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178 EL HIJO PRÓDIGO

178 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Lázaro ve alejarse a los romanos y piensa en las palabras de Jesús…

Ha entregado la gran y gruesa bolsa, con monedas de oro y plata a Jesús y se retira.

Al día siguiente, es una mañana esplendorosa en Bethania y los pájaros llenan el aire con sus trinos, alegrando toda la campiña.

Jesús se asoma a la entrada de la puerta del patio y dice:

–  Juan de Endor ven aquí conmigo.

Debo hablarte.

El hombre deja al niño, a quién le estaba enseñando algo y acude pronto.

–     ¿Qué se te ofrece, Maestro?

–     Ven conmigo arriba.

A la terraza.

Suben y se sientan en donde no da el sol, porque hace mucho calor.

Jesús pasea su mirada sobre los campos cultivados en los que el trigo, día con día, se convierte en espigas doradas

y los árboles se hinchan con sus frutos.

Luego dice:

–    Escúchame Juan.

Creo que hoy viene Isaac y me traerá a los campesinos de Yocana antes de que regresen a sus campos.

He dicho a Lázaro que preste a Isaac un carro, para que puedan acelerar su regreso sin miedo a llegar con un retardo,  

lo que podría ocasionarles un castigo.

Ahora bien, de ti quiero otra cosa.

Tengo aquí una cantidad de dinero que me dio una persona para  los pobres del Señor.

Generalmente el encargado de guardar las monedas y de distribuir los óbolos es uno de los apóstoles: Judas de Keriot,

aunque alguna vez son los otros.

Judas no está aquí.

Por lo que se refiere a los otros apóstoles, no quiero que sepan lo que tengo intención de hacer.

Tampoco Judas debería saberlo esta vez.

Lo harás tú, en mi Nombre…

–     ¿Yo, Señor?..

¿Yo? ¡No soy digno de ello!…

–     Debes irte acostumbrando a trabajar en mi Nombre.

¿No has venido para esto?

–     Sí, pero pensaba que en lo que tenía que trabajar, era en reconstruir mi pobre alma.

–    Pues Yo te procuro el medio para hacerlo.

¿En qué has pecado? Contra la misericordia y el amor.

¿Con odio demoliste tu alma?…

Pues con amor y misericordia la reconstruirás. Te doy el material necesario.

Te voy a destinar de forma especial a las obras de misericordia y amor.

Tienes capacidad para el cuidado y la palabra, así que estás en condiciones de cuidar desdichas físicas y morales, tienes capacidad para hacerlo.

Empezarás con esta obra. Ten la bolsa.

Se la darás a Miqueas y a sus amigos.

Divídelo en partes iguales, siguiendo estas instrucciones:

Divide el total en diez partes; da cuatro a Miqueas, una para él, una para Saulo, una para Joel y una para Isaías.

Las otras seis partes, se las das a Miqueas para el anciano padre de Yabés y sus compañeros.

Así recibirán al menos un consuelo.

–     De acuerdo, pero ¿Qué razón les doy?

–     Dirás: “Esto es para que os acordéis de orar, por un alma que se está redimiendo”.

–     ¡A lo mejor piensan que soy yo!

No sería justo!»

–     ¿Por qué?

¿No quieres redimirte?

–     Lo que no sería justo es que creyeran que yo soy el donador.

–     No te preocupes.

Haz como te digo.

–     Obedezco…

Concédeme, al menos, aportar algo también yo. Total…

Ahora ya no tengo ninguna necesidad. Ya no compro más libros,  ya no tengo pollos que alimentar.  

Juan saxa de una bolsa que lleva en la cintura, muchas monedas y las añade a las monedas de Jesús.

agregando: 

–     A mí con muy poco me basta, así que… nada.

Ten, Maestro. Me quedo sólo con una mínima cantidad, para el gasto de las sandalias…

–     Que Dios te bendiga por tu misericordia…

Juan,  dentro de poco nos tendremos que despedir, porque tienes que ir con Isaac.

–     Lo lamento, Señor.

De todas formas obedezco.

–     Yo también siento separarme de ti.

Tengo mucha necesidad de discípulos itinerantes. Ya no doy abasto. Dentro de poco enviaré a los apóstoles, luego a los discípulos.

Tú lo harás muy bien. Te reservaré para misiones especiales.

Entretanto, te formarás con Isaac: es muy bueno.

el Espíritu de Dios lo ha instruido profundamente durante su larga enfermedad; es un hombre que ha perdonado todo siempre…

Por lo demás, dejarnos no significa no volvernos a ver. Nos encontraremos frecuentemente.

Y siempre que nos encontremos hablaré para ti; acuérdate de esto..

Juan se repliega sobre sí mismo, esconde su cara entre las manos y, rompiendo bruscamente a llorar,

dice quejumbroso:

–     ¡Oh! entonces dime ya ahora algo que me persuada de que estoy perdonado…

de que puedo servir a Dios… Si supieras cómo veo mi alma, ahora que se ha desvanecido el humo del odio… y cómo…

Y cómo pienso en Dios…

–     Lo sé.

No llores. Permanece en la humildad, pero sin descorazonarte. Si hay desaliento, hay todavía soberbia.

Ten sólo humildad, solamente humildad. ¡Venga, ánimo, no llores!…

Juan de Endor se va calmando poco a poco…

Cuando lo ve ya calmado,

Jesús dice:

–     Ven, vamos a la sombra de aquel grupo de manzanos.

Reunamos a los compañeros y a las mujeres. Voy a hablarles a todos.

A ti en particular te voy a decir cómo te ama Dios.

Bajan hacia el lugar indicado y a medida que se van acercando, los demás se van reuniendo en torno a ellos.

Llegan. Se sientan en círculo a la sombra de los manzanos.

Lázaro, que estaba hablando con Simón Zelote, también se une al grupo.

Son en total veinte personas.

Jesús dice: 

–     Escuchad.

Se trata de una hermosa parábola que os guiará con su luz en muchos casos.

Un hombre tenía dos hijos.

El mayor era serio, trabajador, inclinado al afecto, obediente y también no tenía carácter para ser un líder.

porque era un poco tardo y se dejaba guiar para no tener que esforzarse en decidir por sí..

El segundo era más inteligente que el mayor;  pero  también era rebelde, distraído, amante del lujo y el placer, gastador y ocioso.

La inteligencia es un gran don de Dios, pero debe ser usado con sabiduría;

si no, es como ciertas medicinas que, si se usan mal, en vez de curar matan.

Su padre – estaba en su derecho y cumplía su deber – le instaba para que viviera con más sensatez.

Mas no obtenía ningún resultado, aparte del de recibir contestaciones y de que el hijo se solidificara más en sus torcidas ideas.

Finalmente un día, tras una discusión más acalorada que las precedentes, el hijo menor dijo:

“Dame la parte de los bienes que me corresponde; así ya no tendré que oír ni tus reprensiones ni las quejas de mi hermano. A cada uno lo suyo y se acabó”.

“Piensa – respondió el padre – que dentro de poco te quedarás sin nada. ¿Qué harás entonces?

Ten en cuenta que no me voy a comportar con injusticia para favorecerte y que no voy a tomar ni un céntimo de la parte de tu hermano para dártelo a ti”.

–     No te pediré nada, puedes estar seguro; dame mi parte.

El padre encargó la valoración de las tierras y de los objetos preciosos

Y viendo que dinero y joyas sumaban lo que las tierras, dio al mayor los campos y las viñas, hatos de ganado y olivos.

Y al menor el dinero y las joyas.

El más joven lo vendió inmediatamente, transformando así todo en dinero.

Hecho esto, pasados pocos días, se marchó a un país lejano.

Allí vivió como un gran señor, despilfarrando todo lo que tenía en todo tipo de juergas, haciéndose pasar por el hijo de un rey; 

pues se avergonzaba de decir: “soy un aldeano”), con lo cual renegaba de su padre.

Festines, amigos y amigas, vestidos, vino, juego… vida disoluta..

Pronto vio mermar sus fondos y aproximársele la pobreza;

además, para agravar la pobreza, se abatió sobre la región una gran carestía, con lo cual se agotaron los pocos fondos que le quedaban.

Habría podido volver con su padre, pero como era soberbio, no quiso.

Se dirigió entonces a un hombre rico de la región, que había sido amigo suyo en los buenos tiempos, y le suplicó:

La razon por la que muchos no conocen la voluntad de Dios, es porque sólo quieren hacer la suya…

`Acuérdate de cuando gozaste de mi riqueza, acógeme como siervo tuyo”.

¡Daos cuenta de lo necio que es el hombre!:

Prefiere someterse al látigo de un patrón antes que decir a un padre: “¡Perdón, reconozco mi error!”

Aquel joven había aprendido muchas cosas inútiles con su despierta inteligencia, pero no había querido aprender lo que dice el Libro del Eclesiástico:

“^Qué infame es el que abandona a su padre! 

¡Cuánto maldice Dios a quien angustia el corazón de su madre!”.

Era inteligente, pero no sabio.

Aquel hombre a quien se había dirigido, como paga de lo mucho que había recibido del joven necio, lo puso a cuidar los cerdos.

Estaban en una región pagana y había muchos cerdos.

Le encargó de llevar las piaras a sus pastos.

El joven, todo sucio, andrajoso, maloliente, hambriento – la comida escaseaba para todos los siervos y especialmente para los ínfimos…

(él, porquerizo extranjero, escarnecido estaba entre los ínfimos) –

Veía que los cerdos se saciaban de bellotas y suspiraba: “¡Si al menos pudiera llenar mi estómago de estos frutos!!

¡Pero son demasiado amargos! Ni siquiera el hambre me los hace apetecer!”.

Y lloraba al pensar en los ricos festines de sátrapa, que poco tiempo antes celebraba entre risas, canciones, bailes…

Y también en la honrada y bien provista mesa de su casa, ahora lejana…

Y en cómo su padre dividía para todos imparcialmente, reservándose para sí, siempre la parte menor,

contento de ver en sus hijos un sano apetito…

Y pensaba también en la parte que aquel hombrr justo reservaba para los siervos.

Y suspiraba:

“Los peones que trabajan para mi padre, incluso los ínfimos, tienen pan en abundancia..,

Y yo aquí me estoy muriendo de hambre…”.  

Siguió un largo y trabajoso proceso de reflexión, un largo combate para estrangular a la soberbia…

Por fin llegó el día en que, renacido en humildad y sabiduría, se paró y dijo: “¡Iré donde mi padre!

Es una necedad este orgullo que me tiene apresado. ¿Orgullo por qué?

¿Por qué ha de seguir sufriendo mi cuerpo, y más aún mi corazón, pudiendo obtener perdón y consuelo?

Iré donde mi padre. Ya está decidido.

¿Que qué le voy a decir?

¡Pues lo que me ha nacido aquí dentro, en esta abyección, entre esta inmundicia, por las dentelladas del hambre!

Le diré: “Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo;

trátame pues, como al último de tus peones… pero déjame estar bajo tu techo. Que yo te vea pasar…”

No podré decirle: “…porque te quiero”. No lo creería. Se lo dirá mi vida. Él lo comprenderá.

Y antes de morir me volverá a bendecir…

¡Sí, lo espero, porque mi padre me quiere!”.

Habiendo decidido esto, cuando regresó al atardecer al pueblo, se despidió del patrón y se puso en camino hacia su casa, mendigando…

Ya ve los campos paternos, ya la casa… y a su padre, dirigiendo el trabajo de los hombres…

¡Oh, está más viejo y más delgado por el dolor, pero sigue emanando bondad!…

¡Ah, el transgresor, al ver el deterioro que había causado, se detuvo atemorizado!

Pero el padre, volviendo la cabeza, lo vio…

¡Ah, fue corriendo a su encuentro, pues todavía estaba lejos; cuandose acercó a él, le echó los brazos al cuello, lo besó!

El padre fue el único que lo reconoció, que vio en ese mendigo abatido, a su hijo.

Y fue el único que tuvo hacia él un movimiento de amor.

El hijo, abarcado por esos brazos, con la cabeza apoyada en el hombro paterno, susurró sollozando:

“Padre, deja que me postre a tus pies”.

“¡No, hijo mío, a mis pies no.

Reclina tu cabeza en este pecho mío que tanto ha sufrido por tu ausencia y necesita revivir sintiendo tu calor!”.

El hijo, llorando más fuerte, dijo:

“¡Padre mío, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de que me llames hijo;

permíteme vivir con tus siervos, bajo tu techo; que pueda verte y comer tu pan.

Que pueda servirte y aspirar tu respiro:

con cada uno de los bocados de tu pan, con cada movimiento de tu respiración,

mi corazón, harto corrompido ahora, se reformará y yo me haré honesto…!”

Pero el padre, sin dejar de abrazarlo, lo condujo a donde estaban los siervos, que se habían arremolinado a distancia a observar lo que sucedía,

y les dijo:

“Rápido, traed el vestido mejor, palanganas con agua perfumada; lavadlo, perfumadlo, vestidlo, ponedle calzado nuevo y un anillo en el dedo.

Luego, tomad un ternero cebado, matadlo y preparad un banquete.

Porque este hijo mío había muerto y ahora ha resucitado, lo había perdido y ha sido hallado.

Quiero que encuentre de nuevo su sencillo amor de cuando era niño; mi amor y la fiesta de la casa por su regreso se lo deben dar.

Debe comprender que sigue siendo para mí, el amado hijo último en nacer,

como era en su ya lejana infancia, cuando caminaba a mi lado alegrándome con su sonrisa y con sus balbuceos”.

Y así lo hicieron los siervos.

El hijo mayor estaba en el campo. No supo nada de lo sucedido hasta su regreso.

A1 anochecer, de vuelta al hogar, vio

que la casa estaba radiante de luces…

Y oyó que de ella provenían música y rumor de danzas.

Llamó a uno de la servidumbre, que corría atareado, y le dijo: “¿Qué sucede?”.

El siervo respondió: “^Ha vuelto tu hermano”.

Tu padre ha mandado matar el ternero cebado porque ha recuperad a su hijo sano, curado de su grave mal.

Y ha ordenado celebrar un banquete.

Sólo faltas tú para que empiece la fiesta”.

Mas el hijo primogénito montó en cólera, porque le parecía una injusticia el que se hiciera tanta fiesta por el menor, 

el cual, además de ser el menor, había sido malo.

Y no quiso entrar; no sólo eso, sino que quería alejarse de la casa.

Advirtieron al padre de lo que estaba sucediendo.

Se apresuró a salir, siguió al hijo y le dio alcance.  Trató de convencerlo y le rogó que no amargase su gozo.

Pero el primogénito respondió a su padre “¿Cómo quieres que no me altere?

Estás actuando injustamente con tu primogénito, lo estás despreciando.

Desde que he podido empezar a trabajar, hace ya muchos años, te he servido.

No he transgredido nunca ninguna disposición tuya, no he contrariado tan siquiera un deseo tuyo;

he estado siempre a tu lado y te he amado por dos, para que sanara la llaga que te había producido mi hermano…

Y no me has dado ni siquiera un cabritillo para que lo disfrutara con mis amigos.

21. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.”

Sin embargo, a este que te ha ofendido, que te ha abandonado, que ha sido haragán y gastador.

Y que vuelve ahora traído por el hambre, ~ haces los honores y matas para él el mejor ternero.

¿Vale la pen, entonces, ser trabajador y abstenerse de los vicios? ¡No has actuado correctamente conmigo!”.

Entonces dijo el padre, estrechándolo contra su pecho:

“¡Oh, hijo mío, ¿Cómo puedes creer que no te quiero, por el hecho de que no haya extendido sobre tus obras un velo de fiesta?

Tus obras son de por sí santas. Por tus obras te alaba el mundo.

Sin embargo, este hermano tuyo necesita que su imagen, ante el mundo y ante sí mismo, sea restaurada.

¿Acaso crees que no te quiero por el hecho de que no te recompense visiblemente?

Durante todo el día, en cada movimiento de mi respiración, en cada pensamiento, te tengo presente en mi corazón. 

A cada instante que pasa yo te bendigo.

Tienes el premio continuo de estar siempre conmigo. Todo lo mío es tuyo…

Era justo hacer un banquete, celebrar una fiesta, por este hermano tuyo que había muerto y ha resucitado para el Bien.

Que se había extraviado y ha sido restituido a nuestro amor”.

Y el primogénito cedió.

Lo mismo amigos míos, sucede en la Casa del Padre.

Todo aquel que se vea como el hijo menor de la parábola, piense igualmente que si le imita en su retorno al Padre,

el Padre le dirá: “No te arrojes a mis pies.

Reclina tu cabeza sobre este corazón mío que ha sufrido por tu ausencia y que ahora goza con tu regreso”.

El que esté en la condición del hijo primogénito, sin culpa ante el Padre, que no se muestre celoso de la alegría paterna;

antes bien, se una a ella amando a su hermano redimido.

He dicho.

Quédate aquí, Juan de Endor; tú también, Lázaro.

Los demás que vayan a aparejar las mesas.

Dentro de poco vamos también nosotros.

Todos se retiran.

Una vez que se han quedado solos Jesús, Lázaro y Juan,

Jesús les dice:

–    Así sucederá con la querida alma que esperas, Lázaro.

Así sucede con tu alma, Juan

La bondad de Dios rebasa todo límite…

Los apóstoles, la Madre de Jesús y las otras mujeres se dirigen hacia la casa,

precedidos todos por Margziam, que va saltando presuroso hacia adelante.

177 PARÁBOLA DE LOS TEMPLOS

rza la177 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

La fe y el alma, explicadas a los paganos con la parábola de los templos

En la paz del sábado, Jesús está descansando junto a un campo de lino todo florecido, propiedad de Lázaro.

Parece que estuviera sumergido en el alto lino. Sentado en un caballón, se absorbe en sus pensamientos.

Con Él no hay sino alguna silenciosa mariposa o alguna rumorosa lagartija, que lo mira con sus ojitos de azabache, levantando su cabecita triangular de garganta clara y palpitante.

Nada más.

En la tarde caliente, calla hasta el más mínimo soplo de viento por entre los altos tallos.

De lejos en el jardín de Lázaro, llega la canción de una mujer y con ella los alegres gritos de Margziam, que está jugando con alguien.

Casi no hay viento  y se escuchan una, dos, tres voces gritando…

llamándolo:

–     ¡Maestro! 

 –    ¡Jesús!

Jesús sale bruscamente de su ensimismamiento, se sacude y se levanta.

Aunque el lino está ya crecido y es muy alto. 

Jesús es más alto y parte de su figura emerge, en el mar verde y azul del lino.

 Simón Zelote grita:  

–    ¡Ahí está, Juan! 

Y Juan, a su vez:

–     ¡Madre, el Maestro está aquí, en el lino!

Mientras Jesús se acerca al sendero que conduce a la casa, llega María.  

Jesús pregunta: 

–     ¿Qué quieres, Mamá?

María responde: 

–     Hijo mío, han llegado unos gentiles, con algunas mujeres.

Dicen que han sabido por Juana que estabas aquí… Y que durante todos estos días te han esperado junto a la Torre Antonia…

–     ¡Ah, ya sé!

Muy bien. Voy al momento. ¿En dónde están?

–   En el jardín de la casa de Lázaro.

A él lo quieren los romanos. Les dijo que entrasen con sus carros, para no escandalizar a nadie.

–     Está bien, Madre.

Son soldados y damas romanas, lo sé.

–   ¿Y para qué te quieren?

–     Lo que muchos en Israel no quieren: Luz.

–     ¿Cómo creen en ti?

¿Qué te creen: Dios, quizás?

–     A su manera, sí.

Para ellos  más que para nosotros, es fácil aceptar la idea de la encarnación de un dios en carne mortal.

–     Entonces ya creen en tu fe…

–     Todavía no, Mamá.

Primero debo demoler la suya. Por el momento soy para ellos un hombre sabio, un filósofo, como ellos dicen.

De todas formas, tanto ese deseo de conocer doctrinas filosóficas,

como su tendencia a creer posible la encarnación de un dios, me ayudan mucho a conducirlos a la verdadera Fe.

Créeme que son más simples en su modo de pensar que muchos de Israel.

–     Pero, ¿Serán sinceros?

Se dice que Juan el Bautista…

–     No.

Si de ellos hubiera dependido. Juan estaría libre y seguro.

Dejan tranquilos a todos, con tal de que no sean rebeldes.

Es más, te diré que con ellos el hecho de ser profeta, usan la palabra “filósofo”

porque la altura propia de la sabiduría sobrenatural, es igualmente filosofía para ellos.

Es una garantía de que te respetarán. No estés preocupada, Mamá, que el mal no me vendrá por esa vía…

–     Pero los fariseos..

Si llegan a saberlo, ¿Que dirán de Lázaro?

Tú… eres Tú y debes manifestar la Palabra al mundo.

¡Pero Lázaro… ya de por sí lo ofenden mucho…!

–     Pero es intocable.

Saben que Roma lo protege.

–     Te dejo, Hijo mío.

Aquí está Maximino que te llevará adonde los gentiles.

Y María que había caminado al lado de Jesús durante todo este tiempo,

ahora se retira ligera. y se encamina hacia la casa de Simón Zelote.

Jesús por su parte, entra por una puertecita de hierro abierta en el muro que rodea el jardín,

en una parte alejada, en que ya no es jardín sino un enorme huerto,

cerca del lugar que en un futuro no muy lejano, será enterrado Lázaro.

Ahora está allí Lázaro sólo y nadie más. 

Y dice: 

–     Maestro, he tomado la iniciativa de acogerlos en mi casa…

–     Has hecho bien.

¿Dónde están?

–     Allá, a la sombra de aquellos bojes y laureles.

Como puedes observar, están a no menos de quinientos pasos de la casa.

–     Bien, bien, bueno…

¡La Luz descienda sobre todos vosotros!

El tribuno Publio Quintilisno está vestido de paisano, 

y saluda:

–     ¡Salve, Maestro! 

Las damas se ponen en pie para saludar a Jesús (son Plautina. Valeria y Lidia. Y otra, anciana.

Están todas vestidas con mucha sencillez y nada de sus acostumbrados lujos. 

Plautina dice: 

–     Hemos venido porque queríamos oírte hablar.  

Publio agrega:

–    No has venido nunca.

Estaba de guardia cuando llegaste, pero no te he visto nunca.  

Jesús inquiere:  

–     Yo tampoco he visto nunca en la Puerta de los Peces a un soldado amigo mío.

Se llama Alejandro…

–     ¿Alejandro?

No sé exactamente si es él, pero sé que hace un tiempo tuvimos que quitar, para calmar a los judíos, a un soldado acusado de… haber hablado de Tí

Ahora está en Antioquía.

Quizás vuelva. ¡Caray, qué molestos son esos… los que quieren mandar incluso ahora, que están sometidos!

Y no hay más remedio que moverse con maña para no provocar cosas graves…

Nos hacen la vida difícil, créelo…

Sin embargo, Tú eres bueno y sabio. ¿Nos hablas?

Quizás pronto tenga que irme de Palestina, quisiera llevarme conmigo algo tuyo que recordar.  

Jesús, sonriendo dice: 

–     Os hablaré, sí.

No decepciono nunca a nadie. ¿Qué es lo que queréis saber?

Y Publio Quintiliano asiste a su primera lección que lo convertirá en el cristiano…

Que formará una familia cristiana y que dará testimonio con su sangre; ante la ferocidad de Nerón…

El tribuno imperial mira a las damas con ademán interrogativo…  

Valeria dice: 

–     Lo que Tú quieras, Maestro.

Plautina se pone de nuevo en pie y dice:

–     He pensado mucho…

Debería conocer muchas cosas… todo, para poder juzgar.

No obstante, si se puede preguntar, yo querría saber cómo se construye una fe, la tuya por ejemplo.

Y sobre un terreno que dices que está privado de verdadera fe.

Dices que nuestras creencias son vanas. Si es así nos quedamos vacíos. ¿Cómo se puede… tener?

–     Tomaré como ejemplo una cosa que vosotros tenéis: los templos.

Vuestros edificios sagrados, verdaderamente bonitos, cuya única imperfección es el hecho de estar dedicados a la Nada

y os pueden enseñar cómo se puede alcanzar una fe y dónde colocarla.

Observad: ¿Dónde los construís?, ¿Qué lugar se prefiere para construirlos?, ¿Cómo los construís?

El lugar, generalmente, es espacioso, abierto, elevado; para este fin incluso se derriba lo que estorba o aprisiona.

Y si no es un lugar elevado, se construye sobre un estereóbato más elevado del común de tres gradas,

que se usa para los templos que ya de por sí se alzan en un elevación natural.

Están rodeados de muros sagrados, por lo general, y formados por columnatas y pórticos.

Dentro están los árboles consagrados a los dioses, hay fuentes y altares, estatuas y estelas.

Generalmente les precede el propileo, pasado el cual se yergue el altar en que se elevan las preces al numen;

frente a éste, está el lugar del sacrificio, porque el sacrificio precede a la oración.

Muchas veces, especialmente en los templos más grandiosos,

el peristilo los rodea con una guirnalda de preciosos mármoles.

En su interior está el vestíbulo anterior, externo o interno respecto al peristilo, la celda del numen, el vestíbulo posterior…

Mármoles, estatuas, frontones, acroteras, tímpanos, perfectamente acicalados, de gran valor, perfectamente decorados,

hacen del templo un edificio nobilísimo para todos, incluso para el ojo más inculto. ¿No es así?

Plautina confirma con tono de alabanza: 

–     Así es, Maestro.

Los has visto y estudiado muy bien.

Quintiliano exclama: 

–     ¡Pero si nos consta que no ha salido nunca de Palestina!

–     Nunca he salido para ir a Roma o a Atenas.

Pero no ignoro la arquitectura de Grecia ni la de Roma. En el genio del hombre que decoró el Partenón Yo estaba presente…

Porque Yo estoy dondequiera que haya vida y manifestación de vida.

Dondequiera que un sabio piense, un escultor esculpa, un poeta componga,

una madre cante curvada hacia una cuna, un hombre trabaje los surcos, un médico luche contra las enfermedades…

Un ser vivo respire, un animal viva, un árbol vegete, allí estoy Yo, junto a Aquel de quien procedo.

En el estruendo del terremoto o el fragor de los rayos, en la luz de las estrellas o en el curso de las mareas, en el vuelo del águila y en el zumbido del mosquito,

Yo estoy presente con el Creador altísimo.

Quintiliano pregunta:

–     ¿Entonces… Tú… Tú sabes todo?

¿Conoces tanto el pensamiento como las obras humanas?

–     Yo sé.

Los romanos se miran estupefactos.

Se produce un largo silencio.

Luego, tímidamente,

Valeria solicita:

–     Expón tu pensamiento Maestro, para que sepamos qué debemos hacer.

–     Sí.

La Fe se construye como se construyen esos templos de que os sentís tan orgullosos: 

Se hace espacio al templo, se libera la zona de alrededor, se eleva el templo.  

Plautina pregunta: 

–     Pero, ¿Y el templo para colocar la fe, esta deidad verdadera, dónde está?

–     Plautina, la Fe no es deidad; es una virtud.

En la Fe verdadera no hay deidades; sólo hay un único y verdadero Dios.

–     ¿Entonces… Él está allá arriba, solo, en su Olimpo?

¿Y qué hace si está solo?

–     Se basta a Sí Mismo, aunque se ocupa de todas las cosas de la Creación.

He dicho que hasta en el zumbido del mosquito Dios está presente. No se aburre, no lo pongas en duda.

No es un pobre hombre, dueño de un inmenso imperio en que se siente odiado y vive temblando.

Él es el Amor y vive amando. Su Vida es Amor continuo. Se basta a Sí Mismo porque es infinito y potentísimo; es la Perfección.

Y tantas son las cosas creadas, las cuales viven porque Él continuamente lo quiere, que no tiene tiempo de aburrirse.

El aburrimiento es fruto del ocio y del vicio.

En el Cielo del verdadero Dios, no hay ocio ni vicio.

Pronto tendrá, además de los ángeles que ahora le sirven, un pueblo de justos que en Él exultarán.

Y este pueblo irá creciendo cada vez más por los que en el futuro creerán en el verdadero Dios.  

Lidia pregunta: 

–     ¿Los ángeles son los genios? 

–     No.

Son seres espirituales, como lo es Dios, que los ha creado.

–     ¿Y los genios qué son entonces?

–     Como vosotros los imagináis son una falsedad.

Como los imagináis vosotros no existen.

Lo que sucede es que, por esa instintiva necesidad del hombre de buscar la verdad,

también vosotros habéis sentido que el hombre no es sólo carne y que una realidad inmortal está unida a su cuerpo perecedero.

El hombre busca la verdad aguijoneado por el alma, que vive y está presente también en los paganos,

aunque atribulada porque en ellos su deseo está ahogado,

porque se siente hambrienta en su nostalgia del Dios verdadero, que sólo ella recuerda,

en ese cuerpo en que vive, gobernado por una mente pagana.

Y también las ciudades y las naciones posean una realidad inmortal.

Por eso creéis, sentís la necesidad de creer, en los “genios”;

y os dais el genio individual, el de la familia, el de la ciudad, el de las naciones.

Así, tenéis el “genio de Roma”, el “genio del emperador”… y los adoráis como divinidades menores.

Entrad en la verdadera Fe: conoceréis a vuestro ángel, seréis amigos de él y lo veneraréis,

aunque sin adorarlo, porque sólo a Dios se le adora.

Publio Quintiliano pregunta: 

–     Has dicho:

“Aguijón del alma, viva y presente también en los paganos, atribulada en ellos porque su deseo está frustrado”.

Pero, ¿De quién procede el alma?

–  De Dios.

Él es el Creador.

–     ¿Pero no nacemos de mujer, por unión con el hombre?

Nuestros dioses también han sido engendrados de la misma manera.

–     Vuestros dioses no son reales:

Son los fantasmas de vuestro pensamiento, que tiene necesidad de creer.

En efecto, esta necesidad es más imperiosa que la de respirar.

Aun quien dice que no cree, CREE, en algo cree; el simple hecho de decir “no creo en Dios” presupone otra fe,

puede ser fe en sí mismo, en su propia, soberbia mente.

Creer, se cree siempre.

Es como el pensamiento.

Si decís “no quiero pensar” o “no creo en Dios”, con el simple hecho de decir estas dos frases,

manifestáis vuestro pensamiento de no querer pensar, o de no querer creer en Aquel que sabéis que existe.

Y acerca del hombre, para ser exactos en la expresión del concepto, debéis decir:

“El hombre es engendrado, como todos los animales, por unión de macho y hembra, de varón y mujer.

Pero el alma o sea, lo que diferencia al animal-hombre del animal-bruto, viene de Dios,

que la crea cada vez que un hombre es concebido en un seno.

Y la inserta en esa carne que si no, sería solamente animal”.

Quintiliano observa con tono irónico; 

–     ¿Y nosotros, que somos paganos, la tenemos? Según lo que dicen tus connacionales no lo parece…

En el momento de la unión del óvulo con el espermatozoide, el Alma y el Espíritu Santo, forman una fusion completa… Y comienza el MILAGRO de la Vida…

–     Todo nacido de mujer la tiene. 

Plautina pregunta: 

–     Pero Tú dices que el pecado la mata.

¿Cómo es que entonces en nosotros, pecadores, está viva?

–     Vosotros no pecáis en la fe, pues creéis que estáis en la Verdad.

Cuando conozcáis la Verdad, si persistís en el error, cometeréis pecado.

De la misma forma, muchas cosas que para los israelitas son pecado, para vosotros no lo son,

porque ninguna ley divina os lo prohíbe.

Existe pecado cuando uno, a sabiendas, se rebela contra el mandato de Dios y dice:

“Sé que lo que hago está mal, pero lo quiero hacer de todas formas”.

Dios es justo. No puede castigar a quien hace el mal creyendo que está haciendo el bien.

El Día del Juicio ante el Tribunal de Cristo, seremos recompensados. O nuestras obras serán quemadas como la paja. Tal vez recibamos alguna recompensa, QUIZÁS NINGUNA.

Castiga a quien habiendo tenido cómo conocer el Bien y el Mal, elige este último y en él persiste.

–     ¿Entonces el alma está en nosotros, viva y presente?

–     Sí.

–     ¿Atribulada?

¿Pero estás seguro de que se acuerda de Dios? No nos acordamos del seno que nos crió, no podríamos describirlo internamente.

El alma, si no he entendido mal, es engendrada espiritualmente por Dios.

¿Podrá acordarse de esto último, si el cuerpo no recuerda su larga permanencia en el seno materno?

–     El alma no es animal, Plautina; el embrión, sí.

El alma es, a semejanza de Dios, eterna y espiritual;

eterna desde el momento en que es creada; sin embargo, Dios es el perfectísimo Eterno y por tanto, no tiene principio en el tiempo, como tampoco tendrá fin.

El alma, lúcida, inteligente, espiritual, obra de Dios, recuerda

Y SUFRE, sufre porque desea a Dios, al verdadero Dios de que procede…

Y tiene hambre de Dios: por eso aguijonea al cuerpo, torpe en lo que se refiere a tratar de acercarse a Dios.

–     Entonces, ¿Tenemos un alma exactamente igual que la de los israelitas que llamáis “justos”?.

–     No, Plautina.

Cambia según a lo que te refieras.

Si te refieres al origen y naturaleza, es exactamente igual que la de nuestros santos.

Si te refieres a la formación, entonces te digo que es distinta.

Si te refieres a la perfección que alcanza antes de la muerte, entonces la diversidad puede ser absoluta.

No obstante, esto no sucede sólo con vosotros, paganos: un hijo de este pueblo puede también ser absolutamente distinto de un santo en la vida futura.

El alma sufre tres fases:

La primera es de creación; la segunda, de nueva creación; la tercera, de perfección.

La primera es común a todos los hombres.

La segunda es propia de los justos que con su voluntad llevan a su alma hacia un renacimiento más lleno, uniendo sus buenas acciones a la bondad de la obra de Dios 

edifican, por tanto, un alma que ya es espiritualmente más perfecta que la primera: son así, eslabón entre la primera y la tercera.

Ésta, la tercera, es propia de los beatos o santos si lo preferís,

los cuales han superado en miles de grados a su alma inicial, adecuada sólo al hombre.

Y han hecho de ella una cosa que puede descansar en Dios.

–     ¿Y cuál es el modo de dar espacio, libertad y elevación al alma

–     Derribando las cosas inútiles que tenéis en vuestro yo:  liberándolo de todas las ideas erradas;.

Construyendo, con los fragmentos resultantes de la demolición, la elevación para el templo soberano.

Se ha de conducir al alma cada vez más arriba subiendo los tres peldaños.

¡Oh, a vosotros, romanos, os gustan los símbolos! Ved los tres peldaños a la luz del símbolo. Os pueden decir sus nombres:

Penitencia, Paciencia, Constancia.

O: Humildad, Pureza, Justicia.

O: Sabiduría, Generosidad, Misericordia.

Virtudes teologales : FE; ESPERANZA y CARIDAD

O en fin, el trinomio espléndido: Fe, Esperanza, Caridad.

Fijaos qué simbolizan los muros que, ornamentados y al mismo tiempo resistentes, rodean el área del templo.

Es necesario saber circundar al alma, reina del cuerpo, templo del Espíritu eterno, con una barrera que la defienda, sin quitarle la luz.

Y no agobiarla con la visión de cosas inmundas.

Sea muralla segura y cincelada con el deseo del amor para, quitando las esquirlas de lo que es inferior, la carne y la sangre,

formar lo superior, el espíritu.

Cincelar con la voluntad: eliminar aristas, desportilladuras, manchas, vetas de debilidad, del mármol de nuestro yo,  para que sea perfecto en torno al alma.

A1 mismo tiempo, hacer de la muralla que habrá de proteger al templo, misericordioso refugio para los desdichados que no conocen lo que es Caridad.

¿Y los pórticos?: la expansión del amor, la piedad, el deseo de que otros vayan a Dios; son semejantes a amorosos brazos que se extienden para amparar la cuna de un huérfano.

En el interior del recinto están, como ofrenda al Creador, los más bellos y olorosos árboles.

Sembrad en el terreno que antes estaba desnudo.

Cultivad luego estos árboles, que son las virtudes de todo tipo, segundo círculo protector, vivo y florido, en torno al sagrario.

Y entre los árboles, entre las virtudes, las fuentes que son también amor, purificación, antes de acercarse al propileo,

junto al cual, antes de subir al altar, se debe cumplir el sacrificio de la carnalidad, vaciarse de toda lujuria.

Luego, continuar más adentro, hasta el altar, para depositar la ofrenda…

Y seguir, atravesando el vestíbulo, hasta la celda de Dios. ¿Qué será esta morada?:

Copiosidad de riquezas espirituales, porque nunca es demasiado como marco para Dios.

¿Habéis comprendido esto? Me habéis pedido que os explique cómo se construye la Fe.

Os he dicho: “Según el método con que se elevan los templos”.

Como podéis observar, es así. ¿Alguna otra cosa más?

–     No, Maestro.

Creo que Flavia ha escrito lo que has dicho

Claudia lo quiere saber. ¿Has escrito?

Mientras pasa las tablas enceradas, la mujer dice: 

–     Fielmente. 

Plautina dice:

–     Las tendremos para poderlo leer otras veces.

–     Es cera.

Se borra. Escribidlo en vuestros corazones y no se borrará.

–     Maestro, están ocupados por una serie de templos inútiles, contra los cuales, sí lanzamos tu Palabra para demolerlos..

Plautina lanza un ptofundo suspiro,

y agrega:

–     Pero es un trabajo largo…

Acuérdate de nosotros en tu Cielo…

–     Marchaos con la seguridad de que lo haré.

La historia del Tribuno Imperial Publio Quintilianos está relatada en el libro Enfrentando a Nerón

Os dejo. Sabed que vuestra visita me ha sido grata. Adiós,

Publio Quintiliano. Acuérdate de Jesús de Nazaret.

Las damas se despiden y son las primeras en marcharse;

luego pensativo, se marcha Quintiliano.

Jesús los mira mientras se van en compañía de Maximino, que los acompaña hasta sus carros.  

Y sonrie con un amor infinito…

Pues está lanzando su mirada a través del tiempo y …

Lázaro pregunta: 

–    ¿Por qué sonríes, Maestro? 

–    Estoy viendo a los futuros vencedores de mi Iglesia Niña…

¡Me siento muy feliz!

Y vuelve a abstraerse en algo que lo hace mover la cabeza…

Lázaro vuelve a preguntar:

–    ¿Qué piensas, Maestro? 

–     Que hay muchos infelices en el mundo.

Lázaro ve alejarse a los romanos y piensa en las palabras de Jesús…

Luego dice:

–     Y yo soy uno de ellos.

–     ¿Por qué, amigo mío?

–     Porque todos vienen a Tí, pero María no.

Será que su miseria es mayor, ¿No?

Jesús lo mira y sonríe.

–     ¡Sonríes otra vez!

¿No te duele que María sea inconvertible y que yo sufra!

Marta no ha dejado de llorar desde la tarde del lunes. ¿Quién era aquella mujer?

¿Sabes que durante todo el día tuvimos la esperanza de que fuera ella?

–     Sonrío porque eres un niño impaciente…

Y porque pienso que malgastáis energías y lágrimas; si hubiera sido ella, habría ido inmediatamente a decíroslo

–     ¿Entonces?…

No era ella!».

–     ¡Lázaro! 

–    Tienes razón.

¡Paciencia!, ¡Más paciencia!… Mira, Maestro, las joyas que me diste para venderlas: aquí está el dinero que me han dado por ellas, para los pobres.

Eran muy bonitas. de mujer–     ¡Eran de “esa” mujer.

–     Lo había imaginado.

¡Ah, si hubieran sido de María…! ¡Pero ella… pero ella!… ¡Mi Señor, pierdo la esperanza!…

Jesús lo abraza y guarda silencio durante unos momentos.

Luego dice:

–     Te ruego que no hables a nadie de esas joyas.

Esa mujer debe desaparecer de admiraciones y apetitos, como una nube trasportada por el viento sin que quede rastro de ella en el cielo.

–     Puedes estar tranquilo, Maestro…

A cambio tráeme a María, a nuestra pobre María…

–     La paz descienda sobre ti, Lázaro.

Haré lo que he prometido.  

176 EL PADRE NUESTRO

176 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Suben entre los olivos, dejando Getsemaní a su derecha, subiendo más arriba por el monte, hasta alcanzar la cima, en que los olivos forman un peine susurrador.

Jesús se para y dice:

–      Detengámonos aquí…

Queridos, muy queridos discípulos míos, continuadores míos en el futuro, acercaos a Mí.

Un día, hace varios días, me habéis dicho: “Enséñanos a orar como lo haces Tú.

Enséñanos, como Juan enseñó a los suyos, para que nosotros, discípulos, podamos orar con las mismas palabras del Maestro”

Siempre os he respondido:

“Lo haré cuando vea en vosotros un mínimo suficiente de preparación, para que la oración no sea una fórmula vana de palabras humanas,

sino una verdadera conversación con el Padre”.

Pues bien, ha llegado el momento; poseéis ahora lo suficiente para poder conocer las palabras dignas de ser elevadas a Dios.

Y quiero enseñároslas esta noche, en la paz y el amor que reina entre nosotros.

En la paz y el amor de Dios y con Dios, porque hemos prestado obediencia al precepto pascual como verdaderos israelitas.

Y al imperativo divino de la caridad hacia Dios y el prójimo.

Escuchad:

Cuando oréis, decid: “Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros  tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores.

No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del Maligno”.

Jesús está de pié.

Se había levantado para decir la Oración.

Todos lo han imitado, atentos y emocionados

–     No hace falta nada más, amigos míos.

En estas palabras está encerrado, como en un aro de oro, todo lo que el hombre necesita, para el espíritu.

Para la carne y la sangre.

Con estas palabras pedís cuanto les es útil al espíritu, a la carne y a la sangre.

Y si hacéis lo que pedís, obtendréis la vida eterna.

Tan perfecta es esta oración, que no será menoscabada ni por el tempestuoso oleaje de las herejías, ni por el paso de los siglos.

La mordedura de Satanás fragmentará el cristianismo.

Muchas partes de mi carne mística sufrirán la separación, para formar células aisladas en el vano deseo de constituirse en cuerpo perfecto,

como será el Cuerpo místico de Cristo, el formado por la totalidad de los fieles unidos en la Iglesia apostólica, que será la única verdadera Iglesia mientras exista la tierra.

Estas partículas separadas, privadas por tanto de los dones que habré de dejar a la Iglesia Madre, para nutrir a mis hijos.

Se llamarán de todas formas cristianas, pues darán culto a Cristo.

Y a pesar de su error, siempre recordarán que de Cristo han venido

Pues bien, también ellas dirán esta oración universal.

Recordadla bien. Meditadla continuamente.

Aplicadla en vuestras acciones.

Basta para santificarse.

Si uno estuviera solo entre paganos, sin iglesias, sin libros; tendría ya en esta oración todo lo cognoscible para meditar…

Y una iglesia abierta en su corazón, para esta oración.

Tendría una regla segura y una segura santificación.

“Padre nuestro”

Yo lo llamo “Padre”. Es Padre del Verbo, Padre del Encarnado.

Así quiero que lo llaméis vosotros, porque vosotros sois uno conmigo, si permanecéis en Mí.

El hombre debía echarse rostro en tierra para exclamar, suspirando, envuelto en los temblores del miedo, la palabra “Dios”.

Quien no cree en Mí y en mi palabra, está todavía inmerso en este temblor paralizador…

Observad lo que sucede en el Templo:

No sólo Dios, sino incluso el recuerdo de Dios, están ocultos tras triple velo a los ojos de los fieles.

Separaciones de espacio, separaciones con velos, todo se ha tomado y aplicado para decir al que ora:

“Tú eres fango; Él, Luz. Tú, abyecto; El, Santo. Tú, esclavo; El, Rey”.

–    ¡Mas ahora!…

¡Levántaos! ¡Acercaos! Yo soy el Sacerdote eterno, puedo tomaros de la mano y deciros: “Venid”.

Puedo descorrer el Velo de Templo y abrir de par en par el inaccesible lugar que ha permanecido cerrado hasta ahora.

¿Y por qué cerrado?… Por la Culpa, sí.

Pero aún más clausurado por el pensamiento degradado de los hombres.

¿Por qué cerrado, si Dios es Amor, si Dios es Padre?…

Yo puedo, debo, quiero elevaros al azul del Cielo, no rebajaros al polvo.

No que estéis lejanos, sino cerca.

No como esclavos, sino como hijos que se reclinen sobre el pecho de Dios.

“¡Padre! ¡Padre!”, decid.

No os canséis de pronunciar esta palabra.

¿No sabéis que cada vez que la decís el Cielo resplandece por la Alegría de Dios?

Aunque no expresarais otra palabra, diciendo ésta con verdadero amor ya haríais una oración grata al Señor.

“¡Padre! ¡Padre mío!”, dicen los pequeñuelos a sus padres.

Ésta es la primera palabra que dicen: “Madre, padre”.

Pues vosotros sois los pequeñuelos de Dios.

Yo os he generado: con mi amor he destruido el hombre viejo que erais, haciendo nacer así al hombre nuevo, al cristiano.

Invocad pues, al Padre Santísimo que está en los cielos con la primera palabra que aprenden los niños.

ABBA –  PADRE

“Santificado sea tu Nombre”

Es el Nombre más santo y tierno que existe.

El terror del culpable os ha enseñado a esconderlo bajo otro.

No. Basta ya de decir “Adonai”, basta.

Es Dios. Es ese Dios que en un exceso de amor ha creado a la Humanidad.

La Humanidad de ahora en adelante, purificados sus labios con el lavacro por Mí preparado, llámelo por su Nombre.

Esperando a comprender con plenitud de sabiduría el verdadero significado de este incomprensible Nombre,

cuando fundida con Él, en sus mejores hijos, sea elevada al Reino que he venido a instaurar.

“Venga a nosotros  tu Reino “

Desead con todas vuestras fuerzas que venga.

Si viniera, la alegría habitaría la tierra.

El Reino de Dios en los corazones, en las familias, en las gentes, en las naciones.

Sufrid, trabajad, sacrificaos por este Reino.

Sea la tierra espejo que refleje en las personas la vida del Cielo.

Llegará. Un día llegará todo esto.

Pero antes de que la tierra posea el Reino de Dios, han de venir siglos y siglos de lágrimas y sangre, de errores y persecuciones.

De bruma rasgada por destellos de luz irradiados por el Faro místico de mi Iglesia.

La cual, si bien es barca y no será hundida; es también arrecife que resiste cualquier golpe de mar.

Y mantendrá alta la Luz, mi Luz, la Luz de Dios.

Cuando esto llegue, será como la llamarada intensa de un astro que alcanzada la perfección de su existencia;

se disgrega, cual desmesurada flor de los jardines celestes, para exhalar, en un rutilante latido, su existencia y su amor a los pies de su Creador.

Llegar, llegará; entonces comenzará el Reino perfecto, beato, eterno, del Cielo.

“Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo”

La propia voluntad se puede anular en la de otro, sólo cuando se le llega a amar con perfección.

La propia voluntad se puede anular en la de Dios, sólo cuando se han alcanzado las virtudes teologales en forma heroica.

FE, ESPERANZA Y CARIDAD

En el Cielo – donde no hay defectos – se hace la voluntad de Dios.

Sabed, vosotros, hijos del Cielo, hacer lo que en el Cielo se hace.

“Danos nuestro pan de cada día”

En el Cielo os nutriréis sólo de Dios.

La beatitud será vuestro alimento. Mas aquí todavía tenéis necesidad de pan.

Sois los párvulos de Dios; justo es entonces decir: “Padre, danos el pan”.

¿Teméis no ser escuchados? ¡Oh, no!

Considerad esto: si uno de vosotros tiene un amigo y ve que no tiene pan…

y debe dar de comer a otro amigo o pariente que ha llegado a su casa al final de la segunda vigilia,

irá al primero y le dirá: “Amigo, préstame tres panes, porque tengo un huésped que ha venido ahora y no tengo qué darle de comer”.

¿Podrá acaso, oír como respuesta desde el otro lado de la puerta:

“No me molestes, que ya he cerrado la puerta, la he trancado, y mis hijos duermen a mi lado; no puedo levantarme a darte lo que me pides”?

“¿Quién me abrirá en esta Cuaresma?

No. Si es un verdadero amigo al que se ha dirigido y si insiste, recibirá lo que pide.

Lo recibiría incluso aunque el amigo fuera poco bueno, por su insistencia;

porque aquel a quien se lo pidieran, con tal de que no le molestasen, se apresuraría a darle cuantos panes quisiera.

Pero vosotros, cuando dirigís vuestra oración al Padre, no os dirigís a un amigo de este mundo; sino al Amigo perfecto que es el Padre del Cielo.

Por tanto, os digo: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.

Pues a quien pide se le da, quien busca halla. Y a quien llama se le abre la puerta.

¿Qué padre, a su propio hijo que le pide un pan, le pondrá en la mano una piedra?

¿Qué padre dará a su hijo una serpiente en vez de un pez asado?

Un padre que se comportase así con su prole sería un sinvergüenza.

Ya lo he dicho, pero lo repito para moveros a sentimientos de bondad y confianza.

Así pues, si uno que estuviera en su sano juicio no daría un escorpión en vez de un huevo…

Cada milagro en la Biblia, fué originado por un problema que FUE RESUELTO CON LA FE

¿Cómo no os va a dar Dios con mucha mayor bondad lo que pidiereis?:

En efecto, Él es bueno.

Mientras que vosotros por el contrario, en más o en menos, sois malos.

Pedid pues, con amor humilde y filial vuestro pan al Padre.

“Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”

Hay deudas materiales y deudas espirituales; las hay también morales.

Deuda material es la moneda o la mercancía que deben restituirse por haber sido prestadas.

Deuda moral es la estima arrebatada y no correspondida, el amor querido y no dado.

Deuda espiritual es la obediencia a Dios, de quien se exige mucho dándole muy poco.

Y el amor a Él.

Dios nos ama y se le debe amor, como se debe amor a una madre, a la esposa, al hijo, de quienes se exigen muchas cosas.

El egoísta quiere tener, pero no dar.

Pero el egoísta está en las antípodas del Cielo.

Tenemos deudas con todos: desde con Dios hasta con el esclavo, pasando por los familiares, los amigos, el prójimo en general.

Y los que están a nuestro servicio, pues todos éstos son en el fondo iguales que nosotros.

¡Ay de quien no perdone, porque no será perdonado!

Dios no puede por justicia, condonar la deuda que el hombre tiene para con Él, santísimo; si el hombre no perdona a su semejante.

“No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Maligno”

El hombre que no ha sentido la necesidad de compartir con nosotros la cena de Pascua, me preguntó hace menos de un año:

“¿Cómo? ¿Tú pediste no ser tentado?

¿En la tentación pediste ayuda contra ella?”.

Estábamos nosotros dos solos.

Le respondí.

Luego – esta vez éramos cuatro – en una solitaria región, repetí la respuesta; pero todavía no fue suficiente;

porque en un espíritu inamovible. es necesario demoler la funesta fortaleza de su obcecación para abrirse paso;

por tanto, lo seguiré diciendo: una, diez, cien veces, hasta que todo se cumpla.

Vosotros sin embargo, que no estáis acorazados dentro de infaustas doctrinas y aún más infaustas pasiones, orad así.

Orad con humildad para que Dios impida las tentaciones.

¡Ah, la humildad! ¡Conocerse como uno es! Sin deprimirse, pero conocerse.

Decir: “Soy juez imperfecto de mí mismo y aunque no me lo parezca, podría ceder.

Por tanto Padre mío, tenme si es posible, libre de las tentaciones.

Tan cerca de Ti que no permitas al Maligno que me dañe”.

Debéis recordar, en efecto, que no es Dios quien tienta al Mal, sino que es el Mal el que tienta.

Rogad al Padre para que sostenga vuestra debilidad, de forma que no pueda el Maligno introducirla en la tentación.

He terminado, queridos míos.

Ésta es la segunda Pascua que paso con vosotros.

El año pasado sólo partimos el pan y compartimos el cordero.

Este año os doy esta oración.

Os otorgaré otros dones en las otras Pascuas que pasaré con vosotros…

Para que, una vez que me haya ido a donde el Padre quiere, os quede de Mí que soy el Cordero,

un recuerdo en las celebraciones del cordero mosaico.

Levantáos. Vamos.

Estaremos en la ciudad para el alba.

Es más, mañana tú Simón y tú, hermano mío (señala a Taseo) iréis por las mujeres y el niño.

Tú, Simón de Jonás y vosotros, os quedaréis conmigo hasta que éstos vuelvan.

Luego iremos juntos a Betania.

Bajan hasta el Getsemaní y entran en la casa de Simón, para descansar.

148 LA IGLESIA CATÓLICA

148 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús entra en Cafarnaúm.

Viene de los campos.

Le acompañan sólo los doce; es más, los once, porque Juan no está.

Se producen los consabidos saludos de la gente:

Una gama muy variada de expresiones, desde los sencillísimos saludos de los niños, hasta los de las mujeres, un poco tímidos.

O los de quienes han recibido la gracia de un milagro, extáticos.

O incluso los curiosos o irónicos: los hay para todos los gustos.

Jesús responde a todos según el modo en que es saludado: caricias para los pequeños; bendiciones para las mujeres; sonrisas para los agraciados; respeto profundo para los demás.

Pero esta vez a la serie, se une el saludo del centurión del lugar.

Su saludo es:

–     ¡Salve, Maestro!

Jesús responde con su expresión:

–     ¡Que Dios vaya a ti!

El romano prosigue:

–     Hace varios días que te espero.

Si no me reconoces como uno de los que te escuchaban en el Monte es porque estaba vestido de paisano. ¿No me preguntas por qué estaba allí?

Mientras, la gente se ha acercado, curiosa por ver cómo se desarrolla este encuentro.

Jesús responde:

–     No te lo pregunto.

¿Qué quieres de Mí?

–     La orden recibida es seguir a quienes reúnen en torno a sí a la gente.

Porque demasiadas veces Roma ha tenido que arrepentirse de haber concedido reuniones aparentemente justas.

Pero, viendo y oyendo, he pensado en Tí como en… como en…

Tengo un siervo que está enfermo, Señor. Yace en su lecho, en mi casa, paralizado a causa de un mal de huesos.

Y sufre terriblemente. Nuestros médicos no lo curan.

He invitado a los vuestros a venir a mi casa, porque estas enfermedades se originan en los aires corrompidos de estas regiones y vosotros las sabéis curar con las hierbas del suelo que produce la fiebre.

En el suelo de la orilla donde se estancan las aguas antes de ser absorbidas por las arenas del mar; pero se han negado a venir.

Me apena porque es un siervo fiel.

–     Iré y te lo curaré.

–     No, Señor.

No te pido tanto. Soy pagano, inmundicia para vosotros.

Si los médicos hebreos temen contaminarse por poner pie en mi casa, con mayor razón será contaminadora para Tí, que Eres Divino.

No soy digno de que entres en mi casa. Si dices desde aquí una palabra, una sola, mi siervo quedará curado, porque tienes mando sobre todo lo que existe.

Si yo, que soy un hombre que depende de muchas autoridades, la primera de las cuales es César por lo cual tengo que obrar, pensar, actuar como se me dice…

Puedo dar órdenes a los soldados que tengo bajo mi mando, de forma que si a uno le digo: “Ve”, al otro: “Ven”, y al siervo: “Haz esto”,

El uno va a donde le mando, el otro viene porque lo llamo, el tercero hace lo que le digo.

Pues Tú, que Eres quien Eres, serás inmediatamente obedecido por la enfermedad y desaparecerá.  

Jesús objeta:  

–     La enfermedad no es un hombre…

–     Tú tampoco eres un hombre, Eres el Hombre;…

Puedes, por tanto, imperar sobre los elementos y las fiebres, porque todo está sujeto a tu Poder.

Algunas personalidades de Cafarnaúm se llevan un poco aparte a Jesús,

y le dicen:

–     Aunque sea un romano, atiéndelo.

Porque es un hombre de bien y nos respeta y ayuda. Fíjate que ha sido él quien ha hecho construir nuestra sinagoga; además tiene controlados a sus soldados los sábados para que no nos ultrajen.

Concédele pues, esta gracia por amor a tu ciudad, a fin de que no se sienta defraudado y no se irrite. Y su amor hacia nosotros se vuelva odio.

Jesús, habiendo escuchado a éstos y al centurión, se vuelve a este último sonriendo,

y le dice:

–     Ve caminando, que ahora voy yo.

Pero el centurión insiste:

–     No, Señor.

Como he dicho, el hecho de que vinieses a mi casa sería un gran honor, pero no merezco tanto…

DÏ sólo una palabra y mi siervo quedará curado.

–     Pues así sea.

Ve con fe. En este instante la fiebre lo está dejando y la vida está volviendo a sus miembros; haz que también llegue a tu alma la Vida.

Ve.

El centurión saluda militarmente, se inclina y se marcha.

Jesús se le queda mirando mientras se marcha, luego se vuelve hacia los presentes,

y dice:

–     En verdad os digo que no he encontrado tanta fe en Israel.

Es verdad: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que habitaban en la oscura región de muerte ha surgido la Luz” y…  

“El Mesías, alzada su bandera sobre las naciones, las reunirá”. ¡Oh, Reino mío, verdaderamente será incontable el número de los que a ti afluyan!

Más que todos los camellos y dromedarios de Madián y de Efá.

Y que los transportadores de oro e incienso de Saba, más que todos los rebaños de Quedar y los carneros de Nebayot,

Serán los que a ti vayan…

Y mi corazón se dilatará de júbilo al ver venir a Mí a los pueblos del mar y a las potencias de las naciones.

Las islas me esperan para adorarMe, los hijos de los extranjeros edificarán los muros de mi Iglesia… 

En la Tierra el Amor de Jesús DOSIFICA nuestro calvario, Y ÉL ES EL CIRENEO que nos ayuda a recorrer el Camino…

(Católica significa Universal y su Edificio Institucional, fue edificado por el pueblo del Imperio Romano.

Su ALMA VIVIENTE, está en cada corredentor crucificado y que se mantiene DEFENDIÉNDOLA en cada corazón FUSIONADO CON EL AMOR DE COPARTICIPACIÓN…

Al Sacratísimo Corazón de la Santísima Trinidad…

En cada cristiano auténtico con vida espiritual y sacramental, que AMA las Sagradas Escrituras y las VIVE, contra todas las acechanzas de Satanás y del Anticristo…)

Cuyas puertas siempre estarán abiertas para acoger a los reyes y a las potencias de las naciones y para santificarlos en Mí.

¡Lo que Isaías vio se cumplirá!

Os digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos.

Mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes…

–     ¿Estás profetizando que los gentiles estarán al mismo nivel que los hijos de Abraham?

–     No al mismo nivel, sino a nivel superior.

Que esto os duela sólo por el hecho de que es culpa vuestra. No lo digo Yo, lo dicen los Profetas,…

Y los signos ya lo están confirmando.

Ahora que alguno de vosotros vaya a casa del centurión para constatar que el siervo ha sido curado, como lo merecía la fe del romano.

Venid.

Quizás en la casa hay enfermos que esperan mi llegada.

Y Jesús, con los apóstoles y algún otro, la mayoría se ha lanzado, curiosa y alborotadora, hacia la casa del centurión.

Se dirige a la casa de siempre, a la casa en que se aloja los días que está en Cafarnaúm.  

146 EL ESCRIBA GENEROSO

146 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Entre las muchas flores que perfuman el suelo y alegran la vista, se yergue el horrendo espectro de un leproso, llagado, maloliente, corroído.

La gente grita de espanto y se vuelca de nuevo hacia las primeras pendientes del monte.

Hay quien incluso agarra piedras para tirárselas al imprudente.

Pero Jesús se vuelve, con los brazos abiertos,

gritando:

–     ¡Paz!

¡Quedaos donde estáis y no tengáis miedo! Dejad las piedras. Tened piedad de este pobre hermano. También él es hijo de Dios.

La gente obedece dominada por el poder del Maestro, que se acerca a través de las altas hierbas en flor hasta pocos pasos del leproso.

El cual a su vez, habiendo comprendido que está bajo la protección de Jesús, se ha acercado también.

Ya próximo a Jesús, se postra:

La hierba florecida lo acoge y lo sumerge, cual fresca y perfumada agua.

Las flores ondean y se agrupan, como haciendo de velo a la miseria oculta tras ellas.

Sólo la voz quejumbrosa que de allí dentro proviene, recuerda la presencia de un pobre ser.

La voz dice:

–     Señor, si Tú quieres puedes limpiarme.

¡Ten piedad también de mí!

Jesús responde:

–     Alza tu rostro y mírame.

El hombre debe saber mirar al Cielo cuando cree en él. Y tú crees, porque pides.

Las hierbas se agitan y se abren de nuevo.

Aparece, cual cabeza de náufrago sobre la superficie del mar, el rostro del leproso, despojado de cabellos y de barba.

Es una cabeza de calavera con restos de carne todavía.

Sin embargo, Jesús se atreve a colocar la punta de sus dedos en esa frente, en el punto en que está limpia.

O sea, sin llagas.

Donde sólo es piel cinérea, escamosa, entre dos erosiones purulentas, de las cuales una ha destruido el cuero cabelludo y la otra ha abierto un hueco donde antes estaba el ojo derecho.

De manera que no se sabe si dentro de ese enorme agujero lleno de porquería, que va desde la sien hasta la nariz,  dejando al descubierto el pómulo y el cartílago nasal, está o no todavía el globo ocular.

Y dice Jesús, manteniendo apoyada ahí la punta de su bonita mano:

–     Lo quiero. Queda limpio.

Y como si el hombre no estuviera corroído por la lepra y llagado, sino sólo recubierto de porquería…

Y sobre él se arrojasen aguas purificadoras, el mal desaparece…

Primero se cierran las llagas, luego recupera su color claro la piel, el ojo derecho vuelve a aparecer bajo el renacido párpado, los labios vuelven a cerrarse delante de los dientes amarillentos. 

Sólo le siguen faltando el pelo y la barba, apareciendo escasos mechones de pelo, en los lugares donde antes existía todavía un trocito de epidermis sana.

La muchedumbre grita de estupor.

El hombre, por esos gritos de júbilo, comprende que ha quedado curado.

Levanta las manos, que hasta este momento habían quedado escondidas entre la hierba, y se toca el ojo, en el lugar en que antes estaba el enorme agujero.

Se toca la cabeza, donde antes estaba la extensa llaga que dejaba al descubierto el hueso craneal…

Y siente la nueva piel.

Entonces se pone en pie y se mira el pecho, las caderas…

Todo ha quedado curado y limpio…

El hombre se deja caer de nuevo sobre el prado florido, llorando de alegría. 

Jesús dice:

–     No llores.

Levántate y escúchame. Cumple el rito y vuelve a la vida; no hables a nadie hasta que no lo hayas cumplido.

Preséntate lo antes posible al sacerdote, haz la ofrenda prescrita por Moisés como testimonio del milagro de tu curación.

–     ¡A ti te debería presentar mi testimonio, Señor!

–     Así lo harás amando mi doctrina. Ve.

La muchedumbre se ha acercado de nuevo.

Y aun guardando debida distancia, se congratula con el hombre que ha sido curado.

No falta quien siente la necesidad de arrojarle, como viático, unas monedas.

Otros le lanzan unos panes y otras provisiones.

Y uno, viendo que el vestido del leproso no es sino un harapo reducido a jirones que deja todo al descubierto,

se quita el manto, lo anuda como si fuese un pañuelo muy grande y se lo arroja al leproso,

el cual puede así taparse de forma decente.

Otro – pues la caridad es contagiosa cuando se hace en común, no resiste al deseo de procurarle las sandalias:.

Se las quita y las lanza hacia el leproso.  

Jesús pregunta al ver el gesto.

–     ¿Y tú? 

El hombre responde:

–     Estoy aquí cerca.

Puedo andar descalzo. Él tiene que recorrer mucho camino.

–     La bendición de Dios descienda sobre ti y sobre todos los que han favorecido a este hermano.

Y volviéndose hacia el sanado,

le dice:

–    Hombre: pedirás por ellos.

–     Sí, sí.

Por ellos y por ti: para que el mundo tenga fe en ti. 

–     Adiós.

Ve en paz.

El hombre anda unos metros y luego se vuelve,

y grita:

–     ¿Puedo decirle al sacerdote que Tú me has curado?

–     No hace falta.

Di solamente: “El Señor ha tenido misericordia de mí”. Dices toda la verdad y no hace falta más.

La gente se arremolina en torno al Maestro.

Es un círculo que bajo ningún concepto quiere abrirse.

Pero, entretanto, el sol se ha ocultado y comienza el reposo del sábado.

Los centros habitados están lejos.

De todas formas, la gente no echa de menos ni el pueblo ni la comida ni nada.

No sucede lo mismo con los apóstoles.

Y se lo comentan a Jesús.

También los discípulos ancianos están preocupados.

Hay mujeres y niños.

Y si bien la temperatura de la noche es moderada y la hierba de los campos está blanda.

Las estrellas no son pan, ni se transforman en alimentos las piedras de las laderas.

Jesús es el único que se lo toma con tranquilidad.

La gente, mientras, come lo que les había sobrado, sin mayores problemas.

Jesús llama la atención de los discípulos sobre este hecho:

–     ¡En verdad os digo que éstos están más adelantados que vosotros!

Mirad con qué despreocupación consumen todo lo que tienen. Les he dicho: “El que no sea capaz de creer que mañana Dios dará el alimento a sus hijos que se retire”,

Y se han quedado aquí.

Dios no desmentirá a su Mesías ni defraudará a quien en Él espera.

Los apóstoles se encogen de hombros y ya no se ocupan de nada más.

Se pone la tarde, después de un intenso rojo de ocaso, serena y bella.

El silencio del campo se extiende sobre todas las cosas, tras el último coro de los pájaros.

Algún frufrú del viento y luego el primer vuelo mudo de ave nocturna junto a la primera estrella y la primera rana que croa.

Los niños ya duermen.

Los adultos hablan entre sí.

De vez en cuando alguno va a donde el Maestro a pedirle alguna aclaración.

Es así que no se produce estupor cuando, por un sendero entre dos campos de trigo, se ve venir a una persona que impone por su aspecto, indumento y edad.

Le siguen algunos hombres.

Todos se vuelven a mirarlo y se lo señalan unos a otros bisbiseando.

El bisbiseo se transmite de grupo a grupo. Se aviva y se atenúa.

Los grupos más lejanos se acercan atraídos por la curiosidad.

El hombre de noble aspecto llega hasta donde Jesús, que está sentado al pie de un árbol escuchando a unos hombres…

Y lo saluda con toda reverencia.

Jesús se levanta enseguida y responde al saludo con igual respeto.

Los presentes se centran completamente en ellos.

–     Estaba en el monte.

Quizás has pensado que no tenía fe, que me iba por miedo a tener que ayunar. La verdad es que me fui por otro motivo.

Quería comportarme como hermano con los hermanos, como el hermano mayor. Quisiera manifestarte aparte lo que pienso. ¿Podrías escucharme?

A pesar de ser un escriba, no soy enemigo tuyo.

Jesús dice:

–     Vamos un poco lejos…

Y se meten entre los cereales.

–     Quería proveer de alimento a los peregrinos, así que bajé para encargar que hicieran pan para una multitud.

Respecto a la distancia estoy dentro de la Ley, porque estos campos son míos y de aquí a la cima se puede recorrer en día de sábado.

Mi intención era venir mañana con los siervos, pero he sabido que estabas aquí con la muchedumbre. Te ruego que me permitas surtir de lo necesario a la muchedumbre este sábado…

Si no, sentiría demasiado el haber renunciado a tus palabras por nada.

–     En ningún caso hubiera sido por nada, porque el Padre te habría recompensado con sus luces.

Yo por mi parte te doy las gracias. No te defraudaré. Lo único que quisiera observarte es que la gente es mucha.

–     He encargado que enciendan todos los hornos.

Incluso los que se usan para secar productos agrícolas. Conseguiré pan para todos.

–     No lo digo por eso, lo digo por la cantidad de pan…

–     No me causa problema.

El año pasado recogí mucho trigo. Y este año ya ves qué espigas. Déjame, que sé lo que hago.

¡Qué mayor seguridad para mis tierras! Y, además, Maestro… ¡El pan que me has dado hoy!… ¡Tú sí que eres Pan del espíritu!…

–     Sea entonces como quieres.

Ven, vamos a decírselo a los peregrinos.

–     No. Tú lo has dicho.

–     ¿Y eres escriba?

–     Sí, lo soy.

–     Que el Señor te lleve a donde tu corazón merece.

–     Comprendo lo que no dices.

Quieres decir: a la Verdad. Porque en nosotros hay mucho error y.., y mucha mala fe.

–     ¿Quién eres?

–     Un hijo de Dios.

Ruega al Padre por mí. Adiós.

–     La paz sea contigo.

Jesús regresa lentamente hacia los suyos mientras el hombre se aleja con los siervos.  

Jesús se ve asaltado de preguntas.

–     ¿Quién era?

–    ¿Qué quería?

–    ¿Te ha dicho alguna cosa desagradable?

–    ¿Tiene algún enfermo?

–     No sé quién es.

Bueno, quiero decir, tiene buen corazón y esto me… 

Uno de la multitud dice:

–     Es Juan el escriba.

–     Bien, pues ahora lo sé por tus palabras.

Quería sencillamente ser el siervo de Dios para con los hijos de Dios. Orad por él porque mañana todos comeremos gracias a su bondad. 

Otro dice:

–     Verdaderamente es un justo. 

Uno más, comenta:

–     Sí.

Lo que no sé es cómo puede ser amigo de otros.

Otro concluye:

–     Fajado de escrúpulos y de reglas como un recién nacido.

Pero no es malo.

–     ¿Son éstas sus tierras? – preguntan muchos, que no son de la zona.

–     Sí.

Creo que el leproso era uno de sus siervos o de sus labriegos. Pero permitía que estuviera en las cercanías, e incluso creo que le daba de comer.

La crónica continúa, pero Jesús se abstrae de ello y llama a sí a los Doce,

Y les pregunta:

–     ¿Y ahora qué tengo que deciros por vuestra incredulidad?

¿No ha puesto, acaso, el Padre pan para todos nosotros en las manos de una persona que, por su casta, está contra Mí?

¡Oh, hombres de poca fe!… Id, id allí, al mullido heno y dormid.

Yo voy a orar al Padre para que abra vuestros corazones y para darle las gracias por su bondad.

Paz a vosotros.

Y va a las primeras pendientes del monte.

Se sienta y se recoge en su oración.

Alza los ojos y ve el rebaño de las estrellas que abarrotan el cielo;

los baja y ve el rebaño de los que duermen echados en los prados.

Nada más.

Mas es tal la alegría que siente en su corazón, que parece transfigurarse de luz…

27 LLEGADA A BELÉN

27 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

 La llegada a Belén.

Veo una vía de primer orden muy transitada.

Asnos que van cargados de todo tipo de cosas y de personas. Asnos que regresan.

La gente, azuza a sus cabalgaduras.

Otros, los que van a pie, caminan deprisa porque hace frío.

Hay un aire terso y seco, el cielo está sereno; todo tiene, no obstante, ese filo neto de los días de pleno invierno.

El campo, desnudo, parece más grande; está poco crecida y ya requemada por los vientos invernales la hierba de los pastos en que las ovejas buscan un poco de alimento,

y también de sol, que está saliendo poco a poco.

Están pegadas las unas a las otras, porque también ellas tienen frío; y balan, levantando el morro y mirando al Sol como diciendo: « ¡Ven pronto, que hace frío!».

El terreno está lleno de curvas. Las sinuosidades se hacen cada vez más claras; es propiamente una zona de colinas, con depresiones herbosas y laderas, con pequeños valles y cimas.

El camino pasa por el medio en dirección sudeste.

María va montada en un borriquillo pardo, toda arropada en su grueso manto.

En la parte de adelante de la albardilla está ese arnés ya visto en el viaje hacia Hebrón; encima, el baulillo con las cosas más necesarias.

José camina al lado llevando las riendas. De vez en cuando le pregunta a María si está cansada. Ella lo mira sonriendo y le responde que no;

pero a la tercera vez añade:

–     Tú sí que estarás cansado, que vas a pie.

–     ¡Oh!, ¿Yo? Para mí no es nada.

Lo que pienso es que si hubiera encontrado otro asno podrías ir más cómoda y además llegaríamos antes. Pero, me ha sido imposible encontrarlo; ahora todos necesitan una cabalgadura.

¡Ánimo de todas formas! Pronto llegaremos a Belén. Al otro lado de aquel monte está Efratá.

Ahora guardan silencio.

La Virgen cuando calla parece recogerse internamente en oración. Sonríe dulcemente por un pensamiento suyo, y, cuando mira a la gente, parece como si no viera en ella lo que es:

un hombre, una mujer, un anciano, un pastor, un rico o un pobre, sino eso que sólo Ella ve. 

José le pregunta:

–     ¿Tienes frío? – dado que empieza a levantarse viento.

–     No, gracias».

Pero José no se fía. Le toca los pies, que penden por el lado del borriquillo, los pies calzados en las sandalias y que apenas si se ven sobresalir del largo vestido;

debe sentirlos fríos porque menea la cabeza y se quita una manta que llevaba en bandolera y arropa con ella las piernas de María,

y se la extiende también sobre el regazo, de forma que sus manos, bajo la cobija y el manto, estén bien calientes.

Encuentran a un pastor, que corta el camino con su rebaño, pasando de los pastos de la derecha a los de la izquierda.

José se inclina hacia él para decirle algo.

El pastor hace un gesto afirmativo.

José toma el borriquillo y tira de él detrás del rebaño hasta el prado.

El pastor saca de una alforja una tosca escudilla, ordeña a una gruesa oveja de ubres llenas, da la escudilla a José y éste a su vez se la ofrece a María. 

María dice:

–     ¡Que Dios os bendiga a los dos!

A tí, por tu amor; y a tí por tu bondad. Oraré por ti.  

El pastor pregunta:

–     ¿Venís de lejos?.  

José responde:

–     De Nazaret.

–     ¿Y vais hacia…?.

–     A Belén.

–     Largo viaje para esta mujer en este estado.

¿Es tu esposa?.

–     Es mi esposa.

–     ¿Tenéis dónde ir?

–     No.

–    ¡Mala cosa!

Belén está llena de gente llegada de todas partes para inscribirse o para ir a otro lugar, No sé si encontraréis alojamiento. ¿Conoces bien este lugar?

–     No mucho.

–     Bueno, pues… yo te digo… por ella (y señala a María). Preguntad por la posada. Estará llena. Más que nada os lo digo como referencia. Está en una plaza, en la más grande.

Se llega por este mismo camino, no hay pérdida posible. Delante hay una fuente. La posada es grande y baja y tiene un portal grande. Estará llena.

De todas formas, si no encontráis nada en ella ni en las otras casas, id a la parte de atrás de la posada, hacia el campo.

En el monte hay unos establos que algunas veces les sirven a los mercaderes que van a Jerusalén para meter a los animales que no tienen sitio en la posada.

Son establos — ya sabéis — que están en el monte; por tanto, húmedos, fríos y sin puerta. Pero son al menos un refugio; esta mujer… no puede quedarse en la calle.

Quizás allí encontréis un sitio… y heno para dormir y para el burro… ¡Y que Dios os acompañe! 

María responde:

–     ¡Y que alegre tus días! 

José en cambio dice:

–     La paz sea contigo.

Vuelven al camino. Salvan una prominencia del terreno desde la que se ve una depresión más vasta limitada por delicadas pendientes.

En la cuenca y arriba y abajo por las laderas hay casas y más casas: es Belén.  

José dice:

–     Estamos en la tierra de David, María.

Ahora podrás descansar. Te veo muy cansada…

–    No. Estaba pensando… estoy pensando…

María le coge la mano a José y, sonriendo con beatitud,

le dice:

–    Tengo la firme impresión de que ha llegado el momento.

–     ¡Dios de misericordia!

¿Qué hacemos?

–     No te preocupes, José.

Permanece firme. ¿No ves lo tranquila que estoy yo».

–     Pero estás sufriendo mucho.

–     ¡Oh! ¡No! Estoy llena de gozo.

Siento un júbilo tal, tan fuerte, tan hermoso, tan incontenible, que mi corazón late fortísimamente y me dice: “¡Va a nacer! ¡Va a nacer!”. Lo dice en cada latido.

Es mi Niño, que llama a mi corazón y me dice:

–    “Mamá, estoy aquí, vengo a darte el beso de Dios”.

¡Oh, qué alegría, José mío!

José, sin embargo, no está jubiloso. Piensa más bien en la urgencia de encontrar un lugar donde ampararse, y acelera el paso.

Puerta por puerta lo solicita… Nada. Todo lleno.

Llegan a la posada… Está llena, incluso con gente prácticamente al raso bajo el rústico pórtico que rodea el vasto patio interior.

José deja a María montada en su burrito, dentro del patio…

Y sale para buscar en las otras casas. Vuelve desconsolado. No hay ningún sitio.

El rápido crepúsculo invernal comienza a extender sus velos.

José le suplica al posadero, suplica a los que han venido de fuera: ellos son hombres, y están sanos; aquí hay una mujer que está para dar a luz a un hijo; que tengan piedad… Nada.

Un rico fariseo, que los está mirando con desprecio manifiesto, cuando María se acerca, se separa como si hubiera sido una leprosa la que se hubiera acercado.

José le mira, y se le enciende de indignación el rostro.

María le pone una mano en su muñeca, para calmarlo,

y le dice:

–     No insistas.

Vamos. Dios proveerá,

Salen. Siguen el muro de la posada. Tuercen por una callejuela encajonada entre aquélla y unas casas pobres. Giran hacia la parte de atrás de la posada. Buscan.

Hay una especie de grutas. Por lo bajas que son y lo húmedas que están, diría que más que establos son bodegas. Las más lindas ya están ocupadas.

José siente caérsele el alma a los pies.

–     ¡Eh! ¡Galileo! – le grita por detrás un viejo.

–     Allí, en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una guarida. Quizás todavía no se ha metido nadie. Se apresuran hacia esa “guarida”. Es realmente una guarida. 

Entre las ruinas de lo que sería un edificio, hay una abertura; dentro, una gruta, más que una gruta una cavidad excavada en el monte.

Diríase que son los cimientos de la antigua construcción, cuyos restos derrumbados, apuntalados con troncos de árbol casi sin desbastar, hacen de techo.

Para ver mejor, puesto que hay poquísima luz, José trae yesca y piedra de chispa. Y enciende una lamparita que ha sacado del talego que lleva cruzado al pecho.

Entra. Un mugido le saluda.  

José sonríe y dice:

–     Ven, María; está vacía, sólo hay un buey.

¡Mejor que nada…!.

María baja del burrito y entra.

José ha colgado la lamparita de un clavo que está hincado en uno de los troncos de sostén. Se ve la techumbre llena de telas de araña…

Y pajas esparcidas por todo el suelo (que es de tierra batida y su superficie es completamente irregular; con hoyos, guijarros, detritos y excrementos).

En la parte del fondo, un buey, con heno colgándole de la boca, se vuelve y mira con ojos tranquilos.

Hay un tosco taburete y dos piedras en un ángulo ennegrecido — señal de que en ese lugar se enciende fuego — que está junto a una tronera.

María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre el cuello para sentir su calorcillo.

El buey muge; se deja. Parece como si hubiera comprendido.

Se deja también cuando José lo separa un poco para coger abundante heno del pesebre para hacerle a María una yacija.

El pesebre es doble: está el en que come el buey y encima, una especie de estante con heno de reserva; éste es el que coge José.

Y le hace sitio al burrito que, cansado y hambriento, enseguida se pone a comer.

José encuentra también un cubo volcado y todo abollado. Sale, porque fuera había visto un arroyueloy vuelve con agua para el borriquillo.

Luego se hace con un haz de ramajes que estaba en un rincón y trata de barrer un poco el suelo.

Después extiende el heno, hace con él una yacija, junto al buey, en el ángulo más seco y resguardado; pero siente que este mísero heno está húmedo, y suspira.

Enciende el fuego y con una paciencia de cartujo, lo seca a manojos cerca del calor.

María, sentada en el taburete, cansada, mira sonriente. Ya está. María se dispone mejor sobre el mullido heno, con los hombros apoyados en un tronco.

José termina de… aparejar la estancia extendiendo su manto como si fuera una cortina en la apertura que hace de puerta. Una protección muy relativa.

Luego le ofrece a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de un boto.

Le dice a María:

–     Duerme ahora.

Yo velaré, para que la lumbre no se apague. Menos mal que hay leña. Esperemos que dure y que arda. Así podré ahorrar aceite de la lámpara.

María se echa obedientemente.

José, con la manta que tenía en los pies y con el manto de la misma María, la tapa.

María observa:

–     ¿Y tú?… Vas a pasar frío.

–     No, María.

Estoy junto al fuego. Trata de descansar. Mañana irá mejor.

María cierra los ojos sin insistir más.

José se pone en su rinconcillo, sentado en el taburete, con unas pocas ramillas secas al lado; no creo que duren mucho.

Están colocados así: María a la derecha, dando la espalda a la… puerta, semioculta por el tronco y por el cuerpo del buey, que está recostado ahora en la cama de paja.

José a la izquierda y de cara a la puerta, en diagonal por tanto; estando frente al fuego, da la espalda a María; pero, de vez en cuando, se vuelve a mirarla…

Y la ve tranquila, como si durmiera.

Rompe lentamente sus ramitas y las va echando, una a una, en el débil fuego para que no se apague, para que dé luz, para que la poca leña dure.

La única luz, ora más viva, ora mortecina, es la del fuego. La lámpara está ya apagada; en la penumbra resalta sólo el blancor del buey y del rostro y manos de José. 

Todo el resto es una masa que se confunde en la penumbra densa.

 Dice María:

No hay dictado.

La visión habla por sí sola. Tarea vuestra es entender la lección de caridad, humildad y pureza que de ella emana. 

25 LA PASIÓN DE JOSÉ

25 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

José pide perdón a María.  

Fe, caridad y humildad para recibir a Dios. Después de 53 días, la Madre reanuda sus manifestaciones con esta visión, y me dice que la escriba en este libro.

La alegría me invade. Ver a María, en efecto, es poseer la Alegría.

Así, veo el huertecillo de Nazaret.

María está hilando a la sombra de un tupidísimo manzano repleto de frutos, que ya empiezan a tomar color rojo y que parecen con su redondez y color rosado, carrillos de niño.

Sin embargo, María no tiene, de ninguna manera, ese color. Le ha desaparecido la linda coloración que, en Hebrón, avivaba su cara.

En la palidez de marfil de su rostro, sólo los labios trazan una curva de pálido coral.

Bajo los párpados semicerrados hay dos sombras oscuras y los bordes de los ojos están hinchados como en quien ha llorado.

No veo los ojos, porque Ella está con la cabeza más bien agachada, pendiente de su trabajo y, sobre todo, de un pensamiento suyo, que debe afligirla, pues la oigo suspirar como quien tuviera un pesar en el corazón.

Está toda vestida de blanco, de lino blanco; es que hace mucho calor, a pesar de que la frescura todavía intacta de las flores me dice que es por la mañana.

Tiene la cabeza descubierta, y el Sol, que juega con las frondas del manzano movidas por un ligerísimo viento.

Y se filtra con agujas de luz hasta tocar la tierra oscura de los parterres, deposita en su cabeza rubia aritos de luz en que los cabellos parecen de oro cobrizo.

De la casa no viene ningún ruido, ni tampoco de los lugares cercanos.

Se oye sólo el murmullo del arroyuelo que va a un pilón del fondo del huerto.

María se estremece al oír un golpe dado con resolución a la puerta de la casa. Apoya rueca y huso y se levanta para ir a abrir.

A pesar de que el vestido sea suelto y amplio, no llega a ocultar completamente la rotundidad de su pelvis.

Se encuentra de frente a José. María palidece, hasta incluso en los labios. Ahora su rostro parece una hostia de lo pálido que está.

María mira con ojos que escrutan tristemente; José, con ojos que parecen suplicar. Guardan silencio, mirándose.

María rompe el silencio:

–     ¿A esta hora, José?

¿Necesitas algo? ¿Qué deseas decirme? Ven. José entra y cierra la puerta.

Todavía guarda silencio.

–     Habla, José. ¿Qué deseas de mí? 

Con una voz ronca por el llanto contenido,

José dice:

–     Tu perdón – José se curva como si quisiera arrodillarse.

Pero María, siempre tan reservada al tocarlo, lo agarra con resolución por los hombros y se lo impide.

El color aparece y desaparece del rostro de María, ora completamente rojo, ora de nieve como antes.

María responde:

–     ¿Mi perdón? No tengo nada que perdonarte, José.

No debo sino agradecerte una vez más todo cuanto has hecho aquí dentro, en mi ausencia y el amor que me tienes.

José la mira.

Veo formarse dos gruesas gotas en la cavidad de sus ojos profundos, permanecer como en el borde de un recipiente, para luego deslizarse por las mejillas y por la barba.

–     Perdóname, María.

He desconfiado de ti. Ahora veo. Soy indigno de poseer tan gran tesoro. He faltado a la caridad, te he acusado en mi corazón, te he acusado injustamente porque no te había preguntado la verdad.

He faltado contra la ley de Dios no amándote como yo me habría amado a mí mismo…

–     ¡Oh, no, no has faltado!

–     Sí, María.

19. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. 20. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. 21. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Mateo 1

Si yo hubiera sido acusado de un delito así, me habría defendido. Tú..

No te concedía defenderte, porque ya iba a tomar decisiones sin preguntarte primero. He faltado contra ti ofendiéndote con una sospecha. El solo hecho de sospechar ya es ofensa, María.

El que sospecha no conoce. Yo no te he conocido como debía. Pero, por el dolor que he sufrido… tres días de suplicio… perdóname, María.

–     No tengo nada que perdonarte.

Es más, te pido yo perdón por el dolor que te he causado.

–     ¡Oh, dolor sí que fue!

¡Cuánto dolor! Fíjate, esta mañana me han dicho que tengo las sienes canosas y arrugas en la cara. ¡Estos días han significado más de diez años de vida!

Pero, María, ¿Por qué has sido tan humilde de celarme a mí, tu esposo, tu gloria, y permitirme que sospechara de ti?

José no está de rodillas, pero sí tan curvado que es como si lo estuviera.

María le pone su mano en la cabeza, y sonríe. Parece como si lo absolviera.

Dice:

–     Si no lo hubiera sido de modo perfecto, no habría merecido concebir al Esperado, que viene a anular la culpa de soberbia que ha destruido al hombre.

Y además no he hecho sino obedecer… Dios me pidió esta obediencia… Me ha costado mucho,. por ti, por el dolor que te produciría… pero, tenía que obedecer.

Soy la Esclava de Dios, y los siervos no discuten las órdenes que reciben; las ejecutan José, aunque provoquen lágrimas de sangre.

María, mientras dice esto, llora silenciosamente, tan silenciosamente que José, agachado como está, no lo advierte hasta que no cae una lágrima al suelo.

Entonces, levanta la cabeza y — es la primera vez que le veo hacer este gesto — aprieta las manos de María entre las suyas, oscuras y fuertes.

Y besa la punta de sus rosados y delgados dedos, de esos dedos que sobresalen del anillo de sus manos como capullos de melocotonero.

–     Ahora habrá que tomar las medidas necesarias para que… 

José no sigue; mira al cuerpo de María, y Ella se pone como la púrpura…

Y se sienta de golpe para apartar sus formas de la mirada que la observa

–     Habrá que actuar rápidamente.

Yo vendré aquí… Cumpliremos la ceremonia de la boda… La próxima semana. ¿Te parece bien?

–     Todo lo que tú haces está bien, José.

Tú eres el jefe de la casa; yo, tu sierva.

–     No. Yo soy tu siervo.

Yo soy el devoto siervo de mi Señor que crece en tu seno. Bendita tú entre todas las mujeres de Israel. Esta tarde aviso a los parientes.

Y después… ya estando yo aquí, nos dedicaremos a preparar todo para recibir…

¡Oh, cómo podré recibir en mi casa a Dios; en mis brazos, a Dios?

¡Moriré de gozo!… ¡Jamás podré osar tocarle!….

–     Podrás, como yo, por gracia de Dios.

–     Pero tú eres tú.

¡Yo soy un pobre hombre, el más pobre de los hijos de Dios!….

–      Jesús viene por nosotros, pobres, para hacernos ricos en Dios.

Viene a nosotros dos porque somos los más pobres y reconocemos que lo somos.

Exulta, José. La estirpe de David tiene a su Rey esperado.

Y nuestra casa va a ser más fastuosa que el palacio de Salomón, porque aquí estará el Cielo y compartiremos con Dios el secreto de paz que después conocerán los hombres.

Crecerá entre nosotros dos. Nuestros brazos le servirán de cuna al Redentor durante su crecimiento, y nuestras fatigas le procurarán el pan…

¡Oh, José! Oiremos la voz de Dios llamándonos “¡Padre y Madre!” ¡Oh!….

María llora de alegría; ¡Un llanto tan feliz…!

Y José, arrodillado ahora, a sus pies, llora, con su cabeza casi oculta en el amplio vestido de María que cae, formando pliegues, sobre las pobres baldosas de la reducida estancia.

La visión termina en este momento.

Dice María: 

Que nadie interprete erróneamente mi palidez.

No provenía de miedo humano. Humanamente no podía esperar sino la lapidación. Pero no temía por eso. Sufría por el dolor de José.

Y, en cuanto al pensamiento de que me acusara, no me turbaba tampoco por mí; lo único que me contrariaba era que él, insistiendo en acusarme, hubiera podido faltar a la caridad.

Cuando le vi, por este motivo, la sangre se me fue toda al corazón; era el momento en que un justo, ofendiendo a la Caridad, habría podido ofender a la Justicia.

Y el hecho de que un justo hubiera cometido una falta — él, que no la cometía nunca — me hubiera producido un dolor supremo.

Aunque breves numéricamente, los tres días de la pasión de José fueron de tremenda intensidad.

Como también la mía, esta primera pasión mía.

En efecto, yo comprendía su sufrimiento, y no podía aliviarlo en modo alguno, por obediencia al decreto de Dios que me había dicho: “¡Guarda silencio!”.

¡Ay, y, llegados a Nazaret, cuando lo vi marcharse, tras un lacónico saludo, cabizbajo y como envejecido en poco tiempo,

y no volver por la tarde como solía hacer, os digo, hijos, que mi corazón lloró con grandísima aflicción!

Sola, encerrada en mi casa, en la casa en que todo me recordaba el Anuncio y la Encarnación, y donde todo me recordaba a José, desposado conmigo en intachable virginidad,

tuve que resistir contra el abatimiento y las insinuaciones de Satanás, y esperar, esperar, tener esperanza.

Y orar, orar, orar, y perdonar, perdonar, perdonar, la sospecha de José, su movimiento interior de justa indignación.

Hijos, es necesario esperar, orar, perdonar, para obtener que Dios intervenga en favor nuestro.

Vivid también vosotros vuestra pasión, merecida por vuestras culpas. Yo os enseño a superarla y convertirla en gozo.

Esperad sin medida, orad con confianza, perdonad para ser perdonados; el perdón de Dios será, hijos, la paz que deseáis.

Si yo no hubiera sido humilde hasta el extremo límite — como he dicho a José — no habría merecido llevar en mí a Aquel que,

para borrar la soberbia en la raza, siendo Dios, se anonadaba a Sí Mismo hasta la humillación de ser hombre.

Te he mostrado esta escena, no recogida por ningún Evangelio, porque quiero atraer la atención, demasiado extraviada,

de los hombres hacia las condiciones esenciales para agradar a Dios y para recibir su continuo hacerse presente en los corazones.

Fe.

José creyó ciegamente en las palabras del enviado celeste. No pedía otra cosa sino creer, porque tenía la convicción sincera de que Dios era bueno

y de que el Señor no le depararía el dolor de ser un hombre traicionado, defraudado por su prójimo, un hombre de quien su prójimo se burlara, pues esperaba en el Señor.

No pedía otra cosa sino creer en mí, porque, siendo honesto como era, sólo con dolor podía pensar que otro no lo fuera.

Él vivía la Ley, y la Ley dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Nuestro amor hacia nosotros mismos es tanto que nos creemos perfectos aun cuando no lo somos; y, ¿Por qué, entonces, vamos a desamar al prójimo pensándole imperfecto?

Caridad absoluta.

Caridad que sabe perdonar, que quiere perdonar: perdonar de antemano, disculpando dentro del propio corazón las faltas del prójimo; perdonar en el momento, concediendo todos los atenuantes al culpable.

Humildad tan absoluta como la caridad.

Saber reconocer que se ha cometido falta incluso con el simple pensamiento, y no tener ese orgullo, que es más nocivo que la culpa antecedente, de no querer decir: “He cometido un error”.

Menos Dios, todos cometen errores. ¿Quién podrá decir: “Yo nunca cometo errores”?

Y esa humildad aún más difícil de saber callar las maravillas de Dios en nosotros— cuando el darle gloria no requiera proclamarlas — para que el prójimo, que no tiene esos dones especiales de Dios, no se sienta menos.

¡Oh, si quiere Dios, si quiere, se manifestará en su siervo! Isabel me “vio” como yo era cuando llegó la hora, y mi esposo supo lo que yo realmente era cuando le llegó la hora de saberlo.

Dejad que sea el Señor quien se preocupe de proclamaros siervos suyos.

Él tiene amorosa prisa de hacerlo, porque toda criatura elevada a una misión especial es una nueva gloria que se añade a la suya, ya infinita,

porque es testimonio de lo que el hombre es en el estado en que Dios lo quería: una perfección subordinada que refleja a su Autor.

¡Permaneced en la sombra y en el silencio, oh vosotros, predilectos de la Gracia, para poder oír las únicas palabras de “vida” que existen,

para poder merecer el tener sobre vosotros y en vosotros el Sol que, eterno, resplandece!

¡Oh, Luz beatísima que eres Dios, que eres la alegría de tus siervos, resplandece sobre estos siervos tuyos y así exulten en su humildad, alabándote a ti,

sólo a ti, que dispersas a los soberbios y en cambio elevas a los esplendores de tu Reino a los humildes que te aman.

Por ahora no os digo nada más.

Hasta pasado el triunfo pascual, silencio. Es la Pasión (esta revelación se la dio Dios a María Valtorta en Semana Santa).

Sed compasivos para con vuestro Redentor. Oíd sus quejidos, contad sus heridas y sus lágrimas, cada una de las cuales fue vertida por vosotros, fue padecida por vosotros.

Desaparezca cualquier otra visión ante esta que os recuerda la Redención que por vosotros se ha cumplido.

SAN JOSE, CUSTODIO Y PROTECTOR DE LA IGLESIA

21 AMOR AL PRÓJIMO

21 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Las jornadas en Hebrón.

 Los frutos de la caridad de María hacia Isabel.

Veo a María cosiendo sentada en la sala de la planta baja. Parece que es por la mañana. Isabel va y viene, ocupándose de la casa.

Cada vez que entra, se acerca a depositar una caricia en la rubia cabeza de María, más rubia aún ahora por el contraste con las paredes; más bien oscuras,

y bajo el rayo del luminoso sol que entra por la puerta abierta que da al jardín.

Isabel se inclina a mirar el trabajo de María — es el bordado que tenía en Nazaret — y alaba su belleza.

María dice:

–     Tengo también lino para hilar.

Isabel pregunta:

–     ¿Para tu Niño?

–     No. Lo tenía ya cuando todavía no pensaba que… – María no acaba la frase, pero yo entiendo: «… cuando todavía no pensaba que iba a ser Madre de Dios.

–     Pero ahora tendrás que usarlo para Él.

¿Es bonito? ¿Es fino? Ya sabes que los niños necesitan una tela suavísima.

–     Sí, lo sé.

–     Yo había empezado… Tarde, porque quería estar segura de que no era un engaño del Maligno; a pesar de que… sentía en mí una alegría, tal, que, no, no podía provenir de Satanás.

Luego… he sufrido mucho. Soy vieja, María, para encontrarme en este estado. “He sufrido mucho. Tú no sufres…

–     Yo no. Nunca me he sentido tan bien.

–     ¡Ya! ¡Claro!

En ti no hay mancha, si Dios te ha elegido para ser Madre suya. Por tanto, no estás sujeta a los sufrimientos de Eva. El Fruto concebido en ti es santo.

–     Es como si tuviera un ala en el corazón y no un peso…

Es como llevar dentro todas las flores y todas las avecillas que cantan en primavera, y toda la miel y todo el sol… ¡Oh, me siento dichosa!. -¡Bendita eres!

Yo también, desde que te he visto, he dejado de sentir peso, cansancio y dolor. Me siento nueva, joven, liberada de las miserias de mi carne de mujer.

Mi hijo saltó primero dichoso ante el sonido de tu voz, luego se tranquilizó gozoso. Y me parece como si lo llevase dentro en una cuna viva, y como si le viera dormir completamente satisfecho y dichoso-

Y respirar como un pajarito feliz bajo el ala de su madre… Ahora me voy a poner manos a la obra. No sentiré ya el peso. Veo poco, pero…

–     ¡Deja, Isabel!

Me encargo yo de hilar y tejer para ti y para tu niño. Yo soy rápida y veo bien.

–     Pero tendrás que ocuparte del tuyo….

–     ¡Bueno, hay tiempo de sobra!…

Primero me ocuparé de ti, que ya vas a tener pronto al pequeñuelo; luego de mi Jesús.

Decir lo dulce de la expresión y voz de María, es cómo se adornaran sus ojos de un suave, dichoso llanto.

Cómo Ella sonríe al pronunciar este Nombre, mirando al cielo luminoso y azul, es superior a las posibilidades humanas.

Parece como si el éxtasis la arrobara por el solo hecho de pronunciar «Jesús».

Isabel dice:

–     ¡Qué nombre más hermoso!

¡El Nombre del Hijo de Dios, Salvador nuestro!.

–     ¡Oh…, Isabel!

María revela una expresión tristísima y ha aferrado las manos que su parienta tenía cruzadas sobre el vientre abultado.

–     Dime, tú que, cuando yo llegué, fuiste investida del Espíritu del Señor y que profetizaste lo que el mundo ignora.

Dime, ¿Qué tendrá que hacer para salvar al mundo mi Criatura? Los Profetas… ¡Oh!… ¡Los Profetas que hablan del Salvador!… Isaías…

¿Recuerdas Isaías! “Él es el Varón de los dolores. Por sus moretones recibimos la salud.

Él ha sido traspasado y está llagado por nuestras iniquidades… Plugo al Señor quebrantarlo con dolores… Tras la condena fue levantado…”

¿De qué elevación habla? Le llaman Cordero, y yo pienso… yo pienso en el cordero pascual, el cordero mosaico. Y enlazo esto con la serpiente que Moisés levantó en una cruz.

¡Isabel!… ¡Isabel! ¿Qué le harán a mi Criatura? ¿Qué tendrá que sufrir para salvar al mundo?

María se echa a llorar.

Isabel la quiere consolar diciendo:

–     María, no llores.

Es tu Hijo, pero también es Hijo de Dios. Dios se preocupará de su Hijo y de ti, que eres su Madre. Si bien es cierto que muchos lo tratarán cruelmente, también lo es que otros muchos lo amarán. ¡Muchos!…

Por los siglos de los siglos. El mundo dirigirá su mirada al que de ti nacerá y, junto con El, te bendecirá a ti, que eres Manantial de redención. ¡La suerte de tu Hijo! Proclamado Rey de toda la Creación.

Piensa en esto, María. Rey, por haber rescatado toda la Creación; como tal, será su Rey universal. Y también en la tierra, en el tiempo, será amado.

El que nacerá de mí precederá al tuyo y lo amará. Se lo dijo el ángel a Zacarías. Él me lo escribió…

¡Qué dolor ver mudo a mi Zacarías!

De todas formas, espero que cuando nazca el niño, el padre sea liberado de este castigo. Pide tú por ello, tú que eres la Sede de la Potencia de Dios y la Causa de la alegría del mundo.bautista

Yo, para obtener esto, como puedo hago ofrenda de mi criatura al Señor, porque es suya, pues Él se la ha prestado a su sierva para proporcionarle la alegría de ser llamada “madre”.

Es el testimonio de cuanto Dios me ha hecho. Quiero que se llame Juan. ¿No es él, mi niño, acaso, una gracia? Y ¿no es Dios quien me la ha dado?.

Y Dios — yo también estoy convencida de ello — te concederá esa gracia. Yo oraré… contigo.

¡Siento tanto dolor viéndolo mudo!… -Isabel llora – Cuando escribe, pues ya no puede hablarme, es como si montes y mares estuvieran entre mí y mi Zacarías.

Después de tantos años de dulces palabras, ahora sólo silencio de su boca… sobre todo ahora, que sería verdaderamente hermoso hablar del que ha de venir.

Incluso yo misma evito hablar para no verlo cómo se fatiga respondiéndome con gestos.

¡He llorado tanto… ! ¡Cuánto te he echado de menos! El pueblo mira, chismorrea y critica. El mundo es así.

Cuando se padece una pena o se tiene una alegría, tenemos necesidad de alguien capaz de comprender, no de criticar. Ahora es como si toda la vida fuera mejor.

Estoy alegre desde que llegaste; siento que mi prueba pronto quedará superada y que pronto mi dicha será completa. Será así, ¿No es verdad? Yo me resigno a todo, pero… ¡Si Dios perdonara a mi marido! ¡Oh, poder oírle orar de nuevo!…

María la acaricia y la anima, y le propone, para distraerla, salir un poco al soleado jardín.

Caminan bajo una pérgola bien cuidada, hasta una torrecilla rural, en cuyos agujeros hacen sus nidos las palomas.

María les echa comida sonriendo, pues se le han echado encima arrullando intensamente. Su revoloteo dibuja en torno a Ella círculos iridiscentes.

Se le posan sobre la cabeza, sobre los hombros, en los brazos y en las manos, alargando los picos rosados para arrebatarle los granitos de la concavidad de las manos,

picoteando con gracia los róseos labios de la Virgen, y los dientes, que le brillan con el sol.

María saca de un saquito el blondo trigo, y ríe en medio de ese carrusel de avidez impetuosa. 

Isabel dice:

–    ¡Cuánto te quieren!

Pocos días llevas con nosotros y ya te quieren más que a mí, que las he cuidado siempre.

El paseo continúa hasta llegar a un recinto cerrado en el fondo del huerto.

Hay unas veinte cabritas con sus cabritillos.

–     ¿Has vuelto del pasto? – pregunta María a un pastorcillo acariciándolo.

–     Sí, porque mi padre me ha dicho: “Vete a casa, que dentro de poco va a llover y hay ovejas que pronto van a parir. Preocúpate de que tengan hierba seca y cama de paja preparada”. Viene por allí

Y señala hacia más allá del bosque, de donde llega un trémulo balitar.

María acaricia a un cabritillo que se restriega en ella, rubio como un niño.

ella e Isabel beben la leche recién ordeñada que el pastorcillo les ofrece.

Llegan las ovejas con un pastor hirsuto como un oso. Debe ser, no obstante, un buen hombre porque lleva sobre sus hombros una oveja quejumbrosa.

La deja en el suelo despacio; explica que está para dar a luz un cordero, que no podía caminar sino con dificultad, que se la ha puesto sobre los hombros y que se ha dado una buena carrera para llegar a tiempo.

Y el niño conduce al redil a la oveja, que va cojeando a causa de los dolores.

María se ha sentado en una piedra y juega con los cabritillos y los corderos, ofreciendo a sus rosados morritos flores de trébol.

Un cabritillo blanco y negro le pone las patitas sobre un hombro y le olisquea los cabellos. «No es pan» dice María riendo. «Mañana te traigo una corteza. Ahora tranquilo».

Isabel, ya sosegada, ríe.

Semanas después...

“Veo a María hilando premurosamente bajo la pérgola en que la uva aumenta de volumen. Debe haber pasado ya un poco de tiempo, pues las manzanas comienzan a tomar color rojo en los árboles,

y las abejas zumban cerca de las flores de la higuera ya formadas.

Isabel está verdaderamente gruesa y camina pesadamente.

María la mira con atención y amor. También a María, que se ha levantado para recoger el huso, que se le ha caído lejos, se la ve más llena a la altura de los costados.

Y su expresión ha cambiado. Ahora es más madura. Antes era niña, ahora es mujer.

Está anocheciendo y las mujeres entran en casa; en la habitación se encienden las lámparas. En espera de la cena, María teje.  

Señalando el telar, Isabel pregunta:

–    ¿No te cansa nunca? 

María responde:

–     No, tenlo por seguro.

–     A mí este calor me deja sin fuerzas.

No he vuelto a tener dolores, pero ahora el peso es grande para mis riñones, que ya son viejos».

–     ¡Ánimo! Pronto serás liberada de ese peso.

¡Qué feliz te sentirás entonces! Yo ardo en deseos de ser madre. ¡Mi Niño, mi Jesús! ¿Cómo será?

–     Tan guapo como tú, María.

–     ¡Oh, no! ¡Más guapo!

Él es Dios, yo soy su sierva. Me refería a si será rubio o moreno, si tendrá los ojos como el cielo sereno o como los de los ciervos de las montañas.

Yo me le imagino más hermoso que un querubín, de cabellos rizados y color oro; los ojos del color de nuestro mar de Galilea cuando las estrellas empiezan a asomarse al confín del cielo;

una boquita pequeñina y roja como el corte de una granada apenas abierta por el sol que la madura; sus mejillas, un rosáceo como éste de esta pálida rosa;

dos manitas que, de lo pequeñitas y lindas que serán, podrán estar dentro de la corola de una azucena; dos piececitos que podrían caberme en el hueco de la mano, más delicados y lisos que un pétalo de flor.

Mira, yo pongo en la idea que me he hecho de El todo lo que de hermoso me sugiere la tierra. Ya oigo su voz.

Cuando llore — un poco llorará por hambre o por sueño mi Niño, y ello causará siempre un gran dolor a su Mamá, que no podrá… No, no podrá oírle llorar sin sentirse traspasar el corazón cuando llore,

su voz será como ese balido que ahora oímos, de corderito de pocas horas que está buscando la mama y el calor de la lana materna para dormir. 

En la risa, en esa risa que llenará de cielo mi corazón, enamorado de mi Criatura — puedo estar enamorada de Él porque es mi Dios, y amarle con amor de enamorada no es contravenir a mi consagrada virginidad.

En la risa, su voz será como el zurear jubiloso de este pichoncito, contento porque ha comido, satisfecho en el nido calentito. Pienso en Él dando sus primeros pasos… un pajarillo saltando en un prado florido.

El prado será el corazón de su Mamá, que estará bajo sus piececitos de rosa con todo su amor para que no encuentre nada que le produzca dolor. ¡Cuánto le voy a querer a mi Niño, a mi Hijo!

¡Y también José lo amará!

–     Sí, pero tendrás que decírselo también a José.

Se le nubla el rostro a María, que suspira.

–     Tendré que decírselo…

Yo habría querido que se lo dijera el Cielo, porque es muy difícil de decir.

–     ¿Quieres que se lo diga yo?

Lo llamamos para la circuncisión de Juan…

–     No. Mira, he dejado en manos de Dios la tarea de instruirle…

Y lo hará, acerca del feliz destino de nutricio del Hijo de Dios. El Espíritu me dijo aquella tarde: “Guarda silencio. Déjame a Mí la tarea de justificarte”. Y lo hará. Dios no miente nunca.

Es una gran prueba, pero con la ayuda del Eterno será superada. De mi boca, ninguno aparte de ti, a quien el Espíritu se lo ha revelado, debe saber lo que la benevolencia del Señor ha hecho a su sierva.

–     He guardado silencio siempre, incluso con Zacarías, que hubiera exultado de gozo si lo hubiera sabido.

Él cree que eres madre según la naturaleza.

–     Sí, lo sé.

Así lo he querido por prudencia. Los secretos de Dios son santos. El ángel del Señor no le ha revelado a Zacarías mi maternidad divina.

Habría podido hacerlo, si Dios hubiese querido, porque Dios sabía que ya era inminente el momento de la Encarnación de su Verbo en mí.

Pero Dios le ha tenido escondida esta luz de gozo a Zacarías, que no aceptaba, por considerarlo imposible, vuestra paternidad y maternidad tardías. Me he puesto en sintonía con la voluntad de Dios…

Y ya ves, tú has sentido el secreto que vive en mí, y él no ha advertido nada. Hasta que no se desprenda el diafragma de su incredulidad ante la potencia de Dios, se verá separado de las luces sobrenaturales.

Isabel suspira y guarda silencio.

Entra Zacarías. Ofrece unos rollos a María. Es la hora de la oración de la cena.

María reza en voz alta en vez de Zacarías. Luego se sientan a la mesa.  

Isabel dice:

–     Cuando te marches, ¡Cómo echaremos de menos el no tener quien ore en lugar de nosotros! – mirando a su mudo.   

María dice:

–     Tú rezarás para ese entonces, Zacarías.

Él menea la cabeza y escribe: «No podré volver a orar en representación de otros. Me he hecho indigno de ello desde que dudé de Dios».

–     Zacarías, tú rezarás. Dios perdona.

El anciano se enjuga una lágrima y suspira.

Terminada la cena, María vuelve al telar.

–     ¡Vale ya! – dice Isabel – Es demasiado cansancio.

–     Está próxima la hora, Isabel.

Quiero hacerle a tu niño un equipo digno del predecesor del Rey de la estirpe de David.

Zacarías escribe: « ¿De quién nacerá Él, y dónde?».

María responde:

–     Donde han dicho los Profetas y de quien elija el Eterno.

Todo lo que nuestro Señor altísimo hace está bien hecho.

Zacarías escribe: « ¡Entonces, en Belén! En Judea. Mujer, iremos a venerarlo. Tú también vendrás con José a Belén».

Y María, inclinando hacia su telar la cabeza,

dice:

–     Iré.

La visión cesa así.

Dice María:

El primer acto de caridad para con el prójimo ha de ejercitarse con el prójimo.

No veas en esto un juego de palabras. La caridad se tiene hacia Dios y hacia el prójimo. En la caridad hacia el prójimo está comprendida también la que tiene por objeto nosotros mismos.

Pero, si nos amamos más que a los demás, ya no somos caritativos, somos egoístas.

Incluso en las cosas lícitas debemos ser tan santos, que demos siempre prioridad a las necesidades de nuestro prójimo.

Estad seguros, hijos, de que Dios completa la deficiencia de los generosos con medios de su potencia y bondad. Esta certeza me impulsó a ir a Hebrón para ayudar en su estado a mi parienta.

Pues bien, a este detalle mío de ayuda humana, Dios, dando sin medida como El hace, añadió un inesperado don de ayuda sobrenatural.

Yo había ido para aportar ayuda material; Dios santificó mi recta intención haciendo, de la misma, santificación del fruto del vientre de Isabel y anulando, a través de esta santificación,

por la cual el Bautista fue presantificado, el sufrimiento físico de esta madura hija de Eva que había concebido a una edad inusitada.

Isabel, mujer de fe intrépida y de confiado abandono a la voluntad de Dios, mereció comprender el misterio encerrado en mí. El Espíritu le habló a través de ese vuelco de su vientre.

El Bautista pronunció su primer discurso de Anunciador del Verbo a través de los velos y los diafragmas de venas y de carne que lo separaban de su santa madre, y que a la vez la unían a ella.

No oculté mi condición de Madre del Señor a esta mujer que merecía saberlo, a quien además la Luz se había manifestado. Ocultarla habría sido negarle a Dios la alabanza que era justo darle,

el sentimiento de alabanza que yo llevaba en mí y que, no pudiéndolo manifestar a nadie, lo manifestaba a la hierba, a las flores, a las estrellas, al sol, a los canoros pájaros, a las pacientes ovejas,

a las aguas cantarinas y a la luz de oro que me besaba descendiendo del cielo.

Pero, orar dos juntos es más dulce que decir uno solo su oración. Yo hubiera querido que el mundo entero hubiera conocido mi destino; no por mí, sino porque todos se hubiesen unido a mí para alabar a mi Señor.

La prudencia me prohibió revelarle a Zacarías la verdad. Habría significado ir más allá de la obra de Dios, y, si bien era cierto que yo era su Esposa y Madre,

seguía siendo su Sierva y no debía — porque Él me había amado sin medida — permitirme colocarme en su lugar y sobrepasar un decreto suyo.

Isabel, en su santidad, comprendió y guardó silencio, porque el que es santo es siempre sumiso y humilde.

El don de Dios debe hacernos cada vez mejores. Cuanto más recibimos de Él, más debemos dar, porque cuanto más recibimos, más es signo de que Él está en nosotros y con nosotros.

Y cuanto más está en nosotros y con nosotros, más debemos esforzarnos en alcanzar su perfección.

Ello explica por qué yo, posponiendo mi labor, trabajé para Isabel. No me dejé llevar del miedo de la falta de tiempo.

Dios es dueño del tiempo, y provee a las necesidades de quien en El espera, incluso en las cosas ordinarias.

El egoísmo no acelera, retarda; la caridad no retarda, acelera: tenedlo siempre en cuenta.

¡Cuánta paz en la casa de Isabel! Si no hubiera tenido la preocupación de José y esa, esa, esa preocupación de que mi Niño era el Redentor del mundo, me habría sentido feliz.

Pero ya la Cruz extendía su sombra sobre mi vida, ya me era sonido fúnebre la voz de los Profetas… Yo me llamaba María. La amargura siempre se mezclaba con las dulzuras que Dios vertía en mi corazón.

Amargura que fue cada vez más en aumento, hasta la muerte de mi Hijo.

Y, no obstante, cuando Dios nos destina a ser víctimas por su honor, ¡Oh, qué dulce es ser trituradas en el molino, como el trigo,

para hacer de nuestro dolor el pan que consolide a los débiles y los haga capaces de obtener el Cielo!

ALMAS VÍCTIMAS Y CORREDENTORAS

18 MATERNIDAD DE ISABEL

18 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

María anuncia a José la maternidad de Isabel

Y confía a Dios la justificación de la suya.

Ante mi vista la casita de Nazaret y María dentro, jovencita, como cuando el Ángel de Dios se le apareció.

El solo hecho de ver, ya me llena el alma del perfume virginal de esa morada; del perfume angélico aún presente en esa estancia en que el Ángel agitó sus alas de oro; del perfume divino,

que se ha concentrado enteramente en María para hacer de Ella una Madre y que ahora de Ella revierte.

Las sombras empiezan a invadir la estancia a la que antes había descendido tanta luz de Cielo.

Está anocheciendo.

María, de rodillas al lado de su lecho, ora con las manos cruzadas sobre el pecho y con el rostro muy inclinado hacia el suelo.

Lleva el mismo vestido del momento del Anuncio.

Todo está como entonces. La ramita florecida en su jarrón, los muebles en el mismo orden. La única variación es que la rueca y el huso están apoyados en un rincón:

con su penacho de estambre, aquélla; con su brillante hilo envuelto en torno, éste. 

María deja de rezar y se pone en pie, con el rostro encendido como por una llama. La boca sonríe, pero el llanto hace brillar sus ojos azules.

Coge la lámpara de aceite y con una piedra de chispa la enciende. Mira si todo está ordenado en la habitación. Endereza la cobija de la cama, que se había torcido.

Añade agua al jarrón de la ramita florecida y le saca de la habitación, al fresco de la noche.

Luego entra otra vez. Coge el bordado que estaba doblado encima del mueble de anaqueles, y la lámpara encendida, y, cerrando la puerta, sale.

Da unos pasos por el huertecillo bordeando la casa, luego entra en la habitación donde vi que Jesús se despidió de María.

La reconozco, a pesar de que falten ahora algunos objetos del mobiliario que entonces había.

María se marcha a otra pequeña habitación cercana a ésta, llevando la lámpara consigo, y yo me quedo, me quedo con la sola compañía de su labor depositada en la esquina de la mesa.

Oigo ir y venir el paso leve de María; le oigo agitar agua, como quien estuviera lavando algo. Luego, romper unas ramitas.

Comprendo que se trata de leña rota por el sonido que hace. Oigo que enciende el fuego.

Vuelve. Sale al jardincito. Vuelve a entrar; trae unas manzanas y verdura. Deja las manzanas en la mesa, en una bandeja de metal grabado (creo que se trata de cobre burilado).

Vuelve a la cocina (está claro que allí está la cocina). Ahora la llama de la lumbre se proyecta alegre desde la puerta abierta hasta aquí dentro, representando una danza de sombras en las paredes.

Pasa un rato y María regresa con un pan pequeño y oscuro y un cuenco de leche caliente.

Se sienta. Moja unas rodajas de pan en la leche. Come tranquila y despacio.

Luego, dejando la mitad del tazón de leche, entra de nuevo en la cocina y vuelve con las verduras, les echa un poco de aceite y se las come con el pan. Para la sed, bebe la leche.

Luego coge una manzana y se la come. Una cena de niña.

María piensa mientras come, y sonríe ante un íntimo pensamiento. Levanta la mirada, recorre con ella las paredes; parece como si les comunicase un secreto suyo.

De vez en cuando, sin embargo, se pone seria, casi triste; pero luego le torna la sonrisa. Se oye llamar a la puerta.

María se levanta y abre. Entra José. Se saludan.

José se sienta en un taburete, de la otra parte de la mesa, frente a María. José es un hombre apuesto, en la plenitud de la vida. Tendrá unos treinta y cinco años como mucho.

Su pelo castaño oscuro y su barba del mismo color le enmarcan un rostro proporcionado con dos dulces ojos castaños casi negros.

Su frente es amplia y lisa; su nariz, delgada, ligeramente arqueada; carrillos más bien llenos, de un moreno no aceitunado, incluso rosado en los pómulos. No es muy alto, sí de complexión fuerte y bien proporcionado.

Antes de sentarse se ha quitado el manto, que — es el primero que veo hecho de esa manera — es circular y se lleva sujeto al cuello con un ganchito o algo parecido, y tiene capucha.

Es de color marrón claro y parece hecho de una tela impermeable de lana basta. Parece un manto de montañés, bueno para resguardar de las inclemencias del tiempo.

También antes de sentarse, le ha ofrecido a María dos huevos y un racimo de uvas, un poco arrugadas pero bien conservadas.

Y sonríe diciendo:

–      Me las han traído de Cana.

Los huevos me los ha dado el Centurión por un trabajo que le hice a un carro suyo, se había roto una rueda y el que trabaja para ellos estaba enfermo…

Son frescos. Los ha cogido de su gallinero. Bébetelos. Te vendrán bien. 

–      Mañana, José. Acabo de comer.

–     Las uvas sí te las puedes comer.

Son buenas. Dulces como la miel. Las he traído despacio para no estropearlas. Cómetelas. Tengo más. Te las traigo mañana en una cesta. Esta noche no podía porque vengo directamente de casa del Centurión.

–     Entonces, no has cenado todavía.

–     No. Pero no importa.

María se levanta inmediatamente y va a la cocina.

Vuelve con leche, aceitunas y queso.

–     No tengo otra cosa.

Cómete un huevo.

José no quiere. Los huevos son para María. Come con gusto su pan con queso y se bebe la leche, que está todavía tibia. Luego acepta una manzana.

La cena ha terminado.

María despeja la mesa de las cosas de la cena con la ayuda de José, que se ha quedado en la cocina incluso cuando Ella vuelve aquí.

Le oigo mover las cosas poniendo todo en su sitio. Atiza el fuego de nuevo porque la noche está fresca.

Cuando vuelve, María le da las gracias y coge su bordado.

Se ponen a hablar.

José cuenta cómo ha pasado el día. Habla de sus sobrinitos. Se interesa por el trabajo de María y por sus flores. Le promete que le traerá unas flores muy bonitas que el Centurión le ha ofrecido.

–     Nosotros no tenemos esas flores.

Las han traído de Roma. Me ha prometido que, apenas hayan germinado, me dará las plantas. Ahora, cuando la Luna sea propicia, te las planto. Tienen colores bonitos y un perfume muy bueno.

Las he visto el verano pasado, porque florecen en verano. Perfumarán toda tu casa.

Los árboles los podaré más tarde, con la Luna favorable.

Es ése el momento. María sonríe y de nuevo le da las gracias.

Silencio. José fija su mirada en la rubia cabeza de María inclinada hacia su trabajo de bordado. Es una mirada de amor angelical.

Sin duda alguna, si un ángel amara a una mujer con amor de esposo, la miraría así.

María, como quien hubiese tomado una decisión, pone en su regazo el bordado y dice: 

–     José, yo también tengo algo que decirte.

Nunca recibo nada, pues tú sabes qué retirada vivo. Pero, hoy he recibido una noticia. He tenido noticia de que nuestra parienta Isabel, mujer de Zacarías, va a tener pronto un hijo…

José abre enormemente los ojos y dice:

–     ¿A su edad?

–     A su edad – responde sonriendo María.

El Señor todo lo puede, y ahora ha querido darle esta alegría a nuestra parienta.

–    ¿Cómo lo has sabido?

¿Es segura esta noticia?.

–     Ha venido un mensajero.

Y es uno que no puede mentir. Yo quisiera ir donde Isabel, para servirla y decirle que exulto con ella. Si tú lo permites…

–     María, tú eres mi señora y yo tu siervo.

Todo lo que haces está bien hecho. ¿Cuándo quisieras partir?

–     Lo antes posible.

Pero estaré fuera algunos meses.

–     Y yo contaré los días esperándote.

Ve tranquila. Me ocuparé de la casa y de tu huertecito. Cuando vuelvas encontrarás tus flores tan bonitas como si tú misma las hubieras estado cuidando. Sólo una cosa…

Espera. Antes de la Pascua tengo que ir a Jerusalén, para comprar unas cosas para mi trabajo. Si esperas unos días, te acompaño hasta allí; no más lejos, porque debo volver rápidamente;

pero hasta allí podemos ir juntos. Estoy más tranquilo si no pienso que vas sola por los caminos. Para la vuelta, házmelo saber, y así saldré a tu encuentro.

–     Eres muy bueno, José.

Que el Señor te recompense con sus bendiciones y mantenga lejos de ti el dolor. Le pido siempre por esto.

Los dos castos esposos se sonríen angelicalmente.

Silencio de nuevo durante un tiempo.

Luego José se pone en pie. Se pone el manto, se pone la capucha, se despide de María, que también se ha levantado, y sale.

María le sigue con la mirada y con un suspiro como de pena. Luego levanta los ojos al cielo. Está, sin duda, orando. Cierra la puerta con cuidado. Dobla el bordado. Va a la cocina. Apaga o cubre, la lumbre.

Mira a ver si todo está como debe. Coge la lámpara y sale, cerrando la puerta. Con su mano protege la llamita, temblorosa en el viento fresquito de la noche.

Entra en su habitación y sigue orando. La visión cesa así.

Dice María:

Hija mía querida, cuando, terminado el éxtasis que me había henchido de inefable alegría, regresé a los sentidos de la Tierra, el primer pensamiento que, punzante como espina de rosas,

hirió mi corazón envuelto en las rosas del Divino Amor, desposado conmigo unos instantes antes, fue José.

Yo ya amaba entonces a este santo y providente custodio mío.

Desde el momento en que la voluntad de Dios, a través de la palabra de su Sacerdote, quiso que fuera esposa de José, pude ir conociendo y apreciando la santidad de este Justo.

Unida a él, sentí cesar mi estado de desorientación por mi orfandad, y dejé de añorar el perdido amparo del Templo.

Él era tan dulce como el padre que había perdido. Junto a él me sentía tan segura como junto al Sacerdote. Toda vacilación había cesado; es más, había quedado olvidada.

Efectivamente, mucho se habían alejado de mi corazón de virgen las vacilaciones, porque había comprendido que no tenía motivo alguno de vacilar, que no tenía nada que temer respecto a José.

Mi virginidad, confiada a José, estaba más segura que un niño en brazos de su madre. ¿Cómo decirle ahora que era Madre? Trataba de encontrar las palabras con que anunciárselo. Difícil búsqueda.

No quería yo, en efecto, alabarme por el don divino recibido, y no podía justificar mi maternidad en ningún modo sin decir: “El Señor me ha amado entre todas las mujeres y de mí, su sierva, ha hecho su Esposa”.

Tampoco quería engañarle, ocultándole mi estado.

Pero, mientras oraba, el Espíritu que me llenaba me había dicho: “Guarda silencio. Déjame a Mí la tarea de justificarte ante tu esposo”.

¿Cuándo? ¿Cómo? No lo había preguntado. Siempre me había abandonado en Dios, como una flor se abandona a la ola que la lleva.

Jamás el Eterno me había dejado sin su ayuda. Su mano me había sujetado, protegido, guiado hasta aquí; esta vez, pues, también lo haría.

Hija mía, ¡Qué hermosa y confortante es la Fe en nuestro eterno y buen Dios! Nos pone entre sus brazos como si fueran una cuna; nos lleva, como una barca, al radiante puerto del Bien;

da calor a nuestro corazón, nos consuela, nos nutre, nos proporciona descanso y júbilo, nos ilumina y nos guía. La confianza en Dios lo es todo, y Dios da todo a quien tiene confianza en Él: se da El mismo.

Aquella tarde llevé hasta la perfección mi confianza de criatura.

Ahora podía hacerlo, porque Dios estaba en Mí. Antes, mi confianza era la de una pobre criatura como era; siempre una nada, aunque fuera la Tan Amada que era la Sin Mancha.

Pero ahora poseía la confianza divina porque Dios era mío: ¡mi Esposo, mi Hijo! ¡Oh, gran gozo! Ser Una con Dios. No para gloria mía, sino para amarle en una unión total y poderle decir:

“Tú, Tú solo, que estás en mí, actúa con tu divina perfección en todas las cosas que yo haga”.

Si Él no me hubiera dicho: “¡Calla!”, quizás habría osado, con el rostro en tierra, decirle a José: “El Espíritu ha penetrado en mí y llevo la Semilla de Dios”.

Él me habría creído, porque me estimaba y además porque, como todos los que nunca mienten, no podía creer que otro mintiera.

Sí, con tal de no causarle un dolor subsiguiente, yo habría vencido la reticencia a proporcionarme a mí misma esa alabanza. Mas, presté obediencia al mandato divino.

A partir de ese momento, y durante meses, sentí esa primera herida que me ensangrentaba el corazón. Ese fue el primer dolor de mi destino de Corredentora.

Lo ofrecí y lo sufrí para expiar, y para daros una norma de vida en momentos análogos a éste, de sufrimiento por deber guardar silencio o por un hecho que da una mala imagen de vosotros a quien os ama.

Confiadle a Dios la tutela de vuestro buen nombre y de vuestros intereses afectivos.

Mereced, con una vida santa, la tutela de Dios, y… caminad seguros.

Podrá el mundo entero ponerse en contra de vosotros; Él os defenderá ante quien os ama, y hará brillar la verdad.

F56 LOS HIJOS DE DIOS

PADREHijitos Míos, en donde dicen las Escrituras que en el Paraíso Terrenal estaba el Árbol del Bien y del Mal, esto se refiere al libre albedrío del hombre.

Vosotros tenéis ése libre albedrío, nunca le he quitado a las creaturas, desde las angelicales a las humanas, el libre albedrío. Ahí es donde reconozco a aquellos que quieren venir en pos de Mí, que quieren mantenerse en el Amor y haciendo el bien, que quieren darse en libertad total a Mí, su Dios y querer servirMe como a su Padre, a su Rey, a su Señor.

Os he creado para el Bien, os he consentido a todos en el bien, pero hay almas que no son agradecidas, son ingratas. Y  a pesar de haber recibido a veces muchos bienes tanto materiales como espirituales o intelectuales, que Me he derramado en ellos en Sabiduría, todo ello lo han volcado solamente para buscar bienes materiales.  

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Han utilizado toda ésta Sabiduría y capacidades Divinas, para llenarse solamente de cosas materiales, humanas o riquezas que muy lejos de llevarlas a Mí, os apartan de Mí. Ahí es donde el hombre utiliza mal ése libre albedrío, utiliza mal la Sabiduría que he puesto en ellos.

Vosotros diríais ¿Cómo si son sabios, por qué se vuelcan hacia el Mal? Y es que Satanás les hace ver las cosas de diferente forma y con diferentes valores.

Les hace creer que los bienes de éste mundo es lo que deben de buscar y se tienen que llenar de ellos para que además todos vosotros, hermanos de éstas almas; los vean, los alaben, se inclinen hacia ellos por estar llenos de bienes materiales.

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Y realmente lo que se deberían de ganar ellos, es conmiseración. Que los vierais tal y como es la realidad espiritual: están perdidos por su falta de espiritualidad, son pobres en espiritualidad, viven en el Pecado, Me han hecho a un lado, utilizan sus bienes para pecar y aprovecharse de vosotros.

Todos ésos hermanos vuestros que se dicen ricos, millonarios de los bienes de éste mundo, son por los que hay que orar más y darse más por ellos en ofrecimientos, en intercesión y en amor, porque son los que más lo necesitan.

Al llenarse de mundo, Me han hecho a un lado, han dejado a un lado la riqueza más grande que existe en todo el Universo, que Soy Yo vuestro Dios y Creador, de todo el Universo. Se han dejado llevar por las riquezas de un grano de arena, que sería la Tierra…

materialismo

Cuando los que están Conmigo, son los poseedores del Universo entero, que sería la playa entera. Así es como os ciega Satanás. Os hace creer que teniendo ése grano de arena serán más ricos y poderosos. Aquellos que no desean de los bienes del mundo, han escogido la mejor parte, que es todo lo que viene de Mí y Mi Amor…

Y en su donación por Mí, ellos se han ganado la playa entera. Ellos  han visto la realidad, ellos sí conocen la Verdad.

Por eso Mis pequeños, os vuelvo a pedir mucha Oración, mucha Intercesión, sacrificios, penitencias, ayunos, por vuestros hermanos que se sienten millonarios aquí en la Tierra. Que se sienten que poseen todo y que pueden mandar por sobre vosotros.

dios-y-dinero

Que son dueños casi de vuestra persona, de vuestra libertad, de vuestro ser, cuando realmente están ciegos y están encadenados a las cosas del Mundo.

Estas riquezas se les volverán pesos tremendos, que si no recapacitan a tiempo, los hundirán irremediablemente en el Abismo del Infierno. Orad por ellos, porque necesitan de vuestra Oración.

Hijitos Míos, ¡Os amo tanto! A cada uno de vosotros viéndoos en forma individual, sois débiles, sois pequeñitos. No tenéis gran fuerza con qué defenderos y poder ayudar a vuestros hermanos.

AMOR

No podéis crecer en forma individual, porque no estáis recibiendo la ayuda que Yo también pongo en otras almas con lo cual os enriquecéis unos a otros.

A cada uno os voy dando diferentes conocimientos, para que cuando compartáis, os enriquezcáis y así podáis crecer, tanto en lo de la Tierra, como en lo del Cielo.

00humildadMis pequeños, cuando vosotros no os queréis relacionar con vuestros hermanos y queréis hacer vuestras propias cosas, no apreciáis Mi obra en vuestros hermanos y menos en aquellos que no están a vuestro nivel económico o cultural.

Cuando sois soberbios, no aceptáis que algunos de ellos os puedan enseñar con palabras sabias y aún hermosas, lo que vosotros necesitáis, lo que os hace falta para crecer; para que con humildad, cuando os mostréis ante ellos podáis recibir Mi Sabiduría por su conducto.

martin porres humildad-persecucion

Os falta tanto a muchos de vosotros. Os creéis que pertenecéis a determinadas familias de renombre, de alcurnia, de nobleza y no os podéis rebajar a convivir con aquellos que en vuestra confusión interna, creéis que no valen nada a los ojos del mundo.

Lo hago así, Mis pequeños. Y doy Sabiduría grande en hermanos vuestros, pequeños, ignorados, pobres; para que cuando tengáis la humildad de ir hacia ellos, ellos os puedan enseñar cosas grandes.

levitacion carisma MARTIN DE PORRESSí, Mis pequeños. No obtenéis cosas grandes que Yo os puedo enseñar, por vuestra soberbia. Porque nada más vivís en ciertos grupos sociales, los cuales a veces muy lejos están de hablar de Mí y menos de vivir de Mí.

Os compartís de todo, pero NO os compartís de las verdades que valen muchísimo más que todo lo que creéis tener.

Cuando NO apreciéis en vuestros hermanitos menores a veces mendigos o pobres, que ellos os puedan enseñar mucho, entonces NO estaréis todavía preparados para convivir con vuestros hermanos en el Reino de los Cielos.

purgatorio

Para eso pasáis un tiempo de preparación en la Tierra, para cumplir vuestra misión y otro tiempo en el Purgatorio, para ir apreciando Mis capacidades a través de vuestros hermanitos pequeñitos, vuestros hermanos despreciados en el mundo.

Os pido que no los despreciéis, porque ellos os van a enseñar cosas grandes en algún momento de vuestra vida y especialmente, cuando más necesitéis.

Porque vuestra confianza en Mí, vuestra Fe en Mí, debe ser a prueba de todo. Aún en cosas que prácticamente a ojos humanos, las veáis imposibles.

OBEDIENCIA CARISMAS san-martn-de-porres-MILAGROS3-728-2

Recordad que Yo Soy vuestro Dios y que NO HAY IMPOSIBLES para Mí.

Satanás goza en cerrar vuestro paso, cerrar vuestro camino y hacer ver a veces imposibles vuestras necesidades y vosotros os desesperáis.

Pero lo peor de todo, es que en vuestra desesperación NO acudís a Mí.

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ENGAÑO SATÁNICO. Satanás también sana; pero a precio de salvación. Con estas ‘pequeñas e inocentes prácticas’ trasgredimos el Segundo Mandamiento y cometemos Pecado de Idolatría…

NO confiáis en Mí y caéis en pecados graves al buscar por otros caminos que no son los Míos, para resolver ésos supuestos problemas que el mismo Satanás os pone para que caigáis en sus trampas.

Cuando el alma confía plenamente en Mí, ésa alma obtiene grandes cosas de Mí, de vuestro Dios.

Las almas timoratas, las almas que dudan, las almas que no quieren estar Conmigo, ésas almas sí sufren.

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Y sufren mucho mal por parte de Satanás, porque al NO CONFIAR EN MÍ, están desperdiciando infinidad de bendiciones que Yo doy a las almas confiadas.

Ved Mis pequeños, repasad las Sagradas Escrituras y ahí hay muchos ejemplos de almas que confiaron plenamente en Mí, a pesar de que todo se volvía adverso en su vida.

ESTHER REINA DE PERSIA

ESTHER REINA DE PERSIA

Fue la humildad, fue la sinceridad de su corazón de saberse vencidos y que solamente una Fuerza muy grande, un Poder muy grande, una Ayuda muy grande podía sacarlos delante de ése problema y recurrían a Mí.

NO buscaron por caminos equivocados. Me buscaban a Mí y pudieron obtener Mi Poder en pleno.

Revisad las escrituras, revisad la vida de ésos hermanos vuestros que os dieron ejemplo de Fe, de valor, de confianza plena en Mí, vuestro Dios y así es como debéis vosotros actuar en éstos tiempos de Obscuridad.

daniel protegido por su ángel (1)

DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES

En éstos Tiempos en los que Satanás os está poniendo trampas aparentemente muy difíciles de apartar, de vencer. Pero Yo estoy aquí junto a vosotros. Vivo en vosotros…

Pero vuestra Fe y vuestra confianza deben dejarMe actuar, para que Yo resuelva para el bien vuestro y de los vuestros, TODAS ésas dificultades que os pone el mismo Satanás y de ésta forma vosotros podáis crecer más confianza hacia Mí, vuestro Dios.

No os amedrentéis con lo que él os ponga en vuestro camino, os vuelvo a repetir, Soy vuestro Dios y Señor y NO HAY NADA IMPOSIBLE PARA MÍ.

00 MILAGRO DE PATRICIA

 Es más, para aquellos que siguen a Satanás, para él sí hay imposibles y para todos aquellos que le sigan SÍ hay imposibles…

 Porque él es un ser limitado, es un Ángel Caído que no dejó que Mi Gracia se siga derramando en él… Y así, quedó trunca su vida espiritual y sus capacidades espirituales.

Por eso, vosotros los que Me seguís SOIS INFINITAMENTE SUPERIORES EN CAPACIDADES al mismo Satanás y lo podéis vencer fácilmente.

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Porque cuando confiáis en Mí, Mi Gracia, Mis Bendiciones y Mis Capacidades fluyen a través de vosotros…

Y esto también está ejemplificado en la vida de los santos, que leéis desde las Sagradas Escrituras y a lo largo de la historia.

Podéis vencer a Satanás fácilmente, porque pertenecéis a Mi pueblo, a Mi Familia. Me pertenecéis y sois Mis hijos. Confiad en Mí, en vuestro Dios. Confiad en Mis capacidades que son vuestras, si así lo queréis. 

CARISMAS san-martin-de-porres-MILAGROnuevo-6-728

Confiad en Mí, Mis pequeños, en Mí, vuestro Dios. Estad Conmigo, que no Me he de separar de vosotros y menos en éstos momentos de Obscuridad Mundial.

Hijitos Míos, qué difícil se os hace a vosotros vivir en la Caridad y en ésa Caridad profunda, Caridad de corazón; porque para eso, para que realmente viváis en Caridad profunda, Mi Corazón debe estar junto a vuestro corazón.

Posiblemente deis ayuda a vuestros hermanos. Pero cuando la dais, ¿Realmente la dais con agrado o la dais por obligación?

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Mis pequeños, la más de las veces dais las cosas por obligación y hasta con enojo. No dais lo que tenéis con gusto, tratando de ayudar a vuestros hermanos de corazón.

Ciertamente hay hombres que se aprovechan de sus hermanos, porque están llenos de maldad, se aprovechan de su bondad.

Pero ya os lo había dicho Mi Hijo: ‘si vienen a vosotros y os están pidiendo el manto, dadles la túnica también.’ Y ¿Qué quiero con esto, Mis pequeños? Que deis y deis hasta de más.

limosnero discapacitado falso

Si ellos están engañando, su engaño los llevará hacia el Mal, pero vosotros disteis con la bondad de vuestro corazón y un corazón ya preparado para amar.

A vosotros se os tomará en cuenta éste detalle lleno de amor hacia vuestros hermanos. Pero también a aquél que os quiso engañar, también se le tomará en cuenta su engaño; porque se quiso sobrepasar y aprovechar de vuestra bondad.

De cualquier manera Mis pequeños, os pido que siempre deis. Que no haya en vosotros ésa arbitrariedad de solamente dar a algunos y a otros no. No tratéis de evitar el bien que podáis hacer con un pretexto humano, diciendo a éstos hermanos vuestros que trabajen, que busquen en otro lado…

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Que vosotros no tenéis, aún a pesar de que sí podríais ayudarles, poniendo muchos pretextos para que vuestra Caridad no llegue a ellos.

Si vosotros estáis ejercitando vuestra Caridad, tarde o temprano seréis grandemente recompensados. Si vosotros anteponéis vuestro juicio humano antes de dar la Caridad, vuestros actos NO serán perfectamente limpios. No serán purificados por el Amor, porque estáis anteponiendo un juicio que quizá sea erróneo.

Y ya vuestro acto de amor que debiera ser bello, sencillo, humilde; ya lleva un acto humano que no lo va a hacer bello ante Mis Ojos.

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Simplemente dad, Mis pequeños. Y dad de corazón, porque vosotros os estáis ejercitando en la bondad.

Que todo lo que salga de vosotros en palabras, en obras, en pensamientos, sean sin juicio humano. Que sean como de niño, simplemente dar y dar para el bien del otro. En eso os debéis centrar.

Si vais a dar algo, que vuestra alegría se una a la alegría del hermano a quien le estáis dando de lo que vosotros tenéis, de lo que Yo os he dado en Mi Divina Providencia…

perdon caridad

Que ciertamente si os lo ganasteis con el sudor de vuestra frente, con mayor razón vuestro acto de bondad será muy grande y será grandemente recompensado. Yo recompenso los actos salidos de un corazón limpio, de un corazón humilde y sin ningún tipo de restricción humana.

Simplemente dad, que no se os acabará de lo que disteis porque ésa es Mi Promesa. Aunque os estén engañando, aunque se quiera pasar de listo aquél hermano vuestro, de vuestra bondad vosotros seréis recompensados.

Porque ése acto bueno, ése acto caritativo salió desde lo más profundo de vuestro corazón…

ama a tus enemigos perfeccion

Y así recibiréis después en lo más profundo de vuestro corazón Mi Amor, Mi Bondad. Y lo que necesitéis tanto en lo material, como en lo espiritual.

Hijitos Míos, os quiero pedir que a diario hagáis un ejercicio espiritual que os irá perfeccionando. Pero sobre todo, os irá ayudando a crecer en conciencia de todos los males que se producen en el mundo y por los cuales deberéis pedir.

Dejaos que el Espíritu Santo os vaya ayudando a crecer en el conocimiento de todo el Mal que se produce en el mundo, para que vosotros inmediatamente intercedáis, para que este mal se vaya acabando.

oracion amor en accion

Como os he dicho tanto, a veces estáis tan distraídos en vuestras cosas, que no os estáis dando cuenta de lo que sucede a vuestro alrededor y de las necesidades espirituales que se requieren subsanar a través de Mi Gracia y que vosotros debéis pedirla.

Os pido que repaséis a diario los Diez Mandamientos que Yo os he dado. Cuando vayáis repasándolos, MEDITADLOS por un buen rato. Dejad que Mi Santo Espíritu os vaya indicando con más Sabiduría lo que vosotros debéis aprender de ellos.

No quiero que los repaséis rápidamente, sin meditarlos. Recordad que todo lo que Yo os doy, lleva atrás Sabiduría Divina que os quiero transmitir y de la cual vosotros os debéis llenar.

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Dejad que en vuestro corazón se vaya implantando Mi Sabiduría Divina al ir recorriendo cada uno de los Diez Mandamientos… Y os asombraréis Mis pequeños de cómo los entenderéis ahora, que los meditaréis con la ayuda de Mi Santo Espíritu.

Hay tanto que todavía debéis aprender de ellos. Hay tanto que debéis vosotros buscar y con ello ayudar a vuestros hermanos. Si Yo os di estos Diez Mandamientos para toda una generación, es para que vosotros fuerais creciendo hacia la perfección.

Esta generación humana se tiene que mejorar y es en base a ellos. Y sobre todo siguiéndolos en humildad, aceptando que vosotros sois parte de ése Error que se os indica en Mis Diez Mandamientos. Caéis desgraciadamente de forma continua en unos o en otros.

hombre dios zarza

Y veréis Mis pequeños, que si vosotros ya estáis concientizados en lo que estaréis aprendiendo y que os estará dando Mi Santo Espíritu; vosotros empezaréis a subir en Gracia hacia Mí y veréis vuestro Mundo en forma diferente.

Apreciaréis lo que se os ha dado, especialmente Mi Gracia Divina, para que fuerais protegidos de los pecados que se pueden cometer al no seguir Mis Diez Mandamientos. Me agradeceréis también por toda la Gracia que se derrama sobre vuestros hermanos, cuando Yo salve muchas almas de ellos por vuestra intercesión.

Por eso es necesario que vosotros os concienticéis perfectamente con los Diez Mandamientos a tantos errores en que el hombre puede caer y que vosotros no lo habíais tomado en cuenta.

LEY ROTA

Agradeced a Mi Santo Espíritu toda la enseñanza que os dará, cuando vosotros en docilidad y en obediencia, los repacéis, porque Yo os lo estoy pidiendo. Soy vuestro Padre y vuestro Dios y quiero que actuéis todos vosotros Mis pequeños, en humildad, en docilidad, en Sabiduría y en Amor.

En el principio del cristianismo, los que siguieron lo que Mi Hijo les enseñó, se distinguían ante los demás. Era una distinción muy especial que les daba Mi Santo Espíritu y que quiero que se dé entre vosotros…

Porque vosotros al dar vuestro ejemplo, es como podéis mover también corazones ahora, en éstos tiempos de Tribulación espiritual que estáis padeciendo.

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Por otro lado, hay muchas almas muy necesitadas de alimento y de crecimiento espiritual. Pero si no saben quién se los puede dar, solamente están añorando éste alimento que no pueden obtener. Y quiero que vosotros a los que ESTOY PREPARANDO seáis los evangelizadores de éste tiempo: Los Apóstoles de los Últimos Tiempos.

Que os busquen vuestros hermanos por éste distintivo que vosotros tengáis en vuestro corazón. Y esto es el amor, Mis pequeños.

Los primeros cristianos se amaban de corazón unos a otros. Buscaban el bien del hermano, compartían sus bienes, compartían el conocimiento que se les había dado.

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Vivían realmente en el amor y en el respeto. Y esto es muy importante Mis pequeños: el respetarse unos a otros, el no decir malas palabras, en compartirse los bienes, en ser educados unos para con los otros, en vivir la vida de Mi Hijo.

Él, que nunca le faltó a alguien al respeto, que siempre se dio por los demás, eso es lo que quiero que tengáis vosotros, TODOS vosotros Mis pequeños.

Llevad la Vida de Mi Hijo a todos lados y así seréis ésos testigos de Mi Vida en vosotros, de la Vida de Mi Hijo que es Mi Propia Vida, porque Él mismo se lo dijo a los apóstoles: el que Me ve a Mí, ve al Padre.

jim-misionVosotros Me deberéis ver a Mí vuestro Dios, en la vida de vuestros hermanos que están con vosotros y vosotros deberéis ser ésa Vida Mía al presentaros a vuestros hermanos que aún no Me conocen o que en algún momento Me han rechazado; pero posiblemente puedan venir cuando os venga a vosotros dar ejemplo de vida, de vida correcta en el amor.

Recordad que ya os he dicho que nadie puede dar lo que no tiene. Si vosotros Me tenéis en vuestro corazón, Me podréis transmitir a vuestros hermanos.

Si vosotros NO Me tenéis en vuestro corazón, ¿Qué podréis dar? Quizá absolutamente nada o quizá actuéis con vicios, con defectos, con maldad, con error, con mala educación hacia vuestros hermanos.

POBREZA DESPOJO PERSECUCION Jim-Caviezel-La-Pasión-de-Cristo-arruinó-mi-carrera-pero-no-me-arrepiento-haberlo-interpretado

Tened mucho cuidado, Mis pequeños. Porque si estáis Conmigo deberéis limitar vuestro lenguaje, deberéis limitar vuestro actuar o vuestro vivir, ya no podréis actuar con maldad o irrespetuosamente.

O viviendo en los vicios, porque entonces no Me estaréis transmitiendo a Mí. Estaréis dando un ejemplo malo, que los otros harán por causa vuestra.

Cuando os limitéis y sacrifiquéis vuestro propio “yo”, es cuando saldrá lo bueno de vuestro corazón, porque ahí es donde estaré Yo y esto es lo que quiero Mis pequeños, que se llene la Tierra de Mí pero a través de vosotros.

CNN EDUARDO VERÁSTEGUI

Que Viva nuevamente Mi Hijo entre vosotros, pero a través de vuestro actuar y de vuestro vivir.

Reflexionad y aceptad que Mí Santo Espíritu de Amor os guíe hacia la Verdad y a la Luz Verdadera de Mí Camino al Reino Celestial. Confiad en Mí, Mis pequeños, en Mí, vuestro Dios. Yo os Bendigo, Mis pequeños, estad Conmigo, que no Me he de separar de vosotros y menos en éstos momentos de Obscuridad Mundial.

Os amo y bendigo en Mí Santo Nombre en el de Mí Hijo Jesucristo y en el del Paráclito de Amor. Recibid todo el Amor de Mí Hija la Siempre Virgen María.

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