74.- EL INCENDIARIO
Cuando regresó el buen tiempo, se anunció que los Juegos proseguirán.
El día del espectáculo, millares de espectadores llenaron el Circo desde muy temprano.
El César llegó pronto acompañado por sus cortesanos y las vestales.
Para el inicio fue anunciado un combate entre cristianos, a los cuales ataviaron como gladiadores y provistos de toda clase de armas que usan los verdaderos gladiadores, tanto para atacar como para defenderse.
Pero sucedió algo inesperado para los asistentes:
Los cristianos arrojaron al suelo de la arena, escudos, redes, tridentes y espadas. Se arrodillaron a orar y a cantar sus himnos.
Y los del público se indignaron.
Entonces el César ordenó que soltaran los perros molosios y éstos los destrozaron muy rápido.
Cuando los despojos que quedaron, fueron retirados de la arena y los animales saciados, también fueron sacados.
El espectáculo tomó una faceta diferente.
Fue una serie de cuadros mitológicos, idea del propio César.
Y así la concurrencia pudo ver a Hércules cumpliendo con los Doce Trabajos y ardiendo con la túnica de Neso.
Marco Aurelio se estremeció ante el pensamiento de que hubiesen dado el papel de Hércules a Bernabé.
Pero fue evidente que lo tienen reservado para algo más impactante y aún no ha llegado el turno al fiel servidor de Alexandra, porque el que arde en la pira es otro cristiano, desconocido para el joven tribuno.
A Prócoro, el César no le perdonó la asistencia y tuvo que ver a varios conocidos suyos en la siguiente representación.
El anciano que diera a Prócoro el significado del signo del pescado y que le puso sobre la pista de Alexandra, representó a Dédalo y su hijo desempeñó el papel de Ícaro.
Ambos fueron levantados por un ingenioso mecanismo y enseguida lanzados a la arena hasta una gran altura.
El joven cayó tan cerca del pódium del César, que la sangre salpicó no solo los adornos exteriores, sino también la púrpura que cubre el frontis del palco imperial.
Prócoro cerró los ojos y no vio la caída. Pero oyó el sordo golpe del cuerpo al rebotar en el suelo y cuando abrió los ojos, vio que la sangre le había salpicado sus finas vestiduras.
Y estuvo a punto de desmayarse otra vez.
Los cuadros cambian rápidamente: las sacerdotisas de Cibeles, Las Danaides, Dirce, Pasifae, etc.
Son jovencitas muy tiernas todavía y la gente aplaude al verlas partidas por la mitad, destrozadas y descuartizadas por las bestias desbocadas.
La plebe aplaude delirante las nuevas ideas de Nerón, quién se siente muy ufano y feliz, con las aclamaciones que recibe.
Y se recrea en su ingenio y su crueldad, disfrutando aquellas escenas sangrientas y las postreras convulsiones de sus víctimas.
Luego se suceden otros cuadros, tomados de la historia de la ciudad.
Después del martirio de las vírgenes, representaron el espectáculo de Muscio Escévola cuya mano atada a un trípode sobre una hoguera todos vieron achicharrarse…
Pero Sergio permaneció sin dar un solo gemido, con el rostro levantado al cielo y extasiado en la Oración… No se dio cuenta cuando lo degollaron.
Luego arrastraron su cadáver al Spolarium y se dio la señal para el intermedio.
Y empezó el banquete. Bebidas refrescantes, carnes, dulces, vino, queso, aceitunas, pan y fruta.
El pueblo devora y aclama la munificencia del César. Satisfecha el hambre y la sed, dio principio la distribución de billetes de lotería.
Y empezó una verdadera batalla campal.
Entre la plebe se amontonan, se dan golpes y pisotones. Saltan sobre las graderías, se lanzan objetos, hay gritos, maldiciones, insultos y blasfemias.
Lo cual se explica: porque el que resulte ser uno de los afortunados ganadores de un número privilegiado, pronto se convertirá en dueño de una casa con jardín, de un esclavo, de un espléndido y valioso traje, de una joya…
O de una fiera que se puede vender al Anfiteatro y se convierte así en un premio en efectivo.
A veces es tal el motín, que se hace necesaria la intervención de los pretorianos.
Y sucede que tienen que sacar a personas con las piernas o los brazos fracturados.
Y hasta hay quién ha llegado a morir, aplastado en medio de estos tumultos.
Nerón se divierte mucho con estas trifulcas.
Cuando comenzó el intermedio, también él pasó a un salón, donde le esperaba un espléndido banquete y lo disfrutó acompañado de sus cortesanos favoritos.
Mientras tanto una multitud de esclavos, empezó a cavar hoyos en hileras a corta distancia unos de otros, en la mitad de la extensión de la arena.
Y los dispusieron de tal forma, que la última quedó a unos cuantos pasos del pódium imperial.
En la otra mitad de la arena se dispuso que unos grupos de cristianos, fueran arrojados a los leones.
Los preparativos al nuevo suplicio se hacen con gran celeridad.
Terminado el intermedio, se abrieron todas las puertas.
Y hacen entrar a empellones y golpes de flagelo, a otros grupos de cristianos desnudos llevando cruces.
Tanto éstas como las víctimas, están adornados con flores.
Los verdugos extienden a las víctimas y empiezan a clavar manos y pies.
Se oye el resonar de los martillos, que repercuten por todo el Anfiteatro.
Taladrando los maderos, los oídos y los corazones.
Como éste es un martirio lento, en el que la muerte puede durar días, Nerón decretó que les quebrasen las piernas.
Entre las víctimas se encuentra Lautaro.
Los leones no lo mataron la primera vez, así que éste es su segundo martirio: la Crucifixión.
Cuando supo el suplicio que los esperaba, había dicho a los cristianos:
– ¡Demos gracias a nuestro Redentor, que nos ha concedido el privilegio de compartir sus tormentos de una manera total!
¡Alabemos al Padre que con esto nos convierte en sus verdaderos hijos!…
Y mientras los verdugos continúan clavando a sus indefensas víctimas, nuevamente el canto brota de aquellas criaturas martirizadas.
Todos escuchan asombrados el himno que se levanta jubiloso:
¡Aleluya!
Aclamen al Señor, Tierra entera
Sirvan a Jesús con alegría
Lleguen a Él sus cantos de gozo.
Sepan que Jesús es Dios Todopoderoso
Él nos creó. A ÉL pertenecemos.
Somos su pueblo y ovejas de su aprisco.
Entren por sus puertas dando gracias
Avancen por sus atrios entre himnos
Denle gracias y bendigan el Nombre de Jesús.
Porque el señor es Bondadoso
Su amor dura por siempre
Y su fidelidad por todas las generaciones.
Mi alma suspira y se consume
Por estar en los atrios del Señor
Mi corazón y mi carne lanzan gritos
Con anhelo de ver al Dios Viviente.
Felices los que habitan en tu casa
Y te alaban sin cesar
Dichosos los que en Ti encuentran sus fuerzas
Y les gusta subir hasta tu Templo.
Dios es nuestra defensa y fortaleza
Él da Perdón y Gloria
¡Jesús, oh, Dios de los Cielos
Feliz el que en Ti pone su confianza!
Las risas y los gritos de la multitud se fueron callando al escuchar aquel coro insólito que los deja desconcertados y perplejos.
Ellos han venido para contemplar las agonías de una muerte en medio de un suplicio atroz.
Y lo único que se oye además de los martillazos, es aquel himno glorioso…
Cuando todas las cruces han sido levantadas, el canto termina y solo queda un gran silencio.
La gente no sabe cómo reaccionar ante lo que está presenciando.
Hasta el mismo César está un poco descontrolado y juguetea nervioso con su collar de rubíes, mientras su semblante no logra ocultar un aire de inquietud…
El crucificado que está frente a él, es Lautaro, que lo mira fija y severamente…
Mientras dice con voz fuerte y sonora:
– Yo veo los Cielos abiertos, pero también está abierto el profundo Abismo Infernal…
Al que serás arrojado por tu maldad. ¡Oh, Perverso! ¡Ay de ti!…
¡Arrepiéntete de tus crímenes! ¡Matricida! ¡Ay de ti!…
El César se estremeció.
Los augustanos, al escuchar esta injuria lanzada al rostro del ‘divino’ Amo del Mundo, en presencia de millares de espectadores, contuvieron el aliento…
Y el público se paralizó.
Para desgracia de Nerón, Lautaro NO había terminado…
Y su voz aumentó su potencia:
– ¡Ay de ti! ¡Asesino de tu padre, de tu esposa, de tu hermano!
¡Ay de ti, Anticristo! ¡El Abismo y los Infiernos están ya abiertos bajo tus pies! ¡Arrepiéntete!…
Y enseguida pronuncia la tremenda profecía:
¡Ay de ti, porque morirás temblando de terror, por no poder escoger tu propia muerte.
Pues tu propio pueblo te sentenciará con el suplicio de los parricidas y serás condenado por toda la eternidad!…
¡Ay de ti, genocida cruel! ¡Asesino perverso! ¡Has colmado la medida y también para ti ha llegado la hora de tu horrendo castigo!
¡Satanás te espera y pagarás tus crímenes y tu maldad contra los inocentes!
Ya está sobre tu cabeza la espada de la Justicia Divina…
¡Perderás tu imperio más pronto de lo que imaginas!…
Una flecha silva en el aire y se clava en el pecho de Lautaro.
Uno de los arqueros del emperador obedeció la orden de Tigelino, para callar la voz del sacerdote cristiano.
Lautaro dice:
– Señor Jesús… Recibe mi espíritu… te…
Su cabeza cae sobre su pecho y el mártir expira…
Nerón se ha puesto de pie, temblando de indignación.
Hace una señal a Tigelino…
Las fieras son soltadas y empieza una nueva carnicería.
Después de un largo silencio en el Pódium, que nadie se atreve a romper…
Prócoro dice al César:
– Señor. El mar es hermoso y apacible. Vámonos a Acaya. Allí te aguarda la gloria de Apolo.
Las coronas y los triunfos te están esperando. El pueblo te adorará y los dioses te glorificarán como su igual…
Mientras que aquí, ¡Oh, señor!… –sus palabras se vuelven ininteligibles, porque un violento temblor lo invade y le impide continuar.
El emperador contestó:
– Partiremos cuando hayan terminado los Juegos.
Sé que aún hay muchos que piensan que los cristianos son víctimas inocentes y lo dicen.
No puedo alejarme porque después todo mundo repetirá eso. ¿Qué es lo que temes?
Nerón dijo estas palabras frunciendo el ceño y mirando fijamente al griego.
Pero su sangre fría es solo aparente. También a él le infundieron pavor las palabras de Lautaro.
Y al regresar al Palatino, las recordará con vergüenza, con rabia y con miedo.
Babilo que es muy supersticioso y que ha escuchado este diálogo, miró a su alrededor…
Y dijo con voz misteriosa:
– Divinidad, escucha las palabras de este viejo. Hay algo peligroso en esos cristianos.
Sus sacerdotes también son augures y ….
La Deidad que adoran les da una muerte extraordinaria, pero puede ser también una deidad vengativa y…
Nerón replicó al punto:
– No he sido yo quién dispuso los Juegos, sino Tigelino.
Al escuchar la respuesta de Nerón,
Tigelino dijo desafiante:
– ¡Ciertamente! Yo fui. Y también Haloto. Y me río de todos los dioses cristianos.
Babilo es una vejiga llena de supersticiones y este valiente griego, es capaz de morirse de miedo ante una gallina que erice las plumas en defensa de sus polluelos.
Nerón replicó con sequedad:
– Así es en efecto. Pero de ahora en adelante, ordena que les corten la lengua a esos cristianos.
Haloto confirmó:
– El fuego les pondrá restricción, ¡Oh, divinidad!
Prócoro gimió:
– ¡Ay de mí!
Pero el César, a quien la insolente confianza de Tigelino le ha dado nuevos bríos, empezó a reír…
Y dijo señalando al viejo griego:
– ¡Mirad a este descendiente de Aquiles!
Y verdaderamente el aspecto de Prócoro es lamentable.
Sus escasos cabellos se han vuelto completamente blancos. La expresión de su cara es de terror.
Ha perdido el control y está como aturdido y fuera de sí.
Se queda sin contestar a las preguntas que le hacen.
Luego se encoleriza y se vuelve tan insolente, que los augustanos dejan de lanzarle puyas.
Finalmente grita desesperado:
– ¡Haced de mí lo que queráis, pero yo no iré más a los Juegos!
Nerón lo miró un instante…
Y volviéndose hacia Tigelino, le ordenó:
– Cuida de que este estoico, se halle cerca de mí en los jardines. Deseo ver qué impresión causan nuestras antorchas, en su ánimo.
Prócoro se llenó de terror ante la amenaza que palpita en la voz del emperador.
Y dijo con un hilo de voz:
– ¡Oh, señor! No podré observar nada, porque de noche no veo.
Nerón replicó con una sonrisa mordaz:
– No te preocupes. Estará la noche tan clara, como el día.
Y volviéndose hacia los augustanos empezó a hablar de las carreras que piensa organizar cuando terminen los Juegos.
Petronio se acercó a Prócoro y dándole un golpecito en el hombro, con su bastoncito de marfil…
Le preguntó:
– ¿Recuerdas que te dije que no resistirías?
En lugar de contestar, el griego miró al astrólogo…
Y alargando su mano temblorosa hacia un vaso de vino,
Le dijo:
– Quiero beber.
Pero no pudo llevarlo a los labios.
Entonces Babilo le tomó el vaso y mientras lo ayuda a que pueda beber…
Le pregunta al griego con curiosidad y temor:
– ¿Acaso te están persiguiendo las Furias?
Prócoro dijo temblando:
– No. Pero tengo delante de mí a la Noche.
– ¿Qué dices? ¿De qué noche estás hablando?
– De unas Tinieblas impenetrables que me envuelven, me arrastran y me llenan de pavor.
– No te entiendo.
– Jamás pensé que serían castigados con tanta crueldad…
– ¿Lo sientes por ellos?
– ¿Por qué derramar tanta sangre? ¿Acaso no oíste lo que dijo ése desde la Cruz? ¡Ay de nosotros!…
Babilo contestó en voz baja.
– Sí, lo oí. ¡Pero ellos son incendiarios!
– ¡No es verdad!
– Y enemigos de la raza humana.
– ¡No es verdad!
– Y envenenadores del agua.
– ¡No es verdad!
– Y asesinos de infantes.
– ¡No es verdad!
Babilo lo miró con asombro y exclamó:
– ¿Cómo? ¡Tú mismo lo dijiste delante de todos! Los acusaste y los entregaste en manos de Tigelino.
– Por eso es que ahora la noche me rodea y la muerte viene hacia mí.
¡MENTÍ! Por momentos creo que en realidad ya he muerto… Y también vosotros moriréis.
– ¡No! Son ellos los que están muriendo. Nosotros estamos vivos. Pero dime ¿Qué es lo que ven al morir?
– Ven a Cristo y ven el Cielo donde Él Reina.
– Su Dios. ¿Cómo es su Dios?
Prócoro, en vez de contestar…
Le pregunta a su vez:
– ¿Oíste las palabras del César? ¿Qué clase de antorchas van a arder en los jardines?
– Esas antorchas se preparan envolviendo a las víctimas en ‘túnicas dolorosas’ empapadas en pez y atándolas a los postes a los cuales les prenden fuego.
¡Son antorchas humanas! Quiera el Dios de los cristianos no mandar nuevas desventuras sobre la ciudad.
– ¡Oh, no! Es una pena terrible.
– Oye. ¿Pero en dónde estabas tú?… Hicieron eso el primer día de los Juegos.
– Estuve enfermo. Prefiero presenciar ese castigo, pues en él parece que no hay tanta sangre.
Y Prócoro se estremece con violencia al recordar…
Mientras tanto, los demás augustanos también hablan de los cristianos…
Haloto dijo:
– Son tantos, que bien podrían promover una guerra civil, si se llegaran a armar… Pero mueren como ovejas.
Tigelino replicó mordaz:
– ¡Que intenten morir de otra manera!
Petronio replicó:
– Os estáis engañando a vosotros mismos. Ellos están armados.
Haloto y Tigelino dijeron al mismo tiempo:
– ¡Qué locura!
– ¿De qué?
Petronio contestó:
– De Paciencia.
Lucano preguntó:
– ¿Es una nueva clase se arma?
Petronio los miró a todos y sentenció:
– Ciertamente. Más ¿Podéis decir vosotros, que los cristianos mueren como vulgares delincuentes?
¡NO! Mueren como si los criminales no fueran ellos, sino quienes los han condenado a muerte.
Es decir: nosotros y todo el pueblo romano.
Tigelino respondió con desprecio.
– ¡Qué desvarío!
Petronio le replicó:
– ¡Hic Abdera! (El más tonto de los tontos)
Pero muchos, sorprendidos ante la justicia de esta observación, se miraron unos a otros con asombro…
– ¡Es verdad! ¡Petronio lo ha precisado perfectamente!
Trhaseas dijo:
– ¡Hay algo tan maravilloso en su muerte! Todo es tan original…
Babilo exclamó:
– ¡Os digo que ven a su Divinidad!
Entonces algunos augustanos se volvieron hacia Prócoro…
Y le dijeron:
– ¡Eh viejo, tú que los conoces bien!
– Dinos ¿Qué es lo que ven?…
El griego derramó el vino en su túnica, pues el vaso se le soltó.
Y respondió azorado:
– ¡La Resurrección!
Y comenzó a temblar de tal manera, que todos los que le rodean, soltaron la carcajada…
No había oscurecido aun cuando la gente empezó a acudir a los jardines.
Después de que terminó el espectáculo del Circo, el César llegó hasta la Gran Fuente que está en la entrada de los jardines…
Bajó de su carro con Tigelino de un lado y Prócoro del otro.
Y haciendo una señal a toda su comitiva, se mezcló entre la multitud.
Fue acogido con aplausos y aclamaciones.
Los pretorianos lo rodearon inmediatamente, formando en torno a él un círculo que se llenó de animación, con sus cortesanos y con el pueblo.
El César decidió hacer su recorrido a pie y avanzó hacia donde ya habían empezado a arder, las antorchas humanas de ese día.
Deteniéndose delante de cada una de ellas, empezó a hacer algunas observaciones acerca de las víctimas.
Y a burlarse del griego en cuyo semblante se refleja una desesperación sin límites.
Por último se detuvo frente a un poste decorado con hiedras, mirtos, rosas rojas y blancas.
Las llamaradas envuelven a la víctima y ondean con el suave viento de la noche…
Luego, éste se hace más fuerte y deja al descubierto a un hombre de barba entrecana.
Al verlo, Prócoro lanza una exclamación de sorpresa…
Cae al suelo y se retuerce como una serpiente herida y luego se hace un ovillo.
Finalmente escapa de su boca un grito desgarrador, que está lleno de terror y angustia…
Las palabras brotan incontenibles:
– ¡Mauro! ¡Mauro!…
El hombre parece como si despertase de un ensueño…
Es Mauro el médico.
Quién al oírle le mira con infinita compasión, desde lo alto del mástil flameante.
Frente a él está su verdugo: el hombre que le traicionó, le robó a su familia y le entregó en manos de sus asesinos.
Y al que después de haberle perdonado todo esto, también lo entregó en manos de sus perseguidores.
La víctima arde en aquel poste embetunado.
El culpable de todos sus agravios y su verdugo, está a sus pies, llamándolo…
Prócoro volvió a gritar:
– ¡Mauro! En el Nombre de Jesús, por favor te lo suplico: ¡Perdóname!
Se hizo el silencio alrededor.
Y un estremecimiento recorrió a todos los espectadores de esta dramática escena.
Y todos los ojos se clavan expectantes en el mártir.
Mauro movió su cabeza asintiendo…
Y dijo con voz resonante y fuerte:
– Sí, Nicias. Yo te perdono… y te bendigo…
Y ruego a Dios que Él también te perdone… y te bendiga… Y te lleve a la Luz…
‘Pater Noster’…
Mauro regresa a su éxtasis, mientras repite la Oración Sublime…
Y su rostro vuelto hacia el cielo se vuelve radiante, con una luz más luminosa que la del fuego que lo rodea…
Y las llamaradas lo envuelven nuevamente, escondiéndolo a las miradas fascinadas…
Prócoro cayó con el rostro en tierra y lloró con un llanto inconsolable.
Después de unos momentos se levantó y su semblante se ha transformado.
Alza su mano derecha y grita con una voz tan potente…
Que casi todos los reunidos en aquel parque lo escuchan:
– ¡Pueblo Romano! ¡Os juro por mi muerte!…
¡Que están pereciendo aquí, víctimas inocentes!
¡AHÍ TENÉIS AL INCENDIARIO!
Y señaló a Nerón…
Sobrevino un silencio sepulcral y los cortesanos quedaron paralizados.
Prócoro siguió parado, firme y acusador…
Todos los ojos se clavaron en el augustano erguido, con el brazo extendido y tembloroso.
Y el dedo señalando al César…
Inmediatamente se sucedió un tumulto.
El pueblo con el ímpetu de un huracán, se precipitó hacia el viejo queriéndolo tocar…
Y se oyeron distintos gritos simultáneos:
– ¡Arréstenlo!
– ¡Ay de nosotros!
– ¡El Dios de los cristianos se vengará!
– ¡Matricida!
– ¡Asesino!
– ¡Incendiario!
– ¡Que los dioses te castiguen!
Todo esto entre una tempestad de silbidos, gritos y maldiciones.
Y airadas injurias repetidas y dirigidas al César.
Inmediatamente los pretorianos se apretuaron, formando una valla protectora alrededor de Nerón.
Mientras la multitud se precipitó sobre los demás integrantes del séquito imperial…
El desorden creció y todos corrieron hacia diferentes lados.
Algunos de los postes que ya se habían quemado por completo, empezaron a caer esparciendo chispas alrededor.
Y aumentando más la confusión…
Un turbión del pueblo arrastró a Prócoro hasta el fondo del jardín.
Los postes consumidos siguieron cayendo en medio de humo, chispas y olor a madera y a carne quemados.
Hasta que todo quedó sumido en la oscuridad.
La multitud alarmada, intranquila y sombría, empezó a retirarse.
Y la noticia corrió como reguero de pólvora, retorcida y exagerada…
Decían algunos que el César se había desmayado.
Otros, que había confirmado la acusación del griego, cayendo en contradicciones y confesando todo.
Otros más, que cayó gravemente enfermo.
Y otros, que lo habían sacado custodiado de los jardines, en carro y que estaba como muerto.
Y aquí y allá, empezó a haber voces de simpatía a favor de los cristianos:
– Si no fueron ellos los incendiarios de Roma,
– ¿Por qué desplegaron en su contra, tanta injusticia y tanta crueldad?
– ¿Por qué hacerlos víctimas de tan horrendas torturas y derramar tanta sangre?
– ¿No se encargarán los dioses de vengar a los inocentes?
– ¡Y cómo apaciguar la justa cólera del Dios de los cristianos!…
La compasión se desbordó hacia los niños que todos vieron morir con tan bárbara ferocidad.
Y esta compasión se transformó en ultrajes al César, a Haloto y a Tigelino….
Los más crueles agentes de Nerón.
Y también se desató otra ola de interrogantes:
– ¿Quién es esa Divinidad que les da esa fortaleza tan increíble?
– ¿Cómo es ese Dios, que los hace enfrentar los tormentos de la forma que lo hacen?
– Y ¿Cómo le hacen para morir así?
– ¿De dónde sacan esa serenidad y esa alegría?
Y volvieron a sus casas sumergidos en una profunda reflexión…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA
67.- LOS VERDADEROS DIOSES…
El espectáculo está finalizando. En los locales situados bajo las gradas del Circo y que sirven para albergar a los gladiadores y a los condenados a muerte, se oye un rumor sordo como de un mar en tempestad y variable en intensidad.
Es un rumor extraño formado por voces humanas y potentes sonidos que no son humanos y sobresalen de los demás.
El lugar se encuentra vacío y en el suelo de granito, en gruesas piedras que sirven de asiento, hay desparramadas diversas prendas de vestir.
De pronto se ilumina vivamente el amplio corredor elíptico.
Y junto con el rumor de muchos pasos, se oyen ayes débiles, de personas que sufren…
Después, he aquí la escena pavorosa…
Precedidos por dos hombres gigantescos y semidesnudos; portando teas encendidas, avanza un grupo de personas sangrantes; parte de ellas sostenidas, otras sosteniéndose y otras más, transportadas del todo.
Aquellos cuerpos destrozados, mutilados, abiertos. Aquellos rostros con mejillas marcadas por heridas atroces, que han dilatado las bocas hasta la oreja.
Han rasgado la mejilla hasta poner al descubierto, los dientes fijados en las mandíbulas; arrancado un ojo que cuelga fuera de su órbita, desprovisto del párpado que ya no existe, como por obra de una brutal ablación.
Aquellas cabezas desprovistas de cuero cabelludo, cual si un instrumento cruel las hubiera descortezado, no tienen ya la apariencia de personas. Constituyen una visión macabra. Una desatinada pesadilla…
Son el testimonio de que en el hombre se oculta la fiera pronta a aparecer y a desfogar sus instintos. Una bestia sedienta de sangre que aprovecha cualquier pretexto que justifique su ferocidad. Aquí el pretexto es la religión y la razón de estado.
La acusación: Incendiarios de Roma. Una calumnia que protege a los verdaderos culpables.
Los cristianos han sido declarados enemigos de Roma y del divino César. Son los que ofenden a los dioses y por ello deben ser torturados.
¡Y vaya que lo han sido! ¡Qué espectáculo!…
Hombres, mujeres, ancianos, chiquillos y jovencitas, yacen ahí hacinados a la espera de morir por las heridas o mediante un nuevo suplicio…
Con todo, a excepción del lamento inconsciente, de aquellos a quienes la gravedad de sus heridas les priva de conocimiento, NO se oye ni una voz de queja.
Los que les han conducido se retiran dejándolos a su suerte…
Y es entonces cuando se ve como los menos heridos, tratan de socorrer a los más graves.
Cómo aquel que a duras penas se tiene en pie, acude a atender a los que mueren. Y el que no puede pararse, se arrastra sobre sus rodillas o se desliza sobre el suelo, en busca del que para él es el más querido o sabe que es más débil en la carne o en el espíritu.
Y quién todavía puede servirse de las manos, procura atender a los que están desnudos, en posturas impropias; cubriéndoles con los vestidos desparramados por el suelo o bien acomodando los miembros de los que están desfallecidos.
Algunas mujeres toman en su regazo a los niños moribundos que lloran de dolor y de miedo.
Otras, se arrastran junto a las jovencitas cubiertas tan solo con sus cabellos sueltos y tratan de cubrir sus cuerpos virginales, con los blancos vestidos que se empapan inmediatamente de sangre…
Y el aire de la estancia se satura de ese olor, que se mezcla con el humo pesado de las antorchas y las lámparas de aceite.
Y en voz baja se intercalan diálogos piadosos y santos.
– ¿Sufres mucho, Clhoe hija mía? –pregunta el anciano Paúl con el cráneo desprovisto de piel, la cual le cuelga por la nuca como una cofia y que ya no puede ver, porque sus ojos son tan solo dos heridas sangrantes.
Le habla a la que fuera una florida esposa y que ahora no es más que un bulto sanguinolento que estrecha contra su pecho desgarrado, con el único brazo que le queda…
En un desesperado gesto de amor, al hijito que succiona la sangre materna, en lugar de la leche que ya no le pueden dar sus pechos lacerados. Pero la madre sonríe con dulzura…
Y Clhoe contesta:
– No, padre mío… El Señor me ayuda… el niño no llora, tal vez no está herido… siento que me busca el pecho… ¿Me encuentro muy herida? Ya no siento una mano y no puedo… no puedo mirar porque no tengo fuerzas para ver… La vida… se me va con la sangre… ¿Estoy tapada, padre mío?…
Paúl responde:
– No sé hija, porque ya no tengo ojos…
Más allá, hay una mujer que se arrastra sobre su vientre y por un desgarro en la base de las costillas, se ve como respiran sus pulmones…
Es Valentina y murmura:
– ¿Me sientes aún, Grace? –pregunta inclinándose sobre una jovencita desnuda y sin heridas; pero con el color de la muerte en su rostro.
Una corona de rosas ciñe todavía su frente, sobre los rubios y largos cabellos desatados. Está semidesmayada… Pero se recobra con la voz y las caricias maternales…
Y hace acopio de todas sus fuerzas para decir:
– ¡Mamá! –Su voz es apenas un murmullo- ¡Mamá! La serpiente me ha apretado tanto… que ya no puedo… abrazarte. Pero la serpiente… nada importa… ¡La vergüenza!... estaba desnuda… todos me miraban… ¡Mamá! ¿Soy virgen todavía?… Aunque los hombres me han visto… ¿Así?… ¿Le agrado aún… a Jesús?…
Valentina le dice con dulzura:
– Estás vestida con tu martirio, hija mía. Yo te lo digo: le agradas aún más que antes…
Grace suplica:
– Sí. Pero… Cúbreme, mamá… Ya no quiero que me vean más… Un vestido, por piedad…
– No te inquietes, mi gozo… Mira, tu mamá se pone aquí y te esconde… ya no puedo buscarte el vestido… porque me muero… sea alabado Jesu…
Y la mujer cae desplomada sobre el cuerpo de su hija, con un borbotón de sangre. Y después de lanzar un gemido, con la postrer respiración se queda inmóvil.
Grace invoca:
– Mi madre se muere… ¿No hay algún sacerdote vivo, para darle la paz?… –Finaliza la jovencita esforzando aún más su voz.
Desde un rincón se escucha una voz:
– Yo estoy vivo todavía. Si me lleváis… –dice el anciano Jonathan con el vientre totalmente abierto.
Varias voces responden desde diferentes puntos, en aquel semioscuro lugar:
– ¿Quién puede transportar a Jonathan a donde están Grace y Valentina?
Nathan un joven moreno alto y vigoroso, contesta:
– Tal vez yo que tengo buenas las manos y aún estoy fuerte. Pero me tendrán que conducir, porque el león me ha arrancado los ojos.
Un jovencito que aún está coronado con rosas, vestido con una toga ensangrentada y poco herido. Es Axel uno de los más ilesos…
Y responde:
– Nathan, yo te ayudo a caminar.
Sean y Dylan, dos hermanos atléticos, en la flor de su virilidad y que también están poco heridos…
Se acercan a Axel y dicen:
– Mi hermano y yo te ayudaremos a transportar a Jonathan.
El anciano sacerdote desventrado, mientras lo transportan con mucho cuidado…
Con agradecimiento, dice:
– Dios os recompense a todos.
Una vez que lo trasladan junto a la mártir, ora sobre ella.
Y aun así agonizante como está, aprovecha la ocasión para encomendar el alma de Leoncio, un hombre que con las piernas descarnadas muere desangrado a su vera… Ora por él…
Y pregunta al ciego que le ha transportado:
– ¿No sabes nada de Riley?
– Ha muerto a mi lado. La pantera, fue al primero que le destrozó el cuello.
Olivia, una jovencita que se desangra lentamente un poco más allá…
Comenta:
– Las fieras actúan con gran celeridad al principio. Pero después, una vez saciadas se limitan a jugar.
Le contesta un anciano como de cincuenta años:
– Demasiados cristianos para tan pocas fieras. –Y Alexander se tapa con un trapo la herida que le dejó abierto el costado, sin lesionarle el corazón.
Santiago, un joven como de veinte años agrega:
– Lo hacen a propósito para gozar después con un nuevo espectáculo.
Gael es un hombre que sostiene con su mano derecha su brazo izquierdo casi desprendido, como resultado de la dentellada de un tigre…
Y moviendo la cabeza continúa:
– Con seguridad que ya lo están planeando ahora…
Un escalofrío sacude a los cristianos…
Y mentalmente oran entregando a Dios todos sus dolores y sus sufrimientos…
Marianne, una mujer que tiene laceraciones por todo el cuerpo, pero que sólo Dios sabe porqué se mantiene con vida y energías, pues el león la arrastró, tomándola y dejándola como los gatos domésticos cuando atrapan su presa y sólo juegan con ella, sin devorarla…
Es una matrona con sus ropas hechas jirones ensangrentados…
Con los que se cubre pudorosamente y está sentada en el piso recargada contra el murallón, pues todo su torso tiene las huellas de las poderosas mandíbulas que la apresaron, fracturándole las costillas y dejando algunos órganos vitales expuestos…
Alaba al Señor enmedio de sus lágrimas y hay gozo y alegría en su voz, cuando manifiesta:
– ¡Bendito sea nuestro Abba Santísimo! Siempre cumple sus Promesas y NO nos abandonó… Desde que nos sacaron a la arena, ví al Espíritu Santo, junto con María siempre presentes… ÉL como Supremo Sacerdote del Calvario y Ella como Corredentora; fueron quienes entregaron a Jesús al Padre…
Y de nuevo ahora… Entregan a las nuevas víctimas, en los sótanos del Circo… Y en la arena…Que es el nuevo Altar consagrado con nuestro sacrificio… Y las unen al Sacrificio Infinito y Perpetuo del Calvario… Bendigamos al Padre y entreguemos al Mundo, para que Dios Único y Trino, recupere a todos sus hijos…
Nuestras oraciones pueden hacerlo, pues hemos unido nuestra donación a la de Jesús y podemos saciar la sed de almas de nuestro Redentor Santísimo… Demos esa alegría a nuestro Padre Celestial y que se consuele su Corazón…
Que Él vea que agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros… ¡Ya lo vísteis! Es hasta este momento que empezamos a tener conciencia de la masacre que han hecho con nosotros y sin embargo…
¡Dichosos los que ya regresaron! Pero más dichosos nosotros… porque… todavía podemos seguir sirviéndoLe.
Preguntémosle que más podemos hacer por Él, para demostrarle que con nuestro pobre amor, también queremos ser absolutos y alegrarlo haciendo lo que su santa Voluntad requiere todavía, de nuestras miserables capacidades…
Correspondamos a su maravillosa Ternura Paternal y pidámosle fuerzas, para el siguiente Martirio. Su Amor nos sostiene y Él lo merece todo, TODO,TODO TODO…
Y sus lágrimas enrojecidas por la sangre, se deslizan por sus mejillas desgarradas por los arañazos de las garras del rey de la selva; pero que están envueltas en el júbilo de la Presencia Divina que la impulsa a orar cantando en una lengua celestial, donada por el Espíritu Santo.
¡La Cruz sigue venciendo!…
Satanás a su pesar, sigue glorificando a Dios… Con su infinito Odio decidido a exterminar el cristianismo y a destruir a los verdaderos dioses…
Hijos de Dios por el Amor que palpita en ellos y que no dejan lugar a la más mínima duda; porque están perdonando y amando, como Jesús amó y perdonó… Y eso ES lo que los convierte en dioses inmortales…
La Oración rinde sus frutos sobrenaturales…
El Padre Celestial las recibe…
Y los ángeles glorifican a Dios en aquella hecatombe que ha sido ofrecida por el mismo Satanás y por su infinito Odio y Envidia, a través de un César desquiciado por la megalomanía…
Y Dios recibe a aquellas creaturas torturadas que Él ama con locura…
Que están siendo ofrecidas a través del Inmaculado Corazón de la Virgen santísima, su Hija Predilecta y el Sacratísimo Corazón de su Amadísimo y Unigénito Hijo…
Y la Santísima Trinidad responde…
Inmediatamente los cristianos sienten dentro de su ser, que los invade una fortaleza sobrenatural…
Y continúan comentando…
La jovencita Jazmín gime:
– ¡Las serpientes, no! ¡Es demasiado atroz!…
Salma confirma:
– Es verdad. Ella se ha deslizado sobre mí, corriéndome sobre el rostro con su lengua viscosa… ¡Oh! He preferido el zarpazo que me ha abierto el pecho, pero matando a la serpiente, al hielo de la misma.
– ¡Oh, no! –y la mujer se lleva sus manos temblorosas y ensangrentadas al rostro.
Mohamed, un hombre al que le falta un brazo y parte del otro, dice:
– Con todo, tú eres anciana. Y las serpientes estaban reservadas para las vírgenes.
Julián, otro herido moribundo agrega:
– Han satirizado nuestros Misterios. Primero Eva seducida por la serpiente y después los primeros días del mundo. Todos los animales…
Gabriel, un joven que está poco herido, agrega:
– Ya. La pantomima del Paraíso Terrenal… Al director del Circo le habrán premiado por ella.
Logan, otro joven que también está poco herido, le contesta:
– La serpiente, después de haber triturado a muchos… se lanzó sobre nosotros hasta que soltaron a las fieras y se ha entablado el combate…
Isadora, una jovencita que es poco más que una niña, gime:
– Nos rociaron con ese aceite y las serpientes huyeron tomándonos por presas de cebo… ¿Qué será ahora de nosotras? Yo solo pienso en la desnudez… Y siento que me muero de vergüenza…
Camila con voz temblorosa, exclama:
– ¡Ayúdame señor, mi corazón vacila!…
Abigail contesta serenamente:
– Yo confío en Él.
Constanza, preocupada comenta:
– Yo quisiera que Kyle viniese por el niño…
Una madre muy joven, que llora sobre lo que fue su hijo y que ahora es solo un puñado informe de carne: un pequeño tronco. Únicamente tronco, sin cabeza ni miembros…
Es Isabella y pregunta:
– ¿Está vivo tu hijo?
Constanza replica:
– Está vivo y sin heridas. Me lo puse detrás de la espalda. Y la fiera me desgarró a mí… ¿Y el tuyo?…
Isabella contesta entre sollozos:
– Su cabecita llena de rizos. Sus ojitos de cielo, sus manitas tan hermosas; sus pequeños pies que apenas estaban aprendiendo a caminar, están ahora en el vientre de una leona… ¡Ah, que era hembra! ¡Y aun sabiendo lo que es ser madre, no supo tener compasión de mí!…
Martín grita:
– ¡Quiero a mi mamá! ¡Quiero a mi mamá! Se ha quedado tirada con mi padre allá en la arena… y yo estoy mal. Mamá me curaría la tripita… –Llora el niño como de cuatro años al que un mordisco o un zarpazo, le han abierto la pared abdominal y agoniza por momentos.
Daniela, una jovencita se sienta a su lado y lo conforta acariciándole con la mano menos herida:
– Ahora irás donde la mamá y te llevarán pequeño Martín, los ángeles del Cielo con tus hermanitos. No llores así.
Pero el niño está tembloroso sobre el duro pavimento…
La joven ayudada por Noha, un hombre que también está poco herido, le toma sobre sus rodillas y lo acuna con ternura hasta que el niño sonríe…
Y ella le dice dulcemente:
– ¿Ves que ya puedes mirar a tu ángel que te espera, para llevarte con Jesús y con mamá?…
Y el niño con júbilo infantil confirma:
– ¡Sí! ¡Jesús me está llamando!… -Y su alegría le hace olvidar el dolor de su atroz herida…
Luego intenta levantarse y extiende los brazos diciendo:
– ¡Mamá! ¡Papá!… ¡Ya voy!… –mientras se dibuja en su rostro una sonrisa radiante…
Y se desploma muerto sobre los brazos de Daniela…
Pero ha quedado con los ojos abiertos y su sonrisa iluminada por una alegría sobrenatural…
Que los que están a su alrededor contemplan con comprensión, sintiendo que su Fe se hace más sólida y firme…
Noha le cierra los ojos y cruza sus bracitos sobre su pecho ensangrentado…
Mientras dice:
– ¡Paz al pequeño Martin!
Todos los cristianos responden:
– ¡Paz!
Jonathan, el sacerdote que está siendo transportado por los dos hermanos que junto con Nathan el que ha quedado ciego y le han trasladado hasta donde está Grace…
Pregunta:
– ¿Dónde está vuestro padre?
Dylan contesta:
– Ha sido pasto del león. Ante nuestros ojos y mientras la fiera le mordía la nuca, nos dijo: ‘¡Perseverad!’…
No dijo nada más, porque su cabeza cayó desprendida.
Sean, el otro hermano le insta:
– Háblanos ahora del Cielo, Jonathan bendito.
El sacerdote sonríe y se yergue lo más que puede:
– ¡Hermanos bienaventurados, rogad por nosotros! ¡Para la última batalla! -¡Para la última perseverancia! ¡Por nuestro amor, hermanos! No temáis. Los que nos precedieron, perfectos ya en el Amor; tanto, que el Señor los quiso en el primer martirio. Son ahora perfectísimos, porque al vivir en el Cielo, conocen y reflejan la Perfección del Señor Altísimo.
Sus despojos que dejamos sobre la arena, son solo eso: despojos. Como los vestidos de los que nos han despojado…
Más ellos están en el Cielo. Sus despojos están inertes acá, pero ellos están vivos. Vivos y activos. Ellos están con nosotros a través de la Comunión de los Santos. No temáis. No os preocupéis de cómo moriréis, ni tampoco de las cosas de la Tierra. Desechad los miedos.
Abrid vuestro corazón a la confianza absoluta y decid: ‘Nuestro Padre que está en el Cielo nos dará nuestro pan diario de Fortaleza, porque sabe que nosotros queremos su Reino y morimos por Él, perdonando a nuestros enemigos…
NO. He pronunciado una palabra pecaminosa.
Nuestros verdugos, NO son enemigos para los cristianos: QUIEN NOS TORTURA ES NUESTRO MEJOR AMIGO; como el que nos ama. O mejor, nos es doblemente amigo, porque nos sirve haciendo que demos testimonio de nuestra Fe en la Tierra y nos cubre con el vestido nupcial para el Banquete Eterno.
Roguemos por nuestros amigos. Por estos amigos nuestros que no saben cuánto les amamos. ¡Oh! ¡En este momento nos asemejamos verdaderamente a Cristo, porque amamos a nuestro prójimo, hasta el punto de morir por Él! Nosotros amamos.
¡Oh, palabra! Nosotros hemos aprendido a ser dioses, porque el amor es Dios y quién ama, es semejante a Dios y verdadero hijo de Dios.
Nosotros amamos evangélicamente, no a aquellos de los que esperamos satisfacciones y recompensas; sino a quienes nos hieren y despojan hasta de la vida. Nosotros amamos con Cristo, diciendo: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Y decimos con Cristo: ‘Es justo que se cumpla el Sacrificio, ya que para eso hemos venido y queremos que se cumpla.’
Y con Cristo decimos a nuestros supervivientes: ahora vosotros estáis doloridos, más vuestro dolor se transformará en gozo, cuando sepáis que estamos en el Cielo. Nosotros os traeremos del Cielo, la Paz en que estaremos.
Digamos pues con Cristo: Cuando hayamos marchado enviaremos al Paráclito, para que realice su misteriosa labor en los corazones de aquellos que no nos han comprendido. Con Cristo confiamos nuestro espíritu no a los hombres, sino al Padre, para que lo sostenga en la nueva Prueba. Amén.
El anciano Jonathan desventrado ha hablado con una voz tan fuerte, tan segura y resonante, que un sano no lo haría así. Y ha trasfundido a todos, su espíritu heroico…
De tal suerte que un cántico dulce, se eleva de aquellas criaturas destrozadas…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA
66.- GLADIADORES CELESTIALES
El sol está en su cenit. La multitud que hasta entonces había estado bulliciosa y alegre, se volvió hosca bajo la influencia del calor.
Y en aquel silencio expectante y siniestro, en casi todos los rostros hay una expresión malhumorada y dura.
Luego salió el mismo hombre vestido de Caronte y esperó…
Atravesó con paso lento la arena y volvió a dar los tres martillazos en la puerta por la cual habían salido los gladiadores.
Y un murmullo recorre todo el Anfiteatro:
– ¡Ahí vienen los cristianos! ¡Los Cristianos!
Rechinaron los enrejados de hierro y se abrieron las puertas y por entre aquellas lóbregas aberturas…
Se oyó el grito:
– ¡A la Arena!
Se volvió a oír el sonido de las trompetas…
Y de aquel oscuro túnel, salió una fila de carretas adornadas con flores y festones blancos, que llevan grupos de jóvenes de ambos sexos, totalmente desnudos, coronados con guirnaldas.
Van tomados de la mano, silenciosos y dignos.
Las carretas tiradas por mulas desfilan lentamente alrededor de la arena, hasta llegar al Podium Imperial.
Se oye el toque penetrante del cuerno y el silencio se hace más profundo todavía…
El rostro del César se distorsiona con una maligna sonrisa al tenerlos frente a sí.
Y esperó…
Pero esperó en vano el saludo de estos gladiadores en particular…
Pues ellos abren sus bocas para entonar un himno que se eleva suave al principio y Glorioso después:
“Pater Noster…”
El asombro se apodera de todos los espectadores mientras el himno resuena grandioso y absolutamente poderoso.
Al concluir la Oración Sublime, continuaron con “Christus Regna”.
Los condenados cantan sus estrofas triunfales con los rostros levantados hacia el Cielo.
Y el público ve aquellos semblantes serenos y llenos de inspiración.
Y todos comprenden que aquellas personas no están implorando compasión…
Porque los cristianos en esos momentos ya no ven ni al Circo, ni a sus espectadores, ni al César. Están físicamente…
Pero al mismo tiempo ¡No están allí!
El Christus Regnat resuena con una modulación cada vez más poderosa…
Y muchos se preguntan:
– ¿Qué significa esto?
– ¿Quién es este Cristo que reina en los labios de estas gentes que van a morir?
El César se sintió despechado y desilusionado.
Se estremece ardiendo por la ira y extendiendo su brazo, vuelve el pulgar hacia abajo, apuntando hacia la tierra.
Y las carretas empiezan a moverse hacia el escenario.
Algunos cristianos jóvenes, son encadenados de sus muñecas, a las argollas de los postes que circundan el círculo.
Una jovencita muy hermosa, que tiene una larga y ondulada cabellera rubia que le llega hasta la cintura, es encadenada al poste que está junto al árbol de las manzanas.
Otro grupo es conducido a donde están las parrillas y los encadenan de los pies, para colgarlos de las argollas y de esta forma quedan suspendidos con la cabeza hacia abajo.
Entre ellos hay un niño pequeño.
Es el único que está vestido con una tuniquita blanca, recamada con finas grecas.
A él también lo suspenden igual. Y con un cinturón de flores a la cintura y otro alrededor de los muslos, le sujetan los brazos a lo largo del cuerpo.
Cuando terminan de llenar de víctimas los asadores, otros son encadenados a los postes en donde está la Cruz, donde han sido colocados trozos de leña, para hacer junto con ellos una hoguera.
Cuando todo está listo, se oye nuevamente el toque de las trompetas…
Y a una señal, las monumentales parrillas son encendidas y su fuego es atizado por los esclavos.
También prenden fuego a la hoguera y pronto éste sube alto, en la base de la Cruz.
El pueblo está estupefacto, pues no se oye un solo lamento.
Por el contrario, un himno se eleva glorioso:
Cantemos jubilosos al Señor Jesús
Aclamemos a la Roca que nos salva
Delante de ÉL, marchemos dando gracias
Aclamémoslo al son de la música.
Porque el Señor es un Dios Grande
El soberano de todos los dioses
En su mano está el fondo de la Tierra
Y suyas son las cumbres de los montes
Suyo es el mar. Él fue quién lo creó.
Y la tierra firme formada por sus manos
Entremos y adoremos de rodillas
Prosternados ante el Altísimo que nos creó
Pues Él es nuestro Dios y nosotros somos su Pueblo
El rebaño que Él guía y apacienta
Canten al señor un canto nuevo
Canten al Señor toda la Tierra
Canten al Señor, bendigan su Nombre Santo
Su salvación proclamen diariamente.
Cuenten a los paganos su esplendor
Y a los pueblos sus cosas admirables
Porque grande es el Señor
Digno del honor y la Alabanza
Más temible que todos los dioses.
Pues son nada esos dioses de los pueblos
El Señor es Quién hizo los Cielos
Hay brillo y esplendor en su Presencia
Y en su Templo belleza y majestad.
Adoren a Jesús todos los pueblos
Reconozcan su Gloria y su Poder
Den al Señor la Gloria de su Nombre
Traigan ofrendas y vengan a su Templo
Póstrense ante Él con santos ornamentos
La Tierra entera tiemble en su Presencia.
El Señor Reina. Anuncien a los pueblos
Él fija el Universo inamovible
Gobierna a las naciones con Justicia
¡Gozo en el Cielo! ¡Júbilo en la Tierra!
¡Resuene el mar y todo lo que encierra!
Salten de gozo el campo y sus productos.
¡Alégrese toda la Creación!…Delante de Jesús
Porque ya viene a juzgar a la Tierra.
Juzgará con Justicia al Universo
Y a los pueblos según su rectitud.
Más o menos a la mitad del Himno, Tigelino ha hecho una señal…
Y se abren las aberturas que han sido preparadas para este propósito, por entre todo el escenario.
Cuando casi ha finalizado el canto, muchos pitones enormes se deslizan hacia las víctimas propiciatorias.
Una que mide casi diez metros sale por detrás del árbol y se enrosca alrededor de la doncella encadenada.
Que con su cara levantada al cielo… Ella sigue entonando aquel himno triunfal.
Hasta que la anaconda la tritura en un mortal abrazo y su voz se extingue al igual que las demás.
Se abren nuevamente las puertas.
Ingresan a la arena el grupo de cristianos vestidos con pieles de fieras.
Y siguiendo las instrucciones recibidas se dividen en dos grupos, que se dirigen a ambos lados del escenario.
Mientras llegan al lugar designado, van cantando también otro himno.
Marco Aurelio al verlos se pone de pie.
Y según lo convenido, se voltea hacia el sitio donde está el apóstol.
Aparentando una tranquila indiferencia, pide a uno de los sirvientes de su comitiva un refrigerio y se vuelve a sentar…
El himno resuena ante todos los espectadores que siguen pasmados y sin asimilar lo que está sucediendo:
Demos gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su Amor.
Al Señor en mi angustia recurrí
Y Él me respondió sacándome de apuros
Si Jesús está conmigo no temeré
¿Qué podrá hacerme el hombre?
El señor es mi Fuerza y es por Él que yo canto
Jesús es para mí la salvación.
El brazo del Señor hizo proezas
El brazo del Señor es Poderoso
El Brazo del Señor hizo prodigios.
No he de morir, sino que viviré
Para contar lo que hizo el Señor
Ábranme pues las Puertas de la Justicia
Para entrar a dar gracias al Señor
Ésta es la Puerta del Señor
Por ella entran los justos.
Te agradezco que me hayas escuchado
Tú fuiste para mí la salvación
La piedra que los constructores desecharon
Se convirtió en la Piedra Angular.
Esto es lo que hizo el Señor. Es una maravilla a nuestros ojos
Este es el día que ha hecho el Señor. Gocemos y alegrémonos en Él,
Danos Señor la salvación. Danos Señor la bienaventuranza.
Tú eres mi Dios y te doy gracias
Dios mío, yo te alabo con mi vida
Den gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su amor.
Aún resuenan las últimas estrofas, cuando se oyen rechinar las puertas del Caniculum…
Y empiezan a salir los leones, uno tras otro. Enormes, castaños, soberbios. Con sus magníficas y grandiosas melenas.
Salen también los tigres de Bengala, majestuosos y bellísimos, junto con las negras y relucientes panteras.
Y todas las demás fieras son lanzadas a la arena paulatinamente.
El César utiliza su esmeralda pulimentada, para ver mejor.
Primero los augustanos y luego la multitud, reciben a los leones con aplausos.
Todos miran alternativamente a los feroces animales y a los cristianos que se han arrodillado mientras cantan.
Con curiosidad morbosa quieren ver que impresión produce en ellos los feroces animales.
Pero tienen que seguir con su asombro.
Nadie se mueve.
Sumergidos en su oración individual parecen no percatarse de los portentosos rugidos de las fieras.
Los leones aunque están hambrientos por llevar varios días sin comer, no se apresuran a lanzarse sobre sus presas.
Están un poco deslumbrados por la luz del sol…
Y también aturdidos por los alaridos de la multitud.
Se desperezan con lentitud.
Abren sus poderosas mandíbulas como un bostezo y luego miran a su alrededor.
Se agazapan como al asecho, se ponen alerta y con un ronco sonido, se lanzan sobre sus indefensas presas…
Y empieza la carnicería.
De feroces dentelladas destrozan los cuerpos y los devoran, mientras brotan torrentes de sangre, de los cuerpos mutilados.
Un león se acerca a un hombre que tiene un niño en los brazos. Con un rugido corto y brusco, atrapa al niño y lo devora.
Mientras que de un solo zarpazo abre al hombre, como si lo hubiera partido a la mitad y con la garra con que le alcanzó el cuello, casi le desprende la cabeza.
El pobre padre ya está muerto, antes de caer al suelo.
En aquel horrendo espectáculo, las cabezas desaparecen entre las enormes fauces abiertas de las fieras, que las cierran de un golpe.
Y algunas aferrando a las víctimas por la mitad del cuerpo, corren con su presa pegando enormes saltos, buscando un sitio propicio donde devorarla mejor.
Marco Aurelio mira aquella masacre con asombro y con cierto sentimiento de culpa.
Al presenciar aquellos martirios tan gloriosos.
Aquellas magníficas confesiones de Fe inquebrantable y aquel heroísmo triunfante.
De aquellas víctimas que él sabe perfectamente que son inocentes de todos los crímenes que les imputan.
Le penetró en el alma un dolor acerbo, porque si el mismo Cristo murió en el tormento para salvarlo también a él…
Y está siendo testigo de cómo miles de cristianos están pereciendo y sufriendo por Él…
Le pareció un pecado el implorar misericordia, pues más bien es él quién debiera estar acompañando a Alexandra, dentro de la prisión.
Y comenzó a orar, pidiéndole a Dios que lo guíe y lo ayude a hacer su Voluntad.
Ensimismado en sus profundas reflexiones, perdió la noción del sitio en el que se encuentra y de todo lo que ocurre a su alrededor.
Por un momento le pareció que la sangre de la arena, se eleva como una ola gigantesca que rebosa fuera del Circo y que inunda Roma entera…
Deja de oír los rugidos de las fieras, los gritos de la gente, las voces de los augustanos…
Hasta que de súbito empezaron a repetir:
– ¡Prócoro se desmayó!
Petronio exclama tocando el brazo de Marco Aurelio:
– ¡Se desmayó el griego!
Y efectivamente, Prócoro Quironio está en su asiento, pálido como la cera con la cabeza echada hacia atrás… Y con la boca abierta como si estuviera muerto.
Lo sacaron fuera del Circo.
El espectáculo se ha convertido en una escalofriante Orgía de Sangre.
Los espectadores están de pie.
Algunos han bajado hasta los pasillos, para ver mejor y se producen así, mortales apreturas.
El césar, con la esmeralda sobre el ojo, contempla con atento deleite, cuanto acontece en la arena.
En el rostro de Petronio hay una expresión de repugnancia y desdén…
Aunque en su interior está impactado y lleno de preguntas sin respuesta…
Pedro está de pie, bendiciendo una y otra vez a las ovejas devoradas del Rebaño.
Nadie le mira, porque todos los ojos están atentos en el sangriento espectáculo.
Mientras bendice, con su corazón desgarrado por el dolor…
Su Oración es clara y dice:
– ¡Oh, Señor! ¡Hágase tu Voluntad! ¡Te ofrezco todo esto por tu Gloria! Te entrego las ovejas que me diste para apacentarlas.
El Adversario quiere exterminarnos. Pero Tú sabes cuales dejarás para que la Iglesia no desaparezca…
Ya están abiertas las Puertas del Cielo, para recibir tu cortejo de mártires gloriosos.
Padre santo fortalece mi espíritu para contemplar esto y seguir haciendo tu Voluntad…
Mientras tanto en el Podium, el César dice unas palabras al Prefecto de los pretorianos.
Tigelino asiente con la cabeza y se dirige al interior del Anfiteatro.
En medio de gritos, lamentos y rugidos, allá entre los espectadores se empiezan a oír risas histéricas, espasmódicas y delirantes, de personas cuyas fuerzas y nervios ya no resistieron tanta barbarie.
El pueblo se horroriza al fin…
Muchos semblantes se han puesto sombríos y varias voces comenzaron a gritar:
– ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta ya!
Se ha colmado la medida.
Pero es más fácil traer las fieras a la arena, que sacarlas de ella.
Más el César ya había previsto el medio apropiado para esa eventualidad…
Un recurso para despejar el Circo, procurando al mismo tiempo, un entretenimiento más.
Por todos los pasillos que hay entre los asientos, se presentan grupos de arqueros numídicos.
Negros como el ébano, con sus cuerpos lustrosos y formidables, ricamente ataviados con joyas de oro y plumas multicolores, armados con arcos y flechas.
El pueblo adivinó que un nuevo espectáculo se aproxima y acoge a los arqueros con alegres aclamaciones.
Los numídicos se acercaron a la barandilla, tomaron sus posiciones para disparar.
Y a una señal comienzan a asaetear a las fieras…
Los cuerpos de los guerreros, fuertes y esbeltos, como si hubieran sido tallados en mármol negro, se doblan hacia atrás, extienden las cuerdas de sus arcos y afinan la puntería.
El zumbido de las cuerdas y el silbar de las emplumadas flechas, al atravesar velozmente el aire, se mezclan con el rugido de los animales heridos de muerte…
Las aclamaciones y la admiración de la concurrencia por su excelente habilidad.
Osos, lobos, panteras y serpientes, van cayendo uno tras otro.
Aquí y allá, los leones y los tigres al sentirse heridos, rugen de dolor y tratan de librarse de la flecha, antes de caer con el estertor de la agonía.
Y las flechas siguen zumbando por el aire, hasta que sucumben todas las fieras, debatiéndose entre las convulsiones postreras de la muerte.
Entonces centenares de esclavos se precipitan en la arena, armados con azadas, escobas, carretillas y canastos para el transporte de las vísceras. Salen en grupos sucesivos y en toda la extensión del Circo. Desplegando una actividad febril y rapidísima.
En pocos minutos, la arena queda despejada de cadáveres. Se extrajo la sangre y el cieno. Se desmanteló el escenario. Se cavó. Se niveló el piso y se le cubrió con una nueva capa de arena.
Luego pusieron en medio un entarimado de regular tamaño. Enseguida penetró una legión de cupidos que esparcieron pétalos de rosas y gran variedad de flores.
Se removió el velarium, ya que el sol había bajado considerablemente y entre el público todos se miraron unos a otros, preguntándose, qué otra cosa seguirá a continuación.
Y en efecto, sucedió lo inesperado…
El César, que había abandonado el Podium unos minutos antes, se presentó de súbito en la florida arena. Le siguen doce coristas con sendas cítaras.
Sostiene en la mano un laúd y se adelanta con paso solemne hasta el entarimado que ha sido decorado para enmarcar su actuación.
Saludó varias veces a los espectadores, alzó la vista al cielo y pareció aguardar un soplo de inspiración. Luego hizo vibrar las cuerdas…
Y comenzó a cantar la Troyada.
Mientras tanto el apóstol Pedro, tomándose la cabeza con sus manos temblorosas, exclamó en voz baja y desde lo más profundo del alma:
– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Señor! ¡Qué pueblo, qué ciudad y qué César!
¡En qué manos has permitido que quede el gobierno del mundo! ¿Por qué has querido fundar tu Iglesia en este sitio?
Y comenzó a llorar.
Las carretas comenzaron a moverse… Sobre ellas han colocado los sangrientos despojos de los cristianos, para ser llevados a las fosas comunes.
Los sobrevivientes son enviados por otro corredor.
Nerón está cantando las últimas estrofas y su voz emocionada tiembla y se le humedecen los ojos…
Y en los de las vestales también hay lágrimas, pues sus versos son una muy sentida alegoría del incendio de Troya.
Y el pueblo que ha escuchado en silencio, permaneció mudo por largos minutos antes de estallar en una prolongada tempestad de aplausos y de clamorosas aclamaciones…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONÓCELA
F39 GLADIADORES CELESTIALES
LA OFRENDA
El sol está en su cenit. La multitud que hasta entonces había estado bulliciosa y alegre, se volvió hosca bajo la influencia del calor. Y en aquel silencio expectante y siniestro, en casi todos los rostros hay una expresión malhumorada y dura. Luego salió el mismo hombre vestido de Caronte y esperó… Atravesó con paso lento la arena y volvió a dar los tres martillazos en la puerta por la cual habían salido los gladiadores.
Y un murmullo recorre todo el Anfiteatro:
– ¡Ahí vienen los cristianos! ¡Los Cristianos!
Rechinaron los enrejados de hierro y se abrieron las puertas. Y por entre aquellas lóbregas aberturas se oyó el grito:
– ¡A la Arena!
Se volvió a oír el sonido de las trompetas…
Y de aquel oscuro túnel, salió una fila de carretas adornadas con flores y festones blancos, que llevan grupos de jóvenes de ambos sexos, totalmente desnudos, coronados con guirnaldas. Van tomados de la mano, silenciosos y dignos.
Las carretas tiradas por mulas desfilan lentamente alrededor de la arena, hasta llegar al Podium Imperial.
Se oye el toque penetrante del cuerno y el silencio se hace más profundo todavía…
El rostro del César se distorsiona con una maligna sonrisa al tenerlos frente a sí. Y esperó…
Pero esperó en vano el saludo de estos gladiadores en particular, pues ellos abren sus bocas para entonar un himno que se eleva suave al principio y Glorioso después:
“Pater Noster…”
El asombro se apodera de todos los espectadores mientras el himno resuena grandioso y absolutamente poderoso.
Al concluir la Oración Sublime, continuaron con “Christus Regna”.
Los condenados cantan sus estrofas triunfales con los rostros levantados hacia el Cielo. Y el público ve aquellos semblantes serenos y llenos de inspiración. Y todos comprenden que aquellas personas no están implorando compasión…
MARTIRIO DE CÁSTULO
Porque los cristianos en esos momentos ya no ven ni al Circo, ni a sus espectadores, ni al César. Están físicamente… Pero al mismo tiempo ¡No están allí!
El Christus Regnat resuena con una modulación cada vez más poderosa y muchos se preguntan:
– ¿Qué significa esto? y ¿Quién es este Cristo que reina en los labios de estas gentes que van a morir?
El César se sintió despechado y desilusionado. Se estremece ardiendo por la ira y extendiendo su brazo, vuelve el pulgar hacia abajo, apuntando hacia la tierra.
Y las carretas empiezan a moverse hacia el escenario.
Algunos cristianos jóvenes, son encadenados de sus muñecas, a las argollas de los postes que circundan el círculo. Una jovencita muy hermosa, que tiene una larga y ondulada cabellera rubia que le llega hasta la cintura, es encadenada al poste que está junto al árbol de las manzanas.
Otro grupo es conducido a donde están las parrillas y los encadenan de los pies, para colgarlos de las argollas y de esta forma quedan suspendidos con la cabeza hacia abajo. Entre ellos hay un niño pequeño. Es el único que está vestido con una tuniquita blanca, recamada con finas grecas. A él también lo suspenden igual. Y con un cinturón de flores a la cintura y otro alrededor de los muslos, le sujetan los brazos a lo largo del cuerpo.
Cuando terminan de llenar de víctimas los asadores, otros son encadenados a los postes en donde está la cruz, donde han sido colocados trozos de leña, para hacer junto con ellos una hoguera.
Cuando todo está listo, se oye nuevamente el toque de las trompetas…
Y a una señal, las monumentales parrillas son encendidas y su fuego es atizado por los esclavos. También prenden fuego a la hoguera y pronto éste sube alto, en la base de la cruz. El pueblo está estupefacto, pues no se oye un solo lamento.
Por el contrario, un himno se eleva glorioso:
Cantemos jubilosos al Señor Jesús
Aclamemos a la Roca que nos salva
Delante de ÉL, marchemos dando gracias
Aclamémoslo al son de la música.
Porque el Señor es un Dios Grande
El soberano de todos los dioses
En su mano está el fondo de la Tierra
Y suyas son las cumbres de los montes
Suyo es el mar. Él fue quién lo creó.
Y la tierra firme formada por sus manos
Entremos y adoremos de rodillas
Prosternados ante el Altísimo que nos creó
Pues Él es nuestro Dios y nosotros somos su Pueblo
El rebaño que Él guía y apacienta
Canten al señor un canto nuevo
Canten al Señor toda la Tierra
Canten al Señor, bendigan su Nombre Santo
Su salvación proclamen diariamente.
Cuenten a los paganos su esplendor
Y a los pueblos sus cosas admirables
Porque grande es el Señor
Digno del honor y la Alabanza
Más temible que todos los dioses.
Pues son nada esos dioses de los pueblos
El Señor es Quién hizo los Cielos
Hay brillo y esplendor en su Presencia
Y en su Templo belleza y majestad.
Adoren a Jesús todos los pueblos
Reconozcan su Gloria y su Poder
Den al Señor la Gloria de su Nombre
Traigan ofrendas y vengan a su Templo
Póstrense ante Él con santos ornamentos
La Tierra entera tiemble en su Presencia.
El Señor Reina. Anuncien a los pueblos
Él fija el Universo inamovible
Gobierna a las naciones con Justicia
¡Gozo en el Cielo! ¡Júbilo en la Tierra!
¡Resuene el mar y todo lo que encierra!
Salten de gozo el campo y sus productos.
¡Alégrese toda la Creación!…Delante de Jesús
Porque ya viene a juzgar a la Tierra.
Juzgará con Justicia al Universo
Y a los pueblos según su rectitud.
Más o menos a la mitad del Himno, Tigelino ha hecho una señal y se abren las aberturas que han sido preparadas para este propósito, por entre todo el escenario. Cuando casi ha finalizado el canto, muchos pitones enormes se deslizan hacia las víctimas propiciatorias.
Una que mide casi diez metros sale por detrás del árbol y se enrosca alrededor de la doncella encadenada que con su cara levantada al cielo… Ella sigue entonando aquel himno triunfal, hasta que la anaconda la tritura en un mortal abrazo y su voz se extingue al igual que las demás.
Se abren nuevamente las puertas. Ingresan a la arena el grupo de cristianos vestidos con pieles de fieras. Y siguiendo las instrucciones recibidas se dividen en dos grupos, que se dirigen a ambos lados del escenario. Mientras llegan al lugar designado, van cantando también otro himno.
Marco Aurelio al verlos se pone de pie. Y según lo convenido, se voltea hacia el sitio donde está el apóstol. Aparentando una tranquila indiferencia, pide a uno de los sirvientes de su comitiva un refrigerio y se vuelve a sentar…
El himno resuena ante todos los espectadores que siguen pasmados y sin asimilar lo que está sucediendo:
Demos gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su Amor.
Al Señor en mi angustia recurrí
Y Él me respondió sacándome de apuros
Si Jesús está conmigo no temeré
¿Qué podrá hacerme el hombre?
El señor es mi Fuerza y es por Él que yo canto
Jesús es para mí la salvación.
El brazo del Señor hizo proezas
El brazo del Señor es Poderoso
El Brazo del Señor hizo prodigios.
No he de morir, sino que viviré
Para contar lo que hizo el Señor
Ábranme pues las Puertas de la Justicia
Para entrar a dar gracias al Señor
Ésta es la Puerta del Señor
Por ella entran los justos.
Te agradezco que me hayas escuchado
Tú fuiste para mí la salvación
La piedra que los constructores desecharon
Se convirtió en la Piedra Angular.
Esto es lo que hizo el Señor. Es una maravilla a nuestros ojos
Este es el día que ha hecho el Señor. Gocemos y alegrémonos en Él,
Danos Señor la salvación. Danos Señor la bienaventuranza.
Tú eres mi Dios y te doy gracias
Dios mío, yo te alabo con mi vida
Den gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su amor.
Aún resuenan las últimas estrofas, cuando se oyen rechinar las puertas del Caniculum…
Y empiezan a salir los leones, uno tras otro. Enormes, castaños, soberbios. Con sus magníficas y grandiosas melenas. Salen también los tigres de Bengala, majestuosos y bellísimos, junto con las negras y relucientes panteras. Y todas las demás fieras son lanzadas a la arena paulatinamente.
El César utiliza su esmeralda pulimentada, para ver mejor. Primero los augustanos y luego la multitud, reciben a los leones con aplausos. Todos miran alternativamente a los feroces animales y a los cristianos que se han arrodillado mientras cantan. Con curiosidad morbosa quieren ver que impresión produce en ellos los feroces animales.
Pero tienen que seguir con su asombro.
Nadie se mueve. Sumergidos en su oración individual parecen no percatarse de los portentosos rugidos de las fieras. Los leones aunque están hambrientos por llevar varios días sin comer, no se apresuran a lanzarse sobre sus presas. Están un poco deslumbrados por la luz del sol y también aturdidos por los alaridos de la multitud. Se desperezan con lentitud.
Abren sus poderosas mandíbulas como un bostezo y luego miran a su alrededor. Se agazapan como al asecho, se ponen alerta y con un ronco sonido, se lanzan sobre sus indefensas presas…
Y empieza la carnicería.
De feroces dentelladas destrozan los cuerpos y los devoran, mientras brotan torrentes de sangre, de los cuerpos mutilados.
Un león se acerca a un hombre que tiene un niño en los brazos. Con un rugido corto y brusco, atrapa al niño y lo devora; mientras que de un solo zarpazo abre al hombre, como si lo hubiera partido a la mitad y con la garra con que le alcanzó el cuello, casi le desprende la cabeza. El pobre padre ya está muerto, antes de caer al suelo.
En aquel horrendo espectáculo, las cabezas desaparecen entre las enormes fauces abiertas de las fieras, que las cierran de un golpe. Y algunas, aferrando a las víctimas por la mitad del cuerpo, corren con su presa pegando enormes saltos, buscando un sitio propicio donde devorarla mejor.
Marco Aurelio mira aquella masacre con asombro y con cierto sentimiento de culpa. Al presenciar aquellos martirios tan gloriosos. Aquellas magníficas confesiones de Fe inquebrantable y aquel heroísmo triunfante, de aquellas víctimas que él sabe perfectamente que son inocentes de todos los crímenes que les imputan.
Y le penetró en el alma un dolor acerbo, porque si el mismo Cristo murió en el tormento para salvarlo también a él y está siendo testigo de cómo miles de cristianos están pereciendo y sufriendo por Él… Y le pareció un pecado el implorar misericordia, pues más bien es él quién debiera estar acompañando a Alexandra, dentro de la prisión.
Y comenzó a orar, pidiéndole a Dios que lo guíe y lo ayude a hacer su Voluntad. Y ensimismado en sus profundas reflexiones, perdió la noción del sitio en el que se encuentra y de todo lo que ocurre a su alrededor. Por un momento le pareció que la sangre de la arena, se eleva como una ola gigantesca que rebosa fuera del Circo y que inunda Roma entera…
Deja de oír los rugidos de las fieras, los gritos de la gente, las voces de los augustanos, hasta que de súbito empezaron a repetir:
– ¡Prócoro se desmayó!
Petronio exclama tocando el brazo de Marco Aurelio:
– ¡Se desmayó el griego!
Y efectivamente, Prócoro Quironio está en su asiento, pálido como la cera, con la cabeza echada hacia atrás y con la boca abierta como si estuviera muerto. Lo sacaron fuera del Circo.
El espectáculo se ha convertido en una escalofriante orgía de sangre.
Los espectadores están de pie. Algunos han bajado hasta los pasillos, para ver mejor y se producen así, mortales apreturas. El césar, con la esmeralda sobre el ojo, contempla con atento deleite, cuanto acontece en la arena.
En el rostro de Petronio hay una expresión de repugnancia y desdén… Aunque en su interior está impactado y lleno de preguntas sin respuesta…
Pedro está de pie, bendiciendo una y otra vez a las ovejas devoradas del rebaño. Nadie le mira, porque todos los ojos están atentos en el sangriento espectáculo. Mientras bendice, con su corazón desgarrado por el dolor, dice:
– ¡Oh, Señor! ¡Hágase tu Voluntad! ¡Te ofrezco todo esto por tu Gloria! Te entrego las ovejas que me diste para apacentarlas. El Adversario quiere exterminarnos. Pero Tú sabes cuales dejarás para que la Iglesia no desaparezca… Ya están abiertas las Puertas del Cielo, para recibir tu cortejo de mártires gloriosos. Padre santo fortalece mi espíritu para contemplar esto y seguir haciendo tu Voluntad…
Mientras tanto en el Podium, el César dice unas palabras al Prefecto de los pretorianos. Tigelino asiente con la cabeza y se dirige al interior del Anfiteatro.
En medio de gritos, lamentos, rugidos, allá entre los espectadores, se empiezan a oír risas histéricas, espasmódicas y delirantes, de personas cuyas fuerzas y nervios ya no resistieron tanta barbarie. El pueblo se horroriza al fin…
Muchos semblantes se han puesto sombríos y varias voces comenzaron a gritar:
– ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta ya!
Se ha colmado la medida.
Pero es más fácil traer las fieras a la arena, que sacarlas de ella. Más el César ya había previsto el medio apropiado para esa eventualidad… Un recurso para despejar el Circo, procurando al mismo tiempo, un entretenimiento más.
Por todos los pasillos que hay entre los asientos, se presentan grupos de numídicos negros como el ébano, con sus cuerpos lustrosos y formidables, ricamente ataviados con joyas de oro y plumas multicolores, armados con arcos y flechas.
El pueblo adivinó que un nuevo espectáculo se aproxima y acoge a los arqueros con alegres aclamaciones; los numídicos se acercaron a la barandilla, tomaron sus posiciones para disparar y a una señal comienzan a asaetear a las fieras…
Los cuerpos de los guerreros, fuertes y esbeltos, como si hubieran sido tallados en mármol negro, se doblan hacia atrás, extienden las cuerdas de sus arcos y afinan la puntería. El zumbido de las cuerdas y el silbar de las emplumadas flechas, al atravesar velozmente el aire, se mezclan con el rugido de los animales heridos de muerte y la admiración de la concurrencia por su excelente habilidad.
Osos, lobos, panteras y serpientes, van cayendo uno tras otro. Aquí y allá, los leones y los tigres al sentirse heridos, rugen de dolor y tratan de librarse de la flecha, antes de caer con el estertor de la agonía. Y las flechas siguen zumbando por el aire, hasta que sucumben todas las fieras, debatiéndose entre las convulsiones postreras de la muerte.
Entonces centenares de esclavos se precipitan en la arena, armados con azadas, escobas, carretillas y canastos para el transporte de las vísceras. Salen en grupos sucesivos y en toda la extensión del Circo. Desplegando una actividad febril y rapidísima. En pocos minutos, la arena queda despejada de cadáveres. Se extrajo la sangre y el cieno. Se desmanteló el escenario. Se cavó. Se niveló el piso y se le cubrió con una nueva capa de arena. Luego pusieron en medio un entarimado de regular tamaño. Enseguida penetró una legión de cupidos que esparcieron pétalos de rosas y gran variedad de flores. Se removió el velarium, ya que el sol había bajado considerablemente y entre el público todos se miraron unos a otros, preguntándose, qué otra cosa seguirá a continuación.
Y en efecto, sucedió lo inesperado…
El César, que había abandonado el Podium unos minutos antes, se presentó de súbito en la florida arena. Le siguen doce coristas con sendas cítaras. Sostiene en la mano un laúd y se adelanta con paso solemne hasta el entarimado que ha sido decorado para enmarcar su actuación. Saludó varias veces a los espectadores, alzó la vista al cielo y pareció aguardar un soplo de inspiración. Luego hizo vibrar las cuerdas…
Y comenzó a cantar la Troyada.
Mientras tanto el apóstol Pedro, tomándose la cabeza con sus manos temblorosas, exclamó en voz baja y desde lo más profundo del alma:
– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Señor! ¡Qué pueblo, qué ciudad y qué César! ¡En qué manos has permitido que quede el gobierno del mundo! ¿Por qué has querido fundar tu Iglesia en este sitio?
Y comenzó a llorar.
Las carretas comenzaron a moverse… Sobre ellas han colocado los sangrientos despojos de los cristianos, para ser llevados a las fosas comunes.
Los sobrevivientes son enviados por otro corredor.
Nerón está cantando las últimas estrofas y su voz emocionada tiembla y se le humedecen los ojos… y en los de las vestales también hay lágrimas, pues sus versos son una muy sentida alegoría del incendio de Troya.
Y el pueblo que ha escuchado en silencio, permaneció mudo por largos minutos antes de estallar en una prolongada tempestad de aplausos y de clamorosas aclamaciones…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
74.- EL INCENDIARIO
Cuando regresó el buen tiempo, se anunció que los Juegos proseguirán. El día del espectáculo, millares de espectadores llenaron el Circo desde muy temprano. El César llegó pronto acompañado por sus cortesanos y las vestales. Para el inicio fue anunciado un combate entre cristianos, a los cuales ataviaron como gladiadores y provistos de toda clase de armas que usan los verdaderos gladiadores, tanto para atacar como para defenderse. Pero sucedió algo inesperado para los asistentes:
Los cristianos arrojaron al suelo de la arena, escudos, redes, tridentes y espadas. Se arrodillaron a orar y a cantar sus himnos. Y los del público se indignaron.
Entonces el César ordenó que soltaran los perros molosios y éstos los destrozaron muy rápido. Cuando los despojos que quedaron, fueron retirados de la arena y los animales saciados, también fueron sacados; el espectáculo tomó una faceta diferente.
Fue una serie de cuadros mitológicos, idea del propio César.
Y así la concurrencia pudo ver a Hércules cumpliendo con los Doce Trabajos y ardiendo con la túnica de Neso.
Marco Aurelio se estremeció ante el pensamiento de que hubiesen dado el papel de Hércules a Bernabé; pero fue evidente que lo tienen reservado para algo más impactante y aún no ha llegado el turno al fiel servidor de Alexandra; porque el que arde en la pira, es otro cristiano, desconocido para el joven tribuno.
A Prócoro, el César no le perdonó la asistencia y tuvo que ver a varios conocidos suyos en la siguiente representación. El anciano que diera a Prócoro el significado del signo del pescado y que le puso sobre la pista de Alexandra, representó a Dédalo y su hijo desempeñó el papel de Ícaro. Ambos fueron levantados por un ingenioso mecanismo y enseguida lanzados a la arena hasta una gran altura.
El joven cayó tan cerca del pódium del César, que la sangre salpicó no solo los adornos exteriores, sino también la púrpura que cubre el frontis del palco imperial. Prócoro cerró los ojos y no vio la caída; pero oyó el sordo golpe del cuerpo al rebotar en el suelo y cuando abrió los ojos vio que la sangre le había salpicado sus finas vestiduras. Y estuvo a punto de desmayarse otra vez.
Los cuadros cambian rápidamente: las sacerdotisas de Cibeles, Las Danaides, Dirce, Pasifae, etc. Son jovencitas muy tiernas todavía y la gente aplaude al verlas partidas por la mitad, destrozadas y descuartizadas por las bestias desbocadas.
La plebe aplaude delirante las nuevas ideas de Nerón, quién se siente muy ufano y feliz, con las aclamaciones que recibe. Y se recrea en su ingenio y su crueldad, disfrutando aquellas escenas sangrientas y las postreras convulsiones de sus víctimas. Luego se suceden otros cuadros, tomados de la historia de la ciudad.
Después del martirio de las vírgenes, representaron el espectáculo de Muscio Escévola cuya mano atada a un trípode sobre una hoguera todos vieron achicharrarse; pero Sergio permaneció sin dar un solo gemido, con el rostro levantado al cielo y extasiado en la Oración… No se dio cuenta cuando lo degollaron.
Luego arrastraron su cadáver al Spolarium y se dio la señal para el intermedio.
Y empezó el banquete. Bebidas refrescantes, carnes, dulces, vino, queso, aceitunas, pan y fruta. El pueblo devora y aclama la munificencia del César. Satisfecha el hambre y la sed, dio principio la distribución de billetes de lotería.
Y empezó una verdadera batalla campal. Entre la plebe se amontonan, se dan golpes y pisotones. Saltan sobre las graderías, se lanzan objetos, hay gritos, maldiciones, insultos y blasfemias. Lo cual se explica; porque el que resulte ser uno de los afortunados ganadores de un número privilegiado, pronto se convertirá en dueño de una casa con jardín, de un esclavo, de un espléndido y valioso traje, de una joya o de una fiera que se puede vender al Anfiteatro y se convierte así en un premio en efectivo.
A veces es tal el motín, que se hace necesaria la intervención de los pretorianos. Y sucede que tienen que sacar a personas con las piernas o los brazos fracturados. Y hasta hay quién ha llegado a morir, aplastado en medio de estos tumultos.
Nerón se divierte mucho con estas trifulcas.
Cuando comenzó el intermedio, también él pasó a un salón, donde le esperaba un espléndido banquete y lo disfrutó acompañado de sus cortesanos favoritos.
Mientras tanto una multitud de esclavos, empezó a cavar hoyos en hileras a corta distancia unos de otros, en la mitad de la extensión de la arena y los dispusieron de tal forma, que la última quedó a unos cuantos pasos del pódium imperial. En la otra mitad de la arena se dispuso que unos grupos de cristianos, fueran arrojados a los leones.
Los preparativos al nuevo suplicio se hacen con gran celeridad. Terminado el intermedio, se abrieron todas las puertas, hacen entrar a empellones y golpes de flagelo, a otros grupos de cristianos desnudos llevando cruces. Tanto éstas como las víctimas, están adornados con flores.
Los verdugos extienden a las víctimas y empiezan a clavar manos y pies. Se oye el resonar de los martillos, que repercuten por todo el Anfiteatro. Taladrando los maderos, los oídos y los corazones. Como éste es un martirio lento, en el que la muerte puede durar días; Nerón decretó que les quebrasen las piernas.
Entre las víctimas se encuentra Lautaro. Los leones no lo mataron la primera vez, así que éste es su segundo martirio: la Crucifixión.
Cuando supo el suplicio que los esperaba, había dicho a los cristianos:
– ¡Demos gracias a nuestro Redentor, que nos ha concedido el privilegio de compartir sus tormentos de una manera total! ¡Alabemos al Padre que con esto nos convierte en sus verdaderos hijos!…
Y mientras los verdugos continúan clavando a sus indefensas víctimas, nuevamente el canto brota de aquellas criaturas martirizadas. Todos escuchan asombrados el himno que se levanta jubiloso:
¡Aleluya!
Aclamen al Señor, Tierra entera
Sirvan a Jesús con alegría
Lleguen a Él sus cantos de gozo.
Sepan que Jesús es Dios Todopoderoso
Él nos creó. A ÉL pertenecemos.
Somos su pueblo y ovejas de su aprisco.
Entren por sus puertas dando gracias
Avancen por sus atrios entre himnos
Denle gracias y bendigan el Nombre de Jesús.
Porque el señor es Bondadoso
Su amor dura por siempre
Y su fidelidad por todas las generaciones.
Mi alma suspira y se consume
Por estar en los atrios del Señor
Mi corazón y mi carne lanzan gritos
Con anhelo de ver al Dios Viviente.
Felices los que habitan en tu casa
Y te alaban sin cesar
Dichosos los que en Ti encuentran sus fuerzas
Y les gusta subir hasta tu Templo.
Dios es nuestra defensa y fortaleza
Él da Perdón y Gloria
¡Jesús, oh, Dios de los Cielos
Feliz el que en Ti pone su confianza!
Las risas y los gritos de la multitud se fueron callando al escuchar aquel coro insólito que los deja desconcertados y perplejos.
Ellos han venido para contemplar las agonías de una muerte en medio de un suplicio atroz. Y lo único que se oye además de los martillazos, es aquel himno glorioso…
Cuando todas las cruces han sido levantadas, el canto termina y solo queda un gran silencio. La gente no sabe cómo reaccionar ante lo que está presenciando.
Hasta el mismo César está un poco descontrolado y juguetea nervioso con su collar de rubíes, mientras su semblante no logra ocultar un aire de inquietud…
El crucificado que está frente a él, es Lautaro; que lo mira fija y severamente, mientras dice con voz fuerte y sonora:
– Yo veo los Cielos abiertos, pero también está abierto el profundo Abismo Infernal… Al que serás arrojado por tu maldad. ¡Oh, Perverso! ¡Ay de ti!… ¡Arrepiéntete de tus crímenes! ¡Matricida! ¡Ay de ti!…
El César se estremeció.
Los augustanos, al escuchar esta injuria lanzada al rostro del ‘divino’ Amo del Mundo en presencia de millares de espectadores, contuvieron el aliento…
Y el público se paralizó.
Para desgracia de Nerón, Lautaro no había terminado y su voz aumentó su potencia:
– ¡Ay de ti! ¡Asesino de tu padre, de tu esposa, de tu hermano! ¡Ay de ti, Anticristo! ¡El Abismo y los Infiernos están ya abiertos bajo tus pies! ¡Arrepiéntete! ¡Ay de ti, porque morirás temblando de terror, por no poder escoger tu propia muerte, pues tu propio pueblo te sentenciará con el suplicio de los parricidas y serás condenado por toda la eternidad!…
¡Ay de ti, genocida cruel! ¡Asesino perverso! ¡Has colmado la medida y también para ti ha llegado la hora de tu horrendo castigo! ¡Satanás te espera y pagarás tus crímenes y tu maldad contra los inocentes! Ya está sobre tu cabeza la espada de la justicia divina… ¡Perderás tu imperio más pronto de lo que imaginas!…
Una flecha silva en el aire y se clava en el pecho de Lautaro. Uno de los arqueros del emperador obedeció la orden de Tigelino, para callar la voz del sacerdote cristiano.
Lautaro dice:
– Señor Jesús… Recibe mi espíritu… te…
Su cabeza cae sobre su pecho y el mártir expira…
Nerón se ha puesto de pie, temblando de indignación, hace una señal a Tigelino. Las fieras son soltadas y empieza una nueva carnicería.
Después de un largo silencio en el Pódium, que nadie se atreve a romper, Prócoro dice al César:
– Señor. El mar es hermoso y apacible. Vámonos a Acaya. Allí te aguarda la gloria de Apolo. Las coronas y los triunfos te están esperando. El pueblo te adorará y los dioses te glorificarán como su igual, mientras que aquí, ¡Oh, señor!… –sus palabras se vuelven ininteligibles, porque un violento temblor lo invade y le impide continuar.
El emperador contestó:
– Partiremos cuando hayan terminado los Juegos. Sé que aún hay muchos que piensan que los cristianos son víctimas inocentes y lo dicen. No puedo alejarme porque después todo mundo repetirá eso. ¿Qué es lo que temes?
Nerón dijo estas palabras frunciendo el ceño y mirando fijamente al griego. Pero su sangre fría es solo aparente. También a él le infundieron pavor las palabras de Lautaro. Y al regresar al Palatino, las recordará con vergüenza, con rabia y con miedo.
Babilo que es muy supersticioso y que ha escuchado este diálogo, miró a su alrededor y dijo con voz misteriosa:
– Divinidad, escucha las palabras de este viejo. Hay algo peligroso en esos cristianos. Sus sacerdotes también son augures y la deidad que adoran les da una muerte extraordinaria, pero puede ser también una deidad vengativa y…
Nerón replicó al punto:
– No he sido yo quién dispuso los Juegos, sino Tigelino.
Al escuchar la respuesta de Nerón, Tigelino dijo desafiante:
– ¡Ciertamente! Yo fui. Y también Haloto. Y me río de todos los dioses cristianos. Babilo es una vejiga llena de supersticiones y este valiente griego, es capaz de morirse de miedo ante una gallina que erice las plumas en defensa de sus polluelos.
Nerón replicó con sequedad:
– Así es en efecto. Pero de ahora en adelante, ordena que les corten la lengua a esos cristianos.
Haloto confirmó:
– El fuego les pondrá restricción, ¡Oh, divinidad!
Prócoro gimió:
– ¡Ay de mí!
Pero el César, a quien la insolente confianza de Tigelino le ha dado nuevos bríos, empezó a reír y dijo señalando al viejo griego:
– ¡Mirad a este descendiente de Aquiles!
Y verdaderamente el aspecto de Prócoro es lamentable. Sus escasos cabellos se han vuelto completamente blancos. La expresión de su cara es de terror. Ha perdido el control y está como aturdido y fuera de sí. Se queda sin contestar a las preguntas que le hacen. Luego se encoleriza y se vuelve tan insolente, que los augustanos dejan de lanzarle puyas.
Finalmente grita desesperado:
– ¡Haced de mí lo que queráis, pero yo no iré más a los Juegos!
Nerón lo miró un instante y volviéndose hacia Tigelino, le dijo:
– Cuida de que este estoico, se halle cerca de mí en los jardines. Deseo ver qué impresión causan nuestras antorchas, en su ánimo.
Prócoro se llenó de terror ante la amenaza que palpita en la voz del emperador. Y dijo con un hilo de voz:
– ¡Oh, señor! No podré observar nada, porque de noche no veo.
Nerón replicó con una sonrisa mordaz:
– No te preocupes. Estará la noche tan clara, como el día. -Y volviéndose hacia los augustanos empezó a hablar de las carreras que piensa organizar cuando terminen los Juegos.
Petronio se acercó a Prócoro y dándole un golpecito en el hombro, con su bastoncito de marfil, le preguntó:
– ¿Recuerdas que te dije que no resistirías?
En lugar de contestar, el griego miró al astrólogo…
– Quiero beber. –dijo Prócoro alargando su mano temblorosa hacia un vaso de vino, pero no pudo llevarlo a los labios.
Entonces Babilo le tomó el vaso y mientras lo ayuda a que pueda beber, le pregunta al griego con curiosidad y temor:
– ¿Acaso te están persiguiendo las Furias?
Prócoro dijo temblando:
– No. Pero tengo delante de mí a la noche.
– ¿Qué dices? ¿De qué noche estás hablando?
– De unas tinieblas impenetrables que me envuelven, me arrastran y me llenan de pavor.
– No te entiendo.
– Jamás pensé que serían castigados con tanta crueldad.
– ¿Lo sientes por ellos?
– ¿Por qué derramar tanta sangre? ¿Acaso no oíste lo que dijo ése desde la Cruz? ¡Ay de nosotros!…
Babilo contestó en voz baja.
– Sí, lo oí. ¡Pero ellos son incendiarios!
– ¡No es verdad!
– Y enemigos de la raza humana.
– ¡No es verdad!
– Y envenenadores del agua.
– ¡No es verdad!
– Y asesinos de infantes.
– ¡No es verdad!
Babilo lo miró con asombro y exclamó:
– ¿Cómo? ¡Tú mismo lo dijiste delante de todos! Los acusaste y los entregaste en manos de Tigelino.
– Por eso es que ahora la noche me rodea y la muerte viene hacia mí. ¡MENTÍ! Por momentos creo que en realidad ya he muerto… Y también vosotros moriréis.
– ¡No! Son ellos los que están muriendo. Nosotros estamos vivos. Pero dime ¿Qué es lo que ven al morir?
– Ven a Cristo y ven el Cielo donde Él Reina.
– Su Dios. ¿Cómo es su Dios?
Prócoro, en vez de contestar, le pregunta a su vez:
– ¿Oíste las palabras del César? ¿Qué clase de antorchas van a arder en los jardines?
– Esas antorchas se preparan envolviendo a las víctimas en ‘túnicas dolorosas’ empapadas en pez y atándolas a los postes a los cuales les prenden fuego. ¡Son antorchas humanas! Quiera el Dios de los cristianos no mandar nuevas desventuras sobre la ciudad.
– ¡Oh, no! Es una pena terrible.
– Oye. ¿Pero en dónde estabas tú? Hicieron eso el primer día de los Juegos.
– Estuve enfermo. Prefiero presenciar ese castigo, pues en él parece que no hay tanta sangre.
Y Prócoro se estremece con violencia al recordar…
Mientras tanto, los demás augustanos también hablan de los cristianos…
Haloto dijo:
– Son tantos, que bien podrían promover una guerra civil, si se llegaran a armar. Pero mueren como ovejas.
Tigelino replicó mordaz:
– ¡Que intenten morir de otra manera!
Petronio replicó:
– Os estáis engañando a vosotros mismos. Ellos están armados.
Haloto y Tigelino dijeron al mismo tiempo:
– ¡Qué locura! ¿De qué?
– De Paciencia.
Lucano preguntó:
– ¿Es una nueva clase se arma?
Petronio los miró a todos y sentenció:
– Ciertamente. Más ¿Podéis decir vosotros, que los cristianos mueren como vulgares delincuentes? ¡No! Mueren como si los criminales no fueran ellos, sino quienes los han condenado a muerte. Es decir: nosotros y todo el pueblo romano.
Tigelino respondió con desprecio.
– ¡Qué desvarío!
Petronio le replicó:
– ¡Hic Abdera! (El más tonto de los tontos)
Pero muchos, sorprendidos ante la justicia de esta observación, se miraron unos a otros con asombro y repitieron:
– ¡Es verdad! ¡Petronio lo ha precisado perfectamente!
Trhaseas dijo:
– ¡Hay algo tan maravilloso en su muerte! Todo es tan original…
Babilo exclamó:
– ¡Os digo que ven a su Divinidad!
Entonces algunos augustanos se volvieron hacia Prócoro y le dijeron:
– ¡Eh viejo, tú que los conoces bien! Dinos ¿Qué es lo que ven?…
El griego derramó el vino en su túnica, pues el vaso se le soltó. Y respondió azorado:
– ¡La Resurrección!
Y comenzó a temblar de tal manera, que todos los que le rodean, soltaron la carcajada…
No había oscurecido aun cuando la gente empezó a acudir a los jardines.
Después de que terminó el espectáculo del Circo, el César llegó hasta la Gran Fuente que está en la entrada de los jardines y bajó de su carro con Tigelino de un lado y Prócoro del otro. Y haciendo una señal a toda su comitiva, se mezcló entre la multitud.
Fue acogido con aplausos y aclamaciones. Los pretorianos lo rodearon inmediatamente, formando en torno a él, un círculo que se llenó de animación, con sus cortesanos y con el pueblo.
El César decidió hacer su recorrido a pie y avanzó hacia donde ya habían empezado a arder, las antorchas humanas de ese día.
Deteniéndose delante de cada una de ellas, empezó a hacer algunas observaciones acerca de las víctimas. Y a burlarse del griego en cuyo semblante se refleja una desesperación sin límites.
Por último se detuvo frente a un poste decorado con hiedras, mirtos, rosas rojas y blancas.
Las llamaradas envuelven a la víctima y ondean con el suave viento de la noche. Luego, éste se hace más fuerte y deja al descubierto a un hombre de barba entrecana.
Al verlo, Prócoro lanza una exclamación de sorpresa, cae al suelo y se retuerce como una serpiente herida y luego se hace un ovillo. Finalmente escapa de su boca un grito desgarrador, que está lleno de terror y angustia:
– ¡Mauro! ¡Mauro!
El hombre parece como si despertase de un ensueño…
Es Mauro el médico, quién al oírle le mira con infinita compasión, desde lo alto del mástil flameante. Frente a él está su verdugo: el hombre que le traicionó, le robó a su familia y le entregó en manos de sus asesinos. Y al que después de haberle perdonado todo esto, también lo entregó en manos de sus perseguidores.
La víctima arde en aquel poste embetunado.
El culpable de todos sus agravios y su verdugo, está a sus pies, llamándolo…
Prócoro volvió a gritar:
– ¡Mauro! En el Nombre de Jesús, por favor te lo suplico: ¡Perdóname!
Se hizo el silencio alrededor.
Y un estremecimiento recorrió a todos los espectadores de esta dramática escena. Y todos los ojos se clavan expectantes en el mártir.
Mauro movió su cabeza asintiendo y dijo con voz resonante y fuerte:
– Sí, Nicias. Yo te perdono y te bendigo… Y ruego a Dios que Él también te perdone… y te bendiga… Y te lleve a la Luz… ‘Pater Noster’…
Mauro regresa a su éxtasis, mientras repite la Oración Sublime…
Y su rostro vuelto hacia el cielo se vuelve radiante, con una luz más luminosa que la del fuego que lo rodea… Y las llamaradas lo envuelven nuevamente, escondiéndolo a las miradas fascinadas…
Prócoro cayó con el rostro en tierra y lloró con un llanto inconsolable. Después de unos momentos se levantó y su semblante se ha transformado. Alza su mano derecha y grita con una voz tan potente… Que casi todos los reunidos en aquel parque lo escuchan:
– ¡Pueblo Romano! ¡Os juro por mi muerte!… ¡Que están pereciendo aquí, víctimas inocentes! ¡AHÍ TENÉIS AL INCENDIARIO!
Y señaló a Nerón…
Sobrevino un silencio sepulcral y los cortesanos quedaron paralizados.
Prócoro siguió parado, firme y acusador…Todos los ojos se clavaron en el augustano erguido, con el brazo extendido y tembloroso. Y el dedo señalando al César…
Inmediatamente se sucedió un tumulto. El pueblo, con el ímpetu de un huracán, se precipitó hacia el viejo queriéndolo tocar y se oyeron distintos gritos simultáneos:
– ¡Arréstenlo!
– ¡Ay de nosotros! ¡El Dios de los cristianos se vengará!
– ¡Matricida!
– ¡Asesino!
– ¡Incendiario!
– ¡Que los dioses te castiguen!
Todo esto entre una tempestad de silbidos, gritos y maldiciones. Y airadas injurias repetidas y dirigidas al César.
Inmediatamente los pretorianos se apretuaron, formando una valla protectora alrededor de Nerón, mientras la multitud se precipitó sobre los demás integrantes del séquito imperial…
El desorden creció y todos corrieron hacia diferentes lados. Algunos de los postes que ya se habían quemado por completo, empezaron a caer esparciendo chispas alrededor y aumentando más la confusión…
Un turbión del pueblo arrastró a Prócoro hasta el fondo del jardín. Los postes consumidos siguieron cayendo en medio de humo, chispas y olor a madera y a carne quemados. Hasta que todo quedó sumido en la oscuridad.
La multitud alarmada, intranquila y sombría, empezó a retirarse.
Y la noticia corrió como reguero de pólvora, retorcida y exagerada…
Decían algunos que el César se había desmayado. Otros, que había confirmado la acusación del griego, cayendo en contradicciones y confesando todo. Otros, que cayó gravemente enfermo y otros, que lo habían sacado custodiado de los jardines, en carro y que estaba como muerto.
Y aquí y allá, empezó a haber voces de simpatía a favor de los cristianos:
– Si no fueron ellos los incendiarios de Roma, ¿Por qué desplegaron en su contra, tanta injusticia y tanta crueldad?
– ¿Por qué hacerlos víctimas de tan horrendas torturas y derramar tanta sangre?
– ¿No se encargarán los dioses de vengar a los inocentes?
– ¡Y cómo apaciguar la justa cólera del Dios de los cristianos!…
La compasión se desbordó hacia los niños que todos vieron morir con tan bárbara ferocidad y esta compasión se transformó en ultrajes al César, a Haloto y a Tigelino; los más crueles agentes de Nerón.
Y también se desató otra interrogante:
¿Quién es esa Divinidad que les da esa fortaleza tan increíble? ¿Cómo es ese Dios, que los hace enfrentar los tormentos de la forma que lo hacen? Y ¿Cómo le hacen para morir así? ¿De dónde sacan esa serenidad y esa alegría?
Y volvieron a sus casas sumergidos en una profunda reflexión…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
67.- LOS VERDADEROS DIOSES…
El espectáculo está finalizando. En los locales situados bajo las gradas del Circo y que sirven para albergar a los gladiadores y a los condenados a muerte, se oye un rumor sordo como de un mar en tempestad y variable en intensidad. Es un rumor extraño formado por voces humanas y potentes sonidos que no son humanos y sobresalen de los demás. El lugar se encuentra vacío y en el suelo de granito, en gruesas piedras que sirven de asiento, hay desparramadas diversas prendas de vestir.
De pronto se ilumina vivamente el amplio corredor elíptico. Y junto con el rumor de muchos pasos, se oyen ayes débiles, de personas que sufren…
Después, he aquí la escena pavorosa…
Precedidos por dos hombres gigantescos y semidesnudos; portando teas encendidas, avanza un grupo de personas sangrantes; parte de ellas sostenidas, otras sosteniéndose y otras más, transportadas del todo.
Aquellos cuerpos destrozados, mutilados, abiertos. Aquellos rostros con mejillas marcadas por heridas atroces, que han dilatado las bocas hasta la oreja; han rasgado la mejilla hasta poner al descubierto, los dientes fijados en las mandíbulas; arrancado un ojo que cuelga fuera de su órbita, desprovisto del párpado que ya no existe, como por obra de una brutal ablación.
Aquellas cabezas desprovistas de cuero cabelludo, cual si un instrumento cruel las hubiera descortezado, no tienen ya la apariencia de personas. Constituyen una visión macabra. Una desatinada pesadilla…
Son el testimonio de que en el hombre se oculta la fiera pronta a aparecer y a desfogar sus instintos. Una bestia sedienta de sangre que aprovecha cualquier pretexto que justifique su ferocidad. Aquí el pretexto es la religión y la razón de estado. La acusación: Incendiarios de Roma. Una calumnia que protege a los verdaderos culpables.
Los cristianos han sido declarados enemigos de Roma y del divino César. Son los que ofenden a los dioses y por ello deben ser torturados. ¡Y vaya que lo han sido! ¡Qué espectáculo!…
Hombres, mujeres, ancianos, chiquillos y jovencitas, yacen ahí hacinados a la espera de morir por las heridas o mediante un nuevo suplicio…
Con todo, a excepción del lamento inconsciente, de aquellos a quienes la gravedad de sus heridas les priva de conocimiento, no se oye ni una voz de queja.
Los que les han conducido se retiran dejándolos a su suerte…
Y es entonces cuando se ve como los menos heridos, tratan de socorrer a los más graves. Cómo aquel que a duras penas se tiene en pie, acude a atender a los que mueren y el que no puede pararse, se arrastra sobre sus rodillas o se desliza sobre el suelo, en busca del que para él es el más querido o sabe que es más débil en la carne o en el espíritu.
Y quién todavía puede servirse de las manos, procura atender a los que están desnudos, en posturas impropias; cubriéndoles con los vestidos desparramados por el suelo o bien acomodando los miembros de los que están desfallecidos.
Algunas mujeres toman en su regazo a los niños moribundos que lloran de dolor y de miedo. Otras, se arrastran junto a las jovencitas cubiertas tan solo con sus cabellos sueltos y tratan de cubrir sus cuerpos virginales, con los blancos vestidos que se empapan inmediatamente de sangre…
Y el aire de la estancia se satura de ese olor, que se mezcla con el humo pesado de las lámparas de aceite.
Y en voz baja se intercalan diálogos piadosos y santos.
– ¿Sufres mucho, Clhoe hija mía? –pregunta el anciano Paúl con el cráneo desprovisto de piel, la cual le cuelga por la nuca como una cofia y que ya no puede ver, porque sus ojos son tan solo dos heridas sangrantes.
Le habla a la que fuera una florida esposa y que ahora no es más que un bulto sanguinolento que estrecha contra su pecho desgarrado, con el único brazo que le queda… En un desesperado gesto de amor, al hijito que succiona la sangre materna, en lugar de la leche que ya no le pueden dar sus pechos lacerados.
Pero la madre sonríe con dulzura… Y Clhoe contesta:
– No, padre mío… El Señor me ayuda… el niño no llora, tal vez no está herido… siento que me busca el pecho… ¿Me encuentro muy herida? Ya no siento una mano y no puedo… no puedo mirar porque no tengo fuerzas para ver… La vida… se me va con la sangre… ¿Estoy tapada, padre mío?…
Paúl responde:
– No sé hija, porque ya no tengo ojos…
Más allá, hay una mujer que se arrastra sobre su vientre y por un desgarro en la base de las costillas, se ve como respiran sus pulmones…
Es Valentina y murmura:
– ¿Me sientes aún, Grace? –pregunta inclinándose sobre una jovencita desnuda y sin heridas; pero con el color de la muerte en su rostro.
Una corona de rosas ciñe todavía su frente, sobre los rubios y largos cabellos desatados. Está semidesmayada… Pero se recobra con la voz y las caricias maternales…
Y hace acopio de todas sus fuerzas para decir:
– ¡Mamá! –Su voz es apenas un murmullo- ¡Mamá! La serpiente me ha apretado tanto… que ya no puedo… abrazarte. Pero la serpiente… nada importa… ¡La vergüenza!... estaba desnuda… todos me miraban… ¡Mamá! ¿Soy virgen todavía?… Aunque los hombres me han visto… ¿Así?… ¿Le agrado aún… a Jesús?…
Valentina le dice con dulzura:
– Estás vestida con tu martirio, hija mía. Yo te lo digo: le agradas aún más que antes…
Grace suplica:
– Sí. Pero… Cúbreme, mamá… Ya no quiero que me vean más… Un vestido, por piedad…
– No te inquietes, mi gozo… Mira, tu mamá se pone aquí y te esconde… ya no puedo buscarte el vestido… porque me muero… sea alabado Jesu…
Y la mujer cae desplomada sobre el cuerpo de su hija, con un borbotón de sangre. Y después de lanzar un gemido, con la postrer respiración se queda inmóvil.
Grace invoca:
– Mi madre se muere… ¿No hay algún sacerdote vivo, para darle la paz?… –Finaliza la jovencita esforzando aún más su voz.
Desde un rincón se escucha una voz:
– Yo estoy vivo todavía. Si me lleváis… –dice el anciano Jonathan con el vientre totalmente abierto.
Varias voces responden desde diferentes puntos, en aquel semioscuro lugar:
– ¿Quién puede transportar a Jonathan a donde están Grace y Valentina?
Nathan un joven moreno alto y vigoroso, contesta:
– Tal vez yo que tengo buenas las manos y aún estoy fuerte. Pero me tendrán que conducir, porque el león me ha arrancado los ojos.
Axel uno de los más ilesos. Un jovencito que aún está coronado con rosas, vestido con una toga ensangrentada y poco herido, responde:
– Nathan, yo te ayudo a caminar.
Sean y Dylan, dos hermanos atléticos, en la flor de su virilidad y que también están poco heridos, dicen:
– Mi hermano y yo te ayudaremos a transportar a Jonathan.
El anciano sacerdote desventrado, mientras lo transportan con mucho cuidado, dice:
– Dios os recompense a todos.
Una vez que lo trasladan junto a la mártir, ora sobre ella. Y aun así agonizante como está, aprovecha la ocasión para encomendar el alma de Leoncio, un hombre que con las piernas descarnadas muere desangrado a su vera… Ora por él… Y pregunta al ciego que le ha transportado, si no sabe nada de Riley.
Nathan contesta:
– Ha muerto a mi lado. La pantera, fue al primero que le destrozó el cuello.
Olivia, una jovencita que se desangra lentamente un poco más allá, dice:
– Las fieras actúan con gran celeridad al principio. Pero después, una vez saciadas se limitan a jugar.
Le contesta un anciano como de cincuenta años:
– Demasiados cristianos para tan pocas fieras. –Y Alexander, se tapa con un trapo la herida que le dejó abierto el costado, sin lesionarle el corazón.
Santiago, un joven como de veinte años dice:
– Lo hacen a propósito para gozar después con un nuevo espectáculo.
Otro cristiano agrega:
– Con seguridad que ya lo están planeando ahora… –Gael es un hombre que sostiene con su mano derecha su brazo izquierdo casi desprendido, como resultado de la dentellada de un tigre.
Un escalofrío sacude a los cristianos…
Y mentalmente oran entregando a Dios todos dolores y sus sufrimientos…
Y…
El Espíritu Santo, junto con María siempre presentes…
ÉL como Supremo Sacerdote del Calvario y Ella como Corredentora; fueron quienes entregaron a Jesús al Padre…
Y de nuevo ahora… Entregan a las nuevas víctimas, en los sótanos del Circo… Que es el nuevo altar consagrado con su sacrificio… Y las unen al Sacrificio Infinito y Perpetuo del Calvario…
¡La Cruz sigue venciendo!…
Satanás a su pesar, sigue glorificando a Dios… Y su infinito Odio decidido a exterminar el cristianismo y a destruir a los verdaderos dioses… Hijos de Dios por el Amor que palpita en ellos y que no dejan lugar a la más mínima duda; porque están perdonando y amando, como Jesús amó y perdonó… Y eso ES lo que los convierte en dioses inmortales…
La Oración rinde sus frutos sobrenaturales…
El Padre Celestial las recibe…
Y los ángeles glorifican a Dios en aquella hecatombe que ha sido ofrecida por el mismo Satanás y por su infinito Odio y Envidia, a través de un César desquiciado por la megalomanía…
Y Dios recibe a aquellas creaturas torturadas que Él ama con locura… Que están siendo ofrecidas a través del Inmaculado Corazón de la Virgen santísima, su Hija Predilecta y el Sacratísimo Corazón de su Amadísimo y Unigénito Hijo…
Y la Santísima Trinidad responde…
Inmediatamente los cristianos sienten dentro de su ser, que los invade una fortaleza sobrenatural… Y continúan comentando…
La jovencita Jazmín gime:
– ¡Las serpientes, no! ¡Es demasiado atroz!…
Salma confirma:
– Es verdad. Ella se ha deslizado sobre mí, corriéndome sobre el rostro con su lengua viscosa… ¡Oh! He preferido el zarpazo que me ha abierto el pecho, pero matando a la serpiente, al hielo de la misma. ¡Oh, no! –y la mujer se lleva sus manos temblorosas y ensangrentadas al rostro.
Mohamed, un hombre al que le falta un brazo y parte del otro, dice:
– Con todo, tú eres anciana. Y las serpientes estaban reservadas para las vírgenes.
Julián, otro herido moribundo agrega:
– Han satirizado nuestros Misterios. Primero Eva seducida por la serpiente y después los primeros días del mundo. Todos los animales…
Gabriel, un joven que está poco herido, agrega:
– Ya. La pantomima del Paraíso Terrenal… Al director del Circo le habrán premiado por ella.
Logan, otro joven que también está poco herido, le contesta:
– La serpiente, después de haber triturado a muchos; se lanzó sobre nosotros hasta que soltaron a las fieras y se ha entablado el combate…
Isadora, una jovencita que es poco más que una niña, gime:
– Nos rociaron con ese aceite y las serpientes huyeron tomándonos por presas de cebo… ¿Qué será ahora de nosotras? Yo solo pienso en la desnudez… Y siento que me muero de vergüenza…
Camila con voz temblorosa, exclama:
– ¡Ayúdame señor, mi corazón vacila!…
Abigail contesta serenamente:
– Yo confío en Él.
Constanza, preocupada comenta:
– Yo quisiera que Kyle viniese por el niño…
Isabella pregunta:
– ¿Está vivo tu hijo? –es una madre muy joven, que llora sobre lo que fue su hijo y que ahora es solo un puñado informe de carne: un pequeño tronco. Únicamente tronco, sin cabeza ni miembros…
Constanza replica:
– Está vivo y sin heridas. Me lo puse detrás de la espalda. Y la fiera me desgarró a mí… ¿Y el tuyo?…
Isabella contesta entre sollozos:
– Su cabecita llena de rizos. Sus ojitos de cielo, sus manitas tan hermosas; sus pequeños pies que apenas estaban aprendiendo a caminar, están ahora en el vientre de una leona… ¡Ah, que era hembra! ¡Y aun sabiendo lo que es ser madre, no supo tener compasión de mí!…
Martín grita:
– ¡Quiero a mi mamá! ¡Quiero a mi mamá! Se ha quedado tirada con mi padre allá en la arena… y yo estoy mal. Mamá me curaría la tripita… –Llora el niño como de cuatro años al que un mordisco o un zarpazo, le han abierto la pared abdominal y agoniza por momentos.
Daniela, una jovencita se sienta a su lado y lo conforta acariciándole con la mano menos herida:
– Ahora irás donde la mamá y te llevarán pequeño Martín, los ángeles del Cielo con tus hermanitos. No llores así.
Pero el niño está tembloroso sobre el duro pavimento…
La joven ayudada por Noha, un hombre que también está poco herido; le toma sobre sus rodillas y lo acuna con ternura hasta que el niño sonríe…
Y ella le dice dulcemente:
– ¿Ves que ya puedes mirar a tu ángel que te espera, para llevarte con Jesús y con mamá?…
Y el niño con júbilo infantil confirma:
– ¡Sí! ¡Jesús me está llamando!… -Y su alegría le hace olvidar el dolor de su atroz herida…
Luego intenta levantarse y extiende los brazos diciendo:
– ¡Mamá! ¡Papá!… ¡Ya voy!… –mientras se dibuja en su rostro una sonrisa radiante…
Y se desploma muerto sobre los brazos de Daniela…
Pero ha quedado con los ojos abiertos y su sonrisa iluminada por una alegría sobrenatural… Que los que están a su alrededor contemplan con comprensión, sintiendo que su fe se hace más sólida y firme…
Noha le cierra los ojos y cruza sus bracitos sobre su pecho ensangrentado, mientras dice:
– ¡Paz al pequeño Martin!
Todos los cristianos responden:
– ¡Paz!
El sacerdote que está siendo transportado pregunta:
– ¿Dónde está vuestro padre? –Jonathan a los dos hermanos que junto con Nathan el que ha quedado ciego, le han trasladado.
Dylan contesta:
– Ha sido pasto del león. Ante nuestros ojos, mientras la fiera le mordía la nuca, nos dijo: ‘¡Perseverad!’ No dijo nada más, porque su cabeza cayó desprendida.
Sean, el otro hermano le insta:
– Háblanos ahora del Cielo, Jonathan bendito.
El sacerdote sonríe y se yergue lo más que puede:
– ¡Hermanos bienaventurados, rogad por nosotros! ¡Para la última batalla! -¡Para la última perseverancia! ¡Por nuestro amor, hermanos! No temáis. Los que nos precedieron, perfectos ya en el Amor; tanto, que el Señor los quiso en el primer martirio. Son ahora perfectísimos, porque al vivir en el Cielo, conocen y reflejan la Perfección del Señor Altísimo. Sus despojos que dejamos sobre la arena, son solo eso: despojos. Como los vestidos de los que nos han despojado…
Más ellos están en el Cielo. Sus despojos están inertes acá, pero ellos están vivos. Vivos y activos. Ellos están con nosotros a través de la Comunión de los Santos. No temáis. No os preocupéis de cómo moriréis, ni tampoco de las cosas de la Tierra. Desechad los miedos. Abrid vuestro corazón a la confianza absoluta y decid: ‘Nuestro Padre que está en el Cielo nos dará nuestro pan diario de Fortaleza, porque sabe que nosotros queremos su Reino y morimos por Él, perdonando a nuestros enemigos…
NO. He pronunciado una palabra pecaminosa.
Nuestros verdugos, NO son enemigos para los cristianos: QUIEN NOS TORTURA ES NUESTRO MEJOR AMIGO; como el que nos ama. O mejor, nos es doblemente amigo, porque nos sirve haciendo que demos testimonio de nuestra Fe en la Tierra y nos cubre con el vestido nupcial para el Banquete Eterno. Roguemos por nuestros amigos. Por estos amigos nuestros que no saben cuánto les amamos. ¡Oh! ¡En este momento nos asemejamos verdaderamente a Cristo, porque amamos a nuestro prójimo, hasta el punto de morir por Él! Nosotros amamos. ¡Oh, palabra! Nosotros hemos aprendido a ser dioses, porque el amor es Dios y quién ama, es semejante a Dios y verdadero hijo de Dios.
Nosotros amamos evangélicamente, no a aquellos de los que esperamos satisfacciones y recompensas; sino a quienes nos hieren y despojan hasta de la vida. Nosotros amamos con Cristo, diciendo: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Y decimos con Cristo: ‘Es justo que se cumpla el Sacrificio, ya que para eso hemos venido y queremos que se cumpla. Y con Cristo decimos a nuestros supervivientes: ahora vosotros estáis doloridos, más vuestro dolor se transformará en gozo, cuando sepáis que estamos en el Cielo. Nosotros os traeremos del Cielo, la Paz en que estaremos. Digamos pues con Cristo: Cuando hayamos marchado enviaremos al Paráclito, para que realice su misteriosa labor en los corazones de aquellos que no nos han comprendido. Con Cristo confiamos nuestro espíritu no a los hombres, sino al Padre, para que lo sostenga en la nueva Prueba. Amén.
El anciano Jonathan desventrado ha hablado con una voz tan fuerte, tan segura y resonante, que un sano no lo haría así. Y ha trasfundido a todos, su espíritu heroico; de tal suerte que un cántico dulce, se eleva de aquellas criaturas destrozadas…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
66.- GLADIADORES CELESTIALES
El sol está en su cenit. La multitud que hasta entonces había estado bulliciosa y alegre, se volvió hosca bajo la influencia del calor. Y en aquel silencio expectante y siniestro, en casi todos los rostros hay una expresión malhumorada y dura. Luego salió el mismo hombre vestido de Caronte y esperó… Atravesó con paso lento la arena y volvió a dar los tres martillazos en la puerta por la cual habían salido los gladiadores.
Y un murmullo recorre todo el Anfiteatro:
– ¡Ahí vienen los cristianos! ¡Los Cristianos!
Rechinaron los enrejados de hierro y se abrieron las puertas y por entre aquellas lóbregas aberturas se oyó el grito:
– ¡A la Arena!
Se volvió a oír el sonido de las trompetas…
Y de aquel oscuro túnel, salió una fila de carretas adornadas con flores y festones blancos, que llevan grupos de jóvenes de ambos sexos, totalmente desnudos, coronados con guirnaldas. Van tomados de la mano, silenciosos y dignos.
Las carretas tiradas por mulas desfilan lentamente alrededor de la arena, hasta llegar al Podium Imperial.
Se oye el toque penetrante del cuerno y el silencio se hace más profundo todavía…
El rostro del César se distorsiona con una maligna sonrisa al tenerlos frente a sí. Y esperó…
Pero esperó en vano el saludo de estos gladiadores en particular, pues ellos abren sus bocas para entonar un himno que se eleva suave al principio y Glorioso después:
“Pater Noster…”
El asombro se apodera de todos los espectadores mientras el himno resuena grandioso y absolutamente poderoso.
Al concluir la Oración Sublime, continuaron con “Christus Regna”.
Los condenados cantan sus estrofas triunfales con los rostros levantados hacia el Cielo. Y el público ve aquellos semblantes serenos y llenos de inspiración. Y todos comprenden que aquellas personas no están implorando compasión…
Porque los cristianos en esos momentos ya no ven ni al Circo, ni a sus espectadores, ni al César. Están físicamente… Pero al mismo tiempo ¡No están allí!
El Christus Regnat resuena con una modulación cada vez más poderosa y muchos se preguntan:
– ¿Qué significa esto? y ¿Quién es este Cristo que reina en los labios de estas gentes que van a morir?
El César se sintió despechado y desilusionado. Se estremece ardiendo por la ira y extendiendo su brazo, vuelve el pulgar hacia abajo, apuntando hacia la tierra.
Y las carretas empiezan a moverse hacia el escenario.
Algunos cristianos jóvenes, son encadenados de sus muñecas, a las argollas de los postes que circundan el círculo. Una jovencita muy hermosa, que tiene una larga y ondulada cabellera rubia que le llega hasta la cintura, es encadenada al poste que está junto al árbol de las manzanas.
Otro grupo es conducido a donde están las parrillas y los encadenan de los pies, para colgarlos de las argollas y de esta forma quedan suspendidos con la cabeza hacia abajo. Entre ellos hay un niño pequeño. Es el único que está vestido con una tuniquita blanca, recamada con finas grecas. A él también lo suspenden igual. Y con un cinturón de flores a la cintura y otro alrededor de los muslos, le sujetan los brazos a lo largo del cuerpo.
Cuando terminan de llenar de víctimas los asadores, otros son encadenados a los postes en donde está la cruz, donde han sido colocados trozos de leña, para hacer junto con ellos una hoguera.
Cuando todo está listo, se oye nuevamente el toque de las trompetas…
Y a una señal, las monumentales parrillas son encendidas y su fuego es atizado por los esclavos. También prenden fuego a la hoguera y pronto éste sube alto, en la base de la cruz. El pueblo está estupefacto, pues no se oye un solo lamento.
Por el contrario, un himno se eleva glorioso:
Cantemos jubilosos al Señor Jesús
Aclamemos a la Roca que nos salva
Delante de ÉL, marchemos dando gracias
Aclamémoslo al son de la música.
Porque el Señor es un Dios Grande
El soberano de todos los dioses
En su mano está el fondo de la Tierra
Y suyas son las cumbres de los montes
Suyo es el mar. Él fue quién lo creó.
Y la tierra firme formada por sus manos
Entremos y adoremos de rodillas
Prosternados ante el Altísimo que nos creó
Pues Él es nuestro Dios y nosotros somos su Pueblo
El rebaño que Él guía y apacienta
Canten al señor un canto nuevo
Canten al Señor toda la Tierra
Canten al Señor, bendigan su Nombre Santo
Su salvación proclamen diariamente.
Cuenten a los paganos su esplendor
Y a los pueblos sus cosas admirables
Porque grande es el Señor
Digno del honor y la Alabanza
Más temible que todos los dioses.
Pues son nada esos dioses de los pueblos
El Señor es Quién hizo los Cielos
Hay brillo y esplendor en su Presencia
Y en su Templo belleza y majestad.
Adoren a Jesús todos los pueblos
Reconozcan su Gloria y su Poder
Den al Señor la Gloria de su Nombre
Traigan ofrendas y vengan a su Templo
Póstrense ante Él con santos ornamentos
La Tierra entera tiemble en su Presencia.
El Señor Reina. Anuncien a los pueblos
Él fija el Universo inamovible
Gobierna a las naciones con Justicia
¡Gozo en el Cielo! ¡Júbilo en la Tierra!
¡Resuene el mar y todo lo que encierra!
Salten de gozo el campo y sus productos.
¡Alégrese toda la Creación!…Delante de Jesús
Porque ya viene a juzgar a la Tierra.
Juzgará con Justicia al Universo
Y a los pueblos según su rectitud.
Más o menos a la mitad del Himno, Tigelino ha hecho una señal y se abren las aberturas que han sido preparadas para este propósito, por entre todo el escenario. Cuando casi ha finalizado el canto, muchos pitones enormes se deslizan hacia las víctimas propiciatorias.
Una que mide casi diez metros sale por detrás del árbol y se enrosca alrededor de la doncella encadenada que con su cara levantada al cielo… Ella sigue entonando aquel himno triunfal, hasta que la anaconda la tritura en un mortal abrazo y su voz se extingue al igual que las demás.
Se abren nuevamente las puertas. Ingresan a la arena el grupo de cristianos vestidos con pieles de fieras. Y siguiendo las instrucciones recibidas se dividen en dos grupos, que se dirigen a ambos lados del escenario. Mientras llegan al lugar designado, van cantando también otro himno.
Marco Aurelio al verlos se pone de pie. Y según lo convenido, se voltea hacia el sitio donde está el apóstol. Aparentando una tranquila indiferencia, pide a uno de los sirvientes de su comitiva un refrigerio y se vuelve a sentar…
El himno resuena ante todos los espectadores que siguen pasmados y sin asimilar lo que está sucediendo:
Demos gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su Amor.
Al Señor en mi angustia recurrí
Y Él me respondió sacándome de apuros
Si Jesús está conmigo no temeré
¿Qué podrá hacerme el hombre?
El señor es mi Fuerza y es por Él que yo canto
Jesús es para mí la salvación.
El brazo del Señor hizo proezas
El brazo del Señor es Poderoso
El Brazo del Señor hizo prodigios.
No he de morir, sino que viviré
Para contar lo que hizo el Señor
Ábranme pues las Puertas de la Justicia
Para entrar a dar gracias al Señor
Ésta es la Puerta del Señor
Por ella entran los justos.
Te agradezco que me hayas escuchado
Tú fuiste para mí la salvación
La piedra que los constructores desecharon
Se convirtió en la Piedra Angular.
Esto es lo que hizo el Señor. Es una maravilla a nuestros ojos
Este es el día que ha hecho el Señor. Gocemos y alegrémonos en Él,
Danos Señor la salvación. Danos Señor la bienaventuranza.
Tú eres mi Dios y te doy gracias
Dios mío, yo te alabo con mi vida
Den gracias al Señor porque es Bueno
Porque es eterno su amor.
Aún resuenan las últimas estrofas, cuando se oyen rechinar las puertas del Caniculum…
Y empiezan a salir los leones, uno tras otro. Enormes, castaños, soberbios. Con sus magníficas y grandiosas melenas. Salen también los tigres de Bengala, majestuosos y bellísimos, junto con las negras y relucientes panteras. Y todas las demás fieras son lanzadas a la arena paulatinamente.
El César utiliza su esmeralda pulimentada, para ver mejor. Primero los augustanos y luego la multitud, reciben a los leones con aplausos. Todos miran alternativamente a los feroces animales y a los cristianos que se han arrodillado mientras cantan. Con curiosidad morbosa quieren ver que impresión produce en ellos los feroces animales.
Pero tienen que seguir con su asombro.
Nadie se mueve. Sumergidos en su oración individual parecen no percatarse de los portentosos rugidos de las fieras. Los leones aunque están hambrientos por llevar varios días sin comer, no se apresuran a lanzarse sobre sus presas. Están un poco deslumbrados por la luz del sol y también aturdidos por los alaridos de la multitud. Se desperezan con lentitud.
Abren sus poderosas mandíbulas como un bostezo y luego miran a su alrededor. Se agazapan como al asecho, se ponen alerta y con un ronco sonido, se lanzan sobre sus indefensas presas…
Y empieza la carnicería.
De feroces dentelladas destrozan los cuerpos y los devoran, mientras brotan torrentes de sangre, de los cuerpos mutilados.
Un león se acerca a un hombre que tiene un niño en los brazos. Con un rugido corto y brusco, atrapa al niño y lo devora; mientras que de un solo zarpazo abre al hombre, como si lo hubiera partido a la mitad y con la garra con que le alcanzó el cuello, casi le desprende la cabeza. El pobre padre ya está muerto, antes de caer al suelo.
En aquel horrendo espectáculo, las cabezas desaparecen entre las enormes fauces abiertas de las fieras, que las cierran de un golpe. Y algunas, aferrando a las víctimas por la mitad del cuerpo, corren con su presa pegando enormes saltos, buscando un sitio propicio donde devorarla mejor.
Marco Aurelio mira aquella masacre con asombro y con cierto sentimiento de culpa. Al presenciar aquellos martirios tan gloriosos. Aquellas magníficas confesiones de Fe inquebrantable y aquel heroísmo triunfante, de aquellas víctimas que él sabe perfectamente que son inocentes de todos los crímenes que les imputan.
Y le penetró en el alma un dolor acerbo, porque si el mismo Cristo murió en el tormento para salvarlo también a él y está siendo testigo de cómo miles de cristianos están pereciendo y sufriendo por Él… Y le pareció un pecado el implorar misericordia, pues más bien es él quién debiera estar acompañando a Alexandra, dentro de la prisión.
Y comenzó a orar, pidiéndole a Dios que lo guíe y lo ayude a hacer su Voluntad. Y ensimismado en sus profundas reflexiones, perdió la noción del sitio en el que se encuentra y de todo lo que ocurre a su alrededor. Por un momento le pareció que la sangre de la arena, se eleva como una ola gigantesca que rebosa fuera del Circo y que inunda Roma entera…
Deja de oír los rugidos de las fieras, los gritos de la gente, las voces de los augustanos, hasta que de súbito empezaron a repetir:
– ¡Prócoro se desmayó!
Petronio exclama tocando el brazo de Marco Aurelio:
– ¡Se desmayó el griego!
Y efectivamente, Prócoro Quironio está en su asiento, pálido como la cera, con la cabeza echada hacia atrás y con la boca abierta como si estuviera muerto. Lo sacaron fuera del Circo.
El espectáculo se ha convertido en una escalofriante orgía de sangre.
Los espectadores están de pie. Algunos han bajado hasta los pasillos, para ver mejor y se producen así, mortales apreturas. El césar, con la esmeralda sobre el ojo, contempla con atento deleite, cuanto acontece en la arena.
En el rostro de Petronio hay una expresión de repugnancia y desdén… Aunque en su interior está impactado y lleno de preguntas sin respuesta…
Pedro está de pie, bendiciendo una y otra vez a las ovejas devoradas del rebaño. Nadie le mira, porque todos los ojos están atentos en el sangriento espectáculo. Mientras bendice, con su corazón desgarrado por el dolor, dice:
– ¡Oh, Señor! ¡Hágase tu Voluntad! ¡Te ofrezco todo esto por tu Gloria! Te entrego las ovejas que me diste para apacentarlas. El Adversario quiere exterminarnos. Pero Tú sabes cuales dejarás para que la Iglesia no desaparezca… Ya están abiertas las Puertas del Cielo, para recibir tu cortejo de mártires gloriosos. Padre santo fortalece mi espíritu para contemplar esto y seguir haciendo tu Voluntad…
Mientras tanto en el Podium, el César dice unas palabras al Prefecto de los pretorianos. Tigelino asiente con la cabeza y se dirige al interior del Anfiteatro.
En medio de gritos, lamentos, rugidos, allá entre los espectadores, se empiezan a oír risas histéricas, espasmódicas y delirantes, de personas cuyas fuerzas y nervios ya no resistieron tanta barbarie. El pueblo se horroriza al fin…
Muchos semblantes se han puesto sombríos y varias voces comenzaron a gritar:
– ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta ya!
Se ha colmado la medida.
Pero es más fácil traer las fieras a la arena, que sacarlas de ella. Más el César ya había previsto el medio apropiado para esa eventualidad… Un recurso para despejar el Circo, procurando al mismo tiempo, un entretenimiento más.
Por todos los pasillos que hay entre los asientos, se presentan grupos de numídicos negros como el ébano, con sus cuerpos lustrosos y formidables, ricamente ataviados con joyas de oro y plumas multicolores, armados con arcos y flechas.
El pueblo adivinó que un nuevo espectáculo se aproxima y acoge a los arqueros con alegres aclamaciones; los numídicos se acercaron a la barandilla, tomaron sus posiciones para disparar y a una señal comienzan a asaetear a las fieras…
Los cuerpos de los guerreros, fuertes y esbeltos, como si hubieran sido tallados en mármol negro, se doblan hacia atrás, extienden las cuerdas de sus arcos y afinan la puntería. El zumbido de las cuerdas y el silbar de las emplumadas flechas, al atravesar velozmente el aire, se mezclan con el rugido de los animales heridos de muerte y la admiración de la concurrencia por su excelente habilidad.
Osos, lobos, panteras y serpientes, van cayendo uno tras otro. Aquí y allá, los leones y los tigres al sentirse heridos, rugen de dolor y tratan de librarse de la flecha, antes de caer con el estertor de la agonía. Y las flechas siguen zumbando por el aire, hasta que sucumben todas las fieras, debatiéndose entre las convulsiones postreras de la muerte.
Entonces centenares de esclavos se precipitan en la arena, armados con azadas, escobas, carretillas y canastos para el transporte de las vísceras. Salen en grupos sucesivos y en toda la extensión del Circo. Desplegando una actividad febril y rapidísima. En pocos minutos, la arena queda despejada de cadáveres. Se extrajo la sangre y el cieno. Se desmanteló el escenario. Se cavó. Se niveló el piso y se le cubrió con una nueva capa de arena. Luego pusieron en medio un entarimado de regular tamaño. Enseguida penetró una legión de cupidos que esparcieron pétalos de rosas y gran variedad de flores. Se removió el velarium, ya que el sol había bajado considerablemente y entre el público todos se miraron unos a otros, preguntándose, qué otra cosa seguirá a continuación.
Y en efecto, sucedió lo inesperado…
El César, que había abandonado el Podium unos minutos antes, se presentó de súbito en la florida arena. Le siguen doce coristas con sendas cítaras. Sostiene en la mano un laúd y se adelanta con paso solemne hasta el entarimado que ha sido decorado para enmarcar su actuación. Saludó varias veces a los espectadores, alzó la vista al cielo y pareció aguardar un soplo de inspiración. Luego hizo vibrar las cuerdas…
Y comenzó a cantar la Troyada.
Mientras tanto el apóstol Pedro, tomándose la cabeza con sus manos temblorosas, exclamó en voz baja y desde lo más profundo del alma:
– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Señor! ¡Qué pueblo, qué ciudad y qué César! ¡En qué manos has permitido que quede el gobierno del mundo! ¿Por qué has querido fundar tu Iglesia en este sitio?
Y comenzó a llorar.
Las carretas comenzaron a moverse… Sobre ellas han colocado los sangrientos despojos de los cristianos, para ser llevados a las fosas comunes.
Los sobrevivientes son enviados por otro corredor.
Nerón está cantando las últimas estrofas y su voz emocionada tiembla y se le humedecen los ojos… y en los de las vestales también hay lágrimas, pues sus versos son una muy sentida alegoría del incendio de Troya.
Y el pueblo que ha escuchado en silencio, permaneció mudo por largos minutos antes de estallar en una prolongada tempestad de aplausos y de clamorosas aclamaciones…
HERMANO EN CRISTO JESUS: