de sol que se filtra por la cortina del ventanal, repentinamente se vuelve más luminoso y aparece Jesús… Que se le acerca sin hacer ruido, le toca los negros cabellos con una caricia muy delicada y con mucha dulzura…
Jesús le pregunta:
– ¿Por qué lloras Juana?
Está tan abismada en su dolor que ni siquiera levanta la cabeza para mirar a quien le ha preguntado y…
Con un sollozo desgarrador, Juana contesta:
– Porque ya no tengo ni siquiera el Sepulcro del Señor para ir a bañarlo con mis lágrimas y no estar sola…
– Ya Resucitó… ¿No estás feliz?
¡Oh, sí! Todos lo han visto, menos Martha y yo. Martha lo verá sin duda en Bethania… Porque esa casa ha sido siempre amiga de Él. La mía… La mía ya no lo es… Todo lo he perdido con su Pasión… A mi Maestro y el amor de mi esposo… y su alma… Porque no cree… No cree. Se burla de mí… Me obliga a que ni siquiera venere la memoria de mi Salvador… Para no perjudicarse… Para él es más importante el respeto humano…
Yo… yo no sé si seguir amándolo o no. No sé si seguiré obedeciéndolo como mujer que soy suya. O no… Como lo quisiera mi corazón, para que mi alma se pueda unir al Mesías a quién sigo siendo fiel… Yo quisiera saber… ¿Pero quién puede aconsejarme si ya no puedo verlo? ¡Oh! ¡Para mi Señor sus sufrimientos han terminado! Pero para mí, empezó el viernes y continúa…¡Oh, que soy tan débil y no tengo fuerzas para soportar esta cruz!
– ¿Si Él te ayudase, la llevarías por su Amor?
– ¡Claro que sí! Con tal de que me ayudara… Él sabe qué cosa significa llevar la cruz… ¡Oh! ¡Piedad de mi desventura!…
Sí. Yo sé lo que significa llevar uno solo la cruz. Por esto he venido y estoy a tu lado Juana, ¿Sabes Quién te está hablando? ¿Tu casa ya no es más amiga para el Mesías? ¿Por qué? Si tu esposo terrenal es como un planeta al que oculta una nube de miasmas humanos, tú siempre eres la Juana de Jesús. El Maestro no te ha abandonado. Jesús jamás abandona a las almas que se han unido a Él. Es siempre el Maestro, el Amigo, el Esposo, también ahora que es el Resucitado. Levanta tu cabeza Juana. Mírame.
En estos momentos en que nadie oye lo que te digo tendrás mayor gozo que si me hubiera aparecido como a las otras, pues voy a decirte cual sera tu conducta en lo futuro. La que será de tantas hermanas tuyas. Ama con paciencia y sumisión a tu vacilante esposo. Aumenta tu dulzura cuanto más el fomenta dentro de sí la amargura de miedos humanos. Aumenta tu luminosidad espiritual, cuanto más el proyecta sombras de intereses terrenales. Sé fiel por los dos. Sé fuerte en tu desposorio espiritual…
¡Cuántas en lo porvenir tendrán que escoger entre la voluntad de Dios y la de su esposo! Pero serán grandes cuando sobre el amor y la maternidad, seguirán a Dios. Tu padecer ha empezado. Pero ten en cuenta que el padecer desemboca en la resurrección.
Juana ha estado escuchando y poco a poco ha ido levantando su cabeza. Sus sollozos se mitigan. Mira… Y cae de rodillas…
Adorando y murmurando:
– ¡El Señor!
Sí. Soy el Señor. Ves que no me he comportado con nadie, como contigo. Yo veo las necesidades particulares y sé la ayuda que tengo que dar a las almas que lo esperan. Sube tu calvario de mujer casada con la ayuda de mi caricia y la de tu inocente hijito… Ha entrado conmigo en el Cielo y me encargó que te diera sus caricias… Te bendigo, Juana. Ten Fe. Te he salvado. Salvarás a otros, si tienes Fe.
Juana sonríe y se atreve a preguntar:
– ¿No vas dónde los niños?
– Al amanecer los he besado, cuando todavía dormían en sus camas y me tomaron por un ángel. Puedo besar a los inocentes cundo quiero. Pero no los desperté para no turbarlos demasiado. Su alma conserva el recuerdo de mi beso… Y a su tiempo lo trasmitirá a la inteligencia. Nada de lo que es mío se pierde. Sigue siendo para con ellos madre y para con mi Madre, hija. No te separes jamás de Ella. Con una dulzura maternal, conservará lo que fue nuestra amistad. Llévale los niños. Los necesita para sentirse menos sola, ahora que ya no tiene a su Hijo.
– No lo permitirá Cusa.
– Si lo permitirá.
– ¿Me repudiará, Señor?- Es un grito de dolor.
– Es un planeta envuelto en la niebla. Llévalo a la Luz con tu heroísmo de esposa y de creyente. Adiós. Fuera de mi madre, a nadie más digas que te he venido a ver. También las revelaciones se hacen a quién es justo hacerlas.
Jesús la bendice y con una hermosísima sonrisa… Desaparece.
Juana se levanta aturdida, en medio de la alegría y el dolor. Entre el temor de haber soñado y la certeza de haber visto. Pero lo que siente dentro de sí, la serena. Va a donde están jugando los pequeños en la terraza superior y los besa.
La pequeña María ya no es la niña flacucha de otros tiempos… Sino una esbelta, gentil y hermosa criatura; espléndidamente vestida y peinada.
Le pregunta tímidamente:
– ¿No lloras más, mamá?
Matías, moreno y elegante; con su exuberancia de pequeño hombrecito…
Le asegura:
– Dime quién te hace llorar. Que me las va a pagar…
Juana los estrecha contra su corazón y hablando sobre sus cabecitas, responde:
– No lloro más. Jesús ha resucitado y nos bendice…
María pregunta:
– ¡Oh! ¿Entonces no sangra más? ¿Ya no sufre?
Matías dice:
– ¡Necia! Di más bien que ya no está muerto… ¡Ah! ¡Entonces ahora es feliz! Porque estar muerto es algo feo…
María vuelve a preguntar:
– ¿Entonces ya no vas a llorar más, verdad mamá?
Juana responde:
– No. Vosotros inocentes, alegraos con los ángeles.
María dice:
– Los ángeles… Esta noche, no sé qué vigilia fue… Sentí una caricia muy suave y más dulce que la tuya y cuando abrí los ojos, sólo vi una gran luz y pensé: ‘Mi ángel me ha besado, para consolarme por el gran dolor que tengo de que haya muerto el Señor…’
Matías agrega:
– También yo. Pero como tenía mucho sueño solo dije: ¿Eres tú? Pensé que era mi ángel custodio y quería decirle: ‘Ve a besar a Jesús y a Juana, para que ya no tengan miedo.’ Pero no pude, seguí durmiendo y soñando que estaba en el cielo. Luego sentí el terremoto y me desperté asustado, pero Esther me dijo: ‘No tengas miedo. Ya pasó.’ Y volví a dormir.
Juana los besa una vez más y los deja para que sigan jugando. Ella sale y se va al Cenáculo.
Pregunta por la Virgen y cuando está con Ella en su habitación…
Juana exclama:
– Lo he visto. Te lo anuncio. Me siento consolada y feliz. Ámame, porque Él me mandó que estuviese unida a ti.
María responde:
– Ya te había dicho desde el sábado que te amo. Desde ayer, porque ayer… Parece tan lejano aquel día de lágrimas y tinieblas y fue apenas anteayer… Y este día tan lleno de luz y de sonrisas…
– Sí. Me lo habías dicho, ahora recuerdo lo que Él me ha repetido. Me habías dicho: “Nosotras las mujeres debemos hacer algo, porque nos hemos quedado solas y los varones han huido… Es siempre la mujer la que procrea…” ¡Oh, Madre, ayúdame a dar a la vida a Cusa! Él ha huido de la fe… –Y Juana se pone a llorar.
María la toma en sus brazos y la acaricia como si fuera una niña…
Le dice:
– Más fuerte que la Fe, es el Amor… Es la virtud más activa. Con él crearás el alma nueva de Cusa. No tengas miedo. Yo te ayudaré…
Mientras tanto en el monte de los Olivos…
Los pastores van bajando para entrar a la ciudad y llegar hasta el Cenáculo…
Tambien ellos caminan ligeros y hablan llenos de gozo, porque ya supieron la noticia de la Resurrección… Y la creen totalmente, aunque ellos no lo han visto.
Elías dice:
– Diremos a Pedro que lo mire bien, para que nos diga cuán hermoso es ahora su rostro…
Isaac:
– Por mi parte, por más bello que sea; no puedo olvidar cómo fue atormentado…
Leví pregunta:
– Yo recuerdo la forma en que fue levantado en la Cruz. ¿También vosotros?
Daniel:
– Perfectamente. Todavía se podía distinguir. Después, con estos ojos tan viejos, ya no podía verlo bien…
José:
– Yo sí lo vi hasta que murió. Pero hubiera preferido ser ciego para no verlo…
Juan el pastor lo consuela:
– Ahora ha resucitado. Esto es lo que importa y lo que debe hacernos felices…
Jonathás:
– Y el recuerdo de que no lo dejamos, sino para hacer una caridad.
Matías murmura:
– Pero nuestro corazón se quedó allá arriba.
Benjamín:
– Sí, allá siempre. Tú que ya lo viste en el Sudario dinos: ¿Cómo estaba? ¿Se parece?
Isaac responde:
– Cómo si hablase.
Varios preguntan:
– ¿Veremos ese velo?
– Sí. Su Madre lo enseña a todos. Ciertamente lo veréis. Pero da tristeza verlo… Sería mejor ver… –Se interrumpe y grita- ¡Oh, Señor!
Todos se detienen de repente, porque Jesús está frente a ellos con los brazos abiertos, como si los abrazara…
Y les dice:
– Siervos fieles, vedme aquí… –su sonrisa es indescriptible- Id. Os espero dentro de pocos días en Galilea. Quiero deciros que os sigo amando. Jonás está feliz, con los demás en el Cielo y os mandan sus bendiciones…
Todos exclaman:
– ¡Señor! ¡Señor!
– La Paz sea con vosotros, siervos de buena voluntad.
Jesús desaparece en medio de un rayo esplendoroso de sol meridiano. Él se ha ido, pero a ellos les queda la alegría de haberlo visto glorioso…
Están transfigurados de alegría. Llevados de su humildad, no conciben haber sido dignos de haberlo visto y dicen:
– ¡A nosotros!
– ¡A nosotros!
– ¡Qué bueno es nuestro Señor!
– Desde su Nacimiento, hasta su Triunfo…
– Siempre humilde y bueno para con sus pobres siervos.
– ¡Y qué bello es!
– ¡Oh! ¡Nunca había sido tan Hermoso!
– ¡Qué majestad!
– ¡Parece más alto y entrado en años!
– ¡Es un hombre en la plenitud de su juventud y madurez!
– ¡Realmente es el Rey!
– ¡Lo llamaron el Rey Pacífico! Pero también es el Rey Terrible para los que deben tener miedo de su Juicio.
¿Vieron que rayos despedía su Rostro?
– ¡Y qué mirada la de sus bellísimos ojos!
– Yo no me atreví a mirarlo fijamente… Creo que asi es cómo debe estar en el Cielo. ¡Es Dios! Quiero conocerlo para no tener miedo.
– No debemos temer si seguimos siendo sus siervos.
– Oísteis: ‘Quiero deciros que os sigo amando. La paz sea con vosotros, hombres de buena voluntad’ Ni una palabra más. Pero aprueba lo que estamos haciendo.
– Entonemos el canto de nuestra alegría…
Matías, el anciano discípulo de Juan el Bautista, se pone a la cabeza de todos cantando con júbilo y los otros le siguen en coro:
– “Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Verdaderamente el Señor ha Resucitado, ¡Aleluya! Ha perdido con su Sangre, todo cuanto el beso de un hombre le inyectó de corrupción…
Y limpio como el altar de su Cuerpo Santísimo, ha tomado la inefable Belleza de Dios. ¡Aleluya!… Antes de subir a los Cielos, se ha mostrado a sus siervos. ¡Aleluya! Vayamos cantando la Eterna Juventud de Dios. Vayamos anunciando a las gentes, que Él ha Resucitado, ¡Aleluya! Del sepulcro el Inmortal ha salido, el Vencedor ha vencido a la Muerte, ¡Aleluya! El Justo, el Santo, el Rey ha Resucitado, ¡Aleluya! El hombre justo con Él ha resucitado. En el Pecado como en una gruta, estaba encerrado el corazón del hombre. Murió, para decir: ¡Resucitad! Y los que estaban dispersos, con Él han resucitado. ¡Aleluya! Abiertas las puertas de los Cielos, a los elegidos ha dicho: ‘Venid’ Que nos conceda por su santa Sangre que también nosotros subamos, ¡Aleluya!
Y con júbilo santo, los pastores marchan danzando a través del bosque de olivos en flor…
Cuando están a punto de llegar a la Puerta de los Peces…
Jonathás dice:
– Porque dije que había nacido, perdí mi patria y mi casa. Y por causa de su Muerte, he perdido la nueva casa donde treinta años trabajé como un hombre honrado. Pero aun cuando perdiese la vida por su causa, moriría alegremente. No guardo rencor al que no me quiere por su causa. Mi Señor me ha enseñado la perfecta mansedumbre, con su muerte.
Tampoco me preocupa el mañana. Mi morada está en el Cielo. Viviré en la pobreza que Él tanto amó y le serviré hasta el momento en que me llame… Sí… Le ofreceré también la renuncia a mi patrona, la señora Juana a la que quiero como una hija… Esto es la espina que más me punza… Ahora que he visto el Dolor del Mesías y su Gloria… No debo aquilatar mi dolor; sino esperar la gloria celestial… Vamos a decir a los apóstoles que Jonathás es el siervo de los siervos del Mesías…
Y sigue cantando con júbilo…
Al mediodía, la casa del Cenáculo está llena de gente y del bullicio y la alegría de una fiesta. Están todos los apóstoles, menos Tomás. Llegaron los pastores y todas las discípulas. Todos están llenos de gozo e intercambian sus impresiones y las noticias de sus experiencias con el Resucitado.
Martha, junto con Marcela, Nique y Susana, van y vienen preparando la comida de los ‘siervos del Señor’ como se ha dado en llamar a los apóstoles. Todos parecen niños que llenos de ansiedad esperan ‘algo’ y al mismo tiempo les infunde un poco de temor.
Los que aparentan estar más dueños de sí, son los apóstoles; pero también son los más temerosos cuando como ahora, se oye que tocan el portón. Todos se callan y los corazones se aceleran…
Magdalena mira por la ventanilla y con un ¡Oh! de sorpresa y admiración abre la puerta y recibe al grupo de las mujeres romanas que vienen acompañadas por Longinos y por el centurión Octavio, que están vestidos de civiles.
Plautina pregunta:
– ¿Podemos entrar un momento para anunciar nuestra alegría a la Madre del Salvador?
Magdalena responde:
– Pasad. Allí está. Venid.
Longinos y Octavio se quedan en un rincón del vestíbulo, aislados; porque los miran con cierto recelo…
Las mujeres llegan con María… Se arrodillan y la saludan:
– ¡Ave Domina!
Plautina dice:
– Si antes admirábamos la Sabiduría, ahora queremos ser hijas del Mesías. Te lo decimos a Ti, Domina. Porque eres la única que puedes hacer que los hebreos no desconfíen de nosotras… Vendremos a Ti para que nos instruyas, hasta que esos (Y señalan a los apóstoles que están agrupados en la entrada del Cenáculo) nos permitan llamarnos seguidoras de Jesús.
María sonríe dichosa y contesta:
– Pido al Señor que purifique mis labios como al profeta, para poder hablar dignamente de mi Señor… ¡Sed benditas, primicias de Roma!
También Longinos y Octavio desearían… Dicen que sintieron algo en su corazón, cuando cielos y tierra se abrieron al grito de Dios. Si nosotras no sabemos gran cosa, ellos nada… Fuera de que Él era el Santo de Dios y que ya no quieren permanecer en el error.
– Les dirás que vayan a los apóstoles.
– Allí están. Pero no les tienen confianza…
María se levanta y se dirige hacia dónde están los dos soldados…
Los apóstoles la ven y tratan de adivinar lo que quiere hacer… Ella los llama con un gesto. Y rápido se acercan…
Los militares se arrodillan y la saludan:
– ¡Ave, Domina!
María dice:
– Dios os lleve a la Luz, hijos. Venid a conocer a los siervos del Señor…
Ellos se ponen de pie y María pone su mano en el hombro de Juan mientras dice:
– Este es Juan. Ya lo conocéis. Este es Simón Pedro, a quién mi Hijo y Señor, eligió para que sea cabeza de sus hermanos. Este es Santiago y este Judas, primos del Señor. Este es Simón y este Andrés, hermano de Pedro. Este es Santiago, hermano de Juan. Estos son Felipe, Bartolomé y Mateo. Falta Tomás que no ha venido; pero lo introduzco, como si estuviese presente. Todos ellos son los elegidos para una misión especial.
María señala a los pastores y continúa:
– Aquellos que humildes están en la sombra, son los primeros por su heroísmo en amar. Hace más de seis lustros que hablan del Mesías.
Ni las persecuciones que han padecido, ni los padecimientos que soportó mi Hijo; han hecho bambolear su Fe. Pescadores, pastores y vosotros patricios; recordad que en el Nombre de Jesús, no hay distinción. El amor por el Mesías hace que todos seáis iguales y hermanos. Mi amor os llama hijos, aun a vosotros que sois de otras naciones.
Más bien puedo decir que os he vuelto a encontrar, después de haberos perdido; porque estuvisteis junto a mi Hijo en los momentos en que moría. Longinos, no olvidaré tu buen corazón… Ni tampoco tus palabras Octavio.
Yo parecía morir, pero todo lo observaba. No tengo con qué recompensaros. Y en verdad que al tratarse de cosas santas, no hay dinero que valga. Tan solo el amor y la oración. Esto os prometo hacer ante Jesús, para que os lo recompense…
Longinos contesta:
– Ya lo hizo Domina. Por esto, hemos tenido el valor de venir. Nos reunió un impulso común. La Fe que ha arrojado ya su lazo para unir los corazones…
Todos se acercan impulsados por la curiosidad…
Y hay quien superando la sospecha e incluso la antipatía al contacto pagano, se anima…
Y pregunta:
– ¿En qué forma?
Longinos contesta:
– Lo vi en la mañana… Es un Rey muy majestuoso… Me mostró la herida de su costado que yo le hice… De ella manaba muchísima Luz…Y me dijo: ‘Ven a Mí’
Octavio dice:
– Yo estaba en los establos, cepillando mi caballo y pensando en Él… Cuando de repente lo vi frente a Mí, con una Majestad incomparable… Y me dijo: ‘Si me crees el Santo, cree en Mí’
Plautina agrega:
– Esta mañana nosotras estábamos hablando de Él, cuando de pronto Valeria se detuvo y se postró a la entrada de la terraza…
Y con una luz maravillosa, Él se materializó en medio de nosotras. Nos sonrió con infinita dulzura y nos dijo que nos amaba. Nos mostró su corazón… Y su Rostro se imprimió en el nuestro… Él nos dio las gracias por ser fieles y no abandonarlo en el Calvario. Y nos bendijo.
Desde ese momento lo unico que deseamos fue venir a deciros: ‘No nos rechacéis’
Claudia Prócula se descubre la cabeza y muestra su cara ante el estupor general…
Se arrodilla mientras suplica:
– Por favor. Queremos ser vuestras hermanas en Cristo. Y yo seré tu sierva, Madre de mi Señor…
Es impactante ver a la poderosa nieta de Augusto y esposa del Procónsul, arrodillada y humilde, ante la Reina del Cielo.
María se inclina y la besa en la frente. Luego la levanta y…
La abraza diciendo:
– Bienvenidas sean, hijas de mi Señor… Y de mi Corazón Inmaculado…
Claudia le dice en voz baja:
– Madre, necesito preguntarte algo…
María le contesta:
– Ven, conmigo. – y la toma de la mano como si fuera una niña y la lleva consigo a su habitación…
Se forma una confusión y se entrecruzan los comentarios. Los romanos son aceptados y la conversación se generaliza… Todos repiten como lo vieron…
Los apóstoles mortificados, se quedan callados. Para no aparecer menos por no haber recibido su saludo, preguntan a las mujeres hebreas, si a ellas también les dieron su regalo de Pascua.
Elisa responde:
– Me ha quitado la espada de dolor que sentía por la muerte de mi hijo.
Ana:
– He escuchado su promesa de que los míos gozan de la salvación eterna.
Sira:
– Yo recibí una caricia.
Marcela:
– Yo vi el resplandor y oí su voz que me dijo: ‘Persevera’
Como Nique está muy callada, le preguntan:
– ¿Y tú Nique?
Otros contestan por ella:
– Ella ya tuvo el suyo, en el Velo.
Nique responde:
– No. He visto su Rostro y me ha dicho: ‘Para que en tu corazón se imprima éste.’ ¡Qué hermoso es!
Martha va y viene muy solícita, pero no dice nada.
Magdalena le pregunta:
– ¿Y tú hermana? ¿No te ha dado algo a ti? No dices nada, pero sonríes. Y es demasiado dulce tu sonrisa, para no tener de qué alegrarte.
Martha, que está ocupada en poner los manteles sobre la mesa, no quiere que se sepa nada de su feliz secreto. Pero María no la deja en paz…
Entonces se ruboriza toda y dice:
– Me ha dado cita para la hora de mi muerte y de los esponsalicios realizados… –Y su cara se enciende de un rojo vivo y su sonrisa le ilumina con una felicidad total.
Mientras tanto en la habitación de María…
Claudia dice mortificada…
– ¡Oh, Madre! Yo me enteré de que habías mandado a buscar al Traidor para perdonarlo… ¿Es verdad que…?
Maria contesta muy triste:
– Sí. Pero no pude hacer nada para salvarlo… Ya se había suicidado…
– Nosotros supimos que se ahorcó en un olivo y que hay un gran alboroto en el Templo por su cadáver… No entiendo… Judas vendió a tu Hijo…
Cuando Satanás se apodera de las almas, las lleva a cometer los más horrendos crímenes… Pero ahora, la Sangre de Jesús es el más poderoso antídoto, para el veneno satánico… Judas pudo haber sido sanado y salvado…
Si no se hubiera suicidado, yo habría impetrado el Perdón del Padre… Y con mi perdón y mis lágrimas, él hubiese sido el joyel de la Redención…
– Cuando Juana nos lo dijo, una luz de esperanza se encendió en mi corazón… Yo he tenido pesadillas muy dolorosas y Poncio está muy atormentado desde el viernes… No duerme y yo no le he dicho todavía que el Maestro Jesús Resucitó; porque primero quería preguntarte…
Amo a mi esposo y quiero que me acompañe, en el nuevo camino que voy a emprender como cristiana, pues quiero que él tambien sea ciudadano del Reino de Jesús… –Claudia mira a la Virgen con ojos suplicantes- ¿Es posible que también él sea perdonado por haber sentenciado al Señor?
– ¡Claro que sí! ¿No recuerdas que Él desde la Cruz pidió al Padre el perdón, ‘Porque no saben lo que hacen…’?
– Y tú Madre, ¿Nos perdonas a los dos y a Roma, por haberlo sentenciado?… –Y Claudia termina con un amargo sollozo, mientras cae postrada y llorando, a los pies de la Virgen…
María se sienta en la silla junto a la mesita y Claudia sigue llorando sobre sus rodillas, como si fuera una niña pequeña… Le toma el rostro con sus dos manos y…
Le dice:
– Hija, mírame.
Claudia levanta su cara llena de lágrimas…
María le dice con ternura maternal:
– Yo perdoné desde que dí al ángel mi ‘Fiat’… Desde hace más de tres décadas, antes que todo se realizara… Cuando estábamos en el Calvario, ¿Recuerdas?… En Juan, yo recibí de Jesús a toda la Humanidad… Poncio también es mi hijo y lo amo. Oraremos juntas para que él encuentre la Luz y reciba la salvación, que la Redención de mi Hijo le ha alcanzado…
– ¡Oh, Madre!…
Claudia la mira llena de admiración y agradecimiento…
Y exclama:
– ¡Oh! Ayúdame a ser como tú, Santísima Madre de Dios y Madre nuestra…
María la besa una segunda vez en la frente y la consuela:
– Te enseñaré y te ayudaré… El Paráclito te fortalecerá… Y a tu esposo, el Buen Pastor lo llamará al redil y él se volverá a Dios, como el hijo pródigo… Y tú con tu amor de esposa santa, lo santificarás… Ya lo verás…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
226.- DOMINGO DE VICTORIA
La vida comienza cuando parece que termina…
La muerte, es sólo la dolorosa transición hacia la verdadera Vida. El hombre fue creado para el Cielo… Destinado desde un principio a ser el Templo Vivo de Dios, su paso por la tierra es solo la preparación de ese magnífico destino. El Infierno fue creado para castigo de Satanás y sus ángeles rebeldes a Dios. Ahora lo comparten los hombres que rechazan la Salvación y la Doctrina de Jesús, por más que se nieguen a creer que existe.
En la noche del Viernes Santo, después de una muerte cuyos tormentos sólo pueden compararse a los del Infierno…
Jesús bajó a él para sacar del Limbo a los que aguardaban el momento de su Triunfo, que les abriría las puertas del Cielo para llevarlos con Él.
¡Cuánto dolor experimentó el Salvador al entrar en aquel lugar tan atroz! ¡Qué espantoso es el Fuego del Rigor de Dios! ¡Qué terrible es perder el Amor para vivir y respirar Odio, que es lo único que palpita en aquel Reino Maldito!
Jesús nos creó una segunda vez. El pecado mató la Gracia en el hombre y su alma profanada por Satanás, quedó convertida en un cadáver espiritual y su cuerpo vulnerable a la enfermedad. Dios nos amó hasta el extremo de querer conocer la vida y la muerte de la Tierra, para hacerse Alimento de nuestra debilidad y Sacramento, para permanecer entre nosotros. Se despojó de la Vida para darnos la Vida.
Se despojó de su vestidura de Dios y se cubrió con la nuestra de Hombre. Y aun ésta la perdió por nosotros, después de probar todos sus horrores: Dolores, hambres, traiciones, torturas, fatigas, agonía y muerte… ¡Oh Redención del Hombre, cuánto le costamos! Reparación y Obsequio ofrecido a su Padre Santísimo….
Como Consagrante, Constructor y Víctima, Jesús adquirió el derecho a ser Sacerdote Supremo. Esto es lo que constituye su Gloria: haber restituido a Dios los Templos Vivos de nuestras almas de nuevo consagradas… Y de esta Gloria lo revistió el Padre… Otorgándole el Poder de ser Juez de todas las creaturas que hizo suyas al Precio de un Sacrificio sin Límites, con una Victoria total manifestada el Domingo de Resurrección…
La noche abre paso al amanecer. El cielo va tomando los tintes de un zafiro más claro… En el huerto hay un silencio total. Las estrellas del cielo, van desapareciendo poco a poco y el tinte azul negro de la noche se difumina, ante el empuje del alba que avanza de oriente a occidente; como la ola de marea alta que cubre la playa mojando la arena y los arrecifes, con el agua y la espuma…
Las estrellas parpadean con su luz cada vez más débil, bajo la luz blanco-verdosa del alba, que baña los olivos mientras la aurora surge victoriosa, borrando la oscuridad de la noche precedente, con sus destellos áureos y rosados que se posan sobre el rocío que baña todas las hojas en el huerto…
Los pajarillos se despiertan entre el tupido ramaje de los altísimos cipreses y los setos de laureles, que defienden del cierzo.
La puerta del sepulcro de Jesús ha sido reforzada con una gruesa capa de cal, como si fuese un contrafuerte. Sobre el color blanco opaco del sello del Templo, golpean las largas ramas de un rosal…
Los guardias, fastidiados y temblando de frío; abrumados por el sueño… Custodian el sepulcro en diversas actitudes…
Alrededor de la fogata que hicieron durante la noche, sólo quedan los tizones, la ceniza, las sobras de la cena y los huesitos pulidos que usaron para jugar un juego parecido al dominó, sobre un tablero trazado sobre la tierra de la vereda… Cuando se cansaron, se acomodaron para dormir un poco o velar…
En el cielo que ilumina una naciente aurora, se dibuja una raya rosada que avanza por el firmamento… Viene de desconocidas profundidades… Es un meteoro brillantísimo que desciende cual bola de fuego en un resplandor portentoso, seguido de una brillante estela…
Los guardias espantados levantan su cabeza, porque junto con la luz resuena un retumbo armónico que llena todo lo creado… Es el Aleluya angelical, la gloria que acompaña al espíritu de Jesús que regresa a su Cuerpo Glorioso…
El meteoro choca contra la inútil piedra que es el sello el sepulcro. Lo destruye… Lo arroja por tierra esparciendo terror y fragor, sobre los guardias que fueron puestos como carceleros del Dueño del Universo.
Y al pegar contra la tierra provoca un nuevo terremoto, parecido al que sucedió cuando el espíritu de Jesús, salió de su cuerpo Crucificado… Entra en la oscuridad del sepulcro que se ilumina con esa luz maravillosa e indescriptible…
Y mientras permanece inmóvil, suspendida en el aire… El espíritu vuelve a entrar en el cuerpo sin vida, que está embalsamado bajo las fúnebres vendas…
Es muy lento describir… Todo ha sucedido en un instante: El aparecer, descender, penetrar y desaparecer la Luz de Dios; ha sido velocísimo…
El viernes por la tarde, el cadáver de Jesús fue sepultado… Al alba del tercer día, su Espíritu bajó como un rayo poderoso: destruyó los sellos de los hombres, tan inútiles ante el Poder de Dios. Derribó la piedra y aterrorizó a los guardias puestos para vigilar al que Es Vida, a quién ninguna fuerza humana puede impedir que lo sea.
Jesucristo con su Fuego Divino, calentó los fríos restos de su cadáver y el Nuevo Adán, se dijo a Sí Mismo: ‘Vive. Lo quiero.’
El «Quiero» del divino Espíritu a su frío cuerpo no recibe contestación. El «Quiero» lo dice la Esencia a la materia muerta. Sin embargo no se oye ni una palabra.
La carne recibe la orden y obedece…
Bajo el Sudario y la Sábana despierta del sueño de la muerte, vuelve de la «nada» en que estaba. El corazón se despierta… Da el primer latido… Empuja en las venas el resto de la helada sangre que quedó e inmediatamente crea lo que necesitan las arterias vacías… Lo que necesitan los pulmones inmóviles… Lo que necesita el cerebro… Llevando calor, salud, fuerzas, pensamiento… Y su cadáver siente que la Vida vuelve a Él.
Como un hombre que se despierta después de un profundo sueño, Jesús da un gran respiro. Ni siquiera abre los ojos. Lentamente la sangre vuelve a llenar las venas vacías, vuelve a latir el corazón, da calor a los miembros. Las heridas se cierran, los moretones desaparecen. ¡Cuán herido estaba Él…! Pero la Fuerza entra en actividad. Y su Cuerpo es sanado.
Lentamente ha despertado. Ha vuelto a la Vida. Estuvo muerto. AHORA VIVE. Ahora se levanta. Se quita las sábanas en las que estuvo envuelto. Se libra de los ungüentos. Aparece tal cual ES: la Belleza Eterna. La Perfección Absoluta. Se pone un vestido que no es de esta tierra, se lo tejió su Padre, que es el que teje la delicadeza de os lirios. Está revestido de resplandor. Sus Llagas son sus adornos. No manan sangre, sino Luz. Esa Luz que será la alegría de su Madre, de los bienaventurados… Y el terror de los Malditos, de los demonios en la Tierra y en el Último Día.
Un instante más… Y aparece de pie: imponente, brillantísimo con su vestido de inmaterial materia, sobrenaturalmente hermoso y majestuoso. Con esa solemnidad que lo cambia y lo eleva, siendo siempre el mismo; apenas si el ojo humano tiene tiempo de captar los cambios.
Y ahora nuestro espíritu puede admirarlo…
Han desaparecido todas las huellas de su atroz tormento. Está limpio… Sin heridas, ni sangre. Despide luz de sus cinco llagas y la misma Luz brota también de cada poro de su piel.
Cuando da el primer paso al moverse, los rayos que brotan de manos y pies le forman como aureola de luz, desde la cabeza nimbada de una corona que le hicieron las heridas de las que no brota sangre sino resplandor, hasta la orla del vestido. Cuando al abrir sus brazos que tiene cruzados sobre el pecho, descubre una luminosidad vivísima que se trasluce por el vestido encendiéndole a la altura del corazón; se puede apreciar entonces que realmente es la «Luz» que ha tomado cuerpo.
No se trata de la pobre luz terrena, ni de la de los astros, ni de la del sol; sino de la de Dios… Todo el brillo paradisíaco se junta en un solo Ser y le da su azul inimaginable por pupilas, su fuego de oro por cabellos, su candidez angelical por vestiduras y colorido…
Y lo que no puede describir la palabra humana: el inmenso ardor de la Santísima Trinidad… Que anula con su potencia abrasadora cualquier fuego del paraíso absorbiéndolo en Sí, para engendrarlo de nuevo en cada instante del tiempo eterno.
Corazón del cielo que atrae y difunde su sangre, las incontables gotas de su sangre incorpórea… Los bienaventurados, los ángeles, todo cuanto es el paraíso: el amor de Dios, el amor a Él. Lo que forma al Jesús resucitado todo es luz.
Cuando se dirige hacia la salida… Su magnífico resplandor, permite ver dos luminosidades hermosísimas, que son cual estrellas con respecto al sol.
El Ángel de su vida terrestre y el Ángel que lo acompañó en su Dolor, están postrados ante Él y adoran su Gloria. Sus dos ángeles… Uno para sentirse bienaventurado a la vista del Hombre a quién guardó y que ya no tiene necesidad de su protección angelical. El otro que vio sus lágrimas para ver su sonrisa… Que vio su lucha, para ver su Victoria; que vio su dolor, para ver su alegría.
Están a cada lado del umbral, postrados en adoración ante su Dios que pasa envuelto en su luz… derramando júbilo con su sonrisa.
Los guardias están allí afuera, semi-desmayados…
Los ojos mortales no ven a Dios, pero sí los puros del universo… Toda la Creación redimida por Él… Todos los seres, ven y admiran al Poderoso que pasa en un nimbo de Luz que es suya, más esplendorosa que un nimbo de luz solar. Su sonrisa, su mirada que se posa sobre las flores, sobre las ramas de los árboles; que se levanta al cielo… Todo lo reviste de su Belleza llena de gloria.
Sale. Deja su fúnebre gruta. Vuelve a pisar la tierra que se despierta de alegría y se adorna con el brillo del rocío, con los colores de las hierbas, de los rosales, con las corolas de los manzanos que se abren milagrosamente al primer beso que les da el sol. La tierra saluda adorando al Sol eterno que por ella pasa…
Pasa entre los guardias semidormidos, símbolo de las almas en pecado mortal, que no sienten cuando pasa su Dios…
Es Pascua: ¡El Paso del Ángel de Dios! Su paso de la Muerte a la Vida. Su paso para dar Vida a los que creen en su Nombre. Es la Paz que pasa por el mundo. Y su pensamiento se dirige hacia la que con su FE y su santidad ha logrado que Dios se Encarnase en su vientre purísimo… Lo primero que hace al pisar nuevamente la tierra, es ir a ver a su Madre… Con su vestido de Hombre Glorificado, con su resplandor sin igual y de diamantes.
Ella lo puede tocar porque es la Pura, la Hermosa, la Amada, la Bendita, la Santa de Dios. El Nuevo Adán va donde la Nueva Eva.
El Mal entró en el mundo por la mujer y por la Mujer fue vencido. El Fruto Bendito del seno de la Mujer, ha desintoxicado a los hombres del veneno de Lucifer. Ahora SI QUIEREN, PUEDEN SALVARSE. Ha salvado a la mujer que quedó tan frágil, después de la herida mortal…
Jesús Resucitado sale al huerto lleno de flores. Los manzanos abren sus corolas para formar un arco sobre su Cabeza de Rey. Las hierbas se doblan para servir de alfombra a sus pies que vuelven a pisar la Tierra Redimida. Lo saludan los primeros rayos del sol; el aire abrileño; las nubecillas que pasan y los pájaros. Es su Dios y LO ADORAN.
Más luminosos y transparentes que el del más esplendoroso diamante, son los fulgores que forman una corona sobre la cabeza del Vencedor.
El rocío le brinda sus destellos. El cielo se refleja en sus ojos resplandecientes, como dos zafiros bellísimos. El sol del alegre amanecer abrileño, pinta con sus colores las nubes que son empujadas por una ligera brisa, para que venga a besar a su Rey; trayéndole los perfumes de los jardines y las caricias de los delicados pétalos de las flores más hermosas, que se rinden adorando a su Creador…
Jesús levanta su mano y Bendice.
Los pajarillos se desgranan en trinos. El viento en fragancias… La Tierra en celestiales armonías…
Luego Jesús desaparece… dejando a su paso un rastro de gloria e incomparable dicha…
Mientras tanto en el cenáculo, en la habitación de la Virgen…
El aguijón de su Cuerpo Destrozado, redoblaba las plegarias ardientes de su Madre y para consolar su corazón agonizante, Jesús anticipó el Milagro de su Resurrección.
Ella está postrada con el rostro en tierra. Parece un ser abatido, como la flor muerta de sed de que ha hablado.
La cerrada ventana se abre bruscamente… Y con el primer rayo del sol entra Jesús.
María, que se estremeció al oír ruido y levanta su cabeza para ver qué clase de viento hubiera abierto las hojas de la ventana, mira a su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso de lo que era antes de su pasión, sonriente, vivo. Luminoso más que el sol, con un vestido blanco que parece tejido con luz y se acerca a Ella.
María se endereza sobre sus rodillas y juntando sus manos sobre el pecho en cruz, habla con un sollozo que es risa y llanto: «Señor, Dios mío.»
Y se queda extasiada al contemplarlo. Las lágrimas que bañaban su rostro se detienen. Su rostro se hace sereno, tranquilo con la sonrisa y el éxtasis.
Jesús no quiere ver a su Madre de rodillas como a una esclava…
Tendiéndole las manos de cuyas llagas salen rayos que hacen más luminoso su cuerpo…
La saluda jubiloso:
– ¡Madre!
No es la palabra desconsolada de las conversaciones y de los adioses anteriores a la pasión, ni el lamento desgarrador de su encuentro en el Calvario y en su último suspiro…
Es un grito de triunfo, de alegría, de victoria, de fiesta, de amor, de gratitud.
Se inclina sobre su Madre que no se atreve a tocarlo… Le pasa las manos por los codos doblados, la pone de pie, la estrecha contra su corazón y la besa.
¡Oh!, Entonces es que María comprende que no es sólo una visión…
Que es realmente su Hijo resucitado… Que es su Jesús, su Hijo quien la sigue amando como a tal. Y con un grito se le echa al cuello, lo abraza, lo besa, entre lágrimas y sonrisas. Lo besa en la frente donde no hay más heridas; en la cabeza que no está despeinada, ni ensangrentada; en los brillantes ojos, en las mejillas sanas, en la boca que no está hinchada.
Luego le toma las manos, besa el dorso y la palma. Se arrodilla, besa sus pies al levantar la resplandeciente vestidura. Luego se pone de pie. Lo mira, pero no se atreve a hacer más…
Entonces Él sonríe y comprende. Entreabre su vestido, muestra el pecho y…
Pregunta amorosísimo:
– ¿Madre, no besas ésta, que tanto te hizo sufrir y que eres la única digna de besar? Bésame en el corazón, Madre. Tu beso me borrará el último recuerdo de todo lo que fue dolor y me dará la alegría que falta aún a mi júbilo de resucitado.
Toma entre sus manos el rostro de la Virgen, le apoya sus los labios en la herida del costado de la que manan ríos de vivísima luz.
El rostro de María se nimba con esa luz, pues está envuelto en sus rayos. Besa una y otra vez la herida, mientras Jesús la acaricia. No se cansa de besar. Parece un sediento que bebe de un manantial y que bebe las linfas la vida misma, que iba perdiendo.
Jesús habla:
– “Ha terminado todo, Madre. Ahora no tienes más por qué llorar a tu Hijo. La prueba ha acabado. La redención se ha realizado. Madre, gracias por haberme concebido, alimentado, ayudado en la vida y en la muerte.
Tus plegarias llegaron hasta Mí. Fueron mi fuerza en el dolor, mis compañeros en mi viaje por la tierra y más allá. Conmigo fueron a la cruz y al limbo. Fueron el incienso que precedían al Pontífice que fue a llamar a sus siervos para llevarlos al templo que no muere: a mí Cielo.
Fueron conmigo al paraíso, adelantándose cual voz angelical al cortejo de los redimidos a cuya cabeza iba para que los ángeles estuviesen prontos a saludarme corno al Vencedor, que regresaba a su reino.
El Padre y el Espíritu vieron… Oyeron tus plegarias, que tuvieron la sonrisa de la flor más bella; que fueron más melodiosas que el más dulce cántico que en el paraíso hubiera brotado… Los patriarcas los nuevos santos, los primeros ciudadanos de mi Jerusalén las oyeron y te traigo ahora su agradecimiento… Madre, al mismo tiempo que el beso y bendición de nuestros parientes, te traigo los de tu esposo de alma; José…
Todo el cielo te canta sus hosannas a ti, Madre mía, ¡Madre santa! Un hosanna que no muere, que no es falaz como el que hace pocos días me brindaron…
Ahora me voy al Padre con mi vestido humano. El Paraíso debe ver al Vencedor en su vestido de Hombre con el que vencí el pecado del hombre.
Pero luego volveré otra vez. Debo confirmar en la fe a quien aún no cree y que tiene necesidad de creer para llevar a otros… Debo fortificar a los pusilánimes que tendrán necesidad de mucha fortaleza para resistir el ataque del mundo.
Luego subiré al cielo. Pero no te dejaré sola. Madre, ¿Ves ese velo?… En mi aniquilamiento, quise mostrarte una vez más mi poder con un milagro, para que te consolase.
Ahora realizo otro. Me tendrás en el Sacramento, real como cuando me llevabas en tu seno… No estarás jamás sola. En estos días lo has estado… Este dolor tuyo era necesario a mi redención. Mucho se le irá añadiendo porque seguirá aumentando el pecado… Y llamaré a todos mis siervos para que coparticipen de esta redención… Tú eres la que sola harás más que todos los santos juntos. Por esto era necesario también este abandono. Ahora no más…
No estoy más separado del Padre. Tú no lo estarás más de tu Hijo. Y al tener al Hijo, tienes a nuestra Trinidad.
Cielo viviente, llevarás sobre la tierra a la Trinidad entre los hombres y santificarás la Iglesia.
Tú, Reina del sacerdocio y Madre de los que creerán en Mí. Luego vendré a llevarte… No estaré ya más en ti, sino tú en Mí en mi reino, para que hagas más bello mi Paraíso…
Ahora me voy, Madre. Voy a hacer feliz, a la otra María. Luego subiré a donde mi Padre y de ahí vendré a ver a quien no cree…
Madre, dame tu beso por bendición. Mi paz te acompañe. Hasta pronto.”
María le toma la cabeza, como lo hizo tantas veces a lo largo de treinta y tres años, y lo besa con muchísima ternura y respeto, sobre su frente coronada de Luz y ya no de espinas…
Jesús desaparece en el sol que baja a torrentes del cielo matinal y tranquilo.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
225.- LAMENTO MATERNAL
Las mujeres vuelven a ocuparse de los aceites que en la noche avanzada, debido al fresco del patio se han hecho una masa espesa.
Juan y Pedro están poniendo en orden el Cenáculo y conversan.
Juan dice:
– ÉL lo ha dicho.
Pedro contesta llorando:
– También dijo: “¡No durmáis”! Lo mismo que: “No seas soberbio, Pedro. Ten en cuenta que la hora de la prueba está por venir”. Y… y añadió: “Tú me negarás…”-Pedro llora de nuevo mientras añade con gran dolor- ¡Y yo renegué de El!
– ¡Basta Pedro! Ya has regresado… ¡Basta de atormentarte!
– Jamás, jamás bastará. Aunque llegara a ser viejo como los primeros patriarcas, aunque viviese setecientos o novecientos años como Adán y sus primeros descendientes no olvidaré jamás esta pena.
– ¿No confías en su misericordia?
– Sí. Si no confiase sería como Iscariote, un desesperado. Pero aunque me perdone desde el seno del Padre a donde ha tornado, yo no me perdono. ¡Yo, yo! Yo que dije: “No lo conozco”, porque en esos momentos era peligroso conocerlo… Porque tuve vergüenza de ser su discípulo, porque he tenido miedo del tormento…
Él marchó a la muerte y yo… Pensé en salvar mi vida y para esto lo rechacé, como rechaza una mujer pecadora el fruto de su seno, después de haberlo dado a luz, porque es peligro para ella… Y lo hace antes de que regrese su marido que no sabe nada. He sido peor que una adúltera… peor que…
Magdalena atraída por los gritos entra…
Y dice:
– No hagas tanto ruido. María te está oyendo… ¡Está tan agotada! No tiene fuerzas para nada y todo le hace mal. Tus gritos inútiles y tontos vuelven a recordarle lo que habéis sido…
Pedro replica:
– ¿Ves? ¿Lo ves, Juan? Una mujer puede hacerme callar. Y tiene razón, porque nosotros los varones consagrados al Señor, no hemos sabido más que mentir o huir. Las mujeres han sido valientes. Tú, joven y puro que pareces una mujercilla, tuviste el valor de quedarte. Nosotros… Nosotros los fuertes, los hombres, huimos… ¡Oh, qué desprecio deben tener todos de mí!
¡Dímelo, dímelo, mujer! ¡Tienes razón! Ponme tú pie sobre la boca que mintió. Ponla bajo la suela de tu sandalia, donde habrá un poco de su sangre. Y solo esa sangre mezclada con el polvo del camino podrá perdonarme un poco, podrá dar un poco de paz al renegador. ¡Debo acostumbrarme al desprecio del mundo! ¿Qué soy yo? Decídmelo: ¿Qué soy?
Magdalena responde con calma:
– ¡Eres un gran soberbio!… ¿Te duele? Puede ser. Pero tú crees que de las diez partes de tu dolor, cinco, para no ofenderte con decir seis… Proceden del dolor de poder ser despreciado. Si continúas chillando, haciendo tonterías como una estúpida mujercilla, de veras que te despreciaré.
Lo hecho, hecho está. Los gritos necios no pueden reparar nada, ni anular algo. No hacen más que atraer la atención y mendigar una piedad que no merecen… Sé varón en tu arrepentimiento. No chilles.
Yo… tú sabes lo que fui… Pero cuando comprendí que era más despreciable que un vómito, no me entregué a convulsiones.
Lo hice públicamente. Sin pedir excusas, sin dármela. ¿El mundo me iba a despreciar? Tenía la razón. Lo merecía. El mundo decía: “¿Un nuevo capricho de la prostituta?” ¿Y el seguir a Jesús lo llamaba con una blasfemia? Tenía razón.
El mundo no podía olvidar mi conducta anterior, que justificaba todo lo que se pensaba de mí. ¿Y qué?… El mundo ha tenido que convencerse que María no era más pecadora… Con los hechos he convencido al mundo. Haz también tú lo mismo… Y cállate.
Juan objeta:
– Eres dura, María.
Magdalena contesta:
– Más para conmigo que para con los otros. Lo reconozco. No tengo la mano tan suave como la tiene la Madre de Jesús. Ella es el amor. Yo… he despedazado mi pasión con el azote de mi querer. Y lo haré más. ¿Crees que me haya perdonado de haberme entregado completamente a la lujuria?…
No. Pero no lo digo más que a mí misma y siempre me lo repetiré. Moriré con este secreto sentimiento de haber sido la corruptora de mí misma, en medio de un dolor inconsolable, de haberme profanado y de no haber podido darle a El sino un corazón pisoteado…
Mira… He trabajado más que todos en la preparación de los bálsamos… Y con más valor que las otras lo descubriré… ¡Oh, Dios, cómo estará ya! (Magdalena palidece al sólo pensarlo).
Lo cubriré con nuevos bálsamos, quitando los que de seguro estarán ya fétidos sobre sus numerosas heridas… Lo haré, porque las otras parecerán clemátides después de un aguacero…
Pero siento pena hacerlo con estas manos mías que regalaron tantas caricias lascivas, de acercarme con este cuerpo mío manchado junto a su santidad… Quisiera… Quisiera tener la mano de la Madre Virgen para hacer la última unción…
Pedro pregunta:
– ¿Dices tú que… Tendrán miedo las mujeres?
Magdalena responde:
– No… Pero perderán su serenidad ante su cuerpo ciertamente ya corrupto… hinchado… negro. Y luego esto es verdad, tendrán miedo de los guardias.
– ¿Quieres que vayamos con vosotras Juan y yo?
– ¡Ah, eso no! Nosotras todas vamos, porque fuimos las que estuvimos allá arriba… Por esto es justo que todas estén alrededor de su lecho de muerte. Tú y Juan quedaos aquí. Ella no puede quedarse sola…
– ¿No va Ella?
– No queremos que vaya.
– Está segura que resucitará… ¿Y tú?
– Yo, después de María soy la que más creo. Siempre he creído que puede suceder así… Él lo ha dicho. El nunca miente… ¡El!… Antes lo llamaba Jesús, Maestro, Salvador, Señor… Ahora, ahora me lo imagino tan majestuoso que no… Que no me atreveré a darle un nombre… ¿Qué le diré cuando lo vea?
– ¿Pero crees que resucitará?…
Magdalena replica segura:
– ¡No hay duda! Con seguiros diciendo que creo y con el oíros decir que no creéis, terminaré también como vosotros. He creído y sigo creyendo. He creído y desde hace tiempo le tengo preparada la vestidura… Para mañana, porque mañana es el tercer día, se la llevaré. La tengo a la mano…
– ¡Acabas de decir que estará negro, hinchado, feo!
– Feo jamás. Feo es el pecado. ¡Sí, estará negro! ¡Y qué!.. ¿Lázaro no estaba ya corrupto? Y con todo resucitó. Su cuerpo quedó curado. ¡Pero si lo afirmo!… No digáis nada, ¡Vosotros faltos de fe! También dentro de mí la razón humana me dice: “Ha muerto y no resucitará”.
Pero mi espíritu, “su” espíritu, porque El me dio un nuevo espíritu, grita y parecen ser toques de trompetas doradas que dijeren: “¡Resucita! ¡Resucita! ¡Resucita!”
¿Por qué me arrojáis cual navecilla contra los arrecifes de vuestras dudas? ¡Yo creo! ¡Creo, Señor mío! Lázaro con profunda pena ha obedecido al Maestro y se ha quedado en Betania… Yo que sé quién es Lázaro de Teófilo: un valiente, no un cobardón, puedo medir su sacrificio de quedarse a la sombra y de no estar junto al Maestro.
Pero ha obedecido… Más heroico obedeciendo de este modo que si lo hubiera arrancado de sus enemigos con las armas. He creído y creo. Y estoy aquí, en su espera. Dejadme ir… Se levanta el día. Tan pronto podamos ver mejor, iremos al sepulcro…
Magdalena con su cara quemada del llanto se va. Va a donde la Virgen.
La Virgen está sentada en su silla afligidísima, exhausta por tanto llorar. Y cuando la ve entrar…
María le pregunta:
– ¿Qué le pasó a Pedro?
Magdalena responde:
– Una crisis de nervios. Ya se le pasó.
– No seas dura, María. El sufre.
– También yo sufro, pero no te he pedido ni siquiera una caricia. A él ya lo has curado… Y sin embargo yo pienso que la que necesita de ayuda eres tú, ¡Madre mía, santa, hermosa! Ten ánimos… Mañana es el tercer día.
Nos encerraremos aquí dentro nosotras dos, las dos que lo amamos tanto. Tú, la Enamorada santa, yo la pobre enamorada… Que me esfuerzo en serlo.
Lo esperaremos… A los que no creen los echaremos de aquella parte… Traeré aquí muchas rosas… Voy a hacer que traigan hoy el cofre… Pasaré por el palacio y le daré órdenes a Leví. ¡Largo todas esas cosas horribles! No las debe ver nuestro Resucitado… Sólo muchas rosas…
Tú te pondrás un nuevo vestido… No debes estar así. Te peinaré, te lavaré ese rostro que el llanto ha desfigurado. Joven eterna, te haré de madre… Finalmente tendré el consuelo de cuidar de alguien que es más inocente que un recién nacido.
Magdalena con su exuberancia cariñosa aprieta contra su pecho la cabeza de María que está sentada… La besa, la acaricia, le compone los cabellos detrás las orejas, le seca las lágrimas que siguen bajando por su vestido…
Entran las mujeres con lámparas, ánforas y vasos de bocas anchas.
María de Alfeo lleva un mortero pesado y dice:
– No se puede estar afuera. Hace viento y se apaga la lámpara.
A la luz de lámparas de aceite preparan los aromas mezclándolos con sus lágrimas, pues todas traen los ojos enrojecidos por tanto llorar. Cuando terminan de preparar los bálsamos, se ponen los mantos.
También María se levanta, pero la rodean y le dicen que no debe ir. Sería muy cruel hacerle ver de nuevo a su Hijo que a estas horas del tercer día de muerto, estará ya todo negro por la putrefacción… Además Ella está tan exhausta para poder caminar. No ha hecho más que llorar y orar. No ha comido nada, ni descansado.
María Salomé dice:
– No puedes estar de pie, María. Hace dos días que no tomas nada de alimento. Y sólo has bebido un poco de agua.
Magdalena confirma:
– Cierto, Madre. Vamos y pronto terminaremos. Regresamos inmediatamente.
Martha intenta consolarla:
– No tengas miedo. Lo embalsamaremos como a un rey. ¡Mira que bálsamos preciosos hemos preparado! ¡Y cuánto!…
María de Alfeo:
– No dejaremos miembro o herida. Lo haremos con nuestras propias manos. Somos fuertes y somos madres. Lo pondremos como se pone a un niño en la cuna. Los otros no tendrán que hacer sino cerrar su sepulcro.
La Virgen insiste:
– Es mi deber. Siempre yo tuve cuidado de Él. Sólo en estos tres años que fue del mundo, lo cedí a los demás cuando estaba lejos de mí. Ahora que el inundo lo ha rechazado y renegado de Él, nuevamente es mío. Torno a ser su sierva.
Al umbral se han asomado Pedro y Juan sin que las mujeres los vieran.
Pedro al oír las últimas palabras se va. Se esconde en un rincón a llorar su pecado.
Juan no se mueve, pero no protesta. Quisiera ir también él, pero hace el sacrificio de quedarse junto a la Virgen.
Magdalena lleva nuevamente a María a su asiento. Se le arrodilla, la abraza en las rodillas, levantando su cara dolorosa y enamorada…
Le dice:
– Él sabe y ve todo con su Espíritu. Pero a su cuerpo le diré tu amor, tu deseo con besos. Sé lo que es el amor. ¡Sé qué amargo aguijón es! ¡Qué hambre es! Qué nostalgia de estar con quién para nosotros es el amor. Y esto aún en los viles amores que parecen oro y no son más que fango.
Ahora que la pecadora sabe lo que es el amor santo por la misericordia viviente, que los hombres no han logrado amar, mucho mejor puede comprender qué cosa sea tu amor, Madre… Todo lo que no he podido hacer por El, lo puedo hacer por ti aún… Madre a quien amo con todo mi corazón. Ten confianza en mí.
Yo que supe tan dulcemente acariciar en la casa de Simón el fariseo sus santos pies; ahora, con mi alma que siempre se asoma a la gracia, sabré mucho mejor acariciar sus santos miembros, curar sus heridas, embalsamarlas más con mi amor sacado de mi corazón oprimido del amor y del dolor, que con los ungüentos.
Y la muerte no tocará esos miembros que tanto amor manifestaron y tanto reciben. Huirá la muerte, porque el Amor es más fuerte que ella. El Amor es invencible. Yo, Madre, con tu perfecto amor y con el mío pleno, embalsamaré a mi Rey amado.
María besa a esta apasionada discípula que ha sabido encontrar a quien merece esta compasión y que cede a sus súplicas. Las mujeres salen llevando una lámpara. La última en salir es Magdalena, después de haber dado un último beso a la Virgen.
La casa queda oscura y silenciosa. La calle está solitaria.
Juan pregunta:
– ¿De veras no me necesitáis?
Magdalena responde:
– No. Puedes servir aquí. Hasta pronto.
Cuando Juan regresa donde María, murmura muy triste:
– No quisieron que las acompañara…
María lo anima:
– No te preocupes. Esas van donde Jesús, y tú te quedas conmigo, Juan. Oremos juntos un poco. ¿Dónde está Pedro?
– No sé. Por ahí ha de estar… No lo veo. Es… Creía yo que era más fuerte… También yo estoy afligido, pero él…
– Tiene en el corazón dos dolores. Tú uno solo. Ven. Oremos también por él.
María recita lentamente el «Padre nuestro». Acaricia a Juan…
Y le dice:
– Ve donde Pedro. No lo dejes solo. Ha estado tanto en las tinieblas en estas horas, que no soporta ni siquiera la leve luz del mundo. Sé el apóstol de tu hermano extraviado. Empieza tu predicación con él. En tu camino que será largo, encontrarás siempre a muchos semejantes a él. Empieza tu trabajo con tu compañero…
Juan pregunta:
– ¿Pero qué le debo decir?… No sé… Todo lo hace llorar…
– Repite su precepto de amor. Dile que quien sólo teme no conoce bien todavía a Dios, porque El es Amor. Si te replica: “He pecado”, contéstale que Dios tanto ha amado a los pecadores que por ellos ha enviado a su Unigénito. Dile que a tanto amor se le corresponde con amor.
El amor da confianza en el bondadísimo Señor. Esta confianza nos sostendrá en el juicio porque reconocimos la Sabiduría y Bondad divinas. Digamos: “Soy una pobre criatura. El lo sabe y me da a Jesús como prenda de perdón v columna de sostén. Mi miseria desaparece al unirme con Jesús”. Todo se perdona en su nombre… Ve, Juan. Dile esto. Yo me quedo aquí, con mi Jesús…» y acaricia el Sudario.
Juan sale cerrando la puerta tras sí.
María se pone de rodillas como la noche anterior, mirando fijamente la santa Faz en el lienzo de la Verónica. Ora y habla con su Hijo. Muestra fortaleza para dar fuerzas a los demás…
Pero cuando está sola se dobla bajo el aplastante peso de su cruz.
Sin embargo, ella lucha por levantar su alma hacia una esperanza que en Ella no puede morir, que más bien aumenta según las horas van pasando. Sus esperanzas las dirige al Padre…
Sus esperanzas y su petición:
– ¡Jesús, Jesús! ¿No vuelves todavía? Tu pobre Madre no sufre más el pensar que estás muerto allá. Tú lo dijiste y nadie te comprendió. ¡Pero yo sí! “Destruid el Templo de Dios y Yo lo reedificaré en tres días”. Ha empezado el tercer día.
¡Oh, Jesús mío! No esperes que se termine para regresar a la vida, para regresar a tu Mamá que tiene necesidad de verte vivo para no morir recordándote muerto, que tiene necesidad de verte bello, triunfante, para no morir recordándote en ese sepulcro en que te he dejado…
¡Oh, Padre, Padre, devuélveme a mi Hijo! Que lo vea regresar como Hombre y no como un cadáver, como a Rey y no como a un sentenciado. Después lo sé, El volverá a Ti, al cielo. Pero lo habré visto curado de tanto mal, lo habré visto fuerte después de su gran debilidad, lo habré visto triunfante después de su gran lucha, lo habré visto como a Dios después de que tanto sufrió por los hombres.
Me sentiré feliz aun cuando no lo tenga cerca. Sabré que estará contigo, Padre Santo, sabré que para siempre está fuera del dolor. Pero ahora no puedo, no puedo olvidar que está en el sepulcro, está allí muerto por los dolores que le hicieron sufrir…
Que El mi Hijo-Dios, está sujeto a la suerte de los hombres en la oscuridad de un sepulcro, El, tu Viviente.
Padre, Padre, escucha a tu sierva. Por aquel “sí”… Nunca te he pedido nada porque siempre he obedecido tu voluntad, tu voluntad que es la mía. Nada debía exigirte por haber sacrificado mi voluntad a Ti, Padre Santo.
¡Pero ahora, ahora, por aquel “sí” que di al Ángel mensajero ‘ escúchame! ¡¡Oh Padre!
Después de las crueldades que padeció por la mañana, sufrió aquella agonía de tres horas y ahora está ya fuera del alcance del dolor.
Pero yo hace tres días que estoy agonizando. Tú ves mi corazón y oyes su palpitar. Nuestro Jesús ha dicho que ningún pájaro pierde una pluma sin que Tú no lo veas, que no se marchita ninguna flor en el campo, sin que no consueles su agonía con tu sol y tu rocío.
¡Oh Padre, muero de este dolor! Trátame como al pajarito que revistes de nuevo plumaje, como a la flor que refrescas, que calmas su sed con tu piedad. Estoy yerta del dolor. No tengo más sangre en las venas. Hubo un tiempo en que se convirtió en leche para alimentar a tu Hijo y mío; ahora es todo llanto porque no lo tengo más. Me lo han matado, matado, Padre, y ¡Tú sabes en qué forma!…
¡No tengo más sangre! La he derramado con El en la noche del jueves, en el terrible viernes… Tengo frío como el que se ha desangrado. No tengo más sol, porque Él está muerto, mi santo Sol, mi Sol bendito, el Sol nacido de mi seno para alegría de su Mamá, para la salvación del mundo. No tengo más descanso porque no lo tengo más a El que es la más dulce de las fuentes para su Mamá que bebía su palabra, que calmaba su sed con su presencia.
Soy como una flor en seco arenal. Me muero, me muero, Padre santo. No tengo miedo a morir, porque también mi Hijo ha muerto. ¿Pero qué harán estos pequeños, la pequeña grey de mi Hijo, tan débil, miedosa, voluble, si no hay quien la sostenga?
No soy nada, Padre, pero por deseos de mi Hijo soy como un ejército armado. Defiendo, defenderé su doctrina, su herencia como una loba defiende a sus lobeznos. Yo cordera, seré una loba para defender lo que es de mi Hijo y por consiguiente, lo que es tuyo.
Tú lo has visto, Padre. Hace ocho días esta ciudad arrancó las ramas de sus olivares, de sus jardines, sacó de sus casas a sus habitantes que todos hasta enronquecer gritaron: “¡Hosanna al Hijo de David; bendito el que viene en el nombre del Señor!” Y mientras pasaba sobre alfombras de ramos, de vestidos, de telas, de flores, los habitantes se lo señalaban diciendo: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. Es el Rey de Israel”.
Y cuando todavía no se habían secado esos ramos y las gargantas todavía estaban roncas de los hosannas, cambiaron sus gritos y se pusieron a acusar, a maldecir, a pedir su muerte; y con las ramas que emplearon para el triunfo hicieron garrotes para golpear al Cordero que llevaron a la muerte.
Si tanto han hecho cuando vivió entre ellos, les habló, les sonreía, los miraba con esos ojos que derriten el corazón y hasta las mismas piedras se sienten conmovidas, les hacía bien, les enseñaba, ¿Qué harán cuando El haya regresado a Ti?
Tú has visto cómo se portaron sus discípulos. Uno lo traicionó, los otros huyeron… Fue suficiente que Él hubiera sido aprehendido para que huyeran como ovejas cobardes y no supieron estar a su alrededor cuando moría.
Uno solo, el más joven, se quedó. Ahora viene el anciano… Renegó de Él.
Jesús no esté más aquí para defenderlo, ¿Sabrá permanecer en la fe?
Yo soy nada, pero hay un poco de mi Hijo en mí… Y mi amor suple lo que falta y lo anula. De este modo me convierto en algo útil a la causa de tu Hijo, a su Iglesia que no encontrará jamás paz y que tiene necesidad de echar raíces profundas para que los vientos no la arranquen.
Seré yo quien cuide de ella. Como hortelana diligente vigilaré para que crezca fuerte y derecha en su amanecer. Después no me preocupará el morir. Pero no puedo vivir más si sigo sin Jesús…
¡Oh Padre!, que has abandonado a tu Hijo por el bien de los hombres, que después lo has consolado, porque ciertamente lo has aceptado en tu seno después de su muerte, no me dejes más en el abandono. Lo que sufro lo ofrezco por el bien de los hombres. Pero confórtame ahora, Padre. ¡Padre, piedad! ¡Piedad, Hijo mío! ¡Piedad, Espíritu divino! Acuérdate de tu Virgen.
Después, postrada contra el suelo, parece orar…
Realmente es un ser destrozado. Se parece a esa flor muerta de sed de que habló. Ni siquiera advierte el sacudimiento de un terremoto breve que hace gritar y huir a los dueños de la casa, mientras que Pedro y Juan, pálidos cual muertos, se arrastran hasta el umbral de la habitación.
Al ver a la Virgen tan absorta en su oración, lejana de todo lo que no sea Dios, se retiran cerrando la puerta y espantados regresan al cenáculo.
HERMANO EN CRISTO JESUS: