520 El Buen Pastor
520 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
432a Con los campesinos de Yocaná, cerca de Sefori.
Los apóstoles comentan…
Bartolomé:
– ¡Cuánta gente!
Tomás:
– ¡Han venido todos, incluso los niños!…
Andrés:
– El Maestro estará contento…
Tadeo exclama:
– ¡Ah, ahí está el Maestro!
Vamos a acercarnos.
Se unen al Maestro, que camina con dificultad por el prado.
Porque va apretujado entre los muchos que le rodean.
Cuando los apóstoles logran llegar hasta Él.
Jesús pregunta:
– ¿Judas sigue todavía ausente?
– Sí, Maestro.
Pero si quieres lo llamamos…
– No hace falta.
Mi Voz lo alcanza en el lugar donde esté.
Y su conciencia, libre, le habla con su propia voz.
No es necesario añadir vuestras voces…
Para forzar una voluntad.
Venid, sentémonos aquí con estos hermanos nuestros.
Y perdonad si no he podido compartir con vosotros el pan,
en un ágape de amor.
Mientras se acercan al lugar designado,
todos recuerdan al soberbio apóstol rebelde.
Pues es de sobra conocidos su desprecio y su repudio
hacia éstos ínfimos de la sociedad judía: los siervos hebreos.

La SOBERBIA es el principal signo de la posesión demoníaca perfecta y NO PUEDE reverenciar a Dios, porque Satanás lo odia y a sus instrumentos, es lo que les trasmite…
Actitud que se agudizó el año pasado, en la anterior visita
cuando verificaron el castigo, en las tierras de Doras…
Pero ahora comparten el gozo de tener la Presencia del Dios Vivo.
¡Y eso es lo único que importa!
Se sientan en círculo con Jesús en el centro.
Quien quiere alrededor de Él a todos los niños.
Los cuales, se pegan a Él mimosos y con confianza.
Una mujer grita:
– ¡Bendícelos, Señor!
Que vean lo que nosotros anhelamos ver.
¡La libertad de amarte!
Un anciano gime:
– Sí.
Nos quitan incluso esa libertad.
No quieren ver grabadas tus palabras en nuestro espíritu.
Ahora nos impiden vernos.
Y te prohíben a Ti venir…
¡Ya no oiremos palabras santas!
Un hombre joven, se lamenta:
– Abandonados así, nos volveremos pecadores.
Tú nos enseñabas el perdón…
Nos dabas tanto amor, que podíamos soportar la malevolencia del patrón…
Pero ahora…
Jesús dice:
– No lloréis.
No os dejaré sin mi palabra.
Volveré, mientras pueda…
Varios dicen:
– No, Maestro y Señor.
– Él es malo.
– Y también sus amigos.
– Podrían dañarte…
Y por causa nuestra.
– Nosotros hacemos el sacrificio de perderte;
pero no nos des el dolor de decir:
“Por nosotros lo prendieron”».
– Sí, sálvate, Maestro.
Jesús dice:
– No temáis.
Se lee en Jeremías (Jeremías 36)
cómo él mismo dijo a su secretario Baruc que escribiera lo que el Señor le dictaba.
Y que fuera a leer el escrito recibido a los que estaban reunidos en la casa del Señor;
leerlo en vez del profeta, que estaba preso y no podía ir.
Así voy a hacer Yo.
Muchos y fieles Baruc tengo entre mis apóstoles y discípulos.
Ellos vendrán a deciros la palabra del Señor…
Y no perecerán vuestras almas.
Y Yo no seré prendido por causa vuestra;
porque el Dios altísimo me ocultará a sus ojos…
Hasta que llegue la hora en que el Rey de Israel deba ser mostrado a las turbas,
para que el mundo entero lo conozca.
Y no temáis tampoco perder las palabras que hay en vosotros.
También en Jeremías se lee que, aun después de que Yoyaquim, rey de Judá
– el cual esperaba destruir las palabras eternas y veraces quemando el rollo –
destruyera el volumen.
El dictado de Dios permaneció,
porque el Señor mandó al profeta:
“Toma otro volumen
y escribe en él todas las cosas que había en el volumen quemado por el rey”.
Y Jeremías dio un volumen a Baruc…
Un volumen sin escritura.
Y dictó nuevamente a su secretario las palabras eternas…
Además de otras más como complemento de las primeras,
porque el Señor remedia los estropicios humanos
cuando el remedio es un bien para las almas.
Y no permite que el odio anule lo que es obra de amor.
Ahora bien, aunque a Mí,
comparándome a un volumen lleno de verdades santas, me destruyeran…
¿Creéis que el Señor os dejaría perecer sin la ayuda de otros volúmenes?
En ellos estarán mis palabras y las de mis testigos,
que narrarán lo que Yo no voy a poder decir
por estar prisionero de la Violencia y ser destruido por ella.
¿Y creéis que lo que está impreso en el libro de vuestros corazones,
podrá borrarse por el paso del tiempo sobre las palabras?
No.
El ángel del Señor os las repetirá…
Y las mantendrá frescas en vuestros espíritus deseosos de Sabiduría.
Y no sólo eso, sino que os las explicará…
Y seréis sabios en la palabra de vuestro Maestro.
Vosotros selláis el amor a Mí con el dolor.
¿Puede acaso, perecer lo que resiste incluso la persecución?
No puede perecer.
Yo os lo digo.
El don de Dios no se cancela.
El pecado es lo único que lo anula.
Pero vosotros, ciertamente no queréis pecar…
¿No es verdad, amigos míos? Muchos contestan:
– No, Señor.
– Significaría perderte también en la otra vida.
– Pero nos harán pecar.
– Nos ha impuesto que no salgamos ya más de las tierras el Sábado…
– Y ya no volverá a haber Pascua para nosotros.
Así que pecaremos…
Jesús afirma:
– No.
No pecaréis vosotros.
Pecará él.
Sólo él.
Él, que hace violencia al derecho de Dios y de los hijos de Dios,
de abrazarse y amarse en dulce coloquio de amor y enseñanza en el día del Señor.
– Pero él hace reparación con muchos ayunos y dádivas.
Nosotros no podemos…
Porque ya es demasiado poca la comida,
en proporción al esfuerzo que hacemos…
Y no tenemos qué ofrecer…
Somos pobres…
– Ofrecéis aquello que Dios aprecia:
Vuestro corazón.
Dice Isaías (58, 3 – 7) hablando en nombre de Dios a los falsos penitentes:
“En el día de vuestro ayuno aparece vuestra voluntad y oprimís a vuestros deudores.
Ayunáis para reñir, discutir y perversamente, pelear.
Dejad de ayunar como hasta hoy, para hacer oír en las alturas vuestros clamores.
¿Es éste, acaso, el ayuno que Yo deseo?
¿Que el hombre se limite a afligir durante un día su alma,
y castigue su cuerpo y duerma sobre la ceniza?
¿Vas a llamar a esto ayuno y día grato al Señor?
El ayuno que prefiero es otro.
Rompe las cadenas del pecado, disuelve las obligaciones que abruman;
da libertad a quien está oprimido, quita todo yugo.
Comparte tu pan con quien tiene hambre, acoge a los pobres y a los peregrinos,
viste a los desnudos y no desprecies a tu prójimo”
Pero Yocaná no hace esto.
Vosotros, por el trabajo que le hacéis y que lo hace rico, sois sus acreedores.
Y os trata peor que a deudores morosos.
Alzando la voz para amenazaros y la mano para golpearos.
No es misericordioso con vosotros y os desprecia por ser siervos.
Pero el siervo es tan hombre como el patrón.
Y si tiene el deber de servir,
tiene también el derecho a recibir lo necesario para un hombre;
tanto materialmente como en el espíritu.
No se honra el Sábado, aunque se pase en la sinagoga;
si ese mismo día el que lo practica pone cadenas
y da a sus hermanos áloe como bebida.
Celebrad vuestros sábados razonando entre vosotros acerca del Señor.
Y el Señor estará en medio de vosotros…
Perdonad y el Señor os glorificará.
Yo soy el buen Pastor y tengo piedad de todas las ovejas.
Pero sin duda, amo con especial amor,
a las que han recibido golpes de los pastores ídolos,
para que se alejen de mis caminos.
Para éstas, más que para ninguna otra, he venido.
Porque el Padre mío y vuestro me ha ordenado:
“Apacienta estas ovejas destinadas al matadero,
matadas sin piedad por sus amos, que las han vendido diciendo:
`¡Nos hemos enriquecido!’,
Y de las que no han tenido compasión los pastores”.
Pues bien, apacentaré el rebaño destinado al matadero,
¡Oh pobres del rebaño!
Y abandonaré a sus iniquidades a los que os afligen
y afligen al Padre, que en sus hijos sufre.
Extenderé la mano hacia los pequeños de entre los hijos de Dios
y los atraeré hacia Mí para que tengan mi gloria.
Lo promete el Señor por la boca de los profetas
que celebran mi piedad y mi poder como Pastor.
Y os lo prometo Yo directamente a vosotros que me amáis.
Cuidaré de mi Rebaño.
A quienes acusen a las ovejas buenas de enturbiar el agua
y de deteriorar los pastos por venir a Mí, les diré:
“Retiraos.
Vosotros sois los que hacéis que falte el manantial y se agoste el pasto de mis hijos.
Pero Yo los he llevado a otros pastos y los seguiré llevando.
A los pastos que sacian el espíritu.
Os dejaré a vosotros el pasto para vuestros gruesos vientres,
dejaré el manantial amargo que habéis hecho manar vosotros.
Y Yo me iré con éstos, separando las verdaderas de las falsas ovejas de Dios;
ya nada atormentará a mis corderos,
sino que exultarán eternamente en los pastos del Cielo”.
¡Perseverad, hijos amados!
Tened todavía un poco de paciencia, de la misma forma que la tengo Yo.
Sed fieles, haciendo lo que os permite el patrón injusto.
Y Dios juzgará que habéis hecho todo y por todo os premiará.
No odiéis, aunque todo se conjure para enseñaros a odiar.
Tened fe en Dios.
Ya visteis que Jonás fue liberado de su padecimiento y Yabés fue conducido al amor.
Como con el anciano y el niño,
lo mismo el Señor hará con vosotros:
en esta vida, parcialmente y en la otra, totalmente.
Lo único que os puedo dar son monedas,
para hacer menos dura vuestra condición material.
Os las doy.
Dáselas, Mateo.
Que se las repartan.
Son muchas, pero en todo caso pocas para vosotros que sois tantos…
Y que estáis tan necesitados.
No tengo otras cosas…
Otras cosas materiales.
Pero tengo mi amor, mi potencia de ser Hijo del Padre,
para pedir para vosotros los infinitos tesoros sobrenaturales
como consuelo de vuestros llantos y luz de vuestras brumas.
¡Oh, triste vida que Dios puede hacer luminosa!
¡Él sólo!
¡Sólo Él!…
Y digo: “Padre, te pido por éstos.
No te pido por los felices y ricos del mundo,
sino por estos que lo único que tienen es a Ti y a Mí.
Haz que asciendan tanto en los caminos del espíritu,
que encuentren toda consolación en nuestro Amor.
Y démonos a ellos con el amor, con todo nuestro amor infinito;
para cubrir de paz, serenidad y coraje sobrenaturales,
sus jornadas, sus ocupaciones,
de forma que, como enajenados del mundo por el amor nuestro,
puedan resistir su calvario…
Y después de la muerte, tenerte a Ti, a Nosotros, beatitud infinita”.
Jesús, mientras oraba, ha ido poniéndose de pie
y librándose poco a poco de los niñitos que se habían dormido sobre Él.
En su Oración, su aspecto es majestuoso y dulce.
Ahora baja de nuevo los ojos,
diciendo:
– Me marcho.
Es la hora, para que podáis volver a vuestras casas a tiempo.
Nos veremos todavía otra vez.
Y traeré a Margziam.
Pero, cuando ya no pueda volver…
Mi Espíritu estará siempre con vosotros.
Y estos apóstoles míos os amarán como Yo os he amado.
Deposite el Señor sobre vosotros su bendición.
Poneos en camino.
Y se inclina a acariciar a los niñitos, que duermen.
Y no opone resistencia a las expresiones de afecto de esta pobre turba,
que no sabe separarse de Él…
Pero al final, cada uno se pone en camino por su parte,
de forma que los dos grupos se separan mientras la Luna desciende.
Ramas encendidas deben dar algo de luz al camino.
Y el humo acre de las ramas aún ligeramente húmedas,
es una buena justificación del brillo de los ojos…
Judas los está esperando apoyado en un tronco.
Jesús lo mira y no dice nada.
Ni siquiera cuando Judas dice:
– «Estoy mejor».
Siguen caminando durante la noche, como mejor pueden…
Luego con el alba, más ágilmente.
A la vista de un cuadrivio,
Jesús se detiene y dice:
– Separémonos.
Conmigo vienen Tomás, Simón Zelote y mis hermanos.
Los otros irán al lago, a esperarme.
Judas dice:
– Gracias, Maestro…
No me atrevía a pedírtelo.
Pero Tú me lo has facilitado.
Estoy verdaderamente cansado.
Sí lo permites, me detengo en Tiberíades…
Santiago de Zebedeo no se puede contener,
agregando:
– En casa de un amigo.
Judas abre muchísimo los ojos…
Pero se limita a esto.
Jesús se apresura a decir:
– Me basta con que el sábado vayas a Cafarnaúm con los compañeros.
Venid para que os bese a los que me dejáis.
Y con afecto, besa a los que se marchan,
dando a cada uno de ellos un consejo en voz baja…
Ninguno expresa objeción alguna.
Sólo Pedro, ya cuando se marcha, dice:
– Ven pronto, Maestro.
los demás apoyan:
– Sí, ven pronto.
Y Juan termina:
– Estará muy triste el lago sin Ti.
Jesús los bendice una vez más.
Y promete:
– ¡Pronto!
Todos se separan y se van…
512 El Hombre-Dios
512 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
427 Bartolomé instruye a Áurea Gala.
Son tan precoces las albas estivas…
Que breve es el tiempo que media entre el ocaso de la Luna y la aparición del primer albor.
De manera que, a pesar de que hayan caminado ligeros;
la fase más oscura de la noche los sorprende todavía en las cercanías de Cesárea.
Y tampoco da suficiente luz una rama encendida de un arbusto espinoso.
Es necesario hacer un alto…
Incluso porque la jovencita, menos acostumbrada que ellos a caminar de noche;
tropieza a menudo en las piedras medio sepultadas en la arena, del camino.
Caminan rápido y todavía está oscuro en las cercanías de Cesárea.
Jesús dice:
– Es mejor detenernos un poco.
Castañeteando los dientes, mezclando hebreo y latín en un nuevo idioma, para hacerse entender…
La niña responde rápida:
– No, no.
Si puedo…
Vámonos lejos, lejos, lejos…
Podría venir…
Por aquí pasamos para ir a esa casa.
Jesús trata de tranquilizarla:
– Iremos detrás de aquellos árboles y nadie nos verá.
No tengas miedo.
Bartolomé, para darle ánimos,
dice:
– No tengas miedo.
A estas horas, ese romano está debajo de la mesa, borracho como una cuba,
convertido en una sopa de vino…
Pedro agrega:
– Y estás con nosotros.
¡Todos te queremos!
No permitiremos que te hagan daño.
¡Oh! ¡Somos doce hombres fuertes!…
Pedro, que apenas es un poco más alto que ella.
Él tan corpulento, cuánto grácil y delicada es ella.
Él quemado por el sol y ella blanca como alabastro.
¡Pobre florecita que fue criada para ser solamente estimulante, valiosa, admirada y más preciosa!
Entonces se escucha la voz llena de amor de Juan…
La jovencita, a la última luz de la improvisada antorcha;
Levanta sus maravillosos ojos azul verde como reflejo del mar,
con dos limpios iris aún brillantes por el llanto vertido con el terror de poco antes…
Es recelosa, pero, no obstante, de ellos se fía…
Juan le dice:
– Eres una hermanita nuestra.
Y los hermanos defienden a sus hermanas.
Y cruza con ellos el arroyo seco que está pasado el camino.
Para entrar en una propiedad que termina allí en un tupido huerto.
Es noche oscura.
Cuando llegan a la arboleda,
se sientan y aguardan.
Los hombres se dormirían gustosos…
Pero a ella cualquier ruido la hace gritar.
Y el galope de un caballo la hace agarrarse convulsa al cuello de Bartolomé;
que quizás por parecer el más anciano, atrae su confianza y confidencia.
Por tanto es imposible dormir.
Bartolomé le dice:
– No tengas miedo.
Cuando uno está con Jesús, nunca sucede una desgracia.
La niña contesta temblando:
– ¿Por qué?
Mientras sigue todavía asida al cuello de Bartolomé.
– Porque Jesús es Dios en la tierra.
Y Dios es más fuerte que los hombres.
– ¿Dios?
¿Qué cosa es Dios?
Bartolomé exclama:
– ¡Pobre criatura!
Pero, ¿Cómo te educaron?
¿No te enseñaron nada?…
La niña contesta:
– Sí.
A conservar blanco el cutis.
brillante la cabellera.
A obedecer a los patrones.
A decir siempre que sí…
Pero yo no podía decir sí al romano…
Era feo y me daba miedo.
¡Todo el día tenía miedo!
En su casa siempre había unos ojos…
Siempre allí…
Cuando en el baño, en los vestidores dónde uno se viste;
en el cubiculum…
Siempre estaban unos ojos…
Y esas manos… ¡Oh!
¡Y si alguien no decía sí, era apaleado!…
Y comienza a llorar.
Jesús dice:
– No lo serás más.
¡Ya no recibirás más palos!
Ya no está el romano.
Ni están sus manos…
Lo que hay es la paz…
Felipe comenta:
– ¡Es una crueldad!
Cómo a bestias y peor todavía…
Porque a una bestia le enseñas su oficio.
Y los otros comentan:
– ¡Pero qué horror!
¡Como a animales de valor, no más que como a animales!
Y peor todavía…
Porque un animal sabe al menos que le enseñan a arar.
O a llevar la montura y el bocado porque ésa es su función.
Pero a esta criatura la lanzaron sin saber…
Ella responde:
– Si hubiese sabido, me hubiera arrojado al mar.
Él decía: ‘Te haré feliz…’
Zelote dice:
– De hecho te hizo feliz.
De una manera que nunca imaginó.
Feliz en la tierra y feliz en el Cielo.
conocer a Jesús, es la felicidad.
Hay un silencio en el que todos y cada uno,
meditan en las crueldades y los horrores del mundo.
Luego en voz baja, la niña le pregunta a Bartolomé:
– ¿Me puedes decir que es Dios?
¿Y por qué Él es Dios?…
Después de una pausa agrega:
– ¿Porque es hermoso y bueno?…
Bartolomé se siente atolondrado.
Se toma de la barba con perplejidad.
Y dice lleno de incertidumbre:
– Dios…
¿Cómo haré para enseñarte a ti, que no tienes ninguna idea de religión en tu cabeza?
¿Qué estás vacía de toda idea religiosa?
– ¿Religiosa?
¿Qué es?
Esto provoca otra pregunta todavía más complicada, para el abrumado apóstol:
– ¿Qué cosa es religión?
Bartolomé decide pedir auxilio:
– ¡Oh, que esto no me lo esperaba!…
¡Altísima Sabiduría!
¡Me siento como uno que se está ahogando en un gran mar!
¿Cómo me las arreglo ante esta sima?
¿Qué puedo hacer ante el abismo?
Jesús aconseja:
– Lo que te parece difícil, es muy sencillo Bartolomé.
Es un abismo, sí.
Pero vacío…
Y puedes llenarlo con la Verdad.
Peor es cuando los abismos están llenos de fango, veneno, serpientes.
Habla con la sencillez con que hablarías a un niño pequeño.
Y ella te entenderá mejor, como no lo haría un adulto.
Bartolomé pregunta:
– ¡Maestro!
¿Pero no podrías hacerlo Tú?
– Podría.
Pero la niña aceptará más fácilmente las palabras de un semejante suyo:
que las mías que son de Dios.
Y por otra parte es que…
Os encontraréis en lo futuro ante estos abismos y los llenaréis de Mí.
Debéis pues aprender a hacerlo.
– Es verdad.
Voy a intentarlo.
Lo probaré…
Después de pensarlo un poco, Bartolomé pregunta:
– Oye niña, ¿Te acuerdas de tu mamá?
Ella sonríe y contesta:
– Si, señor.
hace siete años que…
Que las flores florecen sin ella.
Pero antes estaba con ella.
– Está bien.
¿La recuerdas?
¿La amas?
Ella solloza con un:
– ¡Oh!
Y da un pequeño grito.
El acceso de llanto unido a la exclamación lo dice todo.
– ¡Pobre criatura!
No llores.
¡Pobre niña!
Escucha:
Oye, el amor que tienes por tu mamita…
– Y por mi papá y por mis hermanos… -contesta sollozando.
– Sí.
Por tu familia…
El amor por tu familia.
Los pensamientos que guardas por ella.
El deseo que tienes de regresar a ella…
– ¡Nunca más los veré…!
¡Ya nunca…!
– Pero todo es algo que podría llamarse religión de la familia.
Las religiones, las ideas religiosas son el amor…
El pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos;
a quienes amamos y anhelamos;
a quienes deseamos ver…
Ella señalando a Jesús,
pregunta:
– Si yo creo en ese Dios que está allí.
¿Tendré una religión?…
¡Es muy fácil!
Bartolomé está totalmente desorientado:
– ¡Bien!
¿Fácil qué cosa?…
¿Tener una religión o creer en ese Dios que está allí?
La niña dice convencida:
– En ambas cosas…
Porque fácilmente se cree en un Dios Bueno, como el que está allí.
El romano me nombraba muchos y juraba.
Decía:
‘¡Por la diosa Venus!
¡Por el dios Júpiter!
¡Por el dios Cupido!
Han de ser dioses malos, porque él hacía cosas malas cuando los invocaba.
Pedro comenta en voz baja:
– No es tan tonta la niña.
Ella dice:
– Pero yo no sé todavía que cosa es Dios.
Veo que es un hombre como tú…
Entonces es un Hombre- Dios.
¿Y cómo se hace para comprenderlo?
¿En qué aspecto es más fuerte que todos?
No tiene ni espada, ni siervos…
Bartolomé suplica:
– Maestro, ayúdame…
Jesús responde:
– No, Nathanael.
Enseñas muy bien.
– Lo dices porque eres bueno.
Busquemos otro modo de seguir adelante.
Se vuelve hacia la niña,
diciendo:
– Oye niña…
Oye niña, Dios no es hombre…
Él es como una luz, una mirada, un sonido tan grandes, que llenan el cielo y la tierra e iluminan todo.
Y todo lo ve, instruye todo y a todo da órdenes…
Y en todas las cosas manda…
– ¿También al romano?
Entonces no es un Dios bueno.
¡Tengo miedo!…
Bartolomé se apresura a aclarar:
– Dios es bueno y da órdenes buenas.
A los hombres les ha prohibido armar guerras, hacer esclavos;
arrebatar a las hijitas de sus madres y espantar a las niñas…
Pero los hombres no siempre escuchan las órdenes de Dios.
Ella dice:
– Pero tú, sí.
– Yo sí.
– Si es más fuerte que todos…
¿Por qué no se hace obedecer?
¿Y Cómo habla, si no es un hombre?
Bartolomé está perdido,
y exclama:
– ¡Dios…!
¡Oh, Maestro!…
Jesús dice:
– Sigue.
Sigue, Bartolomé.
Eres un maestro muy competente.
Sabes decir con gran simplicidad pensamientos muy profundos.
¿Y ahora ya no quieres seguir?…
¿Siendo un maestro tan sabio?
¿Y sabiendo decir con tanta sencillez los más altos pensamientos, tienes miedo?
¿No sabes que el Espíritu Santo está en los labios de los que enseñan la Justicia?
Bartolomé argumenta:
– Parece fácil cuando se te escucha.
Todas tus palabras están aquí dentro.
¡Pero sacarlas afuera cuando se debe hacer lo que Tú haces!…
¡Oh, miseria de nosotros los humanos!
¡Maestros inútiles!
¡Ay, míseros de nosotros, pobres hombres!
¡Qué maestros de tres al cuarto!
– El reconocer la nulidad propia,
predispone el corazón a la enseñanza del Espíritu Paráclito…
– Está bien, Maestro…
De todas formas vamos a intentar seguir adelante.
Se vuelve hacia ella, mirándola con ternura,
diciendo:
– Escucha, niña…
Dios es fuerte, fortísimo.
Más que César.
Más que todos los hombres juntos con sus ejércitos y sus máquinas de guerra…
Pero no es un amo despiadado que haga decir siempre que sí…
so pena del azote para quien no lo dice.
Dios es un Padre.
¿Te quería mucho tu padre?
– ¡Mucho!
Me puso por nombre Áurea Gala, porque el oro es precioso.
Y Galia es mi patria.
Y decía que me amaba más que el oro que en otro tiempo tuvo…
Y más que a la patria…
– ¿Te azotó tu padre?
Áurea Gala contesta:
– No. Jamás.
Cuando no me portaba bien, me decía:
‘Pobrecita hija mía’ y lloraba.
– ¡Eso!
Así hace Dios.
Es Padre, nos ama y llora si somos malos.
Pero no nos obliga a obedecerle.
Pero el que decide ser malo, un día será castigado con suplicios horrendos…
– ¡Oh, qué bueno!
El dueño que me arrebató de mi madre y me llevó a la isla.
Y también el romano, irán a los suplicios.
¿Y lo veré?…
Esto es demasiado para el pobre Nathanael,
que contesta:
– Tú verás de cerca a Dios, si crees en Él y eres buena.
Y para ser buena no debes odiar ni siquiera al romano.
– ¿No?
¿Y cómo lograrlo?
– Rogando por él.
– ¿Qué es rogar?
– Hablar con Dios diciéndole que lo amamos.
Y pidiéndole lo que necesitamos…
Ella llevada por su coraje, con salvaje vehemencia,
exclama apasionadamente:
– Pero, ¡Yo quiero que mis dueños tengan una mala muerte!
Bartolomé objeta:
– No.
No debes…
Jesús no te amará si dices así.
– ¿Por qué?
– Porque no se debe odiar a quien nos ha hecho el mal.
– Pero no puedo amarlos.
– Pero puedes por ahora no pensar en ellos.
Trata de olvidarlos…
Luego, cuando Dios te instruya más…
Rogarás por ellos.
Decíamos pues, que Dios es Poderoso, pero deja a sus hijos en libertad de obrar.
Ella pregunta:
– ¿Yo soy hija de Dios?…
¿Tengo dos padres?…
¿Cuántos hijos tiene Dios?…
Bartolomé contesta:
– Todos los hombres son hijos de Dios, porque han sido hechos por Él.
¿Ves las estrellas allá arriba?
Las ha hecho Él.
¿Y estos árboles?
Los ha hecho Él.
¿Y la tierra donde estamos sentados?
¿Y aquel pájaro que canta?
¿Y el mar con su grandeza?
¡TODO!
¡Y a todos los hombres!
Y los hombres son más hijos que todo, porque son hijos por una cosa que se llama alma…
Y que es luz, sonido, mirada, no grandes como su luz, su sonido, su mirada, que llenan el Cielo y la Tierra;
pero hermosos de todas formas.
Y que no mueren nunca, como tampoco muere Él.
Porque es una partecita de Dios que es inmortal como Él.
– ¿Dónde está el alma?
¿Tengo yo también un alma?
– Sí.
En tu corazón.
Y es la que te ha hecho comprender que el romano era malo.
Y ciertamente no te hará desear ser como él.
¿No es verdad?
– Sí…
Áurea reflexiona después del titubeante si…
Y luego con firmeza dice:
– ¡Sí!
Era como una voz de dentro y una necesidad de que alguien me auxiliara…
Y con otra voz aquí dentro – pero esta era mía – llamaba a mi mamá…
Porque no sabía que existía Dios, que existía Jesús…
Si lo hubiera sabido, le habría llamado a Él con aquella voz que tenía aquí dentro.
Jesús interviene:
– Has comprendido bien, niña.
Y crecerás en la Luz.
Yo te lo aseguro.
Cree en el Dios verdadero.
Escucha la voz de tu alma alma en la que no existe todavía una sabiduría adquirida,
pero en la que tampoco existe mala voluntad…
Y encontrarás en Dios a un Padre.
Y en la muerte, que es un paso de la tierra al Cielo para los que creen en el Dios Verdadero y son buenos…
Encontrarás un lugar en el Cielo cerca de tu Señor.
Como ella se ha arrodillado delante de Él,
Jesús le pone su mano sobre la cabeza.
Áurea dice:
– Cerca de Ti.
¡Qué bien se siente uno al estar contigo!
No te separes de mí, Jesús…
Ahora sé Quién Eres y por eso me arrodillo.
En Cesárea tuve miedo de hacerlo…
Me parecías sólo un hombre…
Ahora sé que Eres Dios escondido en un Hombre.
Y que para mí eres un Padre y un Protector…
Jesús agrega:
– Y Salvador, Áurea Gala.
Ella exclama jubilosa:
– Y Salvador.
¡Sí! Me salvaste…
– Y te salvaré más.
Tendrás un nombre nuevo…
– ¿Me quitas el nombre que me dio mi padre?
El amo en la isla me llamaba Aurea Quintilia, porque nos dividían por color y por número.
Porque yo era la quinta rubia así…
Pero ¿Por qué no me dejas el nombre que me dio mi padre?
– No te lo quito.
Llevarás, añadido a tu antiguo nombre, el nombre nuevo, eterno».
– ¿Cuál?
– Cristiana.
Porque Cristo te salvó…
Comienza a alborear.
Vámonos.
Jesús se vuelve hacia su más anciano apóstol,
y agrega:
– ¿Ves Nathanael qué es fácil hablar de Dios a los abismos vacíos?
Hablaste muy bien.
La niña se instruirá fácilmente.
Se formará rápidamente en la Verdad.
Y ordena con suavidad:
– Sigue adelante con mis hermanos Áurea…
La niña obedece pero con temor.
Preferiría quedarse con Bartolomé, el cual comprende todo…
El apóstol le dice:
– Voy enseguida.
Vete…
Obedece.
511 El Óbolo de Claudia
511 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
426c La joven esclava salvada.
Pasan las horas.
Jesús está sentado sobre un malacate con las manos sobre las rodillas.
Ora…
Piensa… Espera.
No quita los ojos del camino que viene de la ciudad.
La luna está casi perpendicular y el mar retumba con mayor fuerza…
La Luna se eleva, levantándose cada vez más sobre el cielo estrellado.
Está perpendicular sobre la cabeza.
El mar retumba más fuerte y el agua del canal tiene un olor más intenso.
El cono de 1a Luna que hunde sus rayos en el mar se hace más amplio…
abrazando toda la balsa de agua que está frente a Jesús.
Y se pierde cada vez más lejano:
Senda de luz que desde los confines del mundo parece venir hacia Jesús, remontando el canal;
terminando en la balsa de la dársena.
La luna está casi perpendicular y el mar retumba con mayor fuerza…
Por el canal viene una barca pequeña, blanca.
Que avanza deslizándose, sin dejar huellas de su trayectoria,
en el camino de agua que se reconstruye después de su paso…
Remonta el canal…
Ya está en la dársena silenciosa.
Aborda.
Se detiene.
Y tres sombras bajan.
Son tres personas.
Un hombre musculoso, una mujer y una figura delicada, entre los dos.
Se dirigen hacia la casa del cordelero…
Jesús se levanta, para salir a su encuentro…
Va hacia ellos y los saluda diciendo:
– La paz a vosotros.
¿A quién buscáis?
– A ti, Maestro.
Responde Lidia mientras se descubre y se aproxima sola.
Y continúa:
«Claudia te ha servido.
Porque era una cosa justa y completamente moral.
señalándola, agrega:
Ésa es la muchacha.
Valeria, dentro de un poco la tomará como niñera de la pequeña Fausta.
Pero entretanto, te ruega que la tengas Tú.
Es más, que se la confíes a tu Madre o a la madre de tus parientes.
Es completamente pagana.
Bueno, peor que pagana.
El amo con quien ha crecido, la alimentó pero no le enseñó nada en absoluto…
Nunca ha oído hablar del Olimpo, ni de ninguna otra cosa.
Lo único que tiene es un terror loco hacia los hombres,
porque desde hace algunas horas, la vida se le ha descubierto totalmente….
Como es:
¡Cruel!
Y en toda su brutalidad,
Jesús pregunta:
– ¡Oh!
¡Triste palabra!
¿Demasiado tarde?
– No, materialmente…
Él la preparaba poco a poco…
Digamos… para su sacrilegio.
Y la niña está espantadísima…
Claudia ha tenido que dejarla durante toda la cena junto a ese sátiro.
Y sólo pudo intervenir cuando el vino le había nublado el pensamiento.
Haciéndole menos capáz para reflexionar.
No es necesario que te diga que si el hombre es un lúbrico en sus amores sensuales;
lo es mucho más cuando está ebrio…
Pero es solo entonces que se convierte en un juguete con el que se puede hacer lo que se quiera…
Y arrebatarle su tesoro.
Claudia se aprovechó del momento.
Ennio quiere regresar a Italia…
De la que salió porque perdió el favor imperial…
Claudia le prometió el regreso a cambio de la muchacha.
Reservándose para entrar en acción cuando el vino le hubiera hecho menos capaz de reflexionar.
Enio mordió el anzuelo…
Mañana cuando ya no esté borracho,
protestará, la buscará, hará su comedia…
Pero también mañana, Claudia buscará el modo de hacerlo callar.
Jesús protesta:
– ¿Con la violencia?
¡No!…
Lidia sonríe con travesura:
– ¡Oh, Maestro!
¡La violencia empleada con buen fin!…
Pero no será necesaria…
También Claudia se encargó de ‘ayudar’ a su marido a pasarla muy bien en la cena…
Y ahora Pilatos, que está inconsciente por el vino que digirió esta noche…
Está firmando y sellando la orden de que Ennio se presente en Roma…
¡Ah, ah!…
Y partirá en el primer buque militar.
Lo único, es que lo que hará Pilatos mañana…
Cuando esté todavía atontado por el mucho vino bebido esta noche…
Pero mientras tanto, es mejor que la niña esté en otra parte por precaución…
De que en cuanto a Pilatos se le pase la borrachera, se arrepienta y revoque la orden…
¡Es muy endeble!
Y es mejor así…
Para que la niña olvide las asquerosidades humanas…
¡Oh, Maestro!
Por este motivo fuimos a la cena.
Pero, ¡Es inconcebible!
¿Cómo hemos podido ir a esas orgías hasta hace pocos meses, sin sentir náusea?
Hemos huido de allí en cuanto hemos obtenido lo que queríamos…
Allá están todavía nuestros maridos, imitando a los brutos.
¡Qué náuseas, Maestro!
Y debemos recibirlos después…
Después que…
– Sed austeras y pacientes.
Con vuestro ejemplo haréis mejores a vuestros maridos.
– ¡Oh, no es posible!
Tú no sabes…
Livia llora más de coraje, que de dolor.
Jesús suspira.
Y ella continúa:
– Claudia te manda decir que lo hizo para mostrarte:
que te venera como al Único Hombre que merece veneración…
Y quiere que te diga que te agradece,
haberle enseñado lo que vale un alma y lo que vale la pureza.
Lo recordará siempre…
¿Quieres ver a la niña?
– Sí.
El hombre…
¿Quién es?
– El númida mudo que emplea Claudia, para sus servicios secretos.
No hay ningún peligro de delación…
No tiene lengua.
Jesús repite:
– ¡Infeliz!
Pero tampoco ahora hace el milagro.
Lidia va por la muchacha.
La toma de la mano y casi la lleva a rastras frente a Jesús.
Livia dice:
– Sabe unas cuantas palabras latinas.
Judías casi ninguna.
Es una salvajita…
Que la eligieron únicamente como objeto de placer.
Y dirigiéndose a la niña:
– No tengas miedo.
Dale las gracias.
Él fue el que te salvó.
Arrodíllate y bésale los pies.
¡Ea! ¡Hazlo!
¡No tengas miedo!
¡Ánimo!
¡No tiembles!…
¡Perdona, Maestro!
Está aterrorizada por las últimas caricias de Enio ya borracho…
Poniéndole su mano en la cabeza cubierta, con mucha compasión;
Jesús dice:
– ¡Pobre niña!
¡No tengas miedo!
Te llevaré a casa de mi Madre, por algún tiempo.
A la casa de Mamá,
¿Entiendes?
Y tendrás muchos hermanos buenos…
¡No tengas miedo, hijita mía!
¿Qué hay en la voz de Jesús y en la mirada?
Todo: paz, seguridad, pureza, amor santo.
La jovencita lo siente;
echa hacia atrás el manto y la capucha para mirarlo mejor.
Y aparece el rostro delicado de una niña que se asoma a la pubertad…
Con la figurita grácil casi todavía niña;
de gracias inmaduras e inocente aspecto, aparece envuelta en una túnica demasiado ancha para ella…
Sus modales son sencillos.
Su expresión está llena de inocencia.
El vestido que trae le queda muy largo…
Livia dice:
– Estaba casi desnuda.
Le puse lo primero que encontré.
Lleva otros en la alforja…
Jesús la mira con piedad e infinita compasión,
exclamando:
– ¡Es una niña!
Y tomándola de la mano le pregunta- ¿Quieres venir conmigo?
La niña contesta:
– Sí, patrón.
Jesús rebate:
– No.
No soy tu patrón.
Dime Maestro.
Ella dice con más confianza:
– Sí, Maestro.
Y una tímida sonrisa substituye a la expresión de miedo,
que había antes en el pálido rostro.
Jesús pregunta:
– ¿Eres capaz de caminar mucho?
– Sí, Maestro.
– Después descansarás en la casa de mi Madre.
En mi casa, hasta que llegue Fausta.
Una niña a la que vas a querer mucho.
¿Quieres?…
– ¡Oh, sí!
Y ella confiada, levanta sus bellísimos ojos verde-azul,
que lo miran asombrados bajo sus cejas color oro.
Y con un destello de terror que vuelve a turbar su mirada.
Se atreve a preguntar:
– ¿Ya nunca más aquel amo?
Jesús repite su promesa:
– ¡Jamás!
Poniendo su mano en su cabellera rubia.
Livia se despide:
– Adiós, Maestro.
Dentro de pocos días iremos al lago.
Tal vez podremos verte una vez más.
Ruega por tus pobres discípulas romanas.
Jesús repica:
– Gracias…
Vete en paz.
Adiós, Lidia.
Di a Claudia que éstas son las conquistas que pretendo y no otras.
Se vuelve hacia la niña,
agregando:
– Ven niña.
Partiremos inmediatamente.
La barca se aleja por el canal de la dársena…
Jesús llevándola de la mano, se asoma a la puerta del almacén llamando a los apóstoles.
Mientras 1a barca, sin dejar huella de su venida, regresa al mar abierto…
Jesús y los apóstoles, con la niña en medio del grupo, cubierta con un manto…
Van, por las callejuelas periféricas y desérticas,
hacia los campos…
509 El Profeta Romano
509 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
426a Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
Jesús tiene un aspecto serio y pálido…
Y dice con una sonrisa de disculpa:
– No es un lugar apropiado para ustedes.
Pero no dispongo de otra cosa.
Ellas se quitan el velo y el manto.
Y se descubre que son Plautina, Livia, Valeria y la liberta Álbula Domitila.
Plautina responde:
– No vemos al lugar, sino Al que en estos momentos está en él.
Jesús sonríe y dice:
– Por esto entiendo que pese a todo;
todavía me consideráis como a un hombre justo.
– Y más que eso.
Y Claudia nos manda precisamente porque cree que eres más que un justo.
Y no toma en cuenta lo que se oyó…
Pero quiere tu confirmación al respecto, para tributarte doble veneración.
Y hacerlo con mayor razón.
– O para no hacerlo si me muestro a ella como quisieron pintarme.
Pero decidle que no hay nada de eso.
No tengo miras humanas.
Mi Ministerio y mi deseo es tan solo sobrenatural.
Y nada más.
Quiero, sí; reunir a todos los hombres en un solo reino.
¿A qué hombres?
¿A los que están hechos de carne y sangre?
¡No!
Eso lo dejo, materia frágil, cosa corruptible…
A las monarquías que pasan;
a los reinos que se tambalean.
Quiero reunir bajo mi único cetro, sólo los corazones de los hombres;
espíritus inmortales en un reino inmortal.
Cualquier otra versión la rechazo como contraria a mi Voluntad.
Quienquiera que sea que la haya dado.
Y os ruego que creáis y que digáis a quien os envía;
que la Verdad tiene solamente una palabra…
– Tu apóstol habló con mucha seguridad.
– Es un muchacho exaltado…
Y como a tal hay que escucharlo.
Plautina dice enojada:
– ¡Pero te hace daño. !
¡Repréndelo!
¡Despídelo!
Regáñalo…
Arrójalo de Ti…
– ¿Entonces dónde estaría mi misericordia?
Él lo hace llevado de un amor equivocado.
¿No debo acaso compadecerlo?
¿Y qué cambiará si lo arrojo de Mí?
Se haría doble mal a sí mismo y me haría doble mal a Mí.
– ¡Entonces para ti es como una bola atada al pie!…
Como una zancadilla constante…
– Es para Mí un infeliz a quién tengo que redimir…
Plautina cae de rodillas con los brazos extendidos,
diciendo:
– ¡Ah!
¡Maestro más grande que cualquier otro!
¡Qué fácil es tenerte por Santo, cuando se siente tu corazón en tus palabras!
¡Qué fácil es amarte y seguirte,
debido a esta caridad tuya, que es mayor que tu inteligencia!
Jesús objeta:
– No mayor.
Sino que es más asequible y comprensible a vosotros…
Que tenéis vuestro intelecto estorbado por demasiados errores…
Y no tenéis la generosidad de despojarlo de todo…
Para acoger la Verdad.
Livia dice:
– Tenéis razón.
Eres tan adivino como sabio.
– La sabiduría, porque es una forma de santidad…
Da siempre luminosidad de juicio…
Ya sobre hechos pasados o presentes, ya sobre premoniciones…
Bien se trate de cosas.
O bien de la advertencia previa a hechos futuros.
– Por esto vuestros profetas…
– Eran unos santos.
Dios se comunicaba a ellos con una gran plenitud.
– ¿Eran santos porque eran de Israel?
– Por eso y porque fueron justos en sus acciones.
Pues no todo Israel es y ha sido santo, pese a ser Israel.
No es el pertenecer por casualidad a un pueblo o a una religión,
lo que puede hacer santos a los hombres.
Estas dos cosas pueden ayudar grandemente a serlo.
Pero no son el factor absoluto de la santidad.
– ¿Cuál es ese factor?
– La voluntad del hombre.
La voluntad que hace que las acciones del hombre sean santas, si es buena.
Perversas, si es mala.
– Entonces entre nosotros puede ser que haya justos.
– Así es.
Y no cabe duda de que entre vuestro antepasados hubo justos.
Y los hay entre los que viven actualmente.
Porque sería muy horrible que todo el mundo pagano, perteneciese a los demonios.
Quienes de entre vosotros se sienten atraídos hacia el Bien y la Verdad.
Sienten repugnancia hacia el vicio y la degradación que produce…
Y huyen de él y de las malas acciones que envilecen al hombre.
Creedme que estáis ya en el sendero de la justicia.
– Entonces Claudia…
– Sí.
Y vosotras también…
Perseverad.
– Pero…
¿Si muriéramos antes de convertirnos a Tí?
¿Para qué serviría el haber sido virtuosas?
– Dios es justo en el juzgar.
Pero, ¿Por qué aplazar el ingreso al Reino?
¿Por qué debéis dar la espalda al Dios Verdadero?
Las tres bajan la cabeza.
Sigue un silencio…
Y luego hacen la confesión que dará la clave de la crueldad romana…
Y su resistencia al cristianismo:
– Porque nos parece que al hacerlo, traicionaríamos a la patria.
– Al revés.
La serviríais.
Pues la haríais moral y espiritualmente más grande.
Porque tendría la FUERZA, con la posesión y protección de Dios;
además de su ejército y sus riquezas.
Roma la Urbe del Mundo;
la Urbe de la Religión Universal…
Pensadlo…
Un silencio.
Luego Livia, encendida como una llama,
dice:
– Maestro, hace tiempo te buscábamos a Tí, aun en los escritos de nuestro Virgilio.
Porque para nosotros tienen más valor las…
Profecías de los completamente vírgenes respecto a la fe de Israel,
que las de vuestros profetas…
En los cuales podemos ver la sugestión de creencias milenarias…
Y hemos discutido de ello…
Comparando las diversas personas que en todo tiempo, nación y religión, te han presentido.
Pero ninguno te sintió con tanta exactitud como nuestro Virgilio…
porque nadie mejor que él te presagió…
¡Cuánto hablamos aquel día con Diomedes el liberto griego…
astrólogo a quién quiere mucho Claudia!
El sostuvo que esto sucedió porque los tiempos eran más cercanos.
Y los astros lo decían con sus conjunciones…
Pero no nos convenció, porque…
En más de cincuenta años ningún otro sabio de todo el mundo ha hablado de Ti por noticia de los astros…
A pesar de estar más próximos aún a tu manifestación actual.
Para apoyar su tesis adujo el hecho de los tres Sabios de los tres países de Oriente,
que vinieron a adorarte cuando eras un infante.
Y con ello provocaron la matanza de la que la misma Roma se horrorizó;
pues cuando se supo, Augusto dijo:
‘Que Herodes era un cerdo sediento de sangre…’
Claudia exclamó: “
¡Hace falta el Maestro!
Nos diría la verdad.
Y el destino de nuestro más grande poeta…
Querrías decirnos para Claudia…
Algo que nos muestre que no estás irritado contra ella.
– He comprendido su reacción de romana.
Y no le guardo ningún rencor.
Decidle que esté tranquila.
Y escuchad:
Virgilio no fue grande solo como poeta.
¿No es así?
– ¡Oh, no!
También lo fue como hombre.
En medio de una sociedad que estaba corrompida y viciada…
Fue un faro de pureza espiritual.
Nadie lo vio lujurioso, ni amante de orgías, ni de costumbres licenciosas.
Sus escritos son castos y mucho más casto fue su corazón.
Tanto es así que en los lugares donde vivió, se le llamó ‘La doncella’,
para vergüenza de los viciosos y veneración de los buenos.
– ¿Y en el alma pura de un hombre casto, no habrá podido reflejarse Dios…
aun cuando ese hombre fuese pagano?
La Virtud Perfecta, ¿No habrá amado al virtuoso?
Y si se le concedió amar y ver la Verdad debido a la belleza pura de su corazón…
¿No podrá haber tenido un fulgor de profecía?
¿De una profecía que no es más que la Verdad que se descubre…
a quién merece conocerla como premio e incentivo para una virtud mayor?
– ¡Entonces profetizó de Ti!
– Su inteligencia prendida en la pureza y en el genio;
logró ascender y conocer una página que se refiere a Mí.
Y puede llamársele al poeta pagano y justo…
Un hombre dotado de espíritu profético y anterior a Mí, por premio de sus virtudes.
Valeria y Plautina exclaman,
preguntando:
– ¡Oh, nuestro Virgilio!
– ¿Y tendrá algún premio?
– Ya lo dije.
Dios es justo.
Pero vosotras no imitéis al poeta, deteniéndoos hasta donde él llegó.
Avanzad…
Porque la Verdad, no se os ha mostrado por intuición y en parte;
sino completa…
Y os ha hablado.
Plautina sin dar respuesta,
dice:
– Gracias, Maestro.
Nos retiramos.
Claudia nos dijo que te preguntásemos si te puede ser útil en asuntos morales.
– Y os mandó que me preguntaseis si soy un usurpador…
– ¡Oh, Maestro!
¿Cómo lo sabes?
– ¡Soy más que Virgilio y que los profetas!…
– ¡Es verdad!
¡Todo es verdad!
¿Podemos servirte?
F89 EL CREDO 8
MUERTO…
En el Cenáculo hay unos grandes salones anexos al triclinium principal, que es donde se celebra la Eucaristía y en uno de ellos, están reunidas más de trescientas personas que han sido convocadas por el trabajo apostólico de todos los discípulos de Jesucristo. Son personas de todas las edades, estratos sociales y razas. De hecho, son personas que sólo podrían accesar al Patio de los Gentiles, en el Templo de Jerusalén.
Mannaém, ungido por el Espíritu Santo y ordenado por Pedro de acuerdo a los carismas recibidos, es el maestro elegido por Dios para instruir a los nuevos catecúmenos cristianos.
Muy poco queda del antiguo y regio hermano de Herodes. Ahora es un maestro cristiano, humilde, amoroso y sencillo; al que escuchan con mucha atención los nuevos catecúmenos cristianos, que anhelan recibir las enseñanzas de su nueva religión.
Mannaém ungido por el Espíritu Santo, habla con poder y convicción:
El Misterio de la Muerte.
Dios creó todo, pero la Muerte, no es obra suya. Dios no creó la Muerte. Ha sido generada por los esponsales humanos con Satanás.
Adán la generó, antes de generar a su hijo, cuando débil ante la debilidad de la Mujer pecó seducido por ella, bajo el silbido de la Serpiente y las lágrimas de los ángeles.
Pero la pequeña muerte no es un gran mal, cuando con ella cae como una hoja que ha terminado su ciclo, la carne. Al contrario, es un bien porque nos regresa a nuestro Origen, en donde un Padre nos Espera…
Y así como no ha hecho la muerte de la carne, Dios tampoco ha hecho la muerte del espíritu. Al contrario, él mandó al Resucitador Eterno, a su Hijo Jesucristo a darnos la Vida, a los que estábamos muertos.
El milagro de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo, fueron milagros de la pequeña muerte. De Magdalena, Zaqueo, Dimas, etc. Todos muertos en el espíritu, Jesús hizo vivos en el Señor.
La muerte da gloria a Dios, cuando es aceptada y sufrida con santidad. La muerte es una voluntad de Dios que se cumple.
También aunque el ejecutor de ella, sea un hombre feroz que se ha vuelto árbitro de los destinos de los demás. Y por su adhesión a Satanás, se convierte en instrumento para atormentar a sus iguales, asesinando a los mismos y siendo maldito por Dios.
La muerte es siempre la extrema obediencia a Dios, que amenazó con la muerte al hombre por su pecado. La muerte del cuerpo, es liberación del espíritu.
Nuestra vida en la Tierra no es más que una gestación para nacer a la Luz, a la Vida. Muchos miran con horror la fosa sepulcro oscuro, donde el cuerpo que se ama con idolatría, vuelve a la verdad de su origen: Lodo.
Fango del cual se suelta una flama, una luz: el alma.
Qué es lo que hace valioso al cuerpo con el espíritu, que es manifestación de Dios y ante el cual la carne es una nada despreciable.
El hombre cuida mucho de los derechos de la carne que es perecedera y mortal. Y que solo cuando es tenida como esclava del espíritu y no dueña del espíritu, puede convertirse a su debido tiempo en regia habitante del Reino de los Cielos.
La pequeña muerte es la que nos saca de la tierra y libera nuestro espíritu de la carne. La gran Muerte es la que mata lo inmortal: el espíritu. De la primera se resucita. De la segunda no se resucita en la eternidad. Se estará para siempre separado de la Vida, porque Dios es nuestra vida.
Los animales obedeciendo la orden de los instintos saben regularse en la comida, en los connubios, en el escogerse las madrigueras.
Y el hombre con sus continuas desobediencias en el orden natural y sobrenatural, muchas veces se da la primera y la segunda muerte; con abusos en sus placeres y en sus vicios, matando también su carne; al manejarlos como si fueran armas esgrimidas en un loco frenesí de autodestrucción, matando su alma.
Buscan la muerte con los errores de la vida. Y la perdición con las obras de sus manos.
Siempre es justa la hora de la muerte, porque es dada por Dios. Él es el Dueño de la vida y de la muerte. Y si no son de Él ciertos medios de muerte usados por el hombre por instigación demoníaca; son siempre de Él, las sentencias de muerte dadas por Él, para quitar a un alma de un tormento terreno demasiado atroz o para impedir mayores culpas a aquella alma.
La muerte es siempre un calvario, grande o pequeño, pero siempre calvario. Aunque las apariencias indiquen lo contrario. Porque es proporcionada por Dios, a las fuerzas de cada uno de sus hijos.
Fuerzas que Dios aumenta a medida que la muerte que ha destinado para su creatura, es cumplida santamente.
Cuando la hora de la reunión con Dios está más próxima, es más necesario aumentar la Fe, porque en la hora de la muerte Satanás nunca se cansa de perturbar con sus trampas: Es astuto, feroz, lisonjero y con sonrisas, con cantos, con engaños, aparentes caricias de sus garras, tratando de hipnotizar con silbidos repentinos con los que siempre ha buscado doblegarnos; aumenta sus operaciones para arrancarnos del Cielo.
Y es precisamente en esta hora cuando debemos abrazarnos de la Cruz, para que las olas del último huracán satánico no nos sumerjan.
Después viene la Paz Eterna. Hay que tener ánimo.
La Cruz es la fuerza en la hora de la muerte.
El justo no le teme a la muerte, porque sabe que al obrar el bien tiene la sonrisa de Dios.
Para los impíos la muerte es pavorosa. Tienen miedo. Y más miedo todavía cuando sienten que no han actuado bien o lo han hecho mal del todo.
La boca mentirosa del hombre trata de engañarse a sí mismo, para consolarse y engañar a los demás. ‘Yo he actuado bien’ Pero la conciencia, que está como un espejo de dos caras bajo su rostro y el Rostro de Dios; acusa al hombre de no haber obrado bien y de no obrar para nada bien como lo proclama.
Y es entonces cuando un gran miedo los molesta: el miedo del Juicio de Aquel que todo lo conoce. Y aquí la gran pregunta: ¿Por qué si se le teme tanto como a Juez, no evitan el tenerlo como tal?
¿Por qué lo rechazan como salvador y no lo aceptan como Padre? ¿Por qué si lo temen, no actúan obedeciendo sus mandatos y no lo saben escuchar con voz de Padre que guía, hora por hora con mano de amor?
Si al menos lo obedecieran cuando habla con voz de Rey. Sería obediencia menos premiada, porque es menos dulce a su corazón. ¡Pero sería obediencia!
Entonces, ¿Por qué no lo hacen y sin embargo le tienen pavor a la muerte?
La muerte no se evita y son felices los que llegan a ella vestidos de amor, al encuentro de Aquel que los espera.
Temen a la muerte aquellos que no conocen el amor y que no tienen la conciencia tranquila. Éstos, cuando por enfermedad, por edad o por cualquier otro motivo, se sienten amenazados por la muerte; se asustan, se afligen o se rebelan.
Intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas, escapar de ella.
Inútilmente, porque cuando la hora ha sido señalada, ninguna cautela vale para desviar la muerte.
La muerte de los inocentes que mueren sin rencor, es bella como un martirio. Y como no tienen la mancha del odio, también son víctimas que Dios toma como hostias. Son las flores de hoy, cortadas por el Enemigo de Dios que busca destruir a sus hijos.
Y por el Odio desencadenado con todas sus fuerzas en el fragor del Infierno de la violencia en su máximo esplendor.
No solamente la muerte del pecador es horrible, sino también su vida. No hay que ilusionarse sobre su aspecto exterior, es un maquillaje. Un barniz para cubrir la verdad.
Porque una hora; solamente una hora de la paz del justo, es incalculablemente más rica en felicidad, que ni la más larga vida de pecado.
Las apariencias indican lo contrario. Y así como a los ojos del mundo no aparecen la riqueza y la alegría de los santos; así también se esconde el abismo de inquietud y de insatisfacción que hay en el corazón del injusto.
Y del que como cráter de un volcán en erupción vomita vapores acres, corrosivos y venenosos; que intoxican a los desventurados, cada vez más.
Tratan de sofocar la inquietud buscando darse todas las satisfacciones que apetecen en su ánimo extraviado y por lo mismo satisfacciones de maldad, porque están fermentados en ella.
Los pecadores obstinados e impenitentes, llegan a la perfección del mal y su muerte es un horror que los hace estallar en la otra vida, porque los sumerge en un horror mucho más grande.
LA GRAN MUERTE.
El alma tiene derecho a la Vida Verdadera.
El alma muere cuando se la mantiene separada de Dios. Hay que nutrirla lo más posible con la Palabra de Dios. Y solo así saturados de Él, todos los días tendremos vitalidad espiritual, para vencer todas las asechanzas y todas las tentaciones.
La muerte del espíritu se puede constatar a la medida que se pierde la noción del Bien y del Mal.
El alma que se ha sumergido en la impenitencia final, es incapaz de sentir ni siquiera remordimientos y se vuelve insensible al daño causado al prójimo.
La falta de remordimiento es la señal de su decadencia espiritual.
El espíritu está muerto cuando no se tiene la gracia vivificante del Espíritu Santo. Un espíritu muerto, comunica su muerte al alma y de la misma manera que un espíritu vivo, trasmite su vida al alma.
Como la sangre trasmite la vida al cuerpo, así el espíritu proporciona la vida al alma. ¡Hay que vivir! Sólo entonces la muerte no será un fin, sino un principio. Un principio de alegría sin medida.
El espíritu es el señor de nuestro ser y cuando está muerto es un esclavo. Y ésta será la culpa de la que responderemos. El hecho de que el hombre lo atropelle y lo mate, no le cambia su característica de señor de nuestro ser.
El que deja que el Enemigo mate su espíritu se convierte en cómplice del delito de Deicidio. Porque a los ojos de Dios, el espíritu es la parte selecta que Él Mismo dio al hombre y permite a Dios convertirnos en Templos Vivos e hijos suyos.
El espíritu es el que volverá a animar la carne, en la hora del Último Juicio. Resurrección gloriosa del espíritu vivo o tremenda realidad, para merecer la Segunda Muerte.
Dios no quiere moradas hechas por mano de hombre. Él quiere los templos que Él hizo con sus propias Manos. Templos de sangre y de alma.
Templos que la Sangre de Jesús ha revestido de Púrpura Inmortal, Purificando sus preciosos altares. Esto es lo que Él quiere para reconciliarse con el hombre.
Las tentaciones son inevitables, pero ellas por sí solas no hacen daño. Son malas cuando cedemos a ellas. Nunca serán más fuertes que nosotros, porque el Padre siempre da fuerzas superiores a quién quiere permanecer en el Bién.
El Mal está, cuando deseamos ceder al mal y es entonces cuando nosotros mismos saboteamos las fuerzas de Dios con una voluntad perversa, al abandonarnos al beso de la Tentación.
Cuando procedemos así, sometemos al alma a un trance de muerte y de un alma enferma o moribunda, salen aquellos sentimientos que causan asombro.
Y no debería. En un cuerpo corrupto están los hedores de la muerte y en las almas corruptas, están las manifestaciones de Pecado.
Por eso hay que ser cristianos verdaderos y no de nombre o de palabra.
El signo de la Cruz debe ser grabado en las fibras vivas de nuestro corazón, no sobre frontones vacíos. Hay que abrir el corazón al Amor. Para el cristiano, la muerte ha sido destruida con la Muerte de Jesús.
Nuestras culpas han sido anuladas con su Sangre. En anticipo Él nos ha rescatado. Y el espíritu que es impulsado por el Espíritu Santo, debe dar obediencia y agradecimiento a Dios por los dones del Espíritu Santo que auxilian al espíritu vivo en el que Él habita y nos convierte en verdaderos hijos de Dios.
Y por eso hay que imitar en todo a Cristo.
¿Hay sufrimiento? Hay que reflexionar en quién nos hace sufrir. Veremos que es el hombre. Siempre está el nombre de un hombre detrás de la causa de nuestro sufrimiento y solo Dios puede aliviarlo.
¿Nos sentimos débiles en el espíritu y mortificados por nuestras caídas? Examinémonos bien ¿Somos nosotros los que pusimos los medios y no huimos de nuestros tentadores?
En nuestra alma la culpa ha sido lavada por el Bautismo, pero han quedado los fomes. Por eso debemos rechazar totalmente las tentaciones y buscar siempre la semejanza y la perfección, tal como lo ordenó el mandato de Jesús.
Quién espontánea y premeditadamente mata su alma, termina casi siempre por matar también su cuerpo. Violento contra su alma, se vuelve violento contra su carne.
Y la mata con sus vicios y termina suicidándose como Judas.
Quién sin premeditación mata su alma con el pecado mortal, pero poseyendo voluntad de vida, arrepentido busca regeneración y confía en la Misericordia, no solo devolverá la vida a su espíritu, sino por la humillación de la caída, disminuirá en soberbia y crecerá en su amor por Dios.
LA CONVERSIÓN ES LA RESURRECCIÓN DEL ESPÍRITU
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
R26 AMAR ES CORREGIR
En el año de 1998 se desarrolló plenamente la Estrategia Final de Satanás, con la ‘Cultura de la Muerte’ y fueron lanzados sus ataques en todos los ámbitos de la vida humana. La familia, base de la sociedad, fue desquiciada de manera total con el adulterio, el divorcio, la falta de valores, la egolatría, etc. Y la propuesta de un modelo nuevo, que es la antítesis de la formulada cuando Dios la creó, al dar origen al género humano.
Todo esto ha sido con el objeto de sumergir al hombre en un sufrimiento extremo, para llenarlo de ira y desesperación. Con la desesperación, las almas son esclavizadas por Satanás y las vuelve capaces de cometer todos los horrores más inimaginables.
Marzo 11 de 2014 – 8:10 a.m.
LLAMADO DE MARÍA ROSA MÍSTICA A LOS PASTORES DEL HOGAR
Hijitos, que la paz de Dios esté con todos vosotros.
¡Oh, qué tristeza siente mi corazón al ver la degradación moral, social y espiritual, de esta generación ingrata y pecadora!
¡Padres de familia, vosotros sois los pastores del hogar! ¡Vuestros hijos se están perdiendo por vuestra complacencia y falta de carácter! Cuánto han cambiado los hogares. Ya los hijos son los que mandan en él; porque los padres se olvidaron de ejercer la autoridad con sus familias.
Padres de familia, acordaos que el hogar es la primera sociedad. Es en el hogar donde se deben cimentar las bases del amor, respeto, obediencia, disciplina, honradez y ante todo; el cumplimiento de los preceptos divinos, que son el fundamento para una sana convivencia humana.
¡Oh padres de familia, dad amor; pero no un amor materializado ni condescendiente que se transforme en pérdida de valores! Acordaos que el amor es esencia, es un conjunto de pequeños detalles donde debe prevalecer ante todo el respeto y la obediencia a la autoridad de los padres.
¡Padres de familia, no condicionéis el amor, ni lo confundáis con las cosas materiales!
AMAR ES TAMBIÉN CORREGIR
E INCULCAR VALORES MORALES Y ESPIRITUALES EN VUESTROS HIJOS.
Os digo padres de familia: si vuestros hogares están alejados de Dios como baluarte espiritual y sólo son espacios para descansar; si vosotros padres de familia no le enseñáis a vuestros hijos a cumplir los preceptos divinos, ni les inculcáis una sana doctrina moral y espiritual.
Y si fuera de esto no dais buen ejemplo; entonces os pregunto:
¿Por qué os quejáis y escandalizáis ahora por su comportamiento, cuando ya se os ha salido de vuestras manos su educación?
La falta de diálogo, amor y comprensión en vuestros hogares; son el resultado de estas sociedades decadentes.
El hogar es la primera base de donde se edificarán las demás sociedades. Si las bases morales y espirituales de vuestros hogares son débiles, las sociedades de familia que formarán vuestros hijos mañana, también lo serán.
El fracaso de vuestros hijos, es vuestro fracaso padres de familia.
Os exhorto a que retoméis cuanto antes el control de vuestros hogares. Os pido de todo corazón que llevéis a Dios a vuestros hogares y retoméis la devoción al rezo de mi Santo Rosario. Dad buen ejemplo a vuestros hijos y no alcahueteéis más. Por vuestra alcahuetería y falta de amor, esta humanidad está como está: en decadencia.
La falta de amor y diálogo en vuestros hogares padres de familia, está afectando la sana convivencia humana.
Esta humanidad de estos Últimos Tiempos es la más pecadora y decadente de todas las generaciones que han existido
Y ES TAMBIÉN EN LA QUE MÁS ALMAS SE HAN CONDENADO, especialmente jóvenes.
¡Despertad padres de familia de vuestro letargo moral y espiritual! ¡Volved a Dios e inculcad valores morales y espirituales en vuestros hogares! ¡Amad a vuestros hijos y retomad de nuevo el control de vuestras familias!
SE ACERCA EL DESPERTAR DE CONCIENCIAS Y VOSOTROS DEBÉIS DE RENDIRLE CUENTAS A MI PADRE POR VUESTROS REBAÑOS.
Recapacitad pues, padres de familia; porque vosotros sois los representantes de Dios ante vuestros hijos. No se os olvide que el amor es la base del perdón y la sana convivencia. Sin amor no hay vida.
Vuestra Madre que os ama, María Rosa Mística.
Dad a conocer mis mensajes a toda la humanidad.
http://mensajesdelbuenpastorenoc.org/mensajesrecientes.html
En el Libro Crónica de la Magna Traición publicamos una enseñanza de Jesús respecto a este tema y lo reproducimos a continuación, para una mejor reflexión sobre esto….
http://cronicadeunatraicion.com/2012/12/11/152-las-rosas-invernales/
LAS ROSAS INVERNALES
El aire helado de Diciembre se cuela hasta la cocina y a pesar del fogón se siente bastante frío…
Pedro dice enojado:
– ¡Ved! ¡Así se cuida! ¡Haciendo todo lo contrario de lo que estábamos diciendo!
Jesús se levanta y antes de salir, pasa detrás de Pedro. Le pone las manos sobre la espalda y se inclina a besar sus cabellos, diciendo:
– ¡Bueno, Simón! ¡Quién me ama ayuda a mi cansancio, más que el reposo de la cama!
– ¿Cómo sabes si es una de las que te aman?
– Simón, la ira te empuja a decir palabras de las que ya te has arrepentido por necias. ¡Bueno, bueno! Una mujer que viene con una criatura inocente, que me trae flores; sólo puede ser una que me ama y que intuye mi necesidad de encontrar un poco de amor y pureza, en medio de tanto odio e inmundicia.
Y sube por la escalera que lleva a la terraza.
La mujer que lo espera es alta y delgada. Trae un pesado manto gris, con un fino velo de color marfil.
La pequeña, tiene menos de tres años; viene vestida de blanco, con un manto circular del mismo color y con un capucho que le cae detrás de sus cabellos rubio-castaños. Está mirando a su madre, pues ha levantado su carita que emerge entre las flores que tiene en sus bracitos: un hermoso ramo de rosas rojas y de gardenias blancas.
Apenas Jesús aparece en la terraza, la pequeñita es empujada por su madre…
Y ella corre a su encuentro, diciendo:
– ¡Ave, Domine Jesús!
Jesús se inclina y le pone una mano en la cabecita.
Le contesta:
– La paz sea contigo.
A la mujer la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación. Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada. Tiene la majestad de un Rey. Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono; tanta es la dignidad que irradia. Con su vestido azul oscuro y sin adornos, se ve más imponente que si estuviera en el más magnífico de los palacios.
Espera. Su majestad cohíbe a la mujer, que es presa de una admiración respetuosa. También la niña lo mira un poco, como si estuviera asustada…
Pero Jesús sonríe y le dice:
– Aquí me tenéis. No tengáis miedo.
Todo temor desaparece.
La mujer dice algo a los oídos de la niña.
Y ella va hacia Él, y le pone en las rodillas las flores, mientras dice lentamente, como quién no conoce bien una lengua que no es la suya:
– Estas son las rosas de Faustina para su Salvador.
Mientras tanto la mujer se ha arrodillado, echándose el velo para atrás…
Es Valeria y dice:
– ¡Salve, Maestro!
Jesús contesta:
– Que Dios llegue a ti. ¿Cómo has venido? ¡Y sola! -y acaricia a la pequeña que busca entre las flores según ella las más hermosas…
Y se las ofrece diciendo:
– Tómalas. Son tuyas.
Jesús las toma. Las huele. Y las vuelve a poner sobre las otras…
Valeria habla:
– Sabemos muchas cosas, Maestro… Las cosas más pequeñas que suceden en la colonia se apilan diariamente sobre la mesa de Pilatos. Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan al país convirtiéndote al mismo tiempo en enseña nacional de rebeldía y causa de odio civil.
Claudia le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú. Y Pilatos la escucha… hasta ahora quién se impone es Claudia. Pero si mañana otra fuerza dominase a Pilatos…
Cuando lo supe pensé que mi pequeñita Te daría un consuelo…
Jesús responde:
– Tienes un corazón bondadoso y lleno de luz. Que Dios te ilumine y vele ahora y siempre por esta hijita tuya.
– Gracias, Señor. Tengo necesidad de Dios. –y las lágrimas inundan los ojos de Valeria.
– Es verdad. Tienes necesidad de Él. En Él encontrarás todo consuelo y además el Guía, para juzgar acertadamente. Para perdonar. Amar otra vez y sobre todo para educar a esta niña, a fin de que tenga la vida dichosa de quienes son hijos del Dios Verdadero. El Dios que tal vez ofendiste con una vida en la que la virtud no se toma en cuenta.
Este Dios te ha amado mucho. Tanto te amó, para que tuvieses siempre ante tus ojos, su Bondad y su Poder. Y un consuelo en los dolores que pudieras encontrar como mujer casada. Tú mujer pagana amorosa, fiel, has amado a tu esposo… A tu dios terrenal, compañero de placeres. A tu hermoso dios que se dejaba adorar, rebajando tu dignidad al nivel de una esclava.
La mujer debe estar sujeta a su marido, humilde fiel, castamente. El hombre es la cabeza de la familia. Pero cabeza no quiere decir déspota. Cabeza no significa ser un patrón caprichudo que dispone a su antojo no solo del cuerpo, sino de la parte mejor de su esposa.
Quiénes de vosotras no sois impúdicas, ni desenfrenadas, ¿Cómo podéis estar donde están vuestros esposos? Es inevitable que quién no es una desvergonzada y corrompida, se separe con asco. Que experimente un dolor verdaderamente atroz, como si sus fibras se desgarraran. Que sienta pasmo al derrumbarse todo un culto que tenía por su marido a quién contemplaba como un dios…
Cuando descubre que a quién adoraba como una deidad; es un ser miserable, dominado por el instinto brutal. Y que es licencioso, adúltero, disipado, indiferente, que se burla de los sentimientos y la dignidad de su esposa.
No llores. TODO LO SÉ, sin necesidad de centuriones que me lo informen. No llores mujer. Mejor aprende a amar a tu esposo ordenadamente. Cuando ames a Dios primero que a tu esposo, dejarás de sufrir.
– No puedo amarlo ya. No lo merece. Lo desprecio. No me envileceré imitándolo. No puedo amarlo. Todo ha acabado entre nosotros. Dejé que se fuera…Sin tratar de detenerlo. En el fondo, es la única vez que le agradezco que se haya ido. No volveré a buscarlo. Al caerse la venda de mi adoración por él, ahora puedo recordar y juzgar sus acciones… Nunca fue mi compañero.
Cuando estaba próxima a dar a luz… él se burlaba con sus amigos de mis lágrimas. De mis náuseas. Advirtiéndome sólo, que no le fuese a ensuciar el vestido. ¿Acaso estuvo a mi lado, cuando me moría de nostalgia por mi patria y por mi madre? No. Él estaba con sus amigos en banquetes donde mi estado no me permitía ir.
¿Estuvo alguna vez inclinado sobre la cuna de mi recién nacida? Se echó a reír, cuando le mostraron a su hijita y borbotó: ‘Estoy tentado de tirarla al suelo. No me eche el yugo matrimonial, para tener hijas…’
Cuando Fausta agonizaba, ¿Acaso compartió conmigo mis angustias? La noche que precedió a tu llegada, él se pasó en la casa de Valeriano, en un banquete…
Pero yo lo amaba. Era mi dios, como lo dijiste. Todo me parecía bueno y justo en él. Me permitía que lo amara… Era la más sumisa esclava de sus caprichos. ¿Sabes por qué me ha rechazado?
– Lo sé. Porque en tu cuerpo surgió el alma. Y dejaste de ser hembra para ser la esposa.
– Es verdad. Quise hacer de mi hogar, un hogar virtuoso… Y él logró obtener del cónsul que se le mandase a Antioquia y me ordenó que no lo siguiese. Pero se llevó a sus esclavas favoritas… ¡Oh, no iré detrás de él! Tengo a mi hija. Tengo todo.
– El Todo es Dios. Tú, que no conocías la Vida Eterna, amabas desordenadamente a tu hijita. Tu hija no debe ser causa de injusticia para con el Todo. Sino al contrario. Por ella y con ella, tienes el deber de ser virtuosa.
– Vine a consolarte y eres Tú el que me consuelas. Vine también a preguntarte cómo educarla, para que sea digna de su Salvador. He pensado en hacerme discípula tuya y que ella también lo sea.
– ¿Y tu marido?
– ¡Oh! ¡Todo ha acabado entre nosotros!
– No. Todo empieza… Eres siempre su mujer. El deber de una mujer buena, es hacer a su consorte bueno.
– Dijo que quiere divorciarse y lo hará. Y por esto…
– Y lo hará. Pero todavía no lo ha hecho. Y mientras no lo haga, tú eres su mujer, aún según vuestra ley. Y como tal, tienes la obligación de quedarte en tu lugar como esposa. Tu lugar es el segundo después de tu marido, en tu casa. Aunque él haya dado mal ejemplo, tú debes dar el de la virtud. Sé la columna y luz de tu casa.
Te amará Dios. Te amará tu hija, te amarán tus siervos. Y aun cuando no fueses la esposa, sino la divorciada. Recuerda, (Jesús se pone de pie) que la separación legal no destruye el deber de la mujer, de que sea fiel a su juramento de esposa.
Quieres entrar en nuestra religión. Uno de sus preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo y que nada ni nadie, puede separar lo que Dios ha hecho una sola carne. La carne no se separa de la otra, sino por la muerte.
El divorcio es una prostitución legalizada, que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada, difícilmente puede ser viuda fiel de su marido. El hombre divorciado, jamás permanece fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno como el otro, al pasar a otras uniones, descienden del nivel de hombres al de animales, que pueden cambiar de hembra según su apetito.
La fornicación legal que es peligrosa para la familia y para la patria, es criminal para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos! Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación. Y los hijos, por el egoísmo de sus padres, se ven condenados a una vida afectiva mutilada.
Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes hijos se ven privados de padre y madre; se añade que uno de los cónyuges vuelva a casarse y con él se quedan los hijos. A la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está, se une otra mutilación: la que se perdió definitivamente por el nuevo amor y por nuevos hijos que nacen de una nueva unión.
¡Pobres hijos! Saborear después de la muerte o la destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o la de una madrastra. ¡Y la angustia de ver que la caricias se condividen con otros hijos que no son hermanos! Tú quieres seguirme…
¡NO! En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero y maldito, el pecador que se divorcie civilmente, para contraer nuevo matrimonio. La ley humana no podrá cambiar mi decreto.
El matrimonio en mi religión no será un contrato civil… Será una unión fuerte, sólida, santamente indisoluble por el poder santificante que le daré, para que se convierta en Sacramento. SERÁ UN RITO SAGRADO. Y este poder o fuerza ayudará a practicar santamente, todos los deberes matrimoniales y que se extenderá al alma de los cónyuges.
Y por tanto se convertirá también en un contrato espiritual, que Dios sancionará por medio de sus ministros. Bien sabes que nada es superior a Dios. Por esto lo que Él hubiere y unido; ninguna autoridad, ley o capricho humano, podrá disolver.
En mi Rito, porque la muerte no es fin, sino separación temporal del esposo y de la esposa, el deber de amar dura aún después de la muerte. Por esto afirmo que los viudos deberían ser castos. Pero el hombre no sabe serlo. Por esto también afirmo que los cónyuges tienen el deber recíproco de mejorar a su compañero.
No muevas la cabeza. Esta es la obligación que debe cumplirse, si alguien quiere venir en pos de Mí.
Valeria dice:
– Hoy estás severo, Maestro.
– No. Soy Maestro y tengo ante mí a una creatura que puede crecer en la vida de la Gracia. Si no fueras lo que eres, te impondría menos. Pero tienes una buena disposición. Y el sufrimiento purifica… Templa siempre el metal. Valeria, un día te acordarás de Mí y me bendecirás, por haberme portado como ahora lo hago.
– Mi marido no volverá atrás.
– Pero tú irás adelante, llevando de la mano a la inocente y caminarás por el sendero de la justicia sin odio, ni venganzas. Y también sin inútiles esperas o reproches por lo que se perdió.
– ¡OH! ¡Sabes que lo tengo perdido!
– Lo sé. Pero no tú. Él te ha perdido a ti… No te merecía. Escucha ahora… Es algo duro. Sí. Me has traído rosas y la inocente sonrisa de tu hijita para consolarme…
– Y Yo… Sólo puedo prepararte a que lleves la corona de espinas, de las esposas abandonadas.
Pero reflexiona. Si pudiese retroceder el tiempo y llevarte a aquella mañana en que Faustina agonizaba. Y que tu corazón se encontrase en condiciones de escoger entre tu hija o tu marido. Y que debieras perder absolutamente a uno de los dos, ¿A quién habrías escogido?
Valeria reflexiona. Palidece por lo que sufre. Por las lágrimas que ha derramado. Se inclina sobre la niñita que está sentada en el suelo y que juega poniendo las flores blancas alrededor de los pies de Jesús.
La toma. La abraza y dice:
– Escogería a ésta. Porque a ella puedo darle mi corazón y educarla como he aprendido en la vida. ¡Mi hija! Y no separarnos ni en la otra vida… – la cubre de besos. Luego añade- Dime. ¡Oh dime, Maestro! ¡Tú que enseñas a vivir como héroes! ¿Cómo debo educarla para que ambas estemos en tu Reino?
Jesús aconseja:
– Sé perfecta, para que se refleje tu perfección. Ama a Dios y al prójimo, para que aprenda a amar. Vive en la tierra, con tus cariños en Dios. Ella te imitará. El Padre Celestial proveerá a vuestras necesidades espirituales y creceréis en el amor. Esto es lo que hay que hacer.
En el amor de Dios, encontrarás frenos contra el Mal. En el amor al prójimo, tendrás una ayuda, contra el abatimiento de la soledad. Aprende a perdonar…Y también a ti misma… Y enseña lo mismo a tu hijita. ¿Comprendes lo que quiero decir?…
– Comprendo… Es justo, Maestro. Me voy. Bendice a tu pobre discípula, que es más pobre que la mendiga que tiene un fiel marido…
– Hasta pronto, Valeria. Que el Dios Verdadero que buscas con buen corazón, te consuele y te proteja.
Jesús pone la mano sobre la cabeza de la niña y la bendice, al igual que a Valeria. Luego pregunta:
– ¿Viniste sola?
– No. Con una liberta. Mi carro me espera en el bosque, a la entrada del pueblo. ¿Nos volveremos a ver Maestro?
– Para la Dedicación, estaré en el Templo de Jerusalén.
– Iré allá, Maestro. Tengo necesidad de tus palabras en mi nueva vida.
– Vete tranquila. Dios no deja de ayudar a quién lo busca.
– Lo creo. ¡Oh, qué triste es nuestro mundo pagano!
– La tristeza está en donde no está La Verdadera Vida en Dios. También en Israel se llora… Y es porque no se vive más en la Ley de Dios. Hasta pronto. La paz sea contigo.
Valeria se inclina y dice algo a la niña.
Ella levanta su carita, le tiende los brazos a Jesús y repite con su vocecita:
– ¡Ave Domine Jesús!
Jesús se inclina y recoge el besito que la niña le da. Nuevamente la bendice.
Y Valeria la toma de la mano y se van…
Jesús entra en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo. Pasa el tiempo así y luego alguien llama a la puerta.
Jesús dice:
– Entra.
La puerta se abre y entra Pedro.
Jesús dice:
– ¿Eres tú? Ven.
Pedro contesta:
– No. Tú deberías venir con nosotros. Aquí hace frío… ¡Qué hermosas flores! ¡Y deben valer mucho!
– Sí. Valen. Pero la manera como las ofrecieron, vale más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria. La amiga romana de Claudia.
– ¡Lo sé! ¡Lo sé! ¿Y para qué?
– Para consolarme. Saben lo que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme…
Pedro dice admirado:
– ¡Una romana!… ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!… Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando y que sin duda era de alguna mujer romana… Y se puso muy nervioso…
La cara de Pedro es toda una interrogación…
Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Judas?
– Afuera. Quiero decir, en el camino cerca del bosque. Quiere enterarse quién vino a verte…
– Bajemos.
Judas está ya en la cocina.
Se vuelve al ver a Jesús y dice:
– Aunque quisieras negarlo, no podrás menos e decir que esa mujer vino a… ¡Lamentarse alguna cosa! ¿No tienen algo más que decir? No tienen otra ocupación más que espiar y luego ir a contar… Y…
Jesús dice:
– No estoy obligado a responderte, pero lo haré por consideración a todos. Simón Pedro sabe quién fue. Y a todos voy a decir a qué vino. Aún las personas aparentemente más felices, pueden tener necesidad de consuelo y de consejo… Andrés, ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévaselas al pequeño Leví.
Andrés pregunta asombrado:
– ¿Por qué?
– Porque está agonizando.
Bartolomé dice admirado:
– ¿Agonizando? ¡Pero si a la hora de tercia lo vi y estaba sano!
– Estaba sano. Dentro de poco habrá muerto.
– Si está tan mal, poco gozará de las flores.
– Las flores que manda el Maestro, dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado.
Jesús se sienta.
Los demás hablan de la fragilidad de la vida.
Elisa se pone el manto diciendo:
– Yo también voy con Andrés. ¡Pobre, mujer!
Y los dos se van.
Jesús sigue callado. También Judas. Jesús está silencioso, pero no severo…
Judas lo mira una y otra vez; aguijoneado por el ansia de saber. Por la zozobra atormentadora de quién no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se calma. Luego va a molestar a Mateo, que quieto escribe en un rincón de la mesa.
Andrés regresa corriendo…
Y dice jadeante:
– Maestro. El niño en verdad está agonizando. En la casa parecen locos. Cuando Elisa entró y dijo: ¡Las manda el Señor! Yo creía que entenderían que era para el féretro. Pero sus padres, juntos dijeron: ‘¡Oh! Es verdad. Él lo curará.’
Jesús se levanta diciendo:
– La palabra de la Fe. Vamos.
Y Jesús sale aprisa, seguido por todos los demás. Cuando llega a la casa y entra dando el saludo de la paz, los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies, implorando piedad.
El niño como de cinco años, es víctima de una peritonitis fulminante y su cuerpo ya está pesado, pues la muerte ha entrado en él.
Jesús se acerca al lecho y dice:
– Leví. Ven a Mí.
El pequeño parece sacudirse. Algo así, como si alguien lo hubiese llamado con voz fuerte, mientras dormía. Se sienta sin fatiga. Se restriega los ojos y mira atónito a su alrededor…
Y al ver a Jesús que lo mira sonriente, corre sin vacilar hacia Él.
El milagro convierte la confusión anterior que estaba llena de angustia y dolor, en una fiesta de alabanza.
Los padres dicen agradecidos:
– ¡Lo salvaste! ¡Bendito seas para siempre! ¡Tus flores!.. Pero, ¿Cómo supiste? ¿Por qué no viniste? ¿Tenías miedo de que no te recibiéramos?
Jesús responde:
– No. Sabía que me recibiríais con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres.
Quise también que los demás comprendieran, que Dios responde siempre a quien lo invoca con FE. Quedaos en paz. La paz sea con vosotros.
Cuando regresan a la casa, los apóstoles suspiran.
Por fin Jesús podrá reposar…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
25.- DESPEDIDA DEL PONTÍFICE
En la terraza de la casa de Simón iluminada por la Luna llena, están Pedro y Juan. Hablan en voz baja y señalan hacia la casa de Lázaro, que está del todo cerrada y silenciosa.
Hablan durante largo rato, yendo y viniendo por la terraza. Luego el coloquio se hace más animado y sus voces antes contenidas, aumentan de tono y se hacen muy claras.
Pedro, dando un puñetazo en el parapeto de la terraza exclama:
– ¡¿Pero no comprendes que se debe hacer así?! Te hablo en nombre de Dios. Escúchame sin obstinarte. Conviene hacer como digo yo. No por cobardía y miedo, sino para impedir el exterminio total de la Iglesia. Todos nuestros pasos son seguidos, estoy convencido. Y Nicodemo me ha confirmado que estoy en lo cierto. ¿Por qué no podemos quedarnos en Betania?
Por este motivo. ¿Por qué ya no es prudente estar en esta casa o en la de Nicodemo; en la de Nique o de Anastática? Por el mismo motivo. Para impedir que la Iglesia muera, por la muerte de sus jefes.
Juan responde:
– El Maestro nos aseguró muchas veces que ni siquiera el Infierno podrá exterminarla, vencerla y prevalecer sobre ella, nunca.
– Es verdad. Y el Infierno no prevalecerá, como no lo venció a Él. Pero los hombres sí, como vencieron al Hombre-Dios, que venció a Satanás; pero que no pudo prevalecer sobre los hombres.
– Porque no quiso vencer. Debía redimir y por tanto, morir. ¡Y con esa muerte!
¡Pero si hubiera querido vencerlos!… ¡Cuántas veces logró eludir las acechanzas de toda clase que le tendieron!
– También la Iglesia será insidiada, pero no perecerá totalmente, siempre y cuando tengamos la suficiente prudencia como para impedir el exterminio de los jefes actuales, antes de crear nosotros a muchos sacerdotes de la Iglesia, en sus distintos grados… Crearlos y formarlos para su ministerio.
¡No te hagas falsas ilusiones, Juan! Los fariseos, escribas y miembros del Sanedrín harán de todo para matar a los pastores, para conseguir así la dispersión del rebaño… Del rebaño todavía débil y medroso; sobre todo, este rebaño de Palestina. No debemos dejarlo sin pastores hasta que muchos corderos no hayan pasado a su vez, a ser pastores. Ya has visto a cuántos han matado…
¡Piensa en cuánta parte de mundo nos espera! La orden fue clara: “Id y evangelizad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado”. Y a mí, en la orilla del lago, tres veces me mandó apacentar sus ovejas y corderos, y profetizó que de viejo, pero no antes; seré atado y conducido a confesar a Cristo con mi sangre y mi vida. ¡Y muy lejos de aquí!
Si comprendí bien unas palabras suyas antes de la muerte de Mannaém, yo debo ir a Roma y allí fundar la Iglesia inmortal.
¿Y no juzgó Él mismo que era bueno retirarse a Efraím, porque todavía no se había cumplido su evangelización? Y sólo en el momento preciso volvió a Judea para ser apresado y crucificado. Imitémoslo.
No se puede decir, no cabe duda de esto, que Lázaro, María y Marta eran personas miedosas. Y, sin embargo ya ves que con todo el dolor de su corazón, se han alejado de aquí para llevar a otros lugares la Palabra divina que aquí habría quedado ahogada por los judíos.
Yo, elegido por Él Pontífice he decidido y conmigo los otros apóstoles y discípulos: nos dispersaremos.
Habrá quien irá a Samaria o hacia el gran mar, o hacia Fenicia, yendo cada vez más allá a Siria, a las islas, a Grecia, al Imperio romano.
Si aquí en estos lugares la cizaña y el veneno judío hacen estériles los campos y las viñas del Señor, nos vamos a otros lugares y sembramos otras semillas en otros campos y viñas, para que no sólo haya recolección, sino que incluso sea abundante. Si en estos lugares el odio judío envenena las aguas y las corrompe para que ni yo pescador de almas, ni mis hermanos podamos pescar almas para el Señor, nos marchamos a otras aguas.
Hay que ser al mismo tiempo, prudentes y astutos. Créelo, Juan.
– Tienes razón. Pero si insistía era por María. Yo no puedo, no debo dejarla. Ello nos causaría demasiado dolor a ambos.
– Y sería una mala acción por parte mía… – le responde Juan.
– Tú te quedas aquí. Y Ella también, porque separarla de aquí sería una cosa absurda…
– A la que María nunca prestaría consentimiento. Me uniré a vosotros más adelante, cuando ya Ella no esté en la Tierra.
– Sí. Te unirás a nosotros. Eres joven… Vivirás todavía mucho.
– Y María muy poco.
– ¿Por qué? ¿Es que está enferma? ¿O sufre? ¿O está débil?
– ¡No! Ni el tiempo ni los sufrimientos han tenido poder sobre Ella. Siempre está joven, de aspecto y de espíritu; serena… yo diría, gozosa.
¿Y entonces por qué dices…?
– Porque comprendo que este nuevo florecimiento en belleza y gozo es señal de que Ella siente ya cercano que vuelve a unirse con su Hijo.
Quiero decir unión total, porque la espiritual nunca ha cesado. No descorro el velo de los misterios de Dios, pero estoy seguro de que Ella ve diariamente a su Hijo en su figura gloriosa. De ahí su beatitud. Yo creo que, contemplándolo, su espíritu se ilumina y llega a conocer todo el futuro como lo conoce Dios, incluido el suyo.
Está todavía en la Tierra, con su cuerpo, pero podría casi decir, sin temor a equivocarme, que su espíritu está casi siempre en el Cielo. Tanta es su unión con Dios, que no creo pronunciar palabras sacrílegas si digo que en Ella está Dios como cuando lo llevaba en su seno materno.
Más aún: de la misma manera que el Verbo se unió a Ella para ser Jesucristo, ahora Ella se une de tal manera a Cristo, que es un segundo Cristo que ha asumido una nueva humanidad, la del propio Jesús.
Si esto es herejía, que Dios me dé a conocer el error y que me perdone.
Ella vive en el amor. Este fuego de amor la enciende, la nutre, la ilumina y ese mismo fuego de amor nos la arrebatará, en el momento designado sin dolor para Ella, sin corrupción para su cuerpo… El dolor será sólo nuestro… mío, sobre todo…
Ya no tendremos a la Maestra, a la Guía, a la Consoladora nuestra… Y yo estaré verdaderamente solo…
Y Juan, cuya voz ya temblaba por un contenido llanto, rompe a llorar con sollozos desgarradores como nunca tuvo, ni siquiera a los pies de la Cruz o en el Sepulcro.
También Pedro, si bien más serenamente, rompe a llorar, y, entre las lágrimas, suplica a Juan que le avise, si puede, para estar presente en el tránsito de María, o, al menos, en su sepultura.
– Lo haré si tengo aunque lo dudo mucho, la posibilidad de hacerlo. Algo me dice en mi interior que, como sucedió con Elías (2 Reyes 2, 11; Eclesiástico 48, 9), que fue arrebatado por el torbellino celeste en el carro de fuego, así sucederá con Ella: casi antes de que me percate de su inminente tránsito, Ella estará ya con su alma en el Cielo.
Pero, al menos el cuerpo quedará. ¡Quedó incluso el del Maestro y era Dios!
– Para Él era necesario que así sucediera, para Ella no. Él debía con la resurrección desmentir las calumnias judías. Con sus apariciones, convencer al mundo que dudaba o incluso negaba, por causa de su muerte de cruz. Pero Ella no tiene necesidad de ello. Pero si puedo te avisaré. Adiós Pedro, Pontífice y hermano mío en Cristo. Vuelvo con Ella que me está esperando. Dios esté contigo.
– Y contigo. Y di a María que ore por mí y que me perdone una vez más por mi cobardía durante la noche del Proceso… Recuerdo que no logro borrar de mi corazón, cosa que no me deja tranquilo… – Y las lágrimas ruedan por las mejillas del Pontífice cristiano….
Pedro finaliza diciendo:
– Sea Madre para mí. Madre de amor para su desdichado hijo pródigo…
– No es necesario que se lo diga. Te quiere más que una madre según la carne. Te am como Madre de Dios y cómo solo Ella puede amar. Si estaba dispuesta a perdonar a Judas, cuya culpa no tenía medida… ¡Imagínate si no te ha perdonado a ti! La paz esté contigo, hermano. Yo me marcho.
– Y yo te sigo, si me lo concedes. Quiero verla todavía otra vez.
– Ven. Sé el camino que hay que tomar para entrar en el Getsemaní sin ser vistos.
Se ponen en marcha y andan a buen paso y en silencio, hacia Jerusalén. Pero pasan por el camino alto, que llega hasta el Monte de los Olivos por la parte que está más lejos de la ciudad.
Llegan al rayar del alba.
Entran en el Getsemaní. Van cuesta abajo hacia la casa.
María que está en la terraza, los ve llegar y emitiendo un grito de alegría, baja a su encuentro.
Pedro se arroja a sus pies, postrado diciéndole:
– ¡Madre, perdón!
María pregunta sorprendida:
– ¡¿De qué?! ¿Es que has pecado en algo? El que me revela todas las verdades, no me ha revelado sino que tú eres su digno sucesor en la Fe. Como hombre siempre te he visto justo, aunque algunas veces impulsivo. ¿Qué te debo perdonar, pues?
Pedro llora y calla.
Juan explica:
– Pedro no logra apaciguarse por lo de haber renegado de Jesús en el patio del Templo.
– Eso es cosa pasada y borrada, Pedro. ¿Acaso te reprendió Jesús?
– ¡No, no!
– ¿Mostró quererte menos que antes?
– No. La verdad… no. ¡Al contrario!…
– ¿Y eso no te dice que Él y yo con Él, te hemos comprendido y perdonado?
– Es verdad. Sigo siendo el mismo necio.
– Pues ve y permanece en paz. Yo te digo que nos encontraremos todos, yo, tú, los otros apóstoles y diáconos, todos en el Cielo junto al Hombre-Dios.
Por lo que de mi poder depende, te bendigo….
Y como hizo con Gamaliel, María pone sus manos en la cabeza de Pedro trazando una señal de la cruz.
Pedro se inclina para besarle los pies. Luego se levanta mucho más sereno que antes y acompañado ahora por Juan, regresa al cancel superior, lo cruza y se marcha.
Mientras Juan después de cerrar bien esa entrada, regresa donde María. La Luz del amanecer desplaza la oscuridad…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
15.- CIENCIA DE LA MUERTE I
En el Cenáculo hay unos grandes salones anexos al triclinium principal, que es donde se celebra la Eucaristía y en uno de ellos, están reunidas más de trescientas personas que han sido convocadas por el trabajo apostólico de todos los discípulos de Jesucristo.
Son personas de todas las edades, estratos sociales y razas. De hecho, son personas que sólo podrían accesar al Patio de los Gentiles, en el Templo de Jerusalén.
Mannaém, ungido por el Espíritu Santo y ordenado por Pedro de acuerdo a los carismas recibidos, es el maestro elegido por Dios para instruir a los nuevos catecúmenos cristianos.
Muy poco queda del antiguo y regio hermano de Herodes. Ahora es un maestro cristiano, humilde, amoroso y sencillo; al que escuchan con mucha atención los nuevos catecúmenos cristianos, que anhelan recibir las enseñanzas de su nueva religión.
Mannaém ungido por el Espíritu Santo, habla con poder y convicción:
El Misterio de la Muerte.
Dios creó todo, pero la Muerte, no es obra suya. Dios no creó la Muerte. Ha sido generada por los esponsales humanos con Satanás. Adán la generó, antes de generar a su hijo, cuando débil ante la debilidad de la Mujer pecó seducido por ella, bajo el silbido de la Serpiente y las lágrimas de los ángeles.
Pero la pequeña muerte no es un gran mal, cuando con ella cae como una hoja que ha terminado su ciclo, la carne. Al contrario, es un bien porque nos regresa a nuestro Origen, en donde un Padre nos Espera…
Y así como no ha hecho la muerte de la carne, Dios tampoco ha hecho la muerte del espíritu. Al contrario, él mandó al Resucitador Eterno, a su Hijo Jesucristo a darnos la Vida, a los que estábamos muertos. El milagro de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo, fueron milagros de la pequeña muerte. De Magdalena, Zaqueo, Dimas, etc. Todos muertos en el espíritu, Jesús hizo vivos en el Señor.
La muerte da gloria a Dios, cuando es aceptada y sufrida con santidad. La muerte es una voluntad de Dios que se cumple. También aunque el ejecutor de ella, sea un hombre feroz que se ha vuelto árbitro de los destinos de los demás. Y por su adhesión a Satanás, se convierte en instrumento para atormentar a sus iguales, asesinando a los mismos y siendo maldito por Dios.
La muerte es siempre la extrema obediencia a Dios, que amenazó con la muerte al hombre por su pecado. La muerte del cuerpo, es liberación del espíritu.
Nuestra vida en la Tierra no es más que una gestación para nacer a la Luz, a la Vida. Muchos miran con horror la fosa sepulcro oscuro, donde el cuerpo que se ama con idolatría, vuelve a la verdad de su origen: Lodo.
Fango del cual se suelta una flama, una luz: el alma.
Qué es lo que hace valioso al cuerpo con el espíritu, que es manifestación de Dios y ante el cual la carne es una nada despreciable.
El hombre cuida mucho de los derechos de la carne que es perecedera y mortal. Y que solo cuando es tenida como esclava del espíritu y no dueña del espíritu, puede convertirse a su debido tiempo en regia habitante del Reino de los Cielos.
La pequeña muerte es la que nos saca de la tierra y libera nuestro espíritu de la carne. La gran Muerte es la que mata lo inmortal: el espíritu. De la primera se resucita. De la segunda no se resucita en la eternidad. Se estará para siempre separado de la Vida, porque Dios es nuestra vida.
Los animales obedeciendo la orden de los instintos saben regularse en la comida, en los connubios, en el escogerse las madrigueras. Y el hombre con sus continuas desobediencias en el orden natural y sobrenatural, muchas veces se da la primera y la segunda muerte; con abusos en sus placeres y en sus vicios, matando también su carne; al manejarlos como si fueran armas esgrimidas en un loco frenesí de autodestrucción, matando su alma.
Buscan la muerte con los errores de la vida. Y la perdición con las obras de sus manos.
Siempre es justa la hora de la muerte, porque es dada por Dios. Él es el Dueño de la vida y de la muerte. Y si no son de Él ciertos medios de muerte usados por el hombre por instigación demoníaca; son siempre de Él, las sentencias de muerte dadas por Él, para quitar a un alma de un tormento terreno demasiado atroz o para impedir mayores culpas a aquella alma.
La muerte es siempre un calvario, grande o pequeño, pero siempre calvario. Aunque las apariencias indiquen lo contrario. Porque es proporcionada por Dios, a las fuerzas de cada uno de sus hijos.
Fuerzas que Dios aumenta a medida que la muerte que ha destinado para su creatura, es cumplida santamente.
Cuando la hora de la reunión con Dios está más próxima, es más necesario aumentar la Fe, porque en la hora de la muerte Satanás nunca se cansa de perturbar con sus trampas: Es astuto, feroz, lisonjero y con sonrisas, con cantos, con engaños, aparentes caricias de sus garras, tratando de hipnotizar con silbidos repentinos con los que siempre ha buscado doblegarnos; aumenta sus operaciones para arrancarnos del Cielo.
Y es precisamente en esta hora cuando debemos abrazarnos de la Cruz, para que las olas del último huracán satánico no nos sumerjan.
Después viene la Paz Eterna. Hay que tener ánimo.
La Cruz es la fuerza en la hora de la muerte.
El justo no le teme a la muerte, porque sabe que al obrar el bien tiene la sonrisa de Dios.
Para los impíos la muerte es pavorosa. Tienen miedo. Y más miedo todavía cuando sienten que no han actuado bien o lo han hecho mal del todo.
La boca mentirosa del hombre trata de engañarse a sí mismo, para consolarse y engañar a los demás. ‘Yo he actuado bien’ Pero la conciencia, que está como un espejo de dos caras bajo su rostro y el Rostro de Dios; acusa al hombre de no haber obrado bien y de no obrar para nada bien como lo proclama.
Y es entonces cuando un gran miedo los molesta: el miedo del Juicio de Aquel que todo lo conoce. Y aquí la gran pregunta: ¿Por qué si se le teme tanto como a Juez, no evitan el tenerlo como tal?
¿Por qué lo rechazan como salvador y no lo aceptan como Padre? ¿Por qué si lo temen, no actúan obedeciendo sus mandatos y no lo saben escuchar con voz de Padre que guía, hora por hora con mano de amor?
Si al menos lo obedecieran cuando habla con voz de Rey. Sería obediencia menos premiada, porque es menos dulce a su corazón. ¡Pero sería obediencia!
Entonces, ¿Por qué no lo hacen y sin embargo le tienen pavor a la muerte?
La muerte no se evita y son felices los que llegan a ella vestidos de amor, al encuentro de Aquel que los espera.
Temen a la muerte aquellos que no conocen el amor y que no tienen la conciencia tranquila. Éstos, cuando por enfermedad, por edad o por cualquier otro motivo, se sienten amenazados por la muerte; se asustan, se afligen o se rebelan.
Intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas, escapar de ella.
Inútilmente, porque cuando la hora ha sido señalada, ninguna cautela vale para desviar la muerte.
La muerte de los inocentes que mueren sin rencor, es bella como un martirio. Y como no tienen la mancha del odio, también son víctimas que Dios toma como hostias. Son las flores de hoy, cortadas por el Enemigo de Dios que busca destruir a sus hijos. Y por el Odio desencadenado con todas sus fuerzas en el fragor del Infierno de la violencia en su máximo esplendor.
No solamente la muerte del pecador es horrible, sino también su vida. No hay que ilusionarse sobre su aspecto exterior, es un maquillaje. Un barniz para cubrir la verdad. Porque una hora; solamente una hora de la paz del justo, es incalculablemente más rica en felicidad, que ni la más larga vida de pecado.
Las apariencias indican lo contrario. Y así como a los ojos del mundo no aparecen la riqueza y la alegría de los santos; así también se esconde el abismo de inquietud y de insatisfacción que hay en el corazón del injusto. Y del que como cráter de un volcán en erupción vomita vapores acres, corrosivos y venenosos; que intoxican a los desventurados, cada vez más.
Tratan de sofocar la inquietud buscando darse todas las satisfacciones que apetecen en su ánimo extraviado y por lo mismo satisfacciones de maldad, porque están fermentados en ella.
Los pecadores obstinados e impenitentes, llegan a la perfección del mal y su muerte es un horror que los hace estallar en la otra vida, porque los sumerge en un horror mucho más grande.
LA GRAN MUERTE.
El alma tiene derecho a la Vida Verdadera.
El alma muere cuando se la mantiene separada de Dios. Hay que nutrirla lo más posible con la Palabra de Dios. Y solo así saturados de Él, todos los días tendremos vitalidad espiritual, para vencer todas las asechanzas y todas las tentaciones.
La muerte del espíritu se puede constatar a la medida que se pierde la noción del Bien y del Mal.
El alma que se ha sumergido en la impenitencia final, es incapaz de sentir ni siquiera remordimientos y se vuelve insensible al daño causado al prójimo. La falta de remordimiento es la señal de su decadencia espiritual.
El espíritu está muerto cuando no se tiene la gracia vivificante del Espíritu Santo. Un espíritu muerto, comunica su muerte al alma y de la misma manera que un espíritu vivo, trasmite su vida al alma. Como la sangre trasmite la vida al cuerpo, así el espíritu proporciona la vida al alma. ¡Hay que vivir! Sólo entonces la muerte no será un fin, sino un principio. Un principio de alegría sin medida.
El espíritu es el señor de nuestro ser y cuando está muerto es un esclavo. Y ésta será la culpa de la que responderemos. El hecho de que el hombre lo atropelle y lo mate, no le cambia su característica de señor de nuestro ser. El que deja que el Enemigo mate su espíritu se convierte en cómplice del delito de Deicidio. Porque a los ojos de Dios, el espíritu es la parte selecta que Él Mismo dio al hombre y permite a Dios convertirnos en Templos Vivos e hijos suyos. El espíritu es el que volverá a animar la carne, en la hora del Último Juicio. Resurrección gloriosa del espíritu vivo o tremenda realidad, para merecer la Segunda Muerte.
Dios no quiere moradas hechas por mano de hombre. Él quiere los templos que Él hizo con sus propias Manos. Templos de sangre y de alma. Templos que la Sangre de Jesús ha revestido de Púrpura Inmortal, Purificando sus preciosos altares. Esto es lo que Él quiere para reconciliarse con el hombre.
Las tentaciones son inevitables, pero ellas por sí solas no hacen daño. Son malas cuando cedemos a ellas. Nunca serán más fuertes que nosotros, porque el Padre siempre da fuerzas superiores a quién quiere permanecer en el Bién.
El Mal está, cuando deseamos ceder al mal y es entonces cuando nosotros mismos saboteamos las fuerzas de Dios con una voluntad perversa, al abandonarnos al beso de la Tentación. Cuando procedemos así, sometemos al alma a un trance de muerte y de un alma enferma o moribunda, salen aquellos sentimientos que causan asombro.
Y no debería. En un cuerpo corrupto están los hedores de la muerte y en las almas corruptas, están las manifestaciones de Pecado.
Por eso hay que ser cristianos verdaderos y no de nombre o de palabra.
El signo de la Cruz debe ser grabado en las fibras vivas de nuestro corazón, no sobre frontones vacíos. Hay que abrir el corazón al Amor. Para el cristiano, la muerte ha sido destruida con la Muerte de Jesús.
Nuestras culpas han sido anuladas con su Sangre. En anticipo Él nos ha rescatado. Y el espíritu que es impulsado por el Espíritu Santo, debe dar obediencia y agradecimiento a Dios por los dones del Espíritu Santo que auxilian al espíritu vivo en el que Él habita y nos convierte en verdaderos hijos de Dios. Y por eso hay que imitar en todo a Cristo.
¿Hay sufrimiento? Hay que reflexionar en quién nos hace sufrir. Veremos que es el hombre. Siempre está el nombre de un hombre detrás de la causa de nuestro sufrimiento y solo Dios puede aliviarlo.
¿Nos sentimos débiles en el espíritu y mortificados por nuestras caídas? Examinémonos bien ¿Somos nosotros los que pusimos los medios y no huimos de nuestros tentadores? En nuestra alma la culpa ha sido lavada por el Bautismo, pero han quedado los fomes. Por eso debemos rechazar totalmente las tentaciones y buscar siempre la semejanza y la perfección, tal como lo ordenó el mandato de Jesús.
Quién espontánea y premeditadamente mata su alma, termina casi siempre por matar también su cuerpo. Violento contra su alma, se vuelve violento contra su carne. Y la mata con sus vicios y termina suicidándose como Judas.
Quién sin premeditación mata su alma con el pecado mortal, pero poseyendo voluntad de vida, arrepentido busca regeneración y confía en la Misericordia, no solo devolverá la vida a su espíritu, sino por la humillación de la caída, disminuirá en soberbia y crecerá en su amor por Dios.
LA CONVERSIÓN ES LA RESURRECCIÓN DEL ESPÍRITU
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
1.- APÓSTOLES DE LOS ULTIMOS TIEMPOS
Los apóstoles están reunidos en el Cenáculo, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua. Están sentados alrededor de Jesús igual que la noche del Jueves, cuando instituyó la Eucaristía. La única diferencia es que ahora es Tomás el que está sentado enseguida de Juan.
Jesús dice:
– Comed amigos.
Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría… La alegría de contemplarlo…
Jesús distribuye los quesos, la miel y los alimentos ofreciendo, dando gracias y bendiciendo; como lo ha hecho siempre. Echa vino en las copas y lo da a sus amigos. Y cena con ellos, comiendo y bebiendo parcamente, como es su costumbre…
Juan, como lo hace siempre; apoya su cabeza sobre la espalda de Jesús.
El Maestro lo atrae sobre su pecho y en esta posición, empieza a hablar:
– Vosotros habéis estado conmigo en mis pruebas… Y lo estaréis también en mi gloria. No bajéis la cabeza. La noche del Domingo, cuando me aparecí a vosotros por vez primera después de mi Resurrección, os he infundido el Espíritu santo… –Mirando a Tomás, agrega- Que también sobre ti que no estabas presente, descienda…
Y mirándolos a todos continúa:
– ¿No sabéis que la infusión del Espíritu Santo es como un bautismo de fuego, porque el Espíritu es Amor y el amor borra las culpas? El pecado que cometisteis cuando me abandonasteis, os está perdonado.
Y al decir esto, Jesús besa la cabeza de Juan que no lo abandonó.
Juan llora de alegría.
Jesús prosigue:
– Os he dado el poder para perdonar los pecados; pero no se puede dar lo que no se tiene. Debéis convenceros de que este poder lo tengo completo y lo empleo en favor vuestro, que debéis estar limpios en tal forma; que podáis limpiar a quién sucio del pecado, venga a vosotros… Amigos, pensad en vuestra dignidad de sacerdotes.
Yo estuve entre los hombres para juzgar y perdonar. Ahora regreso donde el Padre. Regreso a mi Reino. La facultad de juzgar la tengo en mis manos, pues el Padre me la ha conferido. Todos los hombres, cuando hayan abandonado su cuerpo mortal vendrán a Mí y Yo los juzgaré por primera vez en su juicio particular… Después, habrá el Juicio Universal y la raza humana retomará su vestido de carne, para separarse en dos partes: Los corderos con su Pastor y los machos cabríos, con el que los atormentará eternamente…
Pero, ¿Cuántos hombres habría con su Pastor si después del Bautismo no haya quién los perdonase en mi Nombre? Por esto he creado sacerdotes: para salvar a los que salvé por mi Sangre, que es salvadora. Los hombres siguen cayendo en la muerte, una y otra vez y es necesario que con vuestra potestad, los lavéis siempre en mi Sangre, setenta veces siete; para que no sean presa de la muerte. Vosotros y vuestros sucesores lo haréis, por esto os absuelvo de todos vuestros pecados… El vuestro es un gran ministerio: juzgar y absolver en mi Nombre.
Cuando consagraréis para vosotros el pan y el vino y hagáis que se conviertan en mi Cuerpo y en mi Sangre, realizaréis una cosa sublime y sobrenatural. Para realizarla dignamente debéis ser puros; porque tocaréis a Aquel que es la Pureza y os alimentaréis de la Carne de un Dios.
Puros de corazón, de inteligencia, de cuerpo y de lengua debéis ser. Porque con el corazón amaréis la Eucaristía y no deben mezclarse con este amor celestial, amores profanos que sería un sacrilegio.
Puros de mente, porque debéis creer y comprender este Misterio de Amor y la impureza de pensamiento, mata la Fe y la inteligencia. Puros de cuerpo, porque a vuestro pecho bajará el Verbo, así como descendió al seno de María por obra del Amor. Tenéis ante vosotros el ejemplo vivo de como debe ser el pecho que acoge al Verbo que se hace carne. El ejemplo es la Mujer sin la culpa de origen y sin culpa personal…
¡Oh, amados míos! Amigos que mando sobre los caminos del mundo, para continuar la obra que he empezado y que continuará mientras permanezcan los siglos… Recordad estas palabras mías. Os las digo para que las repitáis a los que consagraréis al ministerio, para el que os he consagrado.
Veo… Miro en los siglos. El tiempo y las multitudes infinitas de hombres que están ante Mí… Veo calamidades, guerras, paces mentirosas y hecatombes humanas. Odio, robos, sensualidad y orgullo. De vez en cuando un oasis: un período en que se vuelve a la cruz. Como un obelisco que señala una senda entre la seca arena del desierto.
Mi Cruz será levantada con amor, después que el veneno del Mal haya inyectado a los hombres con su rabia… Veo a hombres, mujeres, ancianos, niños, guerreros, estudiosos, doctores, campesinos… Todos vienen y pasan con su fardo de esperanzas y dolores. Veo que muchos vacilan, porque el dolor es demasiado y la esperanza ha sido la primera en caer hecha pedazos, al dar contra el suelo… Al sentirse pisoteados y abandonados… Al sentirse morir, porque la caridad se ha enfriado y es demasiada la maldad, llegan a odiar y maldecir…
Pobres hijos! Entre todos éstos heridos por la vida y que caen abrumados por la desolación más dolorosa; mi amor esparcirá intencionalmente samaritanos piadosos, que serán cómo faros en la noche, para que los débiles encuentren ayuda y consuelo. Mis profetas benditos cuya luz hará que se vuelva a oir la Voz que dice: ‘Espera. No estás solo. Sobre ti está Dios. Contigo está Jesús que está Vivo y Resucitado…’
¡Mis Apóstoles de los Últimos Tiempos!…
¡Mis profetas benditos que serán lapidados por la Jerarquía de la Iglesia, que con el Racionalismo habrá perdido la Fe!
Pero que aunque sean tratados como Jerusalén trató a sus antecesores y a Mí, serán antorchas ardientes de amor, de fuego y de luz…
Continuadores vuestros que serán caridades activas, para que mis pobres hijos no mueran en sus almas y continúen creyendo en Mí que soy Caridad, al ver en mis ministros mi reflejo.
Pero, ¡Oh Dolor que hace que vuelva a sangrar la herida de mi Corazón, cómo cuando fue abierto en el Gólgotha! ¿Qué están viendo mis ojos divinos?… ¿No hay acaso sacerdotes entre las multitudes infinitas y mi divina invitación ya no resuena en los corazones? ¿Ya no es capaz el corazón humano de oírla?
En el correr de los siglos habrá seminarios y en ellos levitas. De ellos saldrán sacerdotes, porque en su adolescencia mi invitación se hará oir con una voz celestial, en muchos corazones y ellos la seguirán. Pero con la juventud y la maduréz, oirán otras voces… Y la mía no se escuchará más.
Mi Voz que habla a través de los siglos a sus ministros, para que sean lo que vosotros sois ahora: Los apóstoles en la escuela de Jesús. El vestido lo siguen teniendo… Pero el sacerdote, ha muerto…
Durante el correr de los siglos, a muchos sucederá esto: Sombras inútiles y borrosas no serán fermento de masa; cuerda que jale; fuente que quite la sed; trigo que sacie el hambre; corazón que sepa compadecer; luz en las tinieblas; voz que repita lo que el Maestro le ordena… Sino que serán para la pobre raza humana un peso de escándalo, parásitos, putrefacción igual a los sepulcros blanqueados del Templo que Dios ha abandonado…
¡Horror! ¡En el futuro los más grandes Judas, los tendré entre mis sacerdotes!…
A Jesús se le ha demudado el semblante, demostrando que aun siendo Verdadero Dios, continúa siendo Verdadero Hombre… Sus bellísimos ojos color zafiro, se inundan de lágrimas que bañan sus pálidas mejillas…
Los apóstoles lo miran pasmados y no saben que decir. Su corazón se angustia y no pueden consolarlo.
Jesús explica:
– Amigos… Estoy en la Gloria y sin embargo lloro. Tengo compasión de estas multitudes infinitas… Greyes sin pastores… O con demasiado pocos. Siento una piedad infinita. Pues bien: Lo juro por mi Divinidad que les daré pan, agua, luz, voces, que los elegidos a esta Obra no quieren hacer. Repetiré en el correr de los siglos el milagro de los panes y los peces. Con unas pocas almas humildes y laicas, daré de comer a muchos y se saciarán.
Y habrá para todos, porque tengo compasión de este pueblo y no quiero que perezca.
Benditos los que merecerán ser tales; porque lo habrán merecido con su amor y su sacrificio.
Y tres veces benditos los sacerdotes que permanecerán apóstoles: pan, agua, luz, voz, descanso y medicina de mis pobres hijos. Resplandecerán en el Cielo con una luz muy especial. Os lo juro Yo, que soy la Verdad.
Levantémonos amigos y venid conmigo para que os enseñe una vez más, cómo orar. La Oración es la que alimenta las fuerzas del apóstol, porque lo une con Dios.
Jesús se pone de pie y se dirige a la escalerilla que está a la puerta del Cenáculo…
Los apóstoles se ponen sus mantos y preguntan perplejos:
– ¿A dónde vamos Señor?
Pero cuando llegan al corredor que hace de vestíbulo, Jesús ha desaparecido…
La casa está silenciosa y desierta y todas las puertas están cerradas.
Salen hacia la calle. La mayoría de los habitantes de Jerusalén están reunidos en sus casas para la cena y la ciudad muestra sus calles vacías. Todos los forasteros se han ido, aterrorizados con los terremotos… Unos con el del Viernes y los valientes que se quedaron, con el del amanecer del Domingo.
La tarde está cayendo y pronto anochecerá. Se alejan mientras comentan…
Andrés dice:
– Estoy pensando en los enfermos. ¿Recuerdan a la mujer de ayer, que estaba desesperada?
Todos se miran mutuamente y dicen:
– Si… Ninguno de nosotros se sintió capáz de imponerle las manos.
Tomás dice a Juan:
– Tú podías haberlo hecho. Tú no huiste ni lo negaste. Y tampoco has sido incrédulo…
Juan inclina la rubia cabeza y confiesa:
– También yo pequé contra el amor, igual que ustedes. Cerca del arco de la casa de Josué, aprisioné por el cuello a Elquías y estuve a punto de estrangularlo, porque ofendió a la Virgen. Y también… He odiado y maldecido a Judas de Keriot…
Pedro contesta aterrorizado:
– ¡Cállate! No pronuncies ese nombre. Es de un demonio y me parece que lo estuviéramos invocando… Que no estuviera en el Infierno y que ande entre nosotros, para hacernos pecar otra vez.
Andrés dice:
– ¡Oh! Con todo lo que ha pasado, él está refundido en los Infiernos… Pero aunque estuviese aquí, su poder ya se acabó. Tuvo todo para haber podido ser un ángel y eligió ser un demonio. Y Jesús ha vencido a Satanás.
– Así será… Pero es mejor no nombrarlo. Tengo miedo. Ahora comprendo cuán débil soy. Pero tú Juan, no te sientas culpable. Todos los hombres maldecirán al que entregó al Maestro… –Y Pedro se estremece.
Tadeo que jamás pudo aceptar a Iscariote, exclama:
– ¡Y con mucha razón!
Juan dice:
– No. María ha dicho que le basta el juicio de Dios y que debemos fomentar un solo sentimiento: el de agradecimiento de no haber sido nosotros los traidores. Y si Ella no maldice… Ella, la Madre que vio los tormentos de su Hijo, ¿Debemos hacerlo nosotros? Mejor olvidémoslo…
Santiago su hermano contesta:
– ¡Seríamos unos tontos!
– Y sin embargo es la palabra del Maestro, por los pecados de Judas… –Juan dice esto, se calla y suspira…
Varios le dicen al mismo tiempo:
– ¿Qué cosa?
– ¿Hay otros?
– Tú sabes…
– ¡Habla!…
Juan dice:
– He prometido olvidar y me esfuerzo en hacerlo. Respecto a Elquías, lo que hice no estuvo bien… Pero aquel día cada uno de nosotros tenía su ángel y su demonio… Y no siempre escuché al ángel de la luz…
Zelote informa:
– ¿Sabéis que Nahúm está paralítico y que su hijo Annás fue aplastado por una pared de su palacio, que se derrumbó con el terremoto y el deslave del monte? Lo encontraron porque ya apestaba… Nahúm estaba con otros de su calaña y fue golpeado con una piedra que se desprendió y le pegó en el cuello. Sólo tiene una mano sana y con ella agarró por la garganta a Caifás, cuando fue a visitarlo y le gritaba: ‘¡Por tu culpa! ¡Por tu culpa!’ Tampoco comprende nada y parece una bestia… Babea, aulla y se la pasa maldiciendo. Si no hubieran acudido los siervos, quién sabe que hubiera sido del Pontífice…
Los demás lo miran asombrados y preguntan:
– ¿Y tú cómo lo supiste, Simón?
Zelote responde lacónico:
– Ayer vi a José de Arimatea.
Han llegado al puentecillo del Hebrón? y se detienen…
Pensativos, miran el suelo y las casas.
Andrés palidece y señala una casa que en lo blanco de la pared, tiene una gran mancha rojiza…
El apóstol más tímido, exclama:
– ¡Es sangre! Sangre del Maestro tal vez… ¿Había empezado aquí a perder sangre? ¡Oh! Por favor decídmelo…
Santiago de Alfeo responde desconsolado:
– Y ¿Qué quieres que te digamos, si ninguno de nosotros lo siguió?
Santiago de Zebedeo responde:
– No inmediatamente. Mi hermano Juan me ha dicho que lo siguieron desde la casa de Malaquías… Aquí no estuvo ninguno de nosotros…
Todos miran la mancha como si estuvieran hipnotizados.
Tomás observa:
– Ni siquiera la lluvia la ha lavado. Tampoco el granizo que cayó tan fuerte en estos días, la ha arrancado… Si estuviese seguro de que es sangre suya, la quitaría de allí…
Mateo propone:
– Preguntémosle a los de la casa… Tal vez ellos sepan.
– No. Nos podrían reconocer por sus apóstoles. Pueden ser enemigos del Mesías y…
Santiago de Alfeo da un gran suspiro y dice:
– Nosotros todavía somos unos cobardes…
Todos estan mirando fijamente, la pared que los acusa…
Y pasa una mujer que viene de la fuente con sus cántaros…
Los mira atentamente y les grita:
– ¿Estáis viendo esa mancha sobre la pared? ¿Sois discipulos del Maestro? Me parece que lo sois… porque el miedo se dibuja en vuestras caras. Aunque no os vi detrás del Señor cuando pasó por aquí… Cuando lo llevaban a la muerte… Lo que me hace pensar que un discípulo que sigue al Maestro cuando todo va bien y que se gloría de ello… Que está dispuesto a dejar todo por seguir al Maestro… Debe también seguirlo cuando le va mal… Yo no os ví… ¡NO!…
Y si no os vi, señal es de que yo; una mujer de Sidón… Fui detrás de Aquel a Quien sus discípulos no siguieron… Él me hizo un gran favor… Vosotros… ¿Vosotros no recibisteis nada de Él? Me extraña. Porque hacía el bien a gentiles y samaritanos. A pecadores y aún a ladrones, al darles la Vida Eterna. ¿No os amaba acaso?…
Entonces es señal de que sois peores que los escorpiones y que las hienas apestosas; aún cuando creo verdaderamente que Él fue capáz de amar a las víboras y a los chacales, no por lo que son sino porque su Padre los creó…
Lo que estáis viendo es sangre. Sangre de una mujer de la costa del gran mar. Una vez fueron tierras filisteas, cuyos habitantes son despreciados todavía por los hebreos… Y con todo, ella supo defender al Maestro, hasta que el marido la mató… Arrojándola con tanta fuerza, después de haberla golpeado, que hasta le abrió la cabeza… Se le salieron los sesos y quedó estampada con su sangre, sobre la pared de su casa donde ahora lloran sus hijos huérfanos… Pero había recibido un beneficio del Maestro… Le había sanado a su marido que moría de una enfermedad inmunda.
Sí… La mató el mismo marido que recibió el milagro del Maestro. Por este beneficio, amaba al Mesías. Y lo amó hasta morir por su causa…Cuando lo vió pasar torturado, cuando lo llevaban a la casa de Caifás. Lo precedió en el seno de Abraham…
También otra mujer que era madre, lavó el camino con la sangre de su vientre, que su perverso hijo le abrió por defender al Maestro. Y allá… –señala otra casa distante unos cincuenta metros- Una anciana murió de dolor cuando lo vió pasar herido a Él, que le había devuelto la vista a su hijo.
También un anciano mendigo que salió en su defensa, murió porque recibió en su cabeza, la pedrada que estaba destinada a la cabeza herida de vuestro Señor.
Porque así lo considerabais, ¿No es verdad? Los valientes de un rey, mueren a su alrededor; pero ninguno de vosotros murió por Él. Estabais lejos de los que lo golpeaban…
¡AH! ¡Uno murió! Pero no de dolor, ni por haber defendido al Maestro. Primero lo vendió, luego lo señaló con un beso y finalmente se suicidó. Ya no le quedaba otra cosa que hacer para aumentar su iniquidad. Estaba completa como la de Belzebú. El mundo lo habría lapidado, para que la tierra se viese libre de él. Él lo sabía, Dios permitió su último crimen contra sí mismo, para que el mundo NO se manchase las manos con su sangre. Quiso que no hubiera verdugos que vengasen al Inocente…
Conforme habla, los ha estado mirando con un desprecio que va en aumento, Sus grandes ojos negros tienen la mirada como afilados cuchillos de obsidiana, con una dureza implacable, que deja al grupo congelado e incapaz de reaccionar.
Entre dientes, gruñe y escupe la última palabra:
– ¡Bastardos!
Recoge sus cántaros y se va. Satisfecha de haber vomitado su desprecio contra los discípulos que abandonaron al Maestro…
Los apóstoles se quedan aniquilados. Con la cabeza agachada, los brazos caídos y sin fuerza… La verdad los aplasta. Meditan sobre la consecuencia de su cobardía. No articulan palabra. No se atreven a mirarse.
Ni siquiera Juan y Zelote, que fueron los únicos que no fueron cobardes y que comparten el dolor que sienten, al verse impotentes para curar la herida producida por las palabras de la airada mujer, en el corazón de sus compañeros.
La oscuridad los rodea. Una luna menguante ilumina apenas la noche y el silencio, es absoluto. Solo se escucha el murmullo del cercano Cedrón fluyendo con sus aguas cantarinas. Todos se sobresaltan cuando de repente…
Se escucha la dulce voz de Jesús que pregunta:
– ¿Qué estáis haciendo aquí? Os estaba esperando a la entrada del Huerto de los Olivos…
Nadie contesta.
Jesús añade:
– ¿Por qué estáis mirando cosas muertas, cuando os espera la Vida?
Jesús, que ha venido del Getsemaní en su busca se detiene a su lado y mira la mancha que mantiene como hipnotizados a los apóstoles y dice:
– Esa mujer ya está en paz. Ha olvidado el dolor. ¿Qué no piensa en sus hijos? No. Lo hace mucho mejor. Los santificará, porque no pide otra cosa a Dios.
Jesús empieza a caminar y los apóstoles lo siguen en silencio. Después de caminar algunos metros, Jesús se vuelve y pregunta:
– ¿Por qué decís dentro de vuestros corazones: “¿Por qué no pide que se convierta su marido? No es santa si lo odia…” Yo os digo que no lo odia. Lo perdonó cuando la mataba. Alma que entra en el Reino de la Luz, ve con sabiduría y justicia. Y ella ve que su marido, ni se convertirá, ni será perdonado. Rechazará la salvación y Dios respetará su decisión. Vuelve ahora su plegaria en favor de quién puede conseguir el bien. Esa no es mi Sangre. Y sin embargo perdí mucha por este camino. Las pisadas de mis enemigos la han borrado, al mezclarse con el polvo y la suciedad. La lluvia la ha hecho desaparecer, pero hay algo que todavía puede verse… Porque manó tanto, que ni los pasos ni el agua la han borrado del todo. Caminaremos juntos y veréis mi Sangre derramada por vosotros…
Los apóstoles se preguntan mentalmente a sí mismos:
– ¿A dónde?
– ¿A dónde quiere ir?
– ¿Al lugar donde oró?
– ¿Al Pretorio?
– ¿Al lugar donde la hierba está bañada con su Sangre?
Los apóstoles no han dicho una palabra…
Jesús que camina adelante como siempre, se voltea y dice:
– Al Gólgota. Hay tanta, que el polvo se ha endurecido como si fuesen piedras. Y hay quienes ya se les han adelantado…
Bartolomé exclama alarmado:
– ¡Es un lugar inmundo!
Jesús lo mira con una sonrisa compasiva y responde:
– Cualquier lugar de Jerusalén después del horrible pecado, es ahora inmundo. Y sin embargo no os preocupáis de otra cosa, fuera del miedo que sentís por la gente…
– Es que ahí siempre han muerto ladrones…
Jesús puntualiza:
– He muerto Yo. Y para siempre lo he santificado… En verdad te digo que hasta el fín de los siglos, no habrá lugar más Santo que ese… Y que a él vendrán de toda la tierra a besar su polvo. Y hay alguien que os ha precedido, sin temer las burlas y las amenazas. Sin temer a contaminarse. Y quién os precedió, tenía doble motivo para temer.
Pedro le pega levemente con el codo en las costillas a Juan… Y la reconocida señal es interpretada…
Juan pregunta:
– ¿Quién fue Señor?
Jesús contesta:
– Magdalena. Así como recogió las flores que hollaron mis pies el domingo de Ramos y las repartió como un recuerdo de júbilo entre sus compañeras discípulas; asi subio ahora al Calvario y con sus manos ha excavado la tierra que se endureció con mi Sangre y la ha depositado en las manos de mi Madre.
No ha tenido miedo. Era conocida como la ‘pecadora’ y como la discípula. No tuvo miedo de contaminarse, porque adora esa Sangre que la ha redimido. Mi Sangre ha borrado todo. Santo es el suelo donde cayó. Mañana, antes de la hora sexta subiréis al Gólgota. Os alcanzaré. Pero quién quiera ver mi Sangre, ahí la tiene.-Y señala un balaustre del puente agregando- Aquí mi boca pegó y brotó sangre… De ella no habían brotado más que palabras santas y palabras de amor… ¿Por qué entonces fue golpeada? ¿Y no hubo nadie que la hubiera curado con un beso.
Los apóstoles se sienten aplastados.
Y Jesús los conduce hasta un portón nuevo que impide la entrada al huerto de los Olivos y que forma parte de una fuerte empalizada con estacas agudas, alta y con su nueva cerradura.
Jesús trae una llave de metal, nueva y resplandeciente…
Felipe le alumbra la noche cerrada, con una antorcha que ha encendido y el Maestro abre el cerrojo.
Los apóstoles miran sorprendidos la nueva construcción que impide la entrada al huerto…
Y comentan:
– No estaba antes, ¿Por qué ahora?
– Ciertamente Lázaro ya no quiere a nadie aquí.
– Mira allá. Piedras, ladrillos y cal.
– Ahora es de leños, mañana será una pared.
Jesús dice:
– Venid. No os ocupéis de cosas muertas, os lo digo… Ved. Aquí estuvisteis… Aquí me rodearon y aprehendieron. –Extiende su brazo y señala- De allí huisteis… Si hubiera estado esta valla entonces, no hubierais podido huir con tanta rapidez. Pero ¿Cómo iba a pensar Lázaro, que se moría de ansias por seguirme, qué ibais a huir? ¿Os hago sufrir? Primero sufrí Yo. Quiero borrar aquel dolor… ¡Bésame Pedro!
Pedro grita espantado:
– ¡No Señor, no! ¿Repetir lo que hizo Judas aquí, a la misma hora? ¡No!
Jesús insiste:
– Bésame. Tengo necesidad de qué hagáis con amor sincero, lo que Judas no hizo. Después seréis felices. Acércate Pedro. Bésame.
Pedro no solo lo besa. Con sus lágrimas lava la mejilla del Señor. Se retira cubriéndose la cara con sus manos temblorosas y se sienta en el suelo para llorar.
Los demás, uno tras otro lo besan en el mismo lugar. Y todos terminan llorando de dolor y arrepentimiento.
Luego Jesús dice:
– Os retiré de Mí aquella noche, después de que os robustecí con mi Cuerpo y con mi Sangre y pocas horas después caísteis. Recordad siempre cuán débiles fuisteis y que sin la ayuda de Dios no podríais permanecer en la justicia, ni siquiera una hora.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
230.- EL LABERINTO
Dos días después… El Miércoles de Pascua…
Los Diez están en el patio del Cenáculo y conversan…
Simón Zelote dice:
– Estoy muy preocupado porque Tomás no se ha dejado ver. Y no sé dónde encontrarlo.
Juan:
– Tampoco yo.
Varios dicen:
– No está en la casa de sus padres.
– Nadie lo ha visto.
– ¿Lo habrán aprehendido?
Juan:
– Si así fuera, el Maestro no hubiera dicho: “Diré lo demás cuando llegue el que está ausente.”
Zelote:
– Es verdad. Voy a ir otra vez a Bethania. Tal vez ande por los montes y no tiene valor para acercarse.
Mateo:
– Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y nos salvaste al llevarnos con Lázaro. ¿Os acordáis de lo que el Señor dijo de él?: “Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado.” ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?
Felipe:
– Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del Traidor.
Pedro:
– En la mañana, oí… Cuando estaba con los vendedores de pescado en el mercado… Y sé que no fue una habladuría, pues conozco al que lo dijo. Que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. Nadie quiere retirarlo… No saben quién habrá sido; pero encontraron dentro del recinto sagrado su cuerpo totalmente corrompido y con la faja todavía amarrada al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí. Quién sabe cómo…
Santiago de Alfeo:
– Pues a mí me dijeron en la fuente, que desde el domingo por la tarde, las entrañas del Traidor, estaban esparcidas desde la casa de Caifás, hasta la de Annás. Ciertamente se trata de paganos; porque ningún hebreo hubiera tocado jamás el cuerpo, después de cinco días… ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!
Juan se pone palidísimo, al recordar lo que vio.
Y exclama:
– ¡Qué horror! ¡Ya estaba corrompido desde el sábado!
Bartolomé:
– ¡Y arrojarlo en el lugar sagrado!… ¡Profanar el Templo de esa manera!…
Andrés:
– Pero, ¿Quién podía hacerlo? ¡Si tienen guardias por todos lados!…
Felipe:
– A menos que haya sido Satanás…
Mateo:
– Pero como fue a parar al lugar donde se colgó. ¿Era suyo?
Nathanael:
– ¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil y complicado era?
Zelote:
– Dirías mejor mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nunca se nos integró. Y nosotros que siempre estábamos juntos, cuando estábamos con él, parecía como si nos topásemos contra una muralla.
Tadeo:
– ¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Mejor di un laberinto…
Juan:
– Oídme. Ya no hablemos de él. Me parece como si al recordarlo, lo tuviésemos todavía aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera borrar su recuerdo no solo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo, para que no enrojezca de vergüenza, por haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil, para que ninguno de ellos llegue a decir: ‘Su Traidor fue uno de Israel’
Soy un muchacho y comprendo que no debería hablar antes que Pedro, que es nuestra cabeza. Pero como quisiera que lo más pronto posible se nombre a alguien para que ocupe su lugar. Uno que sea santo. Porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del Infierno con sus hedores, sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos engañe…
Andrés:
– ¡Qué no, Juan! Te ha quedado una espantosa impresión de su Crimen y de su cuerpo pendiente del árbol.
Juan objeta:
– No, no. También María lo ha dicho: “He visto a Satanás, al ver a Judas de Keriot” ¡Oh, Pedro! ¡Tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su Lugar!
Pedro:
– Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote, ¿Qué voy a escoger el pobre de mí?
Tadeo:
– Y con todo, tendrás que hacerlo.
Pedro:
– No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor… Basta con los pecados que he cometido.
Santiago de Alfeo dice desconsolado:
– Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Nos falta aprender muchas cosas… Y cómo vamos a hacer para saber lo que está mal ¿O no lo está? Mira como el Señor se expresa de nosotros, muy diferente de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación. Pero no ante la duda sobre su Perdón. ¡Oh! ¡Tengo miedo de equivocarme!
Santiago de Zebedeo lo apoya:
– No cabe duda de que nos ha dicho tantas cosas. Pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto. Parece que tuviera un agujero en la cabeza…
Todos confiesan sentirse igual.
Sigue un largo silencio que es interrumpido por los toques en la puerta. Todos se quedan callados y esperan. Cuando un siervo va a abrir, todos se quedan sorprendidos y lanzan un ‘¡Oh!’ De emoción al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás…
Un Tomás tan cambiado, que está irreconocible.
Todos los rodean con gritos de júbilo:
– ¿Sabes que Jesús ha Resucitado y que ha venido?
– Espera tu regreso.
Tomás contesta:
– Lo sé. Me lo ha dicho también Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven. Y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni un sepulcro, a donde se le pueda ir a llorar… Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice… Y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó, como si fuese un animal inmundo.
Y también se quiere liberar de los seguidores del Nazareno. En las Puertas me detuvieron el viernes y me dijeron: ‘¿Eras también uno de los suyos? Está Muerto. No hay nada que hacer. Vuelve a trabajar el oro.’ Y huí…
Zelote:
– ¿A dónde? Si te buscamos por todas partes.
– ¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama. Luego no me atreví a entrar, porque no quise que me regañara una mujer… Desde entonces vagué por las montañas de la Judea.
Ayer terminé en Belén. Fui a su Gruta. ¡Cuánto he llorado!… Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías, que había ido… No sé por qué.
Elías contesta:
– ¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va dónde se siente más a Dios. En esa gruta mi alma se siente acariciada por el recuerdo de su llanto de pequeñín…
Esta vez yo fui para gritar mi felicidad y tomar lo más que pudiera de Él, porque queremos predicar su Doctrina y esas ruinas nos ayudarán. Un puñado de esa tierra. Una astilla de esos palos que lo vieron Nacer. No somos santos, para tener el atrevimiento de tomar tierra del Calvario…
Pedro:
– Tienes razón, Elías. También nosotros lo haremos. ¿Y Tomás?…
– Dormía y lloraba. Le dije: ‘Despiértate. No llores más. Ha resucitado’ No quiso creerme. Pero tanto le insistí, que lo convencí. Y aquí está ahora, lo he traído con vosotros. Y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros.
Elías se va.
Y Pedro dice:
– Tomás, ¡Ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar… ¡Oh! ¿Por qué no viniste antes?
Tomás no se ve libre de su abatimiento.
Tercamente mueve la cabeza y dice convencido:
– Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo, las mujeres. Un muerto no resucita por sí mismo.
Felipe:
– Un hombre no. Pero Él es Dios.
– Sí creo que es Dios. Pero porque lo creo, pienso y digo que por más Bueno que sea, no puede regresar a nosotros que tan poco le amamos. Igualmente aseguro que por más Humilde que sea, ya estará harto de haber tomado nuestra carne. No. Seguro que está en el Cielo, cual Vencedor. Y puede ser que se digne aparecer como Espíritu. He dicho: Tal vez… ¡Porque ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos… ¡No lo creo!
Tadeo:
– Si lo hemos besado. Y lo vimos comer. Hemos oído su voz, tocamos su mano y vimos sus heridas.
Aunque así sea, no creo. No puedo. Necesito ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo. Si no toco las heridas de sus pies y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. Y no puedo aceptar lo que me decís.
Juan:
– Pero, ¡Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?
– No. Más bien os agradezco que seáis tan buenos, de querer darme la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero… No. No creo en su Resurrección.
Bartolomé:
– ¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Él sabe y ve todo. Tenlo en cuenta.
– Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que Él, Señor de la Inteligencia humana, enderece la mía si está extraviada.
Zelote:
– Pero la razón como Él lo ha dicho, es libre.
– Con mayor razón no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero. Y quiero mucho al Señor. Le serviré como pueda. Y me quedaré con vosotros. Predicaré su Doctrina. Pero no puedo creer, sino lo que veo.
Todos intervienen para tratar de convencerlo… Pero Tomás es obstinado y no escucha a nadie más que a sí mismo.
Le hablan todos de lo que han visto y de cómo lo han visto. Le aconsejan que hable con la Virgen. Pero él mueve su cabeza. Se ha sentado sobre la banca de piedra, que es menos dura que su razón y…
Tercamente repite:
– Creeré si lo veo.
Los apóstoles mueven la cabeza, pero nada pueden hacer. Lo invitan a que pase al comedor, para cenar. Se sientan dónde quieren, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua… Pero el lugar de Jesús, es considerado sagrado.
Las ventanas están abiertas, al igual que las puertas. La lámpara con dos mechas, esparce una luz débil sobre la mesa. Lo demás en el amplio salón, está sumergido en la penumbra.
Juan tiene a su espalda una alacena. Y está encargado de dar a sus compañeros, lo que deseen comer. El pescado asado, ya está sobre la mesa. Así como el pan, la miel, las aceitunas, las nueces y los higos frescos. Juan está volteado, tomando de la alacena el queso que su hermano Santiago le pidió. Y ve… Se queda paralizado, con el plato en la mano…
Entonces en la pared que está detrás de los apóstoles como a un metro del suelo, con una luz tenue y fosforescente… Como si saliese de las penumbras en las capas de una niebla luminosa, emerge cada vez más clara la figura de Jesús.
Parece como si su cuerpo, con la luz que llega inmaterial al principio; poco a poco se va materializando más y más, hasta que su Presencia se manifiesta totalmente real.
Está vestido de blanco. Hermosísimo. Amoroso. Sonriente. Con los brazos abiertos y las palmas de sus manos expuestas. Las llagas parecen dos estrellas diamantinas, de las que brotan vivísimos rayos de Luz…
Las llagas que no se ven; porque el vestido las oculta, son los pies y el costado… Y también de allí brota la luz. Al principio parece como si estuviera bañado por la luna. Finalmente aparece su cuerpo concreto. Es Jesús. El Dios-Hombre. Pero más solemne y majestuoso, desde que Resucitó.
Todo esto sucedió en el lapso de unos tres segundos. Nadie más se ha dado cuenta. Hasta que Juan pega un brinco y deja caer sobre la mesa el plato con el queso… Apoya las manos en la orilla y se inclina, como si fuese atraído por un imán y lanza un ¡Oh! Apagado, que todos oyen…
Con el ruido del plato que cayó y el salto de Juan… Al verlo extasiado, miran en la misma dirección que Él ve…
Y ven a Jesús.
Felices y llenos de entusiasmo, se ponen de pie. Y se dirigen hacia Él.
Jesús, con una sonrisa mucho mayor, avanza hacia ellos. Caminando por el suelo, como cualquier mortal.
Jesús, que antes había mirado solo a Juan, acariciándolo con la mirada.
Los mira a todos y dice:
– La paz sea con todos vosotros.
Todos lo rodean jubilosos.
Pedro y Juan de rodillas. Otros de pie, pero inclinados, lo reverencian y lo adoran. El único que se queda como cohibido, es Tomás.
Está arrodillado junto a la mesa. En el mismo lugar donde estaba sentado, pero no se atreve a acercarse… Y hasta parece como si quisiera hallar, un lugar donde ocultarse.
Jesús extiende sus manos para que se las besen.
Los apóstoles las buscan con ansia sin igual.
Jesús los mira, como si buscase al Undécimo. Claro que Él hace así para dar tiempo a Tomás, a que tenga valor para acercarse… Al ver que el incrédulo apóstol; avergonzado por lo que siente, que no se atreve a hacerlo…
Lo llama:
– Tomás. Ven aquí.
El apóstol, totalmente desconcertado… Levanta la cabeza y tiene los ojos llenos de lágrimas… Pero no sabe qué hacer. Baja la cabeza y ya no se mueve…
Jesús da unos pasos a donde él está y vuelve a ordenar:
– Ven aquí, Tomás.
La voz de Jesús, es más imperiosa que antes.
Tomás se levanta a duras penas y completamente avergonzado, se dirige lentamente a donde está Jesús.
Jesús exclama:
– Ved a quién no cree, si no ve. –y en su voz hay un tono de Perdón.
Tomás lo siente. Mira a Jesús y lo ve sonreír… Toma valor y corre hacia él.
Jesús le dice:
– Ven aquí. Acércate. Mira… Mete tu dedo, si no te basta con mirar en las heridas de tu Maestro.
Jesús extiende su mano. Se descubre el pecho y muestra la herida.
Ahora la luz ya no brota de las llagas. Desde el momento en que caminó como cualquier mortal, la luz cesó. Las heridas son reales. Dos agujeros abiertos… Uno en la muñeca derecha y otro en la mano izquierda.
Tomás tiembla. Pero no toca… Mueve sus labios y no sale ni una palabra.
Jesús ordena con una dulzura infinita:
– Dame tu mano, Tomás.
Con su mano derecha toma la del apóstol. Le toma el dedo índice y lo pone dentro de la herida de la mano izquierda, hasta hacerle sentir que está bien atravesada. Después le toma los cuatro dedos y los introduce en la herida del costado.
Y mientras tanto, mira a Tomás… Una mirada dura y dulce al mismo tiempo…
Y le dice:
– Ya no quieras ser un hombre incrédulo, sino de Fe.
Tomás por fin se atreve a hablar. Con la mano dentro del Corazón de Jesús, sus palabras brotan entrecortadas por el llanto…
Y cae de rodillas al pronunciarlas, con los brazos levantados por el arrepentimiento…
Tomás grita:
– ¡Señor mío y Dios mío!
No dice más.
Jesús lo perdona. Le pone su mano derecha sobre la cabeza y…
Le responde:
– Dignos de alabanza serán los que creerán en Mí, sin haberme visto. ¡Qué premio les daré si tengo en cuenta vuestra fe, que ha necesitado verme para creer!…
Luego pone su brazo sobre la espalda de Juan… Toma a pedro de la mano y se sientan a la mesa. Jesús ocupa su lugar. Están sentados como en la noche de la Pascua. Pero Jesús quiere que Tomás se siente enseguida de Juan.
Luego dice:
– Comed amigos.
Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría. La alegría de contemplarlo.
Jesús toma todos los alimentos, los ofrece, los bendice y los reparte. Él toma un pedazo de miel, le da a Juan y toma lo demás.
Luego dice:
– Amigos, no debéis asustaros cuando Yo me aparezco. Soy siempre vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros el pan, la sal y el sueño. Que os eligió porque os ha amado. También ahora os sigo amando…
Y Jesús continúa hablando. Enseñando. Dando instrucciones…
Finaliza diciendo:
– Cuando me amáis hasta vencer todo por Mí; tomo vuestra cabeza y vuestro corazón en mis manos llagadas y con mi Aliento os inspiro mi Poder. Os salvo a vosotros, hijos a quienes amo. Os hacéis hermosos, sanos, libres y felices. Os convertís en los hijos queridos del Señor. Os hago portadores de mi Bondad, entre los pobres hombres; para que los convenzáis de ella y de Mí. Tened fe en mí. amadme. No temáis. Todo lo que he sufrido para salvaros, sea la prenda segura de mi corazón, de vuestro Dios.
Cuando me necesitéis, invocadme… Yo vendré inmediatamente y os daré lo que anhela vuestro corazón. Es tan dulce para Mí, contestar a mis hijos que me llaman… Sobre todo a los que desean conocerme y comprobar el amor infinito que les tengo… Llamadme así: JESÚS. JESÚS. JESÚS. ‘Ven a mí Señor y dame tu Amor …’
Soy el Primogénito de los Resucitados. Igual será en vosotros. Tanto en la tierra como en el Cielo; SOY YO… VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE; con mi Divinidad, mi Cuerpo, mi Alma, mi Sangre; Infinito cual mi Naturaleza Divina Es. Contenido en un Fragmento de pan, como mi Amor lo Quiso, Real, Omnipresente, Amante, Verdadero Dios,
Verdadero Hombre; Alimento del Hombre hasta la consumación de los siglos. Gozo Verdadero de los elegidos, no para el Tiempo, sino para la Eternidad.
LA EUCARISTIA ES EL ÚLTIMO MILAGRO DEL HOMBRE-DIOS.
LA RESURRECCIÓN ES EL PRIMER MILAGRO DEL DIOS-HOMBRE.
Que por Sí Mismo trasmuta su cadáver, el Viviente Eterno, porque soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin.
Juan canta:
¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno! ¡Ven Señor Excelso! ¡Digno Eres de tomar el Libro y de abrir los Sellos! Ya que Tú fuiste degollado y con tu Sangre compraste para Dios, a hombres de toda raza, pueblo y nación. Los hiciste Reino y Sacerdotes para nuestro Dios. Y dominarán toda la Tierra. ¡Digno es el Cordero que ha sido Degollado, de recibir, el Poder y la Riqueza, la Sabiduría, la Fuerza y la Honra! ¡La Gloria y la Alabanza al que está sentado en el Trono y al Cordero! ¡Alabanza, Honor, Gloria y Poder, por los siglos de los siglos! Amén.
Al día siguiente…
Los apóstoles toman sus mantos y preguntan:
– ¿A dónde vamos Señor?
Cuando se dirigen a Jesús ya no lo hacen con la familiaridad de antes. Parece como si hablasen con su alma arrodillada. El Maestro que su fe creía ser Dios; pero que estaba junto a sus sentidos, pues era un Hombre…
Ahora es el Señor… Es Dios. Y lo miran como el verdadero creyente, mira la Hostia Consagrada.
El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado. Pero el temor los hace bajar los ojos.
Y es que aun cuando Jesús sea el mismo, después de su Resurrección ya no es el mismo. Aunque su cuerpo sea verdadero, sin embargo es diferente. Se ha revestido de su majestad de Rey del Universo y su aire de súplica, ya desapareció.
Se ha revestido de una majestad divina. El Jesús Resucitado parece todavía más alto y robusto. Libre de todo peso, seguro, victorioso, infinitamente Majestuoso y Divino.
Atrae e infunde temor al mismo tiempo. Ahora habla poco. Y si no responde. No insisten. Todos se han vuelto tímidos en su Presencia.
Y si como ahora, extiende su mano para tomar su manto, ya no corren como antes para ayudarle, cuando los apóstoles se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo.
Debe ordenar, como ahora lo hace:
– Ven Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas. Y las manos heridas no son ágiles como antes…
Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un pontífice, por los gestos majestuosos que asume, procurando no lastimarlo.
Jesús dice:
– Vamos al Getsemaní. Debo enseñaros algo… Tenemos que borrar muchas cosas.
En varias caras se dibuja el pavor al preguntar:
– ¿Vamos a ir al Templo?
Jesús responde:
– No. Lo santificaría con mi Presencia y no se puede. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone, pues no quiso la Vida… Y pronto desaparecerá…
HERMANO EN CRISTO JESUS: