353 LOS HIJOS DEL TRUENO
353 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús va caminando por una zona muy montañosa.
No son montes altos, pero es un continuo subir y bajar de collados.
Y un fluir de torrentes (alegres en esta estación fresca y nueva;
límpidos como el cielo; niños como las primeras hojas, cada vez más numerosas,
sobre las ramas).
Mas, a pesar de que la estación del año sea tan bella y alegre, que podría aliviar el corazón,
no parece que Jesús esté muy aliviado de espíritu.
Y menos que Él lo están los apóstoles.
Caminan, muy callados, por el fondo de un valle.
Solamente pastores y greyes se presentan ante sus ojos.
Pero Jesús ni tan siquiera da muestras de verlos.
Lo que capta la atención de Jesús es el suspiro desconsolado de Santiago de Zebedeo.
Y sus improvisas palabras, fruto de un pensamiento amargo…
Santiago dice:
– ¡Derrotas y más derrotas!…
Parecemos como malditos…
Jesús le pone la mano en el hombro:
Y dice:
– ¿No sabes que ése es el sino de los mejores?
– ¡Sí, sí!
¡Lo sé desde cuando estoy contigo!
Pero, de vez en cuando sería necesario algo distinto.
Y antes lo teníamos, para confortar el corazón y la Fe…
– ¿Dudas de mí, Santiago?
¡Cuánto dolor tiembla en la voz del Maestro!
– ¡No, no!…
La verdad es que no es muy seguro el “no”.
– Pero dudar, dudas.
¿De qué, entonces?
¿Ya no me amas como antes?
¿Ver que me echan de un lugar, que sencillamente se burlan de Mí;
que no me prestan atención en estos confines fenicios, ha debilitado tu amor?
Hay un llanto tembloroso en las palabras de Jesús…
A pesar de que no haya sollozos ni lágrimas: es verdaderamente su alma la que llora.
Santiago protesta:
– ¡Eso no, Señor mío!
Es más, mi amor a Ti crece a medida que te veo menos comprendido;
menos amado, más postrado, más afligido.
Y, por no verte así, por poder cambiar el corazón a los hombres,
solícito daría mi vida en sacrificio.
Debes creerme.
No me tritures el corazón, ya tan afligido, con la duda de que piensas que no te amo.
Si no… Si no, romperé todos los cánones.
Volveré para atrás y me vengaré de los que te causan dolor,
para demostrarte que te amo, para quitarte esta duda.
Y, si me atrapan y me matan, no me importará lo más mínimo.
Me conformaré con haberte dado una prueba de amor.
– ¡Oh, hijo del trueno!
¿De dónde tanta impetuosidad?
¿Es que quieres ser un rayo exterminador?
Jesús sonríe por la fogosidad y los propósitos de Santiago.
– ¡Al menos, te veo sonreír!
Ya es un fruto de estos propósitos míos. ¿Tú que opinas, Juan?
¿Debemos llevar a cabo mi pensamiento para confortar al Maestro,
abatido por tantas reacciones contrarias?
Juan responde apasionadamente:
– ¡Sí, sí!
Vamos nosotros.
Hablamos de nuevo.
Y si lo vuelven a insultar, llamándolo rey de palabras, rey hazmerreír, rey sin dinero, rey loco;
repartimos palos a diestra y siniestra, para que se den cuenta de que el rey tiene también
un ejército de fieles y que estos fieles no permiten burlas.
La violencia es útil en ciertas cosas.
Le responde Juan está colérico: y no parece él mismo, porque siempre es dulce.
Jesús se mete entre los dos,
los aferra por los brazos para detenerlos,
y dice:
– ¿Pero los estáis oyendo?
¿Y Yo qué he predicado durante tanto tiempo?
¡Sorpresa de las sorpresas!
¡Hasta incluso Juan, mi paloma, se me ha transformado en gavilán!
Miradlo, vosotros, qué feo está, tenebroso, hosco, desfigurado por el odio.
¡Qué vergüenza!
¿Y os asombráis porque unos fenicios reaccionen con indiferencia?
¿Y de que haya hebreos que tengan odio en su corazón?
¿Y de que unos romanos me conminen a marcharme?
¿Cuándo vosotros sois los primeros que no habéis entendido todavía nada?
¿Después de dos años de estar conmigo?
¿Cuándo vosotros os habéis llenado de hiel por el rencor que tenéis en el corazón?
¿Cuando arrojáis de vuestros corazones mi doctrina de amor y perdón?
¿Y la echáis afuera como cosa estúpida?
¿Y acogéis por buena aliada a la violencia?
¡Oh, Padre santo!
¡Esta si que es una derrota!
En vez de ser como gavilanes que se afilan rostro y garfas,
¿No sería mejor que fuerais ángeles que orasen al Padre,
para que confortara a su Hijo?
¿Cuándo se ha visto que un temporal beneficie con sus rayos y granizadas?
Pues bien, para recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, para recuerdo
de cuando vi aflorar en vuestra cara el animal-hombre en vez del hombre-ángel
que quiero ver siempre en vosotros, os voy a apodar “Los hijos del Trueno”.
Jesús está semiserio mientras habla a los dos inflamados hijos de Zebedeo.
Pero el reproche, al ver el arrepentimiento de ellos, pasa.
Y con cara luminosa de amor los estrecha contra su pecho,
diciendo:
– Nunca más, feos de esta forma.
Y gracias por vuestro amor.
Y volviéndose hacia Mateo, Andrés y los dos primos hijos de Alfeo,
agrega:
Y también por el vuestro, amigos.
Venid aquí, que quiero abrazaros también a vosotros.
¿No sabéis que, aunque no tuviera nada más que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre
y vuestro amor, sería siempre feliz, aunque todo el mundo me abofetease?
Estoy triste, mas no por Mí, por mis derrotas, como vosotros las llamáis.
Estoy triste por piedad hacia las almas que rechazan la Vida.
Bien, ahora estamos todos contentos, ¿No es verdad?
niños grandes, que es lo que sois.
Ánimo, entonces.
Id donde esos pastores que están ordeñando el rebaño.
Pedid un poco de leche en nombre de Dios.
Y al ver la mirada desolada de los apóstoles.
añade:
No tengáis miedo.
Obedeced con Fe.
Recibiréis leche y no palos, aunque el hombre sea fenicio.
Y los seis se dirigen hacia el hombre indicado.
Mientras Jesús los espera en el camino.
Y ora, entretanto, este Jesús triste al que ninguno quiere…
Vuelven los apóstoles con un pequeño cubo de leche.
Y dicen:
– Ha dicho el hombre que vayas allí, que tiene que decirte algo.
Y no puede dejar las cabras a los pastorcillos, porque son antojadizas e imprevisibles.
Jesús dice:
– Vamos entonces allí, a comer nuestro pan.
Y suben todos a lo alto de la escarpa, desde donde se asoman, prominentemente,
las caprichosas cabras.
Cuando llegan,
Jesús dice:
– Te agradezco la colodra de leche que me has dado.
¿Qué deseas de Mí?
– Tú eres el Nazareno, ¿Verdad?
– Soy el que predica la Bienaventuranza eterna.
Soy el Camino para ir al Dios verdadero; la Verdad que se da; la Vida que os vivifica.
No soy el hechicero que hace prodigios.
Éstos son las manifestaciones de mi bondad y de vuestra debilidad, que tiene necesidad
de pruebas para creer.
Pero, ¿Qué deseas de mí?
– Mira…
¿Hace dos días estabas en Alejandrocena?
– Sí. ¿Por qué?
– Yo también estaba, con mis cabritillos.
Cuando he comprendido que iba a producirse una riña, he desaparecido,
porque es costumbre suscitarlas para robar lo que hay en los mercados.
Son ladrones todos: los fenicios…
Y también los otros.
No debería decirlo, porque soy de padre prosélito y de madre siria.
Y yo mismo soy prosélito.
Pero es la verdad. Bien.
Volvamos a lo que estaba diciendo.
Me había metido en una caballeriza, con mis animales,
esperando a que llegara el carro de mi hijo.
Al atardecer, al salir de la ciudad, encontré a una mujer que lloraba con una hijita suya
en los brazos.
Había recorrido ochos millas para llegar a Ti, porque está fuera, en los campos.
Le pregunté que qué le sucedía.
Es prosélito. Había venido para vender y comprar.
Había oído hablar de Ti, y le había nacido la esperanza en el corazón.
Había ido corriendo a casa, había tomado en brazos a la niña.
¡Pero con un peso se camina despacio!
Cuando llegó a los almacenes de los hermanos, ya no estabas.
Ellos, los hermanos, le dijeron: “Lo han echado.
Pero ayer por la tarde nos dijo que haría de nuevo un alto en Tiro”.
Yo – también yo soy padre – le dije: “Pues entonces ve a Tiro”.
Pero ella me respondió: “¿Y si, después de todo lo que ha sucedido, pasa por otros caminos
para volver a Galilea?”. Le dije: “Mira. O ese confín o el otro.
Yo pastoreo entre Rohob y Lesemdán,
justamente en el camino que hace de confín entre aquí y Neftalí.
Si lo veo, se lo digo; palabra de prosélito”.
Y te lo he dicho.
– Y que Dios te recompense por ello.
Iré a ver a esa mujer.
– ¿Vas a Akcib?
Entonces podemos ir juntos, si no desdeñas a un pastor.
— No desdeño a nadie.
Por qué vas a Akcib?
– Porque allí tengo los corderos.
A no ser que… ya no los tenga…
– ¿Por qué?
– Porque hay una enfermedad…
No sé si ha sido una hechicería o qué.
Sé que mi lindo rebaño se me ha enfermado.
Por eso he traído aquí las cabras, que están todavía sanas; para separarlas de las ovejas.
Aquí estarán con dos hijos míos.
Ahora están en la ciudad, para hacer las compras.
Vuelvo allá… para ver morir a mis lindas ovejas lanosas…
El hombre suspira…
Mira a Jesús y se disculpa:
– Hablarte a Ti, siendo quien Eres, de estas cosas.
Y afligirte, estando ya afligido de cómo te tratan, es una necedad.
Pero las ovejas son afecto y dinero, ¿Sabes?,
Para nosotros…
– Comprendo.
Pero se pondrán buenas.
¿No las has llevado a que las vea un médico rural?
– Todos me han dicho lo mismo: “Mátalas y vende sus pieles.
No hay otra posibilidad” e incluso me han amenazado si las saco…
Tienen miedo de que las suyas se contagien la enfermedad.
Así que las tengo que tener encerradas…
Y aumenta la mortalidad.
Son malos los de Akcib…, ¿Sabes?
Jesús dice simplemente:
– Lo sé.
– Yo digo que me las han embrujado…
– No.
No creas esas historias…
¿En cuanto vengan tus hijos te pones en marcha?
– Inmediatamente.
De un momento a otro llegarán.
¿Éstos son tus discípulos?
– No.
Tengo otros más.
– ¿Y por qué no vienen aquí?
Una vez, cerca de Merón, me encontré con un grupo de ellos.
A la cabeza del grupo había un pastor.
Decía serlo.
Uno alto, fuerte, de nombre Elías.
Fue en Octubre, me parece.
Antes o después de los Tabernáculos.
¿Ahora te ha abandonado?
– Ningún discípulo me ha abandonado.
– Me habían dicho que…
– ¿Qué te habían dicho?
En fin, que los discípulos te habían abandonado por miedo.
Y porque Tú eras un..
Jesús completa la palabra que el pastor calla: .
— Demonio.
Dilo tranquilamente.
Lo sé.
Doble mérito para ti, que crees igualmente.
– ¿Y por este mérito no podrías?…
Quizás estoy pidiendo una cosa sacrílega…
– Dila.
Si es una cosa mala, te lo digo.
Se le ve lleno de ansiedad al hombre…
Cuando pide:
– ¿No podrías, al pasar, bendecir a mi rebaño? –
Jesús sonríe al decir:
– Bendeciré a tu rebaño.
A éste… –
Y Jesús levanta la mano bendiciendo a las cabritas desperdigadas,..
Y al de las ovejas.
– ¿Crees que mi bendición las salvará?
– De la misma forma que salvas a los hombres de las enfermedades,
podrás salvar a los animales.
Dicen que eres el Hijo de Dios.
Las ovejas las ha creado Dios.
Por tanto son cosas del Padre. Yo… no sabía si era una cosa respetuosa el pedírtelo.
Pero, si se puede, hazlo, Señor.
Y llevaré al Templo grandes ofrendas de alabanza; mejor: te lo doy a Ti, para los pobres,
Jesús sonríe y calla.
Llegan los hijos del pastor.
Poco después, Jesús con los suyos y el viejo se ponen en marcha.
Dejan a los pastorcillos jóvenes custodiando las cabras.
Caminan raudos porque quieren llegar pronto a Quedes,
para dejarla también enseguida, con intención de tomar la vía que del mar va hacia el interior.
Debe ser la misma que recorrieron yendo a Alejandrocena,
la que se bifurca a los pies del promontorio.
Al parecer, por lo que conversan el pastor y los discípulos.
Jesús va adelante, solo.
Santiago de Alfeo, comenta: .
– ¿No nos encontraremos con otros problemas?
El hijo del pastor responde:
– Quedes no depende de aquel centurión.
Está fuera de los confines fenicios.
A los centuriones basta con no pincharlos y se desinteresan de la religión.
– Y además no nos vamos a detener...
– ¿Vais a aguantar más de treinta millas en un día? –
– ¡Sí, hombre!
¡Somos peregrinos perpetuos!
Caminan ininterrumpidamente…
Llegan a Quedes.
La atraviesan sin ningún contratiempo.
Toman la vía directa.
En el mojón está indicada Akciba.
El pastor lo señala diciendo:
Esta noche venís conmigo.
Conozco labriegos de estos valles, pero muchos están dentro de los confines fenicios…
¡Bueno!, Pues pasaremos los confines.
Seguro que no nos van a descubrir inmediatamente…
¡Lo que es la vigilancia!…
¡Mejor sería que vigilasen a los bandidos!…
El sol declina.
Y los valles ciertamente no contribuyen a mantener la luz, menos aún siendo boscosos.
Pero el pastor conoce muy bien la zona y va seguro.
Llegan a un poblado muy pequeño, verdaderamente solo un puñado de casas.
– Vamos a ver si nos dan posada.
Aquí son israelitas.
Estamos justamente en los confines.
Si no nos reciben, vamos a otro pueblo, que es fenicio.
– No tengo prejuicios, hombre.
Llaman a una casa.
Una mujer muy anciana, abre la puerta,
y los recibe:
– ¿Tú, Anás?
¿Con amigos?
Ven, ven, y que Dios sea contigo.
Entran en una amplia cocina alegrada por una lumbre.
Alrededor de la mesa está reunida una numerosa familia de todas las edades,
pero que hace sitio amablemente a los que de improviso acaban de llegar.
El pastor los presenta:
– Éste es Jonás.
Ésta es su esposa, y sus hijos y nietos y nueras.
Una familia de patriarcas fieles al Señor.
Anás a Jesús.
Y luego, volviéndose hacia el anciano Jonás:
– «Y éste que está conmigo es el Rabí de Israel, al que deseabas conocer.
El anciano Jonás responde:
– Bendigo a Dios por ser hospitalario y por tener sitio esta noche.
Y, pidiendo bendición, bendigo al Rabí que ha venido a mi casa.
Anás explica que la casa de Jonás es casi una posada para los peregrinos,
que del mar van hacia el interior.
Se sientan todos en la caliente cocina.
Las mujeres sirven a los recién llegados.
El respeto que hay es tal, que incluso paraliza.
Pero Jesús resuelve la situación rodeándose, nada más terminar la cena,
de los muchos niños presentes.
E interesándose por ellos, los cuales en seguida fraternizan.
Detrás de ellos, durante el breve espacio de tiempo que separa la cena del descanso,
encuentran valor los hombres de la casa y narran lo que han sabido del Mesías,
y preguntan cosas nuevas.
Jesús, benigno, rectifica, confirma, explica, en serena conversación,
hasta que peregrinos y familiares se van a descansar, tras haberlos bendecido Jesús a todos.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
352 PARÁBOLA DE LOS OBREROS Y LA VIÑA
352 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús ha subido encima de una caja que está colocada contra una pared.
Todos por tanto, lo pueden ver bien.
Ya se ha esparcido por el aire su dulce saludo, seguido luego por las palabras:
«Hijos de un único Creador, escuchad»,
para proseguir, en el atento silencio de la gente:
El tiempo de la Gracia para todos ha llegado, no sólo para Israel,
sino para todo el mundo.
Hombres hebreos que estáis aquí por diversas razones, prosélitos, fenicios, gentiles,
TODOS, oíd la Palabra de Dios.
Comprended la Justicia, conoced la Caridad.
Teniendo Sabiduría, Justicia y Caridad, dispondréis de los medios para llegar al Reino de Dios,
a ese Reino que NO ES UNA ESCLUSIVIDAD de los hijos de Israel;
sino que es de todos aquellos que amen de ahora en adelante, al Verdadero, Único Dios.
Y crean en la Palabra de su Verbo.
Escuchad.
He venido de muy lejos, no con miras de usurpador, ni con la violencia del conquistador.
He venido sólo para ser el Salvador de vuestras almas.
Los dominios, las riquezas, los cargos, no me seducen.
Para Mí no son nada.
Son cosas a las que ni siquiera miro.
Es decir, las miro con conmiseración;
porque me producen compasión; siendo como son:
CADENAS para apresar a vuestro espíritu, impidiéndole así acercarse al Señor Eterno, Único,
Universal, Santo y Bendito.
Las miro y me acerco a ellas como a las más grandes miserias.
Y trato de liberarlas del lisonjero y cruel engaño, que seduce a los hijos de los hombres,
para que puedan usarlas con justicia y santidad.
No como crueles armas que hieren y matan al hombre y lo primero;
siempre, al espíritu de aquel que las usa no santamente.
Pero en verdad os digo, PUPILAS APAGADAS, salud a un cuerpo agonizante,;
que da luz a los espíritus y salud a las almas enfermas….
¿Por qué?
Por qué el hombre ha perdido de vista el verdadero fin de su vida.
El hombre no sabe o no recuerda…
Recordando, no quiere prestar obediencia a esta santa orden del Señor:
Y hablo también para los gentiles que me escuchan.
De hacer el bien, que es bien en Roma como lo es en Atenas, en Galia o en África;
porque la Ley Moral existe bajo todos los cielos y en todas las religiones;
en todo corazón recto.
Y las religiones, desde la de Dios hasta la de la moral individual;
dicen que la parte mejor de nosotros sobrevive.
Y QUE SEGUN COMO HAYA OBRADO EN LA TIERRA,
ASÍ SERÁ SU SUERTE EN LA OTRA VIDA…
Fin pues del hombre, es la conquista de la Paz en la otra vida;
NO las comilonas, la usura, el abuso de la fuerza, el placer aquí por poco tiempo;
para pagarlos eternamente con muy duros tormentos.
Pues bien, el hombre no sabe, no recuerda o no quiere recordar esta verdad.
Si no la sabe, es menos culpable.
Si no la recuerda, es bastante culpable, porque hay que tener encendida la Verdad,
cual antorcha santa, en las mentes y en los corazones;
pero si no la quiere recordar y cuando resplandece…
Cierra los ojos para no verla, aborreciéndola como a la voz de un orador pedante;
entonces su culpa es grave, muy grave.
Y no obstante, Dios perdona esta culpa, si el alma repudia su comportamiento malo…
Y se propone perseguir durante el resto de la vida, el fin verdadero del hombre;
que es conquistarse la paz eterna en el Reino del Dios Verdadero.
¿Habéis seguido hasta ahora un camino malo?
¿Abatidos, pensáis que es tarde para tomar el camino recto?
¿Desconsolados, decís: “¡No sabía nada de esto!
¿Ahora me veo ignorante e inhábil”?
NO.
No penséis que es como con las cosas materiales.
Y que hace falta mucho tiempo y fatiga para rehacer de nuevo, con santidad, lo ya hecho.
La Bondad del Eterno, verdadero Señor Dios, es tal que, ciertamente;
no os hace recorrer hacia atrás la vida vivida para colocaros de nuevo en la bifurcación
en que vosotros errando, dejarais el recto sendero, para seguir el malo;
SU BONDAD es tanta que, desde el momento en que decís:
“Quiero ser de la Verdad”,
O sea, de Dios, porque Dios es Verdad,
Dios, por un milagro enteramente espiritual, infunde en vosotros la Sabiduría,
siendo así que ya no sois ignorantes sino poseedores de la ciencia sobrenatural,
igual que los que desde años antes la poseen.
Sabiduría es desear tener a Dios, amar a Dios, cultivar el Espíritu,
tender al Reino de Dios repudiando TODO lo que es carne, mundo y Satanás.
Sabiduría es obedecer a la Ley de Dios;
que es ley de caridad, de obediencia, de continencia, de honestidad.
Sabiduría es amar a Dios con todo el propio ser,

Señor, enciende mi corazón en el FUEGO de tu AMOR ARDIENTE y ayúdame a AMAR como Tú Quieres que lo haga…
amar al prójimo como a nosotros mismos.
Estos son los dos elementos indispensables para ser sabios con la Sabiduría de Dios.
Y en el prójimo están incluidos no sólo los que tienen nuestra misma sangre, raza o religión,
sino TODOS los hombres:
ricos, pobres, sabios, ignorantes, hebreos, prosélitos, fenicios, griegos, romanos…
Jesús se ve interrumpido por un grito amenazador de algunos exaltados.
Los mira y dice:
– Sí.
Esto es el amor.
Yo no soy un maestro servil.
Digo la Verdad porque debo hacerlo…
Así para sembrar en vosotros lo necesario para la Vida Eterna.
OS GUSTE O NO, tengo que decíroslo, para cumplir mi deber de Redentor;
os toca a vosotros cumplir con el vuestro, de personas necesitadas de Redención.
Amar al prójimo, pues. TODO EL PRÓJIMO.
Con un amor santo.
No amarlo con deshonesto concubinato de intereses, de forma que es “anatema”
el romano, fenicio, prosélito o viceversa…,
Mientras no hay de por medio sensualidad o dinero.
Y luego, si surgen en vosotros el deseo carnal o de la ganancia, ya no es “anatema”…
Se oye otra vez el rumor de la gente.
Los romanos, por su parte, en su sitio en el atrio,
exclaman:
– « ¡Por Júpiter!
– ¡Habla bien éste!».
Jesús deja que se calme el rumor…
Y prosigue:
– -Amar al prójimo como querríamos ser amados nosotros.
Porque no nos agrada ser maltratados, vejados, que nos roben o subyugue…,
Ni ser calumniados o que nos traten groseramente.
La misma susceptibilidad, nacional o individual, tienen los demás.
No nos hagamos, pues, recíprocamente, el mal que no quisiéramos recibir nosotros.
Sabiduría es prestar obediencia a los Diez Preceptos de Dios:
“Yo soy el Señor tu Dios. No tengas otro Dios aparte de Mí.
No tengas ídolos, no les rindas culto.
No tomes el Nombre de Dios en vano.
Es el Nombre del Señor tu Dios.
Y Dios castigará a quien lo use sin razón, por imprecación o para convalidar un pecado.
Acuérdate de santificar las fiestas.
El Sábado está consagrado al Señor, que descansó en Sábado de la Creación…
Y le ha bendecido y santificado.
Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas en paz largamente sobre la tierra…
Y eternamente en el Cielo.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No hablarás con falsedad contra tu prójimo.
No desearás la casa, la mujer, el siervo, la sierva, el buey, el asno;
ni nada que pertenezca a tu prójimo”.
Ésta es la Sabiduría.
Quien esto hace es sabio y conquista la Vida y el Reino que no tienen fin.
Desde hoy, pues, proponeos vivir según la Sabiduría;
anteponiéndola a las pobres cosas de la tierra.
¿Qué decís? Hablad.
¿Decís que es tarde?
Un amo de una viña, al amanecer de un día, salió para contratar obreros para su viña.
Y ajustó con ellos un denario al día.
Salió de nuevo a la hora tercera.
Y, pensando que eran pocos los jornaleros contratados;
viendo en la plaza a otros desocupados en espera de que los contratara, los tomó y dijo:
“Id a mi viña, que os daré lo que he prometido a los otros”.
Y éstos fueron.
Habiendo salido a la hora sexta y a la hora nona, vio todavía a otros y les dijo:
“¿Queréis trabajar para Mí? Doy un denario al día a mis jornaleros”.
Aceptaron y fueron.
Salió, en fin, a la hora undécima.
Vio a otros que, ya declinando el sol, estaban inactivos:
“¿Qué hacéis aquí, tan ociosos?
^No os da vergüenza estar sin hacer nada todo el día?”, les preguntó.
“Nadie nos ha contratado.
Hubiéramos querido trabajar y ganarnos el pan.
Pero nadie nos ha llamado a su viña”.
“Bien, pues yo os llamo a mi viña. Id y recibiréis el salario de los demás”.
Eso dijo porque era un buen patrón y sentía piedad del abatimiento de su prójimo.
Llegada la noche, terminados los trabajos, el hombre llamó a su administrador,
y dijo:
“Llama a los jornaleros y paga su salario, según lo que he fijado,
empezando por los últimos, que son los más necesitados;
porque no han tenido durante el día el alimento que los otros una o varias veces han tenido,
Y además, son los que, agradeciendo mi piedad, más han trabajado;
los he observado;
licéncialos, que vayan a su merecido descanso y gocen con su familia,
de los frutos de su trabajo”.
Y el administrador hizo como el patrón le ordenaba.
Y dio a cada uno un denario.
Habiendo llegado al final aquellos que llevaban trabajando desde la primera hora del día,
se asombraron al recibir también sólo un denario.
Y manifestaron sus quejas entre sí y ante el administrador, el cual dijo:
Id a quejaros al patrón, no vengáis a quejaros a mí”.
Y fueron y dijeron: “¡No eres justo!
Hemos trabajado doce horas, primero en medio del aguazo, luego bajo el sol de fuego,
y luego otra vez con la humedad del anochecer.
Y tú nos has dado lo mismo que a esos haraganes que han trabajado sólo una hora!…
¿Por qué?”.
Y especialmente uno de ellos levantaba la voz juzgándose traicionado
y explotado indignamente.
Y el amo de la Viña preguntó:
“Amigo, ¿Y en qué te he perjudicado?
¿Qué he pactado contigo al alba?
Una jornada de continuo trabajo y, como salario, un denario. ¿No es verdad?”.
“Sí. Es verdad.
Pero tú has dado lo mismo a ésos, por mucho menos trabajo…”.
“¿Has aceptado este salario, porque te parecía bueno?”
“Sí. He aceptado porque los otros daban incluso menos”.
“¿Te he maltratado aquí?”
“No, en conciencia no”.
“Te he concedido reposo a lo largo de la jornada y comida…
¿No es verdad?
Te he dado tres comidas.
Y la comida y el descanso no habían sido pactados. ¿No es verdad?”.
“Entonces, ¿Por qué los has aceptado?”
“Hombre, pues…
Tú dijiste: `Prefiero así, para evitar que os canséis volviendo a vuestras casas’.
No dábamos crédito a nuestros oídos…
Tu comida era buena, era un ahorro, era…”.
“Era una gracia que os daba gratuitamente y que ninguno podía pretender.
¿No es verdad?”.
“Es verdad.”
“Por tanto, os he favorecido.
¿Por qué os quejáis entonces?
Debería quejarme yo de vosotros;
que, habiendo comprendido que tratabais con un patrón bueno
trabajabais perezosamente, mientras que éstos, que han llegado después de vosotros,
habiendo gozado del beneficio de una sola comida –
y los últimos de ninguna, han trabajado con más ahínco, haciendo en menos tiempo
el mismo trabajo que habéis hecho vosotros en doce horas.
Os habría traicionado si os hubiera reducido a la mitad el salario,
para pagar también a éstos.
No así.
Por tanto, coge lo tuyo y vete.
¿Pretendes venir a imponerme en mi casa lo que a ti te parece?
Hago lo que quiero y lo que es justo.
No quieras ser malo y tentarme a la injusticia.
¡Oh, vosotros todos, que me escucháis!
En verdad os digo que el Padre Dios propone a todos los hombres el mismo pacto.
Y les promete la misma retribución.
Al que con diligencia se pone a servir al Señor, Él lo tratará con justicia;
aunque fuere poco su trabajo debido a la muerte cercana.
En verdad os digo que no siempre los primeros serán los primeros en el Reino de los Cielos.
Y que allí veremos a últimos ser primeros y a primeros ser últimos.
Allí veremos a hombres no pertenecientes a Israel, más santos que muchos de Israel.
He venido a llamar A TODOS, en nombre de Dios.
Pero, si muchos son los llamados, pocos son los elegidos;
porque pocos desean la Sabiduría.
No es sabio el que vive del mundo y de la carne y no de Dios.
No es sabio ni para la tierra ni para el Cielo:
en la tierra se crea enemigos, castigos, remordimientos…
Y pierde el Cielo para siempre.
Repito: sed buenos con el prójimo, quienquiera que sea.
Sed obedientes, dejando a Dios la tarea de castigar a quien manda injustamente.
Sed continentes sabiendo resistir a la sensualidad;
honrados, sabiendo resistir al oro; coherentes, calificando de anatema,
a aquello que se lo merece.
Y no cuando os parece.
Y luego estrecháis contactos con el objeto que antes habíais maldecido como idea.
No hagáis a los demás lo que no querríais para vosotros.
Y entonces…
Los vendedores frustrados, irrumpen en el patio,
gritando:
– ¡Vete, profeta molesto!
– ¡Nos has fastidiado el mercado!… –
¡Nos has arrebatado los clientes!…
Y los que habían hecho alboroto en el patio cuando Jesús había empezado a enseñar
no todos fenicios:
también hay hebreos, que están en esta ciudad por intereses personales…
Y se unen a los vendedores para insultar amenazando y sobre todo,
para obligar a Jesús a abandonar el lugar;
porque no les gusta lo que aconseja en orden al mal.
Jesús cruza los brazos y los mira, triste, solemne.
La gente, dividida en dos partidos, se enzarza, defendiendo u ofendiendo al Nazareno.
Lanzando Improperios, alabanzas, maldiciones, bendiciones;
gritos de:
– «Tienen razón los fariseos.
– Eres un vendido a Roma, amigo de publicanos y meretrices.
– « ¡Callad, lenguas blasfemas!
– ¡Vosotros sois los vendidos a Roma, fenicios del infierno!.
– , «¡Sois diablos!»
– «¡Que os trague el infierno!»,
– «¡Fuera! ¡Fuera!»,
– ¡Fuera vosotros, ladrones que venís a mercadear aquí, usureros!» etcétera, etcétera.
Intervienen los soldados,
diciendo:
– « ¡De amotinador nada!
– ¡Es Él la víctima!».
Y con las lanzas echan fuera del patio a todos y cierran el portón.
Se quedan con Jesús los tres hermanos prosélitos y los seis apóstoles.
El Triano se acerca a los tres hermanos,
y pregunta:
– ¿Pero cómo se os ha ocurrido hacerle hablar?
Elías responde:
– ¡Muchos hablan!
– Sí.
Y no pasa nada porque enseñan lo que gusta al hombre.
Y es indigesto…
El viejo soldado mira atentamente a Jesús…
Que ha bajado de su sitio y está callado, como abstraído.
Afuera, la gente sigue enzarzada en la discusión….
Tanto que, del recinto militar salen otros soldados y con ellos el propio centurión.
Instan para que les abran, mientras otros se quedan a rechazar tanto a quien grita:
– « ¡Viva el Rey de Israel!», como a quien lo maldice.
El centurión, inquieto, da unos pasos adelante.
Arremete coléricamente contra el viejo Aquila:
– ¡Así tutelas a Roma tú?
¡Dejando aclamar a un rey extranjero en la tierra dominada?
El viejo saluda con reciedumbre y responde:
– Enseñaba respeto y obediencia.
Y hablaba de un reino que no es de esta tierra.
Por eso lo odian.
Porque es bueno y respetuoso.
No he hallado motivo para imponer silencio a quien no iba contra nuestra ley.
El centurión se calma,
y barbota:
– Entonces es una nueva sedición de esta fétida gentuza…
Bien.
Dadle a este hombre la orden de marcharse inmediatamente.
Cumplid esto y, en cuanto esté libre el trayecto, escoltadlo hasta fuera de la ciudad.
Que vaya a donde quiera.
A los infiernos, si quiere.
Pero que se vaya de mi jurisdicción. ¿Entendido?
El centurión saluda y responde:
– Sí.
Lo haremos.
El centurión da media vuelta;
con grandes resplandores de coraza y ondeos de manto purpurino.
Y se marcha sin siquiera mirar a Jesús.
Los tres hermanos dicen a Jesús:
– Lamentamos…
Jesús replica con mansedumbre:
– No tenéis la culpa vosotros.
No os ocasionará ningún mal,
Yo os lo digo…
Los tres cambian de color…
Felipe dice:
– ¿Cómo es que sabes que tenemos este temor?
Jesús sonríe dulcemente, es como un rayo de sol en su rostro triste…
– Conozco lo que hay en los corazones y en el futuro.
Los soldados se han puesto al sol, a esperar.
Y no pierden ojo, más o menos solapadamente, mientras hacen comentarios…
Escipión y los soldados,
comentan:
– ¿Podrán querernos a nosotros, si odian incluso a ése, que no los subyuga?
– Y que hace milagros, debes decir…
– ¡Por Hércules!
– ¿Quién de nosotros ha sido el que ha venido avisar,
de que estaba el sospechoso y había que vigilarlo?
– ¡Ha sido Cayo! H
– ¡El cumplidor!
– Ya hemos perdido el rancho y perder el beso de una muchacha!…
– ¡Ah, sí!
– ¡Epicúreo!
– ¿Dónde está la bella?
– ¡Está claro que a ti no te lo digo, amigo!
– Detrás del alfarero, en los Cimientos.
– Lo sé, unas noches…
El triario, como paseando, va hacia Jesús.
Se mueve alrededor de Él, mirándolo insistentemente.
No sabe qué decir…
Jesús le sonríe para infundirle ánimo.
El hombre no sabe qué hacer…
Pero se acerca más.
Jesús, señalando las cicatrices,
dice:
– ¿Son todas heridas?
Se ve que eres un hombre valeroso y fiel…
El viejo soldado se pone como la púrpura por el elogio.
– Has sufrido mucho por amor a tu patria y a tu emperador…
¿No querrías sufrir algo, por una patria más grande: el Cielo?;
¿Por un eterno emperador: Dios?
El soldado mueve la cabeza,
y dice:
– Soy un pobre pagano.
De todas formas, quién sabe si no llegaré también yo a la hora undécima.
Pero, ¿Quién me instruye? ¡Ya ves!…
Te echan.
¡Éstas heridas sí que hacen daño, no las mías!…
Al menos yo se las he devuelto a los enemigos.
Pero Tú, a quién te hiere, ¿Qué le das?
– Perdón, soldado.
Perdón y amor.
– Tengo razón yo.
La sospecha sobre Ti es estúpida.
Adiós, galileo.
Jesús se queda solo, hasta que vuelven los tres hermanos y los discípulos, con comida.
Los hermanos ofrecen a los soldados; los discípulos, a Jesús.
Éstos comen, inapetentes, al sol;
mientras los soldados comen y beben alegremente.
Luego un soldado sale a dar una ojeada a la plaza silenciosa.
Y grita:
– Podemos ponernos en marcha.
Se han ido todos. Sólo están las patrullas.
Jesús se pone en pie dócilmente.
Bendice y conforta a los tres hermanos.
Y les da una cita para la Pascua en el Getsemaní.
Luego sale, encuadrado entre los soldados.
Le siguen sus discípulos, apesadumbrados.
Y recorren las calles vacías, hasta la campiña.
El Triario lo saluda:
– Salve, galileo
Jesús responde:
– Adiós, Aquila.
Te ruego que no hagáis ningún mal a Daniel, Elías y Felipe.
Sólo Yo soy el culpable.
Díselo al centurión.
– No digo nada.
A estas horas ya ni se acuerda de esto.
Y los tres hermanos nos proveen bien;
especialmente de ese vino de Chipre que el centurión prefiere a la propia vida.
Quédate tranquilo.
Adiós.
Los soldados franquean, de regreso, las puertas.
Mientras Jesús y los suyos se encaminan por la campiña silenciosa, en dirección este.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
291 CORDERO Y PASTOR
291 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Y, como queriendo truncar toda discusión, se vuelve hacia los muros del Templo.
Pero un doctor de la Ley, que estaba sentado escuchando seriamente bajo el pórtico,
se levanta y se le pone delante para preguntarle:
– Maestro,
¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Has respondido a los otros, respóndeme también a mí.
Jesús responde cuestionando:
– ¿Por qué quieres tentarMe?
¿Por qué quieres mentir?
¿Esperas que diga algo disconforme con la Ley por el hecho de que añado a la Ley conceptos
¿Qué está escrito en la Ley?
¡Responde!
¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?
– Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas,
con toda tu inteligencia.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
– Bueno, has respondido bien;
haz eso y obtendrás la vida eterna.
– ¿Y quién es mi prójimo?
El mundo está lleno de gente buena y mala, conocida y desconocida, amiga y enemiga de Israel.
¿Cuál es mi prójimo
Jesús responde con otra parábola:
– Un hombre, bajando de Jerusalén a Jericó,
en uno de los pasos estrechos de las montañas, se topó con unos ladrones.
Éstos lo hirieron cruelmente, lo despojaron de todo cuanto llevaba, incluso de sus vestidos,
y lo dejaron más muerto que vivo en el borde del camino.
Pasó por ese mismo camino un sacerdote que había terminado su turno en el Templo.
¡Todavía perfumado de los inciensos del Santo!
¡Debería haber tenido también el alma perfumada de bondad sobrenatural y de amor,
pues que había estado en la Casa de Dios, casi en contacto con el Altísimo!
Este sacerdote tenía prisa de volver a su casa
Miró pues hacia el herido y no se detuvo.
Pasó ligero de largo y dejó al desdichado en la cuneta.
Luego, un levita. ¿Contaminarse, teniendo que servir en el Templo?
¡De ninguna manera!
Recogió su vestido para que no se manchase de sangre,
lanzó una mirada huidiza hacia el hombre que gemía en medio de su sangre
y aceleró el paso en dirección a Jerusalén, hacia el Templo.
El tercero que pasó, viniendo de Samaria, en dirección al vado, fue un samaritano.
Vio la sangre, se detuvo;
descubrió la presencia del herido en el crepúsculo que ya se iba espesando
se apeó del burro, se acercó al herido, lo confortó con un trago de vino generoso,
desgarró su manto para hacer vendas, le lavó las heridas con vinagre, se las ungió con aceite,
se las vendó con amor;
luego cargó al herido sobre su jumento,
guió con cautela al animal, sujetando al mismo tiempo al herido
y confortándolo con buenas palabras, sin preocuparse del cansancio,
sin enfado por el hecho de que el herido fuera de nacionalidad judía.
Cuando llegó a la ciudad, lo llevó a una posada y lo veló toda la noche.
Al alba, viéndolo mejorado, lo dejó en manos del posadero,
a quien pagó con antelación unos denarios y dijo
“Cuídalo como si se tratara de mí mismo.
A mi regreso te daré lo que hayas gastado de más.
Y con medida generosa, si haces bien las cosas”.
Y se marchó.
Doctor de la Ley, respóndeme:
¿Quién de estos tres fue “prójimo” del que se topó con los ladrones?
¿Acaso el sacerdote?
¿Acaso el levita?
¿No lo fue, más bien, el samaritano?
Que no se preguntó quién era el infortunado, porque estaba herido,
O si hacía mal en socorrerlo perdiendo tiempo y dinero.
y arriesgándose a ser acusado de haberlo herido él?
El doctor de la Ley respondió:
– Fue “prójimo” éste, porque tuvo misericordia.
– Haz tú lo mismo.
Así amarás al prójimo y a Dios en el prójimo y merecerás la vida eterna.
Jesús calla, su enseñanza ha terminado.
Ya ninguno se atreve a hablar.
Jesús aprovecha para ir donde las mujeres, que están esperando al pie de los muros;
para ir con ellas de nuevo a la ciudad.
Ahora se han añadido al grupo de los discípulos un sacerdote de aspecto patriarcal y un levita muy joven.
Pero Jesús está ahora hablando con su Madre -entre sí y ella, tiene a Margziam-,
y le pregunta
– Sí, Hijo mío.
Y a la tristeza de María Cleofás se ha unido la mía.
Ella ha llorado, poco antes de entrar en el Templo…
– Lo sé, Madre.
Y sé el motivo.
No debe llorar, sólo orar.
– ¡Ora mucho!
Las noches pasadas dentro de su cabaña entre sus hijos dormidos, oraba y lloraba.
La oía llorar a través de la pared delgada de los ramajes adyacentes.
¡Ver a pocos pasos a José y a Simón, cercanos pero tan lejos!…
Y no es la única que llora.
Juana, que la ves tan serena, ha llorado en mi presencia…
– ¿Por qué, Madre?
– Porque Cusa…
Se comporta de una forma… inexplicable.
Un poco la complace en todo, un poco la rechaza en todo;
si están solos, donde nadie los ve, es el marido ejemplar de siempre;
pero si están con él otras personas, que sean de la corte…
Se vuelve autoritario y despreciativo, para con su mansa esposa.
Ella no comprende por qué…
– Te lo digo Yo.
Entiéndeme, Madre: “Siervo”.
Esto no se lo digo a Juana para no apenarla.
Pero es así.
Cuando no teme la reprensión y el escarnio del soberano, es el buen Cusa;
cuando tiene motivo para temerlos, deja de serlo.
– Es porque Herodes está muy irritado por Mannaém y…
– Es porque Herodes ha perdido el juicio por el tardío remordimiento
de haber cedido a las peticiones de Herodías.
Pero Juana tiene ya mucho bien en la vida.
Debe, bajo la diadema, llevar su cilicio.
– Analía también llora..
– Porque su prometido se está poniendo contra Ti.
– Que no llore.
Díselo.
Se trata de una resolución.
Es bondad de Dios.
Su sacrificio conducirá de nuevo a Samuel al Bien.
Por el momento esto la librará de presiones para la celebración del matrimonio.
Le prometí que la tomaría conmigo.
Me precederá en la muerte…
María exclama angustiada:
– ¡Hijo!…
María palideciendo, aprieta la mano de Jesús.
Jesús dice conciliador:
– ¡Mi querida Mamá!
Es por los hombres
Es por amor a los hombres.
Bebemos nuestro cáliz con buena voluntad, ¿No es verdad?
María traga las lágrimas,
y responde:
– Sí.
Un “sí” acongojado, verdaderamente desgarrador.
Margziam levanta su carita,
y dice a Jesús:
– ¿Por qué dices estas cosas feas que hacen sufrir a Mamá?
Yo no te voy a dejar morir
Te voy a defender como defendía a los corderos.
Jesús lo acaricia.
Y, para animar a los dos afligidos,
pregunta al niño:
– ¿Qué harán ahora tus ovejitas?
¡No las echas de menos?
– ¡Pero si estoy contigo!
De todas formas pienso en ellas siempre,
y me pregunto: “¿Las habrá sacado a pastar Porfiria?,
¿Habrá tenido cuidado de que Espuma no se meta en el lago?”
Porque Espuma es muy vivaracho, ¿Sabes?
Su madre lo llama una y otra vez, ¡Pero nada!
Hace lo que quiere.
¡Y Nieve, que es tan glotona que come hasta que se siente mal!
Mira, Maestro…
Yo entiendo lo que es ser sacerdote en tu Nombre,
lo comprendo mejor que los otros.
Y señalando con la mano a los apóstoles, que vienen detrás,
agrega:
– Ellos dicen muchas palabras elevadas, hacen muchos proyectos…
para el futuro.
Yo digo: “Seré pastor.
Seré para los hombres como con las ovejitas.
Será suficiente”.
me ha contado ayer un pasaje muy bonito de los profetas…
Y me ha dicho: “Exactamente así es nuestro Jesús”.
Y yo dentro del corazón dije:
“Pues yo también seré exactamente así”.
Luego le dije a nuestra Mamá:
“Por ahora soy cordero, pero luego seré pastor;
sin embargo, Jesús ahora es Pastor.
Y… también Cordero.
Pero tú eres siempre la Cordera, sólo nuestra Cordera, blanca…
Bonita, encantadora, con palabras más dulces que la propia leche.
Por eso Jesús es tan Cordero: porque ha nacido de ti, Corderita del Señor.
Jesús se inclina y lo besa impetuosamente
Luego pregunta:
– ¿Entonces verdaderamente quieres ser sacerdote?
– ¡Sí, claro, mi Señor!
Por eso trato de hacerme bueno y de saber mucho.
Voy siempre donde Juan de Endor.
Me trata siempre como a un hombre.
Y con mucha bondad.
Quiero ser pastor de las ovejas descarriadas y de las no descarriadas.
Y médico-pastor de las heridas y de las que tengan algún miembro fracturado,
como dice el Profeta.
¡Qué bonito!».
Y el niño da un salto y choca las manos.
– ¿Por qué está tan contento este curruco?
Jesús responde:
– Ve su camino.
Clarísimamente. Hasta el final.
Yo con mi “sí” consagro esta visión suya.
Han llegado.
Se paran delante de una casa que está en la zona del barrio de Ofel,
pero en un lugar más distinguido.
Pedro pregunta:
– ¿Nos detenemos aquí?
– Esta es la casa que Lázaro me ha ofrecido para el banquete de alegría.
María ya está aquí.
– ¿Por qué no ha venido con nosotros?
¿Por miedo a las burlas?
– ¡No!
Ha sido una disposición mía.
– ¿Por qué, Señor?
– Porque el Templo es más susceptible que una esposa encinta.
Mientras pueda, no quiero provocar ningún choque.
Y no es por cobardía.
– No te va a servir de nada, Maestro.
Yo en tu lugar no sólo chocaría con él, sino que lo echaría abajo del Moria
junto con todos los que viven dentro.
– Simón, eres un pecador;
Se debe orar por los semejantes, no matarlos.
– Yo soy pecador, pero Tú no... Y… deberías hacerlo.
Jesús agrega con tristeza:
– Habrá quien lo haga.
Cuando se colme la medida del pecado.
– ¿Qué medida?
– Una medida tan grande…
Que henchirá el Templo y rebosará hacia Jerusalén.
No puedes comprender…
¡Marta, abre pues tu casa al Peregrino!
283 LOS SIERVOS DE DIOS
283 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús está en una de las colinas de la ribera occidental del lago.
Exactamente debajo de la colina, están Mágdala y Tiberíades:
es un paisaje lleno de huertos de olivos y es justamente a la sombra de una arboleda,
junto a un pequeño arroyuelo, donde se han reunido los apóstoles y discípulos,
alrededor de Jesús, para descansar.
Mientras comen,
Jesús continúa la lección iniciada con la parábola del rico insensato.
porque el hombre está demasiado absorbido por preocupaciones materiales y miedos estúpidos.
Jesús dice:
– Creed que sólo hay que preocuparse de este enriquecimiento en virtud.
Estad atentos, además, a que vuestra preocupación no sea nunca ansiosa, inquieta.
El bien es enemigo de las inquietudes, de los miedos, de las prisas; todas estas cosas
denotan demasiado todavía la avaricia, la rivalidad, la humana desconfianza.
Que vuestro trabajo sea constante, esperanzado, pacífico; sin arranques bruscos
ni bruscas detenciones, como hacen los onagros silvestres;
que ninguno que esté en su sano juicio los usa para recorrer seguro camino)
Pacíficos en las victorias, pacíficos en las derrotas.
El dolor por un error cometido, que os entristece porque con él habéis contrariado a Dios,
debe ser también pacífico, debe sentir el alivio de la humildad y la confianza.
El abatimiento, el odio hacia uno mismo es siempre síntoma de soberbia y de falta de confianza.
El humilde sabe que es un pobre hombre sujeto a las miserias de la carne, que algunas veces triunfa;
el humilde tiene confianza no tanto en sí mismo cuanto en Dios.
Y mantiene la calma incluso en las graves derrotas, diciendo:
“Perdóname, Padre. Sé que conoces mi debilidad que a veces me domina.
Sientes compasión de mí, lo creo.
Confío firmemente en que me vas a ayudar, incluso más que antes, en el futuro,
a pesar de que te satisfaga tan poco”.
No os mostréis apáticos ni avaros respecto a los bienes de Dios.
Dad la sabiduría y virtud que tengáis.
Sed laboriosos en el espíritu,

EN NUESTRAS RODILLAS ESTÁ EL PODER. 16. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.
como los hombres lo son para las cosas de la carne.
Y respecto a la carne, no imitéis a los del mundo que siempre tiemblan por su futuro,
por el miedo de que les falte lo superfluo, de que les venga una enfermedad o la muerte,
de que los enemigos los puedan perjudicar, etc. Dios sabe de qué tenéis necesidad.
No temáis por tanto, por vuestro mañana.
Vivid libres de los miedos, que pesan más que las cadenas de los galeotes.
No os afanéis por vuestra vida, ni por la comida, la bebida o el vestido.
La vida del espíritu vale más que la del cuerpo.
Y el cuerpo más que el vestido, porque vivís con el cuerpo, no con el vestido;
y con la mortificación del cuerpo ayudáis al espíritu a conseguir la vida eterna.
Dios sabe hasta cuándo dejaros el alma en el cuerpo; hasta esa hora os dará lo necesario.
Si se lo da a los cuervos, animales impuros que se alimentan de cadáveres
y que tienen su razón de existir precisamente en esta función suya
de eliminar sustancias en putrefacción,
¿No os lo va a da a vosotros?
Ellos no tienen despensas ni graneros, y Dios los nutre igualmente.
Vosotros sois hombres, no cuervos.
Además, los presentes sois la flor y nata de los hombres, porque sois los discípulos del Maestro,
los evangelizadores del mundo, los siervos de Dios.
¿Vais a pensar que Dios, que cuida el muguete, cuyo único trabajo es el de perfumar, adorando,
y lo hace crecer y lo viste con vestidura tan hermosa como jamás tuviera Salomón,
puede descuidaros, incluso en lo relativo a vuestro vestido?
Vosotros sí que no podéis añadir ni un diente a las bocas desdentadas,
ni alargar una pulgada a una pierna contraída, ni volver aguda la pupila empañada.
No siendo capaces de estas cosas,
¿Vais a pensar que podéis repeler miseria y enfermedad, hacer brotar del polvo frutos?
No podéis.
Pero no seáis gente de poca fe.
Tendréis siempre lo necesario.
No os entristezcáis como la gente del mundo, que se desvive por conseguir cosas de que gozar.
Vosotros tenéis a vuestro Padre, que conoce vuestras necesidades.
Debéis sólo buscar el Reino de Dios y su justicia.
Sea éste vuestro primer interés.
Todo lo demás se os dará por añadidura.
No temáis, vosotros de mi pequeño rebaño.
Mi Padre se ha complacido en llamaros al Reino para que poseáis este Reino.
Podéis, por tanto, aspirar a él
y ayudar al Padre con vuestra buena voluntad y santa laboriosidad
Vended vuestros bienes, distribuidlos en limosna, si estáis solos.
Dejad a los vuestros la provisión para el viaje de vuestro abandono de la casa
por seguirme a Mí, porque justo es no dejar sin pan a los hijos o esposas.
Y si no podéis, por este motivo, sacrificar las riquezas pecuniarias,
sacrificad las riquezas de afecto, que son también monedas, valoradas por Dios
por lo que son: oro más puro que ningún otro, perlas más preciosas,
que las que se arrebatan a los mares, rubíes más singulares que los de las entrañas de la tierra.
Porque renunciar a la familia por Mí es caridad más perfecta que oro sin un solo átomo impuro,
es perla hecha de llanto,
rubí hecho de sangre que rezuma por la herida del corazón,
desgarrado por la separación del padre y de la madre, de la esposa y de los hijos.
Estas bolsas no merman, este tesoro no se devalúa jamás.
Los ladrones no se introducen en el Cielo, la carcoma no come lo que en él se deposita.
Tened el Cielo en el corazón y el corazón en el Cielo, junto a vuestro tesoro. .
Porque el corazón, en el bueno y en el malo, está donde lo que consideráis amado tesoro vuestro.
Por tanto, de la misma forma que el corazón está donde el tesoro (en el Cielo),
el tesoro está donde el corazón (es decir, en vosotros);
es más, el tesoro está en el corazón.
Y con el tesoro de los santos, está, en el corazón, el Cielo de los santos.
Estad siempre preparados, como quien va a emprender un viaje o espera a su amo.
Vosotros sois siervos del Amo-Dios.
En cualquier momento os puede llamar a su presencia, o venir a vosotros.
Estad pues siempre preparados para ir, o a rendirle honor,
ceñida la cintura con cinturón de viaje y de trabajo, con las lámparas encendidas en vuestras manos.
Al salir de una fiesta nupcial con uno que os haya precedido en los Cielos
y en la consagración a Dios en la tierra,
El puede recordarse de vosotros, que estáis esperando; y puede decir:
“Vamos donde Esteban, o donde Juan, o Santiago y Pedro”.
Y Dios es rápido para venir, o para decir: “Ven”.
Por tanto, estad preparados para abrirle la puerta cuando llegue; o para salir, si os llama.
Bienaventurados los siervos a quienes encuentre en vela el Amo cuando llegue.
En verdad os digo que, para recompensarlos por la fiel espera, se ceñirá el vestido,
los sentará a la mesa y se pondrá a servirlos.
Puede llegar a la primera vigilia, a la segunda o a la tercera… No lo sabéis.
Por tanto, estad siempre vigilantes.
¡Dichosos vosotros, si estáis así y así os encuentra el Amo!
No os engañéis diciendo: “¡Hay tiempo! Esta noche no viene”.
Sería un mal para vosotros No sabéis.
Si uno supiera cuándo viene el ladrón, no dejaría sin guardia la casa
para que el malhechor pudiera forzar la puerta y las arcas.
Estad preparados también vosotros, porque, cuando menos os lo penséis,
vendrá el Hijo del hombre y dirá: “Es la hora”».
Pedro, que incluso se ha olvidado de terminar su comida por escuchar al Señor,
pregunta:
– ¿Esto que dices es para nosotros o para todos?
– Para vosotros y para todos;
pero más para vosotros, porque vosotros sois como administradores puestos por el Amo al
frente de los siervos y tenéis doble obligación de estar preparados:
por vosotros como administradores y por vosotros como simples fieles.
¿Cómo debe ser el administrador al que el amo ha colocado al frente de sus domésticos
para dar a cada uno, a su tiempo, la debida porción?
Debe ser avisado y fiel.
Para cumplir su propio deber, para hacer cumplir a los subordinados el deber que ellos tienen.
Si no, saldrían perjudicados los intereses del amo,
que paga para que el administrador actúe haciendo las veces de él
y vele por sus intereses en su ausencia.
Dichoso el siervo al que el amo, al volver a su casa, encuentre obrando con fidelidad, diligencia y justicia.
En verdad os digo que lo hará administrador de otras propiedades, de todas sus propiedades,
descansando y exultando en su corazón por la seguridad que ese siervo le da.
Mas si ese siervo dice:
“¡Ah! ¡Bien! El amo está muy lejos y me ha escrito que tardará en volver.
Por tanto, puedo hacer lo que me parezca,
y luego, cuando calcule que esté próximo a regresar, tomaré las medidas oportunas”.
Y empieza a comer y a beber hasta emborracharse…
Y a dar órdenes de borracho.
Y ante la oposición a cumplirlas, por no perjudicar al amo, por parte de los siervos buenos
subordinados a él empieza a pegar a los siervos y a las siervas hasta hacerlos enfermar y languidecer
Y se siente feliz y dice: “Por fin saboreo lo que significa ser jefe y ser temido por todos”.
¿Qué le sucederá?
Le sucederá que llegará el amo cuando menos se lo espere,
quizás incluso sorprendiéndolo en el momento en que está robando dinero
o sobornando a alguno de los siervos más débiles.
Entonces, os digo que el amo lo quitará del puesto de administrador,
y lo cancelará incluso de las filas de sus siervos,
porque no es lícito mantener a los infieles y traidores entre los honestos;
y tanto mayor será su castigo cuanto más lo quiso y lo instruyó su amo.
Porque el que conoce más la voluntad y el pensamiento de su amo;
más obligado está a cumplirlo con exactitud.
Si no hace como su amo le ha dicho (ampliamente, como a ningún otro), recibirá muchos bastonazos.
Sin embargo, el que, como siervo menor, sabe poco, y yerra creyendo actuar correctamente,
recibirá un castigo menor.
A quien mucho se le dio mucho le será pedido.
Mucho tendrá que restituir aquel a quien mucho se le confió.
Porque hasta del alma de un niño de una hora se pedirá cuenta a mis administradores.
Mi elección no es fresco reposo en un soto florido.
He venido a traer fuego a la tierra;
¿Qué puedo desear, sino que arda?
Por eso me fatigo, como quiero que os fatiguéis vosotros hasta la muerte
y hasta que la tierra toda sea una hoguera de celeste fuego.
Debo ser bautizado con un bautismo.
¡Cuán angustiado viviré hasta que se cumpla!
¿No os preguntáis por qué?
Porque por él os podré hacer portadores del Fuego,
fermento activo en todas y contra todas las capas sociales, para fundirlas en una única cosa:
el rebaño de Cristo.
¿Creéis que he venido a poner paz en la tierra?
¿Según los modos de ver de la tierra? No.
Todo lo contrario: discordia y separación.
Porque, de ahora en adelante, mientras toda la tierra no sea un único rebaño,
de cinco que haya en una casa, dos estarán contra tres
y el padre estará contra el hijo y el hijo contra el padre, y la madre contra las hijas,
y éstas contra aquélla, y las suegras y nueras tendrán un motivo más para no entenderse,
porque habrá labios que hablen un lenguaje nuevo, y será como una Babel;
porque una profunda agitación estremecerá el reino de los afectos humanos y sobrehumanos.
Mas luego vendrá la hora en que todo se unificará en una lengua nueva
que hablarán todos los salvados por el Nazareno,
y se depurarán las aguas de los sentimientos,
irán al fondo las escorias y brillarán en la superficie las límpidas ondas de los lagos celestes.
Verdaderamente, servirme no es descansar,
según el significado que el hombre da a esta palabra;
es necesario ser héroes, infatigables.
Mas os digo que al final será Jesús, siempre Jesús, el que se ceñirá el vestido para serviros,
y luego se sentará con vosotros a un banquete eterno,
y todo cansancio y dolor serán olvidados.
Ahora, dado que ninguno nos ha vuelto a buscar, vamos al lago.
Descansaremos en Magdala.
En los jardines de María de Lázaro hay sitio para todos,
y ella ha puesto su casa a disposición del Peregrino y de sus amigos.
No hace falta que os diga que María de Magdala ha muerto con su pecado
y que de su arrepentimiento ha renacido María de Lázaro, discípula de Jesús de Nazaret;
ya lo sabéis, porque la noticia ha corrido como fragor de viento en un bosque.
No obstante os digo una cosa que no sabéis:
que todos los bienes personales de María de Lázaro son para los siervos de Dios
y para los pobres de Cristo.
Vamos..
279 LOS CINCO JUANES
279 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús está en las llanuras de Corozaín, extendidas a la largo del valle del alto Jordán,
entre el lago de Genesaret y el de Merón.
Una campiña llena de viñas en que ya se empieza a vendimiar.
Isaac conversa con Jesús.
En esta mañana se han unido a Él los discípulos que estaban en Sicaminón, Esteban y Hermas.
Isaac justifica el no haber podido llegar antes porque no sabía si traer a los nuevos discípulos.
Y dice:
– Pero he pensado que el camino del Cielo está abierto para todos, los que tienen buena voluntad.
Y a mí me parece que éstos, a pesar de ser discípulos de Gamaliel, la tienen.
Jesús responde:
– Has hablado y obrado bien.
Isaac se marcha y regresa con los dos.
Jesús los saluda:
– La paz a vosotros.
¿Tan verdadera habéis juzgado la palabra apostólica, que habéis querido uniros a ella?
Esteban responde
– Sí.
Y más la tuya.
No nos rechaces, Maestro.
– ¿Por qué habría de hacerlo?
– Porque somos de Gamaliel.
– ¿Y qué?
Yo honro al gran Gamaliel y quisiera tenerlo conmigo porque es digno de ello.
Sólo le falta esto para que su sabiduría se convierta en perfección.
¿Qué os ha dicho cuando os habéis despedido de él?
Porque os habréis despedido de él, ¿No?
– Sí.
Nos ha dicho: “Dichosos vosotros que podéis creer.
Orad porque yo olvide para poder recordar”.
Los apóstoles, que curiosos se han apiñado en torno a Jesús, se miran unos a otros…
Y se preguntan en voz baja:
– ¿Qué ha querido decir?
– ¿Qué quiere?
– ¿Olvidar para recordar?
Jesús oye este cuchicheo,
y explica:
– Quiere olvidar su sabiduría para asumir la mía.
Quiere olvidar que es el rabí Gamaliel,
para acordarse de que es un hijo de Israel, que espera al Cristo.
Quiere olvidarse de sí mismo, para acordarse de la Verdad.
Hermas dice:
– Gamaliel no miente, Maestro.
– No.
Lo engañoso es la maraña de pobres palabras humanas;
las palabras que ocupan el puesto de la Palabra;.
Hay que olvidarlas, despojarse de ellas;
acercarse desnudo y virgen a la Verdad, para ser vestido y fecundado.
Esto requiere humildad.
El escollo…
– ¿Entonces nosotros también tenemos que olvidar?
– Sin duda.
Olvidar todo lo que es cosa de hombre.
Recordar todo lo que es cosa de Dios.
Venid.
Hermas asegura:
– Queremos hacerlo.
– ¿Habéis vivido ya la vida de los discípulos?
Esteban responde:
– Sí.
Desde el día en que supimos que habían matado al Bautista.
La noticia llegó muy rápida a Jerusalén, por boca de los cortesanos y principales de Herodes.
Su muerte nos sacó del entorpecimiento.
– La sangre de los mártires siempre significa vida para los pusilánimes;
Esteban, no lo olvides.
– Sí, Maestro.
¿Vas a hablar hoy?
Siento hambre de tu palabra.
– Ya he hablado.
Pero hablaré más, mucho, a vosotros discípulos.
Los compañeros vuestros, los apóstoles, han empezado ya su misión tras una activa preparación.
Pero no son suficientes para las necesidades del mundo.
Y es preciso tener todo hecho dentro de los márgenes de tiempo.
Yo soy como quien tiene un plazo y antes de que termine ese tiempo tiene que tener todo hecho.
Os pido a todos, ayuda.
Y ayuda os prometo y un futuro de gloria en nombre de Dios.
La penetrante mirada de Jesús, detecta a un hombre todo arropado en un manto de lino:
Y pregunta:
– ¿No eres el sacerdote Juan?
El hombre responde:
– Sí, Maestro.
El corazón de los judíos es áspero como la quebrada maldita.
– ¿Y el sacerdocio?
– La lepra fue la primera que me expulsó del sacerdocio;
luego fueron los hombres, porque te amo.
Tu Gracia me aspira hacia sí: hacia Ti;
ella también me arroja de un lugar profanado para conducirme a lugar puro.
Tú me has purificado, Maestro, en el cuerpo y en el espíritu.
Una cosa pura no puede acercarse a una cosa impura;
sería una ofensa para quien ha purificado.
– Tu juicio es severo, pero no injusto.
– Maestro, las fealdades de la familia son patentes sólo a quienes viven en ella.
Y no deben manifestarse sino a la persona de recto corazón.
Tú lo eres.
A otros no se lo diría.
Aquí estamos Tú, tus apóstoles…
Y otros dos que también saben como Tú y como yo.
Por tanto…
– Bien.
Pero…
¿Tú también?
¡Paz a ti!
¿Has venido para ofrecer más comida?
– No.
He venido por tu alimento.
– ¿Se te ha malogrado la cosecha?
– ¡No!
Maestro mío, busco otro pan y otra cosecha: los tuyos.
Tengo conmigo al leproso que curaste en mis tierras.
Ha vuelto a su patrón.
Pero tanto él como yo tenemos ahora un patrón al que seguir y servir: Tú.
– Venid.
Uno, dos, tres, cuatro…
¡Buena recolección!
Pero, ¿Habéis reflexionado sobre vuestra posición en el Templo?
Vosotros ya sabéis, Yo también…
Y no digo más…
El sacerdote Juan. dice:
– Soy hombre libre y voy con quien quiero.
El escriba Juan que también ha venido,
agrega:
Es el que el sábado dio comida en la primera multiplicación,
al pie del monte de las Bienaventuranzas.
Hermas y Esteban dicen:
– Y nosotros también.
Y Esteban añade:
– Háblanos, Señor.
No sabemos en qué consiste exactamente nuestra misión.
Danos lo mínimo para poderte servir inmediatamente.
El resto vendrá mientras te seguimos.
El escriba juan, pregunta:
– Sí.
En el monte hablaste de las bienaventuranzas.
Ello era lección para nosotros.
Pero, respecto a los demás, en el segundo amor, el del prójimo…
¿Qué debemos hacer?
Por toda respuesta, Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Juan de Endor?
Juan el apóstol dice:
– Allí, Maestro, con aquellos curados.
– Que venga aquí.
Y corre a llamarlo.
Acude Juan de Endor.
Jesús le pone la mano en el hombro, con especial saludo,
y dice:
– Pues bien, voy a hablar ahora.
Quiero teneros delante de Mí a vosotros que lleváis nombre santo.
tú, mi apóstol; tú, sacerdote; tú, escriba; tú, Juan del Bautista;
y tú, por último, cerrando la corona de gracias concedidas por Dios.
Y, aunque te nombre el último, sabes que no eres el último en mi Corazón.
Un día te prometí estas palabras que voy a decir.
Recíbelas.
Y Jesús, como hace habitualmente, sube a un pequeño ribazo;
para que todos puedan verlo.
Tiene enfrente, en primera fila, a los cinco Juanes.
Detrás de éstos, el nutrido grupo de los discípulos;
mezclado con la multitud de los que, de todas las partes de Palestina,
han venido por necesidad de salud o de palabra.
– Paz a todos vosotros.
La sabiduría descienda sobre vosotros.
Escuchad
Un día ya lejano uno me preguntó:
si Dios es misericordioso con los pecadores y hasta qué punto lo es.
Quien lo preguntaba era un pecador que había sido perdonado
y que no lograba convencerse del absoluto perdón de Dios.
Yo por medio de parábolas lo calmé, lo conforté y prometí que para él hablaría siempre de misericordia,
para que su corazón arrepentido -que, cual niño extraviado, lloraba dentro de él- se sintiera
seguro de ser ya propiedad de su Padre del Cielo.
Dios es Misericordia porque es Amor.
El siervo de Dios debe ser misericordioso para imitar a Dios.
Dios se sirve de la misericordia como de un medio para atraer hacia sí a los hijos descarriados.
El siervo de Dios debe servirse de la misericordia como de un medio para llevar a Dios, a los hijos descarriados
El precepto del amor es obligatorio para todos.
Pero debe ser triplemente obligatorio en los siervos de Dios.
No se conquista el Cielo si no se ama.
Decir esto es suficiente para los creyentes.
A los siervos de Dios les digo:
“No se hace conquistar el Cielo a los creyentes si no se los ama con perfección”.
¿Y vosotros, quiénes sois, vosotros que os ceñís aquí alrededor de Mí?
Por lo general sois criaturas que tendéis a la vida perfecta,
a la vida bendita, fatigosa, luminosa, del siervo de Dios, del ministro de Cristo.
¿Cuáles son vuestros deberes en esta vida de siervo y ministro?
Un amor total a Dios, un amor total al prójimo.
Vuestra finalidad: servir. ¿Cómo?
Restituyendo a Dios a aquellos que el mundo, la carne, el demonio le han arrebatado.
¿En qué modo?
Con el amor: el amor que tiene mil formas para desarrollarse…
Y un único fin: hacer amar.
Pensemos en nuestro hermoso Jordán.
¡Qué imponente, a su paso por Jericó!
Pero, ¿Era así en su nacimiento? No.
Era un hilo de agua.
Y lo hubiera seguido siendo si hubiera estado siempre solo.
Pero he aquí que de los montes y collados, de una y otra ribera de su valle,
desciende un sinfín de afluentes
unos solos, otros ya formados de cien arroyos;
Y todos desaguan en el lecho que va creciendo y creciendo;
hasta convertirse, del delicado riachuelo de plata azul que reía y jugaba en su niñez de río,
en el amplio, solemne, pacífico río que inserta una cinta de azul celeste
entre las fértiles riberas de esmeralda.
Así es el amor.
Un hilo inicial en los párvulos del camino de la Vida,
que apenas si saben salvarse del pecado grave por temor al castigo;
luego, prosiguiendo en el camino de la perfección, he aquí que de las montañas de lo humano,
agrestes, áridas, soberbias, duras
se exprimen, por voluntad de amor, multitud de riachuelos de esta principal virtud.
Y todo sirve para que ésta mane y brote:
los dolores, las alegrías, de la misma forma que sobre los montes sirven para formar riachuelo
las nieves heladas y el sol que las derrite.
Todo sirve para abrir a éstas el camino:
la humildad como el arrepentimiento; todo sirve para llevarlas al río principal.
Porque el alma, impulsada por ese Camino, se complace en bajar al anonadamiento del yo,
aspirando a subir de nuevo, atraída por el Sol-Dios,
una vez transformada en río caudaloso, hermoso, benefactor.
Los arroyuelos que nutren el arroyo embrional del amor de temor son, además de las virtudes;
las obras que las virtudes enseñan a cumplir
las obras que, precisamente por ser riachuelos de amor,
son de misericordia.
Examinémoslas juntos.
Algunas ya eran conocidas por Israel, otras os las doy a conocer Yo,
porque mi ley es perfección de amor.
250 OBISPO DE JERUSALÉN
250 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
258 Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión de apóstol
La tarde baja envuelta en los gorjeos de los pajaritos.
En medio del rumor del viento que acaricia y refresca la cima y es preludio del rocío de la noche.
Santiago está todavía retirado dentro de la grieta del monte, sentado. en cuclillas;
con la cabeza inclinada hasta las rodillas, elevadas y ceñidas con los brazos
Es tan profunda su meditación que pareciera que está dormido.
Se ve claramente que no percibe lo que sucede a su alrededor.
Concretamente una pelea entre dos aves grandes,
que por algún motivo suyo particular combaten ferozmente en el pequeño prado.
Pareciera que son gallos de montaña, urogallos o faisanes.
Porque tienen el volumen de un gallo pequeño y plumas irisadas;
sólo un pequeño yelmo de carne roja como un coral en la parte alta de la cabeza y en las mejillas.
Si la cabeza es pequeña, el pico debe ser un punzón de acero.,
utilizado sin piedad en la lucha.
Plumas que vuelan por el aire, sangre que cae al suelo;
en medio de un guirigay muy sensible;
que ha hecho callar silbos, trinos y gorjeos, en la espesura.
Los pajarillos observan el feroz carrusel…
Santiago no oye nada.
Jesús, sin embargo, sí que oye;
baja de la cima adonde había subido y dando unas palmadas, separa a los contendientes;
los cuales huyen sangrando:
uno hacia la ladera del monte, el otro a la copa de un roble.
Y allí se pone en orden las plumas erizadas y alborotadas.
Santiago no levanta la cabeza tampoco por el ruido que ha hecho Jesús;
Quien sonriendo, camina un poco más..
Y se para en el centro del prado.
Su túnica blanca parece teñirse de rojo en la parte derecha;
por la intensidad del arrebol del ocaso.
Parece verdaderamente como si el cielo hubiera prendido fuego.
Pues bien, a pesar de todo, Santiago no debió estar dormido,
porque cuando Jesús susurra – verdaderamente sólo susurra:
– Santiago, ven –
levanta la cabeza de las rodillas, abre el cerco de sus brazos, se pone en pie…
Y va hacia Jesús.
La Voz de Dios se escucha, especialmente SI ES a las 3.00 AM;
cuando es emergencia que Oremos, por algo relacionado con Satanás
ES LA HORA DE INTERCEDER
¡¡Por lo que SEA que Dios lo esté necesitando!
Se para frente a Él, a unos dos pasos de distancia,
y lo mira.
Jesús también lo mira, con expresión seria aunque alentadora…
Por una sonrisa que es visible, aun no siendo ni de labios ni de miradas.
Lo mira fijamente, como queriendo leer hasta las más imperceptibles reacciones
y emociones de su primo y apóstol.
El cual, como ayer, sintiéndose a las puertas de una revelación, palidece….
Y su palidez es mayor todavía, hasta parecer una continuación con su túnica de lino,
cuando Jesús levanta los brazos…
Le apoya las manos en los hombros y mantiene esta postura:
Santiago asemeja entonces verdaderamente a una hostia…
solamente los mansos ojos castaño oscuros y la barba castaña;
ponen algo de color en ese rostro atento.
Jesús dice:
– Santiago, hermano mío.
¿Sabes por qué he querido que vinieras aquí?
¿Y estar a solas para hablarte, tras horas de Oración y meditación?
Da la impresión de que a Santiago le cueste responder…
Al fin, abre los labios para responder en voz baja:
– Para darme una lección especial.
Para el futuro.
O porque soy el menos dotado de todos;
te doy las gracias de antemano…
Aunque se trate de una corrección.
Créeme, Maestro y Señor, que si soy tardo e incapaz;
es por deficiencia, NO por mala voluntad.
Jesús dice:
– No se trata de una corrección.
Sino de una lección para cuando no esté con vosotros.
Durante estos meses has pensado mucho en tu corazón, lo que te dije un día,
Cuando te prometí que vendría aquí contigo, no sólo para hablar del profeta Elías….
Y para contemplar el mar que desde allí resplandecía infinito,
sino para hablarte de otro mar, aún mayor,
más mudable, más engañoso que éste, que hoy parece el más plácido de los embalses…
Pero que quizás, dentro de pocas horas se tragará, con hambre voraz;
barcas y hombres.
Nunca has separado el pensamiento de lo que te dije entonces….
Ni del hecho de que la venida aquí tuviera que ver con tu destino futuro.
Tanto es así, que te estás poniendo cada vez más pálido;
al intuir que se trata de un grave destino.
De una herencia llena de tal responsabilidad,
que haría temblar incluso a un héroe.
Son una responsabilidad y una misión que deben ser actuadas,
con toda la santidad que es posible en un hombre para no defraudar el deseo de Dios.
Es una misión que lleva consigo la santidad posible,
para que el hombre no eche a perder la voluntad de Dios.
No tengas miedo, Santiago; no quiero tu mal.
Por tanto, si te destino a ella, es señal de que sé que no te dañará,
sino que te dará gloria sobrenatural.
Escúchame, Santiago,
pon paz en ti con un vivo acto de abandono en Mí,
para poder oír y recordar mis palabras.
Nunca volveremos a estar tan solos, ni con el espíritu tan predispuesto a comprendernos.
Yo un día me iré, como todos los hombres, que tienen un tiempo de permanencia en la tierra.
Mi permanencia cesará de una forma distinta de la de los hombres, pero cesará;
entonces no me tendréis a vuestro lado sino con mi Espíritu;
el cual te lo aseguro, no os abandonará jamás.
Me iré después de daros lo necesario, para hacer progresar mi Doctrina en el mundo;
después de cumplir el Sacrificio y obteneros la Gracia;
con ésta y con el Fuego sapiencial y heptamorfo podréis hacer,
lo que ahora sólo con imaginarlo os parecería locura y presunción.
Yo me iré y vosotros os quedaréis.
El mundo que no ha comprendido a Cristo, tampoco comprenderá a los apóstoles de Cristo.
Por eso os perseguirán.
Os dispersarán, como si fuerais los más peligrosos para el bienestar de Israel.
Pero, puesto que sois mis discípulos;
debéis sentiros contentos de sufrir los mismos dolores que vuestro Maestro.
Tú serás el jefe de los creyentes que Jesús haya hecho en Jerusalén.
Y deberás saber amar perfectamente, para ser un jefe santo.
Un día de Nisán te dije: “Tú serás el que quede, de los profetas del Señor”.
Tu madre, por ministerio espiritual, ha intuido de alguna forma el significado de estas palabras.
Pues bien, antes de que se cumplan para mis apóstoles;
a ti, y para ti, se te habrán cumplido ya. Santiago.
Todos serán dispersados excepto tú, hasta la llamada de Dios a su Cielo.
Permanecerás en el lugar para el que te elegirá Dios por boca de tus hermanos.
Tú, descendiente de la estirpe real, en la ciudad real.
Levantarás mi cetro y hablarás del verdadero Rey.
Rey de Israel y del mundo.
Según una realeza sublime que sólo comprenden aquellos a quienes es revelada.
Entonces necesitarás fortaleza, constancia, paciencia y sagacidad sin límites.
Tendrás que ser justo con caridad, con una Fe simple y pura como la de un niño.
Y al mismo tiempo erudita, propia de un verdadero maestro, para sostener la Fe,
agredida en muchos corazones y por muchas cosas contrarias
Y para refutar los errores de los falsos cristianos y las sutilezas doctrinales del viejo Israel.
El cual, ciego ya desde ahora, estará más ciego que nunca cuando haya matado la Luz.
Y forzará las palabras proféticas e incluso los mandamientos del Padre, de quien procedo,
para persuadirse a sí mismo, y así darse paz.
Y persuadir al mundo, de que los patriarcas y los profetas no hablaban de Mí,
sino que Yo era solamente un pobre hombre, un iluso, un desquiciado -esto para los mejores-
O para los menos buenos del viejo Israel, un hereje endemoniado.
Te ruego que entonces seas otro Yo.
¡No, que no es imposible! Es posible.
Deberás tener presente a tu Jesús, sus actos, su palabra, sus obras;
como si te depositaras suavemente en el molde de arcilla que usan los fundidores de metales
para darles una impronta
Yo estaré siempre presente.
Tan presente y vivo con vosotros, mis fieles, que podréis uniros a Mí, ser vosotros otro Yo, con sólo desearlo.
Y tú, que has vivido conmigo desde la más tierna edad,
que recibiste el alimento de la Sabiduría de manos de María antes que de mis propias manos;
tú que eres sobrino del hombre más justo que tuvo Israel, tú debes ser un perfecto Cristo…
– ¡No puedo, no puedo, Señor!
Da esta misión a mi hermano, a Juan, a Simón Pedro, al otro Simón; a mí no, Señor.
¿Por qué a mí?
¿Qué he hecho para merecerlo?
¡¿No ves que soy un pobre, bien pobre, hombre que tiene sólo una capacidad:
quererte mucho y creer firmemente en todo lo que dices?!
– Judas tiene un temperamento muy fuerte.
Irá muy bien donde haya que abatir el paganismo.
No aquí, donde lo que habrá que hacer será convencer del cristianismo a aquellos que,
por ser ya pueblo de Dios, creen a pies juntillas que están en lo cierto;
no aquí, donde lo que hay que hacer es convencer a todos aquellos que, a pesar de creer en Mí,
se sentirán defraudados por el desarrollo de los acontecimientos.
Convencerlos de que mi Reino no es de este mundo;
sino que es el Reino enteramente espiritual de los Cielos, cuyo preludio es una vida cristiana.
O sea, una vida en que los valores preponderantes sean los del espíritu.
El convencimiento se obtiene con una firme dulzura.
¡Ay de aquel que echa las manos al cuello para persuadir!
La víctima dirá “sí” en ese momento, para librarse del estrangulamiento, pero luego huirá.
Y -si no es un malvado, sino solamente una persona extraviada- no volverá hacia atrás
ni querrá aceptar ya confrontaciones.
O si es un malvado o simplemente un fanático, huirá para ir a armarse…
Y luego dar muerte a este que atropellando a los demás, proclama doctrinas distintas de las suyas.
Pues bien, tú estarás rodeado de fanáticos, fanáticos cristianos y fanáticos israelitas.
Los primeros querrán de ti acciones de fuerza, o al menos el permiso para llevarlas a cabo.
Porque el viejo Israel, con sus intransigencias y restricciones;
estará todavía presente en ellos, agitando su venenosa cola.
Los segundos marcharán contra ti y los otros, como si fuera una guerra santa
en defensa de la vieja Fe y de sus símbolos y ceremonias.
Y tú estarás en el centro de este mar tempestuoso.
Tal es el sino de los líderes.
Tú serás la cabeza de los cristianos de la Jerusalén cristianizada por tu Jesús.
Habrás de saber amar con perfección para poder ser líder santamente.
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
243 MATERNIDAD ESPIRITUALIZADA
243 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Todavía es de noche.
Una preciosa noche de Luna menguante.
Cuando, silenciosamente, Jesús con los apóstoles y las mujeres,
Juan de Endor y Hermasteo, se despiden de Isaac,
que es el único que está despierto, para emprender el camino siguiendo la orilla del mar.
El rumor de los pasos es sólo un leve crujido de grava comprimida por las sandalias.
Ninguno habla.
Hasta que no dejan unos metros atrás la última de las casitas.
Quien en ella duerme…
O en las otras anteriores, ciertamente no ha advertido la silenciosa partida del Señor y sus amigos.
El silencio es profundo.
Sólo el mar habla:
A la Luna, que ya se encamina hacia el poniente, empezando a declinar; a las arenas.
Y les cuenta las historias de las profundidades, con su larga ola de marea alta incipiente;
que va dejando cada vez menos margen seco al litoral.
Esta vez las mujeres van adelante, con Juan, Simón Zelote, Judas Tadeo y Santiago de Alfeo;
los cuales ayudan a las discípulas a pasar pequeños escollos que aparecen acá o allá;
húmedos de agua salubre y resbaladizos.
E1 Zelote va con la Magdalena, Juan con Marta;
mientras que Santiago de Alfeo se ocupa de su madre y de Susana.
Y Judas Tadeo no cede a ninguno el honor
de tomar en su recia y larga mano, otra parte en que asemeja a Jesús.
La mano menuda de María, para sostenerla en los pasos difíciles.
Cada uno de ellos habla en voz baja con su compañera.
Parece como si todos quisieran respetar el sueño de la Tierra.
El Zelote habla muy animadamente con María de Mágdala.
Y más de una vez Simón abre los brazos con el gesto de quien dijera:
«Así es y no hay otra posibilidad».
Pero, dado que son los que van más adelantados, no es posible oir lo que dicen.
Juan habla sólo de vez en cuando con su compañera, señalándole el mar y el Carmelo;
cuya ladera occidental está todavía blanca de luna.
Quizás está hablando del camino que recorrieron la otra vez, bordeando el Carmelo por la otra parte.
También Santiago, entre María de Alfeo y Susana, habla del Carmelo.
– Jesús me ha prometido,
que subiríamos allá arriba, los dos solos.
y que me diría una cosa sólo a mí.
María de Alfeo inquiere:
– ¿Qué querrá decirte, hijo?
¿Me lo participas luego?
– Mamá…
Si es un secreto, no te lo puedo decir.
Responde sonriendo, con esa sonrisa suya tan afectuosa,
Santiago, cuya semejanza con José, el esposo de María, es muy sensible en las facciones.
Y más aún, en la serena dulzura.
María de Alfeo dice:
– Para la madre no hay secretos.
Santiago comenta:
Pero si Jesús me quiere allá arriba solo.
Y hablarme sólo a mí, es señal de que no quiere que nadie sepa lo que quiere decirme.
Tú, mamá…
Eres mi querida mamá a la que quiero mucho, pero Jesús está por encima de ti y su voluntad también.
De todas formas, le preguntaré, cuando llegue el momento, si te puedo decir a ti sus palabras.
¿Estás contenta ahora?
– Te olvidarás de preguntarlo…
– No, mamá.
No te olvido nunca, aunque estés lejos de mí.
Siempre que oigo o veo algo bonito pienso:
“¡Si estuviera aquí mi madre!”
– ¡Amor!
Dame un beso, hijo mío.
María de Alfeo está emocionada.
Pero la emoción no mata la curiosidad.
Vuelve al asalto después de unos momentos de silencio.
– Has dicho: su voluntad.
Entonces es que has comprendido que te quiere manifestar algún designio suyo.
¡Venga, hombre, al menos esto lo puedes decir!
¡Esto te lo habrá dicho estando presentes los demás!
Santiago, muy sonriente,
le dice:
– La verdad es que iba delante sólo con Él.
– Pero los otros podían oír.
– No me dijo mucho, mamá.
Me recordó las palabras y la oración de Elías en el Carmelo:
“De los profetas del Señor he quedado yo sólo”;
“sé propicio a mi oración, para que este pueblo reconozca que Tú eres el Señor Dios”».
– ¿Y qué quería decir?
Santiago se defiende:
– ¡Cuántas cosas quieres saber, mamá!
Ve donde Jesús, entonces; que te las diga.
– Habrá querido decir…
Que, dado que el Bautista ha sido apresado, queda sólo El como profeta en Israel.
Susana dice:
– Y que Dios deberá conservarlo mucho tiempo para que el pueblo sea adoctrinado.
María de Alfeo:: –
¡Mmm!
Dudo que Jesús pida ser conservado mucho tiempo.
¡Venga, Santiago mío, díselo a tu madre!
Santiago con firme dulzura,
responde:
– La curiosidad es un defecto, mamá.
Es cosa inútil, peligrosa y a veces dolorosa.
Haz un buen acto de mortificación…
María de Alfeo se lamenta.
Y toda agitada pregunta:
– ¡Ay, pobre de mí!
¿No habrá querido decir que me van a encarcelar a tu hermano, o…
Quizás… matarlo?
– Judas no es “todos los profetas”, mamá;
aunque, por tu amor, cada uno de tus hijos representa al mundo…
– Pienso también en los demás,
Porque… porque entre los profetas futuros estáis ciertamente vosotros.
Entonces…
Entonces, si sólo quedas tú…
Si sólo quedas tú es señal de que los otros, mi Judas… ¡Oh!
María de Alfeo deja de repente donde están a Santiago y a Susana.
Y ligera como una jovencilla, vuelve hacia atrás corriendo,
sin hacer caso a la pregunta que le dirige Judas Tadeo.
Llega, como si alguien la estuviera persiguiendo, al grupo de Jesús.
Y dice:
– Jesús mío,…
Estaba hablando con mi hijo…
de lo que le dijiste… del Carmelo… de Elías… de los profetas…
Dijiste… que Santiago se quedará solo…
¿Qué será de Judas, entonces?
¡Es mi hijo, sabes!
Dice toda jadeante por la congoja y por la carrera realizada.
Jesús responde:
– Lo sé, María;
Como también sé que te sientes feliz de que sea mi apóstol.
Date cuenta de que tú tienes todos los derechos como madre y Yo los tengo como Maestro y Señor.
– ¡Es verdad…!
¡Es verdad… pero Judas es mi hijito!…
Y María de Alfeo, vislumbrando un momento futuro, se echa a llorar con ganas.
-¡Oh, son lágrimas muy mal empleadas!
Pero todo se le comprende a un corazón de madre.
Ya te consolé otra vez.
En aquel momento te prometí que aquel dolor te alcanzaría de Dios grandes gracias;
para ti, para tu Alfeo, para tus hijos…
Jesús ha pasado su brazo por encima de los hombros de su tía y la ha juntado estrechamente a Sí…
Ahora ordena a los que iban con Él:
– Vosotros id adelante…
Luego, ya sólo con María de Alfeo,
sigue diciendo:
– Y no mentí.
Alfeo murió invocándome.
Por tanto, toda deuda suya hacia Dios quedó cancelada.
María, tu dolor obtuvo esta conversión hacia el pariente que antes Alfeo no había comprendido;
hacia el Mesías que no había querido reconocer;
ahora, este dolor tuyo obtendrá que el vacilante Simón y el reacio José,
– Sí, pero…
¿Qué vas a hacer con Judas, con mi Judas?
– Lo amaré más aún de cuanto le amo ahora.
– No, no.
Hay un presagio amenazador en esas palabras.
¡Oh, Jesús! ¡Oh, Jesús!…
María Virgen vuelve hacia atrás, porque, ante ese dolor cuya naturaleza todavía desconoce;
quiere consolar también a su cuñada.
En cuanto sabe de qué dolor se trata, porque su cuñada, al verla a su lado;
llora aún más fuerte y se lo dice.
Ella se pone más pálida que la misma Luna.
María de Alfeo gime:
– Dile tú que no, que no…
María Virgen, aún más pálida,
le dice:
– ¿Podría pedir esto para ti, si ni siquiera para mi Hijo pido que sea salvado de la muerte?
María, di conmigo:
“Hágase tu voluntad, Padre, en el Cielo, en la Tierra y en el corazón de las madres”.
Hacer la voluntad de Dios a través del destino de nuestros hijos;
es el martirio redentor de nosotras las madres…
Además… nadie ha confirmado que vayan a matarlo a Judas,
O matarlo antes de que tú mueras.
¡Tu oración de ahora por que alcance la mayor longevidad;
cómo te pesaría entonces, cuando, en un Reino de Verdad y Amor, veas todas las cosas;
a través de las luces de Dios y a través de tu maternidad espiritualizada!
Entonces -estoy seguro de ello-, como bienaventurada y como madre;
querrías que Judas fuera semejante a mi Jesús en su destino de redentor.
Y anhelarías vivamente tenerlo pronto contigo de nuevo, para siempre.
Porque el tormento de las madres es verse separadas de sus hijos.
Un tormento tan grande, que creo que perdurará como ansia amorosa, incluso en el Cielo que nos acogerá.
El llanto de María, tan fuerte y en medio del silencio de un primer destello de alba…
Ha hecho que todos vuelvan atrás para saber lo que pasa,
Con lo cual han oído las palabras de María Virgen y la emoción se extiende:
Llora María de Magdala susurrando:
«Y yo le he procurado ese tormento a mi madre ya desde esta Tierra»;
Llora Marta diciendo:
«La separación de los hijos y la madre significa dolor recíproco».
Brillan también los ojos de Pedro.
Por su parte el Zelote dice a Bartolomé:
– « ¡Qué palabras de sabiduría para explicar;
lo que será la maternidad de una bienaventurada!
Nathanael responde:
– « ¿Y cómo valorará las cosas una madre bienaventurada?
¿A través de las luces de Dios y de la maternidad espiritualizada…
!Se queda uno sin respiración…!
¡Como ante un luminoso misterio».
Judas dice a Andrés:
– La maternidad.
Expresada en esos términos, se despoja de todo sentido de peso, para ser pura ala.
– Da la impresión de estar viendo ya a nuestras madres;
transformadas en una inimaginable belleza.
Tadeo agrega:
– Es verdad.
La nuestra, Santiago, nos amará así.
Juan dice a Santiago su hermano:
– ¿Te imaginas lo perfecto que será entonces su amor?
Y es el único en que se dibuja una luminosa sonrisa…
¡Tanto le emociona gozosamente la idea, de que su madre llegue a amar en modo perfecto!
Con tono de disculpa, Santiago de Alfeo,
dice:
– Siento haber causado tanto dolor.
Ha intuido más de lo que he dicho…
Créeme, Jesús.
Jesús responde:
– Lo sé.
Lo sé.
María se está labrando a sí misma.
Y éste ha sido un golpe más fuerte de cincel; pero le quita mucho peso muerto.
Tadeo mirando a María de Alfeo,
le recrimina severo:
-¡Venga, madre!
Esto me duele.
Que sufras como una pobre mujercita que no conoce las certezas del Reino de Dios.
No te pareces en nada a la madre de los niños Macabeos.
– recrimina a su madre Judas Tadeo, severo, aunque
Y la abraza besándola en la cabeza, en sus cabellos entrecanos,
añade:
– «Pareces una niña con miedo a las sombras y a las fábulas que le cuentan para asustarla.
Pero tú sabes dónde encontrarme: en Jesús.
¡Qué mamá! ¡Qué mamá!
Deberías llorar si se te hubiera dicho que, en un futuro, fuera a traicionar a Jesús, a abandonarlo.
O fuera a ser un réprobo.
Entonces sí, entonces deberías llorar incluso sangre.
Pero, si Dios me ayuda, no te daré nunca ese dolor, madre mía.
Quiero estar contigo por toda la eternidad..
El reproche primero; las caricias, después…
Terminan por enjugar el llanto de María de Alfeo, que ahora se siente y se la ve…
Toda avergonzada de su debilidad.
En el tránsito de la noche al día, habiéndose ocultado la Luna sin haber empezado todavía a amanecer…
La luz ha disminuido.
Pero es sólo un breve intervalo incierto…
Inmediatamente después, la luz primero plomiza, luego levemente gris y casi enseguida verdastra;
Finalmente luce esplendorosa la vía láctea con transparencias de azul
Dando a continuación paso a una claridad de casi incorpórea plata;
que termina afirmándose cada vez más, facilitando el camino por el guijarral húmedo;
que las olas han dejado al descubierto.
Mientras, los ojos se alegran con la vista del mar, ya de un azul más claro;
pronto a encenderse de visos de gemas preciosas.
Y luego el aire embebe su plata de un rosa cada vez más seguro, hasta que este rosa-oro de la aurora;
se hace lluvia rosa-roja que cae en el mar, en los rostros, en los campos…
Formando contrastes de tonalidades cada vez más vivos,
los cuales alcanzan el punto perfecto, el más bonito del día cuando el Sol;
saltando los confines del oriente, lanza su primer rayo hacia montes y laderas,
bosques, prados y vastas llanuras marinas y celestes,
Y acentúa todos los colores: la blancura de las nieves o de las lejanías montañosas;
con un color añil entreverado de verde diaspro.
O el cobalto del cielo, que palidece para acoger el rosa;
el zafiro veteado de jaspe y orlado de perlas del mar.
Y hoy el mar es un verdadero milagro de belleza:
No muerto en la tranquilidad pesada, ni agitado bajo la lucha de los vientos,
sino majestuosamente vivo con su reñir de leves olas, apenas señaladas,
con una ondulación coronada por una cresta de espuma.
Jesús dice:
– Llegaremos a Dora antes de que el sol queme.
Reanudaremos la marcha al declinar del sol.
Mañana, en Cesárea, terminará vuestro esfuerzo, hermanas.
También nosotros descansaremos.
Allí estará ciertamente vuestro carro.
Nos separaremos…
Y mirando a la Magdalena pregunta:
¿Por qué lloras, María?
¿Voy a tener que ver hoy llorar a todas las Marías?
240 PARÁBOLA DEL MINERO
240 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
251 A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante.
Son las primeras horas de la mañana cuando Jesús llega a una ciudad de mar.
Está ante ella.
Cuatro barcas siguen a la suya.
La ciudad se adentra en el mar de una forma extraña, como si estuviera construida en un istmo.
O más exactamente como si un estrecho istmo uniera sus dos partes:
la que penetra completamente en el mar y la que se extiende sobre la orilla.
Vista desde el mar, parece un enorme hongo:
Acostada su cabeza en las olas, hincada su base en la costa y como pie el istmo).
A los lados del istmo, dos puertos:
Uno, el que mira a septentrión, menos cerrado, está lleno de embarcaciones pequeñas;
el otro, situado al Sur, mucho más protegido; está lleno de naves grandes, que llegan o zarpan.
Señalando hacia el puerto de las embarcaciones pequeñas,
Isaac dice:
– Hay que ir allá.
Allí están los pescadores.
Costean la isla y se puede ver que el istmo es artificial;
una especie de dique ciclópeo que une la islita con tierra firme.
¡En aquellos tiempos construía sin tacañerías!
Realmente es una ciudad muy rica, con hermosos y funcionales puertos, con un gran número de navíos.
Con un comercio marítimo muy activo.
Detrás de la ciudad, tras una zona de llanura, hay algunas colinas bajas y de gracioso aspecto.
En la lejanía se pueden ver el gran Hermón y la cadena libanesa.
Pues esta ciudad era una de las que se veía en la panorámica del monte;
donde estaban Simón y Juan contemplando el Líbano.
La barca de Jesús, entretanto, está llegando al puerto septentrional;
a la rada del puerto donde se mueve lentamente sin atracar;
con los remos hacia adelante y hacia atrás, hasta que Isaac ve a los que buscaba.
Y los llama gritando.
Se acercan dos bonitas barcas de pesca.
Los pescadores se inclinan hacia las barcas más pequeñas de los discípulos.
Isaac les dice:
– El Maestro está con nosotros, amigos.
Venid, si queréis oír su palabra.
Esta misma tarde vuelve a Sicaminón.
Ellos le contestan:
– Enseguida.
– ¿A dónde vamos?
– A un lugar tranquilo.
El Maestro no baja a Tiro, ni a la ciudad de tierra firme.
Hablará desde la barca.
Elegid un sitio que esté a la sombra y protegido.
– Venid detrás de nosotros.
Iremos hacia las rocas.
Allí hay ensenadas tranquilas y con sombra.
Podréis incluso bajar a tierra.
Y van a una concavidad del arrecife, más al Norte.
La pared rocosa, cortada a pico, protege del sol.
Es un lugar solitario, sólo poblado de gaviotas y las palomas torcazas;
que salen para hacer sus incursiones en el mar y vuelven emitiendo fuertes gritos a sus nidos de la roca.
Pero en esto, otras pequeñas embarcaciones se han ido uniendo a las que van en cabeza,
de manera que forman ya una minúscula flotilla.
En el fondo de este pequeñísimo golfo, hay una pequeña playa, verdaderamente minúscula.
Una pequeña explanada pedregosa;
pero una pequeña multitud de algunos cientos de personas sí que cabe.
Bajan sirviéndose de un escollo ancho y liso que, cual si fuera un espigón natural;
sobresale de las aguas profundas.
Y se colocan en la playita pedregosa y brillante de sal.
Son hombres morenos, enjutos, tostados por el sol y el mar.
Llevan cortas túnicas que dejan descubiertas las extremidades ágiles y delgadas.
Es muy visible la diversidad de la raza respecto a los judíos presentes…
Diversidad que se nota menos respecto a los galileos.
Pues estos siro-fenicios se parecen más a los filisteos lejanos, que a los pueblos cercanos.
Jesús se sitúa en un promontorio pegado a la pared rocosa…
Y empieza a hablar:
– Se lee en el libro de los Reyes…
Cómo el Señor mandó a Elías que fuera a Sarepta de los Sidones
durante la sequía y carestía que afligieron a la Tierra durante más de tres años.
No es que al Señor le faltaran recursos para dar el necesario sustento a su profeta en todos los lugares.
No lo envió a Sarepta porque en esta ciudad abundasen los alimentos.
Es más, allí la gente ya moría de hambre.
¿Por qué, entonces, Dios mandó a Elías tesbita?
Había en Sarepta una mujer de corazón recto, viuda y santa.
Pobre y sola, madre de un niño;
la cual, a pesar de todo, no se rebelaba contra el tremendo castigo;
ni era desobediente., ni se mostraba egoísta padeciendo el hambre.
Dios quiso agraciarla con tres milagros:
Uno por el agua que ofreció al sediento
otro por el panecillo cocido bajo la brasa, cuando ella no tenía sino un puñado de harina;
otro por la hospitalidad que ofreció al profeta.
Le dio pan y aceite, la vida de su hijo y el conocimiento de la palabra de Dios.
Así podéis ver cómo un acto de caridad, no sólo sacia el cuerpo y aleja el dolor de la muerte;
sino que también instruye al alma en la sabiduría del Señor.
Vosotros habéis ofrecido alojamiento a los siervos del Señor y Él os da la palabra de la Sabiduría.
He aquí entonces, que a este lugar donde no viene la palabra del Señor, una buena acción la trae.
Os puedo comparar con aquella única mujer de Sarepta que recibió al profeta;
vosotros aquí también sois los únicos que recibís al Profeta;
porque si hubiera bajado a la ciudad;
los ricos, los poderosos, no me habrían recibido.
Y los atareados comerciantes y marineros de las naves, no me habrían hecho caso.
Y mi venida aquí habría resultado ineficaz.
Yo ahora os dejaré.
Y diréis: “Pero, ¿Qué somos nosotros? Un puñado de hombres.
¿Qué poseemos? Una gota de sabiduría”.
Pues bien, no obstante, os digo: “Os dejo con el encargo de anunciar la hora del Redentor”.
Os dejo, repitiendo las palabras de Elías profeta:
“El ánfora de la harina no se agotará, el aceite no disminuirá hasta que venga quien lo distribuya con mayor abundancia”.
Ya lo habéis hecho.
Porque aquí hay fenicios mezclados con vosotros de allende el Carmelo.
Señal es de que habéis hablado como se os habló a vosotros.
Como podéis ver el puñado de harina y la gota de aceite no se han agotado;
sino que han aumentado cada vez más.
Seguid haciendo que aumente.
Y si os parece extraño el que Dios os haya elegido para esta obra, porque no os sintáis capaces de llevarla a cabo,
pronunciad la palabra de la profunda confianza:
“Me fiaré de tu palabra y haré lo que dices”.
Un pescador de Israel pregunta:
– Maestro,
¿Cómo tenemos que comportarnos con estos paganos?
A éstos los conocemos por la pesca.
Nos une a ellos el trabajo, que es el mismo.
Pero, ¿Los otros?
– Dices que participáis del mismo trabajo y ello os une.
¿Y no debería uniros un origen común?
Dios ha creado tanto a los israelitas como a los fenicios.
Los de la llanura de Sarón o los de la Alta Judea, no difieren de los de esta costa.
El Paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre.
Y el Hijo del hombre viene para llevar al Paraíso a todos los hombres.
La finalidad es conquistar el Cielo y alegrar al Padre.
Caminad, pues, por el mismo camino y amaos espiritualmente de la misma forma que os amáis por razones de trabajo.
– Isaac nos ha dicho muchas cosas.
– Pero quisiéramos saber más.
– ¿Es posible tener a un discípulo para nosotros, tan lejos como estamos?
Judas de Keriot sugiere:
– Maestro…
Mándales a Juan de Endor,
Vale mucho…
Y además está acostumbrado a vivir entre paganos.
Jesús responde con firmeza:
– No.
Juan estará con nosotros.
Y volviéndose a los pescadores,
pregunta:
– « ¿Cuándo termina la pesca de la púrpura?».
– Con las borrascas de otoño.
Después el mar está demasiado agitado aquí.
– ¿Volveréis entonces a Sicaminón?
– Allí y a Cesárea.
Abastecemos mucho a los romanos.
– Entonces podréis encontraros con los discípulos.
Mientras tanto perseverad.
– A bordo de mi barca hay uno que yo no quería que viniera…
Pero que se presentó en tu nombre, casi.
– ¿Quién es?
– Un joven pescador de Ascalón.
– Dile que baje y que venga.
El hombre sube a su barca
Y vuelve con un joven tímido al que se ve más bien aturdido, por ser objeto de tanta atención.
El apóstol Juan lo reconoce.
Y dice a Jesús:
– ¡Oh! sí, Maestro.
Es uno de los que nos dieron el pescado,
Y se levanta a saludarlo, caminando a su encuentro
diciéndole:
– ¿Entonces has venido!
¡Eh! Hermasteo.
¿Tú aquí? y ¿Vienes solo?
El joven contesta:
– Sí, solo.
En Cafarnaúm sentí vergüenza…
Me quedé en la orilla, esperando…
– ¿Qué esperabas?
– Ver a tu Maestro.
– ¿No es todavía el tuyo?
¿Por qué, amigo, eludes la decisión todavía?
Ve a la Luz, que te está esperando.
Mira cómo te observa y sonríe.
Hermasteo se ruboriza más,
y pregunta:
– ¿Cómo podrá soportarme?
Juan llama a Jesús:
– Maestro, ven un momento.
Jesús se levanta de su promontorio y va donde Juan.
Juan lo disculpa, diciendo:
– No se atreve porque es extranjero.
Jesús contesta con dulzura:
– Para mí no hay extranjeros.
¿No erais muchos?…
No te apenes.
Tú eres el único que ha sabido perseverar.
Pero, aunque sea por ti sólo, me siento feliz.
Ven conmigo.
Jesús vuelve con su nueva conquista a donde estaba.
Y mirando a Judas,
le dice:
– A éste sí que se lo vamos a dar a Juan de Endor.
Hermasteo tiene el espíritu y el carácter para se un buen apóstol y alma víctima;
que crecerá mucho espiritualmente junto al juzgado indigno de acompañar al grupo apostólico;
pero que será la gema más preciosa en su corona de corredentor…
Igual que la Magdalena, porque los dos ya aprendieron a ser holocaustos vivientes,
para la gloria del Señor, Único y Trino.
Y se pone a hablarles a todos.
Parábola del minero perseverante…
Un grupo de excavadores bajaron a una mina en que sabían que había tesoros,
que, de todas formas, estaban muy escondidos en las entrañas del suelo.
Pero el terreno era duro y el trabajo fatigoso.
Muchos se cansaron.
Y, arrojando los picos, se marcharon.
Otros se burlaron del responsable del equipo de obreros, casi tratándolo como a un estúpido.
Otros imprecaron contra el estado en que se encontraban, contra el trabajo, contra la tierra, contra el metal…
Y, airadamente, golpearon las entrañas de la tierra y fragmentaron el filón en inservibles partículas.
Y luego, al ver que en vez de obtener ganancias, sólo se habían hecho daño, se marcharon también.
Se quedó solo el más perseverante.
Con delicadeza trató los estratos de la tenaz tierra, para perforarla sin hacer daños.
Hizo una serie de pruebas, con las que decidió cual seguir en profundidad, excavó…
Al final quedó al descubierto un espléndido filón precioso.
La perseverancia del minero fue premiada y con el metal precioso que descubrió;
pudo obtener muchos trabajos y conquistar mucha gloria y muchos clientes;
porque todos querían de ese metal que solamente la perseverancia había sabido encontrar;
donde los otros holgazanes o iracundos, no habían obtenido nada.
Mas el oro hallado, para que sea bonito hasta el punto de que sirva para el orfebre;
debe a su vez perseverar en su voluntad de dejarse trabajar.
Si el oro, después del primer trabajo de excavación,
no quisiera ya volver a sufrir penas, no pasaría de ser un metal en bruto que no es elaborable.
Así pues, podéis ver cómo no basta el primer entusiasmo para tener éxito;
ni como apóstoles, ni como discípulos, ni como fieles.
Es necesario perseverar.
Eran muchos los compañeros de Hermasteo;
por efecto del primer entusiasmo, todos habían prometido venir.
Sólo él fue a Cafarnaún y ha venido.
Muchos son mis discípulos, y más lo serán.
Pero sólo la tercera parte de la mitad, sabrán serlo hasta el final.
Perseverar…
Es la gran palabra, para todas las cosas buenas.
¿Cuándo echáis el trasmallo para conseguir las conchas de la púrpura, lo hacéis una sola vez?
No. Lo hacéis una y otra vez y otra, durante horas, días, meses;
ya incluso con la idea de volver al año siguiente al mismo sitio…
Porque ello os da pan y bienestar a vosotros y a vuestras familias.
Pues bien, siendo esto así, ¿Os comportaréis de forma distinta en las cosas más grandes;
como son los intereses de Dios y de vuestras almas, si sois fieles;
vuestras y de vuestros hermanos, si sois discípulos?
En verdad os digo que para conseguir la púrpura de las vestiduras eternas, es necesario perseverar hasta el final.
Y ahora estemos aquí como buenos amigos hasta la hora de volver.
Así nos conoceremos mejor y nos será fácil reconocernos unos a otros…
Y todos se dispersan por la pequeña ensenada peñascosa.
Cuecen mejillones y cangrejos arrebatados a los escollos…
O peces pescados con pequeñas redes.
Y duermen en lechos de algas secas, dentro de cavernas abiertas en la costa rocosa por los terremotos o las olas.
Y el cielo y el mar son un azul cegador que se besa en el horizonte;
las gaviotas, continuo carrusel de vuelos, del mar a los nidos, con gritos y batir de alas;
únicas voces que, junto con el chapoteo de las olas, hablan en esta hora de bochorno estivo.
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
201 PARÁBOLA DEL HIJO DEFORME
201 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Los olivos, ante un vientecillo ligero, bambolean entre el verdeplata de sus ramas, sus ovales gotas de jade colgadas del sutil pecíolo.
Los solemnes nogales mantienen, duros y erguidos en su pedúnculo sus frutos y los van engrosando bajo la felpa del ruezno.
Los almendros están terminando de madurarlos, bajo el involucro que ya frunce su terciopelo y cambia de color.
Las vides abultan sus uvas; ya alguno que otro racimo, en posición favorablemente orientada;
anuncia tímidamente el topacio transparente y el futuro rubí del grano maduro.
Las cácteas de la llanura o de las primeras pendientes, exultan por los adornos cada día que pasa más vivos;
de los óvalos de coral que un decorador alegre ha posado caprichosamente, en lo alto de las carnosas palas, que parecen manos,
muchas manos, dentro de fundas espinosas, que elevan al cielo los frutos que ellas mismas han nutrido y madurado.
Palmeras aisladas y tupidos algarrobos, recuerdan bastante a la cercana África:
Las primeras suenan las castañuelas de sus hojas duras, dispuestas en forma de peine curvo;
los otros se han vestido de esmalte verde oscuro.
Y están engallados, señoriales con ese vestido suyo tan hermoso.
Cabras bermejas y negras, altas, gráciles, de largos cuernos retorcidos y ojos dulces y penetrantes, comen las cactáceas.
Asaltan las carnosas pitas:
esos enormes pinceles de hojas duras y espesas que, semejantes a alcachofas abiertas;
desde el centro de su corazón, extraen poderosos el candelabro de siete brazos, digno de una catedral;
de su tallo gigante, en cuyo ápice flamea su flor amarilla y roja, de delicado perfume.
Los apóstoles preguntan:
— ¿De Yabnia vamos a ir a Ecrón?
Mientras van a través de unos feracísimos campos en que el trigo duerme su último sueño bajo el fuerte sol que lo ha madurado.
Extendido en gavillas por los campos segados y tristes, inmensos lechos de muerte; ahora que ya no están vestidos de espigas.
Sino poblados de despojos a la espera de ser transportados a otro lugar.
Mas, si los campos están desnudos, los manzanos se visten de fiesta, con sus frutos que se dan prisa en madurar…
Que pasan del verde duro del fruto aún demasiado joven al tierno, amarillento, rosado brillante como cera, del fruto que ya madura.
Y la piel elástica de los higos se rompe.
Y abren éstos su cofre, su dulcísimo cofre de fruto-flor.
Y muestran, tras la fisura verdeblanca o morada y blanca;
la gelatina transparente, salpicada de granitos más oscuros que la pulpa.
África y Europa se dan la mano vistiendo la tierra de bellezas vegetales.
En cuanto el grupo apostólico deja la llanura para tomar el sendero que trepa por una colina literalmente cubierta de viñedos.
Por esta pendiente rocosa que mira al mar.
Pendiente calcárea, en la cual la uva es verdaderamente preciosa, por la mutación de su jugo en almíbar
El maravilloso mar de Juan, creado por Dios, deja ver su desmesurado manto de seda crespa y azul.
Y habla de lejanías, de infinito, de poder;
cantando con el cielo y el Sol: el trío de las glorias creadoras.
Y la llanura toda se abre, con toda su ondulada belleza de tímidas elevaciones de pocos metros,
que se alterna con zonas llanas y dunas de oro, hasta las ciudades y pueblos de la orilla del mar,
blancos en el marco azul.
Juan está extasiado…
Y susurra:
– ¡Qué hermosura!
¡Qué hermosura!
Pedro dice:
– ¡Mi Señor!…
Este muchacho vive de azul; deberás destinarlo a ello.
¡Es como si viera a su amada cuando ve el mar! –
Como Pedro no ve mucha diferencia entre agua marina y lacustre; ríe con bondad.
Jesús responde:
– Ya está destinado, Simón.
Todos tenéis ya vuestro destino.
– ¡Pues qué bien!
Y a mí a dónde me vas a mandar?
– ¡Ah, tú…!.
– ¡Anda, dímelo!
– A un lugar más grande que tu ciudad y la mía.
Y Magdala y Tiberíades juntas».
– Pues me voy a perder.
– No temas.
Parecerás una hormiga en un esqueleto de grandes dimensiones.
Pero, yendo y viniendo incansable, resucitarás a ese esqueleto.
– No entiendo nada…
Sé más explícito.
– ¡Ya entenderás, ya entenderás!…
Y Jesús sonríe.
Y todos lo asaltan preguntando lo mismo:
– ¿Y yo?
– ¿Y yo?
Todos quieren saber.
Están en la orilla guijarrosa de un torrente, que lleva todavía mucha agua en su centro.
Jesús se agacha y coge del suelo un puñado de grava muy fina;
la tira hacia arriba y cae diseminándose en todas las direcciones.
Dice:
– Esto es lo que pienso hacer.
Mirad, sólo una piedrecita ha terminado entre mi pelo.
Pues bien, vosotros seréis diseminados así.
Santiago de Alfeo dice:
– Y Tú hermano, representas Palestina, ¿Verdad?
Y vuelve a preguntar:
– Quisiera saber quién será el que se quede en Palestina.
– Ten esta piedrecita.
Como recuerdo.
Y Jesús le da a su primo Santiago, el granito de grava que se le había quedado enredado entre sus cabellos.
Y sonríe.
Pedro dice:
– ¡¿No podrías dejarme a mí en Palestina?
Yo soy el más indicado, porque soy el menos cultivado.
Y, en nuestra casa, más o menos me arreglo, ¡Pero fuera…!
– Pues al contrario.
Tú eres el menos indicado para quedarte aquí.
‘Tenéis un prejuicio contra el resto del mundo.
Creéis que es más fácil evangelizar en país de fieles que de idólatras y gentiles.
Y sin embargo, la realidad es exactamente la contraria.
Meditad en lo que nos ofrecen las clases altas de la verdadera Palestina.
Y aunque menos, también el pueblo común.
Pensad luego que aquí, lugar de odio al nombre “Palestina” y de desconocimiento del nombre “Dios” en su verdadera expresión.
Hemos sido acogidos al menos no peor que en Judea, Galilea o la Decápolis.
Reflexionad en esto y veréis como caen vuestros prejuicios.
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
Comprenderéis que es exacto esto que digo.
O sea, que es más fácil convencer a los que ignoran al Dios verdadero, que no a los del pueblo de Dios.
Sutilmente idólatras; culpables, que orgullosamente se creen perfectos y que quieren seguir siendo como son.
¡Cuántas gemas, cuántas perlas ve mi mirada donde vosotros no veis sino tierra y mar!
La tierra de las multitudes que no son Palestina.
El mar de la Humanidad que no es Palestina: como mar,
no espera sino recibir a los buscadores de perlas, para ofrecérselas;
como tierra, que escarben en ella, para dejarse arrebatar las gemas.
En todas partes hay tesoros, pero hay que buscarlos.
Todo terruño puede esconder un tesoro y dar alimento a una semilla.
Como también toda profundidad puede celar una perla.
¿O es que pretendéis que el mar revuelva su fondo con terribles borrascas, para arrancar de los placeles las madreperlas
¿Y abrirlas con las embestidas de sus embravecidas olas, para ofrecerlas luego en la playa a los perezosos que no quieren esforzarse.?
O ¿A los pusilánimes que no quieren correr peligros?
¿Pretendéis acaso, que la tierra, sin semilla alguna, haga crecer un árbol de un grano de arena para daros frutos?
No, amigos míos.
Es necesario esforzarse, trabajar, tener coraje.
Sobre todo, huelgan los prejuicios.
Sé que desaprobáis quién más, quién menos, este viaje por tierras de filisteos.
Ni siquiera las glorias que estas tierras rememoran.
Las glorias de Israel que narran estos campos, fecundados con la sangre hebrea derramada para hacerlo grande.
O las ciudades arrebatadas una a una, de las manos de sus detentadores, para coronar a Judá y constituir una nación poderosa.
Ni siquiera ello basta, para despertar vuestra estima por este peregrinaje..
Ni siquiera es suficiente la idea de preparar el terreno, para recibir el Evangelio.
Y la esperanza de salvar espíritus.
No incluyo esta última entre las razones que someto a vuestra consideración, para que veáis la justicia de este viaje.
Sería un pensamiento, hoy por hoy, demasiado alto para vosotros.
Si bien llegará el día en que lo comprendáis.
En aquel momento diréis:
“Creíamos que era un capricho, una pretensión, poco amor del Maestro para con nosotros,
el hacernos ir tan lejos por un camino largo y penoso.
Arriesgando pasar momentos muy desagradables.
Sin embargo, era amor, previsión; era allanarnos el camino, para ahora que ya no lo tenemos.
Y que nos sentimos más desorientados; porque cuando estaba Él éramos como sarmientos que crecíamos en todas las direcciones;
pero sabiendo que la cepa nos nutría y que teníamos al lado, el palo robusto que nos podía sujetar.
Mientras que ahora somos sarmientos que deben crear por sí mismos una pérgola;
nutriéndose, sí, de la cepa de la vid, pero sin el madero en que apoyarse”.
Esto es lo que diréis.
Y entonces me lo agradeceréis.
Y, además…
¿Es que, acaso, no es hermoso ir dejando a nuestro paso destellos de luz en tierras envueltas en tinieblas?
¿Notas sonoras en corazones mudos, corolas celestiales en almas yermas como desiertos?
¿Perfumes de verdad para anular el hedor de la Mentira, sirviendo y dando gloria a Dios.
Y además hacerlo juntos así, Yo y vosotros.
Vosotros y Yo, el Maestro y los apóstoles, formando todos un solo corazón, un solo deseo, una sola voluntad?
¡Oh, que la esperanza, el deseo y el hambre de Dios consisten en querer que sea conocido y amado!
¡En querer reunir a todas las gentes bajo su dosel y que estén todos donde Él está!
¡Y son la misma esperanza, deseo y hambre de los espíritus;
los cuales no son de razas distintas sino de una sola: la creada por Dios!
Siendo todos hijos de Uno solo, tienen los mismos deseos, esperanzas, hambre, del Cielo, de la Verdad, del Amor real…
Se diría que siglos de error han cambiado el instinto de los espíritus, pero no es así.
El error envuelve a las mentes, porque éstas están fundidas con la carne
y se resienten del veneno inoculado por Satanás en el animal hombre.
De la misma forma, el error puede envolver también al corazón; pues como aquéllas, está injertado en la carne y se resiente de su veneno.
Una triple concupiscencia roe respectivamente la carne, el sentimiento y el pensamiento.
Mas el espíritu no está injertado en la carne.
Podrá sufrir un aturdimiento a causa de los golpes que le lanzan Satanás y la concupiscencia.
Podrá quedar casi ciego a causa de los baluartes carnales y de las salpicaduras de la sangre hirviente del animal-hombre en que ha sido infundido.
Sí, pero no cambiará su aspiración al Cielo, a Dios. No puede cambiar.
¿Veis el agua pura de este torrente?:
Ha descendido del cielo y al cielo tornará por evaporación de las aguas bajo el efecto del viento y el sol.
Baja y vuelve a subir.
El elemento no se consume sino que torna a los orígenes.
El espíritu torna a los orígenes.
Esta agua que corre entre las piedras si pudiera hablar, os diría que aspira a volver arriba, para que impulsada por el viento;
blanda, blanca, o rosada a la aurora, cobre encendido al ocaso, violeta como una flor en los crepúsculos ya estrellados,
surcar los hermosos campos del firmamento.
Os diría que querría ser tamiz para las estrellas que se asoman por los claros de los cirros, para que recordasen a los hombres el Cielo.
O hacer de velo a la Luna para que no vea las fealdades nocturnas…
Sí, os diría que aspira a volver arriba, antes que estar aquí, encerrada entre los bordes de las orillas.
Amenazada de convertirse en barro, obligada a saber de los connubios de culebras y ranas;
cuando lo que desea vehementemente es la libertad solitaria de la atmósfera.
Lo mismo los espíritus.
Si tuvieran el valor de hablar, dirían todos lo mismo:
“¡Dadnos a Dios! ¡Dadnos la Verdad!”.
Pero no lo dicen porque saben que el hombre no advierte, no comprende o ridiculiza esta súplica de los “grandes mendigos”
de los espíritus que con tremenda hambre – hambre de Verdad – buscan a Dios.
Estas gentes idólatras, estos romanos, estos ateos, estos desdichados que nos vamos encontrando en nuestro camino…
Y que siempre encontraréis, éstos que tienen denigrados sus deseos de Dios, por política, por egoísmo familiar,
o por herejía que radica en un corazón corrompido y prolifera en las naciones, éstos tienen hambre.
¡Tienen hambre! Y Yo, piedad de ellos.
¿Podría no sentir piedad Yo, que soy el que soy?
Si doy el alimento necesario por piedad, al hombre y al gorrión,
¿No habría de tener piedad con los espíritus a los que se han puesto obstáculos para ser del verdadero Dios?
Y que extienden sus brazos gritando:
“¡Tenemos hambre!’?
¿Creéis que son malos, salvajes, incapaces de llegar a amar la religión de Dios y a Dios mismo?
Pues estáis en un error.
Son espíritus que esperan amor y luz.
Esta mañana nos ha despertado el balido agresivo del macho cabrío, que quería alejar a ese perro grande que ha venido a olfatearme.
Os habéis echado a reír al ver que orientaba sus cuernos amenazador hacia el perro,
tras haber roto la delgada cuerda con que estaba atado al árbol bajo el que dormíamos,
habiéndose puesto de un salto entre el perro y Yo,
sin pensar que en la desigual lucha por defenderme a mí, el maloso le habría podido atacar y lo habría degollado.
Pues lo mismo estos pueblos, que veis como machos cabríos salvajes…
Sabrán defender la fe de Cristo, una vez que hayan conocido que Cristo es Amor que los invita a seguirlo.
Sí, los invita.
Y vosotros debéis ayudarles a venir.
Escuchad una parábola.
Un hombre se casó y tuvo muchos hijos de su mujer.
Pero, uno de éstos nació con deformidades físicas.
Parecía además, de raza distinta.
El hombre lo consideró un deshonor y no lo amó, a pesar de que la criatura fuera inocente.
El niño creció desatendido, apartado con los últimos siervos ya que en efecto, se le juzgaba inferior a sus hermanos.
No tenía madre – pues había muerto al darle a luz – que pudiera moderar la dureza del padre.
O impedir la burla de sus hermanos.
O corregir las ideas equivocadas que nacían en la mente salvaje del niño:
Que una pequeña fiera mal soportada en la casa de los otros hijos bien queridos.
El niño, así se hizo hombre.
Entonces su razón, que aunque se hubiera desarrollado con retardo, había llegado a la madurez;
comprendió que no era ser hijo, vivir en las cuadras, recibir un mendrugo de pan y un andrajo.
Y nunca un beso, un palabra, una invitación a entrar en la casa paterna… Y sufría.
Sufría, lamentándose en su cuchitril: “¡Padre! ¡Padre!”.
Mordía su pan, pero continuaba la gran hambre de su corazón.
Se cubría con sus andrajos, pero seguía el gran frío de su corazón.
Tenía como amigos a los animales y a algunas personas compasivas del pueblo.
Pero su corazón estaba solo.
“¡Padre! ¡Padre!”… Lo oían gemir siempre así como fuera de sí; los siervos, los propios hermanos, sus paisanos.
Y lo llamaban “el loco”.
Por fin, un día uno de los siervos tuvo el coraje de ir a verlo.
Estaba casi convertido en una fiera y le dijo:
“¿Por qué no te arrojas a los pies de tu padre?”.
“Lo haría. Pero no me atrevo…”.
“¿Por qué no vienes a la casa?”
“Tengo miedo.”
“Pero, ¿Desearías hacerlo?”
“¡Sí, ciertamente! Es de esto de lo que tengo hambre.
Ésta es la causa del frío que paso, por eso me siento solo como en un desierto.
Pero no sé cómo se vive en la casa de mi padre”.
Entonces el siervo bueno se puso a instruirle, a hacer que tuviera mejor aspecto…
A quitarle el terror a que su padre le tuviera aversión, diciéndole:
“Tu padre te querría a su lado, pero no sabe si tú lo quieres, porque siempre lo evitas…
Quita a tu padre el remordimiento de haber actuado demasiadoseveramente.
Ven. Tus hermanos tampoco tienen ya intención de burlarse de ti, porque les he referido tu dolor”.
Y así el pobre hijo, una tarde, guiado por el siervo bueno, fue a la puerta paterna…
Y gritó: “¡Padre, yo te quiero! ¡Déjame entrar!…”.
El padre que viejo y triste, pensaba en su pasado y en su futuro eterno, sintió un sobresalto cuando oyó esa voz.
Y dijo: “¡Oh, mi dolor se aplaca al fin, porque en la voz de mi hijo deforme, he oído la mía!
¡Y su amor prueba que es sangre de mi sangre y carne de mi carne!
Entre, pues, a ocupar su lugar junto a sus hermanos.
¡Bendito sea el siervo bueno que ha hecho posible que mi familia se completase, integrando al hijo repudiado con todos mis otros hijos!”.
Ésta es la parábola.
Ahora bien, al aplicarla debéis pensar que el Padre de los deformes espirituales:
Que son los cismáticos, los herejes, los separados, los pecadores voluntarios e impenitentes…
Dios, se ha visto obligado a la severidad por las deformidades voluntarias que ellos mismos han querido.
Pero su amor jamás ha abdicado.
Los espera. Llevadlos a él. Es vuestro deber.
Os he enseñado a decir: “Danos hoy nuestro pan, Padre nuestro”.
Pero, ¿Sabéis qué significa “nuestro”?
No quiere decir vuestro en el sentido de vosotros doce.
No es vuestro como discípulos de Cristo, sino vuestro como hombres.
He puesto en vuestros labios la Oración por TODOS.
Por todos los hombres:
Los presentes y los que vendrán; los que conocen a Dios y los que no lo conocen;
los que aman a Dios y a su Cristo.
Y los que no lo aman o lo aman mal.
Éste es vuestro ministerio.
Vosotros que conocéis a Dios, a su Cristo y los amáis, debéis orar por todos.
Os he dicho que mi Oración es universal, durará cuanto dure la tierra.
Pues bien, vosotros debéis orar universalmente…
Uniendo vuestras voces de apóstoles y vuestros corazones de discípulos, de la Iglesia de Jesús
a las voces y a los corazones de los que pertenezcan a otras iglesias, cristianas pero no apostólicas.
Y tenéis que insistir, porque sois hermanos.
Vosotros en la casa del Padre, ellos fuera de la casa del Padre común, con su hambre, su nostalgia…
Hasta que se les conceda, como a vosotros, el “Pan” verdadero, que es el Cristo del Señor, administrado en las mesas apostólicas.
No en otras, donde está mezclado con alimentos impuros.
Tenéis que insistir hasta que el Padre diga a estos hermanos “deformes”:
“Mi dolor se aplaca, porque en vosotros, en vuestra voz, he oído la voz y las palabras de mi Unigénito y Primogénito.
¡Benditos sean los siervos que os han traído a la Casa de vuestro Padre para que quedara completa mi Familia”.
Sois siervos de un Dios infinito y tenéis que poner la infinitud, en todas vuestras intenciones.
¿Habéis comprendido?
En una ocasión pasó por este lugar el Arca para ir a Ecrón, pero esta ciudad no pudo custodiarla y la envió a Betsemes.
El Arca vuelve a Ecrón.
Juan, ven conmigo.
Vosotros quedaos en Yabnia.
Sabed reflexionar y hablar.
La paz esté con vosotros.
Y Jesús se marcha con Juan y con el macho cabrío.
El cual, balando, le sigue como un perro.
174 EL APÓSTOL REBELDE
174 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Es la vigilia de la Pascua, Jesús espera a que regrese Pedro que ha llevado el cordero pascual al sacrificio.
Está Él solo, con los discípulos y Jesús le habla a Margziam de Salomón…
Entonces Judas atraviesa el gran patio, con un grupo de jóvenes de su edad.
Habla con grandes gesto y ademanes de un hombre muy importante.
Su manto se mueve continuamente y se lo compone con presuntuosos movimientos de sabio.
Es tan exagerada su pomposidad, que ni siquiera Cicerón habrá hecho tanto alarde, cuando pronunciaba sus discursos…
Tadeo exclama:
– ¡Miren! ¡Allá está Judas!…
Felipe observa:
– Está con un grupo de ‘saforim’ (escribas)
Tomás dice:
– Voy a oír lo que está diciendo.
Tomás se va; uniendo la acción a la palabra.
Y lo hace tan rápido, que Jesús no tiene tiempo de decir su acostumbrado ‘No’…
¡Y Jesús!… ¡Ay, el rostro de Jesús!…
¡Oh! ¡Qué rostro tiene Jesús!…
De verdadero sufrimiento y de juicio muy severo…
Marziam, que lo ha estado mirando atento a Jesús desde el principio, mientras le hablaba del gran rey de Israel, con un tinte de tristeza y su dulzura…
Nota el repentino cambio y se espanta.
Toma la mano de Jesús y la sacude para volver a atraer su atención
Y le dice:
– ¡No mires!
¡No mi-res!… mírame a mí. Yo sí te quiero mucho.
Tomás logra acercarse a Judas, sin que éste lo vea y lo sigue por algunos metros.
Al oír lo que está diciendo…
Suelta una retumbante exclamación:
– ¡Bravo rabí!
Que hace voltear a muchos a mirarlo.
Especialmente a Judas que se pone pálido de rabia.
Y Tomás aplaude con burla…
Agregando con sorna:
– ¡Pero cuántos maestros espléndidos tiene Israel!
¡Te felicito, nueva lumbrera de sabiduría!¡Eres extraordinario para imitar!
Judas aumenta su aire orgulloso, como si fuera un gran doctor de Israel,
Y dice despectivo:
– No soy una piedra, sino una esponja.
¡Y absorbo! Y cuando lo exige el deseo de los que tienen hambre de sabiduría; entonces me exprimo para darme a todos con los jugos de la vida.
Tomás reprime su deseo de lanzar una carcajada…
Y también el impulso de sorda ira que experimenta por un instante, en su carácter bonachón.
Se limita a decir:
– Se diría que eres un eco fiel.
Pero el eco, para subsistir, debe estar cerca de la Voz; de otro modo muere, amigo.
Y tú, me parece que te estás alejando de ella.
Él está allí. ¿No vienes?
Judas se pone de todos los colores.
Con esa cara suya rencorosa y repugnante de sus momentos peores…
Por un instante, su cara; como en uno de sus peores momentos; refleja una ira diabólica y es repugnante.
Pero inmediatamente se domina…
Y se despide:
– Adiós, amigos.
Y volviéndose hacia su compañero apóstol,
declara:
– Aquí estoy contigo Tomás, querido amigo mío.
Vamos inmediatamente con el Maestro. No sabía que estaba en el Templo.
Si lo hubiera sabido, lo hubiera buscado.
Y pasa el brazo por los hombros a Tomás, como si experimentara por él un cariño muy grande.
Y empiezan a caminar.
Tomás, complaciente pero nada tonto; no se deja engatusar por estas palabras.
Y con algo de ironía le pregunta:
– ¿Cómo?
¿No sabes que es Pascua?
¿Crees que el Maestro no sea fiel a la Ley?
Judas dice con altanería:
– ¡Oh! ¡No se trata de eso!
El año pasado se mostraba. Hablaba… me acuerdo que exactamente en este día, me atrajo precisamente por su energía de Rey.
Ahora parece que se hubiera apagado y hubiera perdido su fuerza…
¿No te parece?
– A mí no.
Me parece más bien como que alguien perdió crédito.
– En su misión.
Lo dices bien.
– No.
Entiendes mal.
Ha perdido confianza en los hombres. Y tú eres uno de los que ha contribuido a ello.
¡Deberías avergonzarte!
Tomás está serio y su última frase suena como una bofetada.
Ya no ríe Tomás, está muy serio con una expresión sombría y su última frase suena como una bofetada.
La soberbia de Judas siente su reprensión como un latigazo.
Y responde amenazador:
– ¡Ten cuidado con lo que dices!
– ¡Y tú ten cuidado con lo que haces!
Somos dos judíos sin testigos y por eso hablo. Y te repito: ¡Deberías avergonzarte!
Y ahora cállate. No te quieras dar baños de santo, no seas trágico, ni te pongas a lloriquear…
Porque de otro modo, hablo fuerte y delante de todos.
Ahí están el Maestro y los compañeros. ¡Pórtate bién!
Cuando llegan al grupo

La posesión demoníaca perfecta NO PUEDE reverenciar a Dios, porque Satanás lo odia y a sus instrumentos, es lo que les trasmite…
Judas saluda:
– Paz a ti, Maestro…
Jesús responde con cortesía y severidad:
– Paz a ti, Judas de Simón.
– Es un placer encontrarte aquí…
Tengo algo que decirte…
– Habla.
Judas mira nervioso a su alrededor…
Y dice titubeante:
– Mira, es que…
Quería decirte… ¿No puedo decírtelo aparte?
– Estás entre tus compañeros.
– Pero yo quisiera hablarte solo a Ti.
– En Bethania estoy a solas con quién quiere y me busca.
Pero tú no lo haces. Tratas de evitarme.Me huyes.

La posesión demoníaca perfecta es un juez implacable con los demás, NO ADMITE LAS CRÍTICAS y su mayor preocupación es lo que puedan pensar los demás…Viven obsesionados con la imagen…
– No, Maestro.
No puedes afirmarlo.
El rostro de Jesús aumenta su severidad,
al cuestionar:
– ¿Por qué ayer has ofendido a Simón?
¿Y con él a Mí? ¿Y con nosotros a José de Arimatea y a los compañeros? ¿Y a mi Madre y a las otras mujeres?
Con cada frase aumenta la dureza y restallan como latigazos.
Judas pone cara de inocencia,
al contestar:
– ¿Yooo?
¡Pero si no os vi!
– No quisiste vernos.
¿Por qué no viniste, como habíamos convenido, para bendecir al Señor por un inocente que iba a ser acogido en el seno de la Ley?
¡Responde! ¿No sentiste ni siquiera la necesidad de avisar de que no ibas a venir?
El reclamo es totalmente divino y los que contemplan la escena, realmente no desearían conocer sobre sí, (incluída yo) la faceta de Jesús, como un Juez muy Severo…
A lo lejos se ve a Pedro venir de regreso con su cordero degollado, sin las vísceras y envuelto en su piel
Margziam lo ve y grita:
– ¡Ahí viene mi padre!
¡Oh! Y con él vienen Miqueas y los demás.
¿Puedo ir a su encuentro para oír lo que dicen de mi anciano padre?
Jesús lo acaricia y le dice con mucha dulzura:
– Ve, hijo.
Tocando a Juan de Endor en un hombro, le pide:
– Por favor, acompáñalo y…
Entretenlo un poco».
Su rostro y su voz vuelven al punto en que estaba con Judas.
De nuevo se dirige a él con una gran autoridad en su Voz:
Nosotros con el Don del Discernimiento funcionando en todo su esplendor, comprendemos que…
Es cuando se advierte que El que está cuestionando a través de Jesús… ¡Es el mismísimo Padre Celestial!
Y ABBA está bastante molesto…
– ¡Responde, pues!
¡Te estoy esperando!

La posesión demoníaca perfecta es tan egoísta, que no puede ser empática. Tiene tendencias sociópatas y lo que menos le importa es rendir cuentas a nadie de sus actos… La soberbia es su impulso vital.
Una sombra pasa por la mirada de Judas…
Por un momento Judas se encoge,
y balbucea…
– Me surgió repentinamente…
Luego aspira profundo, se recupera pronto,
y agrega con descaro:
– Maestro, un encuentro inesperado…
Que no podía menos que… me pudo mucho… pero…
Jesús lo interrumpe:
– Pero, ¿No había en todo Jerusalén, alguien que pudiese notificarnos tu excusa…?
¡Admitiendo que la tuvieras!…
Y ya de por sí esto era reprobable.
Te recuerdo que hace poco un hombre dejó de ir a enterrar a su padre por seguirme.
Y que estos hermanos míos dejaron en medio de maldiciones, la casa paterna, por seguirme.
Que Simón, Tomás, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Nathanael, dejaron su familia.
Simón Cananeo su riqueza, para dármela y Mateo su vida pecaminosa, por seguirme.
Así podría enumerarte cien más.
Hay quién abandona su vida, la vida misma, por seguirme en el Reino de los Cielos.
Y podría continuar con otros cien nombres.
Hay quien deja la vida, la misma vida para seguirme hasta el Reino de los Cielos.
Pero ya que no eres generoso; procura ser por lo menos educado y tener elegancia.
No tienes caridad; pero al menos sé caballeroso.
Imita, ya que te gustan tanto; a los fariseos falsos que me traicionan…
Que nos traicionan, pero que lo hacen mostrándose educados.
Tu obligación era no comprometerte para estar con nosotros.
Para no ofender a Pedro, al que ordeno que todos respetéis.
¡Si al menos hubieras avisado!
Por un momento, Judas siente un escalofrío de terror.

La posesión demoníaca perfecta transforma el MIEDO en ODIO y deseo de aplastar lo que le incomoda. Por eso aumenta su crueldad y su desprecio…
Pero una extraña fuerza interna llena de rebeldía, hace que permanezca inmutable…
Y dice con la mayor desfachatez:
– He faltado.
Pero ahora venía con intenciones de buscarte para decirte, que siempre por la misma razón, mañana no podré venir. ¿Sabes?
Tengo amigos de mi padre y me…
Jesús lo para en seco:
– ¡Basta!
Vete con ellos. ¡Adiós!
– ¡Maestro!
¿Estás enojado conmigo? Me dijiste que serías como mi padre… Soy un joven atolondrado; pero un padre perdona…
– Te perdono, sí.
Pero vete.
No hagas esperar más a los amigos de tu padre.
Así como Yo no hago esperar a los amigos del santo Jonás.
– ¿Cuándo partirás de Bethania?
– Al fin de los Azimos. Adiós.
Jesús le da la espalda y da unos cuantos pasos.
Judas se va, rápido.

22. Pero Samuel dijo: ¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la palabra de Yahveh? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros.
23. Como pecado de hechicería es la rebeldía, crimen de terafim la contumacia.1 Samuel 15
Todos están asombrados…
Y boquiabiertos…
Acaban de presenciar una confrontación abierta con Satanás, ¡Y Nadike lo percibió!
Jesús se vuelve y va hacia los campesinos, que están encantados ante el cambio que ven en Margziam.
Camina unos pasos, pero se detiene al oír la observación que hace su apóstol….
Tomás exclama:
– ¡Por Yeové!
Quería verte con la energía de un Rey… ¡Y te ha visto…!
La otra mitad de la frase que Tomás calla es:
‘Con la majestad de Dios’…
Entonces Jesús les pide:
– Os ruego que olvidéis todos este incidente…
De la misma forma que Yo me esfuerzo en olvidarlo. Y os ordeno que guardéis silencio ante Simón de Jonás, Juan de Endor y el pequeño.
Por motivos que vuestra inteligencia puede comprender, no conviene causarles a ninguno de los tres, aflicción, ni escándalo.
Y silencio también en Betania ante las mujeres. Que está entre ellas mi Madre, recordadlo.
NO está bien causar y NO vamos a darle dolor ni escándalo a nadie…
Os ordeno que no digáis nada a nadie.
Todos dicen:
– ¡Lo haremos!
Puedes estar tranquilo, Maestro», haremos de todo para reparar esto».
Y para consolarte.
– ¡Gracias!…
Cuando se encuentran los dos grupos,
y Jesús dice:
– ¡Oh, paz a todos vosotros!
Isaac os ha encontrado Me alegro. Gozad en paz vuestra Pascua.
Cada uno de mis pastores será un buen hermano para vosotros.
Isaac, antes de que se marchen tráemelos. Quiero bendecirlos otra vez.
¿Os habéis fijado, el niño?
– ¡Maestro, qué bien está!
¡Ya está más lozano! Se lo diremos al anciano. ¡Qué contento se va a poner!
Y señalando a Pedro…
Agrega:
– Este justo nos ha dicho que ahora Yabés es su hijo…
¡Un hecho providencial! Lo vamos a contar todo, todo.
Margziam dice:
– También que soy hijo de la Ley.
Que me siento feliz y que me acuerdo siempre de él. Que no llore ni por mí ni por mi mamá, porque la tengo a mi lado.
Y también a él como un ángel…
Y la tendrá siempre y en la hora de la muerte.
Si Jesús ha abierto para entonces las puertas del Cielo…
Pues entonces mi mamá, más linda que un ángel, saldrá al encuentro del anciano padre y lo conducirá a Jesús.
Lo ha dicho Él.
¿Se lo vais a decir? ¿Lo vais a saber decir bien?
– Sí, Yabés.
– No. Ahora soy Margziam.
Me ha puesto este nombre la Madre del Señor. Es como si se dijera su nombre. Me quiere mucho.
Me mete Ella en la cama todas las noches y me hace decir las mismas oraciones que hacía decir a su Hijo.
Por las mañanas me despierta con un beso, luego me viste. Me enseña muchas cosas…
¡Él también, eh!…
Entran dentro tan suavemente, que se aprenden sin trabajo. ¡Mi Maestro!
El niño se abraza a Jesús con tal adoración de acto y de expresión que se conmueve todo el que lo ve.
Jesús confirma:
– Sí.
Diréis todo esto, y también que no pierda la esperanza el anciano: este ángel pide por él y Yo lo bendigo.
También os bendigo a vosotros.
Idos. La paz sea con vosotros.
Los grupos se separan y se van cada uno por su lado.