343 EXILIADOS…
343 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
En una bellísima puesta de sol, se delinea la ciudad de Seleucia
como un voluminoso aglomerado blanco en el límite de las aguas azules del mar calmo
y risueño: todo un jugueteo de olitas bajo un cielo que funde su cobalto sin nubes
con la púrpura del ocaso.
La nave, desplegadas sus velas, enfila veloz hacia la ciudad lejana,
y tanto inciden en ella los esplendores del sol poniente, que parece incendiarse,
con fuego de alegría por la fiesta de la llegada ya cercana.
En el puente de la nave, entre los marineros, que ya ni trajinan ni están inquietos,
están los pasajeros, que ven acercarse la meta.
Sentado junto a Juan de Endor (más macilento aún que cuando partió),
Todavía tiene fajada la cabeza con una venda ligera;
su tez, pálida-marfil por la gran cantidad de sangre que ha perdido.
Pero sonríe y habla con sus salvadores, o con los compañeros que, pasando,
se congratulan con él de verlo en el puente.
También el cretense se percata de su presencia.
Deja por un momento su puesto, poniéndolo en manos del jefe de la tripulación,
para ir a saludar a su «óptimo Demetes», que ha vuelto al puente por primera vez
después de sufrir la herida.
Y dirigiéndose a los apóstoles,
les dice:
«Y gracias a todos vosotros» .
«No tenía ninguna esperanza de que sobreviviera, después del golpe de ese pesado travesaño
y del hierro que lo hacía todavía más pesado
Verdaderamente, Demetes, éstos te han dado de nuevo a la vida,
porque estabas ya dos veces muerto.
La primera, yaciendo como una mercancía en el puente, donde habrías perecido por el
desangramiento… y por las olas, que te hubieran llevado al mar;
habrías descendido al reino de Neptuno, a hacer compañía a nereidas y tritones.
La segunda, por haberte curado con esos maravillosos ungüentos.
Y se va hacia el puente de mando para tomar el timón, pues ya están muy cerca del atracadero.
Pedro dice:
– Vamos a tomar nuestro cargamento.
No veo la hora de alejarnos de este asqueroso pagano.
Juan… Síntica…
En cuanto bajemos con la carga, vendremos por ustedes…
Y los ocho apóstoles se van ligeros a hacer lo que han dicho.
observan los diques y la sinfonía de silbidos con que se trasmiten las órdenes
para que el navío quede a punto para el desembarco.
Juan de Endor dice muy triste:
– Síntica, cada vez damos un paso más hacia lo desconocido.
Otro paso que nos aleja del dulce pasado.
Otra agonía… no creo que aguante…
Síntica está muy pálida y también agobiada por la tristeza,
pero es siempre la mujer fuerte que da fuerzas a los que ama:
– Es verdad, Juan.
Otro golpe que destroza el corazón.
Otra agonía…
Pero no digas: ‘Otro paso más hacia lo desconocido’ No está bien.
Conocemos nuestra misión.
Y nos estamos uniendo a la Voluntad de Dios, que sólo Él sabe por qué lo está permitiendo…
Ni siquiera debemos decir: ‘Otro golpe’
Nosotros seguimos fieles a su Voluntad.
El golpe abate.
Nosotros nos unimos.
Nos vemos libres de los placeres sensibles de nuestro amor por Él, por nuestro Maestro.
Y nos reservamos las delicias suprasensibles, haciendo que nuestro amor y obligación
se trasladen a un plan superior.
¿No estás convencido de ello?
¿Sí?
Juan asiente en silencio con un gesto afirmativo.
– Entonces no debes decir ‘otra agonía’
Decir agonía significa que la muerte está cerca.
Pero nosotros al llegar a un plano espiritual por nuestros propósitos, no morimos,
sino que ‘vivimos’.
Porque lo espiritual es eterno.
Por esta razón subimos a una vida mejor, anticipo de la vida verdadera del Cielo.
¡Ea, ánimo!
¡Olvida que eres el Juan inútil!
Y piensa que eres el hombre destinado al Cielo.
Reflexiona, reacciona y medita…
Y espera solo en ser el ciudadano de aquella patria inmortal.
Los apóstoles ya tienen la carga lista para desembarcar,
cuando la nave entra majestuosa, al lugar donde va a atracar.
Se acercan los dos que están sufriendo el dolor infinito del alejamiento
del que ya aman con todo su ser.
Nicómedes se acerca a despedirlos.
Y Pedro dice:
– Adiós y muchas gracias.
– ¡Salve hebreos!
También yo os las doy.
Si os apresuráis, encontrareis alojamiento…
Hasta la vista…
Después de bajar la carga, los diez descienden.
Y cargados con sus fardos, se alejan en busca del albergue…
Al día siguiente…
Erguido enfrente de los apóstoles bajo el primer sol de la mañana…
El anciano posadero dice:
– En los mercados encontraréis seguro un carro.
Pero, si queréis el mío os lo dejo, en recuerdo de Teófilo.
Si vivo tranquilo, se lo debo a él.
Me defendió, porque era justo.
Ciertas cosas no se olvidan.
Pedro objeta:
– Es que tú estarías sin tu carro varios días…
Y además, ¿Quién lo guía?
Yo con un burro… todavía…
¡Pero con un caballo!…
– ¡Es igual!
No te voy a dar un potro indómito.
doy un prudente caballo de tiro, bueno como un cordero.
Llegaréis pronto y sin fatigaros.
Para la hora novena estaréis en Antioquía;
mucho más considerando que el caballo conoce muy bien el camino y va solo.
Me lo devolverás cuando quieras, sin interés por mi parte,
si no es el de hacer una cosa grata al hijo de Teófilo.
Decidle que todavía le debo muchas cosas.
Y que lo recuerdo y me siento siervo suyo.
Pedro pregunta a sus compañero
– ¿Qué hacemos? –
– Lo que te parezca mejor.
Tú juzga y nosotros obedecemos…
-¿Probamos con el caballo?
Lo digo por Juan…
Y también para abreviar…
Me siento como si estuviera llevando a uno a la muerte
y estoy deseando acabar todo esto lo antes posible…
Todos aprueban:
– Tienes razón
– Entonces, hombre, acepto.
— Y yo ofrezco con alegría.
El hospedero se marcha.
Pedro da rienda suelta a su pensamiento:
– He consumido en estos pocos días la mitad del tiempo de vida que tenía.
¡Una pena!… ¡Una pena!…
Habría querido tener el carro de Elías, el manto que cogió Eliseo,
que les hiciera olvidar, que les…
¡No sé! Algo, en definitiva, que no les hiciera sufrir tanto…
Pero, si logro saber quién es la causa principal de este dolor,
dejo de ser Simón de Jonás si no lo retuerzo como a un paño empapado.
No digo matarlo, ¡No!,
Pero sí exprimirlo, como él ha exprimido la alegría y la vida a esos dos pobrecillos…
Santiago de Alfeo.,
dice:
Es una gran pena.
Pero Jesús dice que se debe perdonar las ofensas…
– Si me las hubieran hecho a mí, debería perdonar.
Y podría.
Estoy sano y fuerte.
Y si alguien me ofende tengo fuerza para reaccionar incluso contra el dolor.
¡Pero, el pobre Juan!
No, no puedo perdonar la ofensa contra el redimido del Señor;
contra uno que muere afligido de esta forma…
Andrés suspira, diciendo:
– Yo pienso en el momento en que lo dejemos del todo… –
Mateo susurra:
Es un pensamiento fijo y que aumenta a medida que se acerca el momento…
Pedro dice:
– Hagámoslo pronto, por piedad
Poniendo una mano en el hombro de Pedro.
Zelote dice serenamente:
– No, Simón.
Perdona si te observo que te equivocas deseando eso.
Tu amor al prójimo se está transformando en un amor desviado.
Y esto no debe suceder en ti, que siempre has sido recto.
– ¿Por qué, Simón?
Eres culto y bueno.
Muéstrame mi error.
Y yo, si así lo veo, te diré: tienes razón.
– Tu amor se está haciendo malsano, porque está para transformarse en egoísmo.
– ¿Cómo?
¿Me aflijo por ellos y soy egoísta?
– Sí, hermano;
porque tú, por exceso de amor, todo exceso es desorden.
Y por tanto, induce al pecado, te envileces.
Quieres no sufrir tú de ver sufrir.
Eso es egoísmo, hermano en el nombre del Señor.
Pedro concede:
-¡Es verdad!
Tienes razón. Y
Te agradezco esta advertencia.
Así se debe hacer entre buenos compañeros. Bien.
Entonces ya no tendré prisa…
¿No es un acto de piedad?
Todos dicen:
– Lo es, lo es…
– ¿De qué forma los vamos a dejar?
Andrés sugiere:
– Propondría hacerlo cuando nos haya recibido Felipe,
pero quedándonos quizás ocultos un tiempo en Antioquía.
Y preguntándole a Felipe cómo se van adaptando…
Santiago de Alfeo.. objeta:
– No.
Sería hacerles sufrir demasiado con una separación tan brusca.
Santiago de Zebedeo, comenta:
– Entonces…
Sigamos a medias el consejo de Andrés.
Quedémonos en Antioquía, pero no en casa de Felipe.
Y durante unos días vamos a verlos, cada vez menos, cada vez menos, hasta que…
No volvemos…
Tadeo opina:
– Dolor renovado una y otra vez.
Y cruel desilusión.
No. No se debe hacer.
– ¿Qué hacemos, Simón?
Pedro dice abatido:
– ¡Ah!, por lo que a mí respecta,
quisiera estar en su lugar, más bien que tener que decir: “Me despido de vosotros”
Zelote dice:
– Propongo una cosa.
Vamos con ellos a casa de Felipe.
Luego, siguiendo todavía juntos, vamos a Antigonio.
Es un lugar ameno…
Y allí también estamos un tiempo.
Una vez que ellos se hayan aclimatado, nos retiramos, con dolor pero con virilidad.
Yo diría esto.
A menos que Simón-Pedro tenga órdenes distintas del Maestro.
– ¿Yo? No.
Me dijo: “Haz todo, bien, con amor, sin pereza y sin prisa.
Y de la forma que juzgues mejor”.
Hasta ahora creo que lo he hecho.
¡Está eso de que dije que era pescador!…
Pero, si no lo hubiera dicho no me habría dejado estar en el puente.
Tadeo lo conforta:
– No te crees escrúpulos tontos, Simón.
Son puntadas del demonio para turbarte.
Juan de Zebedeo confirma:
– Verdaderamente es así!
Creo que está alrededor de nosotros como no lo ha estado jamás,
poniéndonos obstáculos y creándonos miedos, para movernos a actos viles.
Y concluye en voz baja:
« Creo que quería inducir a la desesperación a ellos dos, reteniéndolos en Palestina…
Y ahora que se escapan de su asechanza se venga en nosotros…
Me lo siento alrededor como una serpiente escondida entre la hierba…
Y ya hace meses que me lo siento alrededor así…
Mirad, ahí vienen el hospedero por un lado y Juan y Síntica por el otro.
Os diré el resto cuando estemos solos, si os interesa.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
340 VÍCTIMAS PROPICIATORIAS
340 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Al día siguiente, Tiro se despierta entre ráfagas de mistral
Es una mañana esplendorosa con un cielo despejado,
adornado por unos cuantos cirros muy blancos, como la espuma de las olas,
que revientan rumorosas en la playa…
El sol goza de su jornada de cielo claro, después de tanta oscuridad,
causada por el mal tiempo.
La abundante brisa marina, provocada por la marejada, el impredecible viento,
y el fuerte oleaje de un mar inquieto,
cubre con su helada humedad invernal, a los marineros madrugadores,
que están sobre las naves atracadas en el muelle.
Y que se mueven alternadamente, subiendo y bajando.
meciéndose al suave ritmo de las fuertes olas.
Después de otra fuerte y violenta ráfaga de mistral;
Pedro despierta en la barca, donde ha dormido…
Y hablando consigo, murmura en voz baja:
– Entendido.
Es hora de moverse.
Señalando al mar que entra inquieto incluso en el puerto,
con cuya abundante brisa le ha refrescado, cubriéndolo completamente.
agrega:
– Y “él” nos ha proporcionado el agua lustral…
¡Mmm!
Vamos a consumar la segunda parte del sacrificio propiciatorio…
Pedro poniéndose en pie, se levanta del lugar en donde pasó la noche
y viendo a Santiago que también se ha despertado,
le dice:
– Creo que ya es hora de que nos vayamos.
¡Humm!…
Dime, Santiago…
¿No te da la impresión, de que realmente estamos llevando a dos víctimas propiciatorias al sacrificio?
A mí sí.
Santiago de Zebedeo,
responde;
– También a mí, Simón.
Pero… ¿Sabes?
De mi parte agradezco al Maestro, la confianza que ha depositado en nosotros.
Pero no me gusta que se haya sufrido tanto…
Jamás había visto, ni imaginado siquiera, una cosa tan dolorosa…
El Sufrimiento en Jesús era tan grande, que no lo pudo ocultar…
Él que siempre es tan calmado.
Y también en estos dos…
¡Cómo los ha torturado!
Me dolió tanto…
Sentí que casi fue, como si se me partiera también a mí el corazón…
– Todos los sentimos…
Hasta el corazón de paloma de mi Porfiria…
Y tampoco yo lo había experimentado así…
Pero… ¿Sabes?
Estoy seguro de que el Maestro nunca lo hubiera hecho,
si el Sanedrín no hubiera metido sus narices…
– Él ya lo dijo…
Pero ¿Quién habrá informado al Sanedrín?
¡Es lo que quisiera saber…!
– ¿Qué quién?
¡Dios eterno, ayúdame guardar silencio!
¡Haz que no piense!
Y en vox más baja añade;
– Es un voto que he hecho;
para quitarme esta sospecha, que me trepana el cerebro con una sola idea…
Ayúdame Santiago a no pensar…
Habla de otra cosa completamente distinta.
– Pero ¿De qué?
¿Del tiempo?
– Sí, por ejemplo.
Si así lo quieres…
– Porque yo no entiendo nada del océano grande…
y dice:
– Pienso que vamos a tener un buen baile.
Santiago mira el cielo examinándolo…
Y luego a los enormes barcos,
y objeta:
– ¡Nooo!
Las olas son pequeñas y están para reír…
Ayer si estaba un poco enfurecido.
¡Qué hermoso será ver este mar agitado, desde lo alto de la nave!
A Juan le va a gustar…
Hará que se inspire para cantar.
Les llega otra ráfaga de brisa refrescante…
Y se pone de pie también Santiago..
Observa las naves que están en la otra parte, en el muelle grande;
visibles, con sus altas superestructuras.
Es un notorio contraste, sobre todo cuando la ola levanta la barquita de ellos
con un movimiento alternado de sube y baja.
Miran, estudiando las distintas naves, haciendo pronósticos…
Poco a poco, el puerto se llena de gente y de movimiento.
Santiago observa los barcos,
y pregunta:
– ¿Cuál será la nave?
Y Pedro contesta:
– Ahora lo averiguo.
Espera…
Y saltando de la barca;
se dirige hacia un marinero ocupado en otra barca cercana…
Diciéndole:
– ¡Oye!
¿Sabes si se encuentra en el puerto el navío de…?
Espera, voy a leer su nombre…
Y sacando un pergamino que trae en la cintura y está atado con una cinta,
añade:
Sí.
Aquí está
Es Nicómedes Filadelfo de Filipo; cretense de Paleocastro…
El marinero se admira,
y exclama:
– ¡Oh!
¡El famoso gran navegante!
¡¿Y quién no lo conoce?!
Es el más conocido desde el Golfo de las Perlas,
hasta las Columnas de Hércules.
Y aun más allá…
Hasta en los fríos mares congelados,
en los que la noche puede durar meses enteros.
¿Cómo es que no lo conoces, tú que eres marinero?
– No.
Es así.
No lo conozco; pero ando en su busca;
porque conocemos a nuestro amigo Lázaro de Teófilo,
que en un tiempo fue gobernador de Siria…
– ¡Ah! ¡Sí!
Cuando yo navegaba…
Ahora estoy viejo, pero entonces él estaba en Antioquía…
¡Qué tiempos aquellos, tan hermosos!…
¿Lázaro es amigo tuyo…?
Y buscas a Nicómedes el cretense.
Entonces puedes ir seguro.
Y señalándolo, a lo lejos,
agrega:
¿Ves aquel navío?
El más grande, más alto y que tiene muchas banderolas flotando al viento…
Ese es el suyo.
Ve pronto.
Zarpa antes de la hora sexta.
Santiago empieza a decir:
– Efectivamente, no hay por qué tenerle miedo.
No es nada del otro mundo.
No es un gran…
Pero lo interrumpe el rudo embate de una enorme ola…
Que se abate rompiéndose también sobre ellos.
Que le demuestra lo contrario.
Y le quita la palabra, bañándolos desde la cabeza, hasta los pies.
Mientras se seca la cara:
Pedro refunfuña,
– Ayer estaba calmado… demasiado quieto;
Hoy, demasiado agitado.
El oleaje aumenta su fuerza y Pedro agrega,
exclamando:
¡Caramba, qué loco!
Prefiero el lago…
El marinero dice:
– Os aconsejo que entréis en la dársena.
Allá se están yendo todos. ¿Veis?
Llevad vuestra barca, podréis guardarla hasta vuestro regreso…
Por una cuota diaria, te la cuidarán…
– Pero nosotros tenemos que partir.
Tenemos que marcharnos con la nave de… de…
Espera: Nicomedes… Y todo lo demás
Dice Pedro, que no logra recordar los nombres extraños del cretense.
– ¡No querréis cargar la barca en la nave!
– ¡No, claro!
– Entonces en las dársenas hay sitio para la custodia
Y hombres de guardia el tiempo que lo necesites.
Pagando una moneda al día hasta el regreso.
Porque supongo que volveréis…
– ¡Claro, claro!
Vamos y volvemos…
Una vez visto el estado de los jardines de Lázaro.
– Ah!,
¿Sois sus administradores?
– Y más que eso…
– Bien.
Venid conmigo.
Os enseño el sitio
Está pensado precisamente para los que dejan, como vosotros, las barcas…
Mirando al extremo del muelle,
Pedro dice:
– Espera…
Ahí están mis hermanos.
Te alcanzamos enseguida.
Y agrega:
– Gracias amigo.
Ahorita con mis compañeros, la guardaremos donde dices…
Y Pedro salta al andén del puerto.
Luego corre al encuentro del grupo apostólico que están llegando.
Andrés pregunta solícito:
– ¿Dormiste bien hermano?
Pedro responde:
– Como un niño en la cuna.
Y no me han faltado el arrullo, el meneo, ni la canción…
Tadeo agrega sonriente:
– Me parece que tampoco te ha faltado el chapuzón.
Porque parece que acabas de bañarte con las vestiduras…
– Tampoco.
El mar es…
Tan bueno, que me ha lavado la cara para quitarme el sueño.
Mateo observa:
– Un poco rudo, me parece.
– El mar se encargó de lavarnos y quitarnos el sueño que quedaba,…
¿Verdad Santiago?
Santiago, igual de mojado que Pedro, asiente con una carcajada…
Y luego dice:
– Pero ya sabemos con quién debemos ir…
Pedro comenta:
– ¡Si supierais con quién vamos!
¡Uno conocido hasta por los peces de los hielos
– ¿Ya lo has visto?
– No.
Pero me ha hablado de él, uno que me dice que hay un sitio para las barcas:
Un depósito en la dársena.
Venid, vamos a descargar los arcones y nos ponemos en marcha
porque Nicodemo, no… Nicomedes el cretense, parte dentro de poco..
En ese momento llegan hasta donde el marinero de Tiro los espera…
Cuando están otra vez al pie de la barca.
Pedro anuncia:
– Aquí estamos, hombre.
Ahora descargamos estas cosas y luego vamos allí, dado que eres tan bueno.
El hombre de Tiro., responde:
Nos ayudamos unos a otros…
– ¡Sí, claro!
Nos ayudamos, nos deberíamos ayudar.
Nos deberíamos amar unos a otros, porque ésta es la Ley de Dios…
– Me dicen que en Israel ha surgido un nuevo Profeta que predica esto.
¿Es verdad?
– Vaya que si es verdad!
¡Esto y otras cosas!
¡Y los milagros que hace!
Resucita los muertos, cura a los enfermos, convierte a los ladrones…
Y da órdenes al mar, para tranquilizarlo.
– ¡Oh!
¿Pero es verdad todo eso?…
– No dudes.
Todos nosotros hemos sido testigos de eso…
– ¡Oh!
¿Dónde?…
– En el lago de Genesareth.
Ven conmigo a la barca y mientras vamos al depósito te contaré…
Juan de Endor comenta:
– En el canal de Chipre sí que vamos a bailar bien.
Preocupado, Mateo pregunta:
– ¡Ah! ¿Sí?
Parece que lo conoces bien…
– Estuve muchos años allá….
Santiago de Alfeo afirma:
– Sí. Pero lo que suceda…
Dios nos ayudará.
Mientras la ola levanta la barca…
Mirando a su hermano,
Pedro agrega:
– Ánimo, Andrés
¡Aúpa, aúpa, más a la derecha. Venga,
¡Eso es! ¡Ya está…!
Y volviéndose hacia el hombre,
continúa:
– Te estaba diciendo, hombre:
¡Y qué milagros!
Muertos que resucitan, enfermos que quedan curados, ciegos que recuperan la vista,
ladrones que se convierten y hasta…
¿Ves?
Si estuviera aquí, diría al mar: “Detente” y el mar se calmaría…
Y mezclando la predicación, con instrucciones precisas, Pedro se las arregla,
para continuar:
¿Puedes, Juan?
Espera, voy yo.
Vosotros sujetad fuerte y bien pegado…
¡Arriba!,
¡arriba!… Un poco más…
Tú, Simón, agarra el asa…
¡Arriba!, ¡arriba!…
Gracias, hombre…
¡Cuidado, no os caigáis al agua, vosotros los de Alfeo!…
¡Arriba!… ¡Eso es!
¡Loado sea Dios!
Ha sido menor el trabajo para bajar todo, que para subirlas y acomodarlas…
Es que yo tengo los brazos deshechos del ejercicio de ayer…
Volviendo a lo que te decía, del mar que le obedeció…
Sube a la barca, que te explico mientras vamos allí…
Y se marcha, con el hombre y con Santiago,
remando por el canal que conduce a las dársenas.
Pedro da instrucciones a Andrés y a Santiago de Zebedeo para llevar la barca al depósito.
mientras le habla de Jesús al marinero de Tiro..
Zelote observa:
– ¿Ya vísteis a Pedro?
Mientras dirige las maniobras, evangeliza.
Juan de Endor:
– Lo que me gusta mucho de él,
es su honestidad y su franqueza.
Mateo añade: –
Y su constancia.
Santiago de Alfeo comenta:
– Y su humildad.
¡Fijaos cómo no se ensoberbece sabiendo que es el “jefe”!
Trabaja más que ninguno.
Y se preocupa por todos y cada uno de nosotros.
Síntica concluye:
– A su modo es muy virtuoso.
Un hermano bueno.
Y un excelente líder…
Ni más ni menos…
Después de un rato, Zelote rompe el silencio dirigiéndose a a los dos discípulos.,
Preguntando:
– ¿Así que está decidido?
¿Pasáis por hermanos?
Síntica responde:
– Sí. Es mejor.
Y no es mentira.
Es una verdad espiritual.
Es mi hermano mayor.
No de las mismas nupcias, pero sí de un único padre:.
El Padre es Dios; las nupcias distintas, Israel y Grecia
Y Juan es mayor que yo.
Y se ve, en edad y como discípulo más antiguo que yo.
Eso no se ve, pero es así.
Y ya no pueden seguir comentando, porque Pedro regresa,
diciendo:
– Ya está todo hecho y arreglado.
Dejaremos la barca.
Vamos…
Y hay que llevar el cargamento hasta el navío que está allá…
Todos toman los cofres y las cajas.
Se cargan con los arcones y todo el equipaje.
Y se van avanzando a través del estrecho Istmo, hasta el otro puerto;
en el muelle grande.
El hombre de Tiro que tiene más experiencia, los sigue acompañando y ayudando;
por las callejuelas que forman las balas de mercancías apiladas; bajo vastísimas cubiertas
Los acompaña hasta la poderosa nave del cretense;
que ya está haciendo las maniobras de la próxima partida.
Y Pedro grita a los marineros que están a bordo,
para que vuelvan a echar la pasarela que habían levantado.
El contramaestre,
responde gritando:
No se puede.
¡Ya está cargado…!
La carga se ha terminado.
El marinero de Tiro les grita, señalando a Pedro:
– ¡Tiene unas cartas que entregar en la mano, a Nicómedes!
¿De quién?…
– De Lázaro de Teófilo…
El que fue gobernador de Siria, en Antioquía…
– ¡Ah! ¡Espera!
¡Se lo voy a decir al patrón!…
Pedro dice a Zelote y a Mateo:
– Ahora os toca.
Yo soy un pobre maleducado para tratar con personajes como ese…
Mateo objeta:
– ¡No!
Tú eres el jefe y lo haces muy bien.
Y Simón:
– Te ayudaremos si es necesario.
Pero estamos seguros de que todo lo resolverás perfectamente…
Se asoma un hombre moreno y vestido como egipcio.
Delgado, hermoso, musculoso y elegante.
Mientras se asoma por la baranda, ordena que bajen la pasarela, que habían levantado.
Y el jefe de la tripulación grita. :
– ¡Que suba el que trae las cartas!
Pedro se ha cambiado, se ha puesto túnica y manto, mientras esperaba la respuesta.
Sube con toda dignidad, seguido por Mateo y Zelote.
Cuando aborda la nave y llegan hasta donde está el cretense.
Que es un hombre esbelto, severo, de unos cuarenta años,
Pedro saluda muy ceremonioso:
– Que la paz sea contigo.
El cretense lo mira y le responde,
diciendo:
– Salve.
Pedro le extiende el pergamino.
El cretense rompe el sello y lo extiende…
Lo lee y dice:
– ¡Sean bienvenidos los enviados de la familia de Teófilo!
Los cretenses no olvidan jamás que él fue bueno y caballeroso.
Pero agilizad la operación.
Daos prisa, porque estamos listos para zarpar.
¿Traéis mucho equipaje?
Pedro señala en el muelle,
y dice:
– Lo que ves en el andén.
– ¿Y cuántos sois…?
– Diez.
Daremos un lugar especial a la mujer y vosotros os arreglaréis cómo podáis…
¡Apresuraos!
Hay que zarpar y llegar a alta mar, antes de que el viento aumente;
lo cual sucederá después de la hora sexta.
Y ordena, con silbidos lacerantes, cargar y estibar los arcones;
señalando a los marineros el lugar, donde acomodarán el cargamento.
Luego suben los apóstoles con Juan de Endor y Síntica.
Cuando todos han abordado, Izan velas y cierran todo..
Se levanta nuevamente la pasarela,
Se cierra la obra muerta, se sueltan las amarras, se izan las velas.
Y las velas se hinchan ante el fuerte viento que sopla.
Empieza a moverse el navío, que bascula fuertemente, para salir del puerto..
Y balanceándose la nave de un lado a otro, emprenden el camino hacia Antioquía…
Luego la nave empieza su marcha.
Cuando las velas muy hinchadas por el viento, se ponen tirantes y crujen.
Y con un amplio cabeceo, la nave sale a alta mar.
Y huye rauda en dirección a Antioquía.
Pese al fuerte movimiento, Juan y Síntica permanecen en la cubierta…
agarrados a un aparejo, en la popa.
A pesar de la violencia del viento, Juan y Síntica, cerca el uno del otro,
Contemplan cómo la costa se va alejando .
Dejando atrás la tierra de Palestina,…
Y los dos se abrazan llorando..
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
337 LAS FLORES TRIUNFALES DEL SALVADOR
337 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
AL día siguiente, perseguidos por un tiempo lluvioso y frío, que dificulta la marcha,
reanudan el viaje por el mismo camino, el único de este pueblo,
que parece un nido de águila en la cima de un pico solitario.
Tiene que bajar del carro también Juan de Endor,
porque el camino cuesta abajo, es todavía más peligroso que cuesta arriba,
Y aunque el burro por sí solo no correría peligro, el peso del carro,
fuertemente empujado hacia adelante por el desnivel,
hace que el pobre animal vaya muy mal.
Como van también mal sus conductores, que hoy tienen que sudar no ya para empuja;
sino para retener el vehículo, que podría despeñarse, provocando alguna desgracia.
O por lo menos, pérdida de la carga.
El camino es así, horrible hasta llegar a un tercio, aproximadamente, de su longitud
(el último tercio respecto al valle).
Y se bifurca: un ramal, más cómodo y llano que va hacia el oeste.
Se paran a descansar y se secan el sudor.
Pedro premia al borrico que tiembla todo, de jadeo y que sacude las orejas resoplando,
ciertamente absorto en una profunda meditación, sobre la dolorosa condición de los asnos
y sobre los caprichos de los hombres que escogen estos caminos.
Al menos también Simón de Jonás atribuye a estas consideraciones,
la expresión pensativa del animal.
Y para subirle los ánimos, le cuelga al cuello una saca de habas forrajeras.
Mientras el asno quebranta el duro alimento con ávido placer,
también los hombres comen pan, queso y beben la leche de que sus odres están llenos.
Termina la comida.
Pero Pedro quiere dar de beber al asno,
– «Mi Antonio, que merece los honores más que César»
Y va con un cubo que tiene en el carro, a sacar agua a un torrente cercano,
que discurre hacia el mar
Jesús dice: .
– Ahora podemos reanudar la marcha…
Iremos incluso al trote, porque pienso que detrás de aquel collado es todo llanura…
Los apóstoles objetan:
– Pero nosotros no podemos trotar.
De todas formas, caminaremos ligero.
Pedro llama:
– ¡Vamos, Juan y tú, mujer, montad y vamos!
Jesús en cuanto suben los dos;
dice
– Yo también subo, Simón.
Y guío Yo.
Todos los demás seguidnos…
Pedro pregunta:
– ¿Por qué?
¡Estás muy pálido!…
– No, Simón.
Quiero hablar a solas con ellos…
Y señala a los dos que, como Él, están pálidos también;
intuyendo que ha llegado el momento del adiós.
Pedro concede:
– Ah! Bien.
Sube, sube.
Nosotros te seguimos.
Y Pedro se agrega al grupo de los apóstoles caminantes.
Mientras Jesús se sienta en la tabla que sirve de asiento, para el conductor,
y dice:
– Ven aquí a mi lado, Juan.
Y tú, Síntica, acércate…
Juan se sienta a la izquierda del Señor.
Síntica a sus pies, casi en el borde del carro, de espaldas al camino;
con la cara levantada hacia Jesús.
Colocada así, sentada sobre los talones, relajada como si soportara un peso agotador;
abandonadas las manos en su regazo y unidas para mantenerlas quietas, porque tiemblan;
Se le ve la cara cansada, sus bellísimos ojos de color negro-violeta
están como empañados por el mucho llanto vertido; bajo la sombra de su velo y su manto;
muy cubierta con ambos, parece una Piedad desolada.
¡Y Juan…!
El pobre y penitente Juan de Endor…
Pareciera que si al final del camino le esperara el patíbulo, estaría menos turbado.
El asno se pone al paso, tan obediente y juicioso, que no obliga a su nuevo conductor,
a una estrecha vigilancia.
Y Jesús aprovecha de ello, para abandonar las riendas y tomar la mano de Juan;
poniendo la otra en la cabeza de Síntica.
Diciendo:
– Hijos míos, os agradezco toda la alegría que me habéis procurado.
Este año ha estado para Mí, tachonado de flores de alegría;
porque he podido tomar vuestras almas,
y ponérmelas delante, para no ver las cosas feas del mundo.
Y perfumarme el aire viciado por el pecado del mundo,
e infundirme dulzura y confirmarme, en la esperanza de que mi Misión no es inútil.
Margziam, tú, Juan mío; Hermasteo, tú, Síntica; María de Lázaro, Alejandro Misax y otros más…
Sóis las flores triunfales del Salvador, al que sólo sienten como tal, los rectos de corazón…
¿Por qué meneas la cabeza, Juan?
– Porque eres Bueno y me pones entre los rectos de corazón.
Pero yo siempre tengo en mi pensamiento mi pecado…
– Tu pecado es el fruto de una carne azuzada, por dos malvados.
Tu rectitud de corazón es el substrato de tu yo honesto, deseoso de cosas honestas;
desgraciado, porque estas cosas te fueron arrebatadas por la muerte o la maldad;
mas no por ello menos vivo aun, bajo el cúmulo de tanto dolor.
Fue suficiente que la Voz del Salvador se filtrara en las profundidades,
donde tu yo se marchitaba;
para que saltaras y te pusieras en pie,
Liberándote de todo peso, para venir a Mí. ¿No es así?
Pues entonces eres recto de corazón; mucho;
mucho más recto que otros que no tienen tu pecado,
pero que tienen otros mucho peores; porque son pecados meditado…
Y conservados vivos, obstinadamente…
Benditos seáis pues, mis Flores de mi triunfo de Salvador;
en este mundo, tardo en comprender y enemigo, que da de beber amargura…
y aversión al Salvador.
Habéis representado el amor. ¡Gracias!
En las horas más penosas que he vivido este año;
os he tenido presentes, para recibir de vosotros consuelo y apoyo.
En las horas más penosas que viviré, os tendré todavía más presentes.
Hasta la muerte.
Y estaréis conmigo eternamente.
Os lo prometo.
Os confío mis más estimados intereses…
O sea, la preparación de mi Iglesia de Asia Menor.
Allí no puedo ir, porque aquí en Palestina, está mi lugar de misión.
Y porque la mentalidad reaccionaria de los importantes de Israel;
me perjudicaría con todos los medios, si fuera a otro lugar distinto.
¡Ya quisiera tener otros Juanes y otras Sínticas, para otros países!
¡De modo que mis apóstoles encontraran arada la Tierra para esparcir la semilla,
en la Hora que ha de llegar!
Sed dulces y pacientes. Y al mismo tiempo fuertes, para penetrar y soportar.
Encontraréis cerrazón y escarnio.
No os descorazonéis por ello.
Pensad esto: “Comemos el mismo pan y bebemos el mismo cáliz que bebe nuestro Jesús”.
No sois más que vuestro Maestro y no podéis pretender mejor suerte que la suya.
La mejor suerte es ésta: compartir lo que es del Maestro.
Doy una sola orden: que no os desaniméis;
que no pretendáis daros una respuesta acerca de esta lejanía;
que no es un destierro, como quiere pensar Juan,
sino que es antes al contrario;
un poneros a las puertas de la Patria antes que a todos los demás
como a siervos más formados que ningún otro.
El Cielo desciende para vosotros, como materno velo…
Y el Rey de los Cielos ya os acoge en su seno, os protege bajo sus alas de luz y amor,
como a los primogénitos de la inconmensurable nidada, de los siervos de Dios;
del Verbo de Dios;
que en Nombre del Padre y del eterno Espíritu, os bendice para ahora y para siempre.
Y orad por Mí, el Hijo del hombre que se está acercando a todas sus torturas de Redentor.
¡Oh, verdaderamente mi Humanidad está para conocer todas las más amargas experiencias,
que van a triturarla!...
Orad por Mí. Tendré necesidad de vuestras oraciones…
Serán caricias…
Serán profesiones de amor…
Serán ayudas, para no llegar a decir:
“La Humanidad está hecha sólo de demonios”…
(¡Y vaya que sí lo está...!)
– ¡Adiós, Juan!
Vamos a darnos el beso del adiós…
No llores de ese modo…
Aun a costa de arrancarme jirones de carne, te habría tenido conmigo;
si no hubiera visto todo el bien que esta separación producirá para ti y para Mí.
Eterno bien…
Adiós, Síntica.
Sí, besa si quieres mis manos;
pero piensa que si la diversidad de sexo me veda besarte como a una hermana;
a tu alma sí le doy mi beso fraterno…
Y esperadme, con vuestro espíritu. Iré.
(Con el Carisma de la Ubicuidad)
Me tendréis cerca de vuestros trabajos y de vuestras almas.
Sí, porque, si bien el amor por el hombre, ha encerrado mi Naturaleza Divina,
en carne mortal; no ha podido limitar su libertad.
Libre soy de ir, como Dios, a quien merece tener consigo a Dios.
Adiós, hijos míos.
El Señor está con vosotros…
Y se deshace del abrazo convulso de Juan, que circunda con fuerza sus espaldas.
Y de Síntica, que se ha agarrado a sus rodillas.
Y salta del carro. hace un gesto de saludo a sus apóstoles,.
Y se echa a correr por el camino ya recorrido;
rápido como ciervo perseguido.
E1 asno, al sentir caer del todo las riendas, que antes estaban encima de las rodillas de Jesús;
Y también, están atónitos los ocho apóstoles;
mirando al Maestro que se aleja cada vez más.
Juan de Zebedeo,
susurra:
– Lloraba…
Santiago de Alfeo, en voz baja,
agrega:
– Y estaba pálido como un muerto…
Santiago de Zebedeo, observa:
– Ni siquiera ha tomado su talego…
Ahí está en el carro…
Mateo pregunta:
– ¿Y ahora cómo se las va a componer?
Tadeo lanza toda su poderosa voz,
llamándolo:
Pero un recodo del camino absorbe dentro del verde de sus plantas al Maestro;
sin que Él se vuelva siquiera a mirar a quién lo llama…
– Se ha marchado…
Pedro está desolado.
Y lo manifiesta su voz:
– Lo único que podemos hacer…
Es ponernos en marcha también nosotros… –
Mientras se sube al carro y agarra las riendas, para arrear al burro.
Y el carro se pone en camino, con su chirrido;
acompañado del rítmico sonido de los cascos herrados…
Y del angustioso llanto de los dos que, abatidos en el fondo del carro,
gimen amargamente:
– No lo volveremos a ver:
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista.
Y a un corderito, de nuestro grupo de oración, un padre de familia joven,
que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
¡Que Dios N.S. les pague vuestra caridad….!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos,
aportando una donación económica; para este propósito,
podrán hacerlo a través de éste link
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
335 DOS VIDAS CONSAGRADAS
335 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Y ya llegó la noche.
Otra noche de despedida para la casita de Nazaret y sus habitantes.
Otra cena durante la cual la pena quita las ganas de comer a las bocas
y pone taciturnas a las personas.
Están sentados a la mesa Jesús, Juan y Síntica, Pedro, Juan, Simón y Mateo.
Los demás no han podido:
¡Es tan pequeña la mesa de Nazaret!
¡Hecha realmente para una pequeña familia de justos, que, al máximo,
pueden invitar a sentarse al peregrino y al afligido,
para ofrecerles un alivio más de amor que de alimento!
Al máximo esta noche, se hubiera podido sentar a la mesa Margziam,
porque es un niño muy menudito, que ocupa poco sitio…
Pero Margziam, muy serio y silencioso, está comiendo en un rincón,
sentado en una banquetita, a los pies de Porfiria…
Para quien la Virgen ha reservado su silla del telar -,
que, sumisa y silenciosa, come la comida que le han dado,
mirando con ojos compasivos a los dos que están para partir.
Estos tratan de tragar sus bocados con la cabeza muy baja,
para esconder el rostro excoriado por las lágrimas.
Los dos hijos de Alfeo, Andrés y Santiago de Zebedeo;
se han instalado en la cocina, junto a una especie de hintero.
Pero se les ve por la puerta abierta.
La Virgen María y María de Alfeo van y vienen sirviendo a éstos y a aquéllos;
maternales, acongojadas, tristes.
Y, si María santísima acaricia con su sonrisa, muy dolorosa esta noche;
a aquellos a quienes se acerca;
María de Alfeo, menos reservada y más campechana, une a la sonrisa el acto y la palabra,
Y más de una vez anima, añadiendo una caricia o incluso un beso,
según quién sea la persona favorecida, a éste o a aquél a nutrirse,
tomando los alimentos más apropiados para su físico y para el próximo viaje.
Tanto se aplica a convencer al exhausto Juan, que en estos días de espera
está aún más demacrado;
Para que coma esto o aquello, alabando su sabor y sus propiedades salutíferas,
que por amor compasivo hacia él, le daría de comer a sí misma.
Pero, a pesar de sus… seducciones, los alimentos se quedan casi intactos en el plato de Juan.
Y María de Alfeo se aflige por ello,
como una madre que ve que su lactante rechaza el pezón.
Y exclama:
– ¡Pero así no puedes partir, hijo!
Y movida por la maternidad de su alma, no reflexiona que Juan de Endor
tiene más o menos su edad y que el nombre de hijo, está mal dado.
Pero ella ve en él sólo una criatura que sufre…
Y por ello, no encuentra sino este nombre para consolarlo… –
Te va a hacer daño viajar con el estómago vacío;
en esa carreta tambaleante con el frío húmedo de la noche.
Y, además, ¡A saber cómo comeréis durante este horrible y largo viaje!…
¡Eterna piedad! ¡Por mar tantas millas!
Yo me moriría de miedo.
Y costeando tierras fenicias. ¡Y luego!…
¡Peor todavía!
Claro, el patrón de la nave será filisteo, o fenicio.
O de alguna otra nación infernal…
Y no tendrá piedad con vosotros…
¡Vamos hijo, ahora que tienes todavía a tu lado a una madre que te quiere!…
Come: sólo un trocito de este pescado bonísimo…
Aunque sólo sea por contentar a Simón de Jonás, que lo ha preparado en Betsaida;
con mucho amor y hoy me ha enseñado a cocinarlo de esta manera, para ti…
Y para Jesús, para que os dé muchas fuerzas.
¿No te apetece realmente?…
Entonces… ¡Ah, esto si que te lo comerás!
Y va ligera hacia la cocina y vuelve con una bandeja repleta de un humeante preparado
Ciertamente un tipo de harina, de granos cocidos en leche hasta deshacerlos:
«Mira, esto lo he hecho yo, porque me he acordado de que un día hablaste de ello
como de un dulce recuerdo le tu niñez…
Es rico y bueno. ¡Venga, un poco!».
Juan se deja meter en el plato alguna cucharada de este blando manjar,
y trata de tragarlo; pero las lágrimas descienden para mezclar su sal, con el alimento.
mientras pliega aún más su rostro hacia el plato.
Los otros reciben con muchos signos de alegría este alimento;, que es una golosina.
Sus rostros se han iluminado al verlo. Margziam se ha puesto de pie…
.Pero luego ha sentido la necesidad de preguntarle a la Virgen María
– ¿Lo puedo comer?
Faltan todavía cinco días para el final del voto…
María lo acaricia,
diciendo:
– Sí, hijo mío.
Lo puedes comer.
Entonces María, para calmar los escrúpulos del pequeño discípulo,
consulta a su Hijo:
– Jesús,
Margziam pregunta si puede comer la cebada monda…
por la miel, que hace que sea un plato dulce, ¿Sabes?…
Jesús responde:
– Sí, sí, Margziam.
Esta noche te dispenso Yo de tu sacrificio;
a condición de que Juan se coma también su cebada con miel.
Y mirando al viejo pedagogo,
agrega:
¿Ves cómo lo desea el niño?
Pues ayúdale a conseguir esto.
Y Jesús, que está al lado de Juan, le toma la mano y se la sujeta,
mientras éste se esfuerza, obediente, en terminar su cebada.
María de Alfeo ahora está más contenta.
Y vuelve al asalto con un buen plato de peras cocidas en el horno, humeantes.
Entra, del huerto, con su bandeja,
y dice:
– Llueve.
Empieza ahora. ¡Qué pena!
Pedro, que en toda acción ve la vela y la navegación.,
dice:
– ¡No, mujer, no!
¡Al revés!
¡Es mejor!
Así no habrá nadie por las calles.
Cuando uno se marcha, los saludos hacen siempre daño..
Mejor correr con el viento en la vela y sin encontrar bajos o escollos,
que le hagan detenerse a uno y moverse lentamente;
y los curiosos son exactamente eso: bajos y escollos…
Juan, tratando de rechazar la fruta,
dice:
– Gracias, María.
Pero no como más.
Pero María de Alfeo,
es implacable:
– ¡Ah, esto no!
Las ha cocido María.
¿No querrás despreciar la comida hecha por ella?
¡Mira qué bien las ha preparado!
Con sus especias en el agujerito..
.Con su mantequilla en la parte baja…
Deben ser un manjar regio.
Almíbar. Para cocerlas tan doradas, se ha dorado también ella en el fuego del horno.
Vienen bien para la garganta, para la tos…
Dan calor y son medicinales.
Y volviéndose hacia su cuñada, agrega:
María dile cuánto bien le hacían a mi Alfeo cuando estaba enfermo.
Pero las quería hechas por ti. ¡Sí, claro!
¡Tus manos son santas y dan salud!…
¡Benditos los alimentos que preparas tú!…
Estaba más tranquilo mi Alfeo después de comer esas peras…
Respiraba con más suavidad…
¡Pobre marido mío!…
Y María aprovecha la oportunidad de la evocación, para poder por fin llorar.
Pues siendo mal pensados, sin la pena por los dos que parten, para el “pobre Alfeo”
no habría habido ni una lágrima de la consorte, esa noche…
María de Alfeo estaba llena de llanto por Juan y Síntica,
También por Jesús, Santiago y Judas Tadeo, que se marchan;
tan llena, que abrió una salida al llanto para no ahogarse.
María toma su lugar ahora,
pone delicadamente una mano en el hombro de Síntica, que está frente a Jesús,
entre Simón y Mateo.
Y muy amorosa, dice:
– ¡Vamos, ánimo, comed!
¿Queréis marcharos añadiendo a mi angustia, la de que os habéis marchado casi en ayunas?
Síntica levanta su cara cansada y signada por el llanto de varios días.
Y dice:
– Yo he comido, Madre.Y luego la baja hacia el hombro en que está la mano de María.
Y roza la mejilla contra la mano menuda para recibir su ternura.
María le acaricia con la otra mano los cabellos,
y acerca hacia sí la cabeza de Síntica, cuya cara ahora está apoyada en el pecho de María.
La Madre insiste:
– Come, Juan.
Te vendrá muy bien.
No te puedes enfriar.
Tú, Simón de Jonás, te encargarás de darle la leche caliente con miel, todas las noches
O, al menos, agua muy caliente con miel.
Acuérdate.
Síntica dice:
– También yo me ocuparé de ello, Madre.
Puedes estar segura.
Pero lo harás a partir de que te instales en Antioquía.
Por ahora se encargará Simón de Jonás.
Y acuérdate, Simón, de darle mucho aceite de oliva.
Por eso te he dado esa orza.
Cuida de que no se rompa.
Y, si le ves más cerrado de respiración, haz como te he dicho con el otro frasco de bálsamo.
Tomas la cantidad suficiente para untarle el pecho, la espalda y la parte de los riñones.
Y lo calientas hasta que lo puedas tocar sin quemarte; luego le untas;
y le recubres enseguida con esas fajas de lana que te he dado.
Lo he preparado concretamente para eso.
Tú, Síntica, recuerda su composición.
Para volver a hacerlo.
Siempre tendrás lirios, alcanfor y díctamo, resinas, claveles, laurel, artemisias y todo lo demás.
He oído que Lázaro tiene en Antigonio jardines de esencias.
Zelote, que los ha visto,
confirma:
– Y además magníficos
Y añade:
« No doy ningún consejo.
Pero digo que para Juan ese lugar debería ser saludable;
para el espíritu y para el cuerpo; incluso más que Antioquía.
Está protegido del viento.
Tiene una brisa ligera que viene de los bosquecillos de árboles de resinas;
arraigados en las laderas de un pequeño collado, que forma barrera al viento del mar.
Pero que permite a las sales marinas beneficiosas, extenderse hasta allí.
Es un lugar sereno, silencioso,
Y no obstante, alegre, por las mil flores y los mil pájaros que viven allí en paz…
Bueno, bien, vosotros veréis; lo que más os hace al caso.
¡Síntica es muy juiciosa!
Porque en estas cosas, es mejor ponerse en manos de las mujeres.
¿No es verdad?
Jesús dice:
– Por eso Yo confío a mi Juan al buen juicio y al buen corazón de Síntica.
Juan de Endor dice:
– Y yo también.
Yo… yo… yo no tengo ya ninguna energía…
Y… ya jamás serviré para nada.
Síntica lo corrige: ..
– ¡Juan, no digas eso!
Si el otoño desnuda los árboles, no se puede concluir que no tengan ya vitalidad
al contrario, trabajan, con oculta energía, para preparar el triunfo de los próximos frutos.
Tú eres lo mismo.
Ahora te ves empobrecido por el viento frío de este dolor;
pero, en realidad, en lo profundo de ti, trabajas ya para los ministerios nuevos.
Tu propio dolor te servirá de acicate para la acción.
Estoy segura.
Entonces serás tú, siempre tú, el que me ayudarás a mí, que soy una pobre mujer;
que todavía tiene mucho que aprender, para llegar a ser algo para Jesús.
– ¿Pero qué crees que puedo ser ya?
Ya nada tengo que hacer… ¡Estoy acabado!
– No. ¡No está bien decir eso!
Sólo el que muere puede decir: “Como hombre estoy acabado”.
Otro no puede decirlo.
¿Crees que no tienes ya nada que hacer?
Todavía te queda lo que un día me dijiste: cumplir el sacrificio.
¿Y cómo, sino con el sufrimiento?
Juan, es necio citarte a los sabios a ti, que eres un pedagogo;
pero te recuerdo a Gorgias de Leontine
Enseñaba que sólo con los dolores y sufrimientos se expía en esta vida y en la otra.
Y te recuerdo también a nuestro gran Sócrates:
“Desobedecer a quien es superior a nosotros, sea dios u hombre, es un mal y una vergüenza”.
Ahora bien, si éste era un justo modo de actuar ante una injusta sentencia,
emanada de hombres injustos;
¿Qué no será, ante una orden emanada del Hombre santísimo y de nuestro Dios?
Obedecer, por el solo hecho ya de que es obedecer, es una cosa grande;
grandísima será, entonces, prestar obediencia a una orden santa que juzgo,
– y tú conmigo debes juzgarla igual – gran misericordia.
Tú siempre dices que tu vida se acerca a su fin.
Y todavía no sientes haber anulado tu deuda con la Justicia.
¿Por qué no juzgas, entonces, este gran dolor como un medio para anular la deuda,
y además para hacerlo en el breve tiempo que te queda?
¡Un gran dolor para conseguir una gran paz!
Créeme: vale la pena sufrirlo.
Lo único importante en la vida es llegar a la muerte habiendo conquistado la Virtud.
– Me das ánimos, Síntica…
Hazlo siempre.
– Lo haré.
Lo prometo aquí.
Pero tú facilítamelo, como hombre y como cristiano.
La cena ha terminado.
María recoge las peras que han quedado, las mete en un recipiente y se las da a Andrés;
diciendo:
– Llueve cada vez más.
Yo diría que es mejor…
Pedro responde:
— Sí.
Esperar siempre es más angustioso.
Voy enseguida a preparar el burro.
Venid también vosotros, con los arcones y todo lo demás.
Tú también, Porfiria, ¡Rápidamente!
Eres tan paciente, que te has conquistado al asno.
Y se deja vestir sin resistirse.
Después se encargará Andrés, que te asemeja.
¡Vemos, todos afuera!
Y Pedro incita a todos a que salgan de la habitación y de la cocina,
excepto a María, a Jesús, a Juan de Endor y a Síntica.
Juan de Endor exclama:
– ¡Maestro!
¡Llegó el momento de… sentir que se me desgarra el corazón!
¡Ha llegado, sí, el momento!
¿Por qué, Jesús Bueno, no has hecho que muriese aquí?
¿Una vez experimentada la congoja de mi condena y hecho el esfuerzo de aceptarla?
Y Juan cae sobre el pecho de Jesús, llorando angustiosamente.
María y Síntica tratan de calmarlo.
María, a pesar de que siempre es tan reservada, lo separa de Jesús,
Lo abraza.
y le dice:
– Hijo amado,
hijo mío predilecto…
Síntica, entretanto, se arrodilla a los pies de Jesús,
y dice:
– Bendíceme…
Conságrame, para quedar fortalecida. Señor, Salvador, Rey,
yo, aquí, en presencia de tu Madre, juro y profeso que seguiré tu doctrina.
Y te serviré hasta el último respiro.
Juro y profeso que me dedicaré a tu doctrina y a los seguidores de ella;
por amor a ti, Maestro y Salvador.
Juro y profeso que mi vida no tendrá ninguna otra finalidad,
y que todo lo que significa mundo y carne, ha muerto definitivamente para mí.
Y espero, con la ayuda de Dios y de las oraciones de tu Madre,
vencer al Demonio,
para que no me arrastre al error y no ser condenada en la hora de tu Juicio.
Juro y profeso que no me doblegarán ni las seducciones, ni las amenazas.
Y que no tendré memoria lábil, a menos que Dios permita que suceda de otra forma.
Pero espero en Él y creo en su bondad, por lo cual estoy segura
de que no me dejará a merced de fuerzas oscuras más fuertes que las mías.
Consagra a tu sierva, oh Señor, para que se sienta defendida de las insidias,
de todos los enemigos.
Jesús extiende las manos sobre su cabeza, con las palmas abiertas,
como hacen también los sacerdotes…
Y ora por ella.
María lleva a Juan al lado de Síntica y le hace arrodillarse,
y dice:
– También a él, Hijo mío;
para que te sirva con santidad y paz.
Y Jesús repite el acto sobre la cabeza inclinada del pobre Juan.
Luego lo levanta y hace levantarse a Síntica, pone las manos de ellos en las de María,
y dice:
– Que sea Ella la última que os acaricia, aquí…
Y sale rápidamente, para ir quién sabe a dónde.
juan gime:
– ¡Madre, adiós!
¡No olvidaré nunca estos días!
– Yo tampoco te olvidaré, amado hijo
– Igual yo, Madre…
Adiós. Déjame besarte una vez más…
¡Después de tantos años, me había saciado de besos maternos!…
Pero ahora ya no… –
Síntica llora en los brazos de María, que la besa.
Juan da rienda suelta a su llanto.
María lo abraza también a él;
ahora tiene – verdadera Madre de los cristianos – a los dos entre sus brazos.
Y toca apenas, con sus labios purísimos, la mejilla rugosa de Juan:
un beso pudoroso, pero amorosísimo.
Con el beso queda el llanto de la Virgen en la flaca mejilla…
Entra Pedro:
Y dice:
– Está preparado.
Venga, vamos…
Y no dice nada más, porque está emocionado.
Margziam, que sigue a su padre como la sombra al cuerpo,
se echa al cuello de Síntica y la besa; luego abraza a Juan y lo besa,
lo besa muchas veces…
Pero llora también él.
Salen: María, llevando de la mano a Síntica;
Marziam de la mano de Juan.
– Nuestros mantos… – dice entre lágrimas Síntica.
Y hace ademán de entrar en las habitaciones.
Pedro se muestra rudo para no dejar ver su emoción.
Y dice:
– ¡Están aquí, están aquí!
¡Tomad, rápido!… –
Pero, detrás de los dos que ahora se arropan en sus mantos,
se enjuga las lágrimas con el dorso de la .mano…
Al otro lado del seto, el farolillo trémulo del carro,
dibuja un cerco amarillo en el ambiente oscuro…
Se oye el susurro de la lluvia entre el ramaje de los olivos,
y su choque contra el pilón rebosante de agua…
Una paloma, despertada por la luz de las lámparas que llevan los apóstoles,
amparadas bajo los mantos,
bajas, para iluminar los senderos llenos de charcos,
zurea quejumbrosamente…
Jesús ya está al pie del carrito, sobre el cual ha sido extendida como techo una manta.
Pedro incita:
– ¡Vamos, vamos, que llueve recio!
Y, mientras Santiago de Zebedeo sustituye a Porfiria en los ramales,
él, sin muchas ceremonias, levanta del suelo a Síntica y la pone en el carro.
Y, todavía más rápido, agarra a Juan de Endor y lo sube encima del carro;
Sube él, y da un fustazo tan enérgico al pobre burro,
que éste, casi llevándose por delante a Santiago, empieza a correr inmediatamente.
Y Pedro insiste hasta que llegan al camino propiamente dicho, bastante lejos de las casas…
Un último grito de despedida sigue a los que parten, que lloran inconteniblemente…
Pedro detiene luego al burro fuera de Nazaret,
para esperar a Jesús y a los demás;
que no tardan en darles alcance caminando ligeros bajo la lluvia que arrecia.
Toman un camino entre las huertas;
para ir de nuevo hacia el norte de la ciudad sin cruzarla.
Pero Nazaret está oscuro y duerme bajo el agua gélida de la noche de invierno…
Y ni los que están despiertos oyen el chocar de los cascos del asno;
poco perceptibles contra el suelo de tierra empapado…
La comitiva avanza con el máximo silencio.
Sólo se oyen los sollozos de los dos discípulos,
mezclados con el rumor de la lluvia entre las frondas de los olivares.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista y a un corderito, de nuestro grupo de oración,
un padre de familia joven que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
Que Dios N:S: les pague vuestra caridad….
¡Muchísimas gracias y Bendiciones…!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos, aportando una donación económica;
para este propósito, podrán hacerlo a través de éste link
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
333 LOS CORREDENTORES
333 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
En Nazareth, Jesús está hablando con Juan de Endor:
– Y estoy también seguro de que lo haréis, sin discutir ni trabajo ni el lugar que os asignaré,
aun no siendo como vosotros deseáis…
Juan tiene un primer indicio de lo que le espera.
Cambia de cara y de color:
Se pone serio y pálido.
Y su único ojo ahora mira fijamente, atento y escudriñador, al rostro de Jesús,
que prosigue:
– ¿Te acuerdas Juan cuando, para calmar tus dudas acerca del perdón de Dios te dije:
“Para hacer que comprendas la Misericordia te emplearé en obras especiales de misericordia
y para ti expondré las parábolas de la misericordia”?
– Sí.
Y fue verdad.
Me persuadiste y me has concedido exactamente hacer obras de misericordia.
Y diría que las más delicadas, como limosnas,
como la instrucción de un niño, de un filisteo y de una griega.
Esto me ha dicho que Dios había conocido tanto mi verdadero arrepentimiento
– y lo había visto real -, que me confiaba almas inocentes o almas de personas en vías de
conversión, para que los formase en El.
Jesús abraza a Juan acercándoselo a su costado,
– es el gesto que hace habitualmente con el otro Juan –
y palideciendo por el dolor que debe causar,
dice:
– También ahora Dios te confía una tarea delicada y santa.
Una tarea de predilección.
Sólo tú, que eres generoso, que no tienes restricciones ni prevenciones, que eres sabio,
que, sobre todo, te has ofrecido a todas las renuncias y penitencias, para purgar aquel resto
de expiación, aquella deuda que todavía tenías con Dios;
sólo tú lo puedes hacer.
Cualquier otro no querría, y tendría razón, porque le faltarían los requisitos necesarios.
Ninguno de mis apóstoles posee todo lo que tú tienes para ir a preparar los caminos del Señor…
Bueno, y te llamas Juan.
Serás, por tanto, un precursor de mi Doctrina…
Prepararás los caminos a tu Maestro…
Es más, harás las veces de tu Maestro, que no puede ir tan lejos…
Juan se sobresalta y trata de liberarse del brazo de Jesús para mirarle a la cara,
pero no lo consigue, porque Jesús lo tiene estrechado dulce pero autoritariamente
y ya su boca da el golpe final…
Hasta Siria… Hasta Antioquía…
Juan liberándose violentamente del abrazo de Jesús,
grita:
– ¡Señor!
¡Señor! ¿A Antioquía?
¡Dime que he entendido mal!
¡Dímelo, por piedad!…
Está de pie…
Todo en él es súplica:
Su único ojo, su rostro, que se ha puesto cinéreo, sus labios trémulos, sus manos
temblorosas extendidas hacia adelante;
su cuerpo, que parece plegarse hacia el suelo como subyugado por la noticia.
Pero Jesús no puede decir:
«Has entendido mal».
Abre los brazos, levantándose a su vez para recibir en su corazón al anciano pedagogo.
Y abre los labios para confirmar:
– A Antioquía, sí.
A casa de Lázaro.
Con Síntica.
Partiréis mañana o pasado mañana.
La desolación de Juan es verdaderamente lastimosa.
Se libera del abrazo a medias…
Y frente a frente, bañadas en lágrimas sus flacas mejillas,
grita:
– ¡Ah, ya no me quieres a tu lado!
¿En qué te he contrariado, mi Señor?
Y se separa y se deja caer en la mesa mientras rompe en sollozos desgarradores, lastimosos,…
Intercalados con accesos ásperos de tos, insensible a las caricias de Jesús,
Susurrando:
– «Me alejas de Ti, me alejas de Ti, no te volveré a ver…
Jesús sufre visiblemente,
Y Ora…
Luego sale quedamente.
Ve en la puerta de la cocina a María con Margziam, que está asustado de ese llanto…
Más allá está Síntica, también sorprendida.
Jesús la llama:
– Madre, ven aquí un momento.
María va, ligera y pálida.
María se inclina hacia el hombre que llora como si fuera un pobre niño,
y dice:
– ¡Cálmate, pobre hijo mío, cálmate!
¡No, esto no!
Te perjudicará.
Juan levanta su cara desencajada,
y grita:
– ¡Me despide!…
Moriré solo, lejos…
Podía esperar unos meses y dejarme morir aquí.
¿Por qué este castigo?
¿En qué he pecado?
¿Te he causado alguna vez molestias?
¿Por qué me has dado esta paz para luego… para luego…
Se deja caer de nuevo encima de la mesa, llorando más fuerte, jadeando…
Jesús le pone la mano en sus flacos y convulsos hombros,
mientras dice:
– ¿Cómo puedes pensar que, si hubiera podido, no te habría tenido aquí?
¡Oh, Juan!
En el camino del Señor hay tremendas necesidades.
Y el primero que sufre por ello soy Yo.
Yo, que llevo mi dolor y el de todo el mundo.
Mírame, Juan.
Observa si mi rostro, ¿Es el de una persona que te odia, que está cansada de ti…
Ven aquí, a mis brazos, siente cómo palpita de dolor mi corazón.
Compréndeme, Juan; no me entiendas mal.
Es la última expiación que Dios te impone, para abrirte las puertas del Cielo.
Escucha…
Lo levanta y lo estrecha entre sus brazos.
Escucha…
Mamá, sal un momento…
Ahora que estamos solos, escucha.
Tú sabes Quién Soy…
¿Crees firmemente que soy el Redentor?
– Claro que sí.
Por ello quería estar contigo siempre, hasta la muerte…
– Hasta la muerte…
¡Horrenda será mi muerte!…
– La mía, digo. ¡La mía!…
– La tuya será tranquila, confortada por mi Presencia, que te infundirá la certeza del amor
de Dios; y por el amor de Síntica;
además de por la alegría de haber preparado el triunfo del Evangelio en Antioquía.
¡Pero la mía!… Me verías reducido a un amasijo de carne llagada, cubierta de esputos,
infamada, abandonada en manos de una muchedumbre rabiosa, dada a la muerte
colgándola de una cruz, como un delincuente…
¿Podrías soportar esto?
Juan, que a cada descripción de cómo será Jesús en la Pasión,
ha respondido gimiendo:
– « ¡No, no!»
Grita un «no» seco, y añade:
– Odiaría de nuevo a la Humanidad…
Pero yo ya habré muerto, porque Tú eres joven y…
– Y veré ya sólo una vez las Encenias.
Juan lo mira fijamente, aterrorizado…
Para explicarte que una de las razones por las que te mando lejos es ésta.
No serás el único.
A todos aquellos que no quiero que sean turbados por encima de sus fuerzas,
los mandaré antes a otro lugar.
¿Esto te parece falta de amor?…
– No, mi Mártir Dios…
Pero yo te debo dejar… y moriré lejos.
– Por la Verdad que Soy, te prometo que estaré inclinado hacia la almohada de tu agonía.
– ¿Y cómo, si estaré muy lejos y me dices que Tú no vas tan lejos?
Lo dices para que me vaya menos triste…
– Juana de Cusa, agonizando a los pies del Líbano, me vio.
Y Yo estaba muy lejos y no me conocía todavía.
Pues allí la devolví a la pobre vida de esta tierra.
¡Créeme que el día de mi muerte ella lamentará haber vivido!…
Sin embargo, para ti, alegría de mi corazón en este segundo año de Maestro, haré más.
Iré a conducirte a la paz, te daré la misión de decir a los que esperan:
“La hora del Señor ha llegado.
Así como ahora llega la primavera a la tierra, para nosotros llega la primavera del Paraíso”.
Pero, no iré sólo entonces…
Iré, me sentirás, siempre…
(Con el carisma de la Ubicuidad).
Lo puedo hacer y lo haré.
Tendrás al Maestro en ti como ni siquiera ahora me tienes.
Porque el Amor puede comunicarse a aquel a quien ama.
Y tan sensiblemente que puede tocar no solo el espíritu sino los mismos sentidos.
¿Más tranquilo ahora, Juan?
– Sí, mi Señor.
– De todas formas, ¿No te rebelas, no?
– ¿Rebelarme? ¡Jamás!
Te perdería del todo.
Digo “mi” Padrenuestro: hágase tu voluntad.
– Sabía que me comprenderías…
Lo besa en las mejillas surcadas por un continuo, aunque sereno, llanto.
– ¿Me permites saludar al niño?…
Este es otro dolor… Le que-… – El llanto vuelve, ahora más intenso…
– Sí.
Lo llamo enseguida…
Y también a Síntica, que también sufrirá….
Tú, siendo hombre, debes ayudarla…
– Sí, Señor.
Jesús sale.
Mientras, Juan llora.
Y besa acariciando las paredes y los objetos de la pequeña habitación hospitalaria.
Entran juntos María y Margziam.
– ¡Madre!
¿Has oído? ¿Lo sabías?
María responde:
– Lo sabía, y me dolía…
Pero yo también me he separado de Jesús…
Y soy su Madre…
– ¡Es verdad!…
Margziam, ven aquí.
¿Sabes que me marcho y que no volveremos a vernos?…
Quiere mostrarse fuerte.
Pero… coge al niño en brazos, se sienta en el borde de la cama y llora abundantemente
encima de la cabeza morena de Margziam,
que a su vez, bien se encarga de imitarlo.
Entra Jesús con Síntica.
Ésta pregunta:
– ¿Por qué tanto llanto, Juan?
– Nos traslada, ¿No lo sabes?
¿No lo sabes todavía?
¡Nos manda a Antioquía!
– ¿Y qué quieres decir con ello?
¿No ha dicho Él, que si dos están congregados en su Nombre estará en medio de ellos?
¡Ánimo, Juan.’
Quizás es que hasta ahora tú has elegido siempre tu destino…
Y entonces la imposición de una voluntad, aunque sea de amor, te abate.
Yo… yo estoy acostumbrada a aceptar el destino impuesto por otras personas.
¡Y qué destino!…
Por eso ahora doblego con gusto mi cabeza ante este nuevo destino.
Si no me he rebelado contra la despótica esclavitud, sino cuando pretendía imponerse a mi alma,
¿Debería rebelarme ahora contra esta dulce esclavitud de amor, que no lesiona sino que eleva
nuestra alma y nos confiere el título de siervos suyos?
¿Te da miedo el mañana porque te encuentras mal?
¿Tienes miedo a quedarte solo?
No te dejaré nunca.
Puedes estar seguro de esto.
La única finalidad de mi vida es amar a Dios y al prójimo.
Tú eres el prójimo que Dios me confía.
¡Imagínate cuánto te voy a querer!
Jesús dice:
– No tendréis necesidad de trabajar para vivir, porque estaréis en una casa de Lázaro.
Eso sí, os aconsejo que uséis la vía de la enseñanza para entablar contactos con la gente;
tú, como maestro; tú, mujer, con trabajos femeninos:
servirá para el apostolado y para llenar vuestras jornadas.
Síntica responde firmemente:
Juan sigue teniendo en brazos al niño y llora quedamente.
Margziam lo acaricia…
– ¿Te vas a acordar de mí?
– Siempre, Juan, y rezaré por ti…
Es más…
Espera un momento…
Sale corriendo.
Síntica pregunta:
– ¿Cómo vamos a ir a Antioquía?
– Por mar. ¿Tienes miedo?
– No, Señor.
Además nos mandas Tú y eso nos protegerá.
– Iréis con los dos Simones, mis hermanos, los hijos de Zebedeo. Andrés y Mateo.
De aquí a Tolemaida en el carro;
donde se van a cargar los arcones y un telar que te he hecho, Síntica;
y algunos objetos útiles para Juan…
– Yo ya me había imaginado algo al ver los arcones y los vestidos.
Así que había preparado mi alma para la separación.
¡Era demasiado bonito vivir aquí!…
Un sollozo reprimido quiebra la voz de Síntica.
Pero se rehace para sostener el valor de Juan.
Pregunta con voz reafirmada:
– ¿Cuándo partimos?
– En cuanto lleguen los apóstoles.
Quizás mañana.
– Entonces, si me permites, voy a colocar los vestidos en los arcones.
Dame tus libros, Juan.
Es evidente que Síntica desea estar sola para llorar…
Juan responde:
– Cógelos…
Pero dame ese rollo atado con azul.
Vuelve Margziam con su tarro de miel.
– Ten, Juan.
Te la comerás por mí…
– ¡No, niño!
¿Por qué?
– Porque Jesús ha dicho que una cucharada de miel ofrecida,
puede dar paz y esperanza a una persona afligida.
Tú estás afligido…
Te doy toda la miel para llenarte de consuelo.
– Pero es demasiado sacrificio, niño.
– ¡No, no!
En la oración de Jesús se dice: “No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal”.
Este tarro era una tentación para mí…Y podía ser un mal porque podía hacerme infringir el voto.
Así ya no lo veo… y es más fácil…
Y estoy seguro de que Dios te va a ayudar por este nuevo sacrificio.
Pero no llores más.
Y tampoco tú, Síntica…
Efectivamente, la griega ya llora silenciosamente, mientras recoge los libros de Juan.
Y Margziam los acaricia alternadamente, con un gran deseo de llorar también.
Mas Síntica sale, cargada de rollos,
María la sigue con el tarro de miel.
Juan se queda con Jesús, que se sienta a su lado, y con el niño en sus brazos.
Está sereno, pero alicaído.
Jesús aconseja:
– Une también al volumen tu último escrito
– Creo que se lo quieres dar a Margziam…
– Sí…
Yo tengo para mí una copia…
Aquí tienes, muchacho.
Estas son las palabras del Maestro.
Las que ha dicho cuando tú no estabas, y otras…
Quería seguir copiándolas, para ti, porque tú tienes la vida por delante…
¡Y quién sabe cuánto evangelizarás!…
Pero ya no puedo continuar…
Ahora soy yo quien se queda sin tus palabras…
Y se echa de nuevo a llorar con fuerza.
Margziam muestra un nuevo gesto, dulce y viril:
Se echa al cuello de Juan y dice:
– Ahora seré yo quien las escriba para ti y te las mandaré…
¿Verdad, Maestro?
Se puede, ¿No?
– Claro que se puede.
Y será una gran obra de caridad.
– Lo haré.
Y, cuando no esté yo, se lo encargaré a Simón Zelote.
Nos quiere a los dos, y lo hará por ejercitar la caridad con nosotros.
Así que no llores más.
Y voy a ir a verte…
No es que te vayas a ir lejos…
– ¡Ah, sí, qué lejos!
Cientos de millas…
El niño está desilusionado y afligido.
Pero se rehace con la bella serenidad del niño al que todo parece fácil.
– De la misma forma que vas tú, puedo ir yo con mi padre.
Y además… nos escribiremos.
Cuando se leen las páginas sagradas es como estar con Dios,
¿No es verdad?
Pues, cuando se lee una carta, es como estar con la persona a la que queremos
y que nos la ha escrito.
Vamos, ven conmigo allí…
– Sí, vamos allí, Juan.
Dentro de poco vendrán mis hermanos con el Zelote.
Les he mandado aviso de que vengan.
– ¿Ya saben…?
– Todavía no.
Espero a decirlo cuando estén presentes todos…
– De acuerdo, Señor.
Vamos…
Es un anciano muy encorvado el que sale de la habitación de José.
Un anciano que parece saludar a cada uno de los hilos de hierba, a cada tronco,
al pilón y a la gruta;
mientras se dirige hacia el vasto taller, donde María y Síntica, silenciosamente,
están colocando los objetos y los vestidos en el fondo de los arcones…
Y así, silenciosos y tristes, los encuentran Simón, Judas y Santiago.
Observan… pero no hacen preguntas.
Y no es posible comprender si intuyen la verdad.
Nota importante:
Se les suplica incluir en sus oraciones a una ovejita que necesita una cirugía ocular,
para no perder la vista y a un corderito, de nuestro grupo de oración,
un padre de familia joven que necesita una prótesis de cadera, para poder seguir trabajando por ellos.
Que Dios N:S: les pague vuestra caridad….
¡Muchísimas gracias y Bendiciones…!
Y quién de vosotros quiera ayudarnos, aportando una donación económica;
para este propósito, podrán hacerlo a través de éste link
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC
330 PREPARATIVOS…
330 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Está avanzada ya la mañana cuando Pedro llega, solo e inesperado, a la casa de Nazaret.
Viene cargado de cestas y talegos, como un mozo de cuerda;
pero tan feliz, que no siente el peso ni la fatiga.
Dedica una sonrisa llena de felicidad y un saludo, gozoso y respetuosísimo al mismo tiempo,
a María, que ha ido a abrirle
Luego pregunta:
– ¿Dónde están el Maestro y Margziam?
– Están en el ribazo, encima de la gruta,
pero de la parte de la casa de Alfeo.
Creo que Margziam está recogiendo aceitunas.
Voy a llamarlos.
– Lo hago yo.
– Descarga todos esos pesos al menos.
– No, no.
Son sorpresas para el niño.
Me gusta verlo abrir del todo los ojos y hurgar ansioso…
Son sus delicias, pobre niño mío.
Sale al huerto.
Va al pie del ribazo.
Se esconde muy bien en la oquedad de la gruta y cambiando un poco la voz,
grita:
Y luego con su voz natural:
– « ¡Margziam!…».
La vocecita de Margziam, que llenaba de exclamaciones el aire calmo, calla…
Una pausa, luego la vocecita aguda, casi de niña, del muchacho,
pregunta:
– Maestro, ¿Pero no era mi padre el que me ha llamado?
Quizás Jesús estaba tan inmerso en sus pensamientos, que no ha oído nada.
Y lo confiesa con sencillez.
Pedro llama de nuevo:
— ¡Margziam! –
Y se echa a reír con su risa franca y abierta.
– ¡Sí, sí, es él!
¡Padre! ¡Padre mío!
Se asoma prominentemente para mirar al huerto.
Pero no ve nada…
También Jesús se acerca y mira…
Ve a María, sonriente, en la puerta…
A Juan y a Síntica, que están en el local que hay en el fondo del huerto, junto al horno…
Y se asoman también.
– ¡Ah, Margziam no espera más!
Se echa abajo desde el borde, justo al lado de la gruta.
Pedro está preparado para agarrarlo antes de que toque el suelo.
Es conmovedor el saludo de los dos.
Jesús, María y los dos que están en el fondo del huerto lo observan sonriendo;
luego se acercan todos al grupo de amor.
Pedro se libera a duras penas del apretón del muchacho,
para saludar a Jesús de nuevo con una inclinación.
Y Jesús lo abraza, abarcando al mismo tiempo al niño, que no se separa del apóstol,
y que pregunta:
– ¿Y mi madre?
Pero Pedro responde a la pregunta de Jesús
– « ¿Por qué has venido tan pronto?»:
– ¿Creías que podía estar tanto tiempo sin verte?
Y además… Estaba Porfiria, que no me dejaba tranquilo:
“Ve a ver a Margziam. Llévale esto, llévale aquello”.
Parecía como si viera a Margziam en medio de bandidos o en un desierto.
La última noche se levantó para hacer los bollos y nada más que acabaron de cocerse,
me apremió para que me pusiera en camino…
Margziam. grita:
– ¡Sopla!
¡Los bollos!…
Pero, inmediatamente, se calla.
– Sí.
Están aquí dentro, junto con los higos secados en el horno, las aceitunas y las manzanas rojas.
Y también te ha untado un pan.
Y te manda quesitos de tus ovejitas.
Hay también una túnica que no absorbe el agua.
Y luego, y luego…
No sé qué más.
¿Cómo?
¿Ya no sientes apremio?
– Porque hubiera preferido que me la hubieras traído a ella, antes que todas estas cosas…
Yo la quiero, ¿Sabes?
– ¡Oh, Divina Misericordia!
¿Quién lo iba a pensar?
Si estuviera aquí y te oyera, se derretiría como la mantequilla…
María dice:
– Margziam tiene razón.
Podías haber venido con ella.
Evidentemente, desea verlo después de tanto tiempo.
Nosotras las mujeres somos así con nuestros niños…
– Bien…
Pero dentro de poco lo verá, ¿No es verdad, Maestro?
– Sí.
Después de las Encenias, cuando nos marchemos…
Sí, cuando vuelvas, después de las Encenias, vendrás con ella.
Estará con él aquí, unos días,.
Y luego volverán juntos a Betsaida.
– ¡Oh, qué bonito!
¡Aquí con dos madres!
El niño está ya calmado y contento.
Entran todos en casa y Pedro se descarga de los bultos.
– Mirad: pescado seco, en salmuera.
Y fresco. Le será útil a tu Madre.
Y ese queso tierno que te gusta tanto, Maestro.
Y aquí huevos para Juan.
Esperemos que no se hayan roto… No. Menos mal.
Me las ha dado Susana en Caná, donde he dormido.
Y luego… ¡Ah, y esto!
Mira, Margziam, qué color de oro tiene.
Parece hecho con los cabellos de María.
Y abre un tarro lleno de miel filamentosa.
María ante los envoltorios, grandes y pequeños,
vasijas y orzas que cubren la mesa.,
dice:
– ¡Pero por qué tantas cosas?
Ha sido un sacrificio para ti, Simón.
– ¿Un sacrificio?
No.
Por lo que se refiere al pescado, he pescado mucho y con mucho resultado.
Lo demás son cosas de la casa.
No cuesta nada, y, en compensación, da mucha alegría traerlo.
Además…
Ya estamos en las Encenias…
Es tradición, ¿No?
¿No pruebas la miel?
Margziam dice serio:
– No puedo.
– ¿Por qué? ¿Estás mal?
– No.
Pero no puedo comerla.
– ¿Pero por qué?
El niño se pone colorado, pero no responde.
Mira a Jesús y calla.
Jesús sonríe y explica:
– Margziam ha hecho un voto para obtener una gracia.
No puede comer miel durante cuatro semanas.
– ¡Ah! ¡Bien!
La comerás después…
De todas formas, toma el tarro…
¡Fíjate tú! ¡No pensaba que fuera tan… tan…
Jesús, mientras el niño se marcha con su tarro entre las manos.
dice:
– Tan generoso, Simón.
Quien de niño acomete la penitencia,
encontrará fácil durante toda la vida el camino de la virtud –
Pedro lo mira, con admiración, mientras se marcha.
Luego pregunta:
– ¿No está el Zelote?
– Está en casa de María de Alfeo.
Volverá pronto.
Vamos allí, Simón Pedro.
Salen.
María y Síntica se quedan a ordenar la habitación invadida de envoltorios.
Pedro dice:
– Maestro…
Yo he venido para verte a Ti y al niño.
Es verdad.
Pero también porque he pensado mucho estos días,
especialmente después de la llegada de tres abejorros venenosos…
A los que les dije más mentiras que peces hay en el mar.
Ahora están yendo al Getsemaní, creyendo que encontrarán a Juan de Endor;
luego van a casa de Lázaro, esperando encontraros allí a Síntica y a Ti.
¡Que anden, que anden!…
Pero luego volverán y…
Maestro, te quieren crear problemas por estos dos pobrecitos…
Jesús responde:
– Ya hace meses que he tomado las medidas oportunas.
Cuando ésos regresen buscando a estos dos perseguidos,
ya no los encontrarán, en ningún lugar de Palestina.
¿Ves estos arcones? Son para ellos.
¿Has visto todos esos vestidos doblados junto al telar? Son para ellos.
¿Estás asombrado?
– Sí, Maestro.
¿Y a dónde los mandas?
Pedro da un silbido significativo…
Y pregunta:
– ¿A casa de quién?
¿Y cómo van?
– Van a una casa de Lázaro.
La última que tiene Lázaro donde su padre gobernó en nombre de Roma.
Irán por mar…
– ¡Ah, eso; porque si Juan tuviera que ir con sus piernas!…
– Por mar.
Me complace también a mí el poder hablar contigo.
Habría mandado a Simón a decirte: “Ve”, para preparar todo.
Escucha.
Dos o tres días después de las Encenias, nos marcharemos de aquí;
pero no todos juntos;
Formaremos parte de la comitiva: Yo, tú, tu hermano, Santiago y Juan.
Y mis dos hermanos, más Juan y Síntica.
¡Iremos a Tolemaida!
Desde allí, con una barca, tú los acompañarás a Tiro.
Allí subiréis a bordo de una nave que va a Antioquía,
como si fuerais prosélitos que regresan a sus casas.
Luego os volveréis y me encontraréis en Akzib.
Estaré en la cima del monte todos los días…
Y además el espíritu os guiará…
– ¿Cómo?
¿No vienes con nosotros?
Quiero dar paz al espíritu de Juan.
– ¿Y cómo me las voy a arreglar yo, que no he salido nunca de aquí?
– No eres un niño…
Y pronto tendrás que ir mucho más lejos que a Antioquía.
Me fío de ti.
Como ves te estimo…
– ¿Y Felipe y Bartolomé?
– Irán a nuestro encuentro a Yotapata.
Y evangelizarán en espera de nosotros.
Les escribiré.
Tú llevarás la carta.
– Y… ¿Esos dos que están ahí, ya saben su destino?
– No.
Les dejo celebrar en paz la fiesta…
¡Eah vamos, que uno tenga que verse perseguido por gentuza y…
– No te ensucies la boca, Simón.
– Sí, Maestro…
Oye…
¿Y cómo vamos a llevar estos arcones?
¿Y a Juan?
Lo veo verdaderamente muy enfermo.
– Nos serviremos de un burro.
– No.
Tomamos un carrito.
– ¿Y quién lo guía?
– ¡Vamos, si Judas de Simón ha aprendido a remar,
Simón de Jonás aprenderá a guiar!
¡A fin de cuentas, no debe ser una cosa tan difícil llevar por el ramal a un asno!
En el carro metemos los arcones y a los dos…
Y nosotros vamos a pie.
Sí, sí, créeme que será una buena solución!
– ¿Y quién nos deja el carrito?
Recuerda que no quiero que se note la partida.
Pedro piensa…
Decide:
– ¡Tienes dinero?
– Sí.
Mucho todavía, de las joyas de Misax.
– Entonces todo es fácil.
Dame una suma.
Tomaré asno y carro de alguien y…
Sí, sí… Luego le regalamos el asno a algún necesitado.
Y el carrito… pues ya veremos…
He hecho bien en venir.
¿Y entonces tengo que volver con mi mujer?
– Sí. Conviene.
– Pues así será.
¡Pero, esos dos pobrecillos!…
Siento que nos tengamos que separar de Juan.
Ya de por sí lo íbamos a tener poco tiempo...¡Pero, pobrecillo!
Podía morir aquí, como Jonás…
– No lo habrían permitido.
El mundo odia a quien se redime.
– Le va a doler…
– Encontraré un asunto para que parta consolado.
– ¿Cuál?
– El mismo que ha servido para apartar a Judas de Simón:
el de trabajar para Mí.
– Sólo que en Juan será santidad,
pero en Judas es solamente soberbia.
– Simón, no murmures.
– ¡Más difícil que hacer cantar a un pez!
Es verdad, Maestro, no es murmuración…
Pero, creo que ha venido Simón con tus hermanos.
Vamos allí.
– Vamos.
Y silencio con todos.
– No es necesario que me lo digas.
No puedo callar la verdad cuando hablo, pero sé callar del todo, si quiero.
Y quiero.
Me lo he jurado a mí mismo.
¡Yo ir hasta Antioquía!
¡Al otro extremo del mundo!
¡Ya ardo en deseos de volver de allí!
No dormiré hasta que todo se haya hecho…
Salen y todo termina.
321 PRUDENCIA Y SECRETO
321 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Las olas se rompen contra la playita de Mágdala, cuando las dos barcas tocan tierra
al caer de una tarde del mes de Noviembre.
No son olas grandes.
En todo caso, son molestas para quien desembarca, porque los vestidos se mojan.
Pero la perspectiva del ya próximo alojamiento en casa de María de M{agdala,
hace soportar sin refunfuños el no deseado baño.
Jesús dice a los mozos:
– Poned en seguro las barcas y luego nos alcanzáis.
Y enseguida, se pone en camino siguiendo el litoral;
porque han desembarcado en una pequeña ensenada que está un poco fuera de la ciudad
y en la que hay otras barcas de pescadores de Mágdala.
Jesús dice:
– Judas de Simón y Tomás, venid aquí conmigo.
Los dos van sin demora.
– He decidido daros un encargo de confianza y al mismo tiempo, una alegría.
El cometido es éste: que acompañéis a las hermanas de Lázaro a Bethania.
Y, con ellas, a Elisa.
Os estimo lo suficiente como para confiaros las discípulas.
Aprovecharéis para llevar una carta mía a Lázaro.
Luego, una vez cumplido este cometido, iréis a vuestras casas, para las Encenias…
Todos pasaremos las Encenias en nuestra casa, este año.
Es un invierno demasiado lluvioso para poder viajar.
Como podéis ver, incluso los enfermos son más escasos.
Por tanto, aprovecharemos de ello para descansar y dar una satisfacción a nuestras familias.
Os espero en Cafarnaúm para el final de Sabat.
Tomás pregunta:
– ¿Pero vas a estar en Cafarnaúm?
– No estoy todavía seguro de dónde voy a estar.
En un sitio o en otro, para mí es igual.
Basta con tener cerca a mi Madre.
Judas dice:
– Yo prefería pasar las Encenias contigo.
– Te creo.
Pero, si me amas, obedece; mucho más;
considerando que vuestra obediencia os proporcionará la manera de ayudar a los discípulos
que se han vuelto a esparcir por todas partes.
¡Sí que tenéis que ayudarme en esto!
En las familias, los hijos mayores son los que ayudan a los padres en la formación de los hijos menores.
Vosotros sois los hermanos mayores de los discípulos, que son los menores,
y os debéis sentir contentos de que Yo me ponga en vuestras manos.
Ello es señal de que he quedado contento de vuestra reciente actuación.
Tomás dice sencillamente:
– Demasiado bueno, Maestro.
Pero, por lo que a mí respecta, trataré de hacer las cosas ahora todavía mejor.
De todas formas, siento dejarte…
Y mi anciano padre se sentirá contento de tenerme para la fiesta y también mis hermanas…
¿Y mi hermana gemela?…
Debe haber tenido un niño, o estará para tenerlo…
Mi primer sobrino…
Si es varón y nace cuando estoy yo, ¿Qué nombre le pongo?
– José.
-¿Y si es niña?
– María.
No hay nombres más dulces.
Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, ya está pavoneándose…
y haciendo proyectos, y más proyectos…
Se ha olvidado completamente de que se aleja de Jesús;
mientras que, poco tiempo antes (en los Tabernáculos), había protestado como un potro salvaje
ante la disposición de Jesús de separarse de Él por un tiempo.
Pierde también de vista completamente la sospecha de entonces,
de que era un deseo de Jesús de apartarlo.
Todo lo olvida…
Y está contento de ser considerado una persona a la que se le pueden confiar cometidos delicados.
Promete:
– Te traeré mucho dinero para los pobres.
Y mientras, saca la bolsa y dice:
– «Toma éstos.
Es todo lo que tenemos. No tengo más.
Tú dame el viático para nuestro viaje de Bethania a nuestra casa.
Tomás objeta:
– Pero no partimos esta noche.
Judas está exaltado.
– No importa.
En casa de María no hace falta más dinero, por tanto…
Bien contento estoy de no tener más dinero que manejar…
Cuando vuelva le traeré a tu Madre semillas de flores.
Se las pediré a mi madre.
Quiero también traer un regalo a Margziam…
Jesús lo mira…
Ya llegan a la casa de María de Mágdala.
Se dan a conocer y entran todos.
Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse en su hogar.
Después de la cena, cuando ya los apóstoles, cansados se han retirado.
Jesús, sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas,
comunica a éstas su deseo de que partan cuanto antes.
Al contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta.
Inclinan la cabeza en señal de asentimiento y salen para preparar sus equipajes.
Jesús llama a la Magdalena cuando está para atravesar el umbral de la puerta.
– ¿Entonces, María?
¿Por qué me has susurrado a mi llegada:
“Tengo que hablarte en secreto”?
– Maestro,
he vendido las piedras preciosas en Tiberíades.
Las ha vendido Marcela con la ayuda de Isaac.
Tengo la suma en mi habitación.
No he querido que Judas viera nada…
Jesús la mira fijamente, pero no dice nada.
La Magdalena sale…
Y vuelve con una pesada bolsa y se la da a Jesús.
Diciendo:
– Aquí tienes.
Las han pagado bien.
– Gracias, María.
– Gracias, Rabbuní;
por haberme pedido este favor.
¿Deseas pedirme alguna cosa más?…
– No, María.
Y tú, ¿Tienes algo más que decirme?
– No, Señor.
– Sí. Te bendigo…
María… ¿Estás contenta de volver donde Lázaro?
Imagínate que Yo ya no estuviera en Palestina.
¿Volverías gustosa a casa, entonces?
– Sí, Señor. Pero…
– Termina, María.
No tengas miedo nunca de manifestarme lo que piensas.
– Pero estaría más contenta de volver a casa;
si en vez de Judas de Keriot viniera Simón el Zelote, gran amigo de familia.
– Lo necesito para una seria misión.
– Entonces tus hermanos o Juan, de corazón de paloma.
Bueno, todos menos él…
Señor no me mires con severidad…
Quien se ha alimentado de lujuria siente su proximidad…
No la temo.
Sé controlar a alguien que supera ampliamente a Judas.
Es mi terror a no ser perdonada, es mi yo;
es Satanás, que ciertamente da vueltas en torno a mí, es el mundo…
Pero si María de Teófilo no tiene miedo de ninguno,
María de Jesús siente repulsa por el vicio que la había subyugado.
Y la… Señor…
El hombre que brega por la carnalidad me da asco…
– No estás sola en el viaje, María.
Y contigo estoy seguro de que no se volverá para atrás...
Ten presente que debo proveer para la partida de Síntica y Juan para Antioquía.
Y que ello no debe saberlo quien es un imprudente…
– Es verdad.
Iré entonces…
Maestro, ¿Cuándo nos volveremos a ver?
– No lo sé, María.
Quizás no antes de la Pascua.
Ve en paz ahora.
Te bendigo esta noche y todas las noches.
Y contigo, a tu hermana y al buen Lázaro.
María se agacha para besar los pies de Jesús y sale.
Dejando solo a Jesús en la silenciosa habitación
289 TOMAR LA CRUZ
289 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Es la Fiesta de los Tabernáculos.
Toda la comitiva apostólica ha llegado al Templo, para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos.
Luego entran y casi enseguida, se topan con Nicodemo,
el cual hace un gesto respetuoso de saludo;
no se acerca a Jesús;
pero le dirige una sonrisa de avenencia llena de paz.
Las mujeres, no pudiendo ir más allá, se detienen.
Mientras, Jesús con los hombres va a la Oración, al lugar de los hebreos.
Y después que han cumplidos todos los ritos,
se vuelve para reunirse con los que lo esperan en el pórtico de los Paganos
Los pórticos, vastísimos y altísimos, están llenos de gente que escucha las lecciones de los rabíes.
Jesús se dirige a donde ve que están parados los dos apóstoles y los dos discípulos
que había mandado delante.
Enseguida se forma un círculo alrededor de Él;
a los apóstoles y discípulos se unen numerosas personas que estaban, acá o allá,
entre la muchedumbre que llena el patio marmóreo.
Tanta es la curiosidad, que hasta algunos alumnos de rabíes, algunos espontáneamente,
otros mandados por sus maestros, se acercan al círculo que se ciñe en torno a Jesús.
Él, sin rodeo alguno, dice:
– ¿Por qué os apiñáis alrededor de Mí?
Responded.
Tenéis rabíes conocidos y sabios, bienquistos de todos;
Yo soy el Desconocido y el Malquisto.
¿Por qué, pues, venís a Mí?
Varios responden:
– te amamos.
– «Porque tienes palabras distintas de los otros».
– «Para ver tus milagros»
– «Porque hemos oído hablar de ti»,
– «Porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
– Porque tus obras corresponden a las palabras».
Porque queremos unirnos a tus discípulos».
Jesús mira a cada uno según va hablando;
como para traspasarlos con la mirada y leer los más ocultos sentimientos;.
Algunos no resisten esa mirada..
Se alejan o se esconden detrás de una columna o de gente más alta.
Jesús continúa:
— Pero, ¿Sabéis qué quiere decir y qué es el hecho de seguirme?
Doy respuesta solamente a estas palabras, porque la curiosidad no merece respuesta.
Y porque quien tiene hambre de mis palabras, como consecuencia me ama y desea unirse a Mí
Por tanto, los que han hablado se clasifican en dos grupos:
Los curiosos, de los cuales no me ocupo.
Y los que ponen buena voluntad;
a éstos los adoctrino sin engaño, acerca de la severidad de esta vocación.
Venir a Mí como discípulo quiere decir:
Renuncia de todos los amores en aras de un solo amor: el mío.
Amor egoísta a uno mismo: amor culpable a las riquezas, a la sensualidad o el poder;
amor justo a la propia esposa; santo, hacia la madre o el padre;
amor cariñoso de los hijos y a los hijos o hermanos:
todo debe ceder ante mi amor, si uno quiere ser mío.
En verdad os digo que mis discípulos han de ser más libres que las aves que extienden su vuelo
por el cielo, más libres que los vientos que recorren el firmamento sin ser detenidos
por nadie ni por nada;
libres, sin pesadas cadenas, sin vínculos de amor material,
sin siquiera las finas telarañas de las más leves barreras.
El espíritu es como una delicada mariposa enclaustrada dentro del capullo pesado de la carne;
su vuelo lo puede obstaculizar -o pararlo del todo- simplemente la irisada e impalpable
tela de una araña:
la araña de la propia sensibilidad, de la falta de generosidad en el sacrificio.
El espíritu tiene necesidad de esta libertad de dar, de esta generosidad de dar,
para poder estar seguro de no caer en la telaraña de las inclinaciones, costumbres, reflexiones,
miedos, tejido todo ello como otros tantos hilos de esa monstruosa araña
que es Satanás, Ladrón de almas.
Si uno quiere venir a Mí y no odia santamente a su padre, a su madre, su mujer y sus hijos,
a sus hermanos y hermanas e incluso la propia vida, no puede ser discípulo mío.
He dicho: “odia santamente”.
En vuestro corazón decís: “El odio -Él lo enseña- no es jamás santo. Por tanto, se contradice”.
No. No me contradigo.
Digo que se odie lo grave del amor, la pasionalidad terrenal del amor al padre y a la madre,
a la esposa y a los hijos, a los hermanos y hermanas, a la propia vida
pero ordeno que se ame, con la libertad ingrávida propia de los espíritus:
a los padres y la vida.
Amadlos en Dios y por Dios, no posponiendo jamás a Dios,
no posponiéndolo a ellos, ocupándoos y preocupándoos, de conducirlos a donde
el discípulo ha llegado, o sea, a Dios Verdad.
Así amaréis santamente a los padres y a Dios.
Y conciliaréis los dos amores.
Y haréis de los vínculos de la sangre no un peso sino alas, no culpa sino justicia.
Debéis estar dispuestos a odiar también vuestra vida para seguirme a Mí.
Odia su vida aquel que, sin miedo a perderla o a que sea humanamente triste, la pone a mi servicio
Pero es sólo apariencia de odio, un sentimiento erróneamente llamado “odio”
por la mente del hombre que no sabe elevarse,
del hombre todo terrenal, superior en poco a los animales.
En realidad, este aparente odio, que es el negar las satisfacciones sensuales a la existencia
para dar cada vez más amplia vida al espíritu, es amor;
amor es y del más alto que existe, del más bendito.
Negarse las bajas satisfacciones, prohibirse la sensualidad de los deseos,
atraerse reprensiones y comentarios injustos, arriesgarse a sufrir castigos, rechazos,
maldiciones, quizás persecuciones,
todo esto es una serie continua de penas
Mas es necesario abrazarse a ellas e imponérselas como una cruz.
Un patíbulo en que expiar todos los pecados pasados;
para presentarse uno justificado ante Dios;
un patíbulo del cual se obtienen todas las gracias, verdaderas, poderosas,
santas gracias de Dios para aquellos a quienes amamos.
Quien no carga con su cruz y no me sigue;
quien no sabe hacer esto, no puede ser discípulo mío.
Por tanto, los que decís: “Hemos venido porque queremos unirnos a tus discípulos”
pensadlo mucho, mucho.
No es vergüenza, sino sabiduría, sopesarse, juzgarse y confesar, a sí mismo y a los demás:
“No tengo la aptitud del discípulo”.
Los paganos, como base de una de sus disciplinas, tienen la necesidad de “conocerse uno a sí mismo”.
¿Acaso vosotros, israelitas, no vais a saber hacerlo para conquistar el Cielo?
Porque -recordad esto siempre:
Bienaventurados los que vienen a Mí.
Pero, si venís para luego traicionarme a Mí y al que me ha enviado,
mejor es no venir para nada y seguir siendo hijos de la Ley como habéis sido hasta ahora.
¡Ay de aquellos que primero dicen: “Voy” y luego, traicionando la idea cristiana,
escandalizando a los pequeños y buenos.
¡Ay de ellos!..
¡Y los habrá, siempre los habrá!
Sed, pues, como aquel hombre que, queriendo edificar una torre,
primero calcula atentamente los gastos necesarios y hace balance de su dinero,
para ver si tiene los medios para concluirla.
Y no verse obligado, una vez echados los cimientos, a suspender la obra por falta de dinero.
Si esto sucediera, perdería incluso lo que tenía primero y se quedaría sin torre y sin talentos;
a cambio atraería hacia sí las burlas del pueblo, que diría:
“Éste empezó a edificar, pero no pudo concluir;
ahora tendrá que llenar su estómago con los restos de su construcción inacabada”.
Sed también -sacando así enseñanza sobrenatural de los pobres-hechos de este mundo-
como los reyes de la Tierra, que, cuando quieren hacer la guerra a otro rey
examinan todo con calma y atención, los pros y los contras;
meditan si lo que van a sacar con la conquista les compensa o no el sacrificio de las vidas de sus súbditos;
estudian si es posible conquistar el lugar,
estudian la posibilidad de victoria de su ejército…
(numéricamente la mitad del de su rival pero más combativo);
y, si, lógicamente, ven que es improbable que diez mil venzan a veinte mil,
entonces, antes de que estalle la batalla, mandan al encuentro de su rival,
-que ya está en guardia a causa de las operaciones militares del otro
una embajada con ricos presentes
y lo amansan, lo apaciguan con pruebas de amistad,
para anular sus sospechas,
en fin firman un tratado de paz, que siempre es más ventajoso,
humana y espiritualmente, que una guerra.
283 LOS SIERVOS DE DIOS
283 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Jesús está en una de las colinas de la ribera occidental del lago.
Exactamente debajo de la colina, están Mágdala y Tiberíades:
es un paisaje lleno de huertos de olivos y es justamente a la sombra de una arboleda,
junto a un pequeño arroyuelo, donde se han reunido los apóstoles y discípulos,
alrededor de Jesús, para descansar.
Mientras comen,
Jesús continúa la lección iniciada con la parábola del rico insensato.
porque el hombre está demasiado absorbido por preocupaciones materiales y miedos estúpidos.
Jesús dice:
– Creed que sólo hay que preocuparse de este enriquecimiento en virtud.
Estad atentos, además, a que vuestra preocupación no sea nunca ansiosa, inquieta.
El bien es enemigo de las inquietudes, de los miedos, de las prisas; todas estas cosas
denotan demasiado todavía la avaricia, la rivalidad, la humana desconfianza.
Que vuestro trabajo sea constante, esperanzado, pacífico; sin arranques bruscos
ni bruscas detenciones, como hacen los onagros silvestres;
que ninguno que esté en su sano juicio los usa para recorrer seguro camino)
Pacíficos en las victorias, pacíficos en las derrotas.
El dolor por un error cometido, que os entristece porque con él habéis contrariado a Dios,
debe ser también pacífico, debe sentir el alivio de la humildad y la confianza.
El abatimiento, el odio hacia uno mismo es siempre síntoma de soberbia y de falta de confianza.
El humilde sabe que es un pobre hombre sujeto a las miserias de la carne, que algunas veces triunfa;
el humilde tiene confianza no tanto en sí mismo cuanto en Dios.
Y mantiene la calma incluso en las graves derrotas, diciendo:
“Perdóname, Padre. Sé que conoces mi debilidad que a veces me domina.
Sientes compasión de mí, lo creo.
Confío firmemente en que me vas a ayudar, incluso más que antes, en el futuro,
a pesar de que te satisfaga tan poco”.
No os mostréis apáticos ni avaros respecto a los bienes de Dios.
Dad la sabiduría y virtud que tengáis.
Sed laboriosos en el espíritu,

EN NUESTRAS RODILLAS ESTÁ EL PODER. 16. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.
como los hombres lo son para las cosas de la carne.
Y respecto a la carne, no imitéis a los del mundo que siempre tiemblan por su futuro,
por el miedo de que les falte lo superfluo, de que les venga una enfermedad o la muerte,
de que los enemigos los puedan perjudicar, etc. Dios sabe de qué tenéis necesidad.
No temáis por tanto, por vuestro mañana.
Vivid libres de los miedos, que pesan más que las cadenas de los galeotes.
No os afanéis por vuestra vida, ni por la comida, la bebida o el vestido.
La vida del espíritu vale más que la del cuerpo.
Y el cuerpo más que el vestido, porque vivís con el cuerpo, no con el vestido;
y con la mortificación del cuerpo ayudáis al espíritu a conseguir la vida eterna.
Dios sabe hasta cuándo dejaros el alma en el cuerpo; hasta esa hora os dará lo necesario.
Si se lo da a los cuervos, animales impuros que se alimentan de cadáveres
y que tienen su razón de existir precisamente en esta función suya
de eliminar sustancias en putrefacción,
¿No os lo va a da a vosotros?
Ellos no tienen despensas ni graneros, y Dios los nutre igualmente.
Vosotros sois hombres, no cuervos.
Además, los presentes sois la flor y nata de los hombres, porque sois los discípulos del Maestro,
los evangelizadores del mundo, los siervos de Dios.
¿Vais a pensar que Dios, que cuida el muguete, cuyo único trabajo es el de perfumar, adorando,
y lo hace crecer y lo viste con vestidura tan hermosa como jamás tuviera Salomón,
puede descuidaros, incluso en lo relativo a vuestro vestido?
Vosotros sí que no podéis añadir ni un diente a las bocas desdentadas,
ni alargar una pulgada a una pierna contraída, ni volver aguda la pupila empañada.
No siendo capaces de estas cosas,
¿Vais a pensar que podéis repeler miseria y enfermedad, hacer brotar del polvo frutos?
No podéis.
Pero no seáis gente de poca fe.
Tendréis siempre lo necesario.
No os entristezcáis como la gente del mundo, que se desvive por conseguir cosas de que gozar.
Vosotros tenéis a vuestro Padre, que conoce vuestras necesidades.
Debéis sólo buscar el Reino de Dios y su justicia.
Sea éste vuestro primer interés.
Todo lo demás se os dará por añadidura.
No temáis, vosotros de mi pequeño rebaño.
Mi Padre se ha complacido en llamaros al Reino para que poseáis este Reino.
Podéis, por tanto, aspirar a él
y ayudar al Padre con vuestra buena voluntad y santa laboriosidad
Vended vuestros bienes, distribuidlos en limosna, si estáis solos.
Dejad a los vuestros la provisión para el viaje de vuestro abandono de la casa
por seguirme a Mí, porque justo es no dejar sin pan a los hijos o esposas.
Y si no podéis, por este motivo, sacrificar las riquezas pecuniarias,
sacrificad las riquezas de afecto, que son también monedas, valoradas por Dios
por lo que son: oro más puro que ningún otro, perlas más preciosas,
que las que se arrebatan a los mares, rubíes más singulares que los de las entrañas de la tierra.
Porque renunciar a la familia por Mí es caridad más perfecta que oro sin un solo átomo impuro,
es perla hecha de llanto,
rubí hecho de sangre que rezuma por la herida del corazón,
desgarrado por la separación del padre y de la madre, de la esposa y de los hijos.
Estas bolsas no merman, este tesoro no se devalúa jamás.
Los ladrones no se introducen en el Cielo, la carcoma no come lo que en él se deposita.
Tened el Cielo en el corazón y el corazón en el Cielo, junto a vuestro tesoro. .
Porque el corazón, en el bueno y en el malo, está donde lo que consideráis amado tesoro vuestro.
Por tanto, de la misma forma que el corazón está donde el tesoro (en el Cielo),
el tesoro está donde el corazón (es decir, en vosotros);
es más, el tesoro está en el corazón.
Y con el tesoro de los santos, está, en el corazón, el Cielo de los santos.
Estad siempre preparados, como quien va a emprender un viaje o espera a su amo.
Vosotros sois siervos del Amo-Dios.
En cualquier momento os puede llamar a su presencia, o venir a vosotros.
Estad pues siempre preparados para ir, o a rendirle honor,
ceñida la cintura con cinturón de viaje y de trabajo, con las lámparas encendidas en vuestras manos.
Al salir de una fiesta nupcial con uno que os haya precedido en los Cielos
y en la consagración a Dios en la tierra,
El puede recordarse de vosotros, que estáis esperando; y puede decir:
“Vamos donde Esteban, o donde Juan, o Santiago y Pedro”.
Y Dios es rápido para venir, o para decir: “Ven”.
Por tanto, estad preparados para abrirle la puerta cuando llegue; o para salir, si os llama.
Bienaventurados los siervos a quienes encuentre en vela el Amo cuando llegue.
En verdad os digo que, para recompensarlos por la fiel espera, se ceñirá el vestido,
los sentará a la mesa y se pondrá a servirlos.
Puede llegar a la primera vigilia, a la segunda o a la tercera… No lo sabéis.
Por tanto, estad siempre vigilantes.
¡Dichosos vosotros, si estáis así y así os encuentra el Amo!
No os engañéis diciendo: “¡Hay tiempo! Esta noche no viene”.
Sería un mal para vosotros No sabéis.
Si uno supiera cuándo viene el ladrón, no dejaría sin guardia la casa
para que el malhechor pudiera forzar la puerta y las arcas.
Estad preparados también vosotros, porque, cuando menos os lo penséis,
vendrá el Hijo del hombre y dirá: “Es la hora”».
Pedro, que incluso se ha olvidado de terminar su comida por escuchar al Señor,
pregunta:
– ¿Esto que dices es para nosotros o para todos?
– Para vosotros y para todos;
pero más para vosotros, porque vosotros sois como administradores puestos por el Amo al
frente de los siervos y tenéis doble obligación de estar preparados:
por vosotros como administradores y por vosotros como simples fieles.
¿Cómo debe ser el administrador al que el amo ha colocado al frente de sus domésticos
para dar a cada uno, a su tiempo, la debida porción?
Debe ser avisado y fiel.
Para cumplir su propio deber, para hacer cumplir a los subordinados el deber que ellos tienen.
Si no, saldrían perjudicados los intereses del amo,
que paga para que el administrador actúe haciendo las veces de él
y vele por sus intereses en su ausencia.
Dichoso el siervo al que el amo, al volver a su casa, encuentre obrando con fidelidad, diligencia y justicia.
En verdad os digo que lo hará administrador de otras propiedades, de todas sus propiedades,
descansando y exultando en su corazón por la seguridad que ese siervo le da.
Mas si ese siervo dice:
“¡Ah! ¡Bien! El amo está muy lejos y me ha escrito que tardará en volver.
Por tanto, puedo hacer lo que me parezca,
y luego, cuando calcule que esté próximo a regresar, tomaré las medidas oportunas”.
Y empieza a comer y a beber hasta emborracharse…
Y a dar órdenes de borracho.
Y ante la oposición a cumplirlas, por no perjudicar al amo, por parte de los siervos buenos
subordinados a él empieza a pegar a los siervos y a las siervas hasta hacerlos enfermar y languidecer
Y se siente feliz y dice: “Por fin saboreo lo que significa ser jefe y ser temido por todos”.
¿Qué le sucederá?
Le sucederá que llegará el amo cuando menos se lo espere,
quizás incluso sorprendiéndolo en el momento en que está robando dinero
o sobornando a alguno de los siervos más débiles.
Entonces, os digo que el amo lo quitará del puesto de administrador,
y lo cancelará incluso de las filas de sus siervos,
porque no es lícito mantener a los infieles y traidores entre los honestos;
y tanto mayor será su castigo cuanto más lo quiso y lo instruyó su amo.
Porque el que conoce más la voluntad y el pensamiento de su amo;
más obligado está a cumplirlo con exactitud.
Si no hace como su amo le ha dicho (ampliamente, como a ningún otro), recibirá muchos bastonazos.
Sin embargo, el que, como siervo menor, sabe poco, y yerra creyendo actuar correctamente,
recibirá un castigo menor.
A quien mucho se le dio mucho le será pedido.
Mucho tendrá que restituir aquel a quien mucho se le confió.
Porque hasta del alma de un niño de una hora se pedirá cuenta a mis administradores.
Mi elección no es fresco reposo en un soto florido.
He venido a traer fuego a la tierra;
¿Qué puedo desear, sino que arda?
Por eso me fatigo, como quiero que os fatiguéis vosotros hasta la muerte
y hasta que la tierra toda sea una hoguera de celeste fuego.
Debo ser bautizado con un bautismo.
¡Cuán angustiado viviré hasta que se cumpla!
¿No os preguntáis por qué?
Porque por él os podré hacer portadores del Fuego,
fermento activo en todas y contra todas las capas sociales, para fundirlas en una única cosa:
el rebaño de Cristo.
¿Creéis que he venido a poner paz en la tierra?
¿Según los modos de ver de la tierra? No.
Todo lo contrario: discordia y separación.
Porque, de ahora en adelante, mientras toda la tierra no sea un único rebaño,
de cinco que haya en una casa, dos estarán contra tres
y el padre estará contra el hijo y el hijo contra el padre, y la madre contra las hijas,
y éstas contra aquélla, y las suegras y nueras tendrán un motivo más para no entenderse,
porque habrá labios que hablen un lenguaje nuevo, y será como una Babel;
porque una profunda agitación estremecerá el reino de los afectos humanos y sobrehumanos.
Mas luego vendrá la hora en que todo se unificará en una lengua nueva
que hablarán todos los salvados por el Nazareno,
y se depurarán las aguas de los sentimientos,
irán al fondo las escorias y brillarán en la superficie las límpidas ondas de los lagos celestes.
Verdaderamente, servirme no es descansar,
según el significado que el hombre da a esta palabra;
es necesario ser héroes, infatigables.
Mas os digo que al final será Jesús, siempre Jesús, el que se ceñirá el vestido para serviros,
y luego se sentará con vosotros a un banquete eterno,
y todo cansancio y dolor serán olvidados.
Ahora, dado que ninguno nos ha vuelto a buscar, vamos al lago.
Descansaremos en Magdala.
En los jardines de María de Lázaro hay sitio para todos,
y ella ha puesto su casa a disposición del Peregrino y de sus amigos.
No hace falta que os diga que María de Magdala ha muerto con su pecado
y que de su arrepentimiento ha renacido María de Lázaro, discípula de Jesús de Nazaret;
ya lo sabéis, porque la noticia ha corrido como fragor de viento en un bosque.
No obstante os digo una cosa que no sabéis:
que todos los bienes personales de María de Lázaro son para los siervos de Dios
y para los pobres de Cristo.
Vamos..
272 MI YUGO ES LIGERO
272 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
En verdad os digo que grande es el número de los fariseos.
Que no faltan entre los que me circundan.
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¡No, Maestro!
– ¡No lo digas!…
– Nosotros, porque te amamos, no nos gustan ciertas cosas…
– ¡No, Maestro, no digas eso!
¡Si no queremos ciertas cosas es porque te amamos!.
Jesús prosigue:
– Porque todavía no habéis entendido nada.
Os hablé de la Fe y de la Esperanza.
Y pensaba que no era necesario volver a hablaros de la Caridad.
Porque tanto fluye de Mí, que deberíais estar saturados.
Pero comprendo que la conocéis solo de nombre.
Sin conocer su naturaleza y forma, igual que conocéis la luna.
¿Os acordáis de cuando os dije que la esperanza es como el brazo transversal
del dulce yugo que sujeta la Fe y la caridad…?
¿Y que era patíbulo de la humanidad y trono de la salvación?
¿Sí?
Pero no comprendisteis el significado de mis palabras.
¿Por qué entonces, no me habéis pedido aclaración?
Bien, ahora os la doy.
Es yugo porque obliga al hombre a tener baja su necia soberbia,
bajo el peso de las verdades eternas.
Es patíbulo de esta soberbia.
El hombre que espera en Dios, su Señor,
se ve obligado a humillar su orgullo, que querría proclamarse “dios”.
Y a reconocer que él no es nada y Dios todo;
que él no puede nada y Dios todo; que él-hombre es polvo que pasa,
mientras que Dios es eternidad que eleva el polvo a un grado superior
y le da un premio de eternidad.

Nuestro verdadero bautismo lleno de gloria y júbilo celestial, es cuando somos capaces de decir: “Crucifícame Señor, porque te adoro sobre todas las cosas…”
El hombre se clava en su cruz santa para alcanzar la Vida.
Le clavan a la cruz las llamas de la Fe y la Caridad,
mas al Cielo le eleva la Esperanza, que entre ambas está.
Recordad esta lección:
si falta la caridad, le falta la luz al trono;
el cuerpo, desclavado de un lado, pende hacia el fango y deja de ver el Cielo;
anula así los efectos salvíficos de la Esperanza,.
Y acaba haciendo estéril incluso a la Fe,
porque si uno se separa de dos de las tres virtudes teologales,
languidece y cae en mortal hielo.

FE, ESPERANZA Y CARIDAD
No rechacéis a Dios, ni siquiera en las cosas más pequeñas;
negar ayuda al prójimo por pagano orgullo es rechazar a Dios.
Mi doctrina es un yugo que domina al linaje humano culpable.
Es un mazo que destroza la corteza dura, para libertar al espíritu.
Es un yugo y un mazo.
Pero quién la acepta,
no siente el cansancio que emana en las otras doctrinas humanas
y en todo lo humano.
El que se deja golpear por este mazo no siente el dolor de ser fracturado en su yo humano,
Sino que experimenta una sensación de libertad.
¿Por qué queréis libraros de ella,
para cambiarla por lo que es plomo y dolor?
Todos tenéis vuestros dolores y vuestras fatigas.
Todos los hombres tienen dolores y fatigas superiores quizás a sus fuerzas humanas.
Desde el niño como éste, que lleva sobre su espaldita un gran fardo que lo dobla
y que le quita la sonrisa infantil de sus labios y la despreocupación de su edad.
Hasta el viejo que se dobla ante la tumba,
con todos los desengaños, fatigas, fardos y heridas, de su larga vida.
Pero en mi Doctrina y en mi Fe, está el alivio de estos pesos agobiadores.
Por esto se le llama la Buena Nueva.
Y quién la acepta y la obedece, será bienaventurado desde la tierra,
porque tendrá a Dios como su ayuda.
Por qué queréis, ¡Oh, hombres!
Estar fatigados y tristes, cansados, hastiados, desesperados.
¿Cuándo podíais ser aliviados y confortados?
¿Por qué queréis, vosotros apóstoles míos, sentir el cansancio de la misión,
sus dificultades, dureza;
cuando si tenéis la confianza de un niño, podéis tener solo una pronta diligencia;
una luminosa facilidad para realizarla?
Y comprender y sentir que ella es dura solo para los impenitentes que no conocen a Dios.
Ahora estáis tristes.
Vuestra aflicción tuvo un principio muy lamentable
Estáis tristes ante mi humillación, como si fuese un crimen cometido contra Mí Mismo.
Ahora estáis tristes porque habéis entendido que me causasteis dolor
y porque todavía estáis muy lejos de la perfección.
Tened tan solo la humildad gozosa de aceptar la reprensión
y confesar que os equivocasteis,
prometiendo dentro de vuestro corazón, el desear la perfección por un fin sobrehumano.
Luego venid a Mí.
Yo os sostengo, comprendo y compadezco.
Venid a Mí, apóstoles míos.
Venid a Mí, todos los hombres que sufrís por los dolores materiales, morales y espirituales;
que Yo os confortaré.
Tomad sobre vosotros mi Yugo, no es un peso; es un sostén.
Abrazad mi Doctrina como si fuese una esposa amada.
Imitad a vuestro Maestro que hace lo que enseña.
Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón.
Encontraréis descanso para vuestras almas,
porque mansedumbre y humildad conceden reinar en la Tierra y en el Cielo.
Por eso se dice “La Buena Nueva”.
Quien la acepta y obedece, ya desde este mundo será bienaventurado,
porque Dios será su alivio.
Y porque las virtudes harán fácil y luminoso su camino,
asemejando a hermanas buenas que,
llevándolo de la mano, con las lámparas encendidas,
iluminarán su camino y su vida y le cantarán las eternas promesas de Dios,
hasta que, plegando en paz el cansado cuerpo hacia la tierra, se despierte en el Paraíso.
¿Por qué, hombres, pudiendo vivir consuelo y aliento,
queréis peso, desaliento, cansancio, desazón, desesperación?
Os lo dije ya: que los verdaderos triunfadores son los que conquistan el Amor.
Nunca os impondría algo que fuese superior a vuestras fuerzas,
porque os amo y os quiero conmigo en mi Reino.
Esforzaos por ser semejantes a Mí y como mi Doctrina enseña.
No tengáis miedo porque mi yugo es dulce y su peso es ligero…
Y la gloria de que gozaréis si me sois fieles, será infinitamente grande, ilimitada, eterna….
https://paypal.me/cronicadeunatraicion?locale.x=es_XC