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55.- EL EDICTO

00roma-imperialLa liberalidad del César  y los auxilios que ha distribuido entre el populacho, no fueron suficientes para contener la indignación de los romanos.

Solo están contentos los ladrones, criminales y facinerosos sin hogar, que comen, beben y roban a su placer.

Pero las personas que han perdido sus propiedades y sus seres queridos, no pueden ser ganadas mediante la apertura de jardines, las dádivas y la promesa de juegos.

La catástrofe ha sido demasiado grande y no tiene paralelo en el mundo.

Otros, en cuyo corazón está latente el amor patrio por su ciudad y su orgullo por el imperio, se rebelan ante la noticia de que Roma va a desaparecer junto con las cenizas de la ciudad, porque el César piensa crear una nueva capital llamada Nerópolis.

Y este rumor hace crecer una corriente de odio entre las adulaciones de los augustanos y las calumnias de Tigelino.

Nerón, más sensible que ninguno de sus predecesores al favor del público, está alarmado ante la posibilidad de que entre la mortal lucha que se ha iniciado con los patricios en el Senado, pueda llegar el momento de que le falte el apoyo popular.

senado0

También los augustanos están alarmados porque en cualquier momento puede llegar para ellos la hora de la destrucción…

Tigelino quiere traer las legiones que Vespasiano tiene en el Asia Menor.

Haloto, que siempre está riendo, ha perdido su buen humor.

Y Vitelio que siempre está comiendo, el apetito.

Otros toman consejo entre sí, sobre la mejor manera de evitar el peligro, porque todos saben que si el César se ve envuelto en la vorágine de una rebelión, no escapará ninguno de los augustanos, a excepción quizá de Petronio.

Pues es a la influencia de ellos y a sus iniciativas; que se atribuyen las locuras de Nerón y todos los crímenes que comete.

De ahí que el odio hacia los augustanos, sea igual que el que sienten por su emperador.

Es por eso que algunos intentan evadir las responsabilidades que los puedan inculpar en el incendio de la ciudad.

Más comprenden que para librarse de ellas, también es necesario alejar del César toda sospecha, pues de otra manera nadie creerá que no fueron ellos los causantes de la catástrofe.

tigelino

Tigelino consultó el asunto con Haloto, que es aún más cruel que él y hasta con Séneca, a quién odia casi tanto como a Petronio.

Popea, totalmente convencida de que en la ruina de Nerón está incluida su propia sentencia, pide el dictamen de sus confidentes y de los rabinos hebreos, pues desde hace varios años, es prosélito de la doctrina de Jehová.

Nerón por su parte, fluctúa entre varios sentimientos: tiembla de miedo o hace berrinches, pero sobretodo se queja continuamente.

En un área del Palatino que ha escapado a la destrucción Incendio, están todos reunidos y enfrascados en una larga discusión.

Petronio declara:

–           Creo que será preferible abandonar este foco de inquietudes y hacer el viaje a Acaya que ha sido proyectado desde hace tiempo. ¿Para qué aplazarlo más, cuando en Roma solo hay tristezas y peligros?

Nerón exclama con entusiasmo:

–           ¡Por Zeus! Es lo más sensato que he oído esta mañana.

Pero Séneca, después de meditar unos instantes, dijo:

–           La partida será fácil. Pero no lo será tanto el regreso.

Petronio replica:

–           ¡Por Marte! Podemos volver a la cabeza de las legiones de Vespasiano.

0vespasiano

El emperador confirma:

–           ¡Eso es! ¡Eso haremos!

Tigelino sabe que la idea de Petronio es la más indicada; pero como a  él no se le ocurre nada; está decidido a evitar que Petronio sea por segunda vez, el único capaz de salvarlos y de conjurar todo peligro en los momentos difíciles.

Y por eso dijo al César:

–           ¡Escúchame divinidad! ¡Ese consejo es destructor! Antes de que tú llegues a Ostia estallará una guerra civil y si eso sucede; hay el peligro de que alguno de los sobrevivientes del divino Augusto, se declare César. Y ¿Qué haremos nosotros si las legiones le siguen?

Nerón contestó tajante:

–           Pensaremos entonces en la manera de que NO haya descendientes de Augusto. No quedan muchos en la actualidad. Por lo tanto, será fácil librarnos de ellos.

–           Lo malo es que no se trata solo de ellos. Ayer mismo algunos de mis soldados oyeron decir a la plebe que un hombre como Trhaseas, debiera de ser el César.

Nerón se mordió los labios.

Trhaseas se estremeció, pero guardó silencio.

El emperador, después de un momento, alzó la vista y dijo:

–           ¡Insaciables ingratos! Tienen trigo en abundancia y fuego para cocer su pan. ¡Qué más quieren!

TIGELINO

Haloto exclamó:

–           ¡Venganza!

Hubo un profundo silencio y cada quién se sumergió en sus propios pensamientos.

Enseguida el César se levantó, extendió la mano y dijo declamando:

–           ¡Los corazones piden venganza y la venganza exige una víctima!

Pasaron unos segundos en los que resonó en el aire esta sentencia.

Y luego Nerón, con el rostro lleno de alegría, exclamó:

–           Dadme una tablilla y el stylus, para escribir este gran pensamiento. Marcial jamás hubiera concebido algo tan sublime. ¡Habéis notado cómo me llegó tan espontáneamente!

Un coro de voces exclamó al unísono:

–           ¡Oh! ¡Incomparable! ¡Excelso!

Nerón escribió el pensamiento y dijo:

–           Sí. La venganza pide una víctima. -Y mirando a os que lo rodeaban agregó- ¿Y si corremos la voz de que Haloto ordenó el incendio de la ciudad y luego lo entregamos a la cólera del pueblo?

Haloto exclamó aterrorizado:

–           ¡Oh, divinidad! ¿Quién soy yo?

–           Cierto. Requerimos una persona más importante. ¿Qué tal Vitelio?

Vitelio palideció, pero se dominó.

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Embromándose a sí mismo, contestó riendo:

–           Mi gordura podría renovar el incendio.

Pero Nerón tenía otra cosa en la mente. Necesita la víctima que pueda saciar la cólera del pueblo…

Y la encontró:

–           Tigelino. ¡Tú fuiste quién incendió a Roma!

Todos los presentes se estremecieron. Comprendieron que el César hablaba en serio y quedaron pasmados y expectantes.

El semblante de Tigelino se contrajo de tal forma, que su boca pareció la de un perro rabioso a punto de morder.

Y dijo como un rugido:

–           ¡Yo puse fuego a Roma, por orden tuya!

Y aquellos dos hombres se miraron uno al otro, como dos demonios acusadores y agresivos al máximo.

Siguió tal silencio que se puede escuchar el zumbido de una mosca.

Nerón interrogó suavemente:

–           Tigelino. ¿Me eres fiel?

–           Tú lo sabes señor.

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–           Sacrifícate entonces por mí.

Tigelino contestó mordaz:

–           ¡Oh, divino César! ¿Por qué presentarme el dulce cáliz que sabes que no he de llevar a mis labios? El pueblo murmura y se levanta ¿Acaso quieres que también se levanten los pretorianos?

Todos los que oyeron estas palabras se quedaron petrificados.

Tigelino es el Prefecto de los pretorianos y la amenaza fue tan clara como impactante.

Nerón lo comprendió en toda su magnitud y palideció completamente.

En ese mismo instante, entró Epafrodito el liberto del César, anunciando que la divina Augusta, deseaba ver a Tigelino.

Que había en sus aposentos unas personas a quienes era indispensable que el Prefecto oyera.

tigelino

Tigelino hizo una reverencia a César y salió con rostro sereno y desdeñoso.

Ahora, cuando se había intentado darle el golpe, se volvió como una fiera acorralada y mostró los dientes.

Había hecho comprender a todos, incluyendo a Nerón, quién era.

Y sabiendo lo cobarde que es el emperador, está seguro de que el amo del mundo jamás volverá a atreverse a levantar su mano contra él.

Nerón permaneció silencioso en su asiento por largos minutos.

Y al ver que los demás esperaban una respuesta, dijo:

–           He estado alimentando una serpiente en mi seno.

Petronio se encogió de hombros dando a entender que no es difícil arrancar la cabeza de una serpiente semejante.

Nerón lo miró y le dijo:

–           ¿Qué opinas tú? ¡Habla! ¡Aconséjame! Sólo en ti confío porque tienes más juicio que todos los que me rodean y sé que me amas.

000petronio-2

Petronio estuvo a punto de decirle:

‘Hazme Prefecto de los Pretorianos. Entregaré al pueblo a Tigelino y pacificaré en un día a la ciudad.’

 PERO NO LO DIJO.

Y en ese momento se escribió la historia…

Que marcó los acontecimientos que ya habían sido decretados por el destino.

Prevaleció en él su prudencia. Ser Prefecto representa llevar sobre sus hombros la persona del César y responsabilizarse de un considerable número de administraciones públicas. Entre ellas, la estabilidad del imperio con la comandancia de las legiones.

¡Y no está dispuesto a echarse encima esa labor! Pues ello significa arriesgarlo todo y equilibrar aún más, para gobernar a través del impulsivo y demente emperador; a un imperio que ahora está más inestable que nunca.

Y por eso se limitó a contestar:

–           Te aconsejo el viaje a Acaya.

Nerón no ocultó su desilusión:

–           ¡Ah! Yo esperaba más de ti. El Senado me aborrece. Si nos vamos, ¿Quién me asegura que no se sublevará y nombrará César a otro? El pueblo me ha sido leal hasta ahora, pero hoy estará de parte del Senado. ¡Por las parcas! ¡Ah, si ese senado y ese pueblo, tuviesen solo una cabeza!

Petronio replicó con una sonrisa:

–           Permíteme hacerte una observación divinidad: que si deseas salvar a Roma, es necesario salvar siquiera a algunos romanos.

neron

–           ¿Y qué me importan a mí Roma y los romanos? Me tendrían que obedecer desde Acaya. Estoy completamente solo. Todos me abandonan y hasta ustedes mismos ya se están preparando para traicionarme.

¡Yo lo sé! –Dijo Nerón con acento quejumbroso- ¡Lo sé! ¡Lo que dirán de vosotros las edades futuras, si abandonáis a un artista como yo!

Y aquí se dio un golpe en la frente exclamando:

–            ¡Claro! En medio de todos estos problemas, casi me olvido de quién soy…

Y volviéndose con el rostro iluminado por la inspiración, dijo a Petronio:

–           Petronio, el pueblo murmura y se alza. Pero si yo llevara mi laúd y me dirigiera al Campo de Marte. Si les entonara el canto que me oísteis durante el incendio ¿No crees que los conmovería, como Orfeo conmovió a las fieras?

neron

Amino Rebio se impacientó y declaró:

–           Sin duda alguna César. En caso de que te permitan empezar… – Las palabras resuenan tajantes, porque lo único que desea es regresar para divertirse con los esclavos que ha traído de Anzio.

Entonces Nerón exclamó enojado:

–           ¡Vámonos a Grecia!

Pero en ese momento entró Popea, seguida por Tigelino.

Todas las miradas se posaron en éste último, porque jamás un triunfador había ascendido las gradas del Capitolio, con más arrogancia que el Prefecto de los Pretorianos al presentarse de nuevo ante el César.

Empezó a hablar lenta y enfáticamente con un tono mordaz:

–           ¡Necesitábamos una víctima y ya la tenemos! ¡Los dioses cuidan de nosotros!

Nerón lo conoce demasiado bien.

Lo mira con suspicacia y pregunta:

–           ¿Qué estás tratando de decir?

–           ¡Escúchame! ¡Oh, César! Porque ahora puedo decirte lo que he encontrado. El pueblo tiene sed de venganza y quiere una víctima. Tendremos no una, sino centenares. Miles de ellas.

Nerón lo mira estupefacto y dice:

–           ¡Qué! Pero, ¿Cómo…?

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Tigelino prosigue triunfal e implacable:

–           ¿Has oído hablar de Cristo? ¿Aquel a quién Poncio Pilatos hizo crucificar en la Palestina? ¿Ya sabes quienes son los cristianos? ¿No?

Son hombres cuyos nefandos crímenes, con sus abominables ceremonias y sus predicciones de que el mundo será destruido por el fuego, ¡Por eso son los incendiarios culpables de nuestra tragedia!

El pueblo los aborrece y sospecha de ellos. Nadie los ha visto en ningún Templo, porque consideran a nuestros dioses como espíritus malignos.

Jamás las manos de un cristiano te han tributado ningún aplauso. Ninguno te ha reconocido como dios. Son los enemigos de la raza humana, de la ciudad y enemigos tuyos. El pueblo murmura contra ti, pero tú no me has dado orden de incendiar Roma.

Y no he sido yo quien la ha incendiado. El pueblo quiere venganza… ¡Se la daremos! El pueblo quiere sangre y fuego. ¡Los tendrán! El pueblo sospecha de ti. ¡Hagamos que sus sospechas tomen otra dirección!

Nerón escuchó atónito al principio.

neron

Más a medida que ha avanzado la exposición de Tigelino, se demudó su rostro de histrión y se fueron pintando en él sucesivamente: la cólera, el pesar, la simpatía, la indignación.

De repente se levantó, alzó sus manos al cielo y permaneció en silencio por unos momentos, antes de decir con acento trágico:

–           ¡Oh, Zeus, Apolo, Hera, Atenea, Proserpina y todos vosotros dioses inmortales!

¿Por qué no habéis venido en nuestro auxilio? ¿Qué delito cometió esta desventurada ciudad, contra esos seres tan desdichados como crueles, para que de manera tan inhumana la hayan incendiado?

Popea intervino sentenciando:

–           ¡Son los enemigos de la humanidad y tus propios enemigos!

Varias voces exclamaron al mismo tiempo:

–           ¡Haz justicia! ¡Castiga a los incendiarios! ¡Los mismos dioses claman venganza!

Nerón se sentó.

Inclinó la cabeza sobre el pecho y guardó silencio por segunda vez, como si le hubiese anonadado la perversidad de lo que acaba de escuchar.

neron popea

Después, agitando los brazos dijo:

–           ¡Qué torturas podrían castigar un crimen semejante! Espero que los dioses nos iluminen. Y auxiliado por el poder del Tartarus (Infierno) he de dar a mi pobre pueblo un espectáculo tal, que en los siglos venideros me recordarán con gratitud todas las generaciones, como su principal benefactor.

Hizo luego una señal a Epafrodito y éste se adelantó para escribir el nuevo Edicto.

Nerón se levantó.

Extendió sus brazos y decretó:

         “QUE LOS CRISTIANOS NO EXISTAN.”

Una nube oscureció la frente de Petronio.

Comprendió el peligro que amenaza las cabezas de Marco Aurelio y de Alexandra a quienes ama.

Y las de todas aquellas gentes cuya religión él NO acepta, pero de cuya inocencia está totalmente convencido.

Sabe también que va a empezar una de esas orgías sangrientas tan insoportables para él.

Su corazón se alarma y piensa:

–           Debo salvar a Marco Aurelio. Él se volverá loco si llega a perder a su esposa.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA

55.- EL EDICTO

La liberalidad del César  y los auxilios que ha distribuido entre el populacho, no fueron suficientes para contener la indignación de los romanos. Solo están contentos los ladrones, criminales y facinerosos sin hogar, que comen, beben y roban a su placer. Pero las personas que han perdido sus propiedades y sus seres queridos, no pueden ser ganadas mediante la apertura de jardines, las dádivas y la promesa de juegos. La catástrofe ha sido demasiado grande y no tiene paralelo en el mundo.

Otros, en cuyo corazón está latente el amor patrio por su ciudad y su orgullo por el imperio, se rebelan ante la noticia de que Roma va a desaparecer junto con las cenizas de la ciudad, porque el César piensa crear una nueva capital llamada Nerópolis. Y este rumor hace crecer una corriente de odio entre las adulaciones de los augustanos y las calumnias de Tigelino.

Nerón, más sensible que ninguno de sus predecesores al favor del público, está alarmado ante la posibilidad de que entre la mortal lucha que se ha iniciado con los patricios en el Senado, pueda llegar el momento de que le falte el apoyo popular. También los augustanos están alarmados porque en cualquier momento puede llegar para ellos la hora de la destrucción…

Tigelino quiere traer las legiones que Vespasiano tiene en el Asia Menor. Haloto, que siempre está riendo, ha perdido su buen humor. Y Vitelio que siempre está comiendo, el apetito. Otros toman consejo entre sí, sobre la mejor manera de evitar el peligro, porque todos saben que si el César se ve envuelto en la vorágine de una rebelión, no escapará ninguno de los augustanos, a excepción quizá de Petronio.

Pues es a la influencia de ellos y a sus iniciativas; que se atribuyen las locuras de Nerón y todos los crímenes que comete. De ahí que el odio hacia los augustanos, sea igual que el que sienten por su emperador. Es por eso que algunos intentan evadir las responsabilidades que los puedan inculpar en el incendio de la ciudad. Más comprenden que para librarse de ellas, también es necesario alejar del César toda sospecha, pues de otra manera nadie creerá que no fueron ellos los causantes de la catástrofe.

Tigelino consultó el asunto con Haloto, que es aún más cruel que él y hasta con Séneca, a quién odia casi tanto como a Petronio.

Popea, totalmente convencida de que en la ruina de Nerón está incluida su propia sentencia, pide el dictamen de sus confidentes y de los rabinos hebreos, pues desde hace varios años, es prosélito de la doctrina de Jehová.

Nerón por su parte, fluctúa entre varios sentimientos: tiembla de miedo o hace berrinches, pero sobretodo se queja continuamente.

En un área del Palatino que ha escapado a la destrucción Incendio, están todos reunidos y enfrascados en una larga discusión.

Petronio declara:

–           Creo que será preferible abandonar este foco de inquietudes y hacer el viaje a Acaya que ha sido proyectado desde hace tiempo. ¿Para qué aplazarlo más, cuando en Roma solo hay tristezas y peligros?

Nerón exclama con entusiasmo:

–           ¡Por Zeus! Es lo más sensato que he oído esta mañana.

Pero Séneca, después de meditar unos instantes, dijo:

–           La partida será fácil. Pero no lo será tanto el regreso.

Petronio replica:

–           ¡Por Marte! Podemos volver a la cabeza de las legiones de Vespasiano.

El emperador confirma:

–           ¡Eso es! ¡Eso haremos!

Tigelino sabe que la idea de Petronio es la más indicada; pero como a  él no se le ocurre nada; está decidido a evitar que Petronio sea por segunda vez, el único capaz de salvarlos y de conjurar todo peligro en los momentos difíciles.

Y por eso dijo al César:

–           ¡Escúchame divinidad! ¡Ese consejo es destructor! Antes de que tú llegues a Ostia estallará una guerra civil y si eso sucede; hay el peligro de que alguno de los sobrevivientes del divino Augusto, se declare César. Y ¿Qué haremos nosotros si las legiones le siguen?

Nerón contestó tajante:

–           Pensaremos entonces en la manera de que no haya descendientes de Augusto. No quedan muchos en la actualidad. Por lo tanto, será fácil librarnos de ellos.

–           Lo malo es que no se trata solo de ellos. Ayer mismo algunos de mis soldados oyeron decir a la plebe que un hombre como Trhaseas, debiera de ser el César.

Nerón se mordió los labios.

Trhaseas se estremeció, pero guardó silencio.

El emperador, después de un momento, alzó la vista y dijo:

–           ¡Insaciables ingratos! Tienen trigo en abundancia y fuego para cocer su pan. ¡Qué más quieren!

Haloto exclamó:

–           ¡Venganza!

Hubo un profundo silencio y cada quién se sumergió en sus propios pensamientos. Enseguida el César se levantó, extendió la mano y dijo declamando:

–           ¡Los corazones piden venganza y la venganza exige una víctima!

Pasaron unos segundos en los que resonó en el aire esta sentencia. Y luego Nerón, con el rostro lleno de alegría, exclamó:

–           Dadme una tablilla y el stylus, para escribir este gran pensamiento. Marcial jamás hubiera concebido algo tan sublime. ¡Habéis notado cómo me llegó tan espontáneamente!

Un coro de voces exclamó al unísono:

–           ¡Oh! ¡Incomparable! ¡Excelso!

Nerón escribió el pensamiento y dijo:

–           Sí. La venganza pide una víctima. -Y mirando a os que lo rodeaban agregó- ¿Y si corremos la voz de que Haloto ordenó el incendio de la ciudad y luego lo entregamos a la cólera del pueblo?

Haloto exclamó aterrorizado:

–           ¡Oh, divinidad! ¿Quién soy yo?

–           Cierto. Requerimos una persona más importante. ¿Qué tal Vitelio?

Vitelio palideció, pero se dominó. Embromándose a sí mismo, contestó riendo:

–           Mi gordura podría renovar el incendio.

Pero Nerón tenía otra cosa en la mente. Necesita la víctima que pueda saciar la cólera del pueblo… Y la encontró:

–           Tigelino. ¡Tú fuiste quién incendió a Roma!

Todos los presentes se estremecieron. Comprendieron que el César hablaba en serio y quedaron pasmados y expectantes.

El semblante de Tigelino se contrajo de tal forma, que su boca pareció la de un perro rabioso a punto de morder. Y dijo como un rugido:

–           ¡Yo puse fuego a Roma, por orden tuya!

Y aquellos dos hombres se miraron uno al otro, como dos demonios acusadores y agresivos al máximo. Siguió tal silencio que se puede escuchar el zumbido de una mosca.

Nerón interrogó suavemente:

–           Tigelino. ¿Me eres fiel?

–           Tú lo sabes señor.

–           Sacrifícate entonces por mí.

Tigelino contestó mordaz:

–           ¡Oh, divino César! ¿Por qué presentarme el dulce cáliz que sabes que no he de llevar a mis labios? El pueblo murmura y se levanta ¿Acaso quieres que también se levanten los pretorianos?

Todos los que oyeron estas palabras se quedaron petrificados.

Tigelino es el Prefecto de los pretorianos y la amenaza fue tan clara como impactante.

Nerón lo comprendió en toda su magnitud y palideció completamente.

En ese mismo instante, entró Epafrodito el liberto del César, anunciando que la divina Augusta, deseaba ver a Tigelino. Que había en sus aposentos unas personas a quienes era indispensable que el Prefecto oyera.

Tigelino hizo una reverencia a César y salió con rostro sereno y desdeñoso. Ahora, cuando se había intentado darle el golpe, se volvió como una fiera acorralada y mostró los dientes. Había hecho comprender a todos, incluyendo a Nerón, quién era.

Y sabiendo lo cobarde que es el emperador, está seguro de que el amo del mundo jamás volverá a atreverse a levantar su mano contra él.

Nerón permaneció silencioso en su asiento por largos minutos. Y al ver que los demás esperaban una respuesta, dijo:

–           He estado alimentando una serpiente en mi seno.

Petronio se encogió de hombros dando a entender que no es difícil arrancar la cabeza de una serpiente semejante.

Nerón lo miró y le dijo:

–           ¿Qué opinas tú? ¡Habla! ¡Aconséjame! Sólo en ti confío porque tienes más juicio que todos los que me rodean y sé que me amas.

Petronio estuvo a punto de decirle: ‘Hazme Prefecto de los Pretorianos. Entregaré al pueblo a Tigelino y pacificaré en un día a la ciudad.’

 PERO NO LO DIJO.

            Y en ese momento se escribió la historia…

Que marcó los acontecimientos que ya habían sido decretados por el destino.

Prevaleció en él su prudencia. Ser Prefecto representa llevar sobre sus hombros la persona del César y responsabilizarse de un considerable número de administraciones públicas. Entre ellas, la estabilidad del imperio con la comandancia de las legiones. ¡Y no está dispuesto a echarse encima esa labor! Pues ello significa arriesgarlo todo y equilibrar aún más, para gobernar a través del impulsivo y demente emperador; a un imperio que ahora está más inestable que nunca.

Y por eso se limitó a contestar:

–           Te aconsejo el viaje a Acaya.

Nerón no ocultó su desilusión:

–           ¡Ah! Yo esperaba más de ti. El Senado me aborrece. Si nos vamos, ¿Quién me asegura que no se sublevará y nombrará César a otro? El pueblo me ha sido leal hasta ahora, pero hoy estará de parte del Senado. ¡Por las parcas! ¡Ah, si ese senado y ese pueblo, tuviesen solo una cabeza!

Petronio replicó con una sonrisa:

–           Permíteme hacerte una observación divinidad: que si deseas salvar a Roma, es necesario salvar siquiera a algunos romanos.

–           ¿Y qué me importan a mí Roma y los romanos? Me tendrían que obedecer desde Acaya. Estoy completamente solo. Todos me abandonan y hasta ustedes mismos ya se están preparando para traicionarme. ¡Yo lo sé! –Dijo Nerón con acento quejumbroso- ¡Lo sé! ¡Lo que dirán de vosotros las edades futuras, si abandonáis a un artista como yo! –y aquí se dio un golpe en la frente exclamando-¡Claro! En medio de todos estos problemas, casi me olvido de quién soy…

Y volviéndose con el rostro iluminado por la inspiración, dijo a Petronio:

–           Petronio, el pueblo murmura y se alza. Pero si yo llevara mi laúd y me dirigiera al Campo de Marte. Si les entonara el canto que me oísteis durante el incendio ¿No crees que los conmovería, como Orfeo conmovió a las fieras?

Amino Rebio se impacientó y declaró:

–           Sin duda alguna César. En caso de que te permitan empezar… – Las palabras resuenan tajantes, porque lo único que desea es regresar para divertirse con los esclavos que ha traído de Anzio.

Entonces Nerón exclamó enojado:

–           ¡Vámonos a Grecia!

Pero en ese momento entró Popea, seguida por Tigelino.

Todas las miradas se posaron en éste último, porque jamás un triunfador había ascendido las gradas del Capitolio, con más arrogancia que el Prefecto de los Pretorianos al presentarse de nuevo ante el César.

Empezó a hablar lenta y enfáticamente con un tono mordaz:

–           ¡Necesitábamos una víctima y ya la tenemos! ¡Los dioses cuidan de nosotros!

Nerón lo conoce demasiado bien. Lo mira con suspicacia y pregunta:

–           ¿Qué estás tratando de decir?

–           ¡Escúchame! ¡Oh, César! Porque ahora puedo decirte lo que he encontrado. El pueblo tiene sed de venganza y quiere una víctima. Tendremos no una, sino centenares. Miles de ellas.

Nerón lo mira estupefacto y dice:

–           ¡Qué! Pero, ¿Cómo…?

Tigelino prosigue triunfal e implacable:

–           ¿Has oído hablar de Cristo? ¿Aquel a quién Poncio Pilatos hizo crucificar en la Palestina? ¿Ya sabes quienes son los cristianos? ¿No? Son hombres cuyos nefandos crímenes, con sus abominables ceremonias y sus predicciones de que el mundo será destruido por el fuego, ¡Por eso son los incendiarios culpables de nuestra tragedia!  El pueblo los aborrece y sospecha de ellos. Nadie los ha visto en ningún Templo, porque consideran a nuestros dioses como espíritus malignos.

Jamás las manos de un cristiano te han tributado ningún aplauso. Ninguno te ha reconocido como dios. Son los enemigos de la raza humana, de la ciudad y enemigos tuyos. El pueblo murmura contra ti, pero tú no me has dado orden de incendiar Roma. Y no he sido yo quien la ha incendiado. El pueblo quiere venganza… ¡Se la daremos! El pueblo quiere sangre y fuego. ¡Los tendrán! El pueblo sospecha de ti. ¡Hagamos que sus sospechas tomen otra dirección!

Nerón escuchó atónito al principio.

Más a medida que ha avanzado la exposición de Tigelino, se demudó su rostro de histrión y se fueron pintando en él sucesivamente: la cólera, el pesar, la simpatía, la indignación.

De repente se levantó, alzó sus manos al cielo y permaneció en silencio por unos momentos, antes de decir con acento trágico:

–           ¡Oh, Zeus, Apolo, Hera, Atenea, Proserpina y todos vosotros dioses inmortales! ¿Por qué no habéis venido en nuestro auxilio? ¿Qué delito cometió esta desventurada ciudad, contra esos seres tan desdichados como crueles, para que de manera tan inhumana la hayan incendiado?

Popea intervino sentenciando:

–           ¡Son los enemigos de la humanidad y tus propios enemigos!

Varias voces exclamaron al mismo tiempo:

–           ¡Haz justicia! ¡Castiga a los incendiarios! ¡Los mismos dioses claman venganza!

Nerón se sentó. Inclinó la cabeza sobre el pecho y guardó silencio por segunda vez, como si le hubiese anonadado la perversidad de lo que acaba de escuchar.

Después, agitando los brazos dijo:

–           ¡Qué torturas podrían castigar un crimen semejante! Espero que los dioses nos iluminen. Y auxiliado por el poder del Tartarus (Infierno) he de dar a mi pobre pueblo un espectáculo tal, que en los siglos venideros me recordarán con gratitud todas las generaciones, como su principal benefactor.

Hizo luego una señal a Epafrodito y éste se adelantó para escribir el nuevo Edicto.

Nerón se levantó. Extendió sus brazos y decretó:

         “QUE LOS CRISTIANOS NO EXISTAN.”

Una nube oscureció la frente de Petronio.

Comprendió el peligro que amenaza las cabezas de Marco Aurelio y de Alexandra a quienes ama. Y las de todas aquellas gentes cuya religión él no acepta, pero de cuya inocencia está totalmente convencido. Sabe también que va a empezar una de esas orgías sangrientas tan insoportables para él.

Su corazón se alarma y piensa:

–           Debo salvar a Marco Aurelio. Él se volverá loco si llega a perder a su esposa.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA