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30.- DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN

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Desde un otero cercano a Jerusalén, Jesús observó la ciudad. Y mientras la contemplaba detenidamente, abundantes lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas y cayeron llenas de tristeza, envueltas en un dolor sin esperanza de consuelo o comprensión. La escena que refiere Lucas parece no tener ilación. Jesús compadece las desventuras de una ciudad culpable y ¿No sabrá compadecer sus costumbres?

El Hombre-Dios como Humano, llora por las ruinas de su  Patria. El Dios hombre sabe que son precisamente esas costumbres las que producen las desventuras y el verlas en el futuro, aumenta su Dolor.

Con su espíritu profético, su Ira contra los Profanadores del Templo es lógica consecuencia por lo que Él sabe de las desventuras que arrollarán a Jerusalén.

Las profanaciones del Culto Divino, de la Ley Divina, provocan los Castigos del Cielo.

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Al convertir la Casa de Dios en una cueva de ladrones, aquellos sacerdotes indignos e indignos creyentes, atraían sobre todo el Pueblo la maldición y la muerte.

Los males que sufre un pueblo, es la consecuencia de vivir peor que animales, pues Dios retira su Protección. Y esto Satanás lo sabe tan bien, que por eso hace todo lo posible para que los hombres con sus acciones, atraigan la Justicia Divina.

Dios se retira y el Mal avanza. Este es el fruto de una vida nacional indigna de los que se consideran hijos de Dios.

Y tanto los hombres como las naciones debieran recordar que inútilmente se llora, después de que se ha rechazado la Salvación.

Cuando Jesús estuvo caminando en el suelo de Palestina, lo arrojaron con una guerra sacrílega que partió de cada conciencia entregada al Mal y se esparció por toda la nación.

Los países no se salvan con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la Protección del Cielo.

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El Domingo de Ramos antes de entrar a Jerusalén, Jesús tenía bajo su mirada la Ciudad que lo rechazaba. Con sus casas amontonadas, sus callejas tortuosas. Todo aquel pueblo que es de su raza y contra cuya negativa nada puede. Y exclamó su terrible Premonición:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas! ¡Pero tú no has querido! Y he aquí que tu casa será abandonada y permanecerá desierta…

Os aseguro que no me veréis, hasta el día que digáis: ¡Bendito sea el que viene en el Nombre del Señor!

Salió del Templo con sus discípulos al atardecer.

Después de cruzar la Puerta de las Ovejas, el grupo siguió los basamentos del Santuario, junto a aquellas enormes murallas que mandó edificar Herodes, vistas desde el Valle del Cedrón.

Desde allí donde Jesús las miró en aquel instante; esas murallas producen todavía una profunda impresión de poder. Son bloques enormes, irregularmente aparejados, de donde brotan macizos de hierbas, arbustos. Y desde donde vuelan recortándose blancas sobre el cielo azul, las palomas que anidan en sus cavidades.

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El miércoles anterior a la Pascua, dijo un discípulo:

–           ¡Maestro, mira que piedras! ¡Qué imponente construcción!

Otros ponderaron los formidables cimientos y su riqueza.

Jesús respondió:

–           ¿Veis todas esas grandiosas construcciones? ¿Veis todo eso? Mírenlo bien. Pues en verdad os digo que vendrán días en que todo eso será arrasado y de ese edificio no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido.

Impresionados por la insistencia que su Maestro ponía en anunciar estas catástrofes, los discípulos le siguieron preguntando. Habían llegado a la ladera del monte.

Jesús les habló de las sorprendentes cosas que anunciarían el Fin del Mundo y el glorioso Advenimiento del Hijo del Hombre.

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Y ellos preguntaron asombrados:

–           ¿Y cuándo sucederá todo esto?

Jesús les respondió:

–           ¿Signos? No faltarán para quienes sepan comprenderlos. Se verán aparecer falsos Mesías, que arrastrarán al Pueblo por falsos caminos. Habrá guerras, sediciones, revueltas. La misma naturaleza hará crisis. Habrá terremotos, prodigios celestes, pestes y hambrunas en la humanidad.

En cuanto a los fieles, y eso también tendrá valor de signo…  Habrán sido perseguidos, detenidos, flagelados. Tendrán que testificar a Cristo con sus sufrimientos y Él habrá puesto en sus labios una sabiduría, a la cual no podrán responder sus adversarios: porque el Espíritu Santo hablará en ellos.

Entonces, cuando el Evangelio haya sido proclamado en el mundo entero, el mundo será destruido…  Como lo será Jerusalén, cuando sea sitiada por un ejército. Y entre tanto en el Lugar Santo reinará ‘La Abominación de la Desolación’ vaticinada por el Profeta Daniel.

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¡Horas atroces!…  ‘Que los que estén en Judea huyan a las montañas. Que los que estén en las ciudades, se alejen de ellas. Que el que esté sobre su terrado se guarde de entrar en su casa, al bajar para llevarse algo… Porque aquellos serán los días de la Venganza en los que se cumplirá la Escritura. ¡Ay de las nodrizas! ¡Ay de las mujeres embarazadas!

Porque las tribulaciones serán tales, como nunca se vieron otras semejantes desde el comienzo del mundo. Y como jamás volverán a verse. Grande será la angustia de este país. Grande la cólera sobre este Pueblo. Porque caerá bajo el filo de la espada o lo llevarán cautivo entre todas las naciones.

Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumplan los Tiempos de los Pueblos.

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Cuatro décadas después, al principio del mes de Nisán del año setenta de la Era Cristiana, un ejército romano asedió la Ciudad Santa. Cuatro legiones, tropas auxiliares sirias y númidas, con un total de sesenta mil hombres, equipados con el mejor material bélico.

Lo comanda Tito, hijo de Vespasiano; proclamado emperador seis meses antes por un golpe de estado de las legiones de Egipto. Y esta es otra razón más para vencer, pues necesita de estos lauros para asegurarse el trono imperial.

Israel insultado. Humillado de innumerables formas por los últimos procuradores, se había sublevado con la loca presunción de lograr contra Roma, el heroico milagro de los macabeos contra los griegos. Todo el Pueblo Elegido hace contra los legionarios una guerra anárquica, pero feroz.

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¿Era éste el tiempo que Jesús predijera?

Los signos no habían faltado…  No fueron solo los prodigios y las sacudidas sísmicas que relata Flavio Josefo.

Pulularon los falsos profetas. Algunos estaban locos: como el iluminado egipcio que desde el Monte Olivete aseguraba que las murallas de la ciudad, se desplomarían ante su mandato.

Pero otros eran más peligrosos; como los sicarios herederos de los antiguos zelotes, que dirigidos por un personaje extraño, valiente, satánico: Juan de Guiscala, trataron de imponer la tiranía del puñal.

Se repitieron con demasiada frecuencia las despiadadas rivalidades de las distintas facciones, generando las guerras y las revueltas. El Pueblo hebreo estaba confuso, dividido y reinaba una brutal contienda entre los ansiosos de paz y los amantes de la guerra.

Los ancianos presintiendo lo que se avecinaba, lloraron por la ciudad considerándola perdida.

Cuando entró Juan en Jerusalén, toda la población salió a las calles creyendo que venía a ayudarles. Pero él y sus hombres además de las disensiones que produjeron, fueron la causa directa de la destrucción de la ciudad…

Pues no eran más que una caterva de bandidos que consumió las provisiones de los defensores, atrayendo de este modo sobre sí la sedición y el hambre, además de la guerra. Apresaron a Antipas, su familia y su corte… Y los decapitaron.

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En la misma Jerusalén asediada, se combatieron fieramente saduceos, fariseos y zelotes. Unos, tomaron la Torre de David. Otros, cercaron el Templo ocupando Ofel y Bezetha; mientras que los otros, convirtieron el Lugar santo en una fortaleza.

EL sanedrín fue disuelto. El Sumo Sacerdocio estaba vinculado a determinadas  familias… Ellos anularon la sucesión, los cargos y se los repartieron entre sí, sorteándolos. Y de esta manera se apoderaron del Gobierno y nombraron magistrados a quienes se les antojó.

Los sacerdotes lloraron y se lamentaron por el escarnio de la Ley y las dignidades sagradas.

El Sumo Sacerdote Anás II hijo de Anás, reunió a los sacerdotes más queridos por el pueblo: Gorión, hijo de José el Anciano; Simeón, hijo de Gamaliel; Joshua, hijo de Gamala… Y los exhortó a que animaran al pueblo a derribar la tiranía de los zelotes y a que entregaran la ciudad a los romanos.

Pero Juan de Guiscala llamó en su auxilio a veinte mil Idumeos que acamparon delante de las murallas.

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Entonces estalló una violenta tempestad y se desencadenaron vientos huracanados, acompañados de caudalosos aguaceros, rayos y terremotos. Todos vieron esto como un presagio de destrucción y de grandes calamidades.

Los Idumeos pensaron que Dios se había irritado porque tomaron las armas y que no escaparían al castigo.

Anás II y sus compañeros creyeron que ya habían vencido sin batalla, convencidos de que Dios era su General.

Por su parte, los zelotes aprovecharon lo más fuerte de la tempestad: favorecidos por el viento y los estampidos de los truenos, les abrieron las puertas a los Idumeos.

Éstos entraron en el Templo y no perdonaron a nadie.

Al día siguiente el Primer recinto estaba inundado de sangre y cuando amaneció, había ocho mil quinientos cadáveres. Los restos de Anás II y los príncipes de los sacerdotes, fueron arrojados a la basura.

Y aquel Viernes, fue el inicio del desastre.

Los que se habían sublevado en el Nombre de Dios para hacer respetar la Ley usaron tanta violencia, que terminaron por raptar a las mujeres judías para violarlas. Cometieron incontables asesinatos motivados por la venganza y la codicia. Llevaron su crueldad al extremo de impedir la sepultura de los cadáveres, dejándolos pudrirse al sol.

Y la misericordia desapareció.

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Los malos se indignaron tanto con la caridad de los vivos, que a los que se atrevieron a enterrarlos también los asesinaron. Es tanto el terror, que los supervivientes y los torturados que estaban en las cárceles, envidiaron el reposo de los muertos.

Los zelotes pisotearon todos los derechos humanos.

Se ríen de las Leyes de Dios y ridiculizaron los oráculos de los profetas, calificándolos como artimañas de embaucadores y sin embargo ellos mismos fueron los instrumentos para que se cumplieran algunas predicciones.

Una profecía muy antigua asegura que la ciudad sería conquistada y el Templo quemado, cuando naciera la revuelta entre los israelitas y mancillasen con sus propias manos el Santuario de Dios.

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Mientras tanto los jefes romanos quieren avanzar rápido contra la ciudad e incitaron a Vespasiano diciéndole que los dioses están de su parte, como lo demuestran las discordias de Israel.

Vespasiano responde que es mejor esperar a que la guerra civil los devore; pues mientras ellos se destruyen mutuamente, les facilitarán las cosas para un triunfo más cómodo. Y la fuerza romana aumentará en la misma proporción que la debilidad del adversario, que está ocupado en destruirse a sí mismo.

Vespasiano avanzó desde Antioquia hasta Ptolemaida y allí unió fuerzas con Tito. Luego, sistemáticamente fue conquistando una a una, todas las ciudades de Palestina; hasta que fue capturado Josefo el general judío, líder del ejército israelí.

Tiene veintiocho años de edad, pertenece a la tribu de Leví. Lleva en las venas sangre real. Es sacerdote, hijo de Matías sacerdote fariseo, perteneciente a la primera de las veinticuatro clases sacerdotales. Tiene un hermano que también es sacerdote, el cual junto con sus padres y toda su familia, ha quedado dentro de Jerusalén.

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Tito le respeta porque ha sido un formidable adversario, digno y valiente en la batalla.

Vespasiano sabe que con su captura, prácticamente acabaría la guerra y ordena que lo vigilen estrechamente, pues piensa remitirlo a Nerón.

Pero el prisionero le dijo:

–           No pienses Vespasiano en retener cautivo a Josefo. Si no me mandase Dios a ti, de sobra conozco la Ley de los judíos y de qué manera debe morir el general de un ejército. ¿Me envías a Nerón? ¿Por qué?…  Tú Vespasiano eres César y Emperador. Y también lo será tu hijo Tito.

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Átame más fuerte. Encadéname. Pues muy pronto tú mismo me libertarás. Porque te anuncio César que eres señor no sólo de mí… Sino de tierras, mares y de todo el Imperio. Debes vigilarme más que ahora, para castigarme si afirmé falsamente y con atrevimiento, lo que te he vaticinado como procedente de Dios.

Vespasiano miró a su prisionero y no le quiso creer, pensando que era una estratagema para poderse librar del destino que lo esperaba.

Pero después cuando Vespasiano interrogaba a otros prisioneros, descubrió que Josefo había pronosticado a su pueblo que Jotapata sería conquistada cuarenta y siete días después de que él fuese capturado vivo por los romanos; predicción que se había cumplido cabalmente.

Y sintiendo curiosidad por su propio vaticinio, lo retuvo a su lado y no lo envió a Nerón.  Regresó a Cesárea después de haber sometido todas las ciudades próximas a Jerusalén.

Después de la muerte de Nerón, en el año de los cuatro emperadores; sus jefes y sus legiones, rechazaron la noticia de que un hombre tan corrompido como Vitelio dirigiese los destinos del Imperio. No estaban dispuestos a soportar a otro tirano cruel y querían a un buen gobernante. Después de debatirlo, decidieron proclamarlo emperador.

Él se rehusó.

A pesar de su repugnancia y sus esfuerzos por alejar de sí aquel título, terminó por aceptarlo cuando las legiones de Egipto también lo proclamaron.

Entonces Vespasiano recordó la osadía de Josefo, que le profetizó su ascenso al trono en vida de Nerón. Y decidió quitarle la infamia al mismo tiempo que las cadenas, dándole la Epitimia, (En derecho griego, la condición de hombre libre que goza de todos los derechos y honores civiles)

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Al ser liberado y según la ley romana, tomaría el nombre de su vencedor: Flavio Josefo. Se convertiría en cronista del nuevo emperador y un importante historiador, pues él era un israelita que amaba a Dios y a su patria.

Y Josefo tuvo que gustar la amargura de testificar para la posteridad, la forma tan apocalíptica como desapareció de la faz de la tierra, todo lo que en el mundo había amado y era precioso y sagrado para él: el Templo, símbolo de su religión. Su familia, su pueblo y su nación.

Y pasar el resto de su vida, en medio de los paganos que los habían destruido y  que nunca comprenderían la magnitud de su tribulación.

Tito acampado en Scopo, dirigió cuidadosamente su ataque y sitió Jerusalén.

Los judíos se creyeron fuertes al principio pues contaban con diez mil soldados, más veinte mil Idumeos y excelentes mercenarios. Y la ciudad rodeada por una triple muralla, erizada de noventa torres, parecía inexpugnable. Tenía cuatrocientos balistas y escorpiones que habían sido arrebatados a la Legión de Cestio Galo.

Pero si los romanos demoraban en atajar por la fuerza, un aliado más temible trabajó más aprisa para ellos: el Hambre.

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Esta calamidad que también había sido profetizada, llegó a ser tan espantosa que impulsó a errores nefandos…

Había una mujer transjordana de noble y rica familia que huyendo de la guerra civil, se había refugiado en Jerusalén. Y los bienes que llevó de Perea, se los robaron los sediciosos cuando saquearon su mansión.

Unos soldados atraídos por el olor a carne asada, entraron a la casa y amenazaron con degollarla, si no les entregaba el alimento.

Con mirada de demente, ella les entregó una bandeja en la que estaba el cuerpo descuartizado de su hijo y del cual ya había consumido una mitad.

Ellos se horrorizaron ante el espantoso asado y se marcharon dejándolo a la madre.

Cuando los romanos se enteraron de aquel crimen, Tito se encolerizó y dijo que los padres merecían aquellos alimentos, porque no renunciaban a las armas.

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Y reflexionó cuanta sería la desesperación de sus enemigos, que los había hecho perder la cordura.

Este suplicio duró cien días.

La ciudad estaba superpoblada. El ataque (Y esto también lo dijo Jesús) se realizó tan repentinamente, que los peregrinos de la Pascua se encontraron bloqueados, junto con un gran número de refugiados de las provincias.

Un muro de asedio de ocho kilómetros de largo, semejante al que permitió a César vencer en Alesia a  Vercingétorix imposibilitó toda clase de avituallamiento.

Los soldados robaban para comer. Los desgraciados que intentaban huir de aquel infierno, topaban con el cerco de los romanos y al ser apresados, los regresaban con las manos cortadas si eran mujeres. A los hombres los crucificaron en un sitio bastante visible.

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Un día, el vientre de un crucificado se abrió bajo el peso de las monedas de oro que había escondido en sus entrañas. Y partir de ese momento todos los prisioneros fueron desventrados. Y dos mil de ellos fueron destripados en una sola noche.

Forzados el segundo y luego el tercer recinto, Jerusalén seguía sin rendirse.

Los jinetes nubios de Tito, lanzados al galope a través de las callejuelas, barrían todo a su paso cercenando las cabezas.

Casa por casa, los barrios fueron tomados y sus habitantes aniquilados. Parecía que nada podía acabar con aquella ciudad enardecida, cuyos pobladores asediados como espectros famélicos, todavía tenían fuerzas para efectuar incursiones.

Cuando Tito entró en la ciudad se admiró no solo de sus fortalezas, sino de las torres que habían sido abandonadas. Cuando vio sus grandes y macizas dimensiones,  el tamaño de las piedras y lo exacto de su conexión, su dureza y amplitud…

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Tito dijo:

–           En verdad nos asistió la Divinidad en esta guerra. Pues solo Él pudo ser el que arrojara a los judíos de estas fortificaciones, ¿Qué hombres o máquinas hubieran conseguido someterlos?

Tomada la Torre Antonia sólo quedó el Templo, que rechazó el asalto general de los romanos.

Tito vaciló en usar el fuego. ¿Acaso él iba a destruir aquella maravilla de magnificencia? Sus arietes lo habían atacado durante seis días sin afectarlo lo más mínimo y en un contraataque judío perdió muchos soldados…

Comprendió que sus esfuerzos por conservar un templo extranjero, sólo lo estaba perjudicando a él mismo. Entonces mandó que se prendiese fuego a las puertas. Ardió el precioso cedro y la plata que las forraba, se derritió.

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Los judíos miraron consternados el fuego que los rodeaba y que duró dos días. Al amanecer del tercero fue embestido el Templo por todas partes.

Los romanos se quedaron asombrados ante la magnífica y maravillosa belleza que iba aumentando en grandeza y riqueza, conforme se acercaban al Lugar donde estaba el  Santo de los santos.

Y comprobaron que el Templo era más grandioso de lo que se desprendía de los relatos… Y porqué merecía tantas alabanzas.

Un legionario tomó una madera encendida y prendió una ventana de oro, por la cual penetraron en el recinto que circundaba el Lugar Santo y pasaron a filo de espada a todos los que encontraron a su paso.

En torno al altar se amontonaron los cadáveres de los sacerdotes y la sangre se deslizaba por las gradas…

Tito victorioso, intentó evitar el desastre junto con su estado mayor. Penetró en el Santuario y ordenó que apagaran el fuego, para que no llegase al Lugar Santísimo.

Pero los soldados exasperados por la espera y la batalla, no le oyeron o fingieron que no le oían; pues además de su ira y su odio contra los hebreos, los impulsaba la esperanza del botín, pensando que en el interior encontrarían grandes tesoros, al ver que todo lo que los rodeaba estaba hecho de oro.

Uno de ellos esquivó a Tito, cuando éste corrió a detenerlo y arrojó fuego a los goznes de la puerta. La llama no tardó en brillar en el interior del Lugar Santísimo, devorando el Velo que rodeaba al Santo de los Santos.

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Legionarios y beduinos empuñando antorchas, activaron el incendio fatal.

El victorioso romano sentenció:

–           Este pueblo está tan manifiestamente bajo el Castigo Divino, que parecería impío concederle gracia.

Y se retiró con su estado mayor, abandonando a su destino al que había sido el orgullo de Israel.

Y ya nadie estorbó a los incendiarios.

Mientras ardía el Templo ocurrió el saqueo de cuanto hallaban a la mano. No hubo misericordia para la edad, ni respeto para la dignidad en la matanza que siguió: niños, ancianos, mujeres, gente profana, ministros, religiosos.

Mataban, violaban, degollaban, en los atrios y en todos lados. Todos fueron perseguidos y matados: los que suplicaban piedad y los que se resistían con las armas.

El fragor del incendio formó un eco siniestro con los sonidos de los moribundos. Y como la colina era alta y grandes las proporciones del Santuario, parecía que toda la ciudad era pasto de las llamas.

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Sublime y espantoso era aquel estruendo. Todo retumbaba.

Y así fue quemado el Templo de Jerusalén.

Los soldados reunieron tanto botín en los saqueos, que el peso del oro se vendió en Siria en menos de la mitad de su valor anterior. Y también la ciudad fue saqueada e incendiada. Después de sacarlos a la superficie, los romanos mataron, esclavizaron o destrozaron, a los que se habían escondido en las cloacas; donde también encontraron muchos tesoros.

Y así fue conquistada Jerusalén.

Pasado a cuchillo el pueblo, carbonizado el Templo y la ciudad convertida en una brasa; lo único que faltaba era decidir la suerte de los noventa y siete mil cautivos…

El rey Izate con su familia en calidad de rehenes, fueron encadenados y enviados a Roma. Los sediciosos fueron ajusticiados, entre ellos Juan de Guiscala. Los hombres más altos y hermosos, fueron escogidos como trofeos para el desfile del triunfo. Los demás, si pasaban de los diecisiete años, fueron encadenados y mandados a las minas egipcias.

Tito distribuyó grupos considerables y los envió como regalo a las provincias, para las luchas de gladiadores y los juegos de circo con bestias. Los menores de diecisiete años, fueron vendidos como esclavos.

Y así desapareció una nación.

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Liberó a los que estaban en las cárceles y demolió la ciudad y el Templo, salvo las Torres: Fasael, Híppico, Mariamne y parte de la muralla que cerraba la ciudad por el oeste. Ésta, para que les sirviese de campamento a los que quedasen de guarnición. Y aquellas, para que mostrasen a la posteridad qué ciudad y qué clase de fortificaciones había sometido el valor romano.

Y también como monumentos de su buena fortuna, que había conquistado lo inconquistable. Derribaron todo lo demás de tal forma, que nadie hubiera creído que algún tiempo sirvió de habitación a seres humanos.

Y así fue arrasada Jerusalén.

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Tito elogió a sus tropas y las recompensó, pues su bravura había aumentado el poder y la gloria de Roma.

Y ninguno de los que se arriesgó más que otros, quedaría sin su justa retribución. Les entregó largas espadas de oro, ascendiéndolos de rango entre los militares y les repartió parte de los despojos del botín. Los envió a distintos lugares donde estarían mejor situados.

Al asesinato de Esteban, que narra el Evangelista San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles; le había seguido la primera persecución contra los cristianos, donde murieron dos mil; incluido Nicanor, uno de los siete diáconos.

La mayoría de los demás, se dispersaron y se transformaron en misioneros itinerantes. Ocho años antes de la tragedia de Israel, en el año 62 d.C. y según palabras de Flavio Josefo: “Anás II  era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio: el Procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino; todavía no había tomado posesión. Hizo que el Sanedrín juzgase a Santiago, el hermano de Jesús llamado el Cristo y a algunos otros. Los acusó de haber trasgredido la Ley y los entregó para que fueran apedreados.”

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A partir de aquel momento, los cristianos serían tratados como delincuentes y la Iglesia Perseguida empezó a tomar precauciones, para sobrevivir. Refugiados en Pella y Transjordania, los primeros cristianos que supieron reconocer a tiempo los signos del desastre; al recibir las espantosas noticias recordaron las proféticas palabras del Maestro:

“No pasará esta generación antes de que sucedan estas cosas. El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”

Todo lo que Jesús predijera estaba consumado.

Cinco meses había durado el sitio que acabó después de tantas escenas de horror inimaginable.

Jerusalén había sido destruida y arrasada. El Templo, había ardido y desaparecido. De la resistencia judía sólo quedaban unos cuantos grupos insignificantes, ocultos en cuevas y que sucumbirían al cabo de tres años, con la toma de Masada.

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Judea se convirtió en una provincia romana separada de Siria y ocupada por una legión acuartelada en Jerusalén.

Habían desaparecido el Sanedrín y el Sumo Pontificado.

En cruel ironía, Roma exigió el impuesto ritual que todos los judíos debían pagar al Templo, para ingresarlo al tesoro de Júpiter.

Tito regresó a Roma trayendo consigo como prisioneros de guerra a los jefes, junto con Simón bar Giora, además de setecientos hombres escogidos por su estatura y belleza corporal, para presentarlos en su Triunfo. Hombres que después fueron regalados como esclavos a diversos funcionarios romanos…

Vespasiano le salió al encuentro y decidieron celebrar juntos sus gloriosas hazañas.

Al amanecer Vespasiano y Tito, coronados de laurel y vestidos de púrpura, se dirigieron al Pórtico de Octavio donde los esperaba el Senado, los principales magistrados y los del Orden Ecuestre.

Después de la recepción, las oraciones rituales y un corto discurso al pueblo desde el Podium Imperial que había sido preparado para esta ocasión tan solemne, despidieron al ejército para que celebrase el banquete que había sido ordenado por los emperadores. Luego se pusieron las vestiduras triunfales y se dirigieron a la Puerta de la Pompa, para ofrecer sacrificios a los dioses que estaban adyacentes. Después dieron la señal de partida para el cortejo triunfal.

Es imposible describir la cantidad y magnificencia de lo que se exhibió: impresionantes obras de arte, exquisitas y variadas en riqueza hechas con plata, oro, marfil y piedras preciosas. Un increíble caudal de objetos: vestiduras de púrpura con bordados babilónicos. Abundantes coronas, tiaras y joyas. Diferentes especies de animales, magníficos y soberbios en belleza.

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Enormes imágenes de los dioses, ostentando la destreza de los artífices, hechas con diferentes materiales. Los portadores de esta riqueza vestían de púrpura recamada en oro, solo los que los mandaban, superaban la riqueza de su indumentaria. También los cautivos estaban  adornados y los finos tejidos que los cubrían, ocultaban la fatiga de sus cuerpos.

Pero lo más asombroso fueron las torres hechas con oro y marfil.  Estaban trabajadas con tal arte, que era una delicia contemplarlas.

En ellas estaban representadas con diversas escenas, las peripecias de la guerra. Toda la historia de la Destrucción de Jerusalén, estaba narrada de manera magistral en ellas. Todos los trágicos sucesos que los israelitas habían padecido: Se veía cubierta de cadáveres lo que había sido una nación feliz. La fuga del enemigo. La captura de los adversarios. La conquista de las fortificaciones. La entrada del ejército. La matanza y las súplicas de los derrotados. El Templo en llamas. El derrumbe de las casas. El río que corría en una ciudad ardiente. Jerusalén arrasada.

El arte de estas representaciones era tan perfecto que a los espectadores del desfile les parecía haber presenciado todos estos sucesos.

Al último venían los despojos del Tesoro del Templo de Jerusalén: la mesa de oro que pesaba muchos talentos y su candelabro áureo que tenía la caña central en un pedestal, con los brazos tan abiertos que semejaban un tridente, con un bronce en forma de lámpara, en el extremo de cada uno. Estas lámparas eran siete. Muchos objetos del culto sagrado. El último de los despojos era la Ley de los Hebreos.

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Después desfilaron muchísimos hombres, llevando las imágenes de la Victoria. Finalmente, pasó Vespasiano seguido de Tito.

También Domiciano cabalgaba con ellos con aspecto glorioso, en un corcel tan soberbiamente hermoso, que a su paso despertaba la admiración.

Vespasiano tenía tan poca afición a la pompa exterior, que cuando vio la lentitud de la marcha en el desfile y cansado de la ceremonia…

Exclamó:

–           Es mi justo castigo por haber deseado neciamente a mi edad el triunfo y haber aceptado lo que no me correspondía por nacimiento.

Se detuvieron en el Templo de Júpiter Capitolino a esperar la noticia de que el general enemigo había muerto.

Simón bar Giora había desfilado entre los cautivos con una cuerda en el cuello, luego fue torturado y enseguida ejecutado en el Forum. Cuando se avisó que había expirado, el pueblo gritó de alegría. Ofrecieron sacrificios y rezaron, así como lo acostumbran en semejantes solemnidades.

Luego se trasladaron al Palacio Imperial y allí fueron guardados la Ley Sagrada y los velos purpúreos del santuario destruido en Jerusalén.

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Los emperadores ofrecieron un banquete a sus invitados y los demás celebraron en sus casas. La ciudad de Roma estaba de fiesta por la victoria de su ejército, el fin de sus guerras civiles y sus esperanzas de dicha y prosperidad.

Después de estabilizar el imperio, Vespasiano construyó en un tiempo asombrosamente rápido un templo dedicado a la Paz. Lo adornó con pinturas y estatuas. Reunió todas las riquezas que había conquistado en sus campañas militares y las depositó en él, junto con los tesoros del Templo de Jerusalén.

En una ironía final, éstos también le sirvieron para financiar la obra más grandiosa de la arquitectura romana: el Anfiteatro Flavio, que también fue construido por el resto esclavizado del Pueblo Elegido del desaparecido Israel, en lo que fuera la Casa Dorada de Nerón y en el lugar en donde estaba la estatua colosal del aciago emperador.

Por esto, también sería llamado Coliseum.

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 Éste sería considerado dos milenios después una de las siete maravillas del mundo y símbolo tanto del genio de sus creadores, como de la barbarie humana que lo sacralizó para la historia de la cristiandad. Su espectacular estructura, a pesar de que solamente es una ruina y ya no tiene la magnificencia de su inicio,  actualmente es un exponente de lo grandioso que era el Imperio Romano.

Y de cómo fue el magnífico altar donde fueron sacrificados los cristianos, al Dios al que aprendieron a amar hasta ofrendarle la vida.

El Coliseo Romano está en el corazón, de la moderna Ciudad Eterna.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:       

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

A6.- CORREDENTORES CON JESUS

EL SUFRIMIENTO PURIFICA TU ALMA

17.03.1987

1jrnasa

Vassula, ¿llevarás Mi Cruz ahora?
Yo lo hago según Tu Voluntad, Jesús.
Siente, siente qué pesada es. Necesito descansar. Sígueme, acércate a Mí. Yo descargaré Mi Preciosa Cruz sobre ti.
Más tarde ese día, me sentí inexpresablemente consternada, melancólica y ahora necesitada de ser consolada, pero no encontraba consuelo.

Has sentido Mi inmensa carga sobre ti. Nunca rechaces Mi Cruz. Mi carga es pesada.
Vassula* no busques saber por qué Yo te elevo hacia Mí.
1 Déjame libre para hacer contigo lo que Me plazca, hasta que Yo venga y te libere.

Bienamada, tu enseñanza tiene su martirio.

El intentar conocer la verdad en ella y no encontrarla, te martiriza. Sufre por Mí.

El sufrimiento purifica tu alma, inmólate por Mí y no busques comprender. 2 Solamente cree.
Déjame libre para actuar en ti y a través de ti, manifestaré Mi Palabra y así sanaré a Mis hijos.

Cree en Mi Amor Redentor.
1Cristo02

Mi Cruz es pesada.

Sí, Yo vendré muchas más veces para confiártela.

Tú eres Mi prometida, Mi bienamada y Mi flor. Llevando Mi Cruz por Mí, Me alivias.

Dentro de Mis Revelaciones, que Yo respiro en ti, hay amargas pasiones de penas, dolores y sufrimientos, que fluyen de las Mismas Profundidades de Mi Alma.

Ven y escucha una vez más a Mi Corazón y siente cómo se desgarra…

¡Siente cómo los busca a todos ustedes! *

sagrado

Luego, como si Él no lo pudiera soportar más, con un Grito que salió de esa Su Alma Adolorida, desde Sus Profundidades, como si estuviera cerca de morir de dolor.
¡Creación!, la cual Mi Padre creó con Su Propia Mano,

¿Por qué? ¿Por qué Me dan tanto dolor?

sagrado corazón

¿Habrías venido a Mí si Yo no te hubiera buscado y encontrado?
No, no lo creo.
(Me sentí más culpable.)
Ahora, ¿Me amas?
Sí, Señor mío, Te amo.
Mi Enseñanza te ha cambiado, ¿no es así?
Sí, 3 me ha cambiado.
¿Quieres reunir a Mis hijos y alimentarlos?
(Me sentí impotente).
Dios mío, ¿cómo podré hacerlo? ¿Con qué medios?
Yo quería complacerlo, mostrarle mi agradecimiento, pero no pude.

Confía en Mí, deja guiarte, Vassula, déjame reunir a Mis hijos.

Yo sé que tú eres impotente, Yo sé que eres débil.

¿Ves?, tú no puedes hacer nada sin Mí. Ahora, ¿Me dejarás que te utilice como Mi instrumento hasta que Yo haya terminado Mi Mensaje?
Sí, siempre y cuando el Mensaje sea de Ti, Jesús.
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Yo soy Jesús. Nunca dudes.

No te canses de escribir. Cada palabra que Mis Labios pronuncien te hará sentir Mis Llagas.

Yo te he llevado Conmigo al oscuro dominio de Mi enemigo, mostrándote cómo sufren las almas. 4 Y

Yo vierto sobre de ti todos Mis Sufrimientos, que Me hieren profundamente.

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Sacerdote Mía, porque tú eres Mi sacerdote,

tú caminarás Conmigo y Yo nunca te abandonaré.

Juntos compartiremos Mi Cruz, juntos sufriremos, juntos nos esforzaremos, tú en Mí y Yo en ti.

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1 Recordándome que Lo aceptara como es.
2 Yo estaba tratando de descubrir si esta era una Enseñanza real.
3 Aquí, sentí realmente, que soy una nada y que Él no se acercó a mí por mis méritos.
4 Cuando Él me mostró el Infierno.

VASSULA*

NOTA:

Muchas veces el Señor ha advertido a través de Vassula, que sustituyamos el nombre ‘Vassula’ por el nuestro propio del que está leyendo las palabras de su profeta y apóstol y que cuando nuestro corazón salte al leerlo, Él nos está hablando…

NO DEBEMOS NEGARNOS POR MIEDO al llamado divino de sufrir con Jesús,  para salvar almas. Su Amor nos compensa de todo y el sufrimiento es dulce, cuando lo hacemos sobre su Corazón. Él es sumamente delicado, para imprimir su Imagen en nuestras almas. ¡Y es una delicia gloriosa, sentir su Presencia Amorosísima en nuestra pequeña pasión! La experiencia de Jesús Resucitado, debemos anhelarla si todavía no lo conocemos…

Cuando lo sentimos por primera vez, ¡Ya no podemos vivir sin Él!… Y  anhelamos el dolor sublime de compartir todo con Él…  

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152.- LAS ROSAS INVERNALES

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El aire helado de Diciembre se cuela hasta la cocina y a pesar del fogón se siente bastante frío…

Pedro dice enojado:

–                       ¡Ved! ¡Así se cuida! ¡Haciendo todo lo contrario de lo que estábamos diciendo!

Jesús se levanta y antes de salir, pasa detrás de Pedro. Le pone las manos sobre la espalda y se inclina a besar sus cabellos, diciendo:

–                       ¡Bueno, Simón! ¡Quién me ama ayuda a mi cansancio, más que el reposo de la cama!

–                       ¿Cómo sabes si es una de las que te aman?

–                       Simón, la ira te empuja a decir palabras de las que ya te has arrepentido por necias. ¡Bueno, bueno! Una mujer que viene con una criatura inocente, que me trae flores, sólo puede ser una que me ama y que intuye mi necesidad de encontrar un poco de amor y pureza, en medio de tanto odio e inmundicia.

Y sube por la escalera que lleva a la terraza.

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La mujer que lo espera es alta y delgada. Trae un pesado manto gris, con un fino velo de color marfil.

La pequeña, tiene menos de tres años, viene vestida de blanco, con un manto circular del mismo color y con un capucho que le cae detrás de sus cabellos rubio-castaños. Está mirando a su madre, pues ha levantado su carita que emerge entre las flores que tiene en sus bracitos: un hermoso ramo de rosas rojas y de gardenias blancas.

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Apenas Jesús aparece en la terraza, la pequeñita es empujada por su madre…

Y corre a su encuentro, diciendo:

–                       ¡Ave, Domine Jesús!

Jesús se inclina y le pone una mano en la cabecita.

Le contesta:

–                       La paz sea contigo.

A la mujer la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación. Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada. Tiene la majestad de un Rey. Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono. Tanta es la dignidad que irradia. Con su vestido azul oscuro y sin adornos, se ve más imponente que si estuviera en el más magnífico de los palacios.

Espera. Su majestad cohíbe a la mujer, presa de una admiración respetuosa. También la niña lo mira un poco, como si estuviera asustada…

Pero Jesús sonríe y le dice:

–                       Aquí me tenéis. No tengáis miedo.

Todo temor desaparece.

La mujer dice algo a los oídos de la niña.

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Y ella va hacia Él, y le pone en las rodillas las flores, mientras dice lentamente, como quién no conoce bien una lengua que no es la suya:

–                       Las rosas de Faustina para su Salvador.

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Mientras tanto la mujer se ha arrodillado, echándose el velo para atrás…

Es Valeria y dice:

–                       ¡Salve, Maestro!

Jesús contesta:

–                       Que Dios llegue a ti. ¿Cómo has venido? ¡Y sola!  -y acaricia a la pequeña que busca entre las flores según ella las más hermosas…

Y se las ofrece diciendo:

–                       Tómalas. Son tuyas.

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Jesús las toma. Las huele. Y las vuelve a poner sobre las otras…

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Valeria habla:

–                       Sabemos muchas cosas, Maestro… Las cosas más pequeñas que suceden en la colonia se apilan diariamente sobre la mesa de Pilatos. Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan al país convirtiéndote al mismo tiempo en enseña nacional de rebeldía y causa de odio civil.

Claudia le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú. Y Pilatos la escucha… hasta ahora quién se impone es Claudia. Pero si mañana otra fuerza dominase a Pilatos…

Cuando lo supe pensé que mi pequeñita Te daría un consuelo…

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Jesús responde:

–                       Tienes un corazón bondadoso y lleno de luz. Que Dios te ilumine y vele ahora y siempre por esta hijita tuya.

–                       Gracias, Señor. Tengo necesidad de Dios.  –y las lágrimas inundan los ojos de Valeria.

–                       Es verdad. Tienes necesidad de Él. En Él encontrarás todo consuelo y además el Guía, para juzgar acertadamente. Para perdonar. Amar otra vez y sobre todo para educar a esta niña, a fin de que tenga la vida dichosa de quienes son hijos del Dios Verdadero. El Dios que tal vez ofendiste con una vida en la que la virtud no se toma en cuenta.

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Este Dios te ha amado mucho. Tanto te amó, para que tuvieses siempre ante tus ojos, su Bondad y su Poder. Y un consuelo en los dolores que pudieras encontrar como mujer casada. Tú mujer pagana amorosa, fiel, has amado a tu esposo… A tu dios terrenal, compañero de placeres. A tu hermoso dios que se dejaba adorar rebajando tu dignidad al nivel de una esclava.

La mujer debe estar sujeta a su marido, humilde fiel, castamente. El hombre es la cabeza de la familia. Pero cabeza no quiere decir déspota. Cabeza no significa ser un patrón caprichudo que dispone a su antojo no solo del cuerpo, sino de la parte mejor de su esposa.

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Quiénes de vosotras no sois impúdicas, ni desenfrenadas, ¿Cómo podéis estar donde están vuestros esposos? Es inevitable que quién no es una desvergonzada y corrompida, se separe con asco. Que experimente un dolor verdaderamente atroz, como si sus fibras se desgarraran. Que sienta pasmo al derrumbarse todo un culto que tenía por su marido a quién contemplaba como un dios…

Cuando descubre que a quién adoraba como una deidad; es un ser miserable, dominado por el instinto brutal. Y que es licencioso, adúltero, disipado, indiferente, que se burla de los sentimientos y la dignidad de su esposa.

No llores. Todo lo sé, sin necesidad de centuriones que me lo informen. No llores mujer. Mejor aprende a amar a tu esposo ordenadamente. Cuando ames a Dios primero que a tu esposo, dejarás de sufrir.

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–                       No puedo amarlo ya. No lo merece. Lo desprecio. No me envileceré imitándolo. No puedo amarlo. Todo ha acabado entre nosotros. Dejé que se fuera…Sin tratar de detenerlo. En el fondo, es la única vez que le agradezco que se haya ido. No volveré a buscarlo. Al caerse la venda de mi adoración por él, ahora puedo recordar y juzgar sus acciones… Nunca fue mi compañero.

Cuando estaba próxima a dar a luz…  él se burlaba con sus amigos de mis lágrimas. De mis náuseas. Advirtiéndome sólo, que no le fuese a ensuciar el vestido. ¿Acaso estuvo a mi lado, cuando me moría de nostalgia por mi patria y por mi madre? No. Él estaba con sus amigos en banquetes donde mi estado no me permitía ir.

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¿Estuvo alguna vez inclinado sobre la cuna de mi recién nacida? Se echó a reír, cuando le mostraron a su hijita y borbotó: ‘Estoy tentado de tirarla al suelo. No me eche el yugo matrimonial, para tener hijas…’

Cuando Fausta agonizaba, ¿Acaso compartió conmigo mis angustias? La noche que precedió a tu llegada, él se pasó en la casa de Valeriano, en un banquete…

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Pero yo lo amaba. Era mi dios, como lo dijiste. Todo me parecía bueno y justo en él. Me permitía que lo amara… Era la más sumisa esclava de sus caprichos. ¿Sabes por qué me ha rechazado?

–                       Lo sé. Porque en tu cuerpo surgió el alma. Y dejaste de ser hembra para ser la esposa.

–                       Es verdad. Quise hacer de mi hogar, un hogar virtuoso… Y él logró obtener del cónsul que se le mandase a Antioquia y me ordenó que no lo siguiese. Pero se llevó a sus esclavas favoritas…  ¡Oh, no iré detrás de él!  Tengo a mi hija. Tengo todo.

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–                       El Todo es Dios. Tú, que no conocías la Vida Eterna, amabas desordenadamente a tu hijita.  Tu hija no debe ser causa de injusticia para con el Todo. Sino al contrario. Por ella y con ella, tienes el deber de ser virtuosa.

–                       Vine a consolarte y eres Tú el que me consuelas. Vine también a preguntarte cómo educarla, para que sea digna de su Salvador. He pensado en hacerme discípula tuya y que ella también lo sea.

–                       ¿Y tú marido?

–                       ¡Oh! ¡Todo ha acabado entre nosotros!

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–                       No. Todo empieza… Eres siempre su mujer. El deber de una mujer buena, es hacer a su consorte bueno.

–                       Dijo que quiere divorciarse y lo hará.  y por esto…

–                       Y lo hará. Pero todavía no lo ha hecho. Y mientras no lo haga, tú eres su mujer, aún según vuestra ley. Y como tal tienes la obligación de quedarte en tu lugar como esposa. Tu lugar es el segundo después de tu marido, en tu casa. Aunque él haya dado mal ejemplo, tú debes dar el de la virtud. Sé la columna y luz de tu casa.

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Te amará Dios. Te amará tu hija, te amarán tus siervos. Y aun cuando no fueses la esposa, sino la divorciada. Recuerda, (Jesús se pone de pie) que la separación legal no destruye el deber de la mujer, de que sea fiel a su juramento de esposa.

Quieres entrar en nuestra religión. Uno de sus preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo y que nada ni nadie puede separar lo que Dios ha hecho una sola carne. La carne no se separa de la otra, sino por la muerte.

El divorcio es una prostitución legalizada, que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada, difícilmente puede ser viuda fiel de su marido. El hombre divorciado, jamás permanece fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno como el otro, al pasar a otras uniones, descienden del nivel de hombres al de animales, que pueden cambiar de hembra según su apetito.

La fornicación legal peligrosa para la familia y para la patria, es criminal  para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos! Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación. Y los hijos, por el egoísmo de sus padres se ven condenados a una vida afectiva mutilada.

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Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes hijos se ven privados de padre y madre; se añade que uno de los cónyuges vuelva a casarse y con él se quedan los hijos. A la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está, se une otra mutilación: la que se perdió definitivamente por el nuevo amor y por nuevos hijos que nacen de una nueva unión.

¡Pobres hijos! Saborear después de la muerte o la destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o la de una madrastra.  ¡Y la angustia de ver que la caricias se con dividen con otros hijos que no son hermanos! Tú quieres seguirme…

No. En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero y maldito, el pecador que se divorcie civilmente, para contraer nuevo matrimonio. La ley humana no podrá cambiar mi decreto.

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El matrimonio en mi religión no será un contrato civil… Será una unión fuerte, sólida, santamente indisoluble por el poder santificante que le daré, para que se convierta en Sacramento. Será un rito sagrado y este poder o fuerza ayudará a practicar santamente, todos los deberes matrimoniales. Y que se extenderá al alma de los cónyuges.

Y por tanto se convertirá también en un contrato espiritual, que Dios sancionará por medio de sus ministros. Bien sabes que nada es superior a Dios. Por esto lo que Él hubiere y unido; ninguna autoridad, ley o capricho humano, podrá disolver.

En mi rito, porque la muerte no es fin, sino separación temporal del esposo y de la esposa, el deber de amar dura aún después de la muerte. Por esto afirmo que los viudos deberían ser castos. Pero el hombre no sabe serlo. Por esto también afirmo que los cónyuges tienen el deber recíproco de mejorar a su compañero.

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No muevas la cabeza. Esta es la obligación que debe cumplirse, si alguien quiere venir en pos de Mí.

Valeria dice:

–                       Hoy estás severo, Maestro.

–                       No. Soy Maestro y tengo ante mí a una creatura que puede crecer en la vida de la Gracia. Si no fueras lo que eres, te impondría menos. Pero tienes una buena disposición. Y el sufrimiento purifica… Templa siempre el metal. Valeria, un día te acordarás de Mí y me bendecirás, por haberme portado como ahora lo hago.

–                       Mi marido no volverá atrás.

–                       Pero tú irás adelante, llevando de la mano a la inocente y caminarás por el sendero de la justicia sin odio, ni venganzas. Y también sin inútiles esperas o reproches por lo que se perdió.

–                       ¡Sabes que lo tengo perdido!

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–                       Lo sé. Pero no tú. Él te ha perdido a ti… No te merecía. Escucha ahora… Es algo duro. Sí. Me has traído rosas y la inocente sonrisa de tu hijita para consolarme…

–                       Yo… Sólo puedo prepararte a que lleves la corona de espinas, de las esposas abandonadas.

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Pero reflexiona. Si pudiese retroceder el tiempo y llevarte a aquella mañana en que Faustina agonizaba. Y que tu corazón se encontrase en condiciones de escoger entre tu hija o tu marido. Y que debieras perder absolutamente a uno de los dos, ¿A quién habrías escogido?

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Valeria reflexiona. Palidece por lo que sufre. Por las lágrimas que ha derramado. Se inclina sobre la niñita que está sentada en el suelo y que juega poniendo las flores blancas alrededor de los pies de Jesús.

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La toma. La abraza y dice:

–                       Escogería a ésta. Porque a ella puedo darle mi corazón y educarla como he aprendido en la vida. ¡Mi hija! Y no separarnos ni en la otra vida… – la cubre de besos. Luego añade-  Dime. ¡Oh dime, Maestro! ¡Tú que enseñas a vivir como héroes! ¿Cómo debo educarla para que ambas estemos en tu Reino?

Jesús aconseja:

–                       Sé perfecta, para que se refleje tu perfección. Ama a Dios y al prójimo, para que aprenda a amar. Vive en la tierra, con tus cariños en Dios. Ella te imitará. El Padre Celestial proveerá a vuestras necesidades espirituales y creceréis en el amor. Esto es lo que hay que hacer.

En el amor de Dios, encontrarás frenos contra el Mal. En el amor al prójimo, tendrás una ayuda, contra el abatimiento de la soledad. Aprende a perdonar…Y también a ti misma… Y enseña lo mismo a tu hijita. ¿Comprendes lo que quiero decir?…

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–                       Comprendo… Es justo, Maestro. Me voy. Bendice a tu pobre discípula, que es más pobre que la mendiga que tiene un fiel marido…

–                       Hasta pronto, Valeria. Que el Dios Verdadero que buscas con buen corazón, te consuele y te proteja.

Jesús pone la mano sobre la cabeza de la niña y la bendice, al igual que a Valeria. Luego pregunta:

–                       ¿Viniste sola?

–                       No. Con una liberta. Mi carro me espera en el bosque, a la entrada del pueblo.  ¿Nos volveremos a ver Maestro?

–                       Para la Dedicación, estaré en el Templo de Jerusalén.

–                       Iré allá, Maestro. Tengo necesidad de tus palabras en mi nueva vida.

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–                       Vete tranquila. Dios no deja de ayudar a quién lo busca.

–                       Lo creo. ¡Oh, qué triste es nuestro mundo pagano!

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–                       La tristeza está en donde no está La Verdadera Vida en Dios. También en Israel se llora… Y es porque no se vive más en la Ley de Dios. Hasta pronto. La paz sea contigo.

Valeria se inclina y dice algo a la niña.

Ella levanta su carita, le tiende los brazos a Jesús y repite con su vocecita:

–                       ¡Ave Domine Jesús!

Jesús se inclina y recoge el besito que la niña le da. Nuevamente la bendice.

Y Valeria la toma de la mano y se van…

Jesús entra en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo. Pasa el tiempo así y luego alguien llama a la puerta.

Jesús dice:

–                       Entra.

La puerta se abre y entra Pedro.

Jesús dice:

–                       ¿Eres tú? Ven.

Pedro contesta:

–                       No. Tú deberías venir con nosotros. Aquí hace frío… ¡Qué hermosas flores! ¡Y deben valer mucho!

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–                       Sí. Valen. Pero la manera como las ofrecieron, vale más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria. La amiga romana de Claudia.

–                       ¡Lo sé!  ¡Lo sé!  ¿Y para qué?

–                       Para consolarme. Saben lo que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme…

Pedro dice admirado:

–                       ¡Una romana!… ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!… Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando y que sin duda era de alguna mujer romana… Y se puso muy nervioso…

La cara de Pedro es toda una interrogación…

Jesús pregunta:

–                       ¿Dónde está Judas?

–                       Afuera. Quiero decir, en el camino cerca del bosque. Quiere enterarse quién vino a verte…

–                       Bajemos.

Judas está ya en la cocina.

Se vuelve al ver a Jesús y dice:

–                       Aunque quisieras negarlo, no podrás menos e decir que esa mujer vino a… ¡Lamentarse alguna cosa! ¿No tienen algo más que decir? No tienen otra ocupación más que espiar y luego ir a contar… Y…

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Jesús dice:

–                       No estoy obligado a responderte, pero lo haré por consideración a todos. Simón Pedro sabe quién fue. Y a todos voy a decir a qué vino. Aún las personas aparentemente más felices, pueden tener necesidad de consuelo y de consejo… Andrés, ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévaselas al pequeño Leví.

Andrés pregunta:

–                       ¿Por qué?

–                       Porque está agonizando.

Bartolomé dice admirado:

–                       ¿Agonizando? ¡Pero si a la hora de tercia lo vi y estaba sano!

–                       Estaba sano. Dentro de poco habrá muerto.

–                       Si está tan mal, poco gozará de las flores.

–                       Las flores que manda el Maestro, dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado.

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Jesús se sienta.

Los demás hablan de la fragilidad de la vida.

Elisa se pone el manto diciendo:

–                       Yo también voy con Andrés. ¡Pobre, mujer!

Y los dos se van.

Jesús sigue callado. También Judas. Jesús está silencioso, pero no severo…

Judas lo mira una y otra vez; aguijoneado por el ansia de saber. Por la zozobra atormentadora de quién no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se calma. Luego va a molestar a Mateo, que quieto escribe en un rincón de la mesa.

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Andrés regresa corriendo…

Y dice jadeante:

–                       Maestro. El niño en verdad está agonizando. En la casa parecen locos. Cuando Elisa entró y dijo: ¡Las manda el Señor! Yo creía que entenderían que era para el féretro. Pero sus padres, juntos dijeron: ‘¡Oh! Es verdad. Él lo curará.’

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Jesús se levanta diciendo:

–                       La palabra de la   Fe. Vamos.

Y Jesús sale aprisa, seguido por todos los demás. Cuando llega a la casa y entra dando el saludo de la paz, los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies, implorando piedad.

El niño como de cinco años, es víctima de una peritonitis fulminante y su cuerpo ya está pesado, pues la muerte ha entrado en él.

Jesús se acerca al lecho y dice:

–                       Leví. Ven a Mí.

El pequeño parece sacudirse. Algo así, como si alguien lo hubiese llamado con voz fuerte, mientras dormía. Se sienta sin fatiga. Se restriega los ojos y mira atónito a su alrededor y al ver a Jesús que lo mira sonriente, corre sin vacilar hacia Él.

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El milagro convierte la confusión anterior que estaba llena de angustia y en una fiesta de alabanza.

Los padres dicen agradecidos:

–                       ¡Lo salvaste! ¡Bendito seas para siempre! ¡Tus flores!..  Pero, ¿Cómo supiste? ¿Por qué no viniste? ¿Tenías miedo de que no te recibiéramos?

Jesús responde:

–                       No. Sabía que me recibiríais con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres.

Quise también que los demás comprendieran, que Dios responde siempre a quien lo invoca con fe. Quedaos en paz. La paz sea con vosotros.

Cuando regresan a la casa, los apóstoles suspiran.

Por fin Jesús podrá reposar…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA

29.- EL CAZADOR, CAZADO

Marco Aurelio, después de unas horas, se sintió más penosamente mal.

Y estuvo muy enfermo en realidad. La noche llegó y con ella una violenta fiebre. Cuando ésta cedió, no podía dormir y seguía con la mirada a Alexandra a dondequiera que iba. Por momentos caía en una especie de sopor, durante el cual oía lo que sucedía a su alrededor, pero luego se sumergía en febriles delirios.

Y así transcurrieron varios días…

Cuando recuperó la conciencia, despertó y miró alrededor de él. Una lámpara brilla dando su claridad. Todos están calentándose al fuego, pues hace frío y se ve como de sus bocas sale el aliento en forma de vapor. Pedro está sentado, con Alexandra en un escabel a sus pies. Luego Mauro, Lautaro, Isabel y David, un joven de rostro agraciado y cabellos negros y ensortijados… Todos están atentos, escuchando al apóstol que habla en voz baja…

Y también Marco Aurelio concentró su atención tratando de escuchar lo que dice. Entiende que está hablando de la Muerte y Resurrección de Cristo y de las enseñanzas que Jesús les dio  durante cuarenta días, antes de ascender al Cielo.

Marco Aurelio pensó:

–           Sólo viven invocando ese Nombre.

Y cerró los ojos invadido por la fiebre.

Cuando los volvió a abrir, vio la brillantez de la luz de la chimenea, pero ahora no hay nadie. Trozos de leña se consumen y las astillas de pino que acaban de poner, iluminan suavemente a Alexandra sentada cerca de su lecho.

Y al mirarla se conmovió, ella está velando su sueño. Es fácil adivinar su cansancio. Está inmóvil y tiene cerrados los ojos. Él se pregunta si está dormida o solamente absorta en sus pensamientos. Contempló su delicado perfil; sus largas pestañas caídas lánguidamente; sus manos sobre sus rodillas. Y vio que sobre su belleza exterior que es tan extraordinaria, hay otra belleza que irradia desde adentro de su ser y la hace sobrenaturalmente hermosísima

Y aunque le repugna llamarla cristiana, tiene que aceptarla con la religión que ella confiesa. Aún más, comprende que si todos se han retirado a descansar  y solo ella permanece en vela; ella, a quién él ha ofendido tanto, es sólo porque su religión así lo prescribe. Pero ese pensamiento que causa admiración al relacionarlo con la religión de Alexandra, le fue también muy desagradable…

Hubiera preferido que la joven obrara así, tan solo por amor a él.

Alexandra abrió los ojos y vio que él la miraba. Se acercó y le dijo con dulzura:

–           Estoy contigo.

Marco Aurelio murmuró débilmente:

–           Y yo he visto lo que en verdad eres en mis sueños. Gracias. –y volvió a dormirse.

A la mañana siguiente despertó. Débil, pero con la cabeza fresca y sin fiebre.

Bernabé hurgaba en la chimenea apartando la ceniza de los carbones encendidos. Marco Aurelio recordó como este hombre había destrozado a Atlante. Y examinó con atención su enorme  espalda y sus poderosos brazos. Sus piernas sólidas y fuertes como columnas. Y pensó: “¡Gracias a los dioses que no me ha roto el cuello! ¡Por Marte! ¡Si los demás partos son como éste, las legiones romanas no cruzarán sus fronteras!

 Luego dijo en voz alta:

– ¡Hola esclavo!

Bernabé sacó la cabeza de la chimenea y sonriendo con expresión amistosa, le dijo con cordialidad:

–           Que Dios te de buenos días y mejor salud. Pero yo soy un hombre libre y no un esclavo.

Esto le hizo una impresión favorable, pues su orgulloso temperamento le impedía el alternar con un esclavo. Éstos sólo son objetos sin índole humana. Esta respuesta le facilita interrogar a Bernabé acerca del lugar en donde Alexandra había nacido.

–           Entonces ¿Tú no perteneces a Publio?

Bernabé respondió con sencillez:

–           No. Sirvo a Alexandra como serví a su madre. Por mi propia voluntad.

Y se puso a agregar trozos de leña al fuego de la chimenea. Cuando terminó, se irguió y declaró:

–           Entre nosotros no hay esclavos.

–           ¿Dónde está Alexandra?

–           Salió. Y yo voy a hacerte de comer. Ella te estuvo velando toda la noche.

–           ¿Y por qué no la relevaste tú?

–           Porque ella quiso velar a tu lado y mi deber es obedecerla. – Pasó por sus ojos una expresión sombría.-  Si la hubiera desobedecido, tú no estarías vivo ahora.

–           ¿Entonces lamentas el no haberme dado muerte?

–           No. Cristo nos manda no matar.

–           Pero… ¿Y Secundino y Atlante?

–           No pude evitarlo. –murmuró Bernabé.

Y miró con tristeza sus manos. Luego puso una olla sobre la rejilla y se quedó contemplando el fuego, con mirada pensativa. Finalmente declaró:

–           La culpa fue tuya. ¿Por qué levantaste tu mano contra la hija de un rey?

Una oleada de orgullo irritado ruborizó las mejillas de Marco Aurelio, ante el reproche del parto…

Más como se sentía débil, se contuvo. Especialmente porque predomina el deseo de saber más detalles sobre Alexandra. Más aún con la confirmación de su linaje real, pues como la hija de un rey ella puede ocupar en la corte del César una posición igual a las de las mejores y más nobles patricias romanas.

Cuando se calmó, pidió al parto que le contase como era su país.

Bernabé contestó:

–           Vivimos en los bosques, pero poseemos tal extensión de territorio, que no se pueden saber los límites, pues más allá se extiende el desierto…-y siguió describiendo sus ciudades, la familia de Alexandra…

Sus gentes, sus costumbres y como se defendían de los que trataban de invadirlos.

Concluyó diciendo- Nosotros no les tememos a ellos, ni al mismo César romano.

Marco Aurelio respondió con tono severo:

–                      Los dioses han dado a Roma el dominio del mundo.

–           Los dioses son espíritus malignos. –replicó Bernabé con sencillez- Y donde no hay romanos, no hay supremacía de ningún género.

Y se volvió a avivar el fuego de la chimenea revolviendo con un cucharón, la olla donde se cocinaban los alimentos. Cuando estuvo listo, vació en un plato grande y esperó a que se enfriara un poco. Luego dijo:

–           Mauro te aconseja, que aún el brazo sano lo muevas lo menos posible. Alexandra, me ha ordenado que te dé de comer.

¡Alexandra ordenaba! No había ninguna objeción que hacer. Así pues, Marco Aurelio ni siquiera protestó.

Bernabé vació el líquido en un tazón, se sentó junto a la cama y lo llevó a los labios del joven patricio. Y hay tal solicitud y tan afable sonrisa en su semblante, que el tribuno no da crédito a sus ojos. Aquel titán tan terrible que había aniquilado a Atlante y que luego se había vuelto contra él como un tornado ¡Le habría hecho trizas si no hubiera intervenido Alexandra! Ahora es un delicado enfermero, tan solícito como gentil, al tomar el tazón entre sus dedos hercúleos y acercarlo a los labios de Marco Aurelio.

En ese momento apareció Alexandra, vestida con el camisón de dormir y con el cabello suelto.

Marco Aurelio sintió que su corazón se aceleró al verla y la amonestó suavemente por no estar descansando.

Ella dijo con acento afable:

–           Me preparaba para dormir y vine a ver cómo estás. Dame la taza Bernabé. Yo le daré de comer.

Y tomando entre sus manos el recipiente, se sentó a la orilla del lecho, dio de comer al enfermo, que se siente a la vez rendido y gozoso. Cuando ella se inclina hacia él, percibe el tibio calor de la joven y le rozan sus cabellos ondulados y negrísimos. Se siente desfallecer de felicidad. Está pálido por la emoción.

Al principio tan solo la había deseado y ahora siente que la adora con todo su ser. Antes solo prevalecía su egoísmo y ahora reconoce haber sido tan insensible y tan ciego, que empieza a pensar en ella y en lo que ella necesita y desea.

Como un niño obediente se tomó la mitad el contenido del tazón. Y aun cuando la compañía de Alexandra y el contemplarla lo extasían de dicha, le dijo:

–           Basta ya. Vete a descansar, diosa mía.

Ella replicó ruborizada:

–           No me llames de ese modo.  No está bien que me digas así.

Sin embargo lo mira sonriente y le reitera que ya no tiene sueño, ni fatiga. Y lo insta para que termine de comer. Y finalizó diciendo:

–           No me retiraré a descansar hasta que llegue Mauro.

El la escucha encantado y se siente invadido por una gran alegría y una gratitud sin límites. Emocionado le dice:

–           Alexandra… Yo no te había conocido antes. Hasta hoy me doy cuenta que quise alcanzarte con medios reprobables. Así pues ahora te digo: regresa a la casa de Publio y descansa en la seguridad de que en adelante, no habrá ninguna mano que se levante contra ti.

Una nube de tristeza cubrió el rostro de la joven y contestó:

–           Dichosa me sentiría si llegara a verlos aunque fuera de lejos, pero ya no puedo volver a su casa.

Marco Aurelio la miró asombrado y preguntó:

–           ¿Por qué?

Alexandra le contempló por unos segundos, antes de responder:

–           Los cristianos sabemos por Actea lo que sucede en el Palatino. ¿Acaso no sabes que el César, poco después de mi fuga y antes de partir para Nápoles, hizo comparecer a su presencia a Publio y a Fabiola? Y creyendo que me habían secundado los amenazó con su cólera. Por fortuna Publio pudo decirle: ‘Majestad, tú me conoces y sabes que no te mentiría. Nosotros no hemos favorecido su fuga e ignoramos igual que tú, que suerte ha corrido ella.’ Y el césar creyó y enseguida olvidó.  Por consejo de mis superiores, jamás les he escrito comunicándoles donde estoy, a fin de que siempre puedan decir la verdad y que ignoran dónde me encuentro. Acaso tú no comprendes esto, Marco Aurelio; pero has de saber que entre nosotros está prohibida la mentira, aunque para ello debamos arriesgar la vida. Esta es la Religión que da norma hasta a los afectos de nuestro corazón. Y por lo mismo no he visto, ni debo ver a mis padres. Desde que me despedí de ellos, solo de vez en cuando, ecos lejanos les hacen saber que estoy bien y que no me amenaza ningún peligro. – Al decir estas palabras la añoranza la invadió y las lágrimas humedecieron sus ojos. Pero se recuperó rápidamente y añadió- Sé que también ellos languidecen por nuestra separación. Pero nosotros disponemos de un consuelo que los demás no conocen.

Marco Aurelio está anonadado: ¡Actea cristiana!…

Y dice lleno de confusión:

–           Sí, lo sé. Cristo es vuestro consuelo. Más yo no comprendo eso.

–           ¡Mira! Para nosotros no hay separaciones, dolores, ni sufrimiento, que Dios no transforme luego en gozo. La muerte misma que ustedes consideran como el  término de la vida, para nosotros es solo el comienzo de la verdadera Vida. Considera cuán regia es una Religión que nos ordena amar aún hasta a nuestros enemigos.

–           He sido testigo de lo que dices. Pero contéstame: ¿Ahora eres feliz?

–           Lo soy. Amo a Dios sobre todas las cosas. Y todo el que confiesa a Cristo, no puede ser desgraciado.

Marco Aurelio admiró su convicción, pero no alcanza a comprenderla y le dijo:

–           ¿Entonces no quieres volver a la casa de los Quintiliano?

–           Lo anhelo con toda mi alma. Y he de volver algún día si esa es la Voluntad de Dios.

–           Pues entonces yo te digo: ‘Regresa’ Y te juro por mis lares que no alzaré mi mano contra ti.

–           No. Me es imposible exponer al peligro a los que se encuentran cerca de mí. El César no quiere a los Quintiliano. Si yo volviera…y ya ves que rápido se extiende por toda Roma una noticia, mi regreso al hogar haría ruido en la ciudad. Nerón lo sabría, castigaría a Publio y a Fabiola. Por lo menos me arrancaría una segunda vez de su lado.

–           Es verdad. Eso podría suceder. Y lo haría tan solo para demostrar que sus mandatos deben ser obedecidos. –Y cerrando los ojos exclamó- ¡No soportaría saberte otra vez en el Palatino!

Y él sintió como si se abriera ante sí, un abismo sin fondo. Él es un patricio. Un tribuno militar. Un potentado. Pero sobre todos los potentados del mundo al que pertenece, está un loco cuyos caprichos y cuya malignidad, son imposibles de prever…

Solamente los cristianos pueden prescindir absolutamente de Nerón o dejar de temerle, porque son gentes que parecen no pertenecer a este mundo, ya que la misma muerte les parece cosa de poca monta. Todos los demás tienen que temblar en presencia del tirano. Y las miserias de la época en que viven se presentan a los ojos de Marco Aurelio, en toda su monstruosa malignidad. Y pensó que en tales tiempos, solo los cristianos pueden ser felices.

Y sobre todo, aquilató por primera vez la dimensión del daño que le había hecho a ella. Y una honda pena se apoderó de él. Bajo la desalentadora influencia de ese pesar; lleno de impotencia, le dijo:

–           ¿Sabes que eres más feliz que yo? tú estás en medio de la pobreza, viviendo con gentes sencillas, pero tienes tu Religión. Tienes tu Cristo. Pero yo solo te tengo a ti. Y cuando huiste de mi lado, me convertí en una especie de mendigo en medio de mi riqueza.

Ella lo miró atónita y sin saber qué decir.

Marco Aurelio prosiguió:

–                      Tú eres más cara a mi corazón que todo lo que hay en el mundo. Yo te busqué porque no puedo vivir sin ti. Hasta ahora solo me ha sostenido la esperanza de volver a verte. No anhelaba ni placeres, ni fiestas. No podía dormir, ni descansar, ni comer. Y no encontraba alivio para mi dolor. Si no hubiera sido por la esperanza de encontrarte, me hubiera arrojado sobre mi espada.

Alexandra replicó conmovida:

–           No digas eso Marco Aurelio. Ningún ser humano debe idolatrar a otro hasta ese punto.

–           Pero pensé que si moría, ya no te volvería a ver. Te estoy diciendo la verdad pura, cuando te afirmo que no podré vivir sin ti. Hasta ahora solo me ha sostenido la ilusión de volver a verte como ahora lo hago y hundirme en la mirada de esos ojos tuyos bellísimos, que son mi anhelo.

La mira con un amor tan intenso que ella se ruboriza y no le contesta nada.

Él agrega apasionado:

–           ¿Recuerdas nuestras conversaciones en casa de Publio? Un día trazaste un pescado en la arena y entonces yo no sabía su significado. ¿Recuerdas que jugamos a la pelota? Yo te amaba ya más que a mi vida y trataba de decírtelo, cuando Publio nos interrumpió. Y Fabiola al despedirse de Petronio, le dijo que Dios era Uno, Justo y Todopoderoso. Yo no tenía ni la menor idea de que Cristo era su Dios y el tuyo. Yo no conozco a tu Dios. Tú estás sentada cerca de mí y sin embargo, solo piensas en Él…

Marco Aurelio calló, palideció y cerró los ojos, mientras ardientes lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas…

Es apasionado tanto en el amor como en el odio. Y dejó salir sus palabras con sinceridad, desde el fondo mismo de su alma. Puede percibirse al oírlo: la amargura, el dolor, el éxtasis, los anhelos, la adoración. Acumulados y confundidos por tanto tiempo, hasta que se desbordaron en un torrente de ardorosas frases.

Alexandra está sorprendida y su corazón empezó a palpitar con fuerza. Sintió compasión y pena por aquel hombre y sus sufrimientos. Se siente conmovida por la adoración que ha descubierto… ¡Él la ama!… ¡La adora!… Sentirse amada y deificada por aquel hombre que hasta ayer era tan peligroso e indomable y que ahora se le está entregando totalmente, en cuerpo y alma. Rindiéndose como si fuera un esclavo suyo. Esa conciencia de la sumisión de él y del poder que le ha dado a ella, la inundaron de felicidad y regresaron por un momento los sentimientos y los recuerdos de otros días.

Ahora ha vuelto a ser para ella, aquel espléndido Marco Aurelio; hermoso como un dios pagano. El mismo que en la casa de Publio le había hablado de amor y despertado como de un sueño, su corazón virgen al amor de un hombre. Pero es también el mismo de cuyos brazos Bernabé la había arrancado en el banquete del Palatino y rescatado del incendio en que su pasión la envolviera.

Y ahora que se ven pintados en su rostro imperioso, el éxtasis y el dolor. Que yace en aquel lecho, con el rostro pálido y los ojos suplicantes. Herido, quebrantado por el amor, rendido y entregado a ella; se le presentó a Alexandra como el hombre que ella había deseado y amado. Como el hombre grato a su alma, como nunca antes lo fuera. ¡Y de súbito comprendió que ella también lo ama! Y que ese amor la arrastra como un torbellino y la atrae hacia él, como el más poderoso imán.

Y en ese preciso  momento llegó Mauro que viene a ver a su paciente, para revisarlo y seguir atendiéndolo.

Marco Aurelio suspiró derrotado, porque la respuesta de la joven, no alcanzó a llegar.

Alexandra se retiró con el alma llena de ansiedad…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA