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56.- LA CALUMNIA

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Con esta consideración, Petronio emprendió el juego más peligroso que hubiera hecho en toda su vida.

Y empezó a hablar con aparente y fría indiferencia. La que adoptaba cuando solía criticar o ridiculizar los planes de César o de los augustanos.

–           ¡Habéis encontrado las víctimas! Es cierto. Podréis mandarlos a la Arena o hacerlos vestir las ‘túnicas dolorosas’ (túnica azufrada de los criminales, antes de prenderles fuego) También es cierto. Pero ¡Escuchad!

Tenéis poder, autoridad y pretorianos. Entregad los cristianos al populacho. Condenadles a todas las torturas que os plazcan. Todos sabemos que NO FUERON ELLOS los que incendiaron Roma.

¡Bah! ¿Para qué toda esta comedia detestable? ¡Sed dioses y reyes en realidad, ya que podéis permitíroslo! ¡Bah! ¡Engañad al pueblo! ¡Pero no os engañéis vosotros mismos!

En cuanto a ti, ¡Oh, César! Que acabas de amenazarnos con el juicio de las generaciones futuras, piensa que ese juicio te ha de alcanzar a ti también.

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¡Por la divina Atenea Nerón! ¡Nerón, señor del Mundo! Nerón dios, incendió Roma, porque es tan poderoso en la tierra, como Zeus en el Olimpo. ¡Nerón poeta amó tanto la poesía, que a ese amor sacrificó hasta la propia patria!

Desde el principio del mundo nadie ha realizado un hecho semejante. Nadie ha osado ni siquiera intentarlo. ¡Te imploro en nombre de las Musas que no renuncies a semejante gloria, porque los cantos que a ti se dediquen resonarán a través de los siglos!

¿Qué será Príamo a tu lado? ¿Qué Agamenón y Aquiles? ¡Qué los mismos dioses! No es necesario que declaremos que el incendio de Roma fue bueno. ¡Fue colosal y extraordinario y eso basta!

Y te digo además que el pueblo no ha de alzar una mano contra ti. No es cierto eso que te cuentan. Ten valor. Guárdate de llevar a cabo actos indignos de ti, pues lo único que podría amenazarte sería que las edades futuras declarasen: “Nerón incendió Roma. Pero César tímido y pusilánime poeta, negó después por cobardía un hecho tan colosal; culpando a personas inocentes.»

Las palabras de Petronio produjeron en el ánimo de Nerón una profunda impresión.

Pero Petronio no se hace ilusiones. Aunque acaba de recurrir a una medida extrema que sabe es un arma de dos filos: por un lado puede salvar a los cristianos y por el otro, es más fácil que se vuelva contra él y sea la causa de su propia destrucción.

Sin embargo no ha tenido ni un momento de vacilación, porque también se trata de Marco Aurelio, a quién ama como un hijo y del peligro, con el cual se complace en luchar.

Se prepara para lo peor. Piensa:

–          Los dados han sido lanzados. Y vamos a ver ahora el resultado de la jugada y hasta qué punto, el temor por su propia vida se sobrepone a su amor por la gloria.

En el silencio reinante, Popea y todos los presentes, miran al César expectantes.

Nerón levantó los labios hasta la nariz, como es su costumbre cuando está perplejo. Por último, se pintó en su rostro, una expresión de inquietud y desagrado.

Tigelino al notarlo, exclamó:

–           ¡Señor! Permíteme retirarme, porque cuando hay gentes que desean exponer tu persona a la destrucción, llamándote al mismo tiempo César cobarde, poeta insignificante, incendiario y comediante, ¡Mis oídos no pueden soportar tales expresiones!

Petronio se dijo interiormente:

–           He perdido. 

Pero volviéndose hacia Tigelino, lo midió con una mirada en la cual se advierte su absoluto desprecio de gran patricio culto y refinado, por aquel malhechor protervo y ruin.

Y le dijo:

–           Tigelino. Fue a ti a quién llamé comediante, pues no eres otra cosa en este mismo instante.

Tigelino mostró su rabia y lo miró con odio.

Luego dijo:

–           ¿Acaso porque no he querido seguir escuchando tus insultos?

–           Eres un histrión, porque estás fingiendo un amor sin límites hacia el César, tú que hace apenas unos momentos, le amenazaste con los pretorianos. Amenaza que todos comprendimos tan bien como él.

Tigelino, que no había pensado que Petronio fuera lo suficientemente audaz para hablarle así, se puso pálido, se sintió perdido y enmudeció.

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Sin embargo, ésta fue la última victoria de Petronio sobre su eterno rival, porque intervino Popea:

–           Señor, ¿Cómo puedes permitir que siquiera pase por la cabeza de alguien un pensamiento semejante? Y todavía más, que haya alguien que se atreva a manifestarlo así en tu presencia.

Vitelio exclamó:

–           ¡Castiga al insolente!

Nerón alzó de nuevo los labios hacia la nariz y volviendo hacia Petronio sus ojos miopes y vidriosos dijo:

–           ¿Es ésta la manera como correspondes a la confianza que te he brindado?

Petronio replicó:

–           Si estoy en un error, demuéstramelo. Te estoy diciendo la verdad.  Pero sabes que mis palabras las dicta solamente el afecto que te tengo.

Haloto repitió:

–           ¡Castiga al insolente!

–           ¡Castígalo! –exclamaron muchas voces a la vez.

Y en el atrium se notó un movimiento y un sordo murmullo.

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Empezaron a retirarse de Petronio, hasta dejarlo totalmente solo.

El mismo Plinio, su constante compañero en la corte, se apartó de él. Y también Marcial, que hasta entonces había sido su mejor amigo.

Pero Petronio no perdió su displicente sonrisa y reunió los pliegues de su toga, aguardando la sentencia del César.

Nerón dijo después de una larga pausa:

–           Me pedís que le castigue. Pero es mi amigo y compañero. Y aún cuando me ha herido hondamente, sepa él que para los amigos este corazón no encierra más que indulgencia.

Petronio pensó:

–           He perdido y estoy perdido. Acaba de dictar mi sentencia de muerte.

El César se levantó y se dio por terminada la reunión.

Petronio volvió a su casa.

Nerón y Tigelino pasaron al atrium de Popea, en donde los esperaban las personas con quienes el Prefecto había hablado ya.

Estos eran dos rabinos del Transtíber. Mitrados y revestidos con sus ropajes más solemnes. Su ayudante, un joven copista y además Prócoro Quironio.

A la vista del César, todos palidecieron por la emoción y le hicieron profundas reverencias.

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Luego uno de ellos, dirigiéndose a Nerón, dijo:

–           ! ¡Salve, oh soberano de la tierra y protector del Pueblo Elegido! César, león entre los hombres cuyo reino es como la luz del sol.

–           ¿Rehusáis acaso llamarme dios? –preguntó Nerón.

Los sacerdotes palidecieron aún más.

El más anciano de ellos respondió:

–           El predecesor de tu padre, Cayo César, era severo. Sin embargo nuestros enviados no lo llamaron dios, prefiriendo la muerte a la trasgresión de la Ley.

–           ¿Y Calígula no ordenó que fueran arrojados a las fieras?

–           No, señor. Cayo César temió a la cólera de Jehová.

Y al decir estas palabras levantaron la cabeza y miraron a Nerón con más entereza.

El César preguntó:

–           ¿Acusáis a los cristianos de haber incendiado a Roma?

Un rabino contestó:

–           Nosotros señor, los acusamos tan solo de esto: Desde hace tiempo han amenazado la destrucción del mundo por medio del fuego.

Y el otro agregó:

–            Lo demás te lo dirá este hombre cuyos labios no se han manchado con la mentira, porque por sus venas corre la sangre del Pueblo Elegido.

Nerón se dirigió entonces a Prócoro:

–           ¿Quién eres tú?

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Prócoro hizo una reverencia y dijo con voz meliflua:

–           Un hombre que te rinde sus homenajes ¡Oh, grande como Alejandro Magno! Y además un pobre estoico.

–            Aborrezco a los estoicos. Sus discursos me aburren y me es repulsivo su desprecio por el arte y su voluntaria suciedad e inmundicia.

–           ¡Oh, señor! Séneca tu maestro tiene mil cofres de madera. Si tú lo deseas yo podré tener el doble. Soy estoico por necesidad. Adorna ¡Oh, radioso! Mi estoicismo con una guirnalda de rosas, ponle delante un cántaro de vino y te cantará Anacreonte con tal entonación, que será capaz de ensordecer al último epicúreo.

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Nerón se sintió muy halagado con el epíteto ‘radioso’ y dijo sonriendo:

–           Estoy satisfecho contigo.

Tigelino exclamó:

–           ¡Este hombre vale lo que pesa en oro!

Prócoro replicó:

–           Pues junta a mí peso tu liberalidad. Pues de otra manera el viento puede llevarse toda mi recompensa.

Nerón observó:

–           Ciertamente, él no es más pesado que Vitelio.

–           ¡Oh, Apolo! El del arco de plata. Mi ingenio no es de plomo.

–           Veo que tu fe no te impide llamarme dios.

–           ¡Oh, Inmortal! Ahora mi fe está puesta en ti. Los cristianos blasfeman contra esa fe, por eso los aborrezco. Porque son enemigos de la raza humana y tus propios enemigos.

–           ¿Qué sabes tú de los cristianos?

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–           ¿Me permites llorar? ¡Oh, divinidad!

–           No. El llanto me fastidia.

–           Tienes toda la razón, porque los ojos que te han visto a ti, deben quedar para siempre libres de las lágrimas. ¡Oh, señor, defiéndeme contra mis enemigos!

Popea intervino con impaciencia:

–           ¡Háblanos de los cristianos!

El griego contestó:

–           Se hará como tú ordenes. ¡Oh, Isis! Desde mi juventud me consagré a la filosofía y al descubrimiento de la verdad. Busqué ésta entre los antiguos divinos sabios, en la Academia de Atenas y en el Templo de Serapis  en Alejandría. Cuando oí hablar de la existencia de los cristianos, creí que éstos formaban una escuela en la cual, yo podría encontrar acaso, unos pocos granos de verdad.

Y para desgracia mía, conocí a los integrantes de esa secta. El primer cristiano que mi mala suerte me puso por delante, me llevó a su grupo. Pero no me gustó nada de lo que enseñan. Y mejor los dejé. El segundo con el que me topé, fue un médico de Nápoles llamado Mauro.

Ellos adoran a un cierto Chrestos, quién prometió aniquilar a todos los hombres y destruir todas las ciudades de la tierra, dejándolos a ellos a salvo, si le ayudan a exterminar a los hijos de Deucalión.

Por esta razón, ¡Oh, domina! Ellos aborrecen a los hombres y envenenan las fuentes. En sus asambleas llueven maldiciones sobre Roma y sobre todos los templos en donde se rinde culto a nuestros dioses.

Chrestos fue crucificado, pero antes prometió que cuando Roma hubiera sido destruida por el fuego, él volvería y entregaría a los cristianos el dominio del mundo…

Tigelino explicó:

–           Ahora comprenderá el pueblo… Porqué Roma fue destruida.

Prócoro continuó:

–           Muchos lo comprenden ya, ¡Oh, señor! Porque yo recorro los campamentos con mis enseñanzas. Pero si me escucháis hasta el final, llegaréis a conocer las razones que justifican mi venganza.

Mauro el médico, no me reveló al principio que su religión enseñaba el Odio a la humanidad. Por el contrario. Me dijo que Chrestos era el Amor. Mi sensible corazón no pudo resistir una verdad semejante y le creí. Yo compartí con él hasta el último mendrugo, hasta la última moneda de cobre y…

¿Sabéis señora como correspondió a mi afecto? En el camino de Nápoles a Roma me hirió con el puñal y vendió a un mercader de esclavos a mi mujer y a mis hijos. ¡Oh! ¡Si Eurípides conociera mi historia!

Popea dijo compasiva:

–           ¡Pobre hombre!

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Prócoro contestó adulador:

–           Quién ha visto el rostro de Venus Afrodita no es pobre ¡Oh, domina! Y yo lo estoy viendo en este momento. Como les decía, vine a Roma para buscar a los jefes de los cristianos, para obtener justicia contra Mauro. Pensé que le obligarían a devolverme a mi mujer.

Conocí a su Pontífice Supremo, se llama Pedro. Y a otro que se llama Pablo y a otros muchos que sé donde vivían antes del incendio y donde se reúnen actualmente. Puedo señalar una casa en el Monte Vaticano y otro lugar que está fuera de la Puerta Nomentana, en donde celebran sus infames ceremonias.

He visto al apóstol Pedro y también como Mauro mataba a los niños, a fin de que el apóstol Pedro pudiera tener sangre con qué celebrar sus ceremonias. Y con esa sangre inocente, rocía la cabeza de los presentes.

Y también vi a Alexandra, la hija adoptiva de los Quintiliano, quién se jactaba de que no pudiendo aportar sangre de un infante, ofrecía en cambio la muerte de uno; porque había hechizado a la pequeña Augusta Claudia, tu hija ¡Oh, Ciro! Y la tuya ¡Oh, Isis!

Popea preguntó:

–           ¿Has oído César?

Nerón exclamó:

–           ¡Oh! ¿Es posible?

Prócoro prosiguió:

–           Yo hubiera podido olvidar los agravios hechos a mi persona. Pero cuando conocí el inferido a vosotros, quise matarle. Desgraciadamente me lo impidió el noble Marco Aurelio, pues está perdidamente enamorado de ella.

–           ¿Marco Aurelio? ¿Pero acaso no huyó de él esa joven?

–           Ciertamente. Pero él la buscó, pues no puede vivir sin ella. Por una miserable recompensa, le ayudé a encontrarla. Y yo fui quién le señaló la casa donde ella vivía en el Transtíber, entre los cristianos.

Allí fuimos juntos y con nosotros tu gladiador Atlante, a quién el noble Marco Aurelio alquiló para que lo protegiera. Pero Bernabé, el esclavo de Alexandra, aplastó a Atlante, como si fuera una alimaña. Porque es un hombre con una fuerza terrible…

¡Oh, señor! Publio y Fabiola le amaban por eso.

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Nerón exclamó:

–           ¡Por Hércules! ¡El mortal que ha aplastado a Atlante, merece una estatua en el Forum! Pero tú viejo o estás equivocado o nos engañas. Porque Marco Aurelio mató a Atlante con un puñal.

Prócoro replicó:

–           Así es como las gentes calumnian a los dioses. ¡Oh, señor! Yo vi como se rompían las costillas de Atlante en los brazos de Bernabé, quién se precipitó enseguida sobre Marco Aurelio.

Y lo hubiera matado también, si no hubiera intervenido Alexandra. Marco Aurelio estuvo largo tiempo enfermo después de aquel suceso. Pero ellos le curaron con la esperanza de que a influjos del amor, llegara a hacerse cristiano. Y en efecto, Marco Aurelio es cristiano en la actualidad.

Nerón preguntó asombrado:

–           ¿Marco Aurelio?

–           Sí.

Al escuchar esto, Tigelino preguntó anhelante:

–           ¿Y acaso también Petronio?

Prócoro se retorció como un gusano y se frotó las manos diciendo:

–           Admiro tu penetración, ¡Oh, señor! Así es. Es muy probable que Petronio también sea cristiano.

Nerón exclamó extrañado:

–           ¡¿Petronio cristiano?! ¿Petronio enemigo de la vida y sus goces? ¡No digas necedades! Es un completo disparate. No intentes persuadirme de eso, porque entonces no te podré creer nada de lo que me has dicho.

–           Pero el noble Marco Aurelio sí se hizo cristiano… Eso te lo puedo jurar por los resplandores que irradia tu persona. Yo lo serví fielmente y en recompensa, por insinuación del médico Mauro, me hizo azotar a pesar de ser viejo y estar enfermo. Y he jurado por las parcas que no olvidaría esa injuria.

Véngala tú, ¡Oh, señor! Y yo te entregaré a los cristianos. Yo sé quienes son y donde puedes encontrarlos. En mis desgracias siempre he buscado consuelo en la filosofía, hasta hoy. Pero de aquí en adelante lo he de hallar en los favores que desciendan sobre mí. ¡Soy viejo y no he conocido las dulzuras de la vida! Permite que empiece a disfrutarlas gracias a ti.

Nerón dijo con ironía:

–           Según eso, tú anhelas ser estoico frente a un plato bien colmado.

–           Quien te presta un buen servicio, merece que le colmen muy bien el plato.

Los ojos de Popea relampaguearon con odio antes de decir:

–           No te equivocas, filósofo. Lo que quieres, lo tendrás.

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Está deseosa de vengarse de Marco Aurelio, al que ya considera uno de sus enemigos.

En Anzio su pasión por él, solo había sido un capricho pasajero, nacido de un momento de celos, de ira y vanidad herida.

Pero la frialdad y la indiferencia del joven tribuno, hirieron profundamente su orgullo y llenó su corazón de despecho y encono.

El solo hecho de que Marco Aurelio se haya atrevido a preferir a otra mujer es tan intolerable, que se convirtió a sus ojos en un delito que clama venganza. ¡Y está dispuesta a destruirlos a los dos!

En cuanto a Alexandra, la odió desde que la viera por primera vez. Y se sintió profundamente alarmada por su belleza espectacular.

Bien puede Petronio decir lo que quiera acerca de que no tiene formas, cuando habla de ella al César. Pero que no trate de engañarla a ella. La había examinado con ojo crítico…

Y desde la primera mirada comprendió que Alexandra no solo podía rivalizar con ella, sino que ¡Puede llegar a eclipsarla!

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¡Y eso no va a permitirlo jamás! Por eso ha jurado su perdición.

Por todo esto dijo al César:

–           Señor, ¡Venga a nuestra hija!

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–           ¡Apresuraos! ¡Apresuraos! De otra manera, Marco Aurelio podrá ocultarla. Yo puedo señalar la casa a la que fue después del incendio.

Tigelino dijo:

–           Te daré una decuria e irás al instante.

El griego gimió:

–           ¡Oh, señor! Tú no has visto a Atlante en brazos de Bernabé. Si me das media centuria, iré a mostrar la casa. Pero solo desde cierta distancia. Más si no os apoderáis de Marco Aurelio, estoy perdido.

Tigelino miró a Nerón y dijo:

–           Divinidad, ¿No será oportuno acabar de una vez con el tío y con el sobrino?

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Nerón meditó un momento y luego replicó:

–           No. Todavía no. Aunque intentáramos persuadirlo, el pueblo no nos creería. Y jamás aceptará que Petronio, Marco Aurelio y los Quintiliano, prendieron fuego a Roma.

Sus casas eran demasiado hermosas. Más tarde les llegará su turno. Ahorita son otras las víctimas que necesitamos.

Prócoro Quironio dijo angustiado:

–           ¡Oh, señor! Entonces protégeme con una custodia de soldados.

Nerón ordenó:

–           Atiende a eso Tigelino.

Entonces el prefecto dijo al griego:

–           Mientras tanto te hospedarás en mi casa.

La más intensa alegría se pintó en el semblante de Prócoro y exclamó con voz ronca:

–          ¡Os los entregaré a todos! Pero Apresuraos. ¡Pronto! Apresuraos…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA