Publicaciones de la categoría: MEDITANDO LOS MISTERIOS DEL ROSARIO

P 23.- ¡GLORIOSO TESTIMONIO DEL SANTO ROSARIO!

¿RECUERDAN LAS DIEZ PLAGAS?…

Posted on 27/05/2013 by Y María del Getsemaní

las10plagas

(HABLA DIOS PADRE)

Pequeña muy Mía: Esto te lo fui dando muy poco a poco. Primero como una idea, después como intuición, ya después fuiste “viendo” al comprobar cómo esa “idea” se reflejaba en la Realidad que veías.

Las plagas que tuve que enviar para liberar a Mi Pueblo Amado de la tiranía y la esclavitud de Egipto. ¿Recuerdan las 10 plagas? (*) Y cómo un Ángel les guió a través de Mis profetas y elegidos para que protegieran vuestras casas con señales de ser Hijos de Dios (**),

Pues similar circunstancia vivís ahora (os lo digo por los que no habéis caído en cuenta de ello).

Igual circunstancia vivís, ahora que a quienes libero son al pueblo de Mi Hijo Amado. Por eso os lo Decimos: Estad protegidos, no dejéis a un lado los sacramentales y las Bendiciones porque son las señales externas de que sois nuestros, ¿Lo podéis entender?

Corazones1

Repasad ese gran trágico y heroico episodio de la Historia con Mi Pueblo porque lo mismo estáis viviendo. Ved a vuestro entorno y derredor… Y podréis comprobar que las plagas ya están entre ustedes.

Aquellos -Mis Niños, Mis Pequeños- que después de tantas advertencias y admoniciones (***) no han creído y no se han colocado en resguardo, no tendrán protección alguna.

Vosotros no seáis tercos, no os afrontéis a Mi Santa Ira, protegeos como se os ha indicado. Consagraos a María Santísima y A Mi Amadísimo Hijo Jesucristo Rey de reyes y Señor de señores para que no padezcáis.

(HABLA NUESTRA SANTÍSIMA MADRE)

Pequeños Míos, escuchad: No hay arma como el santo Rosario. Oradlo en familia dentro de vuestros hogares y estos quedarán protegidos con Mi Propio Manto contra todo desastre y calamidad.

No importará la magnitud del cataclismo: vuestro hogar estará seguro y se mantendrán en pie, si está cubierto por Mi Maternal Cuidado. Creed que así es, así ha sido y así será.

Virgen-del-Rosario1

Recuérdales Pequeñita, lo que ocurrió en el monasterio en medio del horror de las bombas atómicas (****). No será menos la protección a vuestros familiares y hogares; pero no dejéis de lado las amorosas palabras de Vuestro Padre que os dice que el tiempo ha llegado y os indica puntualmente lo qué habréis de hacer.

(HABLA NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO)

Mis Hijitos, Mis Pequeños. Estad día a día en la oración y ahora en la acción de ir siendo cada instante más Mis Evangelios Vivos. La vida personal ha quedado atrás y la nostalgia os invadirá. Pero Pequeños, existe El Cielo y en él tendréis centuplicado lo que habéis dejado en el mundo.

Convertid la nostalgia en esperanza que será el cumplimiento de las promesas a cada hombre justo, a cada mujer que haya renunciado al mundo por seguirme fielmente.

(HABLA UN ÁNGEL DE DIOS)

Es Pequeños, muy terrible lo que se os viene y se os anuncia. Así que haced caso del Cielo y estaréis a salvo… No hagáis caso y tendréis que combatir contra las huestes de Satanás con vuestras propias fuerzas humanas. ¿Lo haréis al modo del Cielo o al vuestro?

two_hearts2-2

Poneos en manos de Dios, consagraos a vosotros mismos y a vuestras Familias. Manteneos en el bien y no deis paso apresurado ni os aventuréis a pecar.

(*) Las 10 plagas:

I – Sangre (Éxodo 7:14-25)

II – Ranas (Éxodo 7:25,8:1-15)

III – Mosquitos (Éxodo 8:16-19)

IV – TÁBANOS (Éxodo 8:20-32)

mosquitos

V – Pestilencia

VI – Úlceras y sarpullido incurable (Éxodo 9:8-12)

VII – Granizo de fuego y hielo

VIII – Langostas

IX – Oscuridad (Éxodo 10:21-29)

1muerte del primogénito

X – Muerte de los primogénitos

(**) “Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto.” (Éxodo 12:13) (La sangre del Codero Sacrificado, que para nosotros hoy es La Consagración a la Preciosa Sangre de Jesucristo -incluida al final de este texto).

passover

(***) admonición. (Del lat. admonitĭo, -ōnis). 1. f. amonestación ( acción y efecto de amonestar).

(****) El milagro de Hiroshima. EL poder del Rosario. Testimonio Real. del Padre Schiffer S.J., sobreviviente de Hiroshima.

nagasaki-001

Milagro del Rosario en Hiroshima: del 6 de agosto de 1945
.

Durante la Segunda Guerra Mundial dos ciudades japonesas fueron destruidas por bombas atómicas: Hiroshima y Nagasaki. En Hiroshima como resultado de la explosión, todas las casas en un radio de aprox. 2.5 Km del epicentro fueron destruidas. Quienes estaban dentro quedaron enterrados en las ruinas. Los que estaban fuera fueron quemados.

En medio de aquella tragedia, una pequeña comunidad de Padres Jesuitas vivía junto a la iglesia parroquial, a solamente ocho cuadras (aprox. 1Km) del epicentro de la bomba. Eran misioneros alemanes sirviendo al pueblo japonés. Como los alemanes eran aliados de los japoneses, les habían permitido quedarse.

hiroshima-nagasaki-hibakusha-fotografia-yamaguchi

La iglesia junto a la casa de los jesuitas quedó destruida, pero su residencia quedó en pié y los miembros de la pequeña comunidad jesuita sobrevivieron. No tuvieron efectos posteriores por la radiación, ni pérdida del oído, ni ninguna otra enfermedad o efecto. El Padre Hubert Schiffer fue uno de los jesuitas en Hiroshima. Tenía 30 años cuando explotó la bomba atómica en esa ciudad y vivió otros 33 años mas de buena salud.

El narró sus experiencias en Hiroshima durante el Congreso Eucarístico que se llevó a cabo en Filadelfia (EU) en 1976. En ese entonces, los ocho miembros de la comunidad Jesuita estaban todavía vivos.

bomba atómica

El Padre Schiffer fue examinado e interrogado por más de 200 científicos que fueron incapaces de explicar como él y sus compañeros habían sobrevivido.

El lo atribuyó a la protección de la Virgen María y dijo: “Yo estaba en medio de la explosión atómica… y estoy aquí todavía, vivo y a salvo. No fui derribado por su destrucción.”

HIROSHIMA 1

Además, el Padre Shiffer mantuvo que durante varios años, cientos de expertos e investigadores estudiaron las razones científicas del porqué la casa, tan cerca de la explosión atómica, no fue afectada. El explicó que en esa casa hubo una sola cosa diferente: “Rezábamos el rosario diariamente en esa casa”

SantoRosario

En la otra ciudad devastada por la bomba atómica, Nagasaki, San Maximiliano Kolbe había establecido un convento franciscano que también quedó intacto, los hermanos fueron protegidos gracias a la protección de la Virgen. Allí ellos también rezaban diariamente el santo rosario.

07-japon-nagasaki-tras-la-bomba-atomica_jpg

CONSAGRACIÓN A LA SANGRE PRECIOSA DE JESUCRISTO

Consciente de mi nada y de Tu Sublimidad, Misericordioso Salvador, me postro a Tus pies, y Te agradezco por la Gracia que has mostrado hacia mí, ingrata creatura. 
Te agradezco especialmente por liberarme, mediante Tu Sangre Preciosa, del poder destructor de Satanás. 
En presencia de mi querida Madre María, mi Ángel Custodio, mi Santo patrono, y de toda la corte celestial, me consagro voluntariamente, con corazón sincero, oh queridísimo Jesús, a Tu Preciosa Sangre, por la cual has redimido al mundo del pecado, de la muerte y del infierno. 
Te prometo, con la ayuda de Tu gracia y con mi mayor empeño, promover y propagar la devoción a Tu Sangre Preciosa, precio de nuestra redención, a fin de que Tu Sangre adorable sea honrada y glorificada por todos. 
De esta manera, deseo reparar por mi deslealtad hacia Tu Preciosa Sangre de Amor, y compensarte por las muchas profanaciones que los hombres cometen en contra del Precioso Precio de su salvación. 
¡Oh, si mis propios pecados, mi frialdad y todos los actos irrespetuosos que he cometido contra Ti, oh Santa y Preciosa Sangre, pudieran ser borrados! 
He aquí, querido Jesús, que te ofrezco el amor, el honor y la adoración que tu Santísima Madre, tus fieles discípulos y todos los Santos han ofrecido a Tu Preciosa Sangre. Te pido que olvides mi falta de fe y frialdad del pasado, y que perdones a todos los que te ofenden. 
¡Oh Divino Salvador! rocíame a mí y a todos los hombres con Tu Preciosa Sangre, a fin de que te amemos, ¡oh Amor Crucificado, de ahora en adelante con todo nuestro corazón, y que dignamente honremos el Precio de nuestra salvación! Amén

CORAZONES-JESUS-Y-MARIA

HDDH

(Mayo 26)

Año del Señor 2013

Y María del Getsemaní

http://tambienestuya.com/

cropped-cropped-stained-glass-Crop-0041

Nota: A nuestros amados y benditos lectores…

No es nuestra intención haceros católicos. Cómo hermanos en Cristo compartimos con vosotros lo que nuestra Benditísima Madre hace por nosotros. Y deseamos que también a todas las almas que deseen ser protegidos por Ella, que conozcan los secretos maravillosos que nos aguardan en el Inmaculado Corazón de María Santísima…  Es solo una invitación a que la experimenten… Amén.

QUINTO MISTERIO LUMINOSO III

JESÚS INSTITUYE LA EUCARISTÍA

Jesús, con la cabeza inclinada, maquinalmente acaricia los cabellos rubios de Juan. Se estremece. Sacude la cabeza, la levanta, mira a su alrededor, sonríe a sus apóstoles como para consolarlos y dice:

–                       Levantémonos y sentemos juntos, como los hijos se sientan alrededor de su padre.

Toman los lechos que están detrás de la mesa y los llevan al otro lado.

Jesús se sienta en su lecho, entre Santiago y Juan, como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse en el lugar que dejó Iscariote, grita:

–                       ¡No! ¡Allí, no!

Un grito impulsivo que su inmensa prudencia no logra controlar. Luego busca de darle una explicación diciendo:

–                       No es necesario dejar tanto lugar. Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí.

Andrés deja el asiento vacío y sin moverlo. Y busca acomodarse en otro lugar.

Jesús está en el centro.

Santiago de Zebedeo llama a Pedro y le dice:

–                       Siéntate aquí. Yo me siento en este banco, a los pies de Jesús.  –y le deja su lugar junto a Jesús.

Pedro suspira feliz:

–                       ¡Qué Dios te bendiga, Santiago! ¡Tenía tantas ganas!

Jesús sonríe:

–                       Veo que empieza a surtir efecto lo que antes os dije.  Los buenos hermanos se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, te digo: ‘Dios te bendiga’ Esta acción tuya, jamás será olvidada. Y la hallarás premiada allá arriba.

Todo lo que pido lo alcanzo. Lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo darse en comida al hombre. El Hijo del hombre ha sido glorificado ahora, con todo lo ocurrido. Porque el milagro es prueba de poder y solo es posible que sea realizado, por los amigos de Dios. Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Esto es un milagro que por su forma, duración, naturaleza, por sus límites; no puede ser mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural e inconcebible a los ojos del hombre a los ojos del hombre soberbio; que muy pocos lo comprenderán como debe ser. Y muchos lo negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? ¡No! ¡Que se les tenga piedad! Cuanto mayor es el milagro, tanto mayor es la gloria que recibe el que lo hizo. Ha sido Dios Mismo Quien dice: “Este amado mío lo quiso, lo alcanzó. Se lo concedí porque lo amo”

Alégrate tú que regresas a tu Trono, ¡Oh Esencia espiritual dela SegundaPersona! ¡Alégrate! ¡Oh, carne que vuelves a subir, después de un largo destierro en el fango! No es el paraíso de Adán, sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás. Si por órdenes de Dios un hombre detuvo el sol con admiración de todos, ¿Qué no sucederá en los astros, cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente Glorificado, sube y se sienta a la derecha del Padre? Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros. Luego me buscaréis, pero donde Yo esté, no podréis ir.

Pensad en mi Madre… Ni siquiera Ella podrá ir a donde Yo voy. Y sin embargo Yo dejé al Padre para venir a Ella y hacerme Jesús en su vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso. Me alimenté de su amor convertido en leche. Tuve pureza y amor, porque me alimentó con su virginidad, que fecundó el Amor Perfecto, que vive en el Cielo. Yo crecí con sus fatigas y sus lágrimas… Y sin embargo le pido un heroísmo que nunca se ha realizado y que no tiene comparación.  Y con todo, nadie le iguala en amarme. Y pese a todo esto la dejo y me voy a donde Ella no irá, sino después de mucho tiempo. En Ella reside toda clase de gracias y de santidad. Es el ser que todo lo ha tenido y que todo lo ha dado. Nada se le puede agregar, nada quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios.

Para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde Yo esté; de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús. Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros, así como os he amado. Y de este modo se conocerá que sois mis discípulos. Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿Cómo se sabe que lo son? Por el amor común que los une. Aun cuando muera el padre, la familia buena no se dispersa,  porque la sangre es una, la que el padre comunicó. Y liga en tal forma que ni siquiera la muerte destruye tal unión. Porque el Amor es más fuerte que la muerte. Ahora, si vosotros os amáis, después de que os haya dejado; todos reconocerán que sois mis hijos y por lo tanto mis discípulos. Y verán que todos sois hermanos, porque tenéis un solo Padre.

Pedro pregunta:

–                       ¿Señor, pero a dónde te vas?

Jesús contesta:

–                       Me voy a donde por ahora no puedes seguirme. Más tarde lo harás.

–                       ¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre, desde que me dijiste: ‘Sígueme’ Sin pena alguna he dejado todo. ahora, no es justo de tu parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Tí.  Tú que eres todo para mí. Por quién dejé lo poco que antes tenía… ¿Vas a la muerte? Está bien. también yo voy. Iremos juntos al otro mundo, pero antes te defenderé. Estoy dispuesto a morir por Ti.

–                       ¿Qué morirás por Mí? ¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad te aseguro que no habrá cantado el gallo, antes de que me hayas negado tres veces. Estamos en la primera vigilia. Luego vendrá la segunda… y después la tercera. Antes de que lance su qui-qui-ri-quí el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor.

–                       ¡Imposible, Maestro! Creo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro.

–                       En estos momentos lo estás, porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios Encarnado será apresado y no lo tendréis más. Satanás después de haberos engañado, os llenará de espanto. Tú misma confianza es un ardid suyo, una treta para engañaros.  Os insinuará: ‘Dios no existe. Yo sí existo.’ Y aun cuando el miedo os haya hecho incapaces de reaccionar; sin embargo lograréis comprender que cuando Satanás sea el dueño dela Hora, el Bien habrá muerto y el Mal estará a sus anchas. El espíritu habrá sido abatido y lo terreno triunfante. Entonces quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo. Y atemorizados doblaréis cual vencidos, vuestra espalda ante el vencedor. Y para que no se os mate,  renegaréis del héroe caído. Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed en Dios. Creed también en Mí. Creed en Mí, contra todas las apariencias. Tanto el que queda como el que huye; crea en mi Misericordia y en la del Padre.  Tanto el que calle, como el que abre su boca para decir: ‘No lo conozco’ De igual modo crea en mi Perdón.  Creed que como fuesen vuestras acciones en lo porvenir, dentro del Bien, de mi Doctrina y por lo tanto de mi Iglesia, os dará un  lugar en el Cielo. Enla Casade mi Padre hay muchas moradas. Si no fuese así os lo habría dicho, porque no me adelantaría a preparaos un lugar. Ahora me voy, cuando haya preparado a cada uno su lugar enla JerusalénCelestial, regresaré y os llevaré conmigo, para que estéis donde Yo estoy. Donde no habrá muerte, lutos, llantos, gritos, hambre, dolor, tinieblas, sequía. Sino luz, paz, felicidad, cánticos… Quiero que estéis donde estaré Yo. Sabéis a donde voy y conocéis el camino.

Tomás pregunta:

–                       ¡Pero Señor! No sabemos nada. Nos debes decir a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino que debemos tomar para ir a Ti y abreviar la espera?

–                       Yo Soy el Camino,la Verdad,la Vida.Muchasveces os lo he dicho y os lo he explicado. En verdad os digo que algunos que ni siquiera sabían que existe Dios, os han tomado ya la delantera, dirigiéndose por mi Camino. ¡Oh! ¿Dónde estás tú, oveja extraviada de Dios a quién volví a traer al rebaño? ¿Dónde estás tú, que resucitaste en el alma?…

Los apóstoles preguntan:

–                       ¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De María la hermana de Lázaro? Está allá con tu Madre. ¿Quieres que la llamemos? ¿O quieres a Juana? Debe estar en su Palacio. ¿Quieres que vayamos a llamarla?

–                       No. No me refiero a ellas.  Pienso en Fotinaí y Aglae. Ellas me encontraron. No se han separado de mi Camino… A una le señalé al Padre como al Dios Verdadero y al espíritu cual levita en esta adoración individual.  A la otra, que ni siquiera sabía que tenía alma, le dije: ‘Mi Nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy quien busca a los extraviados. Soy quien dala Vida,la Verdadyla Pureza.Quienme busca, me halla.’ Y ambas encontraron a Dios.  ¡Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en seres más fuertes que Judith!… Voy donde estáis… Vosotras me consoláis… ¡Sed benditas!… ¡Oh!  Nadie viene al Padre, sino por Mí. Si me conocen a Mí, también conocerán al Padre.

Felipe dice:

–                       Señor, muéstranos al Padre, seremos como ellas y eso nos basta.

–                       Hace tiempo que estoy con vosotros y tú Felipe, ¿Todavía no me has conocido? Quién me ve a Mí, ve a mi Padre. ¿Cómo puedes decir muéstrame al Padre? ¿No logras creer que Yo estoy en mi Padre y el Padre en Mí? Las palabras que os digo, no las digo por Mí. El Padre que mora en Mí, lleva a cabo cada obra mía. Os lo digo y os lo afirmo: Quien cree en Mí, realizará las obras que Yo hago y hará mucho mayores; porque me voy donde el Padre. Y todo cuanto pidiereis al Padre en mi Nombre, lo haré Yo, para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Haré todo lo que me pidiereis en mi Nombre. En virtud de este Nombre, todo es posible. Quien piensa en mi Nombre me ama y me alcanza.

Pero no basta amar. Hay que observar mis órdenes, para alcanzar el verdadero Amor.  Las obras son las que dan testimonio de los sentimientos. Si ustedes me aman, guardarán mis Mandamientos y Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador que permanecerá siempre con vosotros. A quién Satanás y el Mundo no podrán hacer daño alguno. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir, que no puede hacerle mal,  porque no lo ve y no lo conoce. Se burlará de Él. Pero Él está muy por arriba, de tal modo que la befa no le llegará. Mientras que Misericordiosísimo sobre toda medida, estará siempre con quien lo amare; aun cuando sea pobre y débil. Vosotros lo conoceréis; porque está ya viviendo con vosotros y pronto estará en vosotros. Y permanecerá siempre con vosotros. No os dejaré huérfanos. Regresaré a vosotros. Dentro de poco el Mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque viviré y vosotros también. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre y vosotros en Mí y Yo en vosotros. El que ama, es el que acepta mis preceptos y los observa. El que me ama será amado por mi Padre y poseerá a Dios, porque Dios es Caridad. Y quién ama tiene a Dios en sí. Yo lo amaré porque veré en él a Dios y me manifestaré haciéndome conocer en los secretos de mi Amor; de mi sabiduría; de mi Divinidad Encarnada. Estos serán los modos como regresaré entre los hombres a quienes amo. Aunque sean débiles, aunque sean mis enemigos. Éstos serán sólo débiles. Los robusteceré. Diré: ‘¡Levántate!’, gritaré: ‘¡Sal fuera!’, ordenaré: ‘¡Sígueme!’, Mandaré: ‘¡Oye!’, avasallaré: ‘¡Escribe!’… y entre éstos estáis vosotros.

Tadeo pregunta:

¿Por qué Señor, te manifestarás a nosotros y no al mundo?

Jesús responde:

–                       Porque me amáis y observáis mis palabras. Quien hiciere así, mi Padre lo amará. Vendremos a él y haremos en él nuestra mansión. El que no me ama no guarda mis palabras y obra según la carne y el mundo. Cuando venga a vosotros el Consolador. El Espíritu Santo que el Padre mandará en mi Nombre, entonces comprenderéis y Él os enseñará todo y os traerá a la memoria cuanto os he dicho.

Os dejo mi Paz. Os doy mi paz. Os la doy, no como la da el mundo. La paz que os doy es más profunda. Yo me comunico a Mí Mismo, en este adiós a vosotros. Os comunico mi Espíritu de Paz, como os he entregado mi Cuerpo y mi Sangre; para que en vosotros exista una gran fuerza, en la batalla que se acerca. Satanás y el Mundo han declaradola Guerracontra vuestro Jesús. Es su Hora. Conservad en vosotrosla Paz, mi Espíritu, que es espíritu de Paz, porque Yo Soy el Rey de la paz. Tenedla para que no os encontréis muy abandonados. Quién sufre tiendola Pazde Dios en sí; sufre, pero no blasfema, ni se desespera.

No lloréis. Si me amaseis más allá de lo que veis en Mí, os alegraríais inmensamente, porque regreso al Padre, después de un largo destierro. Voy a donde está El que es Mayor que Yo y que me ama. Os lo digo ahora… Antes de que se realice. Así como os he contado los sufrimientos del Redentor antes de salir a su encuentro; para que cuando todo se cumpla, creáis más en Mí. ¡No os conturbéis de este modo! ¡No perdáis los ánimos! Vuestro corazón tiene necesidad de control… ¡Hay tantas cosas que quisiera deciros!… Llegado al término de mi evangelización, me parece que falta mucho por hacerse. ¿Acaso no he cumplido con mi oficio? ¿Dudaré? ¡No! Pongo mi confianza en Dios y a Él os confío, amados amigos. Él completarála Obrade su Verbo. No soy como un padre que está por morir y a quién no le queda otra luz, más que la humana. Yo tengo mi esperanza en Dios. Y me dirijo tranquilo a mi destino. Sé que está por bajar otra lluvia sobre las semillas arrojadas en vosotros, que hará que germinen todas. Luego vendrá el sol del Paráclito y se convertirán en un poderoso árbol…

El Príncipe de este Mundo está por venir. Aquel con quien no tengo nada que ver. No podría nada sobre Mí, si no fuese por la razón de querer redimiros. Esto sucede porque quiero que el mundo conozca que amo al Padre. Y lo amo hasta obedecerlo enla Muerte.Yde este modo cumplo lo que me ha mandado.

Es hora de irnos. Oíd las últimas palabras. Yo soyla Vidverdadera. El Padre, es el agricultor. A todo sarmiento que no produce fruto, Él lo corta. Y poda al que produce, para que produzca más.  Os habéis ya purificado con mi Palabra. Permaneced en Mí y Yo estaré en vosotros, para que lo sigáis estando. El sarmiento que ha sido separado dela Vid, no puede producir fruto. De igual modo vosotros si no permanecéis en Mí. Yo soyla Vidy vosotros los sarmientos. El que permanece unido a Mí, produce muchos frutos. Pero si uno se separa, se convierte en rama seca, que se arroja al fuego, para que se queme. Permaneced pues en Mí y que mis palabras queden en vosotros. Luego, pedid cuanto queráis, que se os dará. Mi Padre será cada vez más glorificado, cuanto más produzcáis frutos y seáis mis discípulos.

Como el Padre me ha amado, así también Yo a vosotros. Permaneced en mi Amor que salva. Si me amáis, seréis obedientes y la obediencia aumenta el amor recíproco. No digáis que estoy repitiendo lo mismo. Conozco vuestra debilidad. Quiero que os salvéis. Os digo esto para que la alegría que os quise comunicar, exista en vosotros y sea perfecta. ¡Amaos! ¡Amaos! ¡Este es mi nuevo mandamiento! Amaos mutuamente, más de lo que cada uno se ama a sí mismo. El amor del que da su vida por sus amigos, es mayor que cualquier otro. Vosotros sois mis amigos y doy mi vida por vosotros. Haced lo que os he enseñado y mandado. No digo que sois mis siervos;  porque el siervo no sabe lo que hace su dueño. Entretanto que vosotros sabéis lo que hago. Todo lo sabéis respecto a Mí. Y fui quién os eligió y lo hice para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de los evangelizados; vuestro fruto permanezca y el Padre os conceda lo que pidáis en mi Nombre.

No digáis: “Si Tú nos has escogido, porqué escogiste a un traidor. Si todo lo sabes, ¿Por qué lo hiciste? ” No preguntéis ni siquiera quién sea ese tal. No es un hombre. Es Satanás. Lo dije a mi fiel amigo y permití que lo dijese. Es Satanás. Si Satanás el Eterno Comediante, no se hubiera encarnado en un cuerpo mortal; este hombre poseído no habría podido escapar a mi poder. He dicho ‘poseído’. No. Es algo mucho más: es un entregado a Satanás.

Santiago de Alfeo pregunta:

–                       ¿Por qué Tú que has arrojado demonios, no lo libraste de él?

Jesús contesta:

–                       ¿Me lo preguntas porque amándome tienes miedo de ser tú? No temas.

Varios preguntan al mismo tiempo:

–                       Entonces, ¿Yo?

–                       ¿Yo?

–                       ¿Yo?

Jesús ordena:

–                       Callaos. No diré su nombre. Tengo misericordia. Tenedla también vosotros.

Tomás pregunta:

–                       ¿Pero por qué no lo venciste? ¿No pudiste?

–                       Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara para matarme, habría tenido que exterminar a la raza humana, antes de su Redención. Y entonces, ¿Qué habría redimido?

Pedro se arrodilla y sacude frenéticamente a Jesús, como si estuviese bajo el influjo de un delirio:

–                       Dímelo, Señor. Dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? Me examino… No me parece. Pero Tú dijiste que te negaré… Yo tiemblo de miedo… ¡Oh, qué horror que sea yo!…

Jesús niega:

–                       No Pedro. No eres tú.

–                       ¿Entonces quién?

Tadeo grita sin poder contenerse más:

–                       ¡Quién otro, sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?

Pedro grita:

–                       ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué?

Jesús ordena:

–                       Silencio. Es Satanás. No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?

–                       A buscarlo.

–                       Deja inmediatamente tu manto y esa espada. ¿O quieres que te arroje de Mí y te maldiga?

–                       ¡No, no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo… pero yo… ¿Deliro acaso? ¡Oh! ¡Oh!…

Pedro se ha postrado en tierra y llora a los pies de Jesús.

Jesús dice terminante:

–                       Os ordeno que os améis. Que perdonéis. ¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe el Odio, en vosotros sólo debe existir el Amor. Un amor para todos. ¡Cuántos traidores encontraréis por vuestro camino! Pero no deberéis odiarlos y devolverles mal por mal. De otro modo el Padre os odiará. Antes que vosotros he sido objeto de odio y se me ha traicionado. Y sin embargo lo estáis viendo, no odio. El mundo no puede amar lo que no es como él. Por esto no os amará. Si fueseis suyos os amaría. Pero no lo sois, porque os tomé de en medio de él y éste es el motivo por el cual os odia.

Os he dicho: el siervo no es más que el patrón. Si me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran escuchado, también a vosotros os escucharían. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre; porque no conocen y no quieren conocer, al que me ha enviado. Si Yo no hubiera venido y no les hubiese hablado, n serían culpables. Pero ahora su pecado no tiene excusa. Han visto mis obras, oído mis palabras… Con todo, me han odiado y además a mi Padre, porque Yo y el Padre somos una sola unidad con el Amor. Está escrito: ‘Me odiaron sin motivo alguno’

Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, dará testimonio de Mí y también vosotros, porque desde el principio habéis estado conmigo.

Esto os lo he dicho para que cuando llegue la hora; no quedéis acobardados, ni escandalizados. Pronto va a llegar el tiempo en que os arrojarán de las sinagogas y cuando el que os matare, pensará dar culto a Dios con lo que hace. No han conocido, ni al Padre, ni a Mí. Esa es la única razón que puede excusarlos. Antes no os lo había dicho tan claro, porque erais como niños recién nacidos. Ahora vuestra madre os deja. Me voy. Debéis acostumbraros a otra clase de alimento. Quiero que lo conozcáis.

Ninguno me pregunta de nuevo ¿A dónde vas? La tristeza os ha vuelto mudos. Y con todo es bueno que me vaya, de otro modo el Consolador no vendrá. Os lo mandaré. Y cuando venga, por medio de la sabiduría y de la palabra; de las obras y del heroísmo que os infundirá; convencerá al mundo de su pecado deicida y de mi verdadera santidad. El mundo se dividirá claramente en dos partes: la de los réprobos, enemigos de Dios y en la de los creyentes. Estos serán más o menos santos según su voluntad. Pero se juzgará al Príncipe del Mundo y a sus secuaces. No puedo deciros más, porque por ahora no lo podéis comprender. Cuando venga el Paráclito os lo dirá.

Todavía nos veremos un poco. Después no me veréis más. Y poco  después, de nuevo me veréis.

Dentro de vosotros mismos estáis dialogando. Oíd una parábola. La última que os dice vuestro Maestro: cuando una mujer está encinta y llega la hora del parto, se encuentra en medio de una gran aflicción, sufre y llora. Pero cuando nace el pequeño, lo estrecha contra su corazón. Todo dolor desaparece. Su tristeza se cambia en alegría, porque ha venido al mundo, un nuevo ser.

Así también vosotros. Lloraréis y el mundo se reirá de vosotros. Pero después vuestra tristeza se cambiará en alegría, una alegría que el mundo jamás conocerá. Ahora estáis tristes, pero cuando me volváis a ver, vuestro corazón se llenará de una alegría tal, que nadie podrá arrebatárosla. Una alegría tan completa que no tendréis necesidad de pedir para la mente, el corazón y el cuerpo. Os alimentaréis solo con verme, olvidando cualquier otra cosa. Pero por esto mismo podréis pedir todo en mi Nombre y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea siempre mayor. Pedid. Pedid y recibiréis.

Ya llega la hora en que os podré hablar abiertamente del Padre.  Porque permaneceréis fieles en la prueba y todo será superado. Vuestro amor será perfecto porque os habrá ayudado en la prueba. Y lo que os faltare lo daré al tomarlo de mi inmenso tesoro, diciendo: “Padre, mira. Estos me han amado creyendo que vine de Ti” Bajé al Mundo, ahora lo dejo. Voy al Padre y rogaré por vosotros.

Los apóstoles exclaman:

–                       ¡Oh! ¡Ahora te explicas! Ahora comprendemos lo que quieres decir y entendemos que sabes todo y que respondes sin que nadie te haya preguntado. ¡Verdaderamente has venido de Dios!

–                       ¿Creéis ahora? ¿En los últimos momentos? ¡Hace tres años que os estoy hablando! Pero ya ha empezado a obrar en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre, que no ha brotado de algún hombre y os causa el primer estremecimiento de ser divinos. Llegaréis a ser dioses si perseveráis en mi amor y en ser míos. No como lo dijo Satanás a Adán y a Eva. Sino como Yo os digo. Es el verdadero fruto del Árbol del Bien y dela Vida. Quién se alimenta de él, vence al Mal yla Muerte no tiene poder. Quien coma de él, vivirá para siempre y se convertirá en ‘dios’ en el Reino Divino.  Vosotros seréis dioses si permanecéis en Mí.

Y sin embargo… aun cuando tenéis en vosotros este Pan y esta Sangre, está llegando la hora en qué seréis dispersos. Os iréis por vuestra cuenta y me dejaréis solo… NO.  No lo estoy. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre! ¡Padre, no me abandones! Os he dicho todo… para que tengáis paz… Mi Paz. Una vez más os veréis atribulados. Pero tened confianza que Yo he vencido al Mundo.

Jesús abre los brazos en forma de cruz y recita al Padre con el rostro radiante, la sublime plegaria:

Padre, ha llegadola Hora.¡Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te de Gloria a Ti!

Tú le diste poder sobre todos los mortales y quieres que comunique la VidaEternaa todos aquellos que le encomendaste. Y esta es la VidaEterna.Conocerte a Ti, único Dios Verdadero y al que Tú has enviado, Jesús el Cristo. 

Yo te he glorificado enla Tierray he terminadola Obraque me habías encomendado. Ahora Padre, dame junto a Ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes de que comenzara el Mundo.

He manifestado tu Nombre a los hombres. Hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos y Tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado, viene de Ti. El mensaje que recibí, se los he entregado y ellos lo han recibido. Y reconocen de verdad que Yo he salido de Ti y creen que Tú me has enviado.

Yo ruego por ellos, no ruego por el Mundo. Sino por los que son tuyos y que tú me diste.  Pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo ya he sido glorificado a través de ellos.

Yo ya no estoy en el Mundo. Pero ellos se quedan en el Mundo; mientras Yo vuelvo a Ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a Mí me diste, para que sean uno como nosotros.

Cuando estaba con ellos Yo los cuidaba en tu Nombre. Pues Tú me los habías encomendado y ninguno de ellos se perdió; excepto el que llevaba   en sí la perdición. Pues en esto debía de cumplirse l Escritura. Pero ahora que voy a Ti y estando todavía en el mundo, digo estas cosas para que tengan en ellos la plenitud de mi alegría.

Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo. Como tampoco Yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.

Conságralos mediantela Verdad: Tu Palabra es Verdad. Así como Tú me has enviado al mundo. Así también los envío al mundo. Por ellos ofrezco el Sacrificio, para que también ellos sean consagrados enla Verdad.

No ruego solo por éstos, sino también por todos aquellos que creerán en Mí por su palabra. Que todos sean uno, como Tú Padre estás en Mí y Yo en Ti. Que ellos también sean uno en nosotros; para que el mundo crea que Tú me has enviado.

Yo les he dadola Gloriaque Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad y el Mundo conocerá que Tú me has enviado y que Yo los he amado a ellos, como Tú me amas a Mí.

Padre, ya que me los has dado, quiero que estén conmigo, donde Yo estoy y que contemplenla Gloriaque Tú ya me das; porque me amabas antes de que comenzara el Mundo.

Padre Justo, el mundo no te ha conocido. Pero Yo te conocía y éstos a su vez han conocido que Tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se los seguiré dando a conocer; para que el amor con que Tú me amas esté en ellos y también Yo esté en ellos. +

Se oyen los sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno.

Jesús los bendice y luego dice:

–                       Tomemos los mantos y vámonos. Andrés, di al dueño de la casa, que deje todo así, porque es mi voluntad. Mañana os dará júbilo volver a ver este lugar.

Jesús mira lentamente a su alrededor. Parece bendecirlo todo.

Este Cenáculo será, la primera Iglesia Cristiana…  Luego se echa encima el manto y sale seguido de sus discípulos.

A su lado va Juan, sobre el que se apoya… éste le pregunta:

–                       ¿No te despides de tu Madre?

Jesús contesta:

–                       No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido.

Simón, con la antorcha que ha encendido, ilumina el ancho corredor que lleva hasta la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a la calle. Y con la llave la cierra por fuera.

Se ponen en camino y atraviesan por el puentecillo el torrente del Cedrón…

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: toma nuestro corazón y con tu infinita misericordia, lávalo de nuestros pecados en la Sangre Preciosa de tu amadísimo Hijo Jesucristo. Resucita nuestro espíritu y danos un corazón nuevo y despierto, para que también nosotros podamos adorarte. Abre nuestros oídos y nuestros ojos, para que ya no seamos más ciegos y sordos a tu Palabra. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

 

QUINTO MISTERIO LUMINOSO II

JESUS INSTITUYE LA EUCARISTIA

Esta noche todos traen sus mejores vestidos y lucen los puñales damasquinados y pequeños, en los preciosos cintos.

Simón Zelote se levanta para ir al cofre donde colocó su rico manto y toma dos espadas largas, ligeramente curvas.

Y se las lleva a Jesús diciendo:

–                       Pedro y yo nos hemos armado esta noche. Tenemos éstas.

Los demás traen solo el puñal corto.

Jesús toma las dos espadas. Las observa. Desenvaina una y prueba el filo sobre una uña. Es muy raro e impresionante, ver la feroz arma en las manos de Jesús… Mientras Jesús la contempla sin decir nada.

Judas pregunta cómo gato sobre ascuas:

–                       ¿Quién os la dio?

Simón replica:

–                       ¿Quién?…  Te recuerdo que mi padre fue noble y rico.

Judas insiste:

–                       Pero Pedro…

Simón responde seco.

–                       ¡Y bien!…  ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que hago a mis amigos?

Jesús mete la espada en la vaina y la devuelve a Zelote. Levanta la cabeza y dice:

–                       Bueno. ¡Basta! Hiciste bien en traerlas. Pero ahora, antes de que bebamos la  tercera copa, esperad un momento. Os dije que el que es el más grande, es igual al más pequeño. Y que Yo ahora parezco vuestro criado. Y os serviré. Hasta ahora os he distribuido la comida. Cosa necesaria y servicio para el cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el espíritu. No es un plato del rito antiguo. Es del nuevo. Yo me bauticé primero, antes de ser el Maestro. Para esparcirla Palabra, basta ese bautismo. Ahora será esparcidala Sangre.Esnecesario que os lavéis otra vez, aun cuando hayáis sido purificados por el Bautista, en su tiempo y también hoy en el Templo. Pero no basta. Venid a que os purifique. Suspended la comida. Hay algo que es mucho más alto y necesario que el alimento con el que se llena el vientre, aun cuando sea un alimento santo, como es del Rito Pascual. Es un espíritu puro, pronto a recibir el Don del Cielo, que baja ya para hacerse un trono en vosotros y darosla   Vida.Darla vida a quién está limpio.

Jesús se pone de pie. Y va hacia el arquibanco. Se quita el vestido púrpura. Lo dobla y se  pone el manto, que ya había doblado antes. Se ciñe la cintura con una larga toalla. Después va a donde hay otra aljofaina, que está vacía y limpia. Echa agua. La lleva al centro de la habitación, cerca de la mesa. La pone sobre un banco.

Los apóstoles lo miran estupefactos…

Jesús interroga:

–                       ¿No me preguntáis porqué hago esto?

Pedro responde:

–                       No lo sabemos. Sólo te digo que ya estamos purificados.

Jesús contesta:

–                       Y Yo te repito que no importa. Mi purificación servirá para que el que ya esté puro, lo esté más.

Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas de Keriot. Y le lava los dos pies. Es fácil hacerlo, porque los lechos-asiento están colocados de tal manera, que los pies dan hacia la parte exterior.

Judas está desconcertado, pero no replica.

Sólo cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie izquierdo y levantarse; trata de besarle en el pie derecho que ya está calzado; Judas retrae violentamente su pie y pega con la suela en la boca divina…  Lo hizo sin querer. No fue fuerte el golpe. Pero ha causado mucho dolor. Jesús sonríe al apóstol que está muy turbado.

Judas le pregunta:

–                       ¿Te hice daño? No era mi intención. Perdóname…

Jesús contesta:

–                       No amigo. Lo hiciste sin malicia… Y no hace mal.

Judas lo mira lleno de consternación; con una mirada que huye de todo…

Jesús sigue… lava a Tomás y luego a Felipe. Da la vuelta a la mesa y se acerca a su primo Santiago. Le lava los pies y al levantarse, lo besa en la frente. Llega con Andrés, que está rojo de vergüenza y se esfuerza por  no llorar. Le lava los pies y lo acaricia como si fuera un niño. Luego es el turno de Santiago de Zebedeo, que solo dice en voz baja:

–                       ¡Oh, Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!

Juan se ha aflojado ya las sandalias y mientras Jesús está inclinado, secándole los pies; se inclina también y le besa los cabellos.

¡Pero Pedro!… No es fácil persuadirlo de que debe sujetarse a este nuevo rito.

Pedro exclama:

–                       Tú, ¿Lavarme los pies a Mí? ¡Ni te lo imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano y Tú Eres Dios. Cada quién debe estar en su lugar.

Jesús replica:

–                       Lo que hago no puedes comprenderlo por ahora. Algún día lo comprenderás. Déjame lavarte.

–                       Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies; no lo harás.

–                       ¡Oh, Simón mío! ¿No sabes que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón! ¡Tienes necesidad de esta agua para tu alma y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, ¡No vienes conmigo a mi Reino!

–                       ¡Oh, Señor mío Bendito! ¡Entonces lávame todo! ¡Pies, manos y cabeza!

–                       Quién se ha limpiado como vosotros no tiene necesidad de lavarse sino los pies. Porque está limpio… El hombre con los pies camina entre lo sucio. Los pies del hombre que tiene un corazón impuro, van a las crápulas. A la lujuria. A los tratos ilícitos. Al crimen… Por eso, entre los miembros del cuerpo; son los que tienen más necesidad de purificarse… ¡Oh, hombre que fuiste una creatura perfecta el primer día! ¡Y luego te has dejado corromper en tal forma del Seductor! ¡En ti no había malicia, ni pecado!… ¿Y ahora? ¡Eres todo Malicia y Pecado! Y no hay parte en ti, que no peque.

Jesús lava los pies a Pedro. Y se los besa. El apóstol llora y toma con sus grandes manos, las dos de Jesús. Se las pasa por los ojos y luego se las besa.

También Simón se quita las sandalias y sin decir nada, se deja lavar.

Pero cuando Jesús está por acercarse a Bartolomé, Simón se arrodilla y le besa los pies diciendo:

–                       Límpiame de la lepra del Pecado; así como me limpiaste de la del cuerpo. Para que no me vea confundido en la hora del Juicio, Salvador mío.

Jesús le dice:

–                       No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial, blanco como la nieve.

Nathanael pregunta:

–                       ¿Y yo Señor? ¿Qué dices del viejo Bartolomé? Tú me viste bajo la sombra de la higuera y leíste en mi corazón.

–                       Tú tampoco temas. En aquella ocasión dije: ‘He ahí a un verdadero israelita, en quien no hay engaño.’ Ahora afirmo: ‘He aquí a un verdadero discípulo mío. Digno de Mí, el Mesías’ Y te veo sobre un trono eterno, vestido de púrpura. Siempre estaré contigo.

El turno es de Judas Tadeo…

Cuando ve a Jesús a sus pies; no puede contenerse. Inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora…

Jesús le dice:

–                       No llores, hermano. Te pareces al que deben arrancar un nervio y cree no poder soportarlo. Pero el dolor será breve. Y luego… ¡Oh! ¡Serás feliz! Porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro gran Judas. ¡Como un gigante! Eres el que protege. Tus hechos son como de león y como de cachorro de león, que ruge. Tú desanidarás a los impíos que ante ti retrocederán. Y los inicuos se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro parentesco, en el Cielo. –y lo besa también en la frente, como a su otro primo.

Jesús sigue adelante con los que le faltan…

Mateo protesta:

–                       Yo soy un pecador, Maestro. No a mí.

Jesús contesta con dulzura:

–                       Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres una ‘voz’ mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante; para llegar a Dios… El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío. Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo.

Jesús ha terminado.

Se quita la toalla. Se lava las manos en agua limpia. Se vuelve a poner su vestido púrpura. Regresa a su lugar y mientras se sienta, dice:

–                       Ahora estáis puros. Pero no todos. Sólo los que han tenido voluntad de estarlo.

Mira detenidamente a Judas de Keriot, que aparenta no oír. Finge estar ocupado explicando a Mateo; porqué su padre decidió mandarlo a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas, cierto aire de importancia. Aunque es audaz; no debe sentirse muy bien.

Jesús escancía vino por tercera vez, en la copa común. Bebe y ofrece a los demás, para que beban. Luego entona un cántico al que todos se unen. (Salmos 114-115-116-117)

–                       Amo porque oye el Señor, la voz de mis súplicas. Porque inclinó a Mí sus oídos. Lo invocaré toda mi vida. Me sorprendieron los lazos de la muerte. (Una pausa brevísima) Luego sigue cantando: tuve confianza por eso hablo. Pero me había encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento: ‘Todos los hombres son engañosos’ -Mira fijamente a Judas. La voz cansada; toma aliento cuando exclama: ‘Es preciosa a los ojos de Dios, la muerte de los santos.’ y ‘Tú has roto mis cadenas.’… Y el cántico sigue…

Judas de Keriot canta tan desentonado, que dos veces Tomás le obliga a tomar el tono, con su fuerte voz de barítono. Y lo mira fijamente…

Los demás, también lo miran sorprendidos; porque generalmente entona bien y también se gloría de su voz, así como de sus otras dotes. ¡Pero esta noche! Ciertas frases lo turban y se detiene. Lo mismo que ciertas miradas de Jesús…

Cuando pone énfasis en determinadas frases como: “Es mejor confiar en el Señor que en el Hombre” y “No moriré, sino que viviré y contaré las obras del Señor …”

Las dos siguientes, parecen estrangular la garganta del Traidor: “La Piedra que los albañiles desecharon ha sido convertida en piedra angular.” Y “Bendito el que viene en el Nombre del Señor”

Terminado el salmo, mientras Jesús corta el cordero y lo reparte.

Mateo pregunta a Judas de Keriot:

–                       ¿Te sientes mal?

Judas replica áspero:

–            No. Déjame en paz. No te metas conmigo.

Mateo se encoge de hombros.

Juan, que oyó lo que Jesús contestó, dice:

–                       Tampoco el Maestro está bien. ¿Qué te pasa, Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o hubieras llorado mucho.

Y le extiende los brazos y reclina la cabeza sobre su pecho.

Judas dice nervioso:

–                       No he hecho más que caminar y hablar. Estoy resfriado.

Jesús se dirige a Juan:

–                       Tú ya me conoces… y sabes qué es lo que me cansa.

Jesús come muy poco y bebe mucha agua. Está haciendo un esfuerzo supremo, para soportar cerca de Sí al Traidor. Tratándolo como a un amigo para que los demás no se den cuenta y evitar así un crimen. ¡El Cielo está cerrado y sólo Dios sabe, cuánto necesita el Hijo del Padre, en esta noche del jueves! Para el dominio de sí Mismo y el tolerarla Ofensa, que es la manifestación más sublime de la caridad. Y esto solo lo pueden conseguir, los que quieren que para su vida no haya otra ley, más que la Caridad.

Su alma agoniza por el doble esfuerzo al tratar de vencer los dos más grandes dolores que puede un hombre soportar: la despedida de una Madre sin igual y la proximidad del amigo infiel. Dos heridas que taladran su corazón. Una con su llanto. Y otra con su Odio.

Tan solo estas heridas son suficientes para hacerle agonizar. Pero Él tiene que expiar. Esla Víctima.ElCordero. Éste, antes de ser inmolado; sabe lo que duele la marca del hierro candente; los golpes; el trasquilo. Ser vendido al matancero, para sentir finalmente el frío del hierro que le corta la garganta. Debe dejar primero todo: su pastizal. Su madre que lo crió, que lo alimentó, le dio calor. Sus compañeros con quienes convivió. Todo esto lo conoció Jesús, el Cordero de Dios; para quitar el Pecado del Mundo.

Mira a Judas de Keriot que conversa animadamente con Tomás. Le observa… Se ve tan joven; tan elegante con su vestido amarillo y su faja roja.

Pensativo, inclina la cabeza… ¡Qué difícil es conocer lo que hay en su corazón y tener que amarlo así!  Consiguió tener la bolsa, para poder acercarse a  las mujeres; las dos cosas que ama desenfrenadamente, además de la tercera; que es la más importante: los puestos humanos junto con los honores del mundo…

Ya ha comenzado la agonía. Jesús tiene que vencer la tentación de no amar…

Durante treinta y tres años ha vivido en la Caridad y no se puede llegar a una perfección como la que es necesaria para perdonar y tolerar nuestro ofensor, si no se tiene el hábito de la Caridad. Él lo posee y tiene que vencer… En este drama inaudito que el demonio ha formado: Judas.

Judas tiene a Lucifer y Jesús lo tiene cerca. Judas en su corazón. Jesús frente a Él. Son los dos personajes principales en esta tragedia insólita. Y Satanás se ocupa personalmente de ambos. Después de haber empujado a Judas hasta el punto en que no hay retroceso; se ha vuelto contra Jesús. Y con Judas como instrumento, se burla de Él.

El cordero se ha terminado. Jesús que ha comido muy poco, en lugar del poquísimo vino que se sirvió, ha bebido mucha agua. Como si tuviera fiebre. Vuelve a tomar la palabra:

–                       Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os dije que el primero es como el último y que os daré un alimento que no es corporal. Os di un alimento de humildad que es para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Señor y Maestro. Y decís bien porque lo Soy. Si Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo, el uno con el otro. Ejemplo os he dado, para que  cómo Yo he obrado. Obréis. En verdad os digo: el siervo no es superior al patrón. Ni el enviado, al que envió. Tratad de comprender estas cosas. Si las comprendéis y las ponéis en práctica, seréis bienaventurados. Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Conozco a quién he escogido. No me refiero a todos. Digo lo que es verdad. Por otra parte debe cumplirse lo que está escrito respecto a Mí: “El que come conmigo el pan, levantó su calcañal contra Mí.” Os digo todo antes de que suceda, para que no vayáis a dudar de Mí.  Cuando todo se haya cumplido, creeréis con mayor firmeza, que Yo Soy. Quién me acoge, acoge a quién me ha enviado: al Padre Santo que está en los Cielos. Y quién recibe a los que Yo envíe, me recibirá a Mí Mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros conmigo… Ahora terminemos el rito.

Jesús vacía nuevamente vino en el cáliz común. Y antes de beber de él y de darlo a los demás, se pone de pie. Todos lo imitan y repiten de nuevo el Salmo 115 y luego el largo 118, cantando un trozo todos juntos y enseguida se turnan alternadamente, hasta terminarlo. Jesús se sienta y dice:

–                       Ahora que hemos cumplido con el rito antiguo, voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de Amor y ha llegado la hora de hacerlo. Por esto he deseado tanto esta Pascua. De hoy en adelante, esta esla Hostiaque será inmolada como un rito eterno de amor. Os he amado durante toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el fin. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy, pero quedaremos siempre unidos mediante el Milagro que voy a realizar.

Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa llena de vino. Bendice y ofrece ambos.

Luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol diciendo:

–                       Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me voy.

Toma el cáliz, lo da y dice:

–                       Tomad y bebed, esta es mi Sangre. Esto es el cáliz del Nuevo Pacto, sellado con mi Sangre y por mi Sangre, que será derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para darosla Vida.Hacedesto en recuerdo mío.

Jesús está tristísimo. En su rostro no se dibuja la sonrisa que lo caracteriza. Ha perdido el color. Parece un agonizante.

Los apóstoles lo miran afligidos.

Se pone de pie diciendo:

–                       No os mováis. Regreso pronto.

Toma el décimo tercer pedazo de pan; toma el cáliz y sale del Cenáculo.

Juan dice en voz baja:

–                       Va a donde está su Madre.

Judas Tadeo suspira:

–                       ¡Pobre mujer!

Pedro pregunta quedito:

–                       ¿Crees que estará enterada?

Santiago de Alfeo confirma:

–                       De todo lo está. Siempre lo ha sabido.

Todos hablan en voz baja, como si estuvieran en un funeral.

Tomás se niega a creerlo y pregunta:

–                       ¿Pero estáis seguros de que así es?…

Santiago de Zebedeo le responde:

–                       ¿Todavía dudas de ello?  Es su Hora.

Zelote dice:

–                       Que Dios nos dé fuerza para serle fieles.

Y Pedro:

–                       ¡Oh! ¡Yo…!

Es interrumpido por Juan, que está alerta y dice:

–                       Psss. Regresa.

Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En el fondo se ve apenas un rastro de vino, que bajo la luz del candil, en realidad parece sangre.

Judas de Keriot, que tiene delante de sí la copa que Jesús puso sobre la mesa, la mira como fascinado… Y luego aparta la vista, como si no la soportara.

¡A lo que puede llegar el Amor de un Dios que se hace alimento de los hombres! Jesús, Verdadero Dios como Hijo del Altísimo, ha obedecidola Leysegún el rito de Moisés. Al vivir en la tierra y ser un hombre entre los hombres, cumple su obligación para con Dios, obedeciendo su Ley, igual que todos los demás.

Jesús tiene literalmente, su corazón destrozado por el esfuerzo para dominarse a Sí Mismo y Tolerarla OfensaSuprema…

Sabiendo lo que hay en Judas. Lo que es Judas. Lo que está haciendo Judas; lo sigue tratando con amor.  Se ha humillado ante él. Ha compartido la copa ritual, poniendo sus labios donde él ha puesto los suyos. Y ha tenido que hacer que María haga lo mismo. ¡Y se ha dado también a él!…

El Sacramento realiza lo que es, cuanto más digno se es de recibirlo.

El que ama trata de hacer feliz al Amado. Juan, que lo ama totalmente y que es puro y bueno, alcanzó del Sacramento la mayor transformación. Y desde ese momento comenzó a ser el águila que llega a lo alto del Cielo y fija su mirada en el Sol Eterno. Pero, ¡Ay de aquel que recibe el Sacramento sin haberse hecho digno! Que ha aumentado su iniquidad con culpas mortales…  Porque entonces el Sacramento se convierte, no en semilla de preservación y Vida; sino en muerte para el espíritu y corrupción para la carne.

La muerte del profanador del Sacramento es siempre la de un desesperado y por esto no conoce el tranquilo tránsito del que está en Gracia. Ni el heroico de la víctima, que pese a los sufrimientos, mantiene sus ojos fijos en el Cielo y su alma en la serenidad de la paz.

La muerte del desesperado es presa de contorsiones y miedo. Es una convulsión horrible del alma, de la que se apoderó Satanás y la ahoga para arrancarla de la carne, matándola con su nauseabundo aliento. Y en espantosa caída, siente que se le arroja ala MuerteEterna.Y en un instante aterrador;  se da cuenta de lo que quiso perder y que ya no puede recuperar…

Jesús mira a Judas y se estremece.

Juan, que está apoyado en su pecho, lo siente y le dice:

–                       ¡Dilo! Tiemblas…

Jesús contesta:

–                       No. No tiemblo porque tenga fiebre… Os he dicho todo. Y todo os he dado. No podía hacer más. Me he dado Yo Mismo…

El Nuevo Rito se ha realizado. Haced esto en memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. También cuando estéis en alto, recordadlo. El discípulo no es más que el Maestro. Sed puros para que seáis dignos de comer del Pan Vivo que ha descendido del Cielo, para que tengáis en vosotros y por Él, la fuerza para ser mis discípulos, en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre.

Uno de vosotros no está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por eso estoy profundamente conturbado dentro de mi corazón. La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi Amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi Palabra, le han hecho cambiar su determinación; ni que se arrepienta. Lo perdonaría aún, muriendo por él.

Los discípulos lo miran aterrorizados. Se miran. Sospechan el uno del otro.

Pedro mira fijamente a Iscariote. Mostrando abiertamente sus sospechas.

Judas Tadeo se pone de pie violentamente, para mirar a Judas de Keriot,  por encima de Mateo.

Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez fijamente a Mateo, como si sospechase de él y luego a Jesús. Con habilidad quiere mostrar que está seguro de sí. Y con su audacia característica, para que la conversación no se interrumpa…

Sonriendo le pregunta:

–                       ¿Soy yo acaso?

Jesús responde:

–                       Tú lo has dicho, Judas de Simón, no Yo. Tú lo estás diciendo. No dije tu nombre. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu consejero interno. A tu conciencia. A la que Dios Padre te ha dado para que te comportaras como un hombre. Y si te acusa, lo sabrás antes que todos. Pero si te tranquiliza. ¿Por qué dices una palabra y piensas en algo que es aún anatema decirlo o pensar por broma?

Jesús habla calmadamente. Parece un Maestro que explicara a sus discípulos una tesis.

La confusión es grande; pero la tranquilidad de Jesús la apacigua.

Tadeo, que sospecha de Iscariote; se calma al ver su fría y descarada desenvoltura.

Pedro, que es el que más sospecha, jala de la manga a Juan y le dice en voz baja:

–                       Pregúntale quién es.

Juan se recarga sobre Jesús y levanta la cabeza como si fuera a darle un beso… Y en voz bajísima le dice:

–                       Maestro, ¿Quién es?

Jesús, hace como si le besara el cabello y muy quedito le responde:

–                       Aquel a quién daré un pedazo de pan mojado.

Toma un pedazo de pan. No del que sirvió parala Eucaristía, sino de otro entero. Lo moja en la salsa de cordero que hay en la salsera, extiende su brazo y dice:

–                       Toma Judas. Esto te gusta.

Judas ríe contento:

–                       Gracias, Maestro. Me gusta, sí.

Y sin saber lo que significa aquel bocado, se lo come…

Mientras Juan cierra los ojos aterrorizado,  para no ver la sonrisa diabólica de Iscariote, que muerde el trozo que lo delata…

Jesús dice a Judas:

–                       Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado aquí. Lo que te falta hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de Simón.

Iscariote responde:

–                       Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en Getsemaní. Vas a ir a allá, ¿O no? ¿Como de costumbre?

–                       Voy a ir allá… Como de costumbre… De veras.

Pedro pregunta:

–                       ¿Qué va a hacer? ¿Va solo?

–                       No soy un niño.  –se mofa Judas al ponerse el manto.

Jesús responde:

–                       Déjalo que se vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse.

–                       Sí, Maestro.  –Pedro no replica más.

Y apenado, se lleva la mano a la frente por haber faltado a la caridad al sospechar de un compañero.

Jesús estrecha hacia Sí a Juan y sobre su cabeza le dice en voz baja:

–                       Por ahora no le digas nada a Pedro. Inútilmente se provocaría un escándalo.

Iscariote se despide:

–                       Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos.

Jesús responde:

–                       Hasta pronto.

Pedro dice con tono de disculpa:

–                       Te devuelvo el saludo, muchacho.

Juan, con la cabeza inclinada sobre las rodillas de Jesús, murmura:

–                       ¡Satanás!

Jesús es el único que lo oye y suspira profundamente.

Siguen unos minutos de absoluto silencio.

 

*******

 

QUINTO MISTERIO LUMINOSO I

JESÚS INSTITUYE LA EUCARISTÍA

LA CENA PASCUAL

En la casa en donde se llevará a cabo la Cena Pascual, anexa al Cenáculo hay una amplia habitación, donde está María con todas las discípulas.La Virgen se ve muy demacrada y como si hubiera envejecido de repente. Se le nota la tristeza aun cuando sonría con dulzura. Sus ademanes son los de una persona cansada; como si estuviera oprimida por una idea muy dolorosa…

Jesús llega a la casa con los apóstoles y saluda:

–                       La paz sea en esta casa.

Y mientras los apóstoles se dirigen hacia el Cenáculo, entra en la habitación en donde está la Virgen.Las discípulas le saludan con profundo respeto y se retiran.

Jesús se abraza a su Madre y la besa en la frente. María besa primero la mano de su Hijo, luego su mejilla derecha. Jesús toma a María de la mano y hace que se siente, sin soltarla. También Él está absorto, pensativo, triste; aun cuando se esfuerza en sonreír.

María ve con ansia su rostro. ¡Pobre Madre que por la Graciay por el Amor, comprende que la Horaha llegado! En su rostro destacan arrugas de dolor. Sus pupilas contemplan una realidad espiritual… Pese a esto conserva su serenidad, al igual que su Hijo.

Jesús la saluda y se encomienda a sus oraciones:

–                       Madre, he venido para beber fuerzas y consuelo de ti. Soy como un pequeñín que tiene necesidad del corazón materno por su dolor y del seno de su madre para tener fuerzas. En estos momentos he vuelto a ser tu pequeño Jesús de otros tiempos. No soy el Maestro, Madre. Soy solo tu hijo, como en Nazareth, antes de abandonar mi vida privada. Sólo te tengo a ti y no tengo nada más. Los hombres en este momento no son ni amigos, ni leales a tu Jesús. Ni siquiera tienen valor para seguir el bien.  Sólo los malos son constantes y decididos en hacer lo que se proponen. Pero tú me eres fiel y en esta hora eres mi fuerza. Sostenme con tu amor, con tus oraciones. Entre los que más o menos me aman, eres la única que en esta hora sabe orar. Orar y comprender. Los demás están en la fiesta; pensando en ella o pensando en el crimen; mientras Yo sufro por tantas cosas…

Después de la Fiesta, muchas cosas acabarán y entre ellas su modo humano de pensar. Sabrán ser dignos de Mí. Todos… menos el que se ha perdido y a quién fuerza alguna puede llevarlo ni siquiera al arrepentimiento. Por ahora son todavía hombres lentos que esperan regocijarse creyendo que está muy cerca mi triunfo. No comprenden que estoy muriendo. Los hosannas de hace pocos días los han embriagado…

Madre, vine para esta hora. Y con alegría sobrenatural la veo aproximarse. Pero no dejo de temerla, porque este cáliz tiene dentro traición, desilusiones, blasfemias, abandono. Sostenme Madre, como cuando con tus oraciones atrajiste sobre ti al Espíritu de Dios, dando al Mundo por medio de Él, al Esperado de las gentes. Atrae ahora sobre tu Hijo la fuerza que me ayude a realizarla Obra para la que vine. Madre… Adiós. Bendíceme, Madre. También por el Padre. Perdona a todos. Perdonemos juntos desde ahora a los que nos torturan.

Jesús ha caído de rodillas a los pies de su Madre y la mira teniéndola abrazada  por la cintura. Reclinando la cabeza sobre sus rodillas y levantando su rostro para mirarla una y otra vez. La luz de una lámpara de aceite de tres mecheros que está en la mesa, cerca de la silla dela Virgen, da de lleno en el rostro de Jesús. Su cabellera está dividida a la mitad de la cabeza. Le cae en largas guedejas onduladas que terminan en pequeños rizos sobre la espalda. Una frente muy amplia, lisa; con las sienes un poco hundidas, en las que se notan las venas bajo la piel de un blanco marfileño, un poco tostado por el sol. Su nariz larga y recta. Con una leve curvatura para arriba en el nivel de los ojos. Cejas y pestañas tupidas,  largas y de color castaño que hacen marco a sus ojos color zafiro muy oscuro. Su boca es regular, de labios que no son gruesos ni delgados y muy bien delineados, con una bella curvatura en el centro. Sus dientes son regulares, fuertes, grandes y muy blancos. El rostro ovalado con pómulos perfectos. La barba tupida en el mentón, está partida en dos y es de un color rubio cobrizo oscuro. Igual que los bigotes que apenas cubren el labio superior. El conjunto es armonioso y bellísimo. Jesús tiene la perfección de la belleza varonil, aunada a una dulzura y una bondad, que lo hacen irresistible.

La Virgen es más blanca. Tal vez porque Ella no ha estado expuesta al sol como su Hijo. Su piel es de un blanco rosado y sus ojos azules, son más claros. Sus cabellos más rubios. Pero, ¡Cómo se parece a Jesús! Con una belleza perfecta, femenina y delicada.

María llora silenciosamente, con su rostro ligeramente alzado por la plegaria que desde su corazón eleva a Dios. Las lágrimas se deslizan abundantes por sus pálidas mejillas y caen sobre su pecho; sobre la cabeza de Jesús que la tiene apoyada contra Él. Luego le pone su mano blanca y pequeña sobre la cabeza, como para bendecirlo. Se inclina y lo besa entre los cabellos. Lo acaricia y se los acomoda. Los acaricia en su espalda, en sus brazos. Le toma el rostro entre las manos y lo vuelve hacia sí. Se lo estrecha contra el corazón. Con los ojos llenos de lágrimas, lo besa en la frente; una vez más en las mejillas, en sus ojos. Acaricia esa pobre y cansada cabeza, como si fuera la de un niño. Como lo hacía cuando Jesús era pequeño. Pero ahora no canta.

Y con una voz que desgarra el corazón…  sólo dice:

–                       ¡Hijo! ¡Hijo! ¡Jesús! ¡Jesús mío!

Jesús se levanta y se compone el manto. Queda de pie frente a su Madre que sigue llorando.

La bendice y antes de salir, le dice:

–                       Madre, vendré otra vez antes de terminar mi Pascua. Ruega por Mí.

Y se va hacia el Cenáculo…

¡El Poder de la Oraciónde María!…

Jesús es un Dios hecho Hombre.  Un hombre que por no tener mancha alguna, posee la fuerza espiritual para domeñar la carne. ¡Y sin embargo invoca la ayuda dela Llenade Gracia! La cual, en aquella hora de expiación, también encontrará cerrado el Cielo… Pero no en tal forma que no pueda obtener un ángel… Ella, su Reina; para que consuele a su Hijo. ¡Oh! ¡No lo pide para Ella, pobre Madre! También Ella saboreó la amargura del abandono del Padre…

Mientras tanto en el cenáculo, los apóstoles se dan prisa en terminar los preparativos para la Cena. Judas se subió sobre una mesa y revisa si hay suficiente aceite  en todos los mecheros del gigantesco candil que parece una flor luminosa. Después, baja de un salto y ayuda a  Andrés a disponer la vajilla sobre la mesa, cubierta con un fino y hermoso mantel.

Andrés dice:

–                       ¡Qué espléndido lino!

Judas contesta:

–                       Uno de los mejores de Lázaro. Lo trajo Martha.

Tomás pregunta:

–                       ¿Ya vieron estas jarras y estas copas?  – admirando su propio reflejo en sus delgadas partes curvas y acaricia lentamente las asas labradas a cincel con su conocimiento experto.

Judas pregunta:

–                       ¿Cuánto costarán?

Tomás contesta:

–                       Es un trabajo a cincel. Mi padre moriría de gusto por verlas. El oro y la plata en lámina se doblan bien cuando están calientes. Pero tratados así… en un momento se puede echar a perder todo. Basta un golpe fallido… Se necesita tanto fuerza como habilidad. ¿Ves las asas? Las hicieron al mismo tiempo que el resto. No están soldadas. ¡Cosas de ricos!… Piensa que no se ve ni la limadura, ni el desbaste. No sí me comprendes…

–                       ¡Si te entiendo! Quieres decir que es algo así como quien hace una escultura.

–                       Exactamente.

Todos admiran las jarras. Después regresan a sus respectivas  ocupaciones, para terminar los preparativos para la cena.

Luego entran juntos Pedro y Simón.

Iscariote dice:

–                       ¡Oh, finalmente habéis regresado! ¿A dónde habéis ido otra vez?

Simón responde secamente:

–                       Teníamos algo que arreglar.

–                       ¿Estás de malhumor?

–                       ¿Tú que piensas?

–                       Me parece que sí…

–                        Con lo que se ha oído en estos días y lo que han dicho bocas no acostumbradas a la mentira…

Pedro rezonga entre dientes:

–                       Y con el hedor de ese… es mejor que te calles la boca, Pedro.

Judas le dice:

–                       ¡También tú!… Hace días que me parece que la cabeza no te funciona bien. Tienes la cara de un conejo que siente al chacal tras de sí.

Pedro le replica:

–                       Y tú tienes el hocico de la garduña. ¡Miras en una forma!… Miras como de reojo. ¿Qué esperas o qué quieres ver? Te das importancia y lo quieres demostrar. Pero también parece que tuvieras miedo…

–                       ¡Oh! ¡Claro que tengo miedo! Pero tú tampoco eres un héroe…

Juan interviene:

–                       Ninguno de nosotros lo es, Judas. Llevas el nombre del Macabeo, pero no lo eres. Yo digo con el mío: ‘Dios es favorable’ (Juan) Pero me siento como si estuviera en desgracia de Dios. Pedro, ‘la roca’ parece tan blando, como cera puesta al fuego; no puede controlarse más. Jamás lo vi que tuviera miedo, aún en las tempestades más furiosas. Mateo, Bartolomé y Felipe, parecen sonámbulos. Mi hermano Santiago y Andrés, no hacen más que suspirar. Mira a los dos primos, a quienes no solo el parentesco, sino el amor, lo unen con el Maestro. Parece que han envejecido. Tomás ha perdido su buen humor. Simón parece el leproso de hace tres años. Se le ve consumido por el dolor, lívido; sin fuerzas.

Iscariote observa:

–                       Tienes razón, Juan. A todos nos ha sugestionado con su melancolía.

Santiago de Alfeo grita:

–                       Mi primo Jesús, mi Maestro y Señor; como también lo es vuestro, no es un melancólico. Si eso lo dices porque está triste por el dolor que Israel le causa; de lo que somos testigos y por otro motivo que solo Él sabe, afirmo que tienes razón. Pero si con esa palabra insinúas que está loco, ¡Te lo prohíbo!

Iscariote replica:

–                       ¿Y no es locura una idea fija de melancolía? También yo he estudiado esas cosas. Las sé. Él dio mucho de Sí. Ahora es un hombre mentalmente cansado.

Tadeo, aparentemente muy tranquilo, le pregunta:

–                       Lo que significa que está loco, ¿No es verdad?

Iscariote responde con afectación llena de veneno:

–                       Así es. Tu padre comprendió bien las cosas. Tu padre, de santa memoria a quien te pareces tanto por tu rectitud y sabiduría. Jesús, que es el triste destino de una casa demasiado vieja y castigada por la senilidad psíquica; ha tenido siempre tendencia a esta enfermedad. En los primeros días era dulce. Ahora se ha vuelto agresivo… Tú mismo viste como atacó a los fariseos, escribas, saduceos y herodianos. Se ha hecho la vida imposible y ha convertido su camino en un sendero cubierto de piedras puntiagudas. Y fue Él mismo, el causante… Nosotros… Lo amamos tanto, que el amor nos impidió ver. Pero los que no lo amaron idolátricamente, como tu padre, tu hermano José y sobre todo Simón. Ellos sí que vieron las cosas en su punto justo… Deberíamos prestar atención a sus palabras… y no lo hacemos porque estamos sugestionados con su dulce fascinación de enfermo. Y ahora…

Judas se interrumpe abruptamente… Porque…

Judas Tadeo que es casi tan alto como Iscariote, está enfrente de él y ha aparentado escucharlo calmadamente… Pero de pronto, le ha dado un soberbio puñetazo, que lo arroja sobre uno de los asientos. Y con una cólera incontenible, se inclina sobre él; lo agarra por el cuello y lo levanta hacia él. Hasta tenerlo con la cara tan cerca, que Iscariote puede sentir su respiración agitada. Y mientras le clava una mirada terrible, le dice con voz ronca por la ira:

–                       Esto es por lo de la locura, ¡Reptil! Y solo porque Él está allí… -señala la otra habitación, donde Jesús está con María-  Y es la tarde Pascual, no te ahorco. Pero, ¡Piénsalo bien! Si le pasa algo malo y no puedo controlar mi fuerza, nadie te salvará… ¡Levántate! ¡Enervado libertino! ¡Y toma tus providencias!

Judas se levanta pálido y sin reaccionar en lo más mínimo. Paralizado de miedo de que Tadeo pueda estar al tanto de su traición…

¡Y lo más notable, es que nadie protesta por lo que acaba de hacer Judas Tadeo a Iscariote! Al contrario… Todos lo aprueban y cada quién continúa haciendo su labor respectiva.

Apenas se ha calmado el ambiente, cuando entra Jesús. Y abriendo los brazos, con su dulce pero triste sonrisa, saluda:

–                       La paz sea con vosotros.

Juan se le acerca y Jesús le acaricia su rubia cabeza. Sonríe a su primo Santiago y le dice:

–                       Tu madre te ruega que seas afable con José. Hace poco que preguntó por Mí y por ti. Me desagrada no haberlo saludado.

Santiago contesta:

–                       Lo podrás hacer mañana.

–                       ¿Mañana?… Siempre tendré tiempo para verlo. ¡Oh, Pedro! Al fin podremos estar un poco juntos. Desde ayer, tú y Simón parecéis un fuego fatuo. Apenas si los he visto…

Zelote contesta con seriedad:

–                       Nuestras canas que ya abundan, pueden asegurarte que no estuvimos ausentes porque tuviésemos hambre de carne…

Iscariote lo interrumpe de forma ofensiva:

–                       Aunque… Toda edad puede tenerla. ¡Los viejos!… ¡Peor que los jóvenes!

Simón lo mira y va a rebatirle, pero se detiene ante la mirada de Jesús, que pregunta a Iscariote:

–                       ¿Te duele alguna muela? Tienes la mejilla derecha hinchada y colorada.

Judas contesta:

–                       Sí. Me duele. Pero no es para tanto…

Nadie dice nada más y todos comienzan a comentar las actividades efectuadas.

Tomás dice:

–                       Me encontré con Nicodemo y José.

Iscariote, con un marcado interés, pregunta:

–                       ¿Los viste? ¿Hablaste con ellos?

–                       Sí. ¿Qué tiene de extraño? José es un buen cliente de mi padre.

Judas trata de borrar la impresión causada con su pregunta y comenta con gran hipocresía:

–                       Nunca lo habías dicho. Por eso me sorprendí…

Bartolomé dice:

–                       Raro es que no hayan venido a presentarte sus respetos. Tampoco han venido Cusa, ni Mannaém… Y ninguno de los…

Iscariote lo interrumpe con una risilla llena de sarcasmo:

–                       El cocodrilo se mete en su guarida cuando llega la hora…

Simón, en una forma insólita en él, con tono agresivo le pregunta:

–                       ¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?

Jesús interviene con una  gran dulzura:

–                       ¡Paz, paz! ¿Qué os pasa? Nunca habíamos tenido un escenario tan digno para comer el cordero. Comamos la cena con espíritu de paz. Comprendo que os he turbado mucho con mis instrucciones en estas últimas noches. Pero ya hemos terminado. Juan, ve con alguien más a traer las jarras para la purificación y luego nos sentaremos a la mesa.

Juan, Andrés, Tadeo y Simón; traen lo requerido. Ponen agua en una gran palangana, ofrecen la toalla a Jesús y a los demás.

Cuando terminan esto, Jesús distribuye los asientos:

–                       Yo me siento aquí. A mi derecha Juan y a mi izquierda mi fiel Santiago. Los dos primeros discípulos. Al lado de Juan, mi fuerte Piedra. Al lado de Santiago, el que se parece al aire. No se le ve, pero siempre está presente y ayuda: Andrés. Junto a él, mi primo Santiago. No te lamentes querido hermano, si doy el primer lugar a los primeros. Eres el sobrino del Justo; cuyo espíritu palpita y revolotea a mi alrededor, esta noche, más que nunca. Tranquilízate, ¡padre de mi debilidad de pequeño! Tú que fuiste la encina bajo cuya sombra encontramos protección mi Madre y Yo. Junto a Pedro, Simón…Simón, ven un momento aquí. Quiero ver tu leal cara. Después no la veré tan claramente, porque otros me la ocultarán. Gracias, Simón. Por  todo.  –lo besa.

Simón al regresar a su lugar se lleva las manos a la cara con un gesto de dolor.

Jesús continúa:

–                       Enfrente de Simón mi Bartolomé. Dos hombres honrados y sabios que se parecen mucho. Y cerca tú, Judas Tadeo, hermano mío. Así te puedo ver y me parece que estamos en Nazareth… cuando alguna fiesta nos reunía alrededor de la mesa. También en Caná estuvimos juntos, ¿Te acuerdas? Una fiesta de bodas… El primer milagro… el agua cambiada en vino… También hoy es una fiesta… También hoy habrá un milagro. El vino cambiará su naturaleza y será…

Jesús se absorbe en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, como aislado en su mundo secreto.

Los apóstoles lo miran sin hablar.La Ley prescribe que se debe comer en la Pascua el cordero, según el rito que el Altísimo había dado a Moisés. Y Jesús, Hijo verdadero del Dios Verdadero, pese a ser Dios, no se siente exento de ella. Vive en la tierra. Es un Hombre entre los hombres y debe cumplir con su deber de israelita, mejor que todos los demás. Su misma perfección se lo exige…  Levanta su cabeza.

Mira detenidamente a Iscariote y dice:

–                       Te sentarás frente a Mí.

Judas dice:

–                       ¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón?

–                       Tanto te amo. Lo has dicho.

–                       ¿Por qué, Maestro?

–                       Porque eres el que más ha hecho para contribuir a esta Hora.

Judas mira a Jesús con un dejo de compasión irónica y luego pasea sus ojos sobre todos sus compañeros, con aire de triunfo.

Jesús continúa:

–                       Junto a ti, de un lado Mateo y del otro, Tomás.

Judas dice:

–                       Entonces Mateo a mi izquierda y Tomás a mi derecha.

Mateo dice:

–                       Como quieras. Como quieras. Me basta con tener enfrente a mi Salvador.

Jesús agrega:

–                       Por último Felipe. ¿Veis? Quien no tiene el honor de estar a mi lado, lo tiene de estar frente a Mí.

Comienza el ritual.

Todos tienen ante sí grandes copas. La de Jesús es más grande y tiene además la del Rito. Jesús, erguido en su lugar, en la ancha copa que tiene delante de Sí; echa el vino, la levanta y la ofrece. La coloca nuevamente sobre la mesa.

Todos, en tono de Salmo, preguntan:

–                       ¿Por qué esta ceremonia?

Jesús, como cabeza de familia, responde:

–                       Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito Yeové que ha creado el fruto de la viña. –bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los demás.

Luego ofrece el pan. Lo parte, lo distribuye. Enseguida las hierbas impregnadas en la salsa rojiza que hay en las cuatros salseras. Terminado esto, cantan varios Salmos en coro, (112-117 Vulg.)  De la mesita traen la fuente en la que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús. Pedro, que en la primera parte hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo:

–                       ¿Por qué este cordero así?

Jesús responde:

–                       En recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. Donde había sangre sobre los estípites y arquitrabes, allí no murió el primogénito.  Luego, mientras todo Egipto lloraba por la muerte de los primogénitos. En el palacio real, en la choza más humilde; los hebreos capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de liberación y de promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el bastón. Los hijos de Abraham se pusieron en marcha cantando los himnos de gloria.

Todos se ponen de pie y cantan el Salmo 113.

–                       Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, la Judea se convirtió en su santuario… etc.

Ahora Jesús trincha el cordero. Prepara la otra copa. Bebe un sorbo y la pasa. Luego cantan el salmo 112.

–                       Alabad vosotros al Señor. Sea bendito el Nombre del Eterno, ahora y por los siglos. Desde el oriente y el occidente debe de ser alabado, etc.

Jesús distribuye procurando que cada uno sea bien servido, como si fuera en realidad un padre de familia, que a todos sus hijos amase. Es majestuoso, un poco triste. Y dice:

–                       Con toda mi alma desee comer con vosotros esta Pascua. Ha sido mi mayor deseo, cuando enla Eternidad, he sido el Salvador. Sabía que esta hora precede a aquella y la alegría de entregarme anticipadamente, consolaba mi padecer… Con toda el alma he deseado comer con vosotros esta Pascua; porque no volveré a gustar del fruto de la vid hasta que haya venido el Reino de Dios. Entonces me sentaré nuevamente con los elegidos al banquete el Cordero, para las nupcias de los que viven con el Viviente. A ese banquete se acercarán solo los que hayan sido humildes y limpios de corazón; como Yo lo soy.

Bartolomé pregunta:

–                       Maestro, hace poco dijiste que quién no tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces, quién es el primero entre nosotros?

–                       Todos y ninguno. Si uno quiere ser el primero, hágase el último y siervo de todos. Los reyes de las naciones mandan. Los pueblos oprimidos, aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de ‘Beneméritos’ ‘Padres dela Patria’ Más el odio se oculta bajo el mentiroso título. Que esto no suceda entre vosotros. El mayor sea como el menor. El jefe, como el que sirve. De hecho, ¿Quién es el mayor? ¿El que está a la mesa o quién sirve? El que está sentado a la mesa y sin embargo Yo os sirvo. Y dentro de poco os serviré más. Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Yo dispongo para vosotros un lugar en mi Reino. Así como estaré Yo en él, según la voluntad de mi Padre; para que comáis y bebáis a mi mesa eterna y os sentéis sobre tronos a juzgar a las doce tribus de Israel. Habéis estado conmigo en mis pruebas… sólo esto es lo que os da grandeza a los ojos del Padre.

Varios preguntan al mismo tiempo:

–                       ¿Y los que vendrán?  ¿No tendrán lugar en el Reino? ¿Nosotros solos?

Jesús responde:

–                       ¡Oh, cuántos príncipes en mi Casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida; serán príncipes en mi Reino. Porque los que perseveran hasta el fin en el martirio de la existencia; serán iguales que vosotros que habéis estado conmigo en mis pruebas. Y me identifico con mis creyentes. El dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres, lo entrego como enseño a mis más selectos. Quien permaneciere fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío, igual que vosotros, mis amados.

Pedro dice:

–                       Nosotros hemos perseverado hasta el fin.

–                       ¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la prueba todavía está por venir. Simón de Jonás; mira que Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo. He rogado por ti, para que tu Fe no vacile. Y cuando vuelvas en ti, confirma a tus hermanos.

–                       Sé que soy un pecador. Pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca lo he cometido; ni lo cometeré.

–                       No seas soberbio, Pedro mío. Esta hora cambiará infinitas cosas. ¡Oh, cuántas!… Os dije antes: no temáis. Ningún mal os pasará, porque los ángeles del Señor, están con nosotros. No os preocupéis de nada. Yo os he enseñado amor y confianza. Pero ahora… ya no son aquellos tiempos. Ahora os pregunto: ¿Os ha faltado alguna vez algo? ¿Fuisteis ofendidos alguna vez?

–                       Nada, maestro. El que fue ofendido fuiste Tú.

–                       Ved pues que mi Palabra fue verídica. Ahora el señor ha dado órdenes a sus ángeles, para que se retiren. Es la hora de los demonios. Los ángeles del Señor con sus alas de oro se cubren los ojos. Se los envuelven y sienten que no pueden expresar su dolor, porque es de luto. De un luto cruel y sacrílego… En esta noche no hay ángeles sobre la tierra. Están junto al Trono de Dios para superar con su canto, las blasfemias del Mundo Deicida y el llanto del Inocente. Estamos solos… Yo y vosotros. Los demonios son los dueños dela   Hora. Por esto ahora tomaremos la apariencia y el modo de pensar de los pobres hombres, que desconfían y no aman. Ahora quién tiene una bolsa, tome también una alforja. Quién no tiene espada, venda su manto y compre una. Porque también esto que la escritura dice de Mí, se debe cumplir: ‘Fue contado como uno de los malhechores.’

En verdad que todo lo que se refiere a Mí, tiene su realización…

CUARTO MISTERIO LUMINOSO

La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor

 (Escrito el 3 de diciembre de 1945 y el 5 de agosto de 1944)

¿Qué hombre hay que no haya contemplado, por lo menos una vez en su vida, un amanecer sereno de marzo? Y si lo hubiere, es muy infeliz; porque no conoce una de las bellezas más grandes de la naturaleza a la que la primavera ha despertado…

En medio de esta belleza, que es límpida en todos aspectos… Desde las hierbas nuevas y llenas de rocío, hasta las florecitas que se abren… Desde la primera sonrisa que la luz dibuja en el día, hasta los pajarillos que se despiertan con un batir de alas y lanzan su primer “pío”, preludio de todos sus canoros discursos que lanzarán durante el día… hasta el aroma mismo del aire que ha perdido en la noche, con el baño del rocío; toda mota de polvo, humo, olor de cuerpo humano… Van caminando Jesús, los apóstoles y discípulos.

Con ellos viene también Simón de Alfeo. Van en dirección del sudeste, pasando las colinas que coronan Nazaret… Atraviesan un arroyo, una llanura encogida entre las colinas nazaretanas y un grupo de montes en dirección hacia el este. El cono semitrunco del Tabor precede a estos montes… Y llegan al Tabor.

Jesús se detiene y dice:

–       Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo, venid conmigo arriba al monte. Los demás desparramaos por las faldas, yendo por los caminos que lo rodean y predicad al Señor. Quiero estar de regreso en Nazaret al atardecer. No os alejéis mucho. La paz esté con vosotros.- Y volviéndose a los tres que ha mencionado, agrega- Vamos.

Y  empieza a subir sin volver su mirada atrás y con un paso tan rápido que Pedro apenas si puede seguirle… En un momento en que se detienen, Pedro colorado y sudando, le pregunta jadeante:

–       ¿A dónde vamos? No hay casas en el monte. En la cima está aquella vieja fortaleza. ¿Quieres ir a predicar allá?

Jesús responde:

–       Hubiera tomado el otro camino. Estás viendo que le he volteado las espaldas. No iremos a la fortaleza y quien estuviere en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme con mi Padre y os he querido conmigo porque os amo. ¡Ea, ligeros!

Pedro suplica:

–       Oh, Señor mío, ¿No podríamos ir un poco más despacio y así hablar de lo que oímos y vimos ayer, que nos dio para estar hablando toda la noche?

–       A las citas con Dios hay que ir rápidos. ¡Fuerzas Simón Pedro! ¡Allá arriba descansaréis!

Y continúa subiendo…

Cuando llegan a la cima… La mirada alcanza los horizontes. Es un sereno día que hace que aun las cosas lejanas se distingan bien.

El monte no forma parte de algún sistema montañoso como el de Judea. Se yergue solitario. Y es muy elevado. Uno puede ver hasta muy lejos. El lago de Genesaret parece un trozo de cielo caído para engastarse entre el verdor de la tierra…  Una turquesa oval encerrada entre esmeraldas de diversa claridad. Un espejo tembloso, que se encrespa al contacto de un ligero viento por el que se resbalan con agilidad de gaviotas, las barcas con sus velas desplegadas con esa gracia con que el halcón hiende los aires, cuando va de picada en pos de su presa.

De esa vasta turquesa sale una vena de un azul más pálido… El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. Hay poblados sembrados a un lado y a otro del río… Algunos no son más que un puñado de casas y  otros más grandes, casi como ciudades. Los caminos principales no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Aquí dada la situación del monte, la llanura está más cultivada y es más fértil, muy bella. Se distinguen los diversos cultivos con sus diversos colores que esplenden al sol que desciende de un firmamento muy azul. El trigo está ya crecido, todavía verde y ondea como un mar. Se ven los penachos de los árboles con sus frutos en sus extremidades como nubecillas blancas y rosadas en este pequeño mar vegetal. Y todos los  prados están en flor debido al heno por donde las ovejas van comiendo su cotidiano alimento.

Después de un breve reposo bajo el fresco de un grupo de árboles, por compasión a Pedro a quien las subidas cuestan mucho, se prosigue la marcha. Llegan casi hasta la cresta, donde hay una llanura de hierba en que hay un semicírculo de árboles hacia la orilla.

Jesús se detiene y dice a sus compañeros:

–       ¡Descansad, amigos! Voy allí a orar.

Y señala con la mano una gran roca que sobresale del monte y que se encuentra hacia el interior, en la cresta.

Jesús se arrodilla sobre la tierra cubierta de hierba y apoya las manos y la cabeza sobre la roca, en la misma posición que tendrá en el Getsemaní. No le llega el sol porque lo impide la cresta, pero todo lo demás está bañado de su luz, excepto la sombra que proyectan los árboles donde se han sentado los apóstoles.

Pedro se quita las sandalias, les quita el polvo y piedrecillas y se queda descalzo, con los pies entre la hierba fresca. Estirado, con la cabeza sobre un montón de hierba que le sirve de almohada.

Santiago lo imita; pero para estar más cómodo busca un tronco de árbol sobre el que pone su manto y apoya sobre él la cabeza.

Juan se queda sentado mirando al Maestro… Pero la tranquilidad del lugar, el suave viento, el silencio y el cansancio lo vencen. Baja la cabeza sobre el pecho y cierra sus ojos. Ninguno de los tres duerme profundamente. Se ha apoderado de ellos esa somnolencia de verano que invita a una tranquila siesta.

De pronto los sacude una luminosidad tan viva que anula la del sol… Y que se esparce, que penetra hasta bajo lo verde de los matorrales y árboles, donde están.

Abren los ojos sorprendidos y ven a Jesús transfigurado. Es ahora tal y cual está en las visiones del paraíso. Naturalmente sin las llagas o sin la señal de la cruz. Pero la majestad de su rostro, de su cuerpo es igual por la luminosidad, por el vestido que de un color rojo oscuro se ha cambiado en un tejido de diamantes… de perlas…  en un vestido inmaterial, cual lo tiene en el cielo. Su rostro es un sol esplendidísimo, en el que resplandecen sus ojos de zafiro. Parece todavía más alto, como si su glorificación hubiese cambiado su estatura. Hace parecer fosforescente hasta la llanura y la Luz  que hay en el universo y en los cielos, se funden hasta hacer indescriptible todo lo que lo rodea.

Jesús está de pie, suspendido en el aire, porque entre Él y el verdor del prado hay como un río de luz, un espacio que produce una luz sobre la que él esté parado. Pero es tan fuerte que pareciera que el verdor desapareciera bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente…

Jesús está con su rostro levantado al cielo y sonríe a lo que tiene ante Sí…

Los apóstoles se sienten presa de miedo. Lo llaman con ansiedad porque les parece que no es más su Maestro.

–       ¡Maestro, Maestro!

Él no oye.

Pedro dice tembloroso:

–       Está en éxtasis. ¿Qué estará viendo?”

Los tres se han puesto de pie y quieren acercarse a Jesús, pero no se atreven.

La luz aumenta mucho más por dos llamas que bajan del cielo y se ponen al lado de Jesús. Cuando están ya sobre el verdor, se descorre su velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno es más anciano, de mirada penetrante, severa, de barba partida en dos. De su frente salen cuernos de luz que lo identifican como a Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, algo parecido al Bautista, al que se parece por su estatura, delgadez, formación corporal y severidad. Es Elías. Mientras la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, sobre todo en los rayos que brotan de la frente, la que emana de Elías es solar, de llama viva.

Los dos profetas asumen una actitud de reverencia ante su Dios encarnado y aunque les habla con familiaridad, ellos no pierden su actitud reverente.

Los tres apóstoles caen de rodillas, con la cara entre las manos. Quieren ver, pero tienen miedo.

Finalmente Pedro habla:

–       ¡Maestro! ¡Maestro, óyeme!

Jesús vuelve su mirada con una sonrisa.

Pedro toma ánimos y dice:

–       ¡Es bello estar aquí contigo, con Moisés y Elías! Si quieres haremos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, ¡nos quedaremos aquí a servirte!…

Jesús lo mira una vez más y sonríe vivamente. Mira también a Juan y a Santiago, una mirada que los envuelve amorosamente. También Moisés y Elías miran fijamente a los tres. Sus ojos brillan  como rayos que atraviesan los corazones.

Los apóstoles no se atreven a añadir una palabra más. Atemorizados, callan. Parece como si estuvieran un poco ebrios, pero cuando un velo que no es neblina, que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los tres gloriosos detrás de un resplandor mucho más vivo y los esconde a la mirada de los tres; una voz poderosa, armoniosa vibra, llena el espacio.

Los tres caen con la cara sobre la hierba.

La Poderosa Voz dice:

–       Este es mi Hijo amado, en quien encuentro mis complacencias. ¡Escuchadlo!

Pedro, postrado en tierra exclama:

–       ¡Misericordia de mí que soy un pecador! Es la gloria de Dios que desciende.

Santiago no dice nada…

Juan murmura próximo a desvanecerse:

–       ¡El Señor ha hablado!

Nadie se atreve a levantar la cabeza aun cuando el silencio es absoluto…

Y no ven por esto que la luz solar ha vuelto a su estado, que Jesús está solo y que ha tornado a ser el Jesús con su vestido rojo oscuro. Se dirige a ellos sonriente. Los toca…

Los mueve y los llama por su nombre.

–       Levantaos. Soy Yo. No tengáis miedo.

Ninguno de los tres se ha atrevido a levantar su cara e invocan misericordia sobre sus pecados, temiendo que sea el ángel de Dios que quiere presentarlos ante el Altísimo.

Jesús repite con imperio:

–       ¡Levantaos, pues! ¡Os lo ordeno!

Ellos Levantan la cara y ven a Jesús que sonríe.

Pedro exclama:

–       ¡Oh, Maestro! ¡Dios mío! ¿Cómo vamos a hacer para tenerte a nuestro lado, ahora que hemos visto tu gloria? ¿Cómo haremos para vivir entre los hombres, nosotros, hombres pecadores, que hemos oído la voz de Dios?

Jesús responde:

–       Debéis vivir a mi lado, ver mi gloria hasta el fin. Haceos dignos porque el tiempo está cercano. Obedeced al Padre mío y vuestro. Volvamos ahora entre los hombres porque he venido para estar entre ellos y para llevarlos a Dios. Vamos. Sed santos, fuertes, fieles por recuerdo de esta hora. Tendréis parte en mi completa gloria, pero no habléis nada de esto a nadie, ni siquiera a los compañeros. Cuando el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos y vuelto a la gloria del Padre, entonces hablaréis, porque entonces será necesario creer para tener parte en mi reino.

Santiago dice:

–       ¿No debe acaso venir Elías a preparar tu reino? Los rabíes enseñan así.

Jesús contesta:

–       Elías ya vino y ha preparado los caminos al Señor. Todo sucede como se ha revelado, pero los que enseñan la revelación no la conocen y no la comprenden. No ven y no reconocen las señales de los tiempos y a los que Dios ha enviado. Elías ha vuelto una vez. La segunda será cuando lleguen los últimos tiempos para preparar los hombres a Dios. Ahora ha venido a preparar los primeros al Mesías y los hombres no lo han querido conocer y lo han atormentado y matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, porque los hombres no quieren reconocer lo que es su bien.

Los tres bajan pensativos y tristes la cabeza. Descienden por el camino que los trajo a la cima.

A mitad de camino, Pedro en voz baja dice:

–       ¡Ah, Señor! Repito lo que dijo ayer tu Madre: “¿Por qué nos has hecho esto?” Tus últimas palabras borraron la alegría de la gloriosa vista que tenían ante sí nuestros corazones. Es un día que no se olvidará. Primero nos llenó de miedo la gran luz que nos despertó, más fuerte que si el monte estuviera en llamas o que si la luna hubiera bajado sobre el prado, bajo nuestros ojos. Luego tu mirada, tu aspecto, tu elevación sobre el suelo, como si estuvieses pronto a volar. Tuve miedo de que disgustado de la maldad de Israel, regresases el cielo, tal vez por orden del Altísimo. Luego tuve miedo de ver aparecer a Moisés, a quien sus contemporáneos no podían ver sin velo, porque brillaba sobre su cara el reflejo de Dios y no era más que hombre, mientras ahora es un espíritu bienaventurado y Elías… ¡Misericordia divina! Creí que había llegado mi último momento. Todos los pecados de mi vida, desde cuando me robaba la fruta allá cuando era pequeñín, hasta el último de haberte mal aconsejado hace algunos días; vinieron a mi memoria. ¡Con qué escalofrío me arrepentí! Luego me pareció que me amaban los dos justos… y tuve el atrevimiento de hablar. Pero su amor me infundía temor porque no merezco el amor de semejantes espíritus. Y ¡Luego!… ¡luego! ¡El miedo de los miedos! ¡La voz de Dios!… ¡Yeové habló! ¡A nosotros! Ordenó: “¡Escuchadlo!”. Te proclamó “su hijo amado en quien encuentra sus complacencias” ¡Qué miedo! ¡Yeové! ¡A nosotros!… ¡No cabe duda que tu fuerza nos ha mantenido la vida!… Cuando nos tocaste, y tus dedos ardían como puntas de fuego, sufrí el último miedo. Creí que había llegado la hora de ser juzgado y que el ángel me tocaba para tomar mi alma y llevarla ante el Altísimo… ¿Pero cómo hizo tu Madre para ver… para oír… para vivir en una palabra, esos momentos de los que ayer hablaste sin morir…?  Ella que estaba sola y era una jovencilla…  ¿Y sin Ti?…

Jesús explica dulcemente:

–       María, que no tiene culpa, no podía temer a Dios. Eva tampoco lo temió mientras fue inocente y Yo estaba. Yo, el Padre y el Espíritu. Nosotros que estamos en el cielo, en la tierra y en todo lugar, que teníamos y tenemos nuestro tabernáculo en el corazón de María.

Santiago dice:

–        ¡Qué cosas!… ¡Qué cosas!

Juan:

–       Pero luego hablaste de muerte… Y toda nuestra alegría se acabó…

Pedro:

–       Pero ¿por qué a nosotros tres? ¿No hubiera sido mejor que todos hubiesen visto tu gloria?

Jesús:

–       Exactamente… Porque muertos de miedo como estáis al oír hablar de muerte y muerte por suplicio del Hijo del Hombre, del Hombre-Dios; Él ha querido fortificaros para aquella hora y para siempre con un conocimiento anterior de lo que seré después de la muerte. Acordaos de ello, para que lo digáis a su tiempo. ¿Comprendido?

Juan:

–       Sí, Señor. No es posible olvidarlo.

Santiago:

–       Sería inútil contarlo.

Pedro:

–       Dirían que estábamos ‘ebrios’

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: toma nuestro corazón y con tu infinita misericordia, lávalo de nuestros pecados en la Sangre Preciosa de tu amadísimo Hijo Jesucristo. Danos un corazón nuevo y despierto, para que también nosotros podamos contemplarte. Abre nuestros oídos y nuestros ojos, para que ya no seamos más ciegos y sordos a tu Palabra. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

TERCER MISTERIO LUMINOSO

 El anuncio de Jesús sobre el Reino de Dios

CURACIÓN DEL CIEGO DE CAFARNAÚM

7 de octubre de 1944.

Es un bellísimo atardecer en el Lago de Genesaret. El mar y el cielo están fundidos en un rojo fuego que enciende todo a su alrededor. Los caminos a Cafarnaúm están llenos de gente: mujeres que van a la fuente; pescadores que preparan las redes y las barcas para la pesca nocturna; hombres que van a sus negocios; niños que corren jugando; borriquillos que van con sus canastos a la campiña, para que los llenen de verduras.

Jesús se asoma a una puerta que da a un pequeño patio todo sombreado por una vid y una higuera. Más allá, se ve un caminito pedre­goso que bordea el lago. Es la casa de la suegra de Pedro y éste está en la orilla con Andrés preparando en la barca las cestas para el pescado y las redes; colocando asientos y rollos de cuerdas… Todo lo que se necesita para la pesca y Andrés le ayuda, yendo y viniendo de la casa a la barca.

Jesús pregunta:

–           ¿Tendremos buena pesca?».

Pedro contesta:

–           Es el tiempo propicio. El agua está tranquila y habrá claro de luna. Los peces subirán a la superficie desde las capas profundas y mi red los arrastrará».

–           ¿Vamos solos?

–           ¡Maestro! ¿Cómo crees que podemos ir solos con este sistema de redes?

–           No he ido nunca a pescar y espero que tú me enseñes.

Jesús baja despacio hacia el lago y se detiene en la orilla de arena gruesa y llena de guijarros, cerca de la barca.

Pedro le dice:

–                      Mira, Maestro: se hace así. Yo salgo al lado de la barca de Santiago de Zebedeo y nos vamos juntos hasta el punto adecuado. Después se echa la red. Un extremo lo tenemos nosotros; ¿Dijiste que quieres asirla?

Jesús contesta

–           Sí, si me explicas lo que tengo que hacer.

–           No hay más que vigilar el descenso, que la red baje despacio y sin enredarse. Lentamente, porque estaremos en aguas de pesca y un movimiento demasiado brusco puede alejar a los peces.  Y sin nudos para evitar que se cierre la red, que se debe abrir como una bolsa o una vela hinchada por el viento. Luego, cuando toda la red haya bajado, remaremos despacio o iremos con vela según la necesidad, describiendo un semicírculo sobre el lago, y cuando la vibración de la cabilla de seguridad nos diga que la pesca es buena, nos dirigiremos a tierra firme. Y allí, cerca de la ribera, no antes, para no arriesgar a que se escapen los peces; no después, para no dañar a los peces ni a la red contra las piedras, la levantaremos. Es aquí donde se necesita un ojo certero, porque las barcas deben acercarse tanto que desde una se pueda retirar el extremo de la red dado a la otra, pero no chocarse para no aplastar la bolsa llena de pescado. Te lo encarezco Maestro, es nuestro pan. Ojo a la red; que no se rompa con las sacudidas de los peces pues defienden su libertad con fuertes coletazos y si son muchos… Tú entiendes… son animales pequeños, pero cuando se juntan diez, cien, mil, adquieren una fuerza como la de Leviatán».

Como sucede con las culpas, Pedro. En el fondo, una no es irreparable. Pero si uno no tiene cuidado en limitarse a esa una y acumula, acumula, acumula, sucede que al final esa pequeña culpa (quizás una simple omisión, una simple debilidad) se hace cada vez más grande, se transforma en un hábito, se hace vicio capital. Algunas veces se empieza por una mirada concupiscente y se termina consumando un adulterio. Algunas veces se comienza por una falta de caridad de palabra hacia un pariente y se termina en un acto violento contra el prójimo. ¡Ay si se empieza y se deja que las culpas aumenten de peso con su número!… Llegan a ser peligrosas y opresoras como la misma Serpiente infernal y arrastran al abismo de la Gehena».

–           Tienes razón, Maestro… Pero, ¡somos tan débiles…!.

–           Vigilancia y oración para ser fuertes y obtener ayuda, y firme voluntad de no pecar, luego una gran confianza en la amorosa justicia del Padre.

–           ¿Dices que no será demasiado severo para con el pobre Simón?

–           Con el viejo Simón podría ser severo; pero con mi Pedro el hombre nuevo, el hombre de su Mesías… no. No Pedro, Dios te ama y te amará.

Andrés pregunta:

–           ¿Y yo?

Jesús lo mira con amor infinito, sonríe y dice:

–           También tú Andrés y lo mismo Juan y Santiago, Felipe y Natanael. Sois mis primeros elegidos.

Pedro pregunta:

–           ¿Vendrán otros? Está tu primo. Y en Judea….

Jesús responde con alegría:

–           ¡Oh…, muchos! Mi Reino está abierto a todo el linaje humano y en verdad te digo que mi pesca en la noche de los siglos; será más abundante que la más copiosa pesca que hayas hecho… Pues cada siglo es una noche en la que el guía y luz, no son la pura luz de Orión o la de la Luna marinera, sino la palabra de Cristo y la Gracia que vendrá de Él. Noche que tendrá una aurora sin ocaso, de una luz en que todos los fieles vivirán, de un Sol que revestirá a los elegidos y los hará hermosos, eternos, felices como dioses; dioses menores, hijos de Dios Padre y semejantes a mí… Ahora no podéis entender. Pero en verdad os digo que vuestra vida cristiana os concederá una semejanza con vuestro Maestro y resplandeceréis en el Cielo por sus mismos signos. Pues bien, Yo obtendré, a pesar de la sorda envidia de Satanás y la flaca voluntad del hombre, una pesca más abundante que la tuya.

Pedro insiste:

–           ¿Pero seremos nosotros tus únicos discípulos?

–           ¿Celoso, Pedro? No. No lo seas. Vendrán otros y en mi corazón habrá amor para todos. No seas avaro, Pedro. Tú no sabes todavía Quién es el que te ama… ¿Has contado alguna vez las estrellas?… ¿Y las piedras del fondo de este lago?… ¡No! No podrías. Mucho menos podrías contar los latidos de amor de que es capaz mi corazón. ¿Has contado cuántas veces este mar besa la ribera con sus olas en el curso de dos lunas? ¡No! No podrías. Pero mucho menos podrías contar las olas de amor que de este corazón se derraman para besar a los hombres. Puedes estar seguro Pedro, de mi amor».

Pedro está muy conmovido, toma la mano de Jesús y la besa.

Andrés mira, pero no se atreve…

Pero Jesús pone la mano sobre su cabellera y dice:

–           También a ti te quiero mucho. Cuando llegue tu aurora verás a tu Jesús reflejado en la bóveda del cielo – le verás sin tener necesidad de levantar tus ojos – y que sonriente te dirá: “Te amo. Ven” y el paso a la aurora te será más dulce que la entrada en una cámara nupcial…

Andrés lo mira ruborizado y conmovido. Y en ese preciso instante…

Juan llega corriendo, mira a Jesús con mucho cariño  y dice jadeante:

–           ¡Simón! ¡Simón! ¡Andrés! Voy… ¡Maestro! ¿Te he hecho esperar?

Pedro interviene:

–           Verdaderamente empezaba a pensar que quizás ya no venías. Prepara rápido tu barca. ¿Y Santiago?…

Juan explica:

–           Mira… Nos hemos retrasado por un ciego. Creía que Jesús estaba en nuestra casa y ha ido allí. Le hemos dicho: “No está aquí. Quizás mañana te curará. Espera”. Pero no quiso esperar. Santiago decía: “Has esperado mucho la luz, ¿Por qué no esperar otra noche?”. Pero no entiende razones…

Jesús le dice:

–           Juan, si tú estuvieras ciego, ¿No tendrías prisa de volver a ver a tu madre?».

–           ¡Eh!… ¡Claro!».

–           ¿Y entonces?… ¿Dónde está el ciego?

–           Viene con Santiago. Se le ha agarrado al manto y no lo suelta.  Pero viene despacio, porque la ribera tiene muchas piedras y él se tropieza… Maestro, ¿me perdonas el haberme comportado con dureza?».

–           Sí. Pero en reparación ve a ayudarle al ciego y tráemelo.

Juan sale de estampida.

Pedro hace un ligero movimiento de cabeza, pero calla. Mira al cielo, que empieza a ponerse azul acero; mira al lago y a otras barcas que ya han salido a pescar y suspira.

Jesús le dice:

–           ¿Simón?

El apóstol exclama:

–           ¡Maestro!

–           No tengas miedo. Tendrás una pesca abundante aunque salgas el último.

–           ¿También esta vez?

–           Todas las veces que tengas caridad, Dios te concederá la gracia de la abundancia.

Después de unos minutos, llega el ciego. El pobrecito camina entre Santiago y Juan. Tiene entre las manos un bastón, pero no lo usa ahora. Se deja conducir por los dos discípulos.

Juan le dice:

–              Pss. Hombre… Aquí está el Maestro, frente a ti.

El ciego se arrodilla exclamando:

–           ¡Señor mío! ¡Ten Piedad!

Jesús le pregunta:

–           ¿Quieres ver? Levántate. ¿Desde cuándo estás ciego?

Los cuatro apóstoles se agrupan alrededor de los dos.

El pobre hombre contesta:

–           Desde hace siete años, Señor. Antes veía bien y trabajaba. Era herrero en Cesarea Marítima. Ganaba bastante. Siempre tenían necesidad de mi trabajo en el puerto y en los mercados (que eran muchos). Pero, forjando un hierro en forma de ancla – y puedes hacerte una idea de lo rojo que estaba si piensas que no ofrecía resistencia a los golpes – saltó un fragmento incandescente y me quemó el ojo. Ya los tenía enfermos por el calor de la fragua. Perdí este ojo y el otro también se apagó al cabo de tres meses. He terminado los ahorros y ahora vivo de la caridad…».

–           ¿Estás solo?

Tengo esposa y tres hijos muy pequeños… De uno no conozco ni siquiera su cara… Y tengo también a mi madre que es ya anciana. No obstante, ahora es ella y mi mujer quienes ganan un poco de pan y con esto y el óbolo que llevo yo, no nos morimos de hambre. ¡Si Tú me curases!… Volvería al trabajo. No pido más que trabajar como un buen israelita y ofrecer un pan a quienes amo».

–           ¿Y has venido a mí? ¿Quién te lo ha dicho?

–           Un leproso que curaste al pie del Tabor, cuando volvías al lago después de aquel discurso tan hermoso.

–           ¿Qué te ha dicho?

–           Que Tú lo puedes todo. Que eres salud de los cuerpos y de las almas. Que eres luz para las almas y para los cuerpos, porque eres la Luz de Dios. El leproso tuvo el atrevimiento de mezclarse entre la multitud con el riesgo de ser apedreado… completamente envuelto en un manto, porque te había visto pasar hacia el monte y tu mirada le había infundido en el corazón una esperanza…. Me dijo: “Vi en ese rostro algo que me dijo: ‘Ahí hay salud. ¡Ve!’. Y fui”. Me repitió tu discurso y me dijo que Tú le curaste tocándole sin repugnancia, con tu mano. Volvía de los sacerdotes después de la purificación. Yo le conocía, porque le había servido cuando tenía un almacén en Cesarea. Y ahora he venido por ciudades y pueblos, preguntando por ti. Y te he encontrado… ¡Ten Piedad de mí!

Jesús lo toma por el brazo y le dice:

–           Ven. ¡La luz es muy fuerte para uno que sale de la oscuridad!

El ciego dice con una esperanza asombrada:

–           Entonces, ¿Me curas?

Jesús le conduce hacia la casa de Pedro, a la luz atenuada del huertecillo. Se le pone delante, pero de forma que los ojos curados no sufran el primer impacto del lago aún todo jaspeado de luz. El hombre se deja llevar tan dócilmente; sin preguntar nada como si fuera un niño… Cuando se detienen, el hombre se arrodilla…

Jesús extiende sus manos sobre la cabeza del pobre ciego y dice en voz alta:

–       ¡Padre! ¡Tu luz a este hijo tuyo!

Permanece así un momento. Luego se moja la punta de los dedos con saliva y toca apenas con su mano derecha los ojos, que están abiertos pero no tienen vida…

Pasa unos instantes llenos de suspenso… Luego…

El hombre parpadea y se restriega los ojos, como uno que saliera del sueño y los tuviera obnubilados.

Jesús pregunta:

–           ¿Qué ves?

El hombre responde emocionado:

–           ¡Oh!… ¡Oh!… ¡Oh, Dios Eterno! ¡Me parece… Me parece… ¡Oh!… ¿Qué veo?… Veo tu  vestido… Es blanco, ¿No es verdad?  Y una mano blanca… Y un cinturón de lana!… ¡Oh, Buen Jesús!… ¡Veo cada vez más claro, cuanto más me habitúo a ver!… ‘Eh!… La hierba en el suelo… y aquello ciertamente es un pozo, ¡Sí!… Y allí hay una vid…

–           Levántate, amigo.

El hombre que llora y ríe al mismo tiempo, se levanta y pasado un instante de lucha entre el respeto y el deseo; levanta la cara y encuentra la mirada de Jesús… Un Jesús sonriente y lleno de de piedad, de una piedad que es toda amor. ¡Debe ser muy bonito recuperar la vista y ver como primer Sol ese rostro! El hombre emite un grito y tiende los brazos; es un acto instintivo.

Pedro le detiene…

Pero ahora es Jesús quien abriendo los suyos, atrae a Sí al hombre que es mucho más bajo que Él. Y después de un momento le dice:

–           Ve a tu casa ahora. Ruega y sé feliz y justo. Ve con mi paz.

–           ¡Maestro, Maestro! ¡Señor! ¡Jesús! ¡Santo! ¡Bendito seas! La luz… la veo… veo todo… Ahí, el lago azul y el cielo sereno y los últimos resplandores del sol y el primer atisbo de la luna… Pero el azul más hermoso y sereno lo veo en tus ojos y en Ti estoy viendo el más hermoso y verdadero Sol y resplandor puro de la Luna más santa. ¡Astro de los que sufren, Luz de los ciegos, Piedad que vives, que ayudas y obras!

Yo soy Luz de las almas. Sé hijo de la Luz

–           Siempre, Jesús. Renovaré este juramento a cada parpadeo sobre las pestañas de mis pupilas renacidas. ¡Benditos seáis Tú y el Altísimo!

–           ¡Bendito sea el Altísimo Padre! Adiós.

Y el hombre se va feliz y dichoso. Mientras Jesús y los estupefactos apóstoles descienden a dos barcas y comienzan la maniobra de la navegación.

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: toma nuestro corazón y con tu infinita misericordia, lávalo de nuestros pecados en la Sangre Preciosa de tu amadísimo Hijo Jesucristo. Danos un corazón nuevo y despierto, para que también nosotros podamos contemplarte. Abre nuestros oídos y nuestros ojos, para que ya no seamos más ciegos y sordos a tu Palabra. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

SEGUNDO MISTERIO LUMINOSO

JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ

En la campiña de Caná, hay una hermosa casa situada en medio de huertos de higueras y manzanos. Los campos están cubiertos con espigas sin madurar y sobre las terrazas están las vides llenas de sarmientos. Dos mujeres se acercan a la entrada. Una es anciana como de 50años y la otra parece tener unos treinta y cinco. Su vestido es color amarillo pálido y su manto azul. Es muy bella, esbelta y tiene un aire majestuoso, aunque es muy gentil. Su piel es muy blanca, sus cabellos rubios y sus ojos azules como el cielo despejado que está sobre ellas. Cuando sonríe, se ilumina la cara de la Virgen María.

Cuando están a punto de entrar, salen a recibirlas muchos hombres y mujeres con trajes de fiesta y le rinden muchos homenajes.

El anciano anfitrión las acompaña y las dirige por la amplia escalinata exterior hasta el piso superior donde entran a un salón muy grande que está adornado con esteras, mesas, guirnaldas y vajillas,  para la recepción de una boda. En el centro hay una mesa bien provista con jarras, viandas, manjares y platos llenos de frutas. Platones con quesos, tortas con miel y variados dulces. En el suelo cerca de la pared, hay seis grandes tinajas con asas de metal.

María escucha atenta todo lo que le dicen y luego se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la presentación de la mesa principal.

Se oye el rumor de instrumentos musicales y todos menos María corren a recibir al cortejo nupcial. Rodeados por sus padres y amigos, entran los novios lujosamente ataviados y con una alegre algarabía general se distribuyen a lo largo y ancho del amplio salón.

Mientras tanto en el camino que lleva al poblado, Jesús vestido con una túnica blanca y un manto azul marino, está conversando con Juan y su primo, Judas Tadeo. Al oír la música, Jesús amplía su sonrisa y les dice a sus compañeros:

–           Vamos a hacer feliz a mi Madre.

Y se dirige a través de los campos hacia la casa donde se encuentra María.

Cuando llegan, los anfitriones y el novio, junto con María; bajan a recibir a Jesús y lo saludan muy respetuosos. María pone su pequeña mano blanca en la espalda de su Hijo y le compone acariciándole por detrás su cabellera rubia. Es una caricia de enamorada pudorosa.

Jesús sube al lado de su Madre, seguido por sus discípulos y los demás que acudieron a recibirlo. Y entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos en la mesa principal para los recién llegados.

Jesús saluda con su voz sonora y llena de majestad:

–           La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros.

Domina a todos con su presencia  y con su estatura, pareciera el rey del banquete, a pesar de su humildad y su mansedumbre. Jesús se sienta junto a los novios y María frente a ÉL. Los discípulos quedan junto a María.

Jesús tiene a su espalda la pared donde están los enormes jarrones y la alacena y no ve el afanarse del mayordomo, ni los siervos que llevan los platones con la carne y que les son entregados a través de una puerta que está junto a la alacena.

Fuera de las respectivas madres de los novios y de María que está junto a la novia y frente a Jesús, ninguna otra mujer está sentada en la mesa principal. Las mujeres están todas reunidas en otra mesa aparte y se les sirve después que han sido atendidos los invitados de la mesa principal y los huéspedes de honor.

Empieza el banquete y los únicos que comen y beben poco, son Jesús y su Madre, que también habla muy poco. Jesús aunque es parco en el hablar, es muy cortés. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer y siempre es gentil y sonriente.

Más tarde, María se da cuenta que los siervos discuten con el mayordomo y que éste se siente muy molesto. Comprendiendo la situación, se inclina sobre la mesa y llama la atención de Jesús diciéndole despacio:

–           Hijo, no tienen más vino.

Jesús sonríe aún con más dulzura y dice:

–           Mujer, ¿Qué más hay entre tú y Yo? –y deja entrever en esta frase una intención, un secreto de alegría que todos los demás ignoran. Y que María ha comprendido en el asentimiento  de sus ojos sonrientes.

María ordena a los sirvientes:

–           Haced lo que Él os diga.

Jesús ordena:

–           Llenad de agua los jarrones.

Los siervos obedecen. Corren al pozo y con el cubo los llenan lo más rápido que pueden.

Jesús observa todo con atención, mientras ora mentalmente. Cuando las tinajas están llenas, desde su asiento Jesús hace una imperceptible señal de bendición con la mano derecha sobre las tinajas y mueve ligeramente su cabeza, dando un asentimiento al mayordomo. Este se acerca al primer jarrón y mira pasmado lo que hay en la tinaja. Enseguida mira en las otras cinco y su asombro crece…

Luego el sorprendido mayordomo,  revuelve un poco de aquel líquido y lo prueba… Todavía más impactado, lo saborea y habla con el dueño de la casa y con el novio que estaban cerca.

María mira a su Hijo y sonríe. Después, correspondida con una amorosísima sonrisa de Él, baja la cabeza con un ligero sonrojo. Es feliz. Por la sala corre un murmullo y todas las cabezas se vuelven hacia Jesús y María. Algunos se levantan para ver mejor, otros van a los jarrones y después de un asombrado silencio, en coro alaban a Jesús.

Él se levanta y dice:

–           Agradeced a María.

Y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen. En el umbral se detiene y se vuelve repitiendo:

–           La Paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros. –Y añade-  Madre, te saludo.

Dice Jesús:

Aquel ‘más’ que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado. Yo era el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios. Rotas las ligaduras morales hacia la que me había engendrado, se transformaron en otras más altas, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre “Mamá” a María, mi Santa. El amor no conoció detenciones, ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por una segunda filiación, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Y su tercera sublime y mística maternidad se realizó en el patíbulo del Gólgota al darme a la Cruz, haciéndome Redentor del Mundo.

¿Qué más hay entre tú y Yo? Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas y yo te obedecía. Te estaba sometido. Ahora pertenezco a la Misión. ¿No lo he dicho? “Quién pone la mano en el arado y vuelve atrás, a ver lo que queda, no es apto para el Reino de los Cielos.”  Yo había puesto la mano en el arado para abrir con la reja, no terrones sino corazones y sembrar entre los hombres la Palabra de Dios. Quité de allí la mano, tan sólo cuando me la quitaron para enclavármela en la Cruz y abrir el Corazón de mi Padre, con el clavo que me atormentaba, haciendo salir de Él el perdón para el género humano.

Aquel ‘más’ que muchos olvidan, quería decir esto: Tú has sido todo para Mí Madre, mientras que fui tan solo Jesús el de María de Nazareth y eres todo para mi alma; pero desde el momento en que Soy el Mesías Esperado, pertenezco a mi Padre. Espera un poco más y terminada mi misión, seré nuevamente todo tuyo; me tendrás nuevamente entre los brazos, como cuando era pequeño y nadie te disputará este Hijo tuyo, considerado un oprobio del género humano, que te arrojará sus despojos para cubrirte de oprobio por haber sido la madre de un criminal. Y después me volverás a tener para siempre triunfante, en el Cielo. Pero ahora pertenezco a todos los hombres. Pertenezco al Padre que me ha enviado a ellos.

Ahí tenéis lo que quiere decir ese pequeño más.

Cuando dije a los discípulos: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre” había dado a mis palabras un sentido más alto que el que parecían tener. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. No lo olviden nunca. Mi primer milagro se hizo por María.

El primero como prueba de que María es la Llave del Milagro. Yo no niego nada a mi Madre y por su plegaria anticipo también el tiempo de la Gracia. Conozco a mi Madre, cuya Bondad sólo Dios supera. Sé que el haceros un bien, es lo mismo que hacerla feliz, porque Ella es todo amor. Por esto dije: “Vayamos a hacer feliz a mi Madre.”

Por otra parte, quise manifestar al mundo su poder junto con su deseo y el mío. Destinada para estar unida conmigo en la carne, pues fuimos una carne; Yo en Ella y Ella en torno mío… Como pétalos de un lirio, alrededor del pistilo perfumado y lleno de vida. Unida a Mí por el Dolor, porque los dos estuvimos en la Cruz, Yo en Carne y Ella en el alma; así como el Lirio perfuma con su corola y con la esencia que de ella se saca,  era justo que también estuviese unida a Mí en el Poder…

Digo a vosotros lo que dije a los convidados: “Agradeced a María…”

Por Ella habéis recibido al Dueño del Milagro. Por Ella tenéis mi gracia y sobre todo, la de mi Perdón…

Quedaos en mi Paz. Estoy con vosotros….

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: Así como realizaste el Primer milagro en las Bodas de Caná, para hacer feliz a Maria; sigue realizando los milagros que necesitamos para hacerla feliz a Ella y a Ti; para nostros poder alcanzar la felicidad eterna que Eres Tú y recupera todos los hijos perdidos para que TODOS  podamos ser felices, unidos a Ti en el Cielo, adorándote por los infinitos siglos de los siglos. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

PRIMER MISTERIO LUMINOSO

EL BAUTISMO DE JESUS EN EL RIO JORDÁN

En una llanura despoblada del Valle del Jordán, en un recodo del río donde el agua no es muy profunda y que colinda con el desierto, sobre un alto y escarpado peñasco está Juan el Bautista disertando sobre el Mesías, ante un vasto y heterogéneo auditorio, diseminado a su alrededor.  El Precursor es tan impetuoso y duro en su hablar, que exhorta sin ninguna piedad a que preparen los corazones y extirpen los obstáculos para su Venida.

Detrás de él, hay una vereda muy larga que bordea los árboles que dan sombra a lo largo del Jordán. Y en ella de pronto se perfila la alta figura de Jesús que viene solo. Camina despacio y parece ser otro más de los que se acercan a Juan, para recibir el bautismo y repararse para la venida del Mesías.

El Penitente del Desierto suspende su fulmíneo discurso al sentir la emanación espiritual de la Presencia de Jesús y se vuelve a mirar hacia atrás. Al punto desciende del peñasco que le servía de púlpito y se dirige veloz hacia Jesús, que se había detenido junto a un árbol. Los dos son muy altos y es en lo único que se parecen. Sus miradas se encuentran…

Jesús con sus ojos color zafiro llenos de dulzura y Juan con sus negrísimos ojos de mirar tan severo y fulgurante. Jesús tiene su larga cabellera rubia bien peinada. Su piel de un blanco marmóreo y su vestido sencillo, pero con su porte muy majestuoso.

Juan es hirsuto, los cabellos negros le caen sueltos y desiguales, por la espalda. La barba que le cubre casi todo el rostro, no impide ver su rostro ascético por el ayuno. Su piel está quemada por el sol y su vestido consiste en una piel de camello que lo deja semidesnudo; sostenida por un cinturón de cuero, le cubre el dorso y apenas los flancos descarnados y dejando al descubierto el costado derecho, con la piel tostada. Parece un completo salvaje.

Juan lo mira atentamente con sus penetrantes pupilas y aspirando profundamente se yergue aun más y grita señalándolo:

¡He aquí al Cordero de Dios! – Y agrega dirigiéndose a Jesús.- ¿Cómo es posible que venga a mí, EL que es mi Señor?

Jesús responde tranquilamente:

–           Para cumplir con el rito de penitencia.

Juan se inclina ante Él y dice:

–           Jamás Señor Mío. Soy yo quién debo venir a TI, para ser santificado. ¿Y Eres Tú el que vienes a Mí?

Jesús le pone la mano sobre la cabeza y le dice:

–           Deja que se haga como Yo quiero para que se cumpla toda justicia y tu rito se convierta en el principio de otro Misterio mucho más alto y se avise a los hombres que la Víctima está ya en el Mundo.

En los ojos de Juan se asoma una lágrima y lo precede hacia la ribera, donde Jesús se quita el manto y la túnica, quedándose solo con los calzoncillos cortos. Luego entra en el agua, donde Juan ya lo espera y lo bautiza echando sobre ÉL, con el tazón que le colgaba de la cintura, el agua del río.

Jesús es exactamente el Cordero. Cordero en la pureza de su carne, en la modestia de su trato, en la mansedumbre de su mirar. Mientras Jesús regresa a la ribera, se viste y se recoge en oración; Juan lo señala a las turbas y les dice que lo reconoció por la señal que el Espíritu de Dios le había dado y que es la prueba infalible de que es el Redentor.

Dice Jesús:

Juan personalmente no tenía necesidad de la señal. Su alma pre-santificada desde el vientre de su madre, poseía aquella mirada de inteligencia sobrenatural que todos los hombres hubieran tenido de no haber mediado el Pecado de Adán.

En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente, éste no temblaba de miedo ante aquella Voz, ni se engañaba en conocerla. Tal era la suerte del hombre: ver y entender a Dios, exactamente como un hijo conoce a su padre. Después vino la Culpa y el hombre no ha osado mirar más a Dios. No ha sabido ver y comprender a Dios. Y cada día lo conoce menos.

Juan no tenía necesidad de la señal, pero fue necesaria para los testigos de este ritual. Igualmente Yo no tenía necesidad de bautismo, pero la sabiduría del Señor había decretado que aquel fuese el momento y el modo de encontrarnos. Trajo a Juan de su cueva en el desierto y a Mí de mi casa y nos juntó en aquella hora, para que se abriesen sobre Mí los Cielos y descendiese Él Mismo, Paloma Divina, sobre el que debía bautizar a los hombres con la misma Paloma y bajase el anuncio de mi Padre aún más potente que el que dieron los Ángeles en Belén: “He aquí a mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias.” Y esto fue para que los hombres no tuviesen excusa o duda en seguirme.

Las manifestaciones del Cristo han sido muchas. A lo largo de toda mi vida terrenal, mi patria estuvo llena de manifestaciones. Como semilla que se arroja a los cuatro puntos cardinales, llegó a todas las clases sociales: a los pastores, poderosos, doctos, incrédulos, pecadores, sacerdotes, dominadores, niños, soldados, hebreos y gentiles. Todavía ahora las manifestaciones se repiten. Pero al igual que entonces, el mundo no las acepta. Aun peor, no recoge las actuales y olvida las pasadas.  Y sin embargo Yo no desisto. Vuelvo a tratar de salvaros para que tengáis fe en Mí.

 

*******

Oración:

Amado Padre Celestial: Te damos gracias por habernos dado a Jesús y al participar en el Sacramento del Bautismo, hemos renacido para Ti. Te rogamos por nuestros hermanos los que no han sido bautizados, para que participen del Bautismo de Jesús y puedan ser rescatados por tu misericordia infinita. Amén

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

QUINTO MISTERIO DE GLORIA

LA CORONACION DE MARIA SANTISIMA COMO REINA DEL CIELO

Dice María:

La cercanía del Amor eterno tuvo el signo que esperaba. Todo desapareció bajo el fulgor y la Voz que descendiendo de los Cielos abiertos a mi mirada espiritual, venían  hacia mí para tomar mi alma. Cuando el Espíritu Santo Tercera Persona de la Trinidad Eterna, me dio su tercer beso en mi vida; ese beso potentísimo y divino en el que mi alma se fundió;  perdiéndose en la contemplación cual gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de una azucena. Y ascendí con mi espíritu en canto de júbilo hasta los pies de los Tres a quienes siempre había adorado.

Cuando los ángeles me asistieron a mi celeste nacimiento, en el umbral de los Cielos fui recibida por Mi Jesús y José, mi justo esposo de la Tierra; por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires y entré después de tanto dolor, en el reino del júbilo sin límite.  Nunca imaginé siquiera  que me estuviera reservada tanta gloria en el Cielo.  Yo pensaba que mi carne humana santificada por haber llevado a Dios, no conocería la corrupción; porque Dios es Vida y cuando de Sí Mismo satura y llena a una criatura, esta acción suya es como ungüento preservador de la corrupción de la muerte.

Yo no sólo había permanecido inmaculada. Había estado unida a Dios con un casto y fecundo abrazo y me había saturado hasta lo más profundo de mis entrañas,  de las emanaciones de la Divinidad escondida en mi seno y que quería velarse de carne mortal.

Pero el que la bondad del Eterno tuviera reservado a su sierva el gozo de volver a sentir en mis miembros el toque de la mano de mi Hijo, su abrazo, su beso y de volver a oír con mis oídos su voz y de ver con mis ojos su Bendito Rostro… Esto nunca pensé que me fuera concedido y no lo anhelaba. Me habría bastado que estas bienaventuranzas le fueran concedidas a mi espíritu y con ello hubiera sido plena mi beatitud.

Pero la Voluntad del Señor  decidió que fuera la única entre todas las carnes mortales que conociera la glorificación,  antes de la Resurrección Final y el Último Juicio. Y de esta manera fuese testimonio vivo del destino reservado a sus hijos fieles a Dios y a la Gracia.

DICE EL PADRE CELESTIAL:

Todos los hombres mientras viven, tienen en sí un alma, muerta o viva, ya sea por el pecado o por la justicia; pero solo los grandes amantes de Dios, alcanzan la contemplación verdadera.

Cuanto más una creatura me ama y me sirve con todas sus fuerzas y posibilidades; tanto más la parte selecta de su espíritu, aumenta su capacidad de conocer, contemplar y penetrar en la Verdad Eterna.

El hombre dotado de alma racional, es una capacidad que Dios llena de Sí. María, siendo la creatura más santa de todas después de Cristo; fue una capacidad completa, hasta desparramar en los hermanos de Cristo de todos los siglos y por todos los siglos, a sus Gracias, su Caridad y sus Misericordias. Atravesó sumergida por las ondas del Amor. Ahora en el Cielo, convertida en un océano de amor, desborda sobre los hijos fieles a Ella y también sobre los hijos pródigos, sus ondas de caridad para la Salvación Universal.

Le fue concedido el Hijo a la Virgen que nunca pensara en conocer la maternidad, ni sospechara siquiera la gloria que en el Cielo, había reservada para Ella.

María es el testimonio de lo que Yo había pensado que fuera el destino original del hombre: destinado a vivir, pasando sin morir, del paraíso terrestre al Celestial. Una vida desconocedora de culpa, un tranquilo tránsito de la vida terrenal a la Eterna. Con su ser completo, con su cuerpo material y su alma espiritual, aumentando la perfección de su yo al unirse con Dios. Esta perfección estaba destinada para todo ser humano que se hubiese mantenido fiel a Dios y a la Gracia.

María fue llevada en cuerpo y alma a la Gloria de los Cielos y delante de los Patriarcas, de los Profetas, de los Ángeles, de los Mártires y dije:

“HE AQUÍ LA OBRA PERFECTA DEL CREADOR. He aquí lo que Yo crié a mi más Verdadera Imagen y Semejanza, entre todos los hijos del hombre. Fruto de una Obra Maestra Divina y Creadora; maravilla del Universo que vio encerrada en un solo ser: lo Divino en su Espíritu. Eterno como Dios. Y como ÉL, Espiritual, Inteligente, Libre y Santo. Y la creatura material en el más inocente y santo de los cuerpos, ante el que cualquier otro ser viviente, dentro de los Tres Reinos de la Creación, está obligado a inclinarse.

He aquí el testimonio de mi Amor por el hombre, a quién destiné un organismo perfecto y una suerte dichosa de Vida Eterna en mi Reino.

He aquí el testimonio de mi Perdón al Hombre, a quién por voluntad de un Amor Trino, he concedido el poder de REHABILITARSE y volver a crearse ante mis ojos. Estas es la Piedra Mística de Comparación. Esta es el anillo de Unión entre el Hombre y Dios. Esta es la que devuelve los tiempos a los primeros días y ofrece a mis Ojos Divinos, la alegría de contemplar una Eva como Yo la crié.

Y ahora es más Bella y más Santa, porque es la Madre de mi Verbo y Mártir del Gran Perdón.

Yo abro los tesoros del Cielo a su Corazón Inmaculado, que no conoció jamás mancha alguna, ni aun la más leve. Y en su cabeza que no conoció ninguna soberbia; PONGO UNA CORONA DE MI RESPLANDOR: PORQUE ES EL SER MÁS SANTO, PARA QUE SEA VUESTRA REINA.

ELLA ES LA MADRE UNIVERSAL DE TODOS LOS HOMBRES.

En el Cielo no hay lágrimas. Pero en lugar del jubiloso llanto que habrían derramado los espíritus si les estuviera concedido el llanto; hubo después de estas divinas palabras, un centelleo de luces y visos de esplendores resplandeciendo aún más esplendorosos. Y un incendio de fuegos de caridad que ardían con más encendido fuego y un insuperable e indescriptible sonido de celestes armonías a las cuales se unió la Voz de Jesús, en alabanza a Dios Padre y a su Virgen bienaventurada para toda la eternidad.

*******

Oración.

Bendita sea tu Pureza y eternamente lo sea; pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti Celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes Madre Mía, caer en la tentación. Mi corazón a tus plantas, pongo Sagrada María, para que a Jesús lo ofrezcas, junto con el alma mía. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARÍA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FÁTIMA…

CANTO DE ALABANZA…

REFLEXIÓN FINAL

*******

DICE EL PADRE CELESTIAL:

Ante un Dios que encarna parte de Sí Mismo, para hacer de esa Parte SALVACION DE SUS CREATURAS CULPABLES; pasmase de estupor el universo y se postra en Adoración silenciosa, antes de entonar el Canto de las Esferas y de los Mundos, que se llenan de júbilo al ver a la Perfección que baja a traer EL AMOR al Planeta cubierto por el Pecado.

EL VENCEDOR, Mi Hijo Santo: vino a acosar a las Fuerzas del Mal poniéndolas en fuga y a establecer el Pacto de Alianza y de Paz, entre Dios y el hombre.

Si reflexionarais cristianos hijos de mi Hijo, a los que engendró a la Gracia con su Sacrificio de Hombre y de Dios. Si os dierais cuenta de la situación en que os colocó; habríais no ya de adorarme y amarme de por vida; sino de amarme y adorarme, durante cien vidas o más que os fuese dado vivir.

Amadme pues con un SUPERAMOR y amad en igual medida a mi Verbo que vino a daros la Vida. Si creyerais en ÉL, aun cuando estéis muertos, volveréis a vivir. No prestéis oídos a voces falsas que os predican una doctrina distinta a la que fue portador mi Hijo. Usó de su privilegio de su indestructible Poder de Dios, al que no anulo su nueva condición de Hombre; no para reinar, sino PARA HACEROS REINAR A VOSOTROS, sobre el Mal, sobre las enfermedades y sobre la Muerte.

Empleó su Sabiduría no para esclavizaros, sino para elevaros. Hizo de Sí, Moneda de Rescate, Camino y Puente; para ayudaros a superar los obstáculos que os interceptaban el Cielo, comprando éste para vosotros.

Y sobre ÉL, el Inocente; hube Yo de cargar mi mano por cuanto eran  infinitas vuestras culpas; pasadas, presentes y futuras e Infinito por tanto debía ser el Sacrificio ofrecido para anularlas. ¿Podréis acaso vosotros medir este volumen de Sacrificio? NO. No lo podéis. Sólo YO conozco los sufrimientos de mi Creatura Divina.

No os fijéis en el suplicio material que duró pocas horas.  No os fijéis en los azotes, en las espinas, en los clavos con los que fue martirizada su Carne, por los ciegos de entonces. Fijaos en los tormentos espirituales que inferís a mi Santo, con vuestras resistencias a sus llamados.

¿Y quiénes son más sordos y ciegos que vosotros? No tenéis rotos los tímpanos y las pupilas, sino el espíritu; haciendo con ello que la Ley Sublime que mi Hijo vino a traeros y que aún os trae, no penetre en vosotros. O si penetra, salga al punto, como de una criba sin fondo.  De donde como secuela de esta deformidad espiritual de que sois autores voluntarios; tenéis las guerras atroces en las que, aparte vidas y haciendas, perdéis cada vez más el Amor y con él, a Dios.

Mi Majestad imponente  puede tal vez infundiros temor, pues estáis como Adán después de la Culpa: tenéis el alma manchada y teméis la Mirada de Dios. Más Cristo no infunde temor. Desde su Nacimiento hasta su Muerte, fue su Nombre: Dulzura. A Aquella Perfección de la Perfección de Dios, YO le di un Nombre: JESÚS.

NOMBRE SANTO ELEGIDO POR MÍ, por cuanto en su Nombre está el compendio de su Perfección y de su Misión Sublime: YAHVE SALVA.

¡OH, hijos de mi Hijo! Al que su Nombre le llevó hasta empurpurarse de Sangre Divina, sobre la cima del Calvario. Y destellar como única Luz del mundo oscurecido entre las Tinieblas del Viernes Santo; a fin de Advertencia que desde lo alto de  la Cruz os indica el Cielo para el que fuisteis creados y brilla a través de los siglos, para seguir recordándoos el Cielo.

Y nunca como ahora relampaguea para llamaros a Sí, en esta Ira por vosotros provocada, invocada y querida, en la que perecéis entre borbotones de sangre y risotadas de demonios.

¡OH, hijos de mi Hijo! Esculpid de nuevo con vuestro dolor que torna a Dios, con vuestra esperanza que nuevamente se eleva a Dios, con vuestra Fe a la que las lágrimas rebautizan, con vuestro amor que vuelve a encontrar el Camino de la Caridad; el Santo Nombre de Jesucristo, sobre el ara de vuestro corazón sin Dios y sobre el Templo profanado de vuestra mente.

AMAD,   CANTAD,   INVOCAD,   BENDECID   Y   CREED.   CREED EN EL SANTO NOMBRE DE MI HIJO: ¡JESÚS!    ¡JESÚS!    ¡JESÚS!

En el Nombre del Justo, del Santo, del Fuerte, del Dominador y DEL VENCEDOR.  En el Nombre de Aquel ante el que no se resiste el Padre y por Quien el Espíritu Santo, derrama sus ríos de Gracia Santificante. En el Nombre del Misericordioso que os ama hasta el extremo de haber querido conocer la vida y la muerte de la Tierra y hacerse Alimento para nutrir vuestra debilidad y Sacramento para permanecer entre vosotros aun después de su Retorno al Cielo, LLEVANDO EN VOSOTROS A DIOS.

Subid de nuevo a Mí a través de Su Palabra y de Su Cruz. Ellas otra vez os instruyen y consagran. Son la Obra Cumbre del Amor Divino y fuera de Ellas, no se da otro medio de Salvación. Tras el rechazo de las mismas, no queda sino MI JUSTICIA.

Y para vosotros, pervertidos como estáis, mi Justicia tiene un solo significado: CASTIGO.

RECORDADLO Y OBRAD EN CONSECUENCIA.

¡OH SOBERANO SANTUARIO, SAGRARIO DEL VERBO ETERNO, LIBRA VIRGEN DEL INFIERNO A LOS QUE REZAN TU ROSARIO! EMPERATRIZ PODEROSA, DE LOS MORTALES CONSUELO, ÁBRENOS VIRGEN EL CIELO, CON UNA MUERTE DICHOSA Y DANOS PUREZA DE ALMA, PUES ERES TAN PODEROSA.

PADRE NUESTRO…

Ave María Santísima, Hija de Dios Padre, Virgen Purísima; en tus manos encomendamos nuestra Fe para que la ilumines, Llena eres de Gracia…

Ave María Santísima, Madre de Dios Hijo, Virgen Purísima; en tus manos encomendamos nuestra Esperanza para que la alientes. Llena eres de Gracia…

Ave María Santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen Purísima,  en tus manos encomendamos nuestra Caridad para que la inflames. Llena eres de Gracia…

Ave María Purísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad. Virgen Concebida sin la Culpa Original… Dios te salve: Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve, a Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos gimiendo y llorando en este Valle de Lágrimas. Ea pues Señora, Abogada nuestra; vuelve tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús Fruto Bendito de tu Vientre, ¡Oh, Clemente! ¡Oh, Piadosa! ¡Oh Dulce, Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amen

Litaniae Lauretanae

Kyrie, eleison.
R. Kyrie, eleison.

Christe, eleison.
R. Christe, eleison.

Kyrie, eleison.
R. Kyrie, eleison.

Christe, audi nos.
R. Christe, audi nos.

Christe, exaudi nos.
R. Christe, exaudi nos.

Pater de caelis Deus,
R. miserere nobis.

Fili Redemptor mundi Deus,
R. miserere nobis.

Spiritus sancte Deus,
R. miserere nobis.

Sancta Trinitas, unus Deus,
R. miserere nobis.

Sancta Maria,
R. ora pro nobis.

Sancta Dei Genetrix,
R. ora pro nobis.

Sancta Virgo virginum,
R. ora pro nobis.

Mater Christi,
R. ora pro nobis.

Mater Ecclesiae,
R. ora pro nobis.

Mater Divinae gratiae,
R. ora pro nobis.

Mater purissima,
R. ora pro nobis.

Mater castissima,
R. ora pro nobis.

Mater inviolata,
R. ora pro nobis.

Mater intemerata,
R. ora pro nobis.

Mater amabilis,
R. ora pro nobis.

Mater admirabilis,
R. ora pro nobis.

Mater boni Consilii,
R. ora pro nobis.

Mater Creatoris,
R. ora pro nobis.

Mater Salvatoris,
R. ora pro nobis.

Virgo prudentissima,
R. ora pro nobis.

Virgo veneranda,
R. ora pro nobis.

Virgo praedicanda,
R. ora pro nobis.

Virgo potens,
R. ora pro nobis.

Virgo clemens,
R. ora pro nobis.

Virgo fidelis,
R. ora pro nobis.

Speculum iustitiae,
R. ora pro nobis.

Sedes sapientiae,
R. ora pro nobis.

Causa nostrae laetitiae,
R. ora pro nobis.

Vas spirituale,
R. ora pro nobis.

Vas honorabile,
R. ora pro nobis

Vas insigne devotionis,
R. ora pro nobis.

Rosa mystica,
R. ora pro nobis.

Turris Davidica,
R. ora pro nobis.

Turris eburnea,
R. ora pro nobis.

Domus aurea,
R. ora pro nobis.

Foederis arca,
R. ora pro nobis.

Ianua caeli,
R. ora pro nobis.

Stella matutina,
R. ora pro nobis.

Salus infirmorum,
R. ora pro nobis.

Refugium peccatorum,
R. ora pro nobis.

Consolatrix afflictorum,
R. ora pro nobis.

Auxilium Christianorum,
R. ora pro nobis.

Regina Angelorum,
R. ora pro nobis.

Regina Patriarcharum,
R. ora pro nobis.

Regina Prophetarum,
R. ora pro nobis.

Regina Apostolorum,
R. ora pro nobis.

Regina Martyrum,
R. ora pro nobis.

Regina Confessorum,
R. ora pro nobis.

Regina Virginum,
R. ora pro nobis.

Regina Sanctorum omnium,
R. ora pro nobis.

Regina sine labe originali concepta,
R. ora pro nobis.

Regina in caelum assumpta,
R. ora pro nobis.

Regina Sanctissimi Rosarii,
R. ora pro nobis.

Regina familiae,
R. ora pro nobis.

Regina pacis,
R. ora pro nobis.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
R. parce nobis, Domine.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
R. exaudi nobis, Domine.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
R. miserere nobis.

V. Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix,
R. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

Oremus

Concede nos famulos tuos, quaesumus, Domine Deus, perpetua mentis et corporis sanitate gaudere: et gloriosa beatae Mariae semper Virginis intercessione, a praesenti liberari tristitia, et aeterna perfrui laetitia. Per Christum Dominum nostrum. Deus, cujus Unigenitus per vitam mortem et resurrectionem suam nobis salutis aeterne praemia comparavit: concede, quaesumus; ut, haec mysteria sanctissimo beatae Mariae Virginis Rosario recolentes, et imitemur quor continent, et quod promittunt, assequamur. Per eumdem Dominum. Amen.

 

*******

CUARTO MISTERIO DE GLORIA

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

María revela:

¿Morí yo? SI. Si se quiere llamar muerte a la separación del espíritu del Cuerpo. NO. Si por muerte se entiende la separación del alma vivificadora del cuerpo y que provoca la corrupción de la materia.

Era el atardecer del viernes. Juan y yo hablábamos de Jesús, del Padre, del Reino de los Cielos…  Y nuestro espíritu volaba en pos de la Esencia de la Vida: DIOS.

En aquella tarde se unió al Fuego Ardiente que consumía mi espíritu por elevarme hasta Dios, una dulce languidez. Una misteriosa sensación de alejamiento de la materia, de lo que estaba alrededor. Era como si el cuerpo se durmiera, mientras la mente se sumergía en divinos resplandores.

Juan, amoroso y prudente; mi hijo adoptivo de acuerdo a la Voluntad de Jesús, me invito con dulzura a que descansara en mi lecho y se puso a orar cerca de mí. El ultimo sonido que oí en la tierra, fueron las palabras del virgen Juan. Él fue el único testigo de este dulce misterio. Me envolvió en el manto blanco, sin quitarme los vestidos ni el velo. Sin lavar el cuerpo, ni embalsamarlo. Yo ya le había dado instrucciones de lo que tenía que hacer. Y el ya sabía que yo no me corrompería.

Pensó en avisar a los demás apóstoles, para que me viese por última vez. Pero eran otros los designios de Dios. Bueno y justo para todos los creyentes; le envolvió en un profundo sueño para ahorrarle el dolor de ver como también mi cuerpo iba a serle quitado y regalo una verdad más, para que creyesen en la Resurrección de la Carne; en el Premio de la Vida Eterna y Dichosa.

En Jesús y en mi esta la promesa que espera a todos los bienaventurados. Mi espíritu estaba en adoración ante el Trono de Dios, cuando los ángeles sacaron mi cuerpo de la casita donde viví los últimos años sobre la tierra. CON AYUDA ANGELICA FUI ASUNTA LA CIELO EN CUERPO Y ALMA.

Me desperté de este místico sueño, en el momento en que mi espíritu se volvió a unir; pero ya en la Presencia de Dios, porque mi carne había alcanzado ya la perfección de los Cuerpos Glorificados.

Y AME Y ADORE A MI HIJO Y A MI SEÑOR UNO Y TRINO, COMO ES EL DESTINO DE TODOS LOS ETERNOS VIVIENTES.

Un éxtasis fue la concepción de mi Hijo. Un éxtasis aún mayor el darlo a luz. El éxtasis de los éxtasis fue mi tránsito de la Tierra al Cielo. Sólo durante la Pasión ningún éxtasis hizo soportable mi atroz sufrimiento.

La casa en que se produjo mi Asunción se debió a uno de los innumerables actos de generosidad de Lázaro para con Jesús y su Madre: la pequeña casa del Getsemaní, cercana al lugar de la Ascensión. Inútil es buscar los restos. Durante la destrucción de Jerusalén, por obra de los romanos, fue devastada y sus ruinas fueron dispersadas durante el transcurso de los siglos.

De la misma forma que para mí fue un éxtasis el nacimiento de mi Hijo y que, del rapto en Dios que en aquella hora se apoderó de mí, volví a la presencia de mí misma y a la Tierra teniendo ya a mi Hijo en los brazos, así mi impropiamente llamada “muerte” fue un rapto en Dios.

Mi muerte no fue la muerte dolorosa del que no tiene fe, sino un Rapto en Dios. Confiando en la Promesa que tuve en Pentecostés, yo pensaba en la última venida del Amor, cuando me llevaría con EL… Tendría un aumento del Fuego del Amor que ardía en mí y no me equivoque.

Cuanto más se acercaba el momento en que se me iba la vida, tanto más aumentaba el deseo de unirme a Dios. Deseaba ardientemente estar con mi Hijo y tenía la certeza de que jamás podría hacer tanto en favor de mis hijos de la Tierra; como intercediendo por ellos, orando a los pies del Trono de Dios.

Mi alma gritaba cada vez más fuerte: ¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno!

La Eucaristía era el agua que saciaba mi sed de Dios; pero cuanto más pasaba el tiempo, más se hacía insuficiente para satisfacer el ansia incontenible de mi corazón. No me bastaba ya recibir a Jesús en las Sagradas Especies. Todo mi ser clamaba por el Dios Uno y Trino: pero no bajo los velos que escogió Jesús para esconder el inefable Misterio de Fe. Y en cada Encuentro Eucarístico, me llamaba con ternura infinita: ¡MAMA!

Y también percibía igualmente las ansias de mi Hijo por tenerme consigo. No deseaba yo otra cosa.

Ni siquiera existía ya en mí el deseo de tutelar a la Naciente Iglesia, en los últimos tiempos de mi existencia mortal.

Todo lo anulaba el deseo de poseer a Dios. Porque estaba segura de que todo lo podría cuando lo poseyera.

Llegad, Cristianos hijos de mi Hijo, a este Amor Total.

Que todo lo terrenal pierda su valor. Mirad solo a Dios. Cuando lleguéis a este punto; Dios se inclinara sobre vuestro espíritu para instruirlo primero y después tomarlo. Vosotros subiréis con EL para conocerlo y amarlo por toda una feliz eternidad.

Y estaremos todos unidos en el Amor: ADORANDO AL AMOR.

Dice Jesús:

–          Hay diferencia entre que el alma se separe del cuerpo por verdadera muerte y que momentáneamente el espíritu se separe del cuerpo y del alma vivificante por un éxtasis o rapto contemplativo.

El que el alma se separe del cuerpo provoca la verdadera muerte, pero la contemplación extática o sea, la temporal evasión del espíritu fuera de las barreras de los sentidos y de la materia, no provoca la muerte. Y ello porque el alma no se aleja y separa totalmente del cuerpo, sino que lo hace sólo con su parte mejor, que se sumerge en los fuegos de la contemplación.

Llegada su última hora, como una azucena cansada que, después de haber exhalado todos sus aromas, se pliega bajo las estrellas y cierra su cáliz de candor, María, mi Madre, se recogió en su lecho y cerró los ojos a todo lo que la rodeaba, para recogerse en una última, serena contemplación de Dios.

Velando reverente su reposo, el ángel de María esperaba ansioso que el éxtasis urgente separara ese espíritu de la carne, durante el tiempo designado por el decreto de Dios y lo separara para siempre de la Tierra, mientras ya del Cielo descendía el dulce e invitante imperativo de Dios.

Inclinado también Juan ángel terreno, hacia ese misterioso reposo, velaba a su vez a la Madre que estaba para dejarlo.

Y cuando la vio extinguida siguió velando, para que, no tocada por miradas profanas y curiosas, siguiera siendo, incluso más allá de la muerte, la inmaculada Esposa y Madre de Dios que tan plácida y hermosa dormía. Una tradición dice que en la urna de María, abierta por Tomás, se encontraron sólo flores. Pura leyenda. Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María, según el sentido humano, dado que María no murió como todos los que tuvieron vida.

Ella se había separado, por decreto divino, sólo del espíritu y con éste que la había precedido, se unió de nuevo su carne santísima. Invirtiendo las leyes habituales, por las cuales el éxtasis termina cuando cesa el rapto, o sea, cuando el espíritu vuelve al estado normal, fue el cuerpo de María el que se unió de nuevo con el espíritu, después de la larga permanencia en el lecho fúnebre.

Todo es posible para Dios. Yo salí del Sepulcro sin ayuda alguna; sólo con mi poder. María vino a mí, a Dios, al Cielo, sin conocer el sepulcro con su horror de podredumbre y lobreguez. Es uno de los más fúlgidos milagros de Dios. No único, en verdad, si se recuerda a Enoc y a Elías, (Génesis 5, 24; Eclesiástico 44, 16; 49, 14 (para Enoc); 2 Reyes 2, 1-13; Eclesiástico 48, 9 para Elías) quienes, por el amor que el Señor les tenía, fueron raptados de la Tierra sin conocer la muerte, y fueron transportados a otro lugar, a un lugar que sólo Dios y los celestes habitantes de los Cielos conocen. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad sólo a Dios.

Por eso no hay reliquias del cuerpo y del sepulcro de María, porque María no tuvo sepulcro, y su cuerpo fue elevado al Cielo.

*******

María, en su pequeño cuarto situado arriba en la terraza, totalmente vestida enteramente de cándido lino (la túnica, el manto y el velo sutilísimo que le pende de la cabeza), está ordenando sus vestidos y los de Jesús, que siempre ha conservado. De los suyos, toma la túnica y el manto que tenía en el Calvario; de los de su Hijo, una túnica de lino que Jesús acostumbraba a llevar en los días veraniegos y el manto encontrado en el Getsemaní, todavía manchado de la sangre brotada con el sudor sanguíneo de aquella hora tremenda.

Los dobla y besa el manto ensangrentado de su Jesús. Luego se dirige hacia el arca en que están ya desde hace años, recogidas y conservadas las reliquias de la última Cena y de la Pasión.

Está cerrando el arca cuando  entra Juan preguntándole:

–           ¿Qué haces, Madre?

Maria responde:

–           He ordenado todo lo que conviene conservar. Todos los recuerdos… Todo lo que constituye un testimonio de su amor y dolor infinitos.

Juan se acerca a Ella y dice:

–           ¿Por qué, Madre, volverte a abrir las heridas del corazón viendo de nuevo esas cosas tristes? Sufres viéndolas, porque estás pálida y tu mano tiembla – como temiendo que tan pálida y temblorosa como está- pueda sentirse mal y caer al suelo.

–           ¡Oh, no es por eso por lo que estoy pálida y tiemblo! No es porque se me abran de nuevo las heridas… que, en verdad, nunca se han cerrado completamente. En realidad, siento en mí paz y gozo, una paz y un gozo que nunca han sido tan completos como ahora.

–           ¡Nunca como ahora! No entiendo… A mí el ver esas cosas, llenas de atroces recuerdos, me hace renacer la angustia de aquellas horas. Y yo soy sólo un discípulo suyo; tú eres su Madre…

Y por eso debería sufrir más, quieres decir. Y humanamente, no yerras. Pero no es así. Yo estoy acostumbrada a soportar el dolor de las separaciones de Él. Siempre dolor porque su presencia y cercanía eran mi Paraíso en la Tierra. Pero también siempre con buena disposición y serenamente sufridas, porque todos sus actos respondían a la Voluntad del Padre suyo, eran actos de obediencia a la Voluntad divina y  yo lo aceptaba porque yo también he obedecido siempre a los deseos y planes de Dios para mí. Cuando Jesús me dejaba, sufría… ¡Claro! Me sentía sola. El dolor que sufrí cuando siendo niño, me dejó ocultamente por el debate con los doctores del Templo, sólo Dios lo ha medido en su más auténtica intensidad. Y tampoco lo retuve cuando me dejó para manifestarse como Maestro… y ya había enviudado de José y estaba sola en una ciudad que, excepción hecha de muy pocas personas, no me quería. Yo sufría cuando me dejaba para ir al mundo; a ese mundo que le era hostil, a ese mundo tan pecador, que el hecho de vivir en él le resultaba ya un sufrimiento…  ¡Pero, cuánta alegría cuando volvía! Era una alegría tan profunda, que me compensaba setenta veces siete el dolor de la separación.

Desgarrador fue el dolor de la separación que siguió a su Muerte, pero ¿con qué palabras podré expresar el gozo que sentí cuando se me apareció resucitado? Inmensa fue la pena de la separación por su regreso al Padre, una pena sin término hasta que termine mi vida terrena. Ahora experimento el inmenso gozo igual como inmensa ha sido la pena; porque siento que mi vida toca a su fin. He hecho cuanto debía hacer. He terminado mi misión terrena. La otra; la celeste, no tendrá fin. Dios me ha dejado en esta Tierra hasta que he consumado yo también, como mi Jesús; todo lo que debía consumar. Y tengo dentro de mí esa secreta alegría; única gota de bálsamo en medio de sus amarguísimos, finales y atroces sufrimientos, que tuvo Jesús cuando pudo decir: “Todo está consumado”.

–           ¿Alegría en Jesús? ¿En aquella hora?

–           Sí, Juan. Una alegría incomprensible para los hombres, pero comprensible para los espíritus que ya viven en la luz de Dios y ven las cosas profundas, escondidas bajo los velos que el Eterno corre sobre sus secretos de Rey. Gracias a esa luz Yo, tan angustiada como estaba; profundamente turbada por lo que estaba sucediendo… Asociada a mi Hijo en el abandono en las manos del Padre, no comprendí en esos momentos. La Luz se había apagado para el mundo y también para mí. No por un justo castigo; sino porque debiendo ser la Corredentora, yo también debía padecer la angustia del abandono de los consuelos divinos, la tiniebla, la desolación, la tentación de Satanás de que no creyera ya posible lo que Él había dicho… Todo lo que Él padeció en el espíritu desde el jueves hasta el viernes. Pero luego comprendí…. Cuando la Luz resucitada para siempre, se me apareció, comprendí. Todo. Incluso la secreta, la final alegría de Cristo cuando pudo decir: “Todo lo que el Padre quería que llevara a cabo lo he cumplido. He colmado la medida de la caridad divina amando al Padre hasta el sacrificio de mí mismo, amando a los hombres hasta morir por ellos. Todo lo que debía llevar a cabo lo he cumplido. Muero lacerado en mi carne inocente, pero contento en el espíritu”.

Yo también he cumplido todo lo que ab aeterno, estaba escrito que cumpliera. Desde la generación del Redentor hasta la ayuda a vosotros, sus sacerdotes, para que os formarais perfectamente. La Iglesia, actualmente, está formada y es fuerte. El Espíritu Santo la ilumina, la sangre de los primeros mártires la une sólidamente y multiplica. Mi ayuda ha cooperado en hacer de Ella un organismo santo, al que la caridad hacia Dios y hacia los hermanos alimenta y fortalece cada vez más y donde los odios, rencores, envidias, maledicencias, malvadas plantas de Satanás, no arraigan.

Dios está contento de ello y quiere que lo sepáis a través de mis labios, como también quiere que os diga que continuéis creciendo en la caridad para poder crecer en la perfección. Y lo mismo en número de cristianos y en potencia de doctrina. Porque la doctrina de Jesús es doctrina de amor. Porque la vida de Jesús y también la mía, estuvieron siempre guiadas y movidas por el amor. Ninguno fue rechazado por nosotros, a todos los perdonamos; sólo a uno no pudimos otorgarle el perdón porque él; siendo ya esclavo del Odio, no quiso nuestro amor sin límites.

Jesús, en su último adiós antes de la muerte, os mandó que os amarais los unos a los otros. Y os dio incluso la medida del amor que debíais guardaros, diciéndoos: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado. Por esto se sabrá que sois mis discípulos”.

La Iglesia, para vivir y crecer, tiene necesidad de la caridad. Caridad, sobre todo, en sus ministros. Si no os amarais entre vosotros con todas vuestras fuerzas y no amarais a vuestros hermanos en el Señor; la Iglesia se volvería estéril. Raquítica y escasa sería la nueva creación y la supercreación de los hombres: para el grado de hijos del Altísimo y coherederos del Reino del Cielo, porque Dios dejaría de ayudaros en vuestra misión.

Dios es Amor. Todos sus actos han sido actos de amor. Desde la Creación hasta la Encarnación, desde ésta hasta la Redención. Y desde ésta, hasta la fundación de la Iglesia y hasta la Jerusalén celestial, que recogerá a todos los justos para que exulten en el Señor. Te digo a ti estas cosas porque eres el Apóstol del amor y las puedes comprender mejor que los otros…

Juan la interrumpe diciendo:

–           También los otros aman y se aman».

–           Sí. Pero tú eres el Amante por excelencia. Cada uno de vosotros tuvo siempre una característica especial, como la tienen todas las criaturas. Tú entre los doce, fuiste siempre el amor, el puro y sobrenatural amor. Y ciertamente por ser tan puro amas tanto. ¿Y Pedro? Pedro fue siempre el hombre, el hombre auténtico e impetuoso. Su hermano Andrés, tuvo todo el silencio y timidez que el otro no tenía. Santiago tu hermano, impulsivo; tanto que Jesús lo llamó hijo del trueno. El otro Santiago primo hermano de Jesús, justo y heroico. Judas de Alfeo su hermano, noble y leal siempre; la descendencia de David era evidente en él. Felipe y Bartolomé eran los tradicionalistas. Simón Zelote, el prudente. Tomás, el pacífico. Mateo, el hombre humilde que teniendo presente su pasado, trataba de pasar inadvertido.

Y Judas de Keriot ¡ay!, la oveja negra del rebaño de Cristo, la serpiente que recibió el calor de su amor, fue siempre el satánico embustero. Pero tú, todo tú amor, puedes comprender mejor y ser voz de amor para todos los otros; para los lejanos, para transmitirles este último consejo mío. Les dirás que se amen y que amen a todos, incluso a sus perseguidores, para ser una sola cosa con Dios, como yo lo fui, hasta el punto de merecer ser elegida esposa del Amor eterno para concebir a Cristo. Yo me he entregado a Dios sin medida, aun comprendiendo desde el primer momento cuánto dolor me vendría por ello. Los profetas estaban presentes en mi mente y sus palabras la luz divina me las hacía clarísimas.

Por tanto, desde mi primer “Fiat” al Ángel, supe que me consagraba al mayor de los dolores que madre alguna pudiera padecer. Pero nada puso límite a mi amor. Porque yo sé que el amor es  para cualquiera que lo use; fuerza, luz, imán que atrae hacia arriba, fuego que purifica y hace hermoso todo lo que enciende y transforma y transhumana a todos los que ciñe en su abrazo.

Sí, el amor es realmente llama que destruyendo todo lo caduco, hace del hombre;  aunque se trate de un desecho, un detrito, una escoria de hombre,  un espíritu purificado y digno del Cielo. ¡Cuántos desechos, cuántos hombres manchados, corroídos, acabados, encontraréis en vuestro camino de evangelizadores! No despreciéis a ninguno de ellos. Antes al contrario amadlos, para que nazcan al amor y se salven. Infundid en ellos la caridad. Muchas veces el hombre se hace malo porque nadie lo amó nunca o lo amó mal. Vosotros amadlos para que el Espíritu Santo vaya de nuevo a vivir después de la purificación; en esos templos vaciados y ensuciados por muchas cosas.

Dios, para crear al hombre no tomó un ángel, ni materia selecta; tomó barro, la materia más abyecta. Luego infundiendo en ella su soplo; su amor, elevó la materia abyecta al excelso grado de hijo adoptivo de Dios. Mi Hijo en su camino, encontró muchos seres humanos caídos en el fango y que eran verdaderos despojos. No los pisó con desprecio. A1 contrario, con amor los recogió y acogió y los transformó en elegidos del Cielo. Recordad esto siempre. Y actuad como Él actuó. Recordad todo, hechos y palabras de mi Hijo. Recordad sus dulces parábolas, ponedlas en práctica y escribidlas para que tengan constancia de ellas los que vengan después hasta el final de los siglos; para que sean siempre guía de los hombres de buena voluntad para que consigan la vida y gloria eternas. No podréis repetir todas las luminosas palabras de la eterna Palabra de Vida y Verdad; pero escribid cuantas más podáis escribir.

El Espíritu de Dios, que descendió sobre mí para que diera al Salvador al mundo y que descendió también sobre vosotros en dos ocasiones, os ayudará a recordar y a hablar a las gentes de forma que las convirtáis al verdadero Dios. Continuaréis así la maternidad espiritual que empecé yo en el Calvario para dar muchos hijos al Señor. Y el propio Espíritu, hablando en los hijos del Señor de nuevo creados, los fortalecerá de tal manera, que para ellos será dulce el morir entre tormentos; padecer el destierro y la persecución, con tal de confesar su amor a Cristo y unirse a Él en el Cielo, como ya hicieron Esteban, Santiago y otros más… Cuando estés solo, salva esta arca…

Juan palidece y se turba. Más desencajado desde que María dijo  que siente cumplida su misión.

La interrumpe exclamando y preguntando:

–           ¡Madre! ¿Por qué dices esto? ¿Te sientes mal?

–           No.

–           ¿Entonces es que quieres dejarme?

–           No. Estaré contigo mientras esté en la Tierra. Pero prepárate, Juan mío, a estar solo.

–           ¡Pero, entonces es que te sientes mal y quieres ocultármelo!…

–           No, créeme. Nunca me he sentido con tantas fuerzas, con tanta paz, con tanta alegría, como ahora. Tengo dentro de mí un gozo tal, una tan gran plenitud de vida sobrenatural, que… Sí, que pienso que no podré soportarla siguiendo viva. Además, no soy eterna. Debes comprenderlo. Eterno es mi espíritu; la carne, no y está sujeta como todo cuerpo humano, a la muerte.

–           ¡No! ¡No! No digas eso. ¡Tú no puedes, no debes, morir! ¡Tu cuerpo inmaculado no puede morir como el de los pecadores!

–           Estás en un error, Juan. ¡Mi Hijo murió! Yo también moriré. No conoceré la enfermedad, la agonía, el angustioso sufrimiento de la muerte. Pero morir, moriré. Y has de saber hijo mío, que tengo un deseo mío total desde que Él me dejó, es la primera vez que prevalece, la primera voluntad mía. Todas las otras cosas de mi vida no fueron sino consentimiento de mi voluntad a la Voluntad divina. Voluntad de Dios, puesta por Él mismo en mi corazón de niña, fue el querer ser virgen; voluntad suya, mi boda con José; voluntad suya, mi Maternidad virginal y divina. Todo en mi vida ha sido voluntad de Dios y obediencia mía a su voluntad. Pero ésta, la voluntad de querer unirme de nuevo a Jesús, es voluntad del todo mía. ¡Dejar la Tierra por el Cielo, para estar con Él eterna y continuamente! ¡Mi deseo de hace ya muchos años! Y ahora siento que ya se va a hacer realidad. ¡No te turbes de esa manera, Juan! Escucha, mis últimos deseos. Cuando mi cuerpo, ausente ya de él el espíritu vital, yazca en paz, no me sometas a los embalsamamientos habituales entre los hebreos. Ya no soy la hebrea, sino la cristiana, la primera cristiana, porque fui la primera que tuvo a Cristo, Carne y Sangre en mí, porque fui su primera discípula, porque fui con Él Corredentora y continuadora suya aquí entre vosotros, siervos suyos.

Ningún ser humano, excepto mi padre y mi madre y los que asistieron a mi nacimiento, vio mi cuerpo. Tú a menudo me llamas: “Arca verdadera que contuvo a la Palabra divina”. Ahora bien, tú sabes que sólo el Sumo Sacerdote puede ver el Arca. Tú eres sacerdote y mucho más santo y puro que el Pontífice del Templo. Pero yo quiero que sólo el eterno Pontífice pueda ver en su debido momento, mi cuerpo. Por eso, no me toques. Además… ya ves que me he purificado y me he puesto la túnica pura, el vestido de los esponsales eternos… Pero, ¿Por qué lloras, Juan?

–           Porque la tempestad del dolor se desencadena dentro de mí. ¡Me doy cuenta de que voy a perderte pronto! ¿Cómo podré vivir sin ti? ¡Siento desgarrárseme el corazón ante este pensamiento! ¡No resistiré este dolor!

–           Resistirás. Dios te ayudará a vivir y mucho tiempo, como me ayudó a mí. Porque si Él no me hubiera ayudado en el Gólgota y en el Monte de los Olivos, cuando Jesús murió y cuando Jesús ascendió al Cielo habría muerto, como murió Isaac. Te ayudará a vivir y a recordar todo lo que te he dicho antes, para el bien de todos.

–           ¡Oh, lo recordaré todo! Y haré todo lo que deseas y lo que has dicho respecto a tu cuerpo. Yo también comprendo que los ritos hebreos para ti ya no sirven. Para ti cristiana, para ti  la Purísima que estoy seguro de ello, no conocerá en su carne la corrupción. No puede tu cuerpo, deificado como ningún otro cuerpo de mortal, por no haber tenido Pecado original y porque además de la plenitud de la Gracia contuviste en ti a la Gracia misma: al Verbo; por lo cual tú eres la más verdadera reliquia suya,  conocer la descomposición, la podredumbre de toda carne mortal. Será éste el último milagro de Dios a ti, en ti. Serás conservada cómo eres ahora…

–           ¡No sigas llorando! – exclama María mirando a la cara desencajada, enteramente bañada en lágrimas, del apóstol. Y añade- Si voy a conservarme como soy ahora, no me perderás. ¡Así que no te angusties!

–           Te perderé de todas formas, aunque permanezcas incorrupta. Y me siento como atrapado por un huracán de dolor, un huracán que me quebranta y me abate. Tú eras mi todo, especialmente desde la muerte de mis padres y desde que los otros hermanos de sangre y de misión, están lejos, incluido el queridísimo Margziam al que Pedro ha tomado consigo. ¡Ahora me quedaré solo y en medio de la más fuerte tempestad! – y Juan cae a sus pies, llorando aún más fuertemente.

María se inclina hacia él, le pone una mano sobre la cabeza, que se mueve por los sollozos y le dice:

–          No. Así no. ¿Por qué me das dolor? Tan fuerte como fuiste al pie de la Cruz… ¡Y era una escena de horror sin igual, por la intensidad del martirio y por el odio satánico del pueblo! ¡¿Tan fuerte, tan consolador para Él y para mí, en aquel momento… y hoy, en el atardecer de un sábado tan sereno y sosegado y ante mí, que exulto por el inminente gozo que presiento, te turbas de esta manera?! Cálmate. Imita a todo lo que nos rodea, a todo lo que está dentro de mí; es más: únete a ello. Todo es paz. Ten paz tú también. Sólo los olivos rompen, con su leve murmullo  la calma absoluta de esta hora. Pero ¡es tan dulce este susurro, que parece un vuelo de ángeles en torno a la casa! Y quizás están realmente los ángeles, porque siempre los ángeles estuvieron cerca de mí. Uno o muchos, cuando me encontraba en un momento especial de mi vida. Estuvieron en Nazaret cuando el Espíritu de Dios hizo fecundo mi seno virgen. Y estuvieron con José cuando estaba turbado y titubeante, por mi estado y respecto a cómo comportarse conmigo. Y en Belén en dos ocasiones: cuando nació Jesús y cuando tuvimos que huir a Egipto. Y en Egipto, cuando nos dieron la orden de volver a Palestina.

Y a las pías mujeres -si no a mí, fue porque el propio Rey de los ángeles había venido a mí- se les aparecieron ángeles en el amanecer del primer día después del sábado y dieron la orden de decirte a ti y de decirle a Pedro lo que debíais hacer. Ángeles y luz siempre, en los momentos decisivos de mi vida y de la de Jesús. Luz y ardor de amor que descendiendo del trono de Dios a mí su sierva y subiendo de mi corazón a Dios, mi Rey y Señor, nos unían a mí con Dios y a Dios conmigo, para que se cumpliera todo lo que estaba escrito que había de cumplirse.  Y también para crear un velo de luz extendido sobre los secretos de Dios, de forma que Satanás y sus siervos no conocieran antes del tiempo justo, el cumplimiento del misterio sublime de la Encarnación. También en este atardecer siento aunque no los vea, a los ángeles en torno a mí.

Y siento que crece en mí, dentro de mí, la luz. Una irresistible luz, como la que me envolvió cuando concebí al Cristo, cuando 1o di al mundo; luz que viene de un impulso de amor más poderoso que el habitual en mí. Por una potencia de amor similar a ésta, arrebaté antes del tiempo del Cielo al Verbo, para que fuera el Hombre y Redentor. Por una potencia de amor como la que me acomete en este anochecer, espero ser raptada por el Cielo y que el Cielo me lleve al lugar a donde deseo ir con mi espíritu, para cantar eternamente con el pueblo de los santos y los coros de los ángeles, mi imperecedero “Magníficat” a Dios por las grandes cosas que ha hecho en mí, su sierva.

–          No sólo con el espíritu, probablemente. Y a ti te responderá la Tierra, la cual con sus pueblos y naciones te glorificará y te honrará mientras el mundo exista, como bien predijo, aunque veladamente, de ti Tobit, (Tobías 13, 13-18) porque la que verdaderamente ha llevado en sí al Señor eres tú y no el Santo de los Santos. Tú has dado a Dios tú sola, tanto amor cuanto no le han dado todos los Sumos Sacerdotes y todos los otros del Templo en siglos y siglos. Un amor ardiente y purísimo. Por eso, Dios te hará beatísima.

–          Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad. Porque el amor cuando es tan total, que es casi perfecto como el de mi Hijo y Dios todo lo obtiene, incluso lo que para el juicio humano parecería imposible de obtenerse. Recuerda esto, Juan. Y di también esto a tus hermanos: ¡Seréis muy hostigados! Obstáculos de todo tipo os harán temer una derrota, matanzas por parte de los perseguidores, deserción por parte de cristianos de moral… iscariótica deprimirán vuestro espíritu.

No temáis. Amad y no temáis. En la proporción de vuestro modo de amar Dios os ayudará y os hará triunfar sobre todo y sobre todos. Todo obtiene el que se hace serafín. Entonces el alma, esa admirable, eterna esencia que es el mismo soplo de Dios por Él infundido en nosotros, se proyecta poderosamente hacia el Cielo, cae como llama a los pies del divino trono, habla con Dios y es escuchada por Dios y obtiene del Omnipotente lo que desea. Si los hombres supieran amar como ordena la antigua Ley y como amó y enseñó a amar mi Hijo, todo lo obtendrían. Yo amo así. Por eso siento que dejaré de estar en la Tierra, yo por exceso de amor, como Él murió por exceso de dolor. La medida de mi capacidad de amar está colmada. ¡Mi alma y mi carne no pueden ya contenerla! El amor rebosa de ellas, me sumerge y al mismo tiempo me eleva hacia el Cielo, hacia Dios, mi Hijo. Y su voz me dice: “¡Ven! ¡Sal! ¡Sube a nuestro trono y a nuestro trino abrazo!”. ¡La Tierra, todo lo que me rodea, desaparece en la gran luz que del Cielo me viene! ¡Los sonidos quedan cubiertos por esta voz celestial! ¡Ha llegado para mí la hora del abrazo divino, Juan mío!

Juan, que escuchando a María se había calmado un poco aunque permanecía turbado y que en la última parte de sus palabras la miraba extático, casi arrobado también él; palidísimo su rostro como el de María, cuya palidez de todas formas se va lentamente transformando en luz blanquísima, acude a ella para sujetarla mientras exclama:

–           ¡Tu aspecto es como el de Jesús cuando se transfiguró en el Tabor! ¡Tú carne resplandece como luna, tus vestiduras relucen como lastra de diamante colocada frente a una llama blanquísima! ¡Ya no eres humana, Madre! ¡La pesantez y la opacidad de la carne han desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. Él, siendo Dios además de Hombre, podía sostenerse por sí solo en el Tabor, como aquí en el Monte de los Olivos en su Ascensión. Tú no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudo yo a reclinar en tu lecho tu cuerpo rendido y bienaventurado. Descansa.

Y  amorosísimamente, la lleva hasta el modesto lecho sobre el que María se extiende sin quitarse siquiera el manto.

Recogiendo los brazos sobre el pecho, celando sus dulces ojos fúlgidos de amor, con sus párpados, dice a Juan, que está inclinado hacia Ella:

–          Yo estoy en Dios y Dios está en mí. Mientras lo contemplo y siento su abrazo, di los salmos y todas las otras páginas de la Escritura que a mí se aplican especialmente en este momento. El Espíritu de Sabiduría te las indicará. Recita luego la oración de mi Hijo, repíteme las palabras del Arcángel anunciador y las que me dijo Isabel, y mi himno de alabanza… Yo te seguiré con todo lo que de mí tengo todavía en la Tierra…

Juan, luchando contra el llanto que le sube del corazón, esforzándose en dominar la emoción que le turba, con esa bellísima voz suya que con el paso de los años se ha hecho muy semejante a la de Cristo, lo cual observa María con una sonrisa, diciendo:

–          ¡Me parece como si tuviera a mi lado a mi Jesús! – entona el salmo 118 (lo recita casi por entero), luego los tres primeros versículos del 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1. (En la “neo vulgata” se hallan, respectivamente, en: Salmo 119; Salmo 42, 1-3; Salmo 39, 1-8; Salmo 23; Salmo 1; Tobías 13; Eclesiástico 24) Dice luego el Padrenuestro, las palabras de Gabriel e Isabel, el cántico de Tobit, el capítulo 24 del Eclesiástico desde el verso 11 a146; por último, entona el Magníficat.

Pero cuando llega al noveno verso se da cuenta de que María ya no respira, aunque parece que durmiera; tranquila y sonriente, como si no hubiera advertido el cese de la vida.

Juan, con un grito desgarrador se arroja al suelo, contra la orilla del lecho y la llama. No quiere aceptar que Ella ya no puede responderle; que su cuerpo ya no tiene el alma vital. Pero tiene que rendirse ante la evidencia…

inclina hacia su cara, que ha quedado fija en una expresión de gozo sobrenatural y copiosas lágrimas llueven de los ojos de Juan para caer sobre ese rostro delicado, sobre esas manos puras tan dulcemente cruzadas sobre el pecho. Es el único lavacro que recibe el cuerpo de María: el llanto del Apóstol del amor, de su hijo adoptivo por voluntad de Jesús.

Pasado el primer ímpetu de dolor Juan, recordando el deseo de María, recoge los extremos del amplio manto de lino y los del velo y extiende los primeros sobre el cuerpo y los segundos sobre la cabeza. María ahora asemeja a una estatua de cándido mármol extendida sobre la tapa de un sarcófago.

Juan la contempla durante largo tiempo y mirándola, nuevas lágrimas caen de sus ojos. Luego acomoda los muebles, quita algunos y deja la cama; la pequeña mesa, contra la pared, sobre la que deposita el arca que contiene las reliquias; un taburete que coloca entre la puerta que da a la terraza y el lecho donde yace María. Enciende una lamparita, porque ya está anocheciendo. Presuroso baja al Getsemaní para recoger todas las flores que puede encontrar y ramas de olivo ya con olivas formadas. Vuelve a subir al pequeño cuarto y a la luz de la lamparita, coloca las flores y las ramas alrededor del cuerpo de María. Y el cuerpo queda como en el centro de una gran corona.

Mientras realiza esto, habla con María yacente, como si pudiera oírle. Dice (haciendo referencia al Cantar de los Cantares 2, 1-2; Eclesiástico 24, 14-17; Salmo 104, 13-15):

–           Fuiste siempre lirio de los valles, rosa suave, oliva especiosa, vía fructífera, espiga santa. Nos has dado tus perfumes, el óleo de la vida y el Vino de los fuertes y el Pan que preserva de la muerte al espíritu de quienes de él dignamente se nutren. Bien están en torno a ti estas flores, como tú sencillas y puras, como tú adornadas de espinas, como tú pacíficas… Ahora acercamos esta lamparita. Así, junto a tu lecho, para que te vele y me haga compañía mientras te velo, en espera de al menos uno de los milagros que espero, de los milagros por cuyo cumplimiento oro. El primero es que, según su deseo, Pedro y los otros a los que mandaré avisar a través del servidor de Nicodemo, puedan verte todavía una vez. El segundo es que tú; de la misma forma que en todo seguiste la suerte de tu Hijo, como Él te despiertes al tercer día, para no hacer de mí el dos veces huérfano. El tercero es que Dios me dé paz, si no se cumpliera lo que espero que en ti se cumpla, como se cumplió en Lázaro, que no era como tú.

Pero, ¿Y por qué no iba a cumplirse? Regresaron a la vida la hija de Jairo, el joven de Naím, el hijo de Teófilo… Verdad es que, entonces, obró el Maestro… Pero Él está contigo, aunque no en modo visible. Y tú no has muerto por enfermedad, como los resucitados por obra de Cristo. ¿Pero tú realmente has muerto? ¿Has muerto como todo hombre muere? No. Siento que no. Tu espíritu no está ya en ti, en tu cuerpo, y en ese sentido esto tuyo podría llamarse muerte. Pero, por el modo en que tu tránsito ha sucedido, pienso que esto no es sino una transitoria separación de tu alma, sin culpa y llena de gracia, de tu purísimo y virginal cuerpo. ¡Debe ser así! ¡Es así! Cómo y cuándo tendrá lugar de nuevo la unión y la vida volverá a ti, no lo sé. Pero estoy tan seguro de ello, que me quedaré aquí, a tu lado, hasta que Dios con su palabra o con su acción, me muestre la verdad sobre tu destino.

Juan, que ha terminado de colocar todas las cosas, se sienta en el taburete y contempla orando, a María yacente.

¿Cuántos días han pasado? Es difícil establecerlo con seguridad. A juzgar por las flores que forman una corona alrededor del cuerpo exánime, debería decirse que han pasado pocas horas. Pero si se juzga por las ramas de olivo sobre las cuales están las flores frescas, ramas con hojas ya lacias, y por las otras flores mustias puestas -cada una de ellas como una reliquia- sobre la tapa del arca, se debe concluir que ya han pasado algunos días.

Pero el cuerpo de María presenta el aspecto que tenía instantes después de haber expirado. Ninguna señal de muerte hay en su cara, ni en sus pequeñas manos. Ningún olor desagradable hay en la habitación; es más, aletea en ella un perfume indefinible, que huele a mezcla de incienso, lirios, rosas, muguetes y hierbas montañas. Juan, con la espalda apoyada en la pared, junto a la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la lámpara, colocada en el suelo, lo ilumina de abajo hacia arriba y permite ver su rostro cansado, palidísimo, excepto en torno a los ojos, enrojecidos por el llanto.

Al rayar el alba de repente, una gran luz llena la habitación, una luz argéntea con tonalidades azules, casi fosfórica y aumenta sin cesar, anulando la del alba y la de la lamparita. Una luz igual que la que inundó la gruta de Belén en el momento de la Natividad divina. Luego, en esta luz paradisíaca, se hacen visibles criaturas angélicas (luz aún más espléndida en la luz, ya de por sí poderosísima, que ha aparecido antes). Como ya sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores, una danza de centellas de todos los colores surge de sus alas dulcemente agitadas, de las cuales procede un armónico susurro ornado de arpegios, dulcísimo.

Las criaturas angélicas se disponen en corona en torno al lecho, se inclinan hacia él, levantan el cuerpo inmóvil y, con un batir más fuerte de sus alas -que aumenta el sonido que antes existía-, por una abertura que se ha creado prodigiosamente en el techo (como prodigiosamente se abrió el Sepulcro de Jesús), se van, llevándose consigo el cuerpo santísimo de su Reina, pero aún no glorificado y por tanto, sujeto a las leyes de la materia, sujeción que no tuvo Cristo porque cuando resucitó de la muerte ya estaba glorificado. El sonido producido por las alas angélicas aumenta y ahora es potente como sonido de órgano.

Juan,  se despierta totalmente por ese sonido potente y por una fuerte corriente de aire que, descendiendo del techo destapado y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que agita las cubiertas del lecho ya vacío y las vestiduras de Juan, y que apaga la lámpara y cierra, con un fuerte golpe, la puerta abierta.

El apóstol mira a su alrededor, todavía soñoliento, para percatarse de lo que está sucediendo. Se da cuenta de que el lecho está vacío y el techo está descubierto. Intuye que ha tenido lugar un prodigio. Sale corriendo a la terraza y levanta la cabeza protegiendo sus ojos con la mano para mirar sin el obstáculo del naciente Sol.

Y ve… Ve el cuerpo de María todavía inerte e igual en todo al de una persona que duerme. Lo ve subir cada vez más alto, sostenido por la multitud angélica. Como dirigiendo un último saludo, un extremo del manto y del velo se mueven, por la acción del viento producido por la rápida asunción y por el movimiento de las alas angélicas y unas flores que se habían quedado entre los pliegues de las vestiduras, llueven sobre la terraza y la tierra del Getsemaní, mientras el potente himno de alabanza de la multitud angélica se va haciendo cada vez más lejano y por tanto, más leve.

Juan sigue mirando fijamente a ese cuerpo que sube hacia el Cielo y por un prodigio que Dios le concede, para consolarlo por su amor a su Madre adoptiva, ve con claridad que María envuelta ahora por los rayos del Sol, que ya ha salido, sale del éxtasis que le ha separado el alma del cuerpo, vuelve a la vida y se pone en pie (porque ahora Ella también goza de los dones propios de los cuerpos glorificados).

Juan mira, mira… el milagro que Dios le concede ver a María como es ahora mientras sube en rapto hacia el Cielo, rodeada por los ángeles que entonan cantos de júbilo. Y Juan se ve raptado por esa visión de hermosura que ninguna pluma usada por mano humana, ninguna palabra humana ni obra alguna de artista podrán jamás describir o reproducir, porque es de una belleza indescriptible.

Juan, permanece apoyado en el antepecho de la terraza, sigue mirando que sube cada vez más. Y un último, supremo prodigio concede Dios-Amor a este perfecto amante suyo: el de ver el encuentro de la Madre Santísima con su Santísimo Hijo, quien desciende rápido del Cielo llega junto a su Madre, la abraza contra su corazón y  juntos, más refulgentes que dos astros mayores, con Ella regresa al lugar de donde ha venido.

La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su rostro cansado están presentes el dolor por la pérdida de María y el júbilo por su glorioso destino. Pero ahora ya el júbilo supera al dolor.

Dice:

–           ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias! Presentía que habría sucedido esto. Y quería estar en vela para no perder ningún episodio de su Asunción. ¡Pero llevaba ya tres días sin dormir! El sueño, el cansancio, unidos al dolor, me han abatido y vencido en el momento en que era inminente la Asunción… Pero quizás Tú mismo lo has querido, oh Dios, para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado… Sí, sin duda, Tú lo has querido así, de la misma forma que ahora has querido que viera lo que sin un milagro tuyo no habría podido ver. Me has concedido verla otra vez, aun estando ya muy lejana, ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí. ¡Y ver de nuevo a Jesús! ¡Oh, visión beatísima, inesperada, insuperable! ¡Oh, don de los dones de Jesús-Dios a su Juan! ¡Gracia suprema! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verlo a Él junto a su Madre! ¡Él semejante a un Sol y Ella a una Luna, esplendidísimos ambos por su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y eternamente! ¿Qué será el Paraíso, ahora que vosotros resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial?

De los tres milagros que había pedido a Dios, dos se han cumplido. He visto volver la vida a María y siento que vuelve a mí la paz. Todas mis angustias cesan, porque os he visto unidos de nuevo en la gloria. Gracias por ello, oh Dios. Y gracias por haberme dado la forma de ver en una criatura humana, cuál es el destino de los santos, cual será después del último juicio y la resurrección de los cuerpos y su nueva unión, su fusión con el espíritu subido al Cielo a la hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer. Porque siempre he creído firmemente en todas las palabras del Maestro. Pero muchos dudarán de que, después de siglos y milenios, la carne, convertida en polvo, pueda volver a ser cuerpo vivo. A éstos les podré decir, jurando por las cosas más excelsas, que no sólo Cristo volvió a la vida, por su propio poder divino, sino que también la Madre suya, tres días después de la muerte, si tal muerte puede llamarse muerte, reemprendió vida y con la carne unida de nuevo al alma, tomó su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo. Podré decir: “Creed, cristianos todos, en la resurrección de la carne al final de los siglos y en la vida eterna del alma y de los cuerpos, vida bienaventurada para los santos y horrenda para los culpables impenitentes.

 

 Creed y vivid como santos, de la misma forma que como santos vivieron Jesús y María, para alcanzar su mismo destino. Yo vi a sus cuerpos subir al Cielo. Os lo puedo testificar. Vivid como justos para poder un día estar en el nuevo mundo eterno, en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y junto a María, Estrella de todas las estrellas”. ¡Gracias otra vez, oh Dios! Y ahora recojamos todo lo que queda de Ella. Las flores que han caído de sus vestiduras, las ramas de olivo que han quedado en su lecho, y conservémoslo. Servirán… sí, servirán para ayudar y consolar a mis hermanos, en vano esperados. Antes o después los encontraré…

Recoge incluso los pétalos de las flores que se han deshojado al caer. Y con las flores y pétalos en un extremo de su túnica, entra en la habitación. Cierra el arca y se sienta en el taburete. Exclama:

-¡Ahora todo está cumplido también para mí! ¡Ahora puedo marcharme, libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca! ¡Ir y sembrar la divina Palabra que el Maestro me ha dado para que yo se la dé a los hombres! Enseñar el Amor…

Oración.

Amado Padre Celestial. Por tu infinita misericordia, te suplicamos ¡Oh, Señor Altísimo! Que al momento que nos llames a tu Presencia, no lleguemos a TI solamente con la carga de nuestras miserias y pecados. Haz posible que en ese hermoso y a la vez tremendo momento, podamos decirte con sinceridad: “Padre yo sé que lo que hice no estuvo perfecto. Pero TU sabes que lo hice lo mejor que pude.” Y mostrarte aunque sea unas cuantas florecillas, pero con todo el amor del que fuera capaz nuestro pobre corazón. Al penetrar en tu Justicia, tu Bondad infinita vea nuestra pequeñez y no nos arroje lejos de Ti… Ayúdanos a vivir cada día como si fuera el último y así estemos listos para tu llamado. Gracias ABBA, seas Bendito y Alabado por los infinitos siglos de los siglos. Amen

PADRE NUESTRO…

DIEZ AVE MARIA…

GLORIA…

INVOCACIÓN DE FATIMA…

CANTO DE ALABANZA…