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32.- LA IGLESIA NIÑA

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En la ciudad de Tmuis, Egipto; el obispo Ethan, de familia poderosa y grandes riquezas, era un hombre ilustre y versado en filosofía. Cuando fue arrestado compareció ante el Tribunal…

El Procónsul Xanteas, le dijo:

–          ¿Puedes al fin entrar en razón?

Ethan contestó tranquilamente:

–           Yo siempre estoy en mi cabal juicio. Y vivo razonablemente.

–           Sacrifica a los dioses.

–           No sacrifico.

–           ¿Por qué?

–           Porque las Sagradas y Divinas Escrituras dicen: “El que sacrifica a los dioses, fuera del Único Dios, será exterminado.”

–           Sacrifica pues al Único Dios.

–           No sacrifico. Pues Dios no desea tales sacrificios. Está escrito: “¿Para qué me ofrecen ustedes esa multitud de víctimas? Dice el Señor. Estoy harto de ellas. Yo no quiero los holocaustos de los carneros, ni la sangre de los machos cabríos. Tampoco quiero que me ofrezcan Flor de Harina.”

El hermano de Ethan;  un abogado llamado Noel lo interrumpió:

–           ¿Para qué hablas de flor de harina, cuando te estás jugando la vida?

Xanteas preguntó:

–           ¿Cuáles son los sacrificios gratos a tu Dios?

Ethan contestó:

–           Un corazón puro. Una conducta digna y una lengua sincera: he aquí los sacrificios que agradan a Dios.

–           ¡Vamos, sacrifica!

–           Yo no sacrifico. Ni siquiera lo aprendí.

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¿No sacrificó Pablo?

–           Ciertamente que no.

–           ¿Y Moisés no sacrificó?

–           En otros tiempos se mandó a los judíos a que ofrecieran sacrificios al Dios Único en  el Templo de Jerusalén.

–           Si perteneces al Dio Único y Verdadero, sacrifica.

–           Yo soy cristiano. No soy judío. Mi sacrificio es diferente. Yo no ofrezco animales, ni vegetales muertos. Yo mismo soy el sacrificio viviente, para mi Dios Vivo.

–           ¡Basta de palabras inútiles y sacrifica!

–           Yo no mancharé mi alma.

–           ¿Al alma se le puede perjudicar?

–           Yo estoy deificando mi alma. Si hago lo que quieres haré daño a mi alma y a mi cuerpo.

–           ¿A este mismo cuerpo?

–           A este mismo.

–           ¿Resucitará esta carne?

–           Indudablemente.

–           ¿Por qué eres tan necio? Si es el mismo Dios, yo no veo el daño.

–           Los judíos no reconocieron al Mesías y lo mataron. El Mesías es Jesús. Jesucristo es mi Señor y mi Dios. Yo soy cristiano. Yo soy Templo vivo del Espíritu Santo.

Ellos siguen esperando al Mesías y será tarde cuando reconozcan su error. Y verán que no lo reconocieron y que su Templo ya ni siquiera existe. Por eso Dios los ha abandonado y Él en el Santa Sanctorum ya no está.

–           ¿No negó Pablo a Cristo?

–           No, hombre. ¡Ni en sueños!

–           Yo juré. Jura tú también.

–           A nosotros no nos está permitido jurar.

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–            ¿No era Pablo un hombre ignorante? ¿No era sirio? ¿No disputaba en siríaco?

–           No. Era hebreo y disputaba en griego. Y en sabiduría superaba a todo el mundo. Yo lo conocí.

–           ¿Te atreverías a decir que también sobrepasaba a Platón?

–           En sabiduría sobrepasó no solo a Platón, sino también a todos los filósofos. Él supo convencer a los sabios. Si quieres te repetiré sus palabras.

–           Lo que tienes que hacer es sacrificar.

–           Yo no sacrifico como tú lo quieres. Mi sacrificio es la Eucaristía, sacrificio incruento. Y también yo mismo: sacrificio viviente.

–           ¿Es un problema de conciencia?

–           Así es.

–           ¿Porqué no guardas la misma actitud de conciencia para con tu mujer y tus hijos?

–           Ellos están en manos de Dios y serán los únicos que se alegrarán con mi sacrificio. Además, los deberes para con Dios, están por encima de todos los demás. Está escrito: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”

–           ¿Qué Dios es ése?

Ethan elevó sus manos al cielo y dijo:

–           El Dios que hizo el Cielo y la Tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. Él es el Creador y Hacedor de todo lo visible y lo inmaterial. Él Es el Dios Inefable. Él Solo, existe y permanece por los siglos de los siglos. Amén.

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Entonces los abogados trataron de impedir que Ethan hablara tanto con Xanteas y le dijeron:

–           ¿Por qué resistes al Procónsul?

Ethan contestó:

–           Yo solo respondo a lo que se me pregunta.

Xanteas exclamó:

–           ¡Ya cállate la boca y sacrifica!

–           Yo no sacrifico porque no quiero perder mi alma. Y no solo los cristianos cuidamos de ella, también los paganos. Ahí tienes el ejemplo de Sócrates. Al ser conducido a la muerte, estaban presentes su esposa y sus hijos, pero él no retrocedió. Al contrario; con ánimo prontísimo y a pesar de su edad, recibió la muerte.

–           ¿Cristo es Dios?

–           Indudablemente.

–           ¿Cómo pruebas que es Dios?

–           Él hizo ver a los ciegos, oír a los sordos, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos, restituyó el habla a los mudos, liberó a los posesos y sanó muchas otras enfermedades. El mar y los vientos le obedecían. Cuando fue muerto se resucitó a Sí Mismo. Él está Vivo y sigue obrando muchos milagros.

Si quieres comprobarlo por ti mismo y eres digno, le conocerás. ¡Invócalo! Su Nombre es Jesús.

–           ¿Cómo es eso?

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–              Él vive dentro de mí. Y dentro de cada cristiano que se convierte a sí mismo en hostia viva y santa. Quién se crucifica espiritualmente en Él, puede constatar esta Verdad. Cuando somos templos vivos, Él ama y sigue actuando a través de nosotros. Y obra prodigios de amor de acuerdo a la Fe en Él. El cristiano crucifica su voluntad en la Voluntad de Dios.

–           ¿Cómo pudo un Dios ser Crucificado?

–           Fue crucificado por nuestra salvación. Y para ser dioses debemos ser crucificados también nosotros en nuestro espíritu y nuestra alma. Él sabía que al venir al mundo sufriría ultrajes y sería crucificado. Y se entregó a todo el sufrimiento por nosotros. Su pasión había sido predicha en las Sagradas Escrituras, que los judíos pueden comprender pero no comprenden. El que tenga buena voluntad que se acerque y vea si todo esto no es así.

–           Recuerda que te traté con todo respeto. Pude haberte humillado en tu misma ciudad, sin embargo por el deseo de honrarte, no lo hice.

–           Te doy las gracias. Y ahora concédeme el favor supremo.

–           ¿Qué deseas?

–           Usa de tu poder y haz lo que se te mandó.

–           ¿Así? ¿Sin motivo alguno, quieres morir?

–           Motivos no faltan: Seré Muerto por Dios y por la Verdad.

–           ¿Pablo era Dios?

–           No.

–           ¿Qué era?

–           Un hombre semejante a nosotros. Pero estaba lleno del espíritu de Dios. Y en ese Espíritu obraba milagros, señales y prodigios.

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–          Te perdono gracias a tu hermano.

–           Más bien concédeme este favor supremo. Usa de tu poder y haz lo que se te mandó.

–           Si supiera que estabas en la miseria y que por eso llegaste a semejante locura, no te perdonaría. Pero tienes una fortuna tan grande que podrías alimentar a toda la provincia de Egipto. Por eso te perdono y te exhorto a sacrificar.

–           Yo no sacrifico. Y en esto miro por mí mismo.

Entonces los abogados dijeron a Xanteas:

–           Ya sacrificó privadamente en el salón de las deliberaciones.

Ethan exclamó:

–           ¡Es totalmente falso que yo haya sacrificado!

Y Xanteas dijo:

–           Tu pobre mujer te está mirando.

Ethan contestó:

–           El Señor Jesucristo es el Salvador de todos nosotros. Aunque esté encadenado, yo le sirvo. Él me llamó a compartir la herencia de su Gloria. Él es bastante Poderoso para llamarla a ella también.

Noel intervino:

–           Ethan pide un plazo.

Xanteas dijo:

–           Te doy un plazo para que reflexiones.

Ethan replicó:

–           Ya reflexioné mucho y escogí padecer por Cristo.

En ese momento Noel, los abogados, los miembros del tribunal, el Procurador Xanteas y todos sus parientes, se lanzaron sobre él. Unos se arrojaron a sus pies. Otros lo abrazaban. Otros más, le suplicaban que tuviera consideración de su familia, de su esposa y que viera por el bienestar de sus hijos.

Ethan permaneció inmóvil, como un peñón azotado por las olas de una tempestad. Desechó todo lo que le gritaban en aquella algarabía y proclamó lleno de júbilo:

–           Mi espíritu ya se encamina al Cielo. Tengo a Dios ante mis ojos. Mis parientes y allegados son los santos mártires y los apóstoles.

Con su mirada extasiada, su rostro se iluminó y su sonrisa se volvió más radiante.

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Estaba allí un centurión llamado Enzo. Al ver todo este barullo: las lágrimas de los parientes; las argucias de Xanteas, el alboroto de los abogados. Y que Ethan permanecía inflexible e inconmovible a pesar de todo.

Entonces Enzo intervino diciendo:

–           ¿Por qué atentan ustedes, aunque vana e inútilmente, contra la perseverancia de este hombre? ¿Por qué quieren convertir en infiel, al que es fiel a Dios? ¿Por qué quieren forzarlo a que reniegue de Dios, para que complazca a los hombres? ¿Acaso no se dan cuenta de que sus ojos ya no ven las lágrimas de ustedes y sus oídos ya no entienden sus palabras? ¿Cómo va a doblegarse por lágrimas terrenas aquel cuyos ojos están contemplando la gloria celestial?

Entonces la cólera de todos estalló contra Enzo y le pidieron al magistrado que le aplicara la misma sentencia que a Ethan.

Xanteas sólo le preguntó:

–           ¿También tú eres cristiano?

El militar contestó con gallardía:

–           Sí. Por la gracia de Dios.

Entonces Xanteas con mucho gusto, accedió a la demanda de los alborotados y ordenó que tanto Ethan como Enzo, fueran pasados a filo de espada.

Ya iban encaminados al lugar del suplicio, cuando Noel,  gritó:

–           ¡Ethan pide apelación!

Xanteas lo mandó llamar y le preguntó:

–           ¿Vas a apelar?

Ethan contestó:

–           Yo no he apelado, ni me pasa por la mente tal cosa. No hagas caso a mi pobre hermano. Por mi parte, doy gracias a los mandatos imperiales y a tu sentencia, porque así comparto la herencia de Jesucristo.

Después de esto, Ethan partió de nuevo.

Cuando llegaron al lugar del suplicio, Ethan extendió sus manos hacia el Oriente y exclamó:

–           Hijitos muy amados y todos ustedes que buscan a Dios, vigilen sus corazones. Nuestro Enemigo como León Rugiente, merodea buscando a quién arrebatar. Todavía no sufrimos nada. Ahora es cuando empezamos a sufrir. Es ahora cuando principiamos a ser discípulos de nuestro Señor Jesucristo.

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Queridos, observen los Mandamientos de Jesús. Invoquemos al Dios Puro. Inefable. Al que se sienta entre los Querubines. Al Creador de todo el Universo. Al que es Principio y Fin. A él la Gloria por los siglos. Amén.

Al terminar de decir esto, los verdugos cumplieron la sentencia y los decapitaron  a los dos.

* * * * * * *

El Procónsul de Pérgamo, Lisímaco estaba en su tribunal, cuando le llevaron a un grupo de cristianos.

Al verlos, tomó aliento y dijo:

–           Sin duda ustedes conocen el decreto imperial que los obliga a adorar a los dioses, dueños del Universo, por eso les aconsejo que se acerquen a los altares y sacrifiquen.

Uno dijo inmediatamente:

–           Yo no puedo, soy cristiano.

–           ¿Cómo te llamas?

–           Ulises.

El Procónsul dirigiéndose a todos:

–           Pues si quieren vivir, tendrán que sacrificar a los dioses.

Y Ulises contestó:

–           Adoro a Cristo, el hijo de Dios que no hace mucho tiempo vino a la tierra para salvarnos y arrebatarnos de los extravíos del Demonio. Por eso no ofreceré sacrificios a tales ídolos. Haz conmigo lo que quieras. A mí me es imposible ofrendar a estas sacrílegas apariencias de Satanás, ya que los que a ellos sacrifican; al rendirles culto a estos ídolos, se hacen semejantes a ellos. Y con ellos perecen en el Infierno, haciéndolos gritar de alegría al ver precipitarse a nuevos condenados, en el tenebroso horror de su Reino de Odio.

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Porque el Infierno es el Reino Maldito en el que los espíritus se odian y se dañan mutuamente, presas de la desesperación. Pero aquí en la tierra, el hombre culpable que ya es de Satanás; no sabe que es su tenebroso rey, el que lo tortura después de haberlo seducido, para convertirlo en su esclavo. El que adora a los dioses, en realidad está adorando a Satanás y sus secuaces.

El Procónsul irritado:

–           ¡Sacrifica a los dioses y no digas disparates!

Ulises sonriendo:

–           ¡Mueran los dioses que no han hecho el Cielo ni la Tierra!

–           Es necesario que sacrifiques, porque así lo ordena el emperador.

–           Los vivos no sacrifican a los muertos.

–           ¿Te parece que los dioses estén muertos?

–           ¿Quieres escucharme? Esos dioses no fueron ni siquiera hombres que vivieran un tiempo, para poder morir. Son ángeles que pecaron y fueron arrojados del Cielo por el Verdadero Dios y Creador suyo. ¿Quieres saber como esto es la verdad? Quítales el honor que tú les tributas y conocerás que no son nada.

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En cambio nuestro Dios es Infinito y Todopoderoso. Ellos emiten oráculos y engañan a los hombres y esto no te debe asombrar. El Diablo desde el principio cayó de su propio orden, por maldad. Seduciendo a la soberbia humana, les hace creer que son dioses. Procura anular el amor que Dios tiene al hombre y es su Adversario declarado. A los suyos les anuncia lo que quiere: justamente los males que él mismo va a perpetrar. Y por permisión de Dios, tienta a los hombres. ¡Créeme oh, Procónsul! que ustedes viven en una no pequeña quimera.

–           Dijiste muchas tonterías y terminaste maldiciendo a los dioses y al Augusto. Para que la cosa no siga a delante, ¡Te ordeno que sacrifiques!

–           ¡Imposible que yo sacrifique! Jamás sacrifiqué a los ídolos.

Lisímaco ordenó que lo atormentaran en el potro.

Mientras lo torturaban, el gritaba:

–           ¡Soy cristiano y siempre lo seré!

Mientras tanto, Lisímaco se dirigió a otro:

–           ¿Cómo te llamas?

–           Magnus

–           ¿Formas parte del consejo de la ciudad?

–           Soy un simple ciudadano.

–           ¿De qué ciudad?

–           De Tiátira.

–           ¿Tienes hijos?

–           Sí. Muchos, gracias a Dios.

Entonces uno del público, gritó:

–           ¡Él declara tener hijos en el sentido de la Fe de los cristianos!

Entonces el Procónsul dijo a Magnus:

–           ¿Por qué mientes diciendo que tienes hijos?

Magnus contestó:

–           ¿Quieres comprobar que no miento, sino que digo la Verdad? En toda la provincia y en toda la ciudad tengo hijos según Dios. Soy Obispo.

–           Sacrifica a los dioses.

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Desde mi juventud sirvo a Dios y jamás ofrecí sacrificios a los ídolos. Soy cristiano y nada más escucharás de mi boca. Porque tampoco es posible decir nada más grande, ni más bello.

Ante esto, Lisímaco también lo envió al tormento y preguntó a una mujer:

–           ¿Cómo te llamas?

–           Giovanna

–           ¿También tú compartes la locura de estos dos?

–           No es ninguna locura. La vida es guerra de todos los días. El enemigo es uno solo con muchas caras: Satanás; él vive para desorientar, torturar, destruir. Causando penas a Dios y a los espíritus. El Odio homicida de Satanás no tiene límites. Y solo hasta que el hombre comprenda esto; le abra su corazón al Amor y su alma al Huésped Divino: Jesucristo; podrá conocer la dicha bienaventurada de ser de Dios.

El Procónsul mueve la cabeza con fastidio y entonces los del pueblo gritan:

–           ¡Ten lástima de tu hijo!

Giovanna contestó:

–           Mi hijo tiene a Dios. Como Dios vela por todos, así tendrá compasión de él. Yo no adoraré a Satanás y no sacrificaré en sus altares.

Entonces intervino Nicandro y los que estaban en el tribunal, se lanzaron contra él; porque era una persona de linaje distinguido y fue interrogado extensamente acerca de la Religión Cristiana.

Él contestó detalladamente a todas las preguntas y al final el Procónsul no quiso creerle y no aceptó las verdades de la Fe.

Le dijo:

–           Esta religión es una ‘superstición muy peligrosa’.

Y ya no quiso acceder a ninguna demanda por más justificada que fuera.

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Por último le preguntó:

–           ¿También tú eres cristiano?

Nicandro afirmó con voz sonora:

–           Sí.

Y también fue sentenciado junto con los demás, con el apodo de ‘paráclito de los cristianos’ (abogado)

Desde aquel momento se produjo una desunión entre los cristianos. Unos se manifestaron totalmente dispuestos para el martirio y llenos de ardor, confesaron su Fe hasta el final. Pero aparecieron otros que no estaban preparados, ni ejercitados. Eran débiles todavía e incapaces de sostener un fuerte combate.

De ellos, unos diez salieron como abortados del seno de la Iglesia; produciendo en los demás una gran pena y mucha tristeza.

Y atemorizando el ánimo de los demás, que todavía no habían sido detenidos. Éstos, aún a costa de grandes sacrificios, asistían a los mártires y no se alejaban de ellos.

Los que estaban presos, fueron acometidos por la angustia y la incertidumbre del desenlace en la confesión de Fe. No los espantaban los tormentos con que los afligían; sino que mirando el último momento, estaban temerosos de que alguno pudiera apostatar y convertirse en presa del Infierno.

Como Camila. Ella era una de las mujeres que habían apostatado. El Demonio ya la tenía por presa conquistada, pero queriendo asegurar más su condenación a través de la blasfemia, cometió el error de torturarla. Como se había mostrado débil y cobarde; la sometieron al tormento, para que confesara los crímenes que se les imputaban.

Pero una vez puesta en la suplicio, ella invocó a la Virgen María, la Madre Santísima…

–             ¡Inmaculado corazón de María, ayúdame!

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Y recapacitó.

Fue como si despertara de un profundo y maléfico sueño. Esa pena corporal le recordó el castigo eterno del Infierno.

Entonces se fortaleció y desmintió los rumores calumniosos diciendo:

–           ¿Cómo podrían comer niños esos hombres que ni siquiera pueden alimentarse con la sangre de los animales irracionales?…

Gracias a Cristo, a la fortaleza del Espíritu Santo, a la resistencia y perseverancia de los confesores, los diabólicos tormentos no surtieron ningún efecto.

Resplandeció la gloria de Dios,  a pesar de que escogieron otras torturas, cada una más cruel y sanguinaria que la anterior, maquinadas para saciar su Odio Infernal.

Entonces los cristianos que en la primera detención negaron la Fe, fueron encarcelados igual que los confesores y sufrieron los mismos tormentos, pero ellos tuvieron que soportarlos con toda su humana miseria.

Para nada les sirvió su apostasía.

Los confesores de la Fe estaban en la cárcel como cristianos y ningún otro crimen se les imputaba. Mientras que los apóstatas fueron acusados de homicidio y otras infamias. Ellos sufrían terriblemente más que los otros, pues habían perdido a Dios.

Los confesores caminaban alegres, con rostros radiantes de gloria y de gracia. Sus mismas cadenas parecían un aderezo magnífico y exhalaban a su paso el buen olor de Cristo, hasta el grado de parecer que se habían perfumado con ungüentos profanos.

Los renegados en cambio, estaban tristes y cabizbajos.

Fueron cubiertos con toda clase de ignominias. Los mismos paganos los abrumaban con insultos, tachándolos de miserables y cobardes. Acusándolos de criminales y asesinos. Habían perdido el nombre honroso, glorioso y vivificante de cristianos.

Este contraste sirvió para que los que eran arrestados consideraran el hecho y compararan al verlos.

Se sentían fortalecidos y confesaban sin vacilar la Fe, no admitiendo ni con el pensamiento, ninguna de las argucias diabólicas.

Después de tanto sufrimiento los confesores salieron de este mundo, a través de diferentes formas de martirio. Como valerosos atletas, después de tantos combates y brillantes triunfos, alcanzaron la gloriosa corona de la Inmortalidad.

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Uriel era muy conocido en la ciudad de Pérgamo. Fue reclamado a gritos, por el populacho. Y entró en el Anfiteatro con su espíritu ardiente del Espíritu Santo, adiestrado y sostenido por el testimonio de su conciencia. Estaba muy ejercitado en la práctica de la Doctrina Cristiana. Debió dar vuelta al anfiteatro con un letrero por delante, escrito en latín que decía: “Este es Uriel el cristiano”

Mientras el pueblo lanzaba gritos furiosos contra él; el Procónsul al saber que Uriel era ciudadano romano, ordenó que se le regresara a la cárcel con los demás prisioneros. Mandó un informe al emperador y esperó la respuesta.

En este intervalo se puso de manifiesto la infinita Misericordia de Cristo, porque Uriel les habló a los apóstatas, así:

–           Hermanos, ¿Cómo es posible que cuando los ángeles estaban terminando de tejer la corona de la victoria para vosotros, habéis hecho que suspendan su tarea? ¿Debo creer que vosotros que ya teníais un pie en el umbral del Paraíso penséis en retirarlo para retroceder al valle del destierro y de las lágrimas amargas, con riesgo de vuestra condenación eterna?…

Y los vivos en el espíritu, comunicaron su vida a los muertos.

Y los confesores, comunicaron su Gracia, a los que no supieron defenderla.

Y los apóstatas en su mayoría, arrepentidos; pidieron y obtuvieron el Perdón Divino.

Para la Iglesia fue motivo de gran gozo recibir otra vez vivos, a los que había abortado como muertos. Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino su conversión; los sostenía mientras fueron llevados de nuevo ante el Procónsul, para ser interrogados.

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Por fin el emperador había contestado con un rescripto, ordenando que los obstinados en la confesión sufrieran el suplicio final y los renegados fueran puestos en libertad. En el nuevo interrogatorio se dio sentencia de decapitar a los ciudadanos romanos y arrojar a los demás a las fieras. Entonces la Gloria de Dios brilló de manera singular en los que antes habían negado la fe y ahora, en contra de las suposiciones de los paganos, la confesaron con firmeza.

Los habían interrogado aparte prometiéndoles la libertad, pero ellos confesaron la Fe y fueron agregados al destino de los mártires.

Sólo quedaron excluidos los que en realidad no habían renunciado a sus vicios, sus malas pasiones. Y prefirieron negar las verdades eternas, por no perder las posesiones terrenas. Estos hijos de la perdición, con su conducta habían maldecido el Camino de la Cruz y sellaron su propia condenación, renegando de su dignidad de hijos de Dios.

Y los cristianos fueron sometidos a toda clase de suplicios.

Y los que sobrevivían de los durísimos combates, finalmente fueron degollados.

Ulises, Magnus y Giovanna, fueron quemados en la hoguera.

El Procónsul, para complacer al populacho, entregó de nuevo a Uriel a las fieras y luego lo pusieron sobre una parrilla al rojo vivo. Al achicharrarse y al despedir su cuerpo el olor por la grasa quemada, habló así al pueblo:

–           Verdaderamente lo que están haciendo ustedes, eso sí es comer hombres. Nosotros no comemos a nadie; ni hacemos mal alguno.

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Finalmente, después de numerosos suplicios que Uriel venció con el fuego de su amor por Dios, lo decapitaron.

Algunos paganos decían:

–           Es necesario quitarles aún la esperanza de la resurrección. A causa de esta creencia introducen entre nosotros su ‘locura’. Desprecian los tormentos y enfrentan con gozo la muerte. Si no pueden encontrar sus cuerpos, entonces veremos como su Dios los resucita.

Y creyendo poder triunfar contra Dios, quisieron impedir la resurrección arrojando a los perros los cadáveres de los muertos en la cárcel y los despojos que el fuego y las fieras habían dejado, dejándolos expuestos al aire libre y montando guardia noche y día, para impedir que fuesen sepultados.

Y de esta forma, ni aún después de haberlos matado, cesaba su odio. Fueron objeto de toda clase de ultrajes y durante seis días los mantuvieron así.

Luego fueron quemados y reducidos a cenizas que enseguida fueron arrojadas al río, para cancelar incluso sus rastros sobre la tierra.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:              

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA