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42.- EL RUGIDO DE LOS LEONES

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En Anzio, el emperador con su corte después de la comida fueron a dar un paseo en bote y Popea se las arregló para estar junto a Marco Aurelio.

Luego Nerón quiso que hombres de dignidad consular, remen en homenaje a la Augusta.

El mar está tranquilo y el viento y la brisa son suaves.

El César, sentado junto al timón y vestido con una toga púrpura, cantó un himno en honor a Poseidón, que compuso la noche anterior y al que Terpnum le ayudó a ponerle música.

En otros botes los músicos estuvieron amenizando el ambiente y alrededor nadan un grupo de delfines, como si hubieran sido atraídos por la música.

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Y los extraordinarios animales se portaron tan graciosos como si alguien los hubiera invitado a la fiesta.

Plinio está muy feliz.

Cuando llegaron a mar abierto, apareció a la distancia un barco procedente de Ostia y Marco Aurelio fue el primero en descubrirlo…

Entonces la augusta Popea, dijo:

–           Es evidente que nada hay oculto a tus ojos. –y súbitamente dejó caer el velo sobre su rostro- ¿Podrías reconocerme así?

Petronio intervino al punto:

–           Hasta el mismo sol se hace invisible detrás de las nubes.

Pero ella, coqueta y como en broma, insistió:

–           Solo el amor podría cegar una mirada tan penetrante como la tuya. ¿De quién estás enamorado?…-y comenzó a nombrar a todas las damas de la corte, como si intentara descubrir cuál de ellas es el objeto de su amor.

Marco Aurelio contesta negando con calma.

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Al final Popea mencionó a Alexandra. Y al mencionarla se descubrió el rostro y le dirigió una mirada inquisitiva y aviesa…

En ese momento, Petronio hizo virar el bote, culpando a un delfín por el violento giro y apartó de Marco Aurelio la atención general, impidiendo una respuesta.

Cuando más tarde los dos descansan a solas en el cubículum…

Petronio, verdaderamente alarmado le implora nuevamente que no ofenda la vanidad de Popea:

–           ¡Sería desastroso! ¡Te vi y te conozco! ¿Acaso no comprendes?…

Marco Aurelio contestó decidido:

–           El que  no comprendes eres tú. Popea solo me inspira aversión y desprecio. ¡Si hubiera dicho algo sobre Alexandra!… Tuve que dominar el impulso de romperle el remo en la cabeza a esa mujer perversa y ruin.

–           ¿Por qué crees que hice lo que hice? Tampoco a Nerón le gustó mucho que lo mojara con el viraje. Además, yo sé que Popea no te  ama. Ella es incapaz de amar a nadie.

Pero ahorita es una mujer despechada. Su deseo y su capricho nacen de la cólera que siente contra el César; que aún se halla bajo su influencia y parece que es capaz de amarla todavía.

Aun así, es tan perverso con ella, pues no le oculta sus infidelidades, ni su desvergüenza. Ahorita, Popea es más peligrosa que nunca… ¿Cómo quieres que te lo haga entender?

Marco Aurelio concede con desgano:

–           Está bien. Te prometo no hacer nada para provocarla. Rogaré a Dios que me ayude a librarme de ella.

–           Y mientras lo haces yo te prometo que me mantendré vigilante, aunque con ello me estoy ganando el aborrecimiento de la augusta.

Una semana después…

Bernabé está sacando agua de la cisterna con un cántaro, mientras canta a media voz en el idioma de su país.

Al mismo tiempo mira de vez en cuando hacia el grupo de cipreses, en el jardín de la casa de Acacio. Y sonríe con gran complacencia…

En un banco junto a la fuente, están sentados Marco Aurelio y Alexandra.

Parecen dos blancas y hermosas estatuas; pues ni la más leve brisa agita sus vestidos. El cielo se tiñe de oro y fuego, mientras ellos conversan abrazados tiernamente, en medio de la plácida tarde.

Alexandra le pregunta preocupada:

–           Amor mío, ¿No sucederá ninguna desgracia por haber salido de Anzio sin el permiso del César?

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Marco Aurelio le contestó muy alegre:

–           No, amada mía. El César anunció que se iba a encerrar dos días con Terpnum y Menecrato, para dedicarse a la composición de nuevos cantos. Y pidió que nadie lo molestara.

Esto lo hace a menudo. Y cuando eso pasa, no se preocupa de nada más y no le importa lo que pase a su alrededor…

Alexandra suspiró y dijo:

–           Me alegro tanto de que estés aquí. El César…

–           ¿A mí que me importa el César cuando estoy junto a ti y puedo contemplarte a mi antojo? Demasiado he sufrido la nostalgia de ti y llevo varias noches que no puedo dormir. A veces la fatiga me vence y caigo en una especie de sopor. No puedo dejar de pensar en ti.

–           Yo tampoco amor mío y me sorprendió tanto verte que casi no lo puedo creer…

–           Puse postas a lo largo del camino y gracias a eso, pude venir con mayor rapidez, que cualquiera de los correos del César. No sabes el trabajo que me cuesta permanecer lejos de ti. Te amo demasiado, vida mía.

–           Y yo presentía que ibas a venir. Te estaba esperando yo también, esposo mío. Sufro mucho por la añoranza de tu ausencia.

Se besan con mucha ternura y con una contenida pasión, bajo el baño de luz que el crepúsculo vespertino colorea con sus últimos destellos.

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El plácido encanto de aquella tarde, contribuye al arrobamiento mutuo.

Luego, Marco Aurelio dice:

–           ¿Sabes una cosa? Estoy adelantando mucho en el catecumenado y el Obispo Cipriano prometió bautizarme pronto, antes de seguir su viaje a Asia.

–           ¿Ya te sientes listo para pedir el Bautismo?

–           Estoy aprendiendo a amar a Dios sobre todas las cosas. Y eso, en lugar de disminuir, ha aumentado y perfeccionado mi amor por ti. Antes creía que el amor era un anhelo y una llama que enardecía la sangre. Ahora comprendo que es posible amar hasta con la propia sangre, cuando se anhela derramarla por amor a Él y se desea la muerte que nos da la Vida.

–           ¡OH! ¡Vaya que estás adelantado! Ya oigo a un cristiano maduro en ti. Y en relación con nosotros…

–           Yo sé que nuestro amor durará  en el tiempo y en la eternidad, porque te amaré más allá de esta vida y juntos adoraremos a nuestro Señor. ¡Oh, si ahora solo con verme reflejado en tus ojos, siento esta felicidad! Dime, Alexandra mía, ¿Qué será cuando nuestro amor pueda ser consumado y ame y adore en tu cuerpo, al Dios que encierras en ti?

Alexandra se ruborizó y exclamó:

–           Yo también te anhelo igual…

Marco Aurelio la miró sorprendido y halagado…

Y enlazando el delicado talle de la joven, la besa en los cabellos mientras dice:

–           ¡Alexandra! Te bendigo y bendigo el momento en que te conocí.

–           ¡Te amo, Marco Aurelio mío! –dijo ella suspirando de felicidad.

Incapaz de decir nada más, ante las palabras que la emocionaron mucho, pronunciadas por aquel hombre que ha cambiado tanto y es como un sueño convertido en realidad.

Los últimos reflejos violáceos del crepúsculo, se desvanecen entre los cipreses, dando paso a los destellos argentados de la luna, en una noche admirablemente hermosa.

El tribuno responde emocionado:

–           Ahora mismo que me has dicho: ‘yo te amo, estoy seguro de que por medio de la violencia yo no hubiera logrado arrancar de tus labios esas palabras, ni aun usando todo el poder de Roma.

Alexandra sonrió y mirándolo con coquetería repitió:

–           Te amo y te anhelo con todo mi ser…

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Por toda respuesta, Marco Aurelio le tomó la barbilla y la besó con toda la adoración, la pasión y la ternura que le despierta cuando está junto a ella.

Ella le correspondió, dulcemente apasionada…

Y en la deliciosa caricia, los dos se entregaron su apasionada donación mutua. Sus almas y sus espíritus se fundieron en una exquisita armonía, que los conecta con la maravillosa cadencia del Universo…

¡Oh! Paradisíaca felicidad del amor verdadero… Por unos instantes, todo a su alrededor queda suspendido por la magia que los envuelve…

Pero Marco Aurelio es un verdadero hombre y está consciente de que aun no puede vivir la plenitud de esta entrega,  aunque la criatura que vibra de pasión entre sus brazos es su esposa…

Cuando disponga del tiempo para enseñarle a esta mujer maravillosa, todos los secretos deliciosos que encierra el Amor, entonces se deleitará con ella…

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Si apresura las cosas, el inminente regreso a Anzio sólo echaría a perder lo que debe ser la experiencia más sublime de sus vidas…

La luna de miel tiene que retrasarse. Por ahora lo más sabio es mantener la cordura sobre los sentimientos…

Y con un supremo esfuerzo de su voluntad, se separó de ella.

Y dijo con cierta angustia:

–           Eres mi esposa. Ahora soy tu prometido esposo y quiero que el día que estemos completamente juntos, sea para no separarnos jamás… Aun no te poseo plenamente y ya no puedo vivir sin ti. Si me quedo contigo, estaré desafiando un poder imperial que te dejaría viuda ahora mismo. Y necesito vivir para que con mi consagración a nuestro hogar, formemos la familia que los dos anhelamos. ¿Me comprendes vida mía?

Alexandra lo besó tiernamente en la nariz y le contestó:

–           Mejor de lo que crees…. Pienso que Dios tiene sus planes, para permitir todo lo que nos está sucediendo. Y yo soy su sierva y la esposa que te espera y vivirá consagrada para ti. Mi Señor ya vive en ti y lo adoro en ti… Bendita sea su Voluntad en nuestras vidas y en nuestro matrimonio.

Marco Aurelio sonrió aliviado y dijo:

–           Si yo preguntara a Séneca porqué enaltece tanto la virtud, creo que no sabría darme una respuesta convincente. Porque ahora sé que yo debo ser virtuoso para no perder a mi Señor Jesús. ¿Cómo no adorarlo, si además me ha dado el tesoro inestimable de tu amor? ¡Cómo quisiera quedarme contigo y no separarme ya nunca de ti! Pero debo volver a Anzio. ¡Estoy impaciente porque este viaje termine ya!

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Alexandra lo escucha fijando en él sus ojos azul mar. Están  húmedos y a la luz de la luna semejan dos flores perladas de rocío.

Y en aquel instante se sintieron inmensamente felices, pues sus almas están unidas por el poder de la Fe en la misma Religión que hace vibrar su espíritu y su corazón, con la certidumbre plena de que pase lo que pase, no dejarán de amarse y de pertenecerse el uno al otro; porque su amor está santificado por un amor más grande, perfecto y divino…

Marco Aurelio suspiró y dijo:

–           Tengo que partir antes del amanecer, para estar en Anzio a tiempo.

Alexandra contestó con resignación:

–           Yo tampoco quiero separarme de ti.

Sin mover la cabeza del hombro masculino, Alexandra alzó la mirada pensativa, hasta las altas copas de los árboles que argenta la luz de la luna y añadió:

–           Muy bien, Marco Aurelio. Me has hablado de llevarme a Sicilia, en donde Publio desea pasar los años de su vejez…

El tribuno la interrumpe lleno de alborozo:

–           ¡Sí, preciosa mía! Nuestras propiedades colindan con la de Petronio. Aquella es una costa deliciosa. Su clima es más suave y sus noches más bellas que las de Roma, son perfumadas y serenas. Allí la vida y la felicidad van de la mano. –y con aire soñador, hizo un esbozo del porvenir, agregando-¡Oh, Alexandra! Por entre las arboledas y los bosques nos pasearemos, en medio de nuestro gozo infinito…

Y veremos crecer nuestra familia, consagrados a la adoración de Dios.

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Y ambos soñaron con las perspectivas encantadas del futuro y se abrazaron más estrechamente.

Ella preguntó:

–           ¿Visitaremos a los Quintiliano?

–           Sí, preciosa mía; serán parte de nuestra familia.

Alexandra le tomó una mano y se la besó.

Marco Aurelio le dijo muy quedo:

–           ¡Oh, Alexandra! Yo soy quién debo rendirte homenaje de adoración. –y tomando sus manos, las llevó tiernamente a los labios.

Ella se estremeció, diciendo emocionada:

–           ¡Marco Aurelio! Esposo mío… ¡Te amo tanto!

Y por unos momentos ambos escucharon el latir de sus corazones amantes…

Hasta los cipreses inmóviles parecían estar suspendidos en aquella inefable escena de amor…

Que de súbito…

El silencio de la noche fue interrumpido por una especie de trueno, ronco y sordo; que hizo temblar el cuerpo de Alexandra…

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Entonces Marco Aurelio se levantó y dijo:

–           Son los leones que rugen en el vivarium. –Y la abrazó.

Luego,  los dos escucharon con atención:

Al primer bramido siguieron otros…

Se escuchan los rugidos de las fieras que en medio del silencio de la noche, resuenan aterradoras y amenazantes.

Alexandra se sacude con un presentimiento lleno de tristeza, pero Marco Aurelio la estrecha más…

Y trata de tranquilizarla:

–           No tengas miedo. Los Juegos están próximos. Los vivares están llenos con muchísimas fieras y esta casa está muy cerca del vivarium. Ven.

Y ambos entran en la casa acompañados por el tétrico rugir de los leones, que va en aumento…

Cada vez más estruendoso y aterrorizante…   

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

42.- EL RUGIDO DE LOS LEONES

En Anzio, el emperador con su corte después de la comida fueron a dar un paseo en bote y Popea se las arregló para estar junto a Marco Aurelio. Luego Nerón quiso que hombres de dignidad consular, remen en homenaje a la Augusta.

El mar está tranquilo y el viento y la brisa son suaves. El César, sentado junto al timón y vestido con una toga púrpura, cantó un himno en honor a Poseidón, que compuso la noche anterior y al que Terpnum le ayudó a ponerle música.

En otros botes los músicos estuvieron amenizando el ambiente y alrededor nadan un grupo de delfines, como si hubieran sido atraídos por la música. Y los extraordinarios animales se portaron tan graciosos como si alguien los hubiera invitado a la fiesta.

Plinio está muy feliz.

Cuando llegaron a mar abierto, apareció a la distancia un barco procedente de Ostia y Marco Aurelio fue el primero en descubrirlo…

Entonces la augusta Popea, dijo:

–           Es evidente que nada hay oculto a tus ojos. –y súbitamente dejó caer el velo sobre su rostro- ¿Podrías reconocerme así?

Petronio intervino al punto:

–           Hasta el mismo sol se hace invisible detrás de las nubes.

Pero ella, coqueta y como en broma, insistió:

–           Solo el amor podría cegar una mirada tan penetrante como la tuya. ¿De quién estás enamorado?…-y comenzó a nombrar a todas las damas de la corte, como si intentara descubrir cuál de ellas es el objeto de su amor.

Marco Aurelio contesta negando con calma.

Al final Popea mencionó a Alexandra. Y al mencionarla se descubrió el rostro y le dirigió una mirada inquisitiva y aviesa…

En ese momento, Petronio hizo virar el bote, culpando a un delfín por el violento giro y apartó de Marco Aurelio la atención general, impidiendo una respuesta.

Cuando más tarde los dos descansan a solas en el cubículum…

Petronio, verdaderamente alarmado le implora nuevamente que no ofenda la vanidad de Popea:

–           ¡Sería desastroso! ¡Te vi y te conozco! ¿Acaso no comprendes?…

Marco Aurelio contestó decidido:

–           El que  no comprendes eres tú. Popea solo me inspira aversión y desprecio. ¡Si hubiera dicho algo sobre Alexandra!… Tuve que dominar el impulso de romperle el remo en la cabeza a esa mujer perversa y ruin.

–           ¿Por qué crees que hice lo que hice? Tampoco a Nerón le gustó mucho que lo mojara con el viraje. Además, yo sé que Popea no te  ama. Ella es incapaz de amar a nadie. Pero ahorita es una mujer despechada. Su deseo y su capricho nacen de la cólera que siente contra el César; que aún se halla bajo su influencia y parece que es capaz de amarla todavía.

Aun así, es tan perverso con ella, pues no le oculta sus infidelidades, ni su desvergüenza. Ahorita, Popea es más peligrosa que nunca… ¿Cómo quieres que te lo haga entender?

Marco Aurelio concede con desgano:

–           Está bien. Te prometo no hacer nada para provocarla. Rogaré a Dios que me ayude a librarme de ella.

–           Y mientras lo haces yo te prometo que me mantendré vigilante, aunque con ello me estoy ganando el aborrecimiento de la augusta.

Una semana después…

Bernabé está sacando agua de la cisterna con un cántaro, mientras canta a media voz en el idioma de su país. Al mismo tiempo mira de vez en cuando hacia el grupo de cipreses, en el jardín de la casa de Acacio. Y sonríe con gran complacencia…

En un banco junto a la fuente, están sentados Marco Aurelio y Alexandra. Parecen dos blancas y hermosas estatuas; pues ni la más leve brisa agita sus vestidos. El cielo se tiñe de oro y fuego, mientras ellos conversan abrazados tiernamente, en medio de la plácida tarde.

Alexandra le pregunta preocupada:

–           Amor mío, ¿No sucederá ninguna desgracia por haber salido de Anzio sin el permiso del César?

Marco Aurelio le contestó muy alegre:

–           No, amada mía. El César anunció que se iba a encerrar dos días con Terpnum y Menecrato, para dedicarse a la composición de nuevos cantos. Y pidió que nadie lo molestara. Esto lo hace a menudo. Y cuando eso pasa, no se preocupa de nada más y no le importa lo que pase a su alrededor…

Alexandra suspiró y dijo:

–           Me alegro tanto de que estés aquí. El César…

–           ¿A mí que me importa el César cuando estoy junto a ti y puedo contemplarte a mi antojo? Demasiado he sufrido la nostalgia de ti y llevo varias noches que no puedo dormir. A veces la fatiga me vence y caigo en una especie de sopor. No puedo dejar de pensar en ti.

–           Yo tampoco amor mío y me sorprendió tanto verte que casi no lo puedo creer…

–           Puse postas a lo largo del camino y gracias a eso, pude venir con mayor rapidez, que cualquiera de los correos del César. No sabes el trabajo que me cuesta permanecer lejos de ti. Te amo demasiado, vida mía.

–           Y yo presentía que ibas a venir. Te estaba esperando yo también, esposo mío. Sufro mucho por la añoranza de tu ausencia.

Se besan con mucha ternura y con una contenida pasión, bajo el baño de luz que el crepúsculo vespertino colorea con sus últimos destellos. El plácido encanto de aquella tarde, contribuye al arrobamiento mutuo.

Luego, Marco Aurelio dice:

–           ¿Sabes una cosa? Estoy adelantando mucho en el catecumenado y el Obispo Cipriano prometió bautizarme pronto, antes de seguir su viaje a Asia.

–           ¿Ya te sientes listo para pedir el Bautismo?

–           Estoy aprendiendo a amar a Dios sobre todas las cosas. Y eso, en lugar de disminuir, ha aumentado y perfeccionado mi amor por ti. Antes creía que el amor era un anhelo y una llama que enardecía la sangre. Ahora comprendo que es posible amar hasta con la propia sangre, cuando se anhela derramarla por amor a Él y se desea la muerte que nos da la Vida.

–           ¡OH! ¡Vaya que estás adelantado! Ya oigo a un cristiano maduro en ti. Y en relación con nosotros…

–           Yo sé que nuestro amor durará  en el tiempo y en la eternidad, porque te amaré más allá de esta vida y juntos adoraremos a nuestro Señor. ¡Oh, si ahora solo con verme reflejado en tus ojos, siento esta felicidad! Dime, Alexandra mía, ¿Qué será cuando nuestro amor pueda ser consumado y ame y adore en tu cuerpo, al Dios que encierras en ti?

Alexandra se ruborizó y exclamó:

–           Yo también te anhelo igual…

Marco Aurelio la miró sorprendido y halagado… Y enlazando el delicado talle de la joven, la besa en los cabellos mientras dice:

–           ¡Alexandra! Te bendigo y bendigo el momento en que te conocí.

–           ¡Te amo, Marco Aurelio mío! –dijo ella suspirando de felicidad. Incapaz de decir nada más, ante las palabras que la emocionaron mucho, pronunciadas por aquel hombre que ha cambiado tanto y es como un sueño convertido en realidad.

Los últimos reflejos violáceos del crepúsculo, se desvanecen entre los cipreses, dando paso a los destellos argentados de la luna, en una noche admirablemente hermosa.

El tribuno responde emocionado:

–           Ahora mismo que me has dicho: ‘yo te amo’, estoy seguro de que por medio de la violencia yo no hubiera logrado arrancar de tus labios esas palabras, ni aun usando todo el poder de Roma.

Alexandra sonrió y mirándolo con coquetería repitió:

–           Te amo y te anhelo con todo mi ser…

Por toda respuesta, Marco Aurelio le tomó la barbilla y la besó con toda la adoración, la pasión y la ternura que le despierta cuando está junto a ella.

Ella le correspondió, dulcemente apasionada…

Y en la deliciosa caricia, los dos se entregaron su apasionada donación mutua. Sus almas y sus espíritus se fundieron en una exquisita armonía, que los conecta con la maravillosa cadencia del Universo… ¡Oh! Paradisíaca felicidad del amor verdadero… Por unos instantes, todo a su alrededor queda suspendido por la magia que los envuelve…

Pero Marco Aurelio es un verdadero hombre y esta consciente de que aun no puede vivir la plenitud de esta entrega,  aunque la criatura que vibra de pasión entre sus brazos es su esposa… Cuando disponga del tiempo para enseñarle a esta mujer maravillosa, todos los secretos deliciosos que encierra el Amor, entonces se deleitará con ella…

Si apresura las cosas, el inminente regreso a Anzio sólo echaría a perder lo que debe ser la experiencia más sublime de sus vidas… La luna de miel tiene que retrasarse. Por ahora lo más sabio es mantener la cordura sobre los sentimientos… y con un supremo esfuerzo de su voluntad, se separó de ella.

Y dijo con cierta angustia:

–           Eres mi esposa. Ahora soy tu prometido esposo y quiero que el día que estemos completamente juntos, sea para no separarnos jamás. Aun no te poseo plenamente y ya no puedo vivir sin ti. Si me quedo contigo, estaré desafiando un poder imperial que te dejaría viuda ahora mismo. Y necesito vivir para que con mi consagración a nuestro hogar, formemos la familia que los dos anhelamos. ¿Me comprendes vida mía?

Alexandra lo besó tiernamente en la nariz y le contestó:

–           Mejor de lo que crees…. Pienso que Dios tiene sus planes, para permitir todo lo que nos está sucediendo. Y yo soy su sierva y la esposa que te espera y vivirá consagrada para ti. Mi Señor ya vive en ti y lo adoro en ti… Bendita sea su Voluntad en nuestras vidas y en nuestro matrimonio.

Marco Aurelio sonrió aliviado y dijo:

–           Si yo preguntara a Séneca porqué enaltece tanto la virtud, creo que no sabría darme una respuesta convincente. Porque ahora sé que yo debo ser virtuoso para no perder a mi Señor Jesús. ¿Cómo no adorarlo, si además me ha dado el tesoro inestimable de tu amor? ¡Cómo quisiera quedarme contigo y no separarme ya nunca de ti! Pero debo volver a Anzio. ¡Estoy impaciente porque este viaje termine ya!

Alexandra lo escucha fijando en él sus ojos azul mar. Están  húmedos y a la luz de la luna semejan dos flores perladas de rocío.

Y en aquel instante se sintieron inmensamente felices, pues sus almas están unidas por el poder de la Fe en la misma Religión que hace vibrar su espíritu y su corazón, con la certidumbre plena de que pase lo que pase, no dejarán de amarse y de pertenecerse el uno al otro; porque su amor está santificado por un amor más grande, perfecto y divino…

Marco Aurelio suspiró y dijo:

–           Tengo que partir antes del amanecer, para estar en Anzio a tiempo.

Alexandra contestó con resignación:

–           Yo tampoco quiero separarme de ti.

Sin mover la cabeza del hombro masculino, Alexandra alzó la mirada pensativa, hasta las altas copas de los árboles que argenta la luz de la luna y añadió:

–           Muy bien, Marco Aurelio. Me has hablado de llevarme a Sicilia, en donde Publio desea pasar los años de su vejez…

El tribuno la interrumpe lleno de alborozo:

–           ¡Sí, preciosa mía! Nuestras propiedades colindan con la de Petronio. Aquella es una costa deliciosa. Su clima es más suave y sus noches más bellas que las de Roma, son perfumadas y serenas. Allí la vida y la felicidad van de la mano. –y con aire soñador, hizo un esbozo del porvenir, agregando-¡Oh, Alexandra! Por entre las arboledas y los bosques nos pasearemos, en medio de nuestro gozo infinito… Y veremos crecer nuestra familia, consagrados a la adoración de Dios.

Y ambos soñaron con las perspectivas encantadas del futuro y se abrazaron más estrechamente.

Ella preguntó:

–           ¿Visitaremos a los Quintiliano?

–           Sí, preciosa mía; serán parte de nuestra familia.

Alexandra le tomó una mano y se la besó.

Marco Aurelio le dijo muy quedo:

–           ¡Oh, Alexandra! Yo soy quién debo rendirte homenaje de adoración. –y tomando sus manos, las llevó tiernamente a los labios.

Ella se estremeció, diciendo emocionada:

–           ¡Marco Aurelio! Esposo mío… ¡Te amo tanto!

Y por unos momentos ambos escucharon el latir de sus corazones amantes…

Hasta los cipreses inmóviles parecían estar suspendidos en aquella inefable escena de amor…

Que de súbito…

El silencio de la noche fue interrumpido por una especie de trueno, ronco y sordo; que hizo temblar el cuerpo de Alexandra…

Entonces Marco Aurelio se levantó y dijo:

–           Son los leones que rugen en el vivarium. –Y la abrazó.

Luego,  los dos escucharon con atención:

Al primer bramido siguieron otros…

Se escuchan los rugidos de las fieras que en medio del silencio de la noche, resuenan aterradoras y amenazantes.

Alexandra se sacude con un presentimiento de tristeza, pero Marco Aurelio la estrecha más…

Y trata de tranquilizarla:

–           No tengas miedo. Los juegos están próximos. Los vivares están llenos con muchísimas fieras y esta casa está muy cerca del vivarium. Ven.

Y ambos entran en la casa acompañados por el tétrico rugir de los leones, que va en aumento…

Cada vez más estruendoso y aterrorizante…   

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA