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187.- AMANDO AL ENEMIGO

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Al día siguiente, cuando cesa la lluvia, en el cielo despejado brilla en lo alto el sol. La tierra recién lavada, está tersa y húmeda; fresca y resplandeciente como el firmamento. Todo parece cantar en esta serena mañana de Abril.

Jesús pasea lentamente por los senderos más alejados del jardín. Sólo los jardineros miran el solitario paseo, en las primeras horas matinales. Pero nadie lo perturba y más bien se alejan en silencio para dejarlo en paz.

Es sábado, día de descanso. Los jardineros no trabajan, pero por costumbre, salieron a ver sus plantas, sus colmenas y sus flores. Poco a poco el jardín se anima. Primero son los siervos, los que salen de la casa. Luego los apóstoles, los discípulos y finalmente Lázaro. Jesús se les acerca y los saluda.

Mientras sacude de su cabeza las gotitas de agua, Lázaro pregunta:

–                       ¿Desde cuándo estás aquí, Maestro?

Jesús contesta:

Desde el amanecer. Tus pajarillos me invitaron a alabar a Dios. Vine a contemplarlo en las bellezas de la Creación y a honrarlo. A orar con un corazón contento. Es hermosa la tierra y a estas primeras horas del día, en un día como éste; parece tan fresca como lo fue, en las primeras horas de su existencia.

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Pedro dice:

–                       Realmente es tiempo de Pascua.

Andrés agrega:

–                       Estoy feliz de estar aquí. Hoy es sábado y no vendrá nadie. Ningún extraño entre nosotros.

Lázaro contesta:

–                       Te equivocas. Hay un huésped y es pequeño. Todavía está durmiendo, Maestro. La cama mullida y el estómago lleno, lo han hecho dormir bien. Pasé a verlo. Noemí cuida de él.

Varias voces preguntan al mismo tiempo:

–                       ¿Quién es?

–                       ¿Cuándo vino?

–                        ¿Quién lo trajo?

Lázaro responde:

–                       Es un pobre niño. Su aflicción lo arrastró hasta aquí. Estaba en el cancel y el Maestro lo recogió.

–                       No sabíamos nada. ¿Por qué?…

Jesús contesta con una expresión que oculta un pensamiento profundo:

–                       Porque tiene necesidad de que no se lo moleste. Y en casa de Lázaro se sabe guardar el secreto.

Los siervos traen el desayuno: leche, pan, mantequilla y miel.

Jesús ofrece y bendice los alimentos. Y todos se reúnen a su alrededor.

La cortina que separa la terraza se abre y Noemí corre a postrarse a los pies de Jesús diciendo:

–                       ¡El niño está curado! ¡Ya no está deforme! Lo curaste en la noche… Se despertó y yo preparé el baño para lavarlo, antes de ponerle la túnica y el vestido que le hice de uno de Lázaro. Pero cuando lo llamé y se levantó, vi que su cuerpecito ya no estaba contrahecho como ayer. Yo grité. Acudieron Sara y Marcela y las dejé con él, para venir a decírtelo.

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La curiosidad se apodera de todos.

Jesús les hace señal de que se callen y ordena a Noemí:

–                       Vuelve a dónde está el niño. Lávalo, vístelo y luego me lo traes aquí.   –se vuelve a todos los demás y agrega-  La verdadera justicia no comete venganzas, ni hace distinciones.

El Hijo del Hombre no ignora el Odio que le guardan sus enemigos. Ni su pensamiento, ni su voluntad capaz de las acciones más horrendas. Se le reprochan muchas cosas que no son ciertas. Ayer encontró al más infeliz de los niños, hijo de un enemigo suyo. El niño estaba deforme y lisiado. Pedía una gracia extraña: la de morir.

Todos piden al Hijo del hombre honra y alegría; salud y vida. Este pobre niño pidió la muerte, para ya no sufrir más. Ya probó en su cuerpo y en su corazón, toda clase de dolor. Porque quién lo engendró y que me odia sin motivo alguno, también lo odia. Lo curé para que no sufriera más y para que a través de la salud física, le llegue la salud al espíritu. Su alma está enferma. El odio de su padre, las burlas de los demás, le han herido profundamente y le han despojado de amor. Sólo quedó la Fe en el Cielo y en el Hijo del Hombre; al que le pidió que lo hiciera morir. Vedlo… Ahí viene. Ahora lo oiréis hablar.

El niño bañado y limpio, con su vestido de lana blanca que Noemí le cosió rápida por la noche, viene de la mano de la anciana. Es pequeño, pero ya no está jorobado, ni derrengado. Se ve un poco más alto que ayer. Su carita marchita por el dolor, le ha dado un aire de madurez. Pero ya no está deforme. Sus pies descalzos caminan seguros por el suelo y ya no tropieza, ni se cae, como ayer.  Y su cuello flaco parece más largo.

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Judas de Keriot exclama:

–                       ¡Pero si es el hijo de Annás de Nahúm! ¡Qué milagro tan desperdiciado! ¿Crees que con él vas a hacerte amigos a su padre y a Nahúm? Te odiarán más… Porque lo único que querían, era que se muriera…  Es el fruto de un matrimonio infeliz…

Jesús contesta:

–                       No obro milagros para hacerme amigos; sino por piedad y para honrar a mi Padre. No hago distinciones, ni me pongo a hacer cálculos. Nunca lo hago cuando me inclino piadoso sobre una miseria humana. No me vengo de quién me persigue…

–                       Nahúm lo interpretará como una venganza…

–                       No sabía nada de este niño. Todavía no sé su nombre…

–                       Lo llaman Matusalén por desprecio.

Con un destello de ira en sus bellos ojos castaños, el niño replica:

–                       Mi madre me llamaba Shalem. Ella me quería mucho. No era mala cómo eres tú y como son los que me odian.

Ha hablado con esa ira que brilla en los hombres o en los animales que han sido oprimidos y maltratados por largo tiempo.

Jesús lo llama:

–                       Ven Shalem. Aquí conmigo. ¿Estás contento de estar sano?

Shalem contesta:

–                       Sí. Pero hubiera preferido morir. Nadie me amará. Si todavía viviese mi madre… ¡Qué bello sería! Pero así… ¡Siempre infeliz!

Zelote dice:

–                       Tiene razón. Ayer lo encontramos. Nos preguntó si estabas en Bethania en casa de Lázaro. Quisimos darle una limosna porque pensamos que era un mendigo, pero no la aceptó. Estaba al borde de un campo…

Judas de Keriot se admira:

–                       ¿Ni siquiera tú lo conociste?

–                       Más extraño es que tú conozcas todas estas cosas. ¿Olvidas que fui de los perseguidos y que luego estuve entre los leprosos, hasta que vine con el Maestro?

–                       ¿Y tú olvidas que soy amigo de Nahúm, que es el de las confianzas de Annás? Jamás lo he ocultado.

Bartolomé interviene:

–                       ¡Bueno, bueno! esto no tiene importancia. Lo importante es saber que vamos a hacer ahora con este niño. La verdad es que su padre no lo quiere; pero no por eso ha perdido sus derechos sobre él. No podemos quitarle al hijo, sin decírselo. Hay que ser prudentes y no herirlos; ya que ahora parecen estar mejor dispuestos hacia nosotros.

Judas suelta una carcajada sarcástica. Pero no dice nada.

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Jesús, que tiene entre sus rodillas al pequeño, dice lentamente:

–                       Me enfrentaré con Nahúm. No va a odiarme más de lo que ya lo hace. Su odio ha llegado al colmo.

Analía dice:

–                       Si me quedara, me habría gustado tomarlo conmigo. Soy joven, pero tengo corazón de madre.

Las mujeres le preguntan:

–                       ¿Te vas a ir?

–                       ¿Cuándo?

Analía contesta:

–                       Pronto.

–                       ¿Para siempre?

–                       ¿A dónde?

–                       ¿Fuera de Judea?

–                       Sí. Lejos. Muy lejos. Para siempre. Y me siento muy feliz.

Martha dice:

–                       Si el padre lo cede… Otros podrán hacer lo que tú no.

Judas de Keriot promete:

–                       Si queréis, yo lo diré a Nahúm. Puede más que el verdadero padre. Mañana se lo diré…

Andrés dice:

–                       Si no fuera sábado, iría a ver a aquel Yosía, a cuyo cuidado estaba.

Mateo  pregunta:

–                       ¿Para ver si están afligidos por haberlo perdido?

Maximino murmura  entre dientes:

–                       Se preocuparían más si pierden una de las ovejas.

El niño no habla. Entre las rodillas de Jesús mira atentamente las caras de los que lo ven, con esa perspicacia que tienen frecuentemente los seres enfermizos y que han vivido en el dolor. Parece como si escrutase más los corazones que las caras.

Pedro le pregunta:

–                       ¿Qué piensas de nosotros?

El niño le pone su manita en la suya y le responde:

–                       Tú eres buenos. Todos sois buenos.  Pero hubiera preferido que nadie me conociera… Tengo miedo. –dice mirando a Judas de Keriot.

Judas responde:

–                       De mí, ¿No es verdad? ¿Tienes miedo de que hable con tu padre? Pero tendré que hacerlo, si debo pedirle que te deje con nosotros. Pero no pedirá tu custodia.

–                       Lo sé. Mejor quisiera estar lejos… En el país de mi madre. Hay un mar azul entre los verdes montes, donde hay abejas que hacen miel.

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No he comido miel desde que murió mi mamá y viví con Yosía. Los demás niños si la comían. Pero yo no. ¡Siempre la ponían fuera de mi alcance y tengo muchas ganas de comer miel!

Martha dice conmovida:

–                       ¡Pobre hijo!  ¡Te voy a traer toda la que quieras!…

Pedro pregunta:

–                       ¿De dónde era tu madre?

Iscariote explica:

–                       Tenía casas y posesiones cerca de Sefet. Era huérfana y heredera. Ya tenía su edad. Era fea y un poco malhecha; pero demasiado rica. El viejo Sadoc fue el padrino de bodas en el matrimonio que celebraron ella y  el hijo consentido de Annás.

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Fue un indigno contrato de mercado. Todo fue calculado y no hubo nada de amor. Después vendió todas las posesiones de su mujer y dijo que acabó todo en especulaciones que no tuvieron éxito. Pero yo no creo que hay sucedido así; porque posee hermosas tierras del otro lado del Jordán, que antes no tenía.

Luego, después de algunos años de matrimonio. La mujer que ya estaba declinando, dio a luz a este niño. Esto le sirvió de pretexto para que la arrojasen y para casarse con otra, de la llanura de Sarón: una mujer joven, rica y hermosa.

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La divorciada se refugió cerca del viejo administrador y murió allí. No sé por qué no se quedaron con el niño. Su padre lo tenía por muerto.

Shalem responde:

–                       Porque Juan y María se murieron y los hijos se fueron a otra parte como siervos. Y nadie me quiso porque yo no era su hijo y no podía trabajar. Los hijos de Juan son buenos y cuando vienen a las fiestas me traen cosas; pero Yosía me las quita para dárselas a sus hijos.

Judas le replica:

–                       Pero no te quieren.

–                       Ahora me querrán. ¡Ellos son siervos!

Bartolomé pregunta haciéndolo reflexionar:

–                       ¿Pero si te escapaste de la casa de Yosía, cómo te van a encontrar?

El niño comprende. Piensa… y responde precavido:

–                       ¡Es verdad! ¡No había pensado en ello!…

–                       Regresa. En éstos días te verán.

El niño grita furioso:

–                       ¿Allá? ¡No! Yo no volveré. No quiero. ¡Mejor me mato!

Luego se deja caer llorando sobre las rodillas de Jesús.

Y diciendo:

–                       ¿Por qué no me hiciste morir?

Martha llega con un vaso de miel  y se queda sorprendida al ver este cuadro.

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Bartolomé se excusa por haber sido el causante:

–                       Creí darle un buen consejo. Bueno para todos. Para él, para Ti Maestro. Para Lázaro. Ninguno de nosotros necesitamos más odio.

Pedro concluye:

–                       ¡Cierto! ¡Es una verdadera dificultad!  -y lanza un silbido que es la señal de su estado de ánimo, ante problemas difíciles de resolver.

Mientras todos discuten posibles soluciones, porque es prudente que no recaiga sobre Lázaro más odio del que se ha acumulado por su amistad con Jesús. Y alguien sugiere no decir nada a nadie y hacer desaparecer al niño, dándolo a algún discípulo seguro.

Judas de Keriot no habla y juguetea con los flecos de su vestido.

Jesús tampoco habla. Acaricia al niño y lo calma. Le levanta la carita  y le pone las manos en el vaso con miel…

Shalem es un niño. Un pobre niño de diez años que ha sufrido mucho; pero que no por eso ha dejado de serlo. Aun cuando el dolor lo ha madurado, delante del tarro de miel sus lágrimas cesan y pone cara de extático. Levanta sus grandes e inteligentes ojos castaños, lo único hermoso que tiene Y mira a Jesús… luego a Martha y…

Shalem pregunta:

–                       ¿Cuánta puedo tomar? ¿Una o dos cucharadas?…   –Y señala la redonda cuchara de plata que mete lentamente en la miel.

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Martha lo acaricia y le dice:

–                       Toda la que quieras. Lo que te sobre lo guardas para mañana. ¡Es tuya!

–                       ¿Toda mía?  ¡Oh! ¡Jamás había tenido tanta miel!   -y aprieta con reverencia el vaso, como si fuera un tesoro.

Luego piensa y comprende que más precioso que el vaso, es el amor que se lo dio. Lo pone sobre las rodillas de Jesús y levanta sus brazos, para asirse al cuello de Martha que se inclina y la besa. Es todo lo que puede hacer para mostrar su agradecimiento. Todo lo que puede dar él; el abandonado…

Los demás dejan de hacer planes y miran la escena…

Pedro dice:

–                       Éste es todavía más infeliz que Marziam, porque él al menos tenía el amor de su abuelo y de los otros campesinos. Verdaderamente siempre hay dolores mayores que los que considerábamos grandísimos.

Bartolomé dice pensativo:

–                       Sí. Todavía no se ha llegado a sondear el Abismo del dolor humano. Quién sabe cuántos secretos nos oculta todavía y hasta dónde llegará, en los siglos que están por venir.

Judas grita con una sonrisa irónica:

–                       ¡Entonces tú no tienes Fe en la Buena Nueva! ¿No crees que Ella cambiará al Mundo? Lo dijeron los profetas y el Maestro lo repite. ¡Eres un incrédulo, Bartolomé!

Zelote le contesta:

–                       ¡No veo dónde está la incredulidad de Bartolomé! La Doctrina del Maestro, consolará todas las desventuras. Amansará la ferocidad de las costumbres y las prácticas; pero no eliminará el dolor…

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Lo hará soportable con sus promesas divinas, de una alegría futura. Para que el dolor sea abolido se necesitaría, que todos tuviesen el corazón que tiene Jesús. Además de que siempre habrá enfermedades, muertes, cataclismos naturales y…

Iscariote interrumpe:

–                       Así es como debe suceder. ¿De otro modo de qué sirve que haya venido el Mesías a la tierra?

Zelote responde:

–                       Así debería ser. Pero dime Judas, ¿Acaso ha sucedido entre nosotros? Somos  Doce y por tres años hemos vivido con Él. Hemos absorbido su doctrina, como el aire que respiramos. ¿Y qué? ¿Somos los Doce unos santos? ¿Qué cosa hacemos distinta de la que hacen los justos de nuestra patria? Un poco bien un poco mal. Pero sin renovarnos completamente. Casi puedo decirte que muchos de los que siguen a Jesús, nos superan a nosotros los apóstoles…

¿Pretenderíais que todos tuviesen el Corazón que tiene Él; si nosotros los apóstoles no lo poseemos?  Nos hemos mejorado un poco… Al menos así lo espero, porque el hombre difícilmente se conoce y conoce al hermano que vive a su lado. El velo de la carne es demasiado opaco y grueso. Y el hombre se cuida de que solo se le conozca superficialmente.

Cuando nos examinamos, porque no queremos conocernos para que no sufra nuestro orgullo o para que no nos veamos obligados a modificar nuestra  conducta. Cuando examinamos a los demás; porque nuestro orgullo de examinadores, nos hace ser jueces injustos. Y el orgullo del examinado cierra como una ostra todo su interior…

Tadeo lo alaba:

–                       ¡Bien dicho, Simón! ¡Verdaderamente has hablado como un sabio!

Los demás le hacen coro.

Judas replica:

–                       Entonces, ¿Para qué ha venido si nada debe cambiarse?

Jesús toma la palabra:

–                       Se cambiará mucho. No todo. Porque contra mi Doctrina habrá en lo futuro, lo que ahora ya  existe: el Odio de los que no aman la luz. Porque contra la fuerza de mis seguidores, se yerguerá la de los de Satanás.

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¡Cuántos! ¡De cuántas formas! Muchas herejías y siempre nuevas, se opondrán a mi Doctrina Inmutable, porque es Perfecta. ¡Cuánto Dolor proporcionarán!… No conocéis lo futuro. Os parece que es mucho el Dolor que hay en el Mundo ahora. Pero el que sabe, ve los horrores que no comprenderíais, aunque os lo explicase…

¡Ay de todos si Yo no hubiese venido! Vine a dar a los que vendrán, leyes que frenen los instintos en los mejores. Y a dar una promesa de futura paz. ¡Ay del hombre si Yo no hubiese venido a proporcionarle elementos espirituales propios para mantenerlo “vivo”  en su espíritu! Para que esté seguro de un premio…

Si no hubiera venido, la Tierra con el transcurso de los siglos, se hubiera convertido en un infierno y la raza humana se hubiera despedazado. Y habrían perecido maldiciendo al Creador.

Judas replica:

–                       El Altísimo ha prometido que no enviará más castigos universales, como el Diluvio. La Promesa de Dios no falla.

Tienes razón. El Altísimo no enviará más flagelos universales como el Diluvio. Pero los hombres se crearán flagelos cada vez más atroces.

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Respecto a los cuales el Diluvio y la lluvia de fuego que destruyó Sodoma y Gomorra, no serán sino castigos misericordiosos. ¡Oh!…

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Jesús se pone de pie, con un gesto compasivo hacia los hombres del futuro.

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Iscariote pregunta:

–                       ¡Está bien! Tú lo sabes… pero mientras tanto, ¿Qué es lo que vamos a hacer con éste?  -y señala al niño que paladea su miel feliz.

–                       A cada día su preocupación. Mañana se sabrá. Preocuparse del mañana es vano, si ni siquiera se sabe si estaremos vivos.

–                       Yo no pienso como Tú. Es necesario saber en dónde estaremos para la Cena Pascual… Y tantas otras cosas. ¿A dónde iremos los siguientes días?

–                       A donde el Padre prepare un refugio para su Verbo.

–                       ¿Crees que quiero saberlo para ir a informar?

–                       Tú lo has dicho. Yo no dije nada. Ven Shalem. Mi Madre sabe de ti, pero todavía no te ha visto. Te voy a llevar con Ella.

Y Jesús se aleja llevándolo de la mano…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA