Está tan afligido que va hasta encorvado, bajo el peso de una cruz moral que lo aplasta: LA INDIFERENCIA.
Esto, aunado al Abandono del Padre, que en su caso significa que su alma está en tinieblas, pues no solo ha perdido todo soporte espiritual; tampoco tiene ninguna luz o poder sobrenatural.
Es solamente un hombre… El hombre-pecador.
Se arrodilla y apoya los brazos en la roca, con su rostro abatido sobre sus manos y junto al manojo de florecillas blancas que como copos de nieve le acarician la mejilla, mientras ora ardientemente.
Su Divinidad está aniquilada y Él es como cualquier hombre materialista, que ni siquiera percibe lo sublime del espíritu natural en su ser humano.
Su alma, como cualquier pecador impenitente tiene disminuidas sus potencias, excepto dos: La Inteligencia y la Voluntad.
Y esto tiene una consecuencia atroz:
Está tan inerme, en esta lucha tan desigual: porque su mente y su alma están siendo el blanco de los ataques del infernal poder satánico;
Para doblegar su voluntad, quebrantar su espíritu y poder esclavizarlo.
Con magistral y diabólica astucia, Lucifer está esgrimiendo todos los recursos de que dispone,
Y Jesús solo tiene su Voluntad para defenderse de su Mortal Adversario…
Todo esto agregado al peso espiritual y abrumador, de Todos los Pecados del Mundo…
Hacen que el Tercer Asalto sea una batalla más feroz y dolorosa que la anterior…
Jesús está orando ahora de pie, con los brazos abiertos en Cruz.
Después se arrodilla. Con la cara inclinada hacia las florecitas.
Y sigue orando. Calla. Piensa…
Sufre atrozmente y ora sollozando abiertamente…
En este momento, Él sabe lo que significa decir: “Me encuentro solo. Todos me han traicionado. Todos me han abandonado.
Y el Padre, Dios no viene en mi ayuda.”
Su sufrimiento es infinito, porque los apóstoles no lo están ayudando a sostenerlo con su oración.
Su Mortal Enemigo mientras lo destroza a ÉL, a ellos los adormece para que no oren y de esta manera neutraliza cualquier resistencia.
Vuelve arrodillarse para implorar con más fervor…Pero Satanás se burla y prosigue implacable, con una insidia brutal:
– Eres el Redentor de los hombres. ¿Por qué no quieres serlo de tu ángel caído? Era tu Predilecto porque era el más luminoso y Tú eres la Luz. Ahora soy la Tiniebla.
Pero las lágrimas de mi tormento son tan numerosas que han colmado el Infierno de fuego líquido. Deja que yo me redima. Solamente un poco… Que de demonio me convierta en hombre. El hombre sigue siendo tan inferior a los ángeles.
Pero ¡Cuán superior es a mí, demonio!
Haz que me convierta en hombre. Dame una vida de hombre: tribulada, torturada, todo lo angustiada que quieras. Siempre será un paraíso respecto de mi tormento demoníaco y podré vivirla de tal modo, que merezca expiar por milenios y al fin poder llegar de nuevo a la Luz: a Ti.
Deja que yo te sirva a cambio de esto que te pido. No hay arma que venza las mías, ni ejército más numeroso que el mío.
Las riquezas de las que dispongo no tienen medida, porque te haré rey del mundo si aceptas mi ayuda,.. Y todos los ricos serán tus esclavos.
Mira: tus ángeles, los ángeles de tu Padre están ausentes.
Pero los míos están preparados para vestirse con aspecto angélico para hacerte corona y dejar pasmada a la plebe ignorante y malvada.
Jesús prosigue su Oración sin hacer caso de las palabras satánicas…
Y en el sonido de los instrumentos vuelven las voces de las cosas y de las personas. Ya no imploran.
Mandan, imprecan, insultan, maldicen, porque los abandonamos. Todo vuelve para atormentarnos. TODO.
Y el alma turbada lucha cada vez más débilmente.
Cuando vacila como un guerrero desangrado y busca en el Cielo o en la Tierra un apoyo para no sucumbir, entonces Lucifer le deja su hombro.
Tan sólo está él… Se pide auxilio… Tan sólo responde él… Se busca una mirada de piedad… Tan sólo se encuentra la suya…
Y ¡Ay de aquel que crea en su sinceridad!Con la poca energía que sobrevive hay que apartarse de aquel apoyo,
Volver a entrar en la soledad, cerrar los ojos y contemplar el horror de nuestro destino antes que su falso aspecto.
Alzar las manos que tiemblan y apretarlas contra los oídos para obstaculizar la voz que engaña.
Toda arma cae al hacer así. Ya no se es más que una pobre cosa moribunda y sola.
No se logra ya ni tan siquiera orar con la palabra, porque el acre del aliento de Satanás nos obstruye la faringe.
Tan sólo el subconsciente ora. Ora. Ora.
Y agita sus alas en la agonía como el convulso batir de una mariposa traspasada…
Y con cada batido de alas dice:
“Creo, adoro, espero y amo. A pesar de todo creo, a pesar de todo adoro, a pesar de todo espero, te amo a pesar de todo”.
No dice: “Dios”. Ya no osa pronunciar su Nombre.
Se siente demasiado inmundo PORQUE SE HA CONVERTIDO EN PECADO y por la cercanía de Satanás.
Pero ese nombre lo trazan las lágrimas de sangre del corazón sobre las alas angélicas del espíritu, que los hombres llaman subconsciente,
Mientras que en realidad es el superconsciente y en cada batido de alas, ese Nombre resplandece como un rubí tocado por el sol…
Y Dios lo ve y las lágrimas de piedad de Dios circundan con perlas el rubí, las de nuestra sangre que gotea en un llanto heroico.
¡Oh almas que subís hasta Dios con ese Nombre así escrito con rubíes y perlas!…
¡Flores del Paraíso del Redentor!
¡Los amigos!…
Uno, LO HA TRAICIONADO.
La traición es el arma que Lucifer esgrime con una maestría sin igual, porque sabe las consecuencias devastadoras que el alma experimenta cuando clava su afilada y letal estocada…
Y mientras que Jesús espera la muerte que Judas se apresura a traerle.
El Héroe Abatido cree que su Primer Verdugo va a alegrarse con su muerte. ¡Y aun así lo sigue amando y ruega porque se arrepienta y vaya hasta la Cruz!
Los otros duermen… Y aun así les ama.
Habría podido despertarles, huir con ellos a otro sitio lejos y salvar vida y amistad.
Y en cambio tiene que callar y quedarse…
Quedarse significa perder los amigos y la vida. Ser un repudiado y un despojo asqueroso…
Como una vomitada de borracho, que hace todos vuelvan el rostro con asco… Eso es lo que realmente significa.
Las imágenes mentales continúan, porque Satanás sigue implacable:
– ¡El Padre te ha abandonado totalmente! Ya no te ama más. Estás cargado con todos los pecados del mundo y Tú también has sido condenado. Le causas asco. Está ausente y también Él te ha dejado.
El Cielo está cerrado para Ti y ha retirado a todos los ángeles. Ahora no hay ángeles sobre la tierra…
Lucifer está mintiendo, pero Jesús no puede saberlo.
La Oración de la Madre, ha obtenido que el Angel custodio de Jesús no se retire de su lado.
Pero como con cualquier otro hombre, no puede intervenir si no es solicitado…
Y en esta noche en particular, lo único que puede hacer es sostener con sus oraciones, al Héroe Mártir de Getsemaní…
Y Jesús no puede verlo, porque la Luz le ha sido retirada…
Cómo el ataque mental es unilateral y no hay defensa por parte del agraviado…
Sólo es posible una respuesta….
Jesús redobla sus plegarias de alabanza y adoración…
Tratando de ignorar la presencia de Satanás…
Pero Lucifer aumenta su crueldad:
– Ahora estás solo… ¡Completa y absolutamente solo!
El Altísimo te ha entregado al ludibrio de una plebe feroz y no te ha concedido ni siquiera, su consolación divina.
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! –Lanza una carcajada escalofriante- ¡Vas a estar Tú Solo! ¡Solo y solo! Yo voy a estar cerca de Ti y me voy a encargar de destruirte.
La plegaria que siempre había sido para Él una caricia de su Padre, voz que llegaba hasta Él y a la que respondía con amor y con palabras paternales…
Ahora está muerta y es inútil enviarla, a un Cielo que le ha cerrado sus puertas…
Es entonces cuando prueba toda la amargura del Cáliz:
El sabor de la desesperación.
Esto es lo que pretende Satanás: Llevarlo a la desesperación, para convertirlo en su esclavo.
Jesús se abate y llora postrado sobre la hierba…
El Abandono del Padre…
¡Es el asfixia del alma!
Es el ser sepultado vivo en esta cárcel que es el Mundo; cuando no se puede sentir que entre nosotros y Dios, haya ningún lazo de unión.
Es como estar encadenados. Es sentirse amordazado, lapidado por nuestras propias oraciones que caen sobre nosotros como cuajadas de agudas puntas y llenas de fuego.
Es chocar de plano contra un Cielo cerrado en que no penetran ni voz, ni mirada de nuestra angustia.
Aherrojados. Es lo mismo que ser ‘Huérfanos de Dios’
Es la locura, la agonía, la duda de haber sido objeto de un colosal engaño…
Y es entonces que prueba toda la amargura del Cáliz: el sabor de la desesperación.
Lucifer continúa atormentándolo más encarnizado todavía:
– ¿Ya es tarde? No, no es demasiado tarde. ¿Qué ya vienen los hombres armados? No importa. Sé que te preparas para ser manso.
Te equivocas. Una vez te enseñé a triunfar en la vida. No has querido escucharme y ahora ves que estás vencido… Ahora escúchame. Hoy que te enseño a triunfar sobre la muerte.
Jesús quiere vencer la desesperación y a Satanás, que es su origen y es cuando empieza a sudar sangre…
Su sufrimiento y su abatimiento son tan intensos, que se convierten en una agonía en aumento, hasta llegar el momento en que suda sangre,
Por el tremendo esfuerzo que hace para vencerse a sí mismo y resistir el peso que se le ha impuesto…
Con un brillo mortal en sus diabólicos ojos, el Arcángel Caído se ha dado cuenta de esta decisión y hace una mueca de Odio Homicida…
Pero sonríe malignamente y cambia la estrategia…
Entonces se burla de Jesús:
– ¿No sabes decir palabras de mando? Yo te las sugeriré, estoy aquí para esto.
Brama y amenaza. Escúchame. Di palabras de mentira.
Pero triunfa. Di palabras de maldición. Di que te las sugiere el Padre.
¿Quieres que simule la voz del Eterno? Lo haré. Lo puedo hacer todo. Soy el rey del mundo y del Infierno.
Tú eres sólo el Rey del Cielo. Por eso yo soy más grande que Tu. Pero todo lo pongo a tus pies si Tú lo quieres.
¿La Voluntad de tu Padre? ¿Pero cómo puedes pensar que Él quiera la muerte de su Hijo?
¿Piensas que pueda forjarse ilusiones sobre su utilidad? Tú ofendes a la Inteligencia de Dios.
Ya has redimido a los que pueden redimirse con tu santa Palabra. No hace falta más.
Cree que quien no cambia por la Palabra, no cambia por tu Sacrificio.
Cree que el Padre te ha querido probar… Pero le basta tu obediencia. No quiere más.
¡Le servirás mucho más viviendo! Puedes recorrer el mundo. Evangelizar. Curar. Elevar.
¡Oh feliz destino! ¡La Tierra habitada por Dios! Esta es la verdadera redención.
Rehacer de la Tierra el Paraíso terrestre en el que el hombre vuelve a vivir en santa amistad con Dios y oiga su voz y vea su semblante.
Un destino aún más feliz que el de los Primeros. Porque te verían a Ti:
Verdadero Dios, Verdadero Hombre.
¡La Muerte! ¡Tu Muerte! ¡El tormento de tu Madre! ¡La mofa del mundo! ¿Por qué? ¿Quieres ser fiel a Dios? ¿Por qué? ¿Él te es fiel? No.
¿Dónde están sus ángeles? ¿Dónde su sonrisa? ¿Qué es lo que tienes ahora por alma?…
Un andrajo desgarrado, debilitado, abandonado.
Decídete… Dime: ‘Sí’.
Jesús lo trata como si no estuviera.
Ora de nuevo, en pie con los brazos en cruz…
Después, de rodillas como antes, curvado el rostro sobre las florecillas. Piensa. Calla…
Es la tercera Hora de su Batalla…
Es la locura, Es la desesperación, Es la agonía, Es la muerte…
Enseguida gime y solloza tan fuertemente…
Tan abatido sobre los calcañares, que está casi prosternado.
Llama al Padre, cada vez con más congoja…
– ¡Oh! ¡Es demasiado amargo este cáliz!… ¡No puedo!… ¡No puedo!… Está por encima de lo que Yo puedo.
¡Todo lo he podido! Pero no esto… ¡Aléjalo, Padre, de tu Hijo! ¡Piedad de mí!… ¿Qué he hecho para merecerlo?…
Satanás prosigue implacable:
– ¿Oyes? Los sicarios salen del Templo… Decídete. Líbrate. Sé digno de tu Naturaleza.
Eres un sacrílego porque permites que manos asquerosas de sangre y libídine te toquen: Santo de los santos…
Eres el primer sacrílego del mundo. Dejas la Palabra de Dios en las manos de los puercos, en la boca de los puercos…
Decídete. Sabes que te espera la muerte. Yo te ofrezco la vida, la alegría. Te devuelvo a tu Madre. ¡
Pobre Madre! ¡Tan sólo te tiene a Ti! Mírala como agoniza…
Y Tú te preparas para hacerla agonizar aún más. ¿Pero qué clase de hijo eres?
¿Qué respeto tienes a la Ley? Tú no respetas a Dios.
No respetas a la que te ha generado. Tu Madre… Tu Madre… Tu Madre…”.
Y las imágenes mentales continúan…
Jesús aspira profundamente… y LEVANTA SU CABEZA…
Jesús vence a la Desesperación… La vence solo con sus fuerzas humanas, porque quiere vencerla.
Solamente con sus fuerzas de Hombre, porque en estos momentos, no es más que el hombre. No es más que un hombre solo, a quién Dios no ayuda más…
Cuando Dios ayuda es fácil soportar aún al Mundo, como si fuera un juego de niños… Pero cuando no, aún el peso de una flor produce cansancio.
Jesús ahora llora con movimientos y suspiros de un agonizante. Levanta su rostro y es una máscara de sangre…
Se incorpora un poco y alzando su mano derecha, grita:
– ¡Nada!… ¡Nada!… ¡Fuera!… ¡Lárgate Satanás!… ¡La Voluntad del Padre!… ¡Esa!… ¡Esa sola!…
¡Tu Voluntad, Padre! La tuya, no la mía… ¡Inútil! No tengo más que un Señor, el Dios Altísimo y Santísimo.
Una Ley: la Obediencia. Un Amor: la Redención.
No. No tengo más Madre. No tengo más vida. No tengo más divinidad. No tengo más Misión.
¡Inútilmente me tientas! ¡Oh, Demonio! Con mi Madre, con la Vida, con mi Divinidad, con mi Misión.
Tengo por madre a la Humanidad y la amo hasta morir por ella.
La vida la devuelvo a quién me la dio y me la pide: el Supremo Dueño de todo ser viviente.
Afirmo la Divinidad al ser capaz de esta expiación.
La Misión la realizo con mi Muerte. No tengo más, fuera de hacer la Voluntad del Señor mi Dios.
¡Lárgate Satanás! ¡Retrocede, Satanás! Yo soy de Dios.
Después, con su respiración entrecortada, no pronuncia más que: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Lo llama con cada latido de su corazón. Y parece que con cada latido brotara la sangre.
Los vestidos en la espalda la absorben y se oscurecen.
La tela, estirada sobre los hombros, se embebe de sangre y adquiere de nuevo un tono oscuro, a pesar del intenso resplandor de la luna llena que todo lo envuelve.
Y después de esta Oración, la marea de todo el Dolor del mundo se vuelca sobre Él. Lo prensa. Lo aplasta. Lo abate.
Materialmente es una piltrafa de hombre.
Una pobre cosa inclinada sobre el suelo, con el rostro contra la tierra, sobre la hierba fresca, única piedad sobre su fiebre de agonizante.
Espiritualmente es un alma torturada. Un pensamiento aterrorizado. Un corazón aplastado por el Abandono del Padre, por su rigor.
Por el conocimiento de la tortura que lo espera… Por el sufrimiento de verse befado, odiado, calumniado.
Rodeado de curiosidad malsana que no se convertirá en bien, sino en mal.
Padeciendo las mentiras de los hipócritas fariseos que lo llaman Maestro y que le hacen preguntas,
NO porque acepten sus inteligencia; sino para tenderle trampas.
Las de los que han sido curados y se convertirán en enemigos suyos en la sala del Sanedrín, en el Pretorio…
Las de Judas, que culminarán cuando en un beso de amistad, lo señalará a los soldados.
Las de Pedro, que mentirá por temor humano. ¡Cuántas mentiras que le hieren a Él, que es la Verdad!
Sufrimiento supremo al pensar que ante el valor infinito de su sacrificio; Sacrificio de un Dios, muy pocos se salvarán.
Todos los que en el correr de los siglos, preferirán la muerte a la Vida Eterna. Y que de este modo convierten su Sacrificio en algo estéril.
También a éstos los tiene presentes. Y a sabiendas de ello, se dirige hacia la muerte…
Pasan algunos minutos indescriptibles…
Luego, cobrando nuevas fuerzas, dice:
– Pero, Padre mío, no escuches mi voz si pide algo contrario a tu voluntad.
No recuerdes que soy Hijo tuyo, sino sólo servidor tuyo.
Lo dije la primera y la segunda vez. Vuelvo a decirlo la tercera:
“Padre, si es posible pase de mí este cáliz. Pero, hágase tu voluntad, no la mía”.
¡Largode aquí Satanás! Yo soy de Dios…
Jesús el Vencedor acaba de vencer, la extrema tentación del Tentador.
Y el Corazón se ha quebrado con el esfuerzo. El sudor se ha convertido de gotitas, en regueros de sangre. Pero, el Héroe Supremo se ha convertido en el Vencedor…
Jesús ha vencido a la Muerte. Él y sólo ÉL. No Satanás.
LA MUERTE SE VENCE, ACEPTANDO LA MUERTE.
Después de unos minutos que parecen una eternidad…
Jesús se agita como presa de un súbito malestar. Vuelve a quitarse el manto, se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos.
El sudor continúa. Cada poro tiene su gota que se forma, crece y cae. Se oprime una y otra vez con más fuerza, el manto sobre la cara y al quitárselo, aparecen en él claramente las huellas frescas que parecen de color negro.
La hierba del suelo, está enrojecida de sangre.
Jesús da la impresión de que está próximo a desmayarse.
Se afloja la cinta de su vestido, como si sintiera ahogarse. Se lleva la mano al corazón, después al cuello.
Se da aire con ella, teniendo la boca abierta.
Se ha sentado sobre el peñasco dejándose caer sobre la espalda;
con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y la cabeza inclinada sobre el pecho, como si estuviese ya muerto…
No se mueve para nada.
Permanece así durante un largo rato. Luego emite un grito ahogado y levanta la cara: Es un rostro desencajado.
Un instante sólo. Luego se derrumba rostro en tierra y se queda así.
Un deshecho de hombre sobre el que pesa todo el pecado del mundo;
sobre el que se abate toda la Justicia del Padre; sobre el que descienden las Tinieblas, la ceniza, la hiel…
Esa tremenda, TREMENDA, tremendísima cosa que es el Abandono de Dios mientras Satanás nos tortura…
Es estar “huérfanos de Dios”.
Es la locura, la agonía… Es la persuasión de ser rechazados por Dios…De estar condenados. ¡Es el Infierno!…
Las víctimas propiciatorias lo conocen.
Y no soportan ver los mismos espasmos en Cristo, sabiendo que es un millón de veces más atroz que el que las ha consumido a ellas y que con solo el recordarlo, los perturba profundamente.
Para vencer la Desesperación y a Satanás que es su origen. Para servir a Dios y darnos a nosotros la Vida Jesús debe saborear al Muerte.
No la muerte física que le espera al ser crucificado, sino la Muerte Total.
Muerte Consciente, del luchador que cae… Después de haber triunfado con un corazón destrozado,
Con una Sangre que se pierde por la herida de un esfuerzo superior a las fuerzas humanas, para ser fiel a la Voluntad de Dios…
Jesús está siendo oprimido por un trauma psíquico, superior a sus fuerzas humanas.
Su agonía ha ido en aumento, hasta llegar el momento de sudar sangre: por el esfuerzo que debe hacer para vencerse y resistir el peso que sobre Él ha sido impuesto.
Es el Hijo del Dios Altísimo, pero también es el Hijo del Hombre.
Su Palabra y sus obras dan Fe de su Divinidad.
Las necesidades materiales, las pasiones, los sufrimientos que padeció en Sí Mismo; dan testimonio de su Humanidad.
La Tercera Hora de su Agonía
FUE LA LOCURA, FUE LA DESESPERACIÓN, FUE LA AGONÍA.
FUE LA MUERTE.
LA MUERTE DE SU ALMA
No resucitó solamente su Cuerpo. También su alma ha tenido que resucitar. Porque conoció la Muerte.
Porque, ¿Qué es la muerte del espíritu?: La separación eterna de Dios.
Y Él está ahora separado de Dios. Su espíritu ha muerto. Es la verdadera Hora de Eternidad que concede a sus predilectos.
Nosotros conocemos la muerte del espíritu, sin haberla merecido; para comprender el horror de la Condenación, que es el Tormento de los pecadores impenitentes.
La conocemos para poder salvarles, Él la sufrió primero…
El corazón se rompe, Él lo sufrió primero…
La razón vacila y la desesperación muerde… Él lo sufrió, porque nos ama…
Es el horror infernal, estamos a la merced del Demonio porque estamos separados de Dios.
Dura así un largo rato. Entonces, una gran luz esplendorosa se forma sobre su cabeza, suspendida a la altura de un metro sobre Él aproximadamente.
Un resplandor tan fuerte, que incluso el Postrado lo ve filtrarse entre sus cabellos ondulados y densos, tras el velo que la sangre pone en sus ojos.
Levanta la cabeza…
Resplandece la Luna sobre esta pobre faz y aún más resplandece la luz angélica, semejante a la diamantina blanco-azul de la estrella Venus.
La luz lunar y angelical fundidas, iluminan y muestran un rostro rojo por la sangre.
Las plegarias de María, le han obtenido la presencia de un ángel en el Getsemaní.
Dios ha concedido esa gota de consuelo, para que no sobrevenga la muerte antes de que la Misión haya sido completada.
El ángel le ofrece un cáliz celestial.
Jesús levanta sus brazos y lo toma entre sus manos…
Y aparece toda la tremenda agonía en la sangre que rezuma a través de los poros:
Gotas de sangre caen de las manos…Todo su cuerpo está empapado de sangre.
Y cuando tiende las manos para tomar el cáliz y beberlo, las mangas anchas se deslizan hacia los codos y se ve claramente como los antebrazos de Jesús, sudan sangre.
En la cara, tan solo brillan dos surcos de tez palidísima, formados por las lágrimas que corren sobre la roja faz, que parece una máscara de sangre.
Jesús bebe despacio, mientras el ángel que lo acompaña en su dolor, lo conforta en su espíritu abatido…
Y le habla de la esperanza de todos los que se salvarán por medio de su sacrificio.
Y como un bálsamo para su agonía; le va enumerando todos los nombres que están escritos en el Cielo,
De aquellos que le amarán con un amor total, hasta compartir con Él, todas sus torturas.
Aquellos que se enfrentarán también a Satanás y lo vencerán gracias a Él. Tal y como Él acaba de hacerlo.
¡Jesús! ¡Jesús el Salvador! ¡Jesús, el Héroe Divino!
Acaba de obtener para los cristianos el poder enfrentar y vencer a la muerte, en todas sus múltiples torturas, con el Don de la Inmunidad al Dolor, que originalmente poseyera Adán.
En el Calvario será culminada la Magna Obra de la Redención.
¡Ya venció a Satanás!
Ahora debe vencer a la Muerte…
Jesús bebe hasta el fondo y devuelve el cáliz al ángel.
Una sonrisa dolorosa ilumina su faz ensangrentada.
María será la abogada de sus víctimas.
Ella hará que la Misericordia de Jesús obtenga de la Justicia del Padre, la piedad para sus creaturas;
Que junto con Él serán hermanos en el Amor de Coparticipación.
Más dulce que un vino saturado con miel, ellas están en el cáliz que el ángel le ha ofrecido para mitigar la amargura del cáliz paterno.
Para fortalecer su Humanidad desfallecida, en una cruel agonía:
¡Los nombres de los redimidos que creerán…!
Cada uno de ellos han sido como una inyección en sus venas, que le ha dado fuerzas.
Cada uno de esos nombres será luz, vigor, en medio de las tinieblas que ya lo envuelven y durante las horas dolorosísimas… que ya han llegado.
Para no mostrar el dolor que soportará como Hombre. Para no desesperar y no decir que Dios es muy severo e injusto con su Víctima, Jesús se repetirá estos nombres…
En la cara sólo las lágrimas forman dos líneas nítidas sobre la máscara roja.
Se quita otra vez el manto y se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. Pero el sudor continúa.
Él presiona varias veces la tela contra la cara y la mantiene apretada con las manos y cada vez que cambia el sitio aparecen nítidamente en la tela de color rojo oscuro las señales; las cuales estando húmedas, parecen negras.
La hierba del suelo está roja de sangre.
Jesús parece próximo al desfallecimiento. Se lleva la mano al corazón y luego a la cabeza y la agita delante de la cara como para darse aire, manteniendo entreabierta la boca. Arrastrándose se pega a la roca y apoya la espalda contra la piedra, de tal forma que parece como si estuviera ya muerto.
Los brazos le cuelgan paralelos al cuerpo y la cabeza contra el pecho. Ya no se mueve.
La luz angelical se desvanece poco a poco como si fuera absorbida por la luz de la luna que se filtra entre las hojas del olivo, iluminando al Héroe caído, que no se mueve para nada
Después de un rato, Jesús abre sus ojos de nuevo. Con esfuerzo levanta la cabeza. Con mucha fatiga alza el cuerpo.
Mira a su alrededor. Está solo, pero menos angustiado.
Alarga una mano y tomando su manto que había dejado abandonado en la hierba, vuelve a secarse el sudor de su terrible baño de sangre.
Se seca la cara, la barba, los cabellos…
Toma una hoja larga y ancha, empapada de rocío y con ella termina de limpiarse mojándose la cara y las manos y luego secándose de nuevo todo.
Y repite lo mismo con otras hojas, hasta que borra las huellas de su tremendo sudor.
Sólo la túnica, especialmente en los hombros y en los pliegues de los codos, en el cuello y la cintura, en las rodillas, está manchada…
La mira y menea la cabeza. Mira también el manto y lo ve demasiado manchado. Lo dobla y lo pone encima de la piedra, junto a las florecillas
Por su extrema debilidad, con mucho esfuerzo se vuelve y se pone de rodillas.
Ora apoyando la cabeza en las manos que están sobre el manto. Luego eleva su rostro…
Su cara está palidísima, pero ya no tiene expresión turbada. Es una faz llena de majestad y de hermosura divina, a pesar de aparecer más exangüe y triste que nunca.
Luego, apoyándose sobre la roca se levanta y todavía tambaleándose ligeramente, con paso vacilante va hacia donde están los apóstoles…
Los tres duermen profundamente, arropados en sus mantos, junto a la hoguera apagada.
Se les oye respirar profundamente e incluso con un sonoro ronquido.
Jesús los llama…
Es inútil. Debe agacharse y dar un buen zarandeo a Pedro.
El apóstol desenvuelve su manto verde oscuro, se asusta y pregunta:
– ¿Qué sucede? ¿Quién viene a arrestarme?
Jesús dice suavemente:
– Nadie. Te llamo Yo.
Pedro pregunta aturdido:
– ¿Es ya por la mañana?
– No. Ha terminado… Es casi la segunda vigilia.
Pedro está todo entumecido.
Jesús da unos meneos a Juan, que emite un grito de terror al ver inclinado hacia él, un rostro que de tan marmóreo como se ve, parece el de un fantasma.
Juan exclama asustado:
– ¡Oh… me pareces un muerto!
Luego se acerca a Santiago, lo mueve…
Y el apóstol, creyendo que lo llama su hermano, dice:
Jesús responde:
– Todavía no, Santiago… Pero, levantaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca.
Los tres todavía pasmados, se levantan. Miran a su alrededor…
Olivos, luna, ruiseñores, leve viento, paz… Nada más.
Pero siguen a Jesús sin hablar.
Llegan a donde están los otros ocho, igualmente dormidos alrededor del fuego ya apagado.
Jesús dice con voz potente:
– ¡Levantaos! ¡Mientras viene Satanás, mostrad al insomne y a sus hijos, que los hijos de Dios no duermen!
Todos dicen al mismo tiempo:
– ¡Sí, Maestro!
– ¡Dónde está, Maestro?
– Jesús, yo…
– ¿Pero ¿qué ha sucedido?
Y entre preguntas y respuestas enredadas, se ponen los mantos…
En el preciso momento en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas,
Que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas.