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156 SABIDURÍA INOCENTE

156 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Los apóstoles caminan comentando el milagro.

Mientras el maestro se va severo y derecho, hacia la zona en donde viven los pobres.

Se detienen en una casita paupérrima, de la que sale un niño retozón…

Y detrás de él, su madre.

Jesús dice:

–    Mujer.

¿Me permites entrar en tu huerto y estar un poco hasta que baje el sol?

Ella contesta muy amable:

–     Entra, Señor.

También a la cocina si quieres. Te traeré agua y algo más… 

–    No te afanes.

Me basta con estar en la sombra de este huerto tranquilo.

Después que han entrado y se han acomodado, la mujer va y viene.

Trata de decir algo, pero no se atreve.

Entonces se pone a arreglar sus hortalizas, pero no pierde de vista al Maestro.

Y al niño con sus gritos, cuando atrapa una mariposa y con sus juegos.

Esto la pone nerviosa porque le impide oír lo que Jesús dice.

Se pone de mal humor y le da un coscorrón al chiquillo, el cual grita mucho más fuerte.

Zelote había preguntado a Jesús:

–    ¿Crees que María se haya conmovido con esto?

Jesús contesta:

–   Más de lo que se deja ver…

Y al oír al niño, voltea y lo llama a Sí.

El chiquillo corre a acabar de llorar sobre las rodillas de Jesús.

La mujer lo llama:

–   ¡Benjamín!

Ven aquí y no perturbes…

Jesús le dice:

–    ¡Déjalo! Déjalo.

Se portará bien y te dejará en paz. 

Y volviéndose hacia el niño,

le dice:  

–     No llores.

Tu mamá no te hizo daño. Sólo te ha hecho obedecer.

¡Por qué gritabas cuando ella quería que no lo hicieras!

Tal vez se siente mal y tus gritos la ponen nerviosa.

El niño rápido.

Con esa franqueza infantil que tanto desespera a los mayores,

dice:

–    ¡Oh..No!

No se siente mal.

Quería oír lo que Tú estabas diciendo, me lo dijo.

Y yo que quería venir contigo, hacía ruido a propósito, para que Tú me mirases.

Todos ríen de buena gana…  

Y la mujer se ruboriza.

Jesús le dice:

–    No te pongas colorada, mujer.

Ven aquí.

¿Me querías oír hablar? ¿Por qué?

Ella contesta toda turbada:

–    Porque eres el Mesías.

Con el milagro que hiciste… Y quería oírte.

Casi nunca salgo de Mágdala, porque mi marido es muy duro y tengo cinco niños.

El más pequeño tiene cinco meses.

Y Tú nunca vienes acá.  

–   He venido a tu casa.

Míralo.

–    Por esto quería oírte.

–   ¿En dónde está tu marido?

–    En el mar, Señor.

Aquí si no se pesca, no se come.

No tengo más que este huertecillo, ¿Crees que pueda alcanzar para siete personas?

Y con todo, Miqueas querría que así fuese…

–   Ten paciencia, mujer.

Todos tienen su cruz.

La mujer objeta rápido:

–     ¡Eh! ¡No!

¡Las desvergonzadas no hacen más que gozar!

Viste lo que hacen ellas.

Gozan y hacen sufrir. 

No se destrozan los riñones con tener hijos y con trabajar.

No tienen ampollas de la pala,

ni se desuellan lavando ropa.

Siempre hermosas y frescas que están.

Para ellas no existe la sentencia contra Eva.

Al revés.

Son nuestro castigo porque los hombres…

Tú me entiendes.

–   Te entiendo.

Pero ten en cuenta, que también ellas se han impuesto una cruz muy dura.

La más dura y que no se ve.

La de la conciencia que les reprocha.

La del mundo, que se burla de ellas.

La de su sangre, que las rechaza.

La de Dios, que las maldice…

No son felices, créemelo.

No se destrozan los riñones en engendrar, ni en trabajar.

No se les hacen callos en las manos por el trabajo.

Pero da lo mismo:

Se sienten destrozadas y con vergüenza…

Su corazón es una llaga completa.

No envidies su apariencia, su frescura, su fingida serenidad.

Es un velo puesto sobre una ruina de muerte.

Y que no da paz.

No tengas envidia de su sueño.  

Tú que eres una madre honrada, que sueñas con tus inocentes…

Ellas no tienen más que pesadillas sobre su almohada.

Y al día siguiente…

En el día que se encuentren agonizantes o sean viejas…

No tendrán más que remordimientos y pavor…  

La mujer acepta humildemente: 

–     Es verdad.

Perdóname.

¿Me permites que me quede aquí

–    Quédate.

Diremos una hermosa parábola a Benjamín.

Y los que no son niños la aplicarán a sí mismos y a María de Mágdala…

Escuchad:

En vosotros existe la duda de que María se convierta al Bien.

No se ve señal alguna en ella, en este sentido:

Desvergonzada, descarada y sin pudor.  

Consciente de su posición y de su poder.

Tuvo la osadía de desafiar a la gente…

E ir hasta el umbral de la casa, donde lloran por su culpa…

Al reproche de Pedro, respondió con una risotada.

A mi mirada que la invita, con una soberbia de desprecio.

Algunos de vosotros habéis deseado que por amor a Lázaro o por amor a Mí. 

Le hablase directamente.

Sujetándola con mi fuerza, mostrando mi poder de Mesías Salvador.

No. No es necesario.

Lo dije hace poco, también por otra pecadora…

Las almas deben hacerse por sí mismas.

Yo paso. Arrojo la semilla.

Ésta trabaja secretamente.

Se respeta al alma en este trabajo suyo.

Si la primera semilla no sirve, se siembra otra.

Otra y otra…

Y solo deja uno de hacerlo, cuando hay pruebas de que es inútil sembrar.

Se ruega.

La plegaria es como rocío sobre los terrones:

Que los vuelve flojos y buenos. Y la semilla puede germinar.

¿No haces así, mujer; con tus verduras?

Escuchad ahora la parábola que os habla de lo que Dios trabaja en los corazones, para fundar su Reino…

Cada corazón es un reino pequeño de Dios en la tierra.

Después de la muerte, todos estos pequeños reinos, se juntarán y formarán un solo Reino de los Cielos.

Inmenso, Santo, Eterno.

El Sembrador Divino crea el Reino de Dios, en los corazones.

Viene a su posesión.

El hombre es de Dios y por esto, cada hombre es inicialmente suyo.

Y esparce su semilla.

Luego pasa a otras posesiones, a otros corazones.

Los días pasan y con ellos las noches.  

Los días traen sol y lluvias.

Esto es, rayos de amor divino y efusión de la sabiduría divina, que habla al espíritu.

Las noches traen estrellas y silencio, que da paz.

En nuestro caso, son los llamamientos luminosos de Dios…

Y silencio para el espíritu, para que se recoja y medite.

La semilla, durante esta sucesión de providencias inadvertidas y poderosas; se hincha y se parte en dos.

Echa raíces y arroja fuera las primeras hojitas.

Crece.

Todo esto, sin que el hombre la ayude.

La tierra produce espontáneamente de la semilla, la plantita.

Luego ésta se robustece; se yergue y brota la espiga.

Ésta se levanta, se hincha, se endurece.

Toma el color dorado y se vuelve una señora espiga.

Cuando está ya madura, regresa el sembrador.

La siega.

No podría hacerse de otro modo y por eso se le corta.

Mi Palabra realiza el mismo trabajo en los corazones.

Me refiero a los que aceptan la semilla.

Pero el trabajo es lento.

Es necesario no deteriorarlo con la premura.

Cuando trabajosamente la pequeña semilla se parte en dos…

Y cuando difícilmente echa raíces en la tierra…

También el corazón duro es indomable y agreste.

Y el trabajo es fatigoso.

Debe abrirse.

Dejarse buscar.

Aceptar cosas nuevas.

Cansarse para nutrirlas.

Aparecer diverso, porque ya no lo cubren como antes, pompas inútiles.

Sino humildes y útiles cosas, que ya no lo hacen atrayente.

Debe contentarse con trabajar humildemente, sin llamar la atención; porque esto es útil a la Idea Divina.

Se debe esforzar por todos los medios, por crecer y dar espiga.

Se debe encandecer de amor, para convertirse en grano.

Y cuando haya vencido los respetos humanos, (entiéndase mejor: ‘El qué dirán’)

Cosa muy dura.

Haya sufrido y se haya acostumbrado a su nueva vestidura.

Entonces debe despojarse de un tajo cruel…

Dar todo para tenerlo todo…

Quedarse sin nada para ser revestido en el Cielo, con la estola de los santos.

La vida del pecador que llega a ser santo, es la batalla más larga, heroica, gloriosa.

Os lo aseguro…

Por lo que he dicho, podéis comprender que me comporte así con María.

¿Me porté de manera diferente contigo, Mateo?

El apóstol contesta:

–    No, Señor mío.

–    Y dime la verdad, ¿Qué te movió, más?

¿Mi paciencia o la sátira de los fariseos?

–   Tu paciencia.

Tanto, que estoy aquí…  

Los fariseos con sus desprecios y sus anatemas; me hacían desdeñoso.

Y por desprecio, hacía más mal de cuanto había hecho hasta el presente.

Así sucede.

Cuando uno está en pecado, se insensibiliza.

Mucho más cuando oye que se le trata de pecador.

Pero cuando en lugar de un insulto, recibimos una caricia, queda uno estupefacto.

Después vienen las lágrimas.

Y cuando éstas llegan, las costras del pecado se abren y caen…

Queda uno desnudo ante la Bondad y se le pide con el corazón:

Que se digne vestirlo a uno consigo.

–    Dijiste bien.  

Y volviéndose hacia el niño,  

Jesús pregunta:   

–    Benjamín, ¿Te gusta lo que dije?…

El niño asiente con la cabeza.  

Jesús aprueba: 

–    ¡Bravo! Y…

¿Dónde está la mamá?

Santiago de Alfeo contesta:

–    Cuando estaba por terminarse la parábola…

Salió y se fue a la carrera, por aquel camino…

Tomás dice:

–   Habrá ido al mar.

A ver si ya viene su esposo.

El niño, que sigue apoyado en las rodillas de Jesús;

dice:

–    No.

Fue a la casa de su mamá, a traer a mis hermanos.

Mi mamá los lleva allá, para poder trabajar.

Bartolomé observa:

–   ¿Y tú estás aquí, muchacho?

Debes ser una buena viborita, para que te tenga solo.

–   Yo soy el mayor y la ayudo…

Pedro le pregunta:

–   A ganarse el Paraíso.

Pobre mujer. ¿Cuántos años tienes?

El pequeño contesta con orgullo:

–    Dentro de tres años, seré hijo de la Ley…

Tadeo le pregunta:

–    ¿Sabes leer?

–   Sí.

Pero despacio. Porque el maestro me expulsa casi todos los días, hasta afuera.

Bartolomé, murmura:

–    ¡Ya lo decía yo!…

El niño explica:

–    Pero lo hago así…

Porque el maestro es viejo y feo.

Y dice siempre las mismas cosas que lo adormecen a uno.

Si fuese como Él, -señala a Jesús- estaría contento. Y mirandolo,pregunta: 

–    ¿Le pegas Tú a quien duerme o juega?

Jesús responde:

–   Yo no le pego a nadie.

Digo a mis estudiantes: ‘Estad atentos por vuestro bien y por amor mío’.

El niño aprueba:

–   Muy bien.

Por amor está bien. No por miedo.

–    Pero si te portas bien; el maestro te va a querer.

La lógica infantil es intransigente:

–   ¿Sólo quieres al que es bueno?

Hace poco dijiste que habías sido paciente con éste -señala a Mateo- que no había sido bueno.

Jesús ratifica:

–    Soy Bueno con todos.

Pero a quién se hace bueno; lo amo mucho, mucho.

Y con éste, tal vez Yo soy bastante bueno. Muy, muy Bueno…

El niño piensa…

Levanta la cabeza y pregunta a Mateo:

–    ¿Cómo hiciste para ser bueno?

Mateo sonríe, con un gesto indica  Jesús.

Y contesta:

–    Lo amé.

El niño vuelve a pensar…

Mira a los doce…

Y dice a Jesús:

–    ¿Todos estos son buenos?

Jesús confirma:

–    Claro que lo son.

–    ¿Estás seguro?

Yo algunas veces finjo ser bueno; pero es cuando quiero hacer una pillada mucho mayor.  

Todos se ríen a carcajadas.

También el pilluelo…

Jesús ríe y lo estrecha contra su corazón…

Luego lo besa.

El niño siente que se ha hecho amigo de todos…

Quiere jugar y dice:

–    ¡Ahorita te digo yo, quién es bueno!…

Empieza su selección. Mira a todos…  

Y se va derecho con Juan y Andrés, que están juntos. 

Y dice:

–   Tú y tú.

Venid, aquí.

Y los separa de los demás…  

Después toma de la mano a los dos Santiagos y los junta con ellos.

Luego sigue Tadeo.

A continuación, se queda muy pensativo, ante Zelote y Bartolomé.

Y dice:

–    Sois viejos, pero sois buenos.

Y los pone junto a los anteriores.

Enseguida mira atentamente a Pedro…

Que bajo el examen a que se le somete, no deja de hacerle muecas con los ojos.

Pero Benjamín, también dice que es bueno.

Igual suerte corren Mateo y Felipe.

A Tomás le dice:

–   Tú ríes mucho.

Yo lo estoy haciendo en serio.

¿No sabes que mi maestro dice que quien siempre ríe, se equivoca luego en la prueba?…

Pero a fin de cuentas, Tomás pasa…

Con pocos puntos, pero pasa el examen.

Entonces el niño regresa a las rodillas de Jesús.

Judas de Keriot protesta:

–    ¡Ey! ¡Precioso!…

También estoy yo. No soy una planta. Soy joven y hermoso.

¿Por qué a mí, no me sometes al examen?

El niño lo mira atentamente…

Y dice muy serio:

–    Porque no me gustas.

Mi mamá dice que cuando una cosa no le gusta a uno; no se debe tocar…  

Se le deja sobre la mesa; para que lo tomen a quienes les guste.

Y también dice que si a uno le ofrecen algo que no le gusta; uno no debe decir:

‘No me gusta’ sino: ‘Gracias. No tengo hambre.

Y yo no tengo hambre de ti.

Judas con posesión diabólica perfecta…

Judas queda totalmente pasmado. 

Y con desconcierto, dice: 

–   Pero, ¡Cómo!…

Mira, si dices que soy bueno; te doy esta moneda.

–   ¿Para qué la quiero?…

¿Qué puedo comprar con una mentira?

Mi mamá dice que el dinero obtenido con engaño; se convierte en paja.

–    ¿Por qué no crees que yo sea bueno?

¿Qué tengo? ¿Qué tengo?… ¿Torcido el pie?… ¿Soy feo?…

–    No.

¡Pero me das miedo!…

Judas le pregunta acercándose:

–     ¿De qué…?

El niño se pone a la defensiva:

–    ¡No lo puedo decir!

¡Pero me das miedo!…  

Judas pregunta muy meloso:

–    ¿De qué cosa?…

Benjamín contesta beligerante:

–    No lo sé.

¡Déjame!

¡No me toques o te rasguño!…

Judas dice con una sonrisa forzada…

–   ¡Qué intratable!

¡Está loco!…

El niño grita:

–   ¡No estoy loco!

¡Tú eres malo!….

Y el niño se refugia en Jesús…

Que sin decir absolutamente nada, lo acaricia…

Los apóstoles ríen de buena gana…

Con lo que le acaba de suceder al engreído del Iscariote…

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