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267 UNA LECCIÓN DE CARIDAD

267 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Es una mañana esplendorosa, en la aldea situada a dos millas de Cafarnaúm. 

Y la brisa lleva la frescura del mar de Tiberíades;

hasta la casa custodiada por dos higueras enormes, cuyo abundante follaje se extiende tanto, 

que casi se tocan por encima de la terraza del piso superior….

En el interior, junto al huerto con diversos árboles frutales, está el taller de carpintería;

justo en medio de las entradas que separan el viñedo del olivar.

Jesús está trabajando con empeño en el banco del carpintero.

Está terminando una rueda.

Un niño delgadito y de cara triste,

le ayuda acercándole todo lo que necesita,

para realizar su trabajo.

Mannaém, testigo inútil pero entusiasta, está sentado en un banco junto a la pared; 

observando maravillado la destreza de su Maestro. 

Jesús no tiene su bonita túnica de lino, sino que se ha puesto una oscura.

Que como no es suya, le llega hasta las espinillas:

Es una túnica de trabajo, remendada pero limpia, que perteneció al carpintero muerto.

Jesús da ánimos con sonrisas y palabras cariñosas al niño.

Y le enseña lo que debe hacer para conseguir que la cola, adquiera el punto exacto,

para  ser utilizada. 

Luego le muestra cómo trabajar…

para que queden lustrosas las paredes del baúl.

Y el niño se queda dándole lustre con un líquido que Jesús le enseñó a preparar. 

Todos estos pasos artesanales,

los ha presenciado el principesco amigo del carpintero de Nazareth;

desde que llegaron juntos, con la alborada de este día de trabajo.

Mannaém se levanta del banco y pasa un dedo por las molduras del baúl,

que ya está terminado.

Y dice: 

–     Terminaste pronto, Maestro.

Con su hermosa voz de tenor,

Jesús contesta:

–     Ya casi estaba terminado.

–     Yo quería tener este artefacto.

Pero ya vino el comprador que lo adquirió…

Tenía sus derechos y le quitaste las ilusiones…

Esperaba poder llevarse todo y recuperar no solo el depósito…

Pero no le quedó más que irse con sus cosas y ¡Basta!

¡Si fuera al menos uno que creyera que Tú…!

¡Tendrían para él, un valor infinito!

Y suspirando profundamente,

agrega;

–       ¿Me escuchaste?…

Jesús responde: 

–       Déjalo en paz.

Por otra parte aquí hay más madera…

Y la mujer estará feliz en usarla y en sacar provecho.

Dime que te haga un cofre y te lo hago…

Mannaém pega un brinco de felicidad,

y pregunta:

–      ¿De veras, Maestro?

¿De veras quieres seguir trabajando?

Jesús sonríe con ganas,

y dice:

–      Hasta que se acabe la madera.

Soy un obrero concienzudo.

–     ¡Un cofre que me des Tú!

Mannaém parece un niño con un juguete nuevo.

Y exclama: 

–       ¡Oh!

¡Qué reliquia!

¿Qué meteré dentro?

–      Todo lo que quieras Mannaém.

No será más que un cofre.

–      ¡Pero fue obra tuya! –dice maravillado.

–      ¿Y qué?

Mi Padre hizo al hombre.

A todos los hombres.

Y sin embargo el hombre y los hombres,

¿Qué han metido dentro de sí?

Jesús habla mientras sigue trabajando.

Va de aquí para allá, por todos lados del taller.

Buscando los instrumentos necesarios.

Apretando tornillos.

Taladrando, torneando, cepillando…

Según es necesario a lo que hace.

Mannaém contesta:

–     Hemos metido el pecado.

Es verdad.

–     ¿Lo ves?

Y sabes que el hombre que Dios creó, es mucho más que un cofre que Yo haga.

No confundas jamás el objeto con las acciones.

Hazte de mi trabajo, sólo una reliquia para tu alma.

–      ¿En otras palabras?

–      En otras palabras, 

Da a tu espíritu la enseñanza que brota de lo que hago.

–      Caridad. Humildad. Laboriosidad….

Estas virtudes, ¿No es así?

–     Sí.

Y en lo futuro, obra tú en igual modo.

–      Sí, Maestro.

Pero, ¿Me haces el cofre?

–      Te lo hago.

Pero recuerda que como tú lo verás siempre como una reliquia…

haré que lo pagues por lo que vale.

Así se podrá decir que al menos en una ocasión, estuve lleno hasta de dinero.

Pero tú sabes para quién…

Para estos huerfanitos.

Mannaém el príncipe de la corte de Herodes, sonríe lleno de alegría…

Y pleno de satisfacción, concede:

–      Pídeme lo que quieras.

Te lo daré.

Así por lo menos tendrá alguna justificación mi ociosidad.

Mientras Tú, Hijo de Dios, trabajas.

–      Está dicho:

Comerás tu pan, bañado con el sudor de tu frente.’

Mannaém objeta con énfasis:

–     ¡Pero eso se dijo por el hombre culpable!

No contra Ti!

–      ¡Oh! Un día seré el Culpable…

Y tendré sobre Mí, todos los pecados del Mundo.

Los llevaré conmigo, en mi primera partida.

–      ¿Y piensas que el mundo no pecará más?

–      Debería no hacerlo…

Pero siempre pecará.

Por esto el peso que tendré sobre Mí, será tal;

que me hará pedazos el Corazón.

Tendré los pecados desde Adán hasta ahora.

Y los de esa Hora, hasta los del último siglo.

Todo lo descontaré por el hombre.

–      Y el hombre no te entenderá.

Y mucho menos te amará…

¿Crees que Corozaín se convierta con esta lección silenciosa y santa,

que estás dando con tu trabajo, para socorrer a una familia?

–     No se convertirá.

Dirá: ‘Prefirió trabajar para pasar el tiempo y ganarse unos centavos.’

Yo no tenía dinero.

Lo había dado todo.

Siempre doy cuanto tengo, hasta el último céntimo. 

He trabajado para dar dinero.

–      ¿Y para que comieses tú y Mateo?

–      Para eso, Dios proveyó.

–      A nosotros también nos diste de comer.

–      Así es.

–     ¿Cómo lo hiciste?

–      Pregúntaselo al dueño de la casa

–     ¡Claro que lo haré!

Se lo preguntaré tan pronto regresemos a Cafarnaúm.

Y mientras piensa algo, la sonrisa de Jesús ilumina su rostro hermosísimo…

Y luego ríe serenamente tras su rubia barba. 

Se hace un silencio.

Mannaém se queda meditando en la lección recibida

Tan solo se escucha el chirrido de la prensa y del tornillo;

 que une apretando las dos partes de la rueda. 

Luego Mannaém pregunta:

–     ¿Qué piensas hacer para el sábado?

Jesús responde: 

–      Ir a Cafarnaúm a esperar a los apóstoles.

Hemos convenido en reunirnos cada viernes por la tarde y pasar juntos el sábado.

Después les daré órdenes y si Mateo ya está curado;

serán seis las parejas que irán a evangelizar.

Si no…

¿Quieres ir con ellos?  

–      Prefiero estar contigo, Maestro…

Pero, ¿Me permites darte un consejo?

–      Dilo.

Si es atinado lo aceptaré.

–      Nunca estés solo.

Tienes muchos enemigos, Maestro.

–      Lo sé.

¿Pero crees que los apóstoles harían mucho en caso de peligro?

–      Creo que te aman.

–      Ciertamente.

Pero de nada serviría.

Los enemigos, si tuvieran intención de apresarme;

vendrían con mayores fuerzas que las de los apóstoles.

–       No importa.

No estés solo.

–       Dentro de dos semanas muchos discípulos se me unirán.

Los preparo para mandarlos también a ellos a evangelizar.

Ya no estaré solo.

Puedes estar tranquilo.

Mientras ellos hablan…

Muchas personas curiosas de Corozaím vienen a fisgar…

Y luego se van sin decir nada.

Mannaém los ve,

y dice:

–      Se quedan sorprendidos al verte trabajar.

–      Sí.

Pero no son lo bastante humildes para decir:

‘¿Nos das una enseñanza?

’Los mejores que tenía aquí, están con los discípulos;

menos un viejo que ya murió.

No importa.

La lección es siempre lección.

–      ¿Qué dirán los apóstoles cuando sepan que te pusiste a trabajar?

–      Son once.

Porque Mateo ya dio su juicio.

Serán once pareceres diferentes y en general chocarán entre sí.

Pero me darán oportunidad para adoctrinarlos.

–       ¿Me permitirás asistir a la lección?

–       Si quieres quedarte…

–       Pero yo soy discípulo y ellos son apóstoles

–     Lo que hace bien a los apóstoles, lo hace también al discípulo.

–     Ellos se sentirán incómodos,

de que se les llame la atención en mi presencia.

–     Les servirá para que sean humildes.

Quédate Mannaém.

Me alegra que estés conmigo.

–     Y yo me quedo de muy buena gana.

Se asoma la viuda y dice:

–       La comida está preparada y lista para servirla, Maestro.

Tú trabajas demasiado.

–       Me gano el pan, mujer.

Y luego…

Mira, aquí tienes otro cliente.

También él quiere un cofre.

Y pagará muy bien..

El sitio de la madera se te va a quedar vacío

Esto dice Jesús quitándose un delantal parchado que se había puesto encima.

Se dirige a la salida para lavarse en una jofaina que la mujer le llevó al huerto.

Ella, con una de esas sonrisas que florecen, después de mucho tiempo de llanto,

dice:

–      En el cuarto ya no hay madera.

Mi casa está llena de tu Presencia y el corazón repleto de paz.

Ya no tengo miedo al mañana, Maestro.

Y Tú puedes estar seguro de que jamás te olvidaremos.

Y entran en la cocina.

Al atardecer, Jesús junto con Mannaém,

salen de la casa de la viuda.

Y se despide diciendo: 

–       La paz sea contigo y con los tuyos.

Nos volveremos a ver después del sábado.

Acaricia al niño: 

Adiós Josesito. 

Mañana descansa y juega, porque después me ayudarás.

¿Por qué lloras?

–      Tengo miedo de que no regreses más…

–      Siempre digo la verdad.

¿Te desagrada tanto que me vaya?

El niño asiente con la cabeza

Jesús lo acaricia diciendo:

–      Un día pasa pronto.

Mañana quédate con tus hermanitos.

Yo estaré con mis apóstoles y les hablaré.

Estos días te he estado enseñando a trabajar.

Ahora voy con ellos a enseñarles a predicar y a ser buenos.

No estarías a gusto conmigo, en medio de tantos hombres.

El niño replica:

–      ¡Oh!

¡Lo estaré si estoy contigo!

Jesús se vuelve hacia la madre, 

diciendo: 

–       Entendí, mujer.

Tu hijo hace como muchos y son los mejores.

No me quiere dejar.

¿Tendrías desconfianza en dejármelo hasta mañana?

Ella con las manos juntas, muy emocionada,

exclama: 

–     ¡Oh, Señor!

¡Te los puedo dar a todos!

Contigo están seguros como en el Cielo.

Este niño, que de todos era el que más estaba con su padre, ha sufrido demasiado.

Estaba él en el momento en el que él..

Y de pronto se encontró solo, ¿Ves?

No hace más que llorar y penar.

Y le dice al niño:

–       No llores hijito mío.

Pregúntale al Señor si no es verdad lo que digo.

Se vuelve a Jesús:   

–        Maestro, para consolarlo le digo, que su padre no ha muerto;

sino que solo fue lejos y por un tiempo.  

Jesús confirma: 

–      Es verdad.

Es así como dice tu mamá, pequeño José. 

El niño con voz dolorida,

se lamenta: 

–      Pero hasta que me muera me lo encontraré.

Soy muy pequeño.

¿Cuánto deberé esperar, para que me haga viejo como Isaac?

Mannaém trata de consolarlo:

–      ¡Pobre niño!

No te preocupes, el tiempo pasa veloz.

El niño mirando a Jesús,

contesta:

–      No, Señor.

Hace tres semanas que no tengo a  mi papá.

Y me parece mucho, mucho tiempo.

No puedo vivir sin él.

Y llora silenciosa pero amargamente.

La mujer dice:

–     ¿Lo ves?

Así siempre hace.

Y sobre todo cuando no hay nada que lo distraiga completamente.

El sábado le es un tormento.

Tengo miedo de que se me muera.

–     No.

Tengo otro niño huérfano.

Estaba flacucho y triste.

Ahora vive con una buena mujer de Betsaida.

Tiene la seguridad de no estar separado de sus padres.

Y con esto ha reflorecido en su cuerpo y en su corazón.

Así le pasará al tuyo.

Estará más tranquilo con lo que le diré.

Con el tiempo que es un buen médico y con verte más tranquila,

sin preocupación por lo que tendrán que comer.

Adiós mujer.

Debo llegar antes del crepúsculo del atardecer, para esperar a mis apóstoles.

Ven, José.

Despídete de tu mamá, tus hermanitos y tu abuelita.

Y luego alcánzame corriendo.

Jesús se va.

Mannaém le dice:

–      ¿Y qué vas a decir a los apóstoles?

–      Que tengo conmigo a un viejo discípulo y a uno nuevo.

Se dirige a atravesar el poblado de Corozaín, para tomar la salida a Cafarnaúm. 

Está lleno de gente.

Un grupo de hombres detiene a Jesús,

diciéndole:

–     ¿Ya te vas?

¿No te quedas el sábado?

–      No.

Voy a Cafarnaúm.

–      Sin habernos dicho una sola palabra durante toda la semana.

¿No somos dignos de ella?

–      ¿No os he dado la mejor predicación durante seis días?

Varios preguntan al mismo tiempo:

–      ¿Cuándo?

–      ¿A quién?

–      A todos.

Desde el banco de la carpintería.

Durante estos días he predicado que al prójimo, se le debe amar…

Y ayudar en todos modos.

Especialmente dónde hay personas débiles, como viudas y huérfanos.

Hasta pronto, vosotros de Corozaín.

Meditad durante el sábado esta lección mía.

Y sin esperar contestación…. 

Jesús reanuda su camino, dejando desorientados a los de Corazín.

Pero el niño lo alcanza corriendo.

Y hace que se despierte nuevamente en los lugareños la curiosidad.

Y lo vuelven a detener.

–     ¿Le quitaste ya su hijo a la mujer?

¿Para qué?

–      Para enseñarle a creer que Dios es Padre.

Y que en Dios encontrará también a su padre muerto.

Y también para que aquí, haya alguien que crea en lugar del viejo Isaac.

–       Con tus discípulos hay tres que son de Corozaín.

–      Con los míos.

No aquí.

Este estará aquí.

Hasta pronto.

-Y llevando al niño en medio entre Él y Manahén, reanuda su camino,

y va ligero por la campiña hacia Cafarnaúm;

hablando con Manahén.

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257 LA LUZ DE LA ESPERANZA

249 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Algunos viñadores que pasan por el huerto cargados de cestas de uva, dorada como si fuera de ámbar,

ven a los apóstoles…

Y les preguntan:

–      ¿Sois peregrinos o forasteros?

Santiago de Zebedeo responde: 

–       Galileos y peregrinos hacia el Carmelo.

El cual como sus compañeros pescadores, se está desentumeciendo las piernas,

para terminar de eliminar un resto de somnolencia.

Judas y Mateo se están despertando, tendidos sobre la hierba.

Los ancianos sin embargo, cansados todavía duermen.

Jesús habla con Juan de Endor y Hermasteo.

María y María Cleofás están al lado, pero guardan silencio.

Los viñadores dicen:

–       ¿Venís de lejos?

–       La última etapa que hemos hecho ha sido Cesárea.

Antes hemos estado en Sicaminón, y más allá incluso.

Venimos de Cafarnaúm.  

El viñador dice admirado: 

–      ¡Qué camino más largo en esta estación del año!

¿Por qué no habéis venido a nuestra casa?

Yo soy Gamala, está allí, ¿La veis?

Os habríamos dado agua fresca para reponeros.

Y comida, de aquí de la tierra pero buena.

Venid ahora.

–      Vamos a reanudar la marcha.

Que Dios os lo pague igual. 

Otro campesino con tono semiserio, 

les dice: 

–      El Carmelo no huye en un carro de fuego como su profeta.

Y el primero comenta: 

–      Ya no viene ningún carro del Cielo a llevarse a los profetas.

Ya no hay profetas en Israel.

Se dice que Juan ha muerto ya.  

–      ¡¿Muerto?!

¿Cuándo?

–       Eso han dicho algunos que venían del otro lado del Jordán.

¿Lo venerabais?

–      Éramos discípulos suyos.

–      ¿Por qué lo dejasteis?

–      Para seguir al Cordero de Dios.

Al Mesías que Juan anunció.

Israel todavía tiene a este profeta.

¡Y para llevárselo al Cielo con el honor que requiere,

haría falta mucho más que un carro de fuego!

¿No creéis en el Mesías?

–      ¿Qué si creemos?

Hemos decidido que una vez que hayamos terminado la recolección iremos en su busca.

Se dice que obedece con celo la Ley y va al Templo en las solemnidades prescritas.

Iremos pronto para los Tabernáculos.

Estaremos todos los días en el Templo para verlo.

Y, si no lo encontramos, iremos a buscarlo hasta que lo encontremos.

Vosotros que lo conocéis, decidnos

¡Es verdad que está en Cafarnaúm casi siempre?

¿Es verdad que es alto, joven, de tez clara, rubio?

¿Y que tiene una voz distinta de todos los demás hombres, con la cual toca los corazones?

¿Y hasta los animales y las plantas la oyen?

–       Todos los corazones menos los de los fariseos, Gamala; ésos se han endurecido más.

–       No son ni siquiera animales.

Son demonios, incluido el que se llama como yo.

Pero, decidnos: ¿Es verdad que es así y que es tan bueno que habla con todos;

consuela a todos, cura las enfermedades y convierte a los pecadores?

–       ¿Esto creéis?

–       Sí, pero querríamos saberlo de vosotros que le seguís.

¡Si nos llevarais a Él!

–      ¿Pero no tenéis que ocuparos de las viñas?

–       Tenemos que cuidar también el alma, que es más que las viñas.

¿Está en Cafarnaúm?

Forzando el camino, en diez días podríamos ir y volver…

–       El que buscáis está ahí.

Ha descansado en vuestro huerto y ahora está hablando con aquel anciano y aquel joven.

A su lado tiene a su Madre y a la hermana de su Madre.

–       ¿Aquél?…

–       ¡Oh!…

–       ¿Qué se hace?

Se quedan petrificados del estupor.

Son todo ojos para mirar.

Su vitalidad está enteramente concentrada en sus pupilas.

Pedro los pincha:

–       ¿Entonces?

¡Tanto deseo como teníais de verlo y ahora no os movéis?

¿Os habéis convertido en sal

–      No…

–     Es que…

–      ¿Pero es tan sencillo el Mesías?

–      ¿Cómo queríais que fuera?

¿Queríais que estuviera sentado en un trono fulgurante y envuelto en regio manto?

¿Pensabais que fuera un nuevo Asuero?

–      No…

–     Pero…

–     ¡tan sencillo… siendo tan santo!

–     Es muy sencillo porque es santo, hombre.

Bien, vamos a hacerlo de otra forma…  

Y Pedro grita: 

–      ¡Maestro!

Perdona, ven aquí a hacer un milagro.

–       Aquí hay unos hombres que te buscan…

Y que se han quedado petrificados al verte.

Ven a restituirles el movimiento y la palabra.

Jesús, que al oír que lo llamaban se ha vuelto.

Se levanta, sonriendo.

Y viene hacia los viñadores, que lo miran tan estupefactos que parecen asustados.

Jesús llega a donde están.

Y los saluda diciendo: 

–       Paz a vosotros.

¿Me buscabais? Aquí estoy

Y hace el gesto habitual de abrir los brazos tendiéndolos hacia ellos un poco, 

como para ofrecerse.

Los viñadores caen a sus pies, de rodillas.

Y guardan silencio.

Jesús dice con dulzura:

–       No temáis.

Decidme qué queréis.

Le ofrecen las cestas llenas de uvas, sin decirle nada.

Jesús admira la espléndida fruta.

Y diciendo «gracias», alarga una mano para coger un racimo.

Y empieza a comer las uvas.  

Gamala suspira admirado: 

–       ¡Dios altísimo!

¡Come como nosotros! 

Es imposible no echarse a reír por esta salida.

También Jesús sonríe más marcadamente.

Y casi como si quisiera pedir disculpa, 

dice:

–       ¡Soy el Hijo del hombre!

El gesto de Jesús ha vencido el entorpecimiento extático.

Y Gamala dice:

–      ¿Por qué no entras en nuestra casa…?

¿Al menos hasta que empiece a atardecer?

Somos muchos porque somos siete hermanos, con las respectivas esposas e hijos.

Y luego los ancianos, que esperan en paz la muerte. 

Jesús responde: 

–      Vamos.

Vosotros llamad a los compañeros y venid detrás.  

Y volviéndose a las discípulas: 

–       Madre, ven con María.

Jesús se pone en marcha, detrás de los campesinos, que ya se han levantado.

Y ahora caminan un poco al sesgo para verlo caminar.

El sendero, entre los troncos de los árboles unidos con las vides, es estrecho.

Llegan pronto a la casa.

O más exactamente a las casas, porque se trata de un pequeño cuadrado de viviendas.

En el centro hay un patio común, amplio, con un pozo.

Se accede al patio a través de un largo pasillo, que hace de vestíbulo.

Y que durante la noche se cierra con una pesada puerta.  

Al entrar, Jesús dice: 

–       Paz a esta casa y a los que en ella viven.

Levantando la mano para bendecir.

Luego la baja para acariciar a

 n niño pequeño medio desnudo que lo mira extático y que está muy hermoso,

con su camisita sin mangas, medio caída

y que deja al descubierto uno de los hombros regordetes;

erguido sobre sus piecitos desnudos, con un dedito en la boca…

Y una corteza de pan untado en aceite en la otra mano.  

Gamala explica: 

–       Es David, el hijo de mi hermano menor

Mientras otro de los viñadores entra en la vivienda más cercana para advertir;

luego sale y entra en otra.

Y así todas.

De forma que se asoman rostros de todas las edades y luego se retiran…

Para volver después de un rápido aseo.

Sentado a la sombra de una techumbre en saledizo, protegida por una higuera gigantesca,

está un anciano con su bastoncito entre las manos.

Ni siquiera levanta la cabeza, como si no tuviera interés por nada.  

Gamala explica: 

–       Es nuestro padre.

Uno de los ancianos de la casa, porque también la mujer de Jacob ha traído aquí a su padre, que está solo.

Y luego está también la anciana madre de Lía, la más joven de las esposas.

Nuestro padre es ciego.

Le ha venido el velo a las pupilas

¡Mucho sol en los campos!

¡Mucho calor de la tierra!

¡Pobre padre!

Está muy triste, pero es muy bueno.

Está esperando a los nietos, que son su única alegría.

Jesús va donde el anciano.  

Y le dice: 

–       Dios te bendiga, padre. 

El hombre responde: 

–      Quienquiera que seas, que Dios te pague tu bendición.

Alzando la cabeza en dirección a la voz.  

Jesús hace ademán de no decir quién es el que habla… 

Y pregunta con dulzura: 

–       Dura condición la tuya, ¿verdad? 

–       Viene de Dios.

Después de tantos bienes como me ha dado durante mi larga vida.

De la misma forma que he tomado de Dios el bien, debo recibir la desventura de la vista.

A fin de cuentas, no es eterna.

Sobre el seno de Abraham concluirá.

–       Es como dices.

Peor sería si estuviera ciega el alma.

–       Siempre he tratado de tenerla con vista.

–       ¿Cómo lo has hecho?

–       Eres joven… 

Tú que me estás hablando; tu voz lo dice.

¿No serás como esos jóvenes de ahora!

Que están todos ciegos porque viven sin religión, ¿No?

Considera que no creer y no cumplir lo que Dios ha dicho, es una gran desventura.

Te lo dice un viejo, muchacho.

Si abandonas la Ley, serás un ciego aquí y en la otra vida.

No verás jamás a Dios.

Porque llegará un día en que el Mesías Redentor nos abrirá las puertas de Dios.

Yo soy demasiado viejo para poder ver este día en este mundo.

Pero lo veré desde el seno de Abraham.

Por eso no me quejo de nada, porque espero con estas sombras; 

expiar lo que de ingrato a Dios puedo haber cometido.

Y merecerlo en la vida eterna.

Pero tú eres joven.

Sé fiel hijo, de forma que puedas ver al Mesías.

Porque el tiempo está próximo

El Bautista lo ha dicho.

Tú lo verás.

Pero si tienes el alma ciega, serás como aquellos de que habla Isaías:

tendrás ojos pero no verás.  

Jesús le pone una mano en la blanca cabeza.  

Y pregunta: 

–       ¿Querrías verlo, padre? 

–       Querría verlo.

Sí. Pero prefiero irme de este mundo sin verlo;

antes que verlo yo y que mis hijos no lo reconozcan.

Yo poseo todavía la antigua fe y me basta.

Ellos… ¡El mundo de ahora!…

–       Padre, ve pues al Mesías.

La marcha hacia tu ocaso se vea coronada de júbilo. 

Y Jesús desliza su mano desde los blancos cabellos por la frente,

hasta el barbado mentón del anciano; 

como si fuera una caricia;

Y se agacha para ponerse a la altura del rostro senil.  

El hombre grita asombrado: 

–       ¡Oh, Altísimo Señor!

¡Veo!… Veo…

¿Quién eres, con ese rostro desconocido y no obstante, familiar;

como si te hubiera visto antes?…

Pero… ¡Qué estúpido soy!

¡Tú, que me has devuelto la vista, eres el Mesías bendito!

¡Oh!….

El anciano llora sobre las manos de Jesús que ha tomado entre las suyas. 

Y las llena de besos y lágrimas.

Toda la parentela está revolucionada.

Jesús libera una mano y acaricia otra vez al anciano,

mientras dice:

–       Sí, soy Yo.

Ven, para que además de mi cara conozcas mi Palabra.

Y se dirige hacia una escalera que conduce a una terraza umbría,

cubierta toda de sombra por una tupida parra.

Todos lo  siguen.

Jesús empieza a hablar: 

–      Había prometido a mis discípulos que hablaría de la esperanza….

Y que la explicaría con una parábola.

Pues bien, aquí tenéis la parábola:

Este anciano israelita

El Padre de los Cielos me proporciona el objeto de nuestro tema, para enseñaros a todos,

la gran virtud que, como los brazos de un yugo, sujeta la Fe y la caridad.

Suave yugo.

Patíbulo de la Humanidad como el brazo transversal de la cruz;

trono de la salvación como el apoyo de la serpiente salvífica levantada en el desierto.

Patíbulo de la Humanidad.

Puente del alma para alzar el vuelo y desplegarlo en la Luz.

Si está colocada entre la indispensable Fe y la perfectísima caridad;

es porque sin la esperanza no puede haber Fe y sin esperanza muere la caridad.

Fe presupone esperanza segura.

¿Cómo se puede creer que se llegará a Dios, si no se espera en su bondad?

¿Cómo mantenerse a flote en la vida, si no se espera en una eternidad?

¿Cómo se podrá perseverar en la justicia

si no nos anima la  esperanza

de que Dios vea todas nuestras buenas acciones y nos premiará por ellas?

De la misma forma,

¿Cómo hacer vivir la caridad si no hay esperanza en nosotros?

La esperanza precede a la caridad y la prepara.

Porque un hombre necesita esperar para poder amar.

Los desesperados ya no aman.

Ésta es la escalera, hecha de peldaños y barandilla: la Fe, los peldaños;

la esperanza, la barandilla;

arriba está la caridad y a ella se sube mediante las otras dos.

El hombre espera para creer, cree para amar.

Este hombre ha sabido esperar.

Nació.

Era un niño de Israel como todos los demás

Fue creciendo con las mismas enseñanzas que los demás.

Llegó a hijo de la Ley, como todos los demás.

Se hizo un hombre. Se casó.

Fue padre. Envejeció.

Siempre esperando en las promesas hechas a los patriarcas…

Y repetidas por los profetas.

En la ancianidad las sombras han velado sus pupilas, mas no su corazón,;

donde la esperanza ha estado siempre encendida; la esperanza de ver a Dios.

Ver a Dios en la otra vida.

Y, dentro de la esperanza de la visión eterna;

otra esperanza, más íntima y entrañable: «ver al Mesías».

Y me ha dicho, no sabiendo quién era el joven que le hablaba

«Si abandonas la Ley, serás un ciego en la Tierra y en el Cielo.

Ni verás a Dios ni reconocerás al Mesías».

Ha hablado sabiamente.

Al  presente, en Israel hay muchos ciegos.

Ya no tienen esperanza,

porque la rebelión a la Ley la ha matado en su interior. 

Rebelión es en efecto, aunque esté encubierta por paramentos sagrados;

siempre que no hay aceptación íntegra de la palabra de Dios.

Digo «de Dios»;

no se trata de una aceptación de los aditamentos puestos por el hombre;

que por ser demasiados y todos humanos;

sufren la desatención de los mismos que los pusieron;

mientras que las demás personas los cumplen de forma mecánica, de mala gana, con fatiga…

Y sin fruto alguno

Ya no tienen esperanza;

antes bien, se muestran sarcásticos con las verdades eternas.

No tienen ya, por tanto, ni Fe ni caridad.

El divino yugo, que Dios ha dado al hombre

para que haga de él obediencia y mérito;

ALMAS VÍCTIMAS Y CORREDENTORAS

la celeste cruz que Dios ha dado al hombre como exorcismo contra las serpientes del Mal;

para obtener salvación de ella.

Han perdido su brazo transversal, el que sujetaba la cándida llama y la llama roja:

la Fe y la caridad.

Y las tinieblas han bajado a los corazones.

Este anciano me ha dicho:

«Gran desventura es no creer y no hacer lo que Dios ha indicado».

Es verdad.

Os lo confirmo.

Es peor que la ceguera material, la cual incluso puede ser curada,

para dar al justo la alegría de ver de nuevo el sol,

los prados y los frutos de la tierra, el rostro de los hijos y nietos.

Y sobre todo, lo que era la esperanza de su esperanza:

«Ver al Mesías del Señor».

Quisiera que una virtud semejante latiera en el corazón de todo Israel;

especialmente en el de los más instruidos en la Ley.

No basta haber vivido en el Templo o haber pertenecido a él;

no basta saber de memoria las palabras del Libro;

es necesario saber hacerlas vida de nuestra vida mediante las tres virtudes divinas.

Tenéis un ejemplo: donde estas virtudes viven todo es suave, incluso la desventura;

porque el yugo de Dios es siempre ligero, pesa sobre el cuerpo, pero no debilita el espíritu.

Id en paz, vosotros que os quedáis aquí, en esta casa de buenos israelitas

ve en paz, anciano padre;

del amor de Dios a ti tienes certeza;

termina tu justa jornada depositando tu sabiduría en el corazón de los pequeñuelos,

que llevan tu misma sangre.

No puedo quedarme aquí más tiempo;

pero queda mi bendición entre estas paredes copiosas en gracias

como los racimos de esta vid.

Jesús querría marcharse ya,

pero se ve obligado a detenerse al menos para poder conocer a esta tribu de todas las edades.

Y para recibir cuanto le quieren dar…

Tanto que los talegos de viaje acaban panzudos como odres.

Luego puede reanudar el camino,

por un atajo que va entre plantas de vid;

indicado por los viñadores,

los cuales no lo dejan sino cuando llegan a la vía de primer orden,

Desde la cual es visible ya un poblado,

donde Jesús con los suyos,  podrán pasar la noche.

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207 UNA DULCE MUERTE

207 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

Jesús, en compañía de Simón Zelote, llega al jardín de Lázaro en una bellísima mañana de verano.

Todavía no ha concluido la aurora, así que todo está fresco y risueño.

El  jardinero, que ha acudido a recibir al Maestro;

señala a Jesús el ruedo de un atavío  blanco que desaparece tras un seto,

y dice:

–     Lázaro va a la pérgola de los jazmines con unos rollos para leer.

Ahora lo llamo.

–     No, voy Yo, solo.

Jesús camina ligero a lo largo de un sendero limitado por setos florecidos.

La hierbecilla que hay al pie del seto amortigua el sonido de los pasos.

Jesús trata de poner el pie precisamente en la hierba, para llegar adonde Lázaro de improviso.

Lo sorprende de pie, erguido, con los rollos apoyados en una mesa de mármol, orando en voz alta.

Está diciendo:

–     No me niegues lo que te pido, Señor.

Haz crecer este hilo de esperanza que ha nacido en mi corazón.

Dame lo que con lágrimas, con las obras, con el perdón, con todo mi ser, te he pedido diez mil, cien mil veces.

Dámelo y tómate a cambio mi vida.

Dámelo en nombre de tu Jesús, que me ha prometido esta paz.

¿Puede, acaso, mentir?

¿Tendré que pensar que su pro-mesa fue sólo con palabras?

¿O que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi hermana?

Respóndeme, Señor, que yo me resignaré por amor a ti…

Jesús dice: 

–     ¡Sí, te respondo! 

Lázaro se vuelve como movido por un resorte, 

y grita:

–     ¡Mi Señor!

¿Cuándo has venido

Y se inclina para besar la túnica de Jesús.

–     Hace algunos minutos.

–     ¿Solo?

–     Con Simón Zelote.

Pero aquí, donde estabas tú, he venido solo.

Sé que me debes decir una cosa importante.

Dímela, pues.

–     No.

Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios.

Según tu respuesta te la diré.

–     Dime esta cosa importante tuya, dímela.

La puedes decir…

Y Jesús sonríe y lo invita a hablar abriendo los brazos.

–     ¡Dios altísimo!

¿Entonces es verdad?

¿Entonces sabes que es verdad!

Y Lázaro va a los brazos de Jesús, a confiarle su cosa importante.

–     María ha llamado a Marta a Mágdala.

Marta se ha puesto en camino afligida, con el temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia…

Yo me he quedado aquí solo, con el mismo temor.

Pero Marta, con el sirviente que la ha acompañado, me ha mandado una carta que me ha llenado de esperanza.

Mira, la tengo aquí, en mi pecho; la tengo aquí porque me es más preciosa que un tesoro.

Son pocas palabras, pero las leo cada poco, para estar seguro de que verdaderamente han sido escritas.

Mira… 

Y Lázaro saca de entre su vestido un pequeño rollo atado con una cintita violeta.

Lo desenrolla.

Y dice: 

–      ¿Ves?

Lee, lee.

En voz alta.

Leída por Tí me parecerá aún más verdadero. 

Jesús lee:   

«Lázaro, hermano mío, paz y bendición.

He llegado pronto y bien.

Mi corazón ha dejado de palpitarme por miedo a nuevas desgracias,

porque he visto a María, a nuestra María, sana…

Y… sí, debo decirte que menos exaltada de aspecto que antes.

Ha llorado reclinada sobre mi pecho.

Un profundo llanto…

Y, luego, por la noche, en la habitación a que me había llevado, me preguntó muchas cosas.

Muchas, sobre el Maestro.

Por ahora sólo esto; pero yo, que veo el rostro de María además de oír sus palabras,

digo que en mi corazón ha nacido la esperanza.

Ora, hermano. Ten esperanza. ¡Ah, si fuera verdad!…

Me quedo todavía un tiempo porque percibo que quiere tenerme cerca,

como para sentirse defendida de la tentación.

Y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la bondad infinita de Jesús.

Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania…

Veo que piensa, piensa, piensa… Haría falta que Jesús estuviera presente.

Ora. Ten esperanza. El Señor esté contigo»».

Jesús recoge el rollo y se lo devuelve a Lázaro.

Que dice: 

–     Maestro…

Jesús dice: 

–     Iré.

¿Tienes alguna forma de avisar a Marta de que dentro de no más de quince días venga a mi encuentro a Cafarnaúm?

–     Sí, puedo avisarla, Señor.

¿Y yo?

–     Tú te quedas aquí.

También a Marta la mandaré para acá.

–     ¿Por qué?

–     Porque el redimido tiene un profundo pudor.

Y nada produce más vergüenza que la mirada de un padre o de un hermano.

Yo también te digo: «Ora, ora, ora».

Lázaro llora en el pecho de Jesús…

Después ya calmado,

sigue hablando todavía de su angustia, sus desalientos… 

Y exclama:

–     Hace casi un año que mantengo la esperanza…

Que desespero…

¡Qué largo es el tiempo de la resurrección!

Jesús lo deja que hable, que hable, que hable…

Hasta que Lázaro se da cuenta de que está faltando a sus deberes de hospitalidad.

Y se levanta para llevar a Jesús a la casa.

En el trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor

sobre cuyas corolas de forma de estrella zumban abejas de oro.

–     ¡Ah!…

Me olvidaba de decirte que el anciano patriarca que me mandaste,

ha vuelto al seno de Abraham.

Se lo encontró Maximino aquí, con la cabeza apoyada en este seto,

como si se hubiera quedado dormido…

Junto a las colmenas que cuidaba como si fueran casas, llenas de niños de oro.

Así llamaba a las abejas.

Daba la impresión de que las entendía, y de que ellas también lo entendieran.

Sobre el patriarca dormido en la paz de la buena conciencia;

cuando Maximino lo encontró,
estaba extendido un precioso velo de pequeños cuerpecitos de oro.

Todas las abejas posadas sobre su amigo.

No poco tuvieron que trabajar los sirvientes para separarlas de él.

Tan bueno como era, quizás sabía a miel…

Tan honesto era, que quizás para las abejas era como una corola pura…

Me ha dolido su muerte.

Hubiera querido tenerlo más tiempo en mi casa. Era un justo…

–     No te entristezca su ausencia.

Él está en paz.

Desde la paz ora por ti, que le has hecho dulces sus últimos días.

¿Dónde está sepultado?

–     En el fondo del huerto.

Sigue cerca de sus colmenas.

Ven conmigo que te guío…

Y se ponen a caminar, por un pequeño bosque de laurocerasos, hacia las colmenas, de las cuales proviene un runruneo laborioso…

Mas tarde, ese mismo día…

Es un Judas muy pálido este que baja del carro, con la Virgen y las discípulas:  las Marías, Juana y Elisa…

Judas convaleciente, vuelve adonde Jesús;

que está en el Getsemaní con María,

que lo ha cuidado.

Y con Juana, que insiste para que las mujeres y el convaleciente,

vuelvan en el carro a Galilea.

Jesús es también de esta opinión.

Y hace incluso montar en el carro al niño con ellas.

Sin embargo, Juana y Elisa se quedan en Jerusalén unos días,

para luego regresar respectivamente a Béter y a Betsur

Elisa decía:

–    Ahora tengo el valor de volver allí…

Porque mi vida ya no es una vida sin objetivo.

Ganaré para ti la estima de mis amigos.

Juana añadió:

–     también lo haré en mis tierras, mientras Cusa me deje aquí.

Será también servirte.

Aunque preferiría ir contigo.

Igualmente Judas decía:

–     No he añorado a mi madre ni siquiera en las horas peores de la enfermedad…

Porque tu Madre ha sido una verdadera madre para mí,

dulce y amorosa; no lo olvidaré nunca.

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131 EL DIOS DESCONOCIDO

131 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

Jesús, con la ayuda de un barquero que lo ha recibido en su pequeña barca, llega al espigón del jardín de Cusa.

Lo ve unjardinero y se apresura a abrirle la verja que intercepta a los extraños la entrada a la propiedad por la parte del lago.

Es una verja alta y resistente, oculta por un seto tupidísimo y también alto de laurel y boj por la parte externa, la que da al lago; de rosas de todos los colores por la parte interna, hacia la casa.

Los espléndidos rosales cubren de flores las frondas broncíneas de los laureles y bojes,

se insinúan entre el ramaje, se asoman al otro lado, por el que rebasan del todo la verde barrera, cuelgan sus florecidas ramas.

Solamente en un punto, a la altura del paseo, la verja se muestra desnuda y se abre para dar paso a quien viene del lago o a él va. 

Jesús saluda:

–     Paz a esta casa y a ti, Yoanás.

¿Dónde está la señora?

–     Allí, con sus amigas.

Voy a llamarla. Hace tres días que te están esperando, porque temían llegar con retraso.  

Jesús sonríe.

El sirviente va corriendo a llamar a Juana.

Mientras tanto, Jesús dirige sus pasos lentamente hacia el lugar señalado, admirando el espléndido jardín .

-Se podría decir la espléndida rosaleda, que Cusa ha dispuesto para su mujer.

Rosas de todos los olores, tamaños y formas, en esta ensenada del lago protegida, ríen ya, precoces y magníficas.

Hay también otras flores, pero todavía no se han abierto y su presencia es mínima, comparada con la abundancia de rosales.

Acude Juana.

Ni siquiera se detiene a posar en el suelo un cestillo que tenía lleno de rosas hasta la mitad, ni a dejar las tijeras con las que estaba cortando.

Corre así, ligera y graciosa con su rico vestido de sutil lana de un rosa tenuísimo, cuyos repliegues están sujetos por pequeños discos y fíbulas de filigrana de plata en que brillan pálidos granates.

Sobre sus cabellos negros y ondulados, tiene una diadema en forma de mitra, también de plata y granates, sujeta un velo de lino cendalí ligerísimo, rosa igualmente,

que cae hacia atrás dejando descubiertas las orejas menudas que soportan el peso de unos pendientes similares a la diadema,

y que deja ver también la cara risueña y el esbelto cuello, en cuya base brilla un collar del mismo trabajo que los otros ornatos preciosos.

Deja caer su cesto a los pies de Jesús y se arrodilla a besarle la túnica entre las rosas desparramadas.  

Jesús dice:

–     Paz a ti, Juana. Como ves, he venido. 

Juana responde:

–     Y yo me alegro de ello.

También mis amigas han venido. Pero ahora tengo la impresión de que he actuado mal haciéndolo.

¡Cómo vais a poder entenderos! ¡Son completamente paganas!

Juana esta un poco turbada.

Jesús sonríe.

Le pone una mano sobre la cabeza,

y dice:

–     No temas.

Nos entenderemos muy bien. Has actuado muy bien «haciéndolo». El encuentro abundará en bienes, como tu jardín en rosas.

Recoge ahora estas pobres flores que has dejado caer y vamos a donde tus amigas.

–     ¡Rosas hay muchas!

Lo hacía por pasar el tiempo y también porque esas amigas son muy… voluptuosas… Les gustan las

flores como si fueran… no sé…

–     ¡A mí también me gustan!

Fíjate, ya hemos encontrado un tema para entenderme con ellas. ¡Venga, recojamos estas espléndidas rosas!

Jesús se agacha para dar ejemplo. 

–     ¡Tú no, Tú no, Señor!

Si es tu deseo… Mira… ya está.

Caminan hasta una pequeña pérgola hecha de un trenzado multicolor de rosas.

A la entrada hay tres romanas, mirando de hito en hito; son Plautina, Valeria y Lidia.

La primera y la última permanecen quietas, pero Valeria se echa a correr y llegando a la altura de Jesús,

se inclina y dice:

–     ¡Salve, Salvador de mi pequeña Fausta! 

Jesús contesta sonriendo:

–     ¡Paz y luz a ti y a tus amigas!

Las amigas se inclinan sin decir nada.

A Plautina la conocemos ya.

Es alta, majestuosa; sus ojos negros son espléndidos, un poco imperiosos; su nariz, bajo una frente lisa y blanquísima, es recta, perfecta; boca bien dibujada, aunque un poco túmida…

El mentón, redondeado y marcado: me recuerda a ciertas bellísimas estatuas de emperatrices romanas.

Gruesos anillos lucen en sus preciosas manos; anchos brazaletes ciñen sus brazos, en las muñecas y por encima de los codos, brazos verdaderamente estatuarios,

que bajo la corta manga drapeada, aparecen blanco-rosados, lisos, perfectos.

Lidia, por el contrario, es rubia, más delgada y joven.

Su belleza no es majestuosa como la de Plautina, pero tiene toda la gracia de una juventud femenil aún un poco inmadura.

Bueno, dado que estamos en tema pagano, podría decir que si Plautina parece la estatua de una emperatriz,

Lidia podría ser una Diana o una ninfa de gentil y púdico aspecto.

Valeria, ahora que ha superado la desesperación de cuando la vimos en Cesárea,

se presenta en su belleza de joven madre, de formas llenas aunque todavía muy juveniles.

De mirada serena, propia de una madre que se siente feliz de poder amantar a su hijo y verlo crecer alimentado con su leche.

De tez rosada y pelo castaño, tiene una sonrisa plácida y muy dulce.

Me da la impresión de que son damas de rango inferior al de Plautina, a la que, incluso con la mirada, veneran como a una reina. 

Jesús dice:

–     ¿Estabais recogiendo flores?

Seguid, seguid. Podemos hablar mientras cogéis estas maravillosas obras del Creador que son las flores,

Mientras las colocáis en estas copas preciosas con la habilidad de que Roma es maestra, para alargarles la vida – ¡Ay, demasiado breve! -…

Si admiramos este capullo, que apenas si abre la sonrisa de sus pétalos amarillo-rosas,

¿Cómo podremos no lamentar el verlo morir?

¡Ah, cuán asombrados se quedarían los hebreos si me oyeran decir esto!…

Y es que también en esta criatura, en la flor, sentimos un algo que tiene vida.

Y nos duele presenciar su fin.

Pero la planta es más sabia que nosotros:

Sabe que en el lugar en que se ha producido cada una de las heridas de un tallo cortado, nacerá un rebrote que dará origen a una nueva rosa.

Así pues, nuestra mente debe aprehender esta enseñanza y hacer del amor un poco sensual hacia la flor, estímulo para un pensamiento más alto. 

Plautina ha escuchado atenta.

Y seducida por el pensamiento elegante del Maestro hebreo,

pregunta:

–     ¿Cuál, Maestro?

–     Éste: que de la misma forma que la planta,

mientras su raíz reciba alimento del suelo,  no muere porque se le mueran algunos tallos,

Así la humanidad tampoco muere porque un ser se cierre al vivir terreno, sino que siempre germinan nuevas flores.

Además, mientras que la flor -y éste es un pensamiento más alto aún, que nos mueve a bendecir al Creador – una vez muerta no revive –

lo cual es motivo de tristeza.

El hombre cuando duerme el último sueño no está muerto,

sino que posee una vida aún más fúlgida, pues recibe, en lo que constituye su parte mejor, de su Creador que lo formó, eterna vida y esplendor.

Por eso, Valeria, aunque tu hija hubiera muerto, no habrías perdido su caricia:

Tu criatura – separada, pero no olvidada de tu amor – siempre habría besado tu alma.

¿Te das cuenta de que es dulce creer en la vida eterna?

¿Dónde está ahora tu hijita?

–     Tapada en aquella cuna.

Nunca me habría separado de ella, porque el amor por mi marido y mi hija eran los dos motivos de mi vida;

pero ahora, que sé lo que es verla morir, no la dejo ni por un instante.

Jesús se dirige hacia un asiento sobre el que ha sido colocada una especie de cunita de madera.

Levanta la rica colcha que por entero la cubre, para mirar a la pequeñuela durmiente,

la cual, dulcemente se despierta al llegarle aire más puro.

Sus ojillos se abren sorprendidos.

Una sonrisa angélica despega su boca, mientras sus manitas, antes cerradas, se abren ávidas de aferrar los ondeantes cabellos de Jesús. 

Un gorjeo de gorrioncillo signa el discurrir de un contenido en su pensamiento; en fin emite como un trino, la grande y universal palabra:

–     ¡Mamá!

Jesús dice:

–     Tómala, tómala.

Apartándose, para permitir que Valeria se incline hacia la cuna. 

Valeria dice:

–     ¡Te va a molestar!…

Voy a llamar a una esclava para que le dé un paseo por el jardín.

–     ¿Molestarme?

¡No! Nunca me molestan los niños. Son siempre mis amigos.

Plautina observa con qué sonrisas, Jesús provoca a la niña para que se ría…

Y pregunta:

–     ¿Tienes hijos, o sobrinos, Maestro?

–     No tengo ni hijos ni sobrinos.

Pero amo a los niños, al igual que aprecio las flores, porque son puros y sin malicia.

Trae, mujer, déjame a tu pequeñuela, que me resulta muy dulce apretar contra mi corazón a un angelito.

Y se sienta con la niñita.

Ella lo observa y despeina la barba de Jesús.  lLuego encuentra más interés en las franjas del manto y en el cordón de la túnica, a los cuales dedica un largo y misterioso discurso. 

Plautina dice:

–     Nuestra buena y sabia amiga,,,

Una de las pocas que no se desdeña de tratar con nosotras y que, al mismo tiempo, no se corrompe con nosotras,

te habrá dicho que nuestro deseo era verte y oírte para juzgarte por lo que eres,

porque Roma no cree en fábulas…

¿Por qué sonríes, Maestro?

–     Después te lo digo.

Prosigue.

–     Porque Roma no cree en fábulas…

Y quiere juzgar con ciencia y con conciencia antes de condenar o exaltar.

Tu pueblo te exalta y te calumnia con igual medida.

Tus obras mueven a exaltarte…

Las palabras de muchos hebreos, a creerte poco menos que un delincuente.

Tus palabras son solemnes y sabias como las de un filósofo. Roma se siente muy atraída por las doctrinas filosóficas.

Aunque reconozco que nuestros actuales filósofos no poseen una doctrina satisfactoria, incluso porque su forma de vivir no está en consonancia con la doctrina.

–     No pueden vivir en consonancia con su doctrina.

–     Porque son paganos,

¿No es cierto?

–     No.

Porque son ateos.

–     ¿Ateos?

¡Pero si tienen sus dioses!..

–     Ya ni siquiera esos, mujer.

Te recuerdo a los antiguos filósofos, a los más grandes. También eran paganos…

Y a pesar de todo, ¡Fíjate qué noble fue su vida!:

A pesar de convivir con el error – porque el hombre gravita hacia el error -,

cuando se encontraron frente a los misterios más grandes, la vida y la muerte,

cuando fueron puestos ante el dilema honestidad o deshonestidad, virtud o vicio, heroísmo o cobardía.

Y vieron que si se volvían al mal sería en perjuicio de su patria y de los ciudadanos;

entonces, con voluntad de gigante, se deshicieron de los tentáculos de los nefastos pulpos…

Y libres y santos, supieron querer el Bien a costa de cualquier cosa, este Bien que no es sino Dios.

–     Se dice que eres Dios.

¿Es verdad?

–     Yo soy el Hijo del verdadero Dios, hecho Carne sin dejar de ser Dios.

–     Pero, ¿Qué es Dios?

A juzgar por ti, el mayor de los maestros.

–     Dios es mucho más que un maestro.

No rebajéis la idea sublime de la Divinidad encerrándola en los límites de la sabiduría.

–     La sabiduría es una divinidad.

Nosotros tenemos a Minerva, que es la diosa del saber.

–     También a Venus, diosa del placer.

¿Cómo podéis pensar que un dios, o sea, un ser superior a los mortales, tenga en grado perfecto todos los aspectos denigrantes de los mortales?

¿Cómo podéis pensar que un ser eterno tenga eternamente esos pequeños, mezquinos, humillantes placeres de quien tiene una hora de tiempo?

¿Y que a ello reduzca la finalidad de su vida?

¿No pensáis en lo sucio que es ese Cielo al que llamáis Olimpo, donde fermentan los más acerbos extractos de la humanidad?

Si miráis a vuestro Cielo, ¿Qué veis?:

Lujuria, delitos, odios, guerras, robos, crápula, celadas, venganzas.

¿Qué hacéis para celebrar las fiestas de vuestros dioses?: Orgías.

¿Qué culto les dais?

¿Dónde está la verdadera castidad de las consagradas a Vesta?

¿En qué código divino se basan vuestros pontífices para juzgar?

¿Qué palabras pueden leer vuestros augures en el vuelo de las aves o en el fragor del trueno?

¿Qué respuestas pueden dar a vuestros arúspices las sangrantes entrañas de los animales sacrificados?

Me acabas de decir hace un momento: «Roma no cree en historietas».

Y entonces, ¿Por qué creéis que doce pobres hombres, haciendo dar una vuelta en torno a los campos a un cerdo, una oveja y un toro…

e inmolándolos después, pueden atraerse a Ceres. 

Si tenéis infinitas deidades, que se odian entre sí, y además vengativas, según creéis?

No. Dios es muy distinto de eso.  Es eterno, Único y espiritual.

–     Pero Tú dices ser Dios…

Y eres carne.

–     Hay un altar sin dios en la patria de los dioses.

22. Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. 23. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. HECHOS 17

La sabiduría humana lo ha dedicado al Dios Desconocido,

porque los sabios, los verdaderos filósofos, intuyeron que había algo más,

detrás del escenario historiado producido por esos eternos niños que son los hombres cuyos espíritus están fajados por el error.

Ahora bien, si esos sabios – que intuyeron que tras el engañoso escenario había algo más, algo verdaderamente sublime y divino que ha hecho todo cuanto existe;

de quien procede todo lo quede bueno hay en el mundo -,

Si esos sabios quisieron un altar para el Dios Desconocido, sentido por ellos como el verdadero Dios,

¿Cómo es que vosotros llamáis dioses a lo que no es dios, y afirmáis saber lo que en realidad no sabéis?

Sabed pues, lo que es Dios, para poderlo conocer y honrar.

‘Dios es Aquel que con su pensamiento ha hecho de la Nada el Todo.

¿Tiene poder persuasivo para vosotros la fábula de las piedras que se transforman en hombres?, ¿Os satisface?

En verdad, hay hombres más duros y malos que una piedra y piedras más útiles que ciertos hombres.

Valeria, ¿Qué te resulta más dulce, mirando a esta hijita tuya, pensar:

«Es un deseo de Dios hecho vida, creado y formado por Él, dotado por Él de una segunda vida imperecedera – de forma que seguiré teniendo a mi pequeña Fausta.

Y además para toda la eternidad, si creo en el Dios verdadero»,

En vez de decir: «Esta carne de rosa, estos cabellos más sutiles que hilo de araña, estas pupilas serenas proceden de una piedra».

O pensar:

«Soy semejante en todo a la loba o a la yegua; me uno carnalmente como los animales, animalescamente engendro y crío;

esta hija mía es fruto de mi instinto animalesco y es un animal como yo…

Y mañana, muerta ella y muerta yo, seremos dos cadáveres que habrán de descomponerse y oler,

y que nunca jamás se habrán de volver a ver»?

Dime, tu corazón de madre, ¿Cuál de los dos razonamientos elegiría?

Valeria responde con firmeza:

–     Desde luego, el segundo no, Señor.

Si hubiera sabido que Fausta no podía corromperse para siempre, mi dolor frente a su agonía habría sido menos cruel,

porque habría pensado:

«He perdido una perla, pero sigue existiendo y la encontraré»

–     Tú lo has dicho.

Cuando he llegado aquí, vuestra amiga me ha manifestado su perplejidad ante vuestra gran pasión por las flores.

Y temía que Yo me pudiera incomodar por ello…

Pero la he tranquilizado diciéndole:

¡A mí también me gustan, así que nos entenderemos muy bien». 

Es más, quisiera elevar vuestra estima de las flores como hago con Valeria respecto a su hija,

a quien – estoy seguro – otorgará aún mayores atenciones ahora que sabe que tiene alma,

que es un soplo de Dios que está dentro de la carne generada por su madre.

Un alma que no muere, y que su madre, si cree en el Dios verdadero, volverá a encontrar en el Cielo.

Pues de la misma forma ahora vosotras observad esta magnífica rosa:

la púrpura que embellece las vestiduras imperiales no es tan espléndida como este pétalo, que deleita no sólo los ojos, por su color,

sino también el tacto, por su suavidad, y el olfato por su perfume.

Observad también esa otra… y ésa… y esa otra…:

la primera es sangre emanada de un corazón; la segunda, nieve reciente; la tercera, pálido oro;

la última parece como si reflejase esta dulce cara infantil que me sonríe apoyada sobre mi pecho.

Se podría decir aún más: la primera se yergue rígida sobre un grueso tallo exento casi de espinas, rojizas sus hojas, como salpicadas de sangre.

La segunda tiene a lo largo del tallo raras espinas en forma de gancho y opacas y pálidas hojas.

La tercera es flexible como un junco, sus hojas son pequeñas y brillantes como si de cera verde se tratase.

La última, con tantas espinas como tiene, parece estar impidiendo cualquier tipo de asalto a su rósea corola:

parece una lima de agudísimas puntas.

Volved vuestro pensamiento hacia esta realidad, pensad: ¿Quién lo ha hecho?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?

¿Qué era este lugar en la noche de los tiempos?

No era nada. Era una agitación informe de elementos.

Dios dijo primero: «Quiero»,

Y los elementos se separaron para reunirse por familias.

Luego tronó otro «Quiero» y se dispusieron con orden: uno en otro, el agua entre las tierras.

Uno sobre otro e1 aire y la luz sobre el planeta ya ordenado.

Otro «Quiero», y comenzaron a existir las plantas,

Y luego las estrellas, y los animales, luego el hombre.

Dios donó sin tacañería las flores y los astros, cual espléndidos juguetes, para gozo del hombre, su predilecto.

Y por último le otorgó la alegría de procrear, no algo que muriese, sino algo que sobreviviese a la muerte por el don de Dios que es el alma.

Estas rosas son expresión de otros tantos deseos del Padre:

su infinito poder se despliega en infinidad de bellezas.

El flujo de mi palabra encuentra impedimento al chocar contra el compacto bronce de vuestra creencia.

De todas formas, espero que, para ser éste nuestro primer encuentro, ya algo nos hayamos entendido.

Ahora es vuestra alma la que debe trabajar con cuanto os he dicho.

¿Tenéis alguna pregunta que hacer? Si es así, hacedlas…

Estoy aquí para aclarar las cosas.

La ignorancia no es motivo de vergüenza.

Lo es, sí, el persistir en la ignorancia cuando se tiene a alguien dispuesto a aclarar las dudas.

Dicho esto, Jesús, como si fuera el más experto de los papás, sale de la pequeña pérgola sujetando a la niñita, que está dando sus primeros pasitos… 

Y quiere ir hacia un surtidor que ondea bajo el sol.

Las damas permanecen en su sitio hablando entre sí en voz baja.

Juana, en pugna con dos deseos, está en el umbral de la pérgola…

Al final Lidia se decide – y tras ella las otras – y va a donde Jesús.

Que ríe porque la niñita pretende agarrar el espectro solar del agua y lo único que coge es luz.

Y no obstante, insiste.

Insiste con todo un piar de polluelo en sus labios de rosa. 

Plautina pregunta:

–     Maestro…

No he entendido por qué has dicho que nuestros maestros no pueden conducir formas de vida buenas, siendo ateos.

Creen en un Olimpo, pero creen.

Jesús explica:

–     Ese creer suyo no es sino una forma externa.

Mientras han creído verdaderamente, como los verdaderos sabios creyeron en aquel Desconocido de que os he hablado.CIELO

En aquel Dios que satisfacía su alma aunque no tuviera nombre, incluso sin conciencia de la voluntad:

mientras han dirigido su pensamiento a este Ente, muy superior…

Muy superior a los pobres dioses llenos de humanidad, de baja humanidad, que el paganismo se ha procurado.

Mientras han hecho esto, necesariamente han reflejado un poco de Dios:

El alma es espejo que refleja, eco que repite.

–     ¿Qué, Maestro?

–     A Dios.

–     ¡Gran palabra es ésa!

–     Es una gran verdad.

Valeria, seducida por el pensamiento de la inmortalidad,

pregunta:

–     Maestro, explícame dónde está el alma de mi hija.

Besaré ese lugar como a un sagrario; la adoraré, dado que es soplo de Dios.  

Jesús explica:

–     ¡El alma!

Es como esta luz que tu Faustita quiere coger y no puede, porque es incorpórea.

Pero que está ahí, como podemos ver Yo, tú y tus amigas.

De la misma forma, el alma es visible en todo aquello que diferencia al hombre del animal.

Cuando tu hijita te diga sus primeros pensamientos, piensa que esa inteligencia es su alma que se revela.

Cuando te quiera, no ya con su instinto sino con su razón, piensa que ese amor es su alma.

Cuando crezca a tu lado hermosa, no tanto de cuerpo cuanto de virtud, piensa que esa belleza es su alma.

Y no adores al alma, sino a Dios, que es el Creador del alma.

A Dios, que de toda alma buena quiere hacerse un trono.

–     ¿Donde está esta cosa sublime?:

¿En el corazón?, ¿En el cerebro

–     Está en el todo que es el hombre.

Os contiene y está en vosotros contenida.

Cuando os deja, sois cadáveres; cuando cae muerta por un delito del hombre contra sí mismo; (con el pecado mortal)

Sois réprobos, estáis separados para siempre de Dios. 

Plautina interviene:

–     ¿Entonces admites que el filósofo que dijo que éramos inmortales, a pesar de ser pagano, tenía razón? 

–     No es que lo admita.

Voy más allá. Digo que es un artículo de Fe.

La inmortalidad del alma, o sea, la inmortalidad de la parte superior del hombre, es el misterio más cierto y consolador del acto de creer.

Es el que nos asegura de dónde venimos, a dónde vamos, de quién somos.

Y disuelve en nosotros la amargura de cualquier tipo de separación.

Plautina piensa profundamente.

Jesús la observa, pero guarda silencio.

Y al final pregunta:

–     ¿Tú tienes alma?

Jesús responde:

–     Sí, ciertamente.

–     Pero, ¿Eres, o no, Dios?

–     Soy Dios, ya te lo he dicho.

Pero ahora he tomado naturaleza de hombre. 

Y, ¿Sabes por qué?

Porque sólo con este sacrificio mío podía resolver los puntos que para vuestra razón son inalcanzables.

Y tras ser abatido el error, liberando el pensamiento, liberar también al alma de una esclavitud que por ahora no te puedo explicar.

Por ello he introducido la Sabiduría en un cuerpo, la Santidad en un cuerpo:

Yo esparzo por la tierra como una semilla la Sabiduría, como polen al viento.

La Santidad se desparramará por el mundo en la hora de la Gracia, como si fuera quebrada la preciosa ánfora que la contenía.

Y santificará a los hombres.

Entonces el Dios Desconocido será conocido.

–     Pero si ya eres conocido…

El que pone en duda tu poder y sabiduría es malo o falso.

–     Soy conocido, pero es como si fuera sólo un amanecer…  

Con el Bautismo de fuego, del Espíritu Santo

 La meridiana habrá plena cognición de Mí. 

–     ¿Cómo será tu mediodía?

¿Un triunfo? ¿Lo veré yo?

–     Verdaderamente será un triunfo.

Y tú lo presenciarás porque sientes náusea de lo que conoces y apetito de lo que desconoces…

Tu alma tiene hambre.

–     ¡Es verdad!

Es de verdad de lo que tengo hambre.

–     Yo soy la Verdad.

Yo soy el Camino, la verdad y la Vida

–     Date entonces a la hambrienta.

–     Basta con que vengas a mi mesa.

Mi palabra es pan hecho con verdad.

Lidia está muy asustada…

Y pregunta:

–     ¿Qué dirán nuestros dioses si los abandonamos?

¿No se vengarán de nosotros?

–     Mujer: ¿Has visto alguna vez una mañana neblinosa?

Los prados se pierden detrás del vapor que los oculta. Viene el sol y el vapor desaparece. Y los prados resplandecen más hermosos.

Pues vuestro dioses no son sino niebla del pobre pensamiento humano que, ignorando a Dios, pero al mismo tiempo necesitando creer…

El Señor es mi Luz y mi Salvación…

La Fe es el estado permanente y necesario del hombre, se ha creado este Olimpo, verdadera fábula sin fundamento alguno.

Vuestros dioses, de la misma forma, cuando salga el Sol, Dios verdadero; desaparecerán de vuestros corazones sin poder causar mal alguno, porque no tienen existencia.

–     Tendremos que escucharte todavía mucho.

Nos encontramos completamente ante lo desconocido. Todo lo que dices es nuevo.

–    ¿Te causa repulsión?

¿Te es imposible aceptarlo?

Plautina responde con seguridad:

–     No.

Me siento más orgullosa de lo poquísimo que ahora sé, y que César no sabe, que de mi nombre.

–     Pues persevera.

«Os dejo con mi paz».

Juana esta desolada.

–     ¿Pero, cómo?

¿No te quedas más tiempo, Señor? – 

–     No.

Tengo muchas cosas que hacer…

–     ¡Yo que quería manifestarte una cosa que me aflige!…

Jesús, que ya se estaba marchando tras el respetuoso saludo de las romanas,

se vuelve y dice:

–     Ven hasta la barca, así podrás hablarme de lo que te aflige.

Juana lo acompaña,

y dice:

–     Cusa me quiere mandar un tiempo a Jerusalén.

Esto me duele.

Lo hace porque no me quiere seguir viendo relegada, ahora que estoy curada…

–     Tú también te creas nieblas inútiles.

Jesús ya ha puesto un pie en la barca.

–     Si pensaras que así puedes recibirme en tu casa…

O seguirme con mayor facilidad, estarías contenta.

Y dirías: «La Bondad ha pensado en nosotros».

–     ¡Es verdad, Señor!

No tenía esto en cuenta.

–     ¿Ves?

Obedece como una buena esposa.

La obediencia te aportará el premio de tenerMe para la próxima Pascua y el honor de ayudarme a evangelizar a tus amigas.

¡La paz sea siempre contigo!

La barca se separa del embarcadero y así todo termina.

34 EVANGELIO DE LA FE

34 CONOCER A DIOS, ES EMPEZAR A AMARLO

Dice Jesús:

¿Y ahora? ¿Qué deciros ahora, almas que sentís morir la Fe?

Estos Sabios de Oriente no disponían de nada que los confirmara en la verdad; nada sobrenatural.

Sólo tenían el cálculo astronómico y la propia reflexión, perfeccionada por una vida íntegra.

Y con todo, tuvieron fe. Fe en todo:

Fe en la ciencia, Fe en la conciencia, Fe en la bondad divina.

En la ciencia, en cuanto que creyeron en el signo de la estrella nueva, que no podía sino ser «ésa», la que la humanidad desde hacía siglos estaba esperando: el Mesías.

En la conciencia, en cuanto que tuvieron Fe en la voz de la misma; la cual, recibiendo «voces» celestes, les decía:

«Esa estrella es la que signa la venida del Mesías». 

En la bondad, en cuanto que tuvieron Fe en que Dios no los engañaría.

Y en que, dado que su intención era recta, los ayudaría en todos los modos para alcanzar el objetivo.

Y lo lograron.

Sólo ellos, entre tantos otros estudiosos de los signos, comprendieron ese signo, porque sólo ellos tenían en el alma el ansia de conocer las palabras de Dios con un fin recto,

cuyo principal pensamiento consistía en dar enseguida a Dios honor y gloria.

No buscaban el provecho personal.

Antes bien, les esperaban dificultades y gastos.

Y no piden compensación humana alguna. Piden solamente que Dios se acuerde de ellos y los salve para la eternidad.

De la misma forma que su pensamiento no está puesto en ninguna compensación humana posterior; tampoco tienen cuando deciden el viaje, ninguna preocupación humana.

Vosotros habríais hecho mil cavilaciones:

«¿Cómo me las voy a arreglar para hacer un viaje tan largo por países y entre gentes de lenguas distintas?

¿Me van a creer, o, por el contrario, me encarcelarán por espía? ¿Qué ayuda me van a ofrecer cuando tenga que pasar desiertos, ríos, montes?

¿Y el calor? ¿Y el viento de los altiplanos?

¿Y las fiebres pantanosas de las zonas palúdicas? ¿Y las riadas dilatadas por las lluvias? ¿Y las comidas distintas?

¿Y el lenguaje distinto? Y… y.. y».

Así razonáis vosotros. Ellos no razonan así.

Dicen, con sincera y santa audacia: «Tú, ¡oh Dios!, lees nuestro corazón y ves qué fin perseguimos. Nos ponemos en tus manos.

Concédenos la sobrehumana alegría de adorar a tu Segunda Persona hecha Carne para la salud del mundo».

Ello es suficiente.

Se ponen en camino desde las lejanas Indias. (Jesús me dice luego que con ‘Indias» quiere decir Asia meridional, donde ahora están Turquestán, Afganistán y Persia).

Se ponen en camino desde las cadenas montañosas mongólicas, en cuyo espacio se mueven, libérrimos, sólo águilas y buitres, donde Dios habla con el fragor de los vientos y de los torrentes…

y escribe palabras de misterio en las inmensas páginas de los casquetes glaciares.

Se ponen en camino desde las tierras en que nace el Nilo…

Y discurre, vena verde-azul, hacia el corazón azul del Mediterráneo.

Ni picos, ni zonas selvosas, ni arenas, océanos secos y más peligrosos que los marinos, detienen su paso.

Y la estrella brilla sobre sus noches, negándoles el sueño.

Cuando se busca a Dios, los hábitos animales deben ceder ante los anhelos impacientes y las necesidades suprahumanas.

Reciben la estrella desde septentrión, desde oriente y desde meridión…

Y por un milagro de Dios, avanza para los tres hacia un punto; como también, por otro milagro, los reúne tras muchas millas en ese punto.

Y por otro les da, anticipando la sabiduría pentecostal, el don de entenderse y de hacerse entender como en el Paraíso, donde se habla una sola lengua: la de Dios.  

Sólo un momento de turbación los sobrecoge: cuando la estrella desaparece.

Ellos — humildes porque eran realmente grandes, no piensan que ello sea debido a la maldad de los demás; porque no habiendo merecido ver la estrella de Dios los hombres corrompidos de Jerusalén,

sino que piensan que ellos son los que se han hecho indignos de Dios.

Y se examinan con temblor y con contrición ya preparada para pedir perdón.

Mas su conciencia los tranquiliza.

Habituadas sus almas a la meditación, tenían una conciencia sensibilísima, afinada por una atención constante,

por una aguda introspección, que había hecho de su interior un espejo en que se reflejaban las más ligeras sombras de los hechos cotidianos.

Habían hecho de su conciencia una maestra, una voz que los advertía y les gritaba ante la más pequeña, no digo falta, sino mirada a la falta, a lo que es humano, a la complacencia de lo que es el ‘yo’.

Y por eso, cuando se ponen frente a esta maestra, frente a este espejo severo y nítido, saben que no les mentirá.

El Espíritu Santo y la conciencia… Hebreos 9, 5-14

Los tranquiliza y recobran el vigor.

«¡Oh, qué dulce el sentir que en nosotros no hay nada que sea contrario a Dios; sentir que Él mira con complacencia al corazón del hijo fiel y lo bendice!

Este sentir produce aumento de Fe y confianza, esperanza y fortaleza, y paciencia.

Es momento de tempestad, mas ésta pasará, porque Dios me ama y sabe que le amo, y me seguirá ayudando»:

esto dicen quienes poseen esa paz que procede de una conciencia recta, reina de todas sus acciones.

He dicho que eran «humildes porque eran realmente grandes».

¿En vuestras vidas, sin embargo, qué sucede?

Que uno, no porque sea grande, sino por su mayor despotismo, cuando se hace poderoso por su despotismo y por vuestra necia idolatría, no es jamás humilde. 

Existen pobres desgraciados que, por el solo hecho de ser mayordomos de un déspota, conserjes en algún organismo, funcionarios de un arrabal,

a fin de cuentas al servicio de quien los ha hecho lo que son, se dan aires de semidioses.

¡Bueno, pues dan pena!…

Ellos, los tres Sabios, eran realmente grandes; en primer lugar por virtudes sobrenaturales,

En segundo lugar, por ciencia. y por último, por riqueza.

Y no obstante se sienten nada: polvo sobre el polvo de la tierra, respecto al Dios altísimo, que crea los mundos con una sonrisa suya,

y los esparce como granos de trigo para saciar los ojos de los ángeles con collares hechos de estrellas.

Salmo 19, 1

Se sienten nada respecto al Dios altísimo que ha creado el planeta en que viven, y que lo ha hecho variado, colocando, cual Escultor infinito de obras inmensas;

aquí, con un toque de su pulgar, una corona de suaves colinas, allá una cadena de cumbres y de picos semejantes a vértebras de la tierra;

de este cuerpo desmesurado cuyas venas son los ríos; pelvis, los lagos; corazones, los océanos; vestiduras, los bosques;

velos, las nubes; ornatos, los glaciares de cristal; gemas, las turquesas y las esmeraldas, los ópalos y los berilos de todas las aguas que cantan,

con las selvas y los vientos, el gran coro de alabanzas a su Señor.

Se sienten nada en su sabiduría respecto al Dios altísimo de quien les viene y que les ha dado ojos más potentes que esas dos pupilas por las que ven las cosas:

ojos del alma que saben leer en las cosas esa palabra no escrita por mano humana, sino grabada por el pensamiento de Dios. 

Se sienten nada en su riqueza: átomo respecto a la riqueza del Dueño del universo, que disemina metales y gemas en los astros y planetas. 

Y riquezas sobrenaturales, inagotables riquezas, en el corazón de aquel que le ama.

Y llegados ante una pobre casa de la más mísera de las ciudades de Judá, no menean la cabeza diciendo: «Imposible»,

sino que se inclinan reverentes, se arrodillan, sobre todo con el corazón…

Y ADORAN. 

Ahí, detrás de esas paredes, está Dios.

Ese Dios que siempre invocaron, sin atreverse ni por asomo, a esperar que podrían verlo.

Le invocaron, más bien, por el bien de toda la humanidad, por «su propio» bien eterno.

¡Ah, sólo esto soñaban para ellos: poder verlo, conocer, poseerlo en la vida que no conocerá ni alboradas ni ocasos!

Él está ahí, tras esas pobres paredes.

¿Quién sabe si quizás, su corazón de Niño, que es el corazón de un Dios, no siente estos tres corazones que vueltos hacia el polvo del camino tintinean:

«Santo, Santo, Santo. Bendito el Señor, Dios nuestro. Gloria a Él en los Cielos altísimos y paz a sus siervos. Gloria, gloria, gloria y bendición»?

Ellos se lo preguntan con temblor de amor.  

Y, durante toda la noche y la mañana siguiente preparan, con la más viva Oración, su espíritu; para la comunión con el Dios-Niño.

No se dirigen a este altar, regazo virginal sobre el que está la Hostia divina; como hacéis vosotros, o sea, con el alma llena de preocupaciones humanas.

Se olvidan del sueño y de la comida, toman las vestiduras más bellas, no por humana ostentación, sino por honrar al Rey de los reyes.

En los palacios de los soberanos, los dignatarios entran con las vestiduras más bellas.

¿No debían acaso, ellos ir a donde este Rey con sus vestiduras de fiesta?

¿Y qué fiesta mayor que ésta para ellos?

En sus lejanas patrias, muchas veces tuvieron que ataviarse elegantemente por otros hombres de su mismo rango; para festejarlos u honrarlos.

Era justo pues, humillar ante los pies del Rey supremo púrpuras y joyas, sedas y plumas preciosas.

Era justo poner a sus pies, ante sus delicados piececitos, las telas de la Tierra, las gemas de la Tierra, plumajes, metales de la Tierra, para que estas cosas de la Tierra — son obras suyas — adorasen también a su Creador.

Y se hubieran sentido felices si la Criaturita les hubiera ordenado que se extendieran en el suelo haciendo una alfombra viva para sus pasitos de Niño…

Y los hubiera pisado Él, que había dejado las estrellas por ellos, que sólo eran polvo, polvo, polvo…

Eran humildes y generosos.

Y obedientes a las «voces» que venían de lo Alto.

Tales «voces» ordenan llevar presentes al Rey recién nacido.

Y ellos llevan los presentes.

No dicen: «Es rico y por tanto no lo necesita. Es Dios y por tanto no conocerá la muerte».

Obedecen.

Y son ellos los primeros en ayudar al Salvador en su pobreza.

Y ¡Qué providente era ese oro para quien en un futuro próximo sería un fugitivo!

¡Cuánto significado tenía esa resina para quien a en poco tiempo sería asesinado!,

¡Qué pío ese incienso para quien había de sentir el hedor de las lujurias humanas en ebullición, en torno a su pureza infinita!

Humildes, generosos, obedientes, respetuosos unos con otros.

Las virtudes engendran siempre otras virtudes.

De las virtudes orientadas a Dios proceden las virtudes orientadas al prójimo.

Respeto, que a fin de cuentas es caridad.

Defieren al más anciano hablar por los tres.

Y ser el primero en recibir el beso del Salvador y en llevarlo de la mano.

Los otros podrán volverlo a ver, pero él no. Es viejo.  

Cercano está ya su día de regreso a Dios.

A este Cristo lo verá, tras su espantosa muerte.

Y lo seguirá por la estela de los salvados en el regreso al Cielo, mas no lo volverá a ver en esta Tierra.

Quédele, pues, como viático, el calorcito de esta diminuta mano que se abandona en la suya ya rugosa.

Y los demás no tuvieron ninguna envidia del sabio anciano; antes bien, aumentó su veneración por él.

En efecto, había merecido más que ellos y durante más tiempo.

El Dios-Infante esto lo sabía.

La Palabra del Padre todavía no hablaba, pero su acto era ya palabra.

¡Bendita sea esta palabra suya, inocente, que designa a éste como su predilecto!

Mas hay, todavía, hijos, otras dos enseñanzas en esta visión:

Cómo José sabe estar dignamente en «su» puesto.

Está presente como custodio y tutor de la Pureza y de la Santidad, pero sin usurpar sus derechos. 

María con su Jesús, es quien recibe dones y palabras.

José exulta por Ella y no se siente herido de ser una figura secundaria.

José es un justo, es el Justo.

Y es justo siempre…

Y en este momento también lo es.

No se embriaga con los vapores de la fiesta.

Permanece humilde, justo.

Se alegra de esos regalos.

No por él mismo, sino pensando que con ellos va a poder hacerles más cómoda la vida a su Esposa y a su dulce Niño. 

En José no hay avaricia.

Es un trabajador y va a seguir trabajando.

Pero otra cosa es que «Ellos», sus dos amores, puedan vivir con desahogo y comodidad.

Ni él ni los Magos saben que esos regalos van a ser útiles para una fuga…

Para una vida en el exilio, en las que los haberes se disipan como una nube bajo la acción del viento,

Y para regresar a la patria, tras haber perdido todo:

clientes, mobiliario, enseres; sólo con las paredes de la casa, que Dios la protegería porque en ese lugar Él se había unido a la Virgen y se había hecho Carne.

José es humilde — él, que es custodio de Dios y de la Madre de Dios y Esposa del Altísimo — hasta el punto de sujetar el estribo a estos vasallos de Dios.

Es un pobre carpintero, debido a que el despotismo humano, ha despojado a los herederos de David de sus regios haberes…

Pero sigue siendo de estirpe real y posee rasgos de rey.

De él hay que decir también:

«Era humilde porque era realmente grande».

Ultima, delicada, indicativa enseñanza.

Es María quien toma la mano de Jesús, que todavía no sabe bendecir…

Y la guía en el gesto santo. 

Es siempre María la que toma la mano de Jesús y la guía.

Y ahora sucede lo mismo.

Ahora Jesús sabe bendecir, pero a veces su mano traspasada cae cansada y desesperanzada…

Porque sabe que es inútil bendecir.

Vosotros destruís mi bendición.

Cae también indignada, porque vosotros me maldecís.

Y entonces es María la que retira el desdén de esta mano besándola.

Con tu Rosario Madrecita, convertido en la Red Divina de la salvación, te entrego con cada Ave María, LAS ALMAS DE…

¡Oh, el beso de mi Madre!

¿Quién podría resistir a ese beso? 

Luego toma con sus finos dedos finos, pero ¡Cuán amorosamente imperiosos! mi muñeca…

Y me fuerza a bendecir.

No puedo decir que NO a mi Madre.

Pero tenéis que ir a Ella para hacerla Abogada vuestra.

Ella es mi Reina antes de ser vuestra Reina.

«Hijo, ya se les acabó el vino…»

Y su amor por vosotros guarda indulgencias que ni siquiera el mío conoce.

Y Ella, incluso sin palabras, sólo con las perlas de su llanto y con el recuerdo de mi Cruz…

Cuyo signo me hace trazar en el aire, toma la defensa de vuestra causa recordándome:

«Eres el Salvador. Salva».

He aquí, hijos, el «Evangelio de la Fe» en la aparición de la escena de los Magos.

Meditad e imitad, para bien vuestro.