230.- EL LABERINTO
Dos días después… El Miércoles de Pascua…
Los Diez están en el patio del Cenáculo y conversan…
Simón Zelote dice:
– Estoy muy preocupado porque Tomás no se ha dejado ver. Y no sé dónde encontrarlo.
Juan:
– Tampoco yo.
Varios dicen:
– No está en la casa de sus padres.
– Nadie lo ha visto.
– ¿Lo habrán aprehendido?
Juan:
– Si así fuera, el Maestro no hubiera dicho: “Diré lo demás cuando llegue el que está ausente.”
Zelote:
– Es verdad. Voy a ir otra vez a Bethania. Tal vez ande por los montes y no tiene valor para acercarse.
Mateo:
– Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y nos salvaste al llevarnos con Lázaro. ¿Os acordáis de lo que el Señor dijo de él?: “Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado.” ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?
Felipe:
– Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del Traidor.
Pedro:
– En la mañana, oí… Cuando estaba con los vendedores de pescado en el mercado… Y sé que no fue una habladuría, pues conozco al que lo dijo. Que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. Nadie quiere retirarlo… No saben quién habrá sido; pero encontraron dentro del recinto sagrado su cuerpo totalmente corrompido y con la faja todavía amarrada al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí. Quién sabe cómo…
Santiago de Alfeo:
– Pues a mí me dijeron en la fuente, que desde el domingo por la tarde, las entrañas del Traidor, estaban esparcidas desde la casa de Caifás, hasta la de Annás. Ciertamente se trata de paganos; porque ningún hebreo hubiera tocado jamás el cuerpo, después de cinco días… ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!
Juan se pone palidísimo, al recordar lo que vio.
Y exclama:
– ¡Qué horror! ¡Ya estaba corrompido desde el sábado!
Bartolomé:
– ¡Y arrojarlo en el lugar sagrado!… ¡Profanar el Templo de esa manera!…
Andrés:
– Pero, ¿Quién podía hacerlo? ¡Si tienen guardias por todos lados!…
Felipe:
– A menos que haya sido Satanás…
Mateo:
– Pero como fue a parar al lugar donde se colgó. ¿Era suyo?
Nathanael:
– ¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil y complicado era?
Zelote:
– Dirías mejor mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nunca se nos integró. Y nosotros que siempre estábamos juntos, cuando estábamos con él, parecía como si nos topásemos contra una muralla.
Tadeo:
– ¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Mejor di un laberinto…
Juan:
– Oídme. Ya no hablemos de él. Me parece como si al recordarlo, lo tuviésemos todavía aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera borrar su recuerdo no solo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo, para que no enrojezca de vergüenza, por haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil, para que ninguno de ellos llegue a decir: ‘Su Traidor fue uno de Israel’
Soy un muchacho y comprendo que no debería hablar antes que Pedro, que es nuestra cabeza. Pero como quisiera que lo más pronto posible se nombre a alguien para que ocupe su lugar. Uno que sea santo. Porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del Infierno con sus hedores, sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos engañe…
Andrés:
– ¡Qué no, Juan! Te ha quedado una espantosa impresión de su Crimen y de su cuerpo pendiente del árbol.
Juan objeta:
– No, no. También María lo ha dicho: “He visto a Satanás, al ver a Judas de Keriot” ¡Oh, Pedro! ¡Tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su Lugar!
Pedro:
– Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote, ¿Qué voy a escoger el pobre de mí?
Tadeo:
– Y con todo, tendrás que hacerlo.
Pedro:
– No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor… Basta con los pecados que he cometido.
Santiago de Alfeo dice desconsolado:
– Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Nos falta aprender muchas cosas… Y cómo vamos a hacer para saber lo que está mal ¿O no lo está? Mira como el Señor se expresa de nosotros, muy diferente de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación. Pero no ante la duda sobre su Perdón. ¡Oh! ¡Tengo miedo de equivocarme!
Santiago de Zebedeo lo apoya:
– No cabe duda de que nos ha dicho tantas cosas. Pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto. Parece que tuviera un agujero en la cabeza…
Todos confiesan sentirse igual.
Sigue un largo silencio que es interrumpido por los toques en la puerta. Todos se quedan callados y esperan. Cuando un siervo va a abrir, todos se quedan sorprendidos y lanzan un ‘¡Oh!’ De emoción al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás…
Un Tomás tan cambiado, que está irreconocible.
Todos los rodean con gritos de júbilo:
– ¿Sabes que Jesús ha Resucitado y que ha venido?
– Espera tu regreso.
Tomás contesta:
– Lo sé. Me lo ha dicho también Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven. Y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni un sepulcro, a donde se le pueda ir a llorar… Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice… Y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó, como si fuese un animal inmundo.
Y también se quiere liberar de los seguidores del Nazareno. En las Puertas me detuvieron el viernes y me dijeron: ‘¿Eras también uno de los suyos? Está Muerto. No hay nada que hacer. Vuelve a trabajar el oro.’ Y huí…
Zelote:
– ¿A dónde? Si te buscamos por todas partes.
– ¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama. Luego no me atreví a entrar, porque no quise que me regañara una mujer… Desde entonces vagué por las montañas de la Judea.
Ayer terminé en Belén. Fui a su Gruta. ¡Cuánto he llorado!… Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías, que había ido… No sé por qué.
Elías contesta:
– ¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va dónde se siente más a Dios. En esa gruta mi alma se siente acariciada por el recuerdo de su llanto de pequeñín…
Esta vez yo fui para gritar mi felicidad y tomar lo más que pudiera de Él, porque queremos predicar su Doctrina y esas ruinas nos ayudarán. Un puñado de esa tierra. Una astilla de esos palos que lo vieron Nacer. No somos santos, para tener el atrevimiento de tomar tierra del Calvario…
Pedro:
– Tienes razón, Elías. También nosotros lo haremos. ¿Y Tomás?…
– Dormía y lloraba. Le dije: ‘Despiértate. No llores más. Ha resucitado’ No quiso creerme. Pero tanto le insistí, que lo convencí. Y aquí está ahora, lo he traído con vosotros. Y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros.
Elías se va.
Y Pedro dice:
– Tomás, ¡Ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar… ¡Oh! ¿Por qué no viniste antes?
Tomás no se ve libre de su abatimiento.
Tercamente mueve la cabeza y dice convencido:
– Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo, las mujeres. Un muerto no resucita por sí mismo.
Felipe:
– Un hombre no. Pero Él es Dios.
– Sí creo que es Dios. Pero porque lo creo, pienso y digo que por más Bueno que sea, no puede regresar a nosotros que tan poco le amamos. Igualmente aseguro que por más Humilde que sea, ya estará harto de haber tomado nuestra carne. No. Seguro que está en el Cielo, cual Vencedor. Y puede ser que se digne aparecer como Espíritu. He dicho: Tal vez… ¡Porque ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos… ¡No lo creo!
Tadeo:
– Si lo hemos besado. Y lo vimos comer. Hemos oído su voz, tocamos su mano y vimos sus heridas.
Aunque así sea, no creo. No puedo. Necesito ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo. Si no toco las heridas de sus pies y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. Y no puedo aceptar lo que me decís.
Juan:
– Pero, ¡Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?
– No. Más bien os agradezco que seáis tan buenos, de querer darme la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero… No. No creo en su Resurrección.
Bartolomé:
– ¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Él sabe y ve todo. Tenlo en cuenta.
– Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que Él, Señor de la Inteligencia humana, enderece la mía si está extraviada.
Zelote:
– Pero la razón como Él lo ha dicho, es libre.
– Con mayor razón no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero. Y quiero mucho al Señor. Le serviré como pueda. Y me quedaré con vosotros. Predicaré su Doctrina. Pero no puedo creer, sino lo que veo.
Todos intervienen para tratar de convencerlo… Pero Tomás es obstinado y no escucha a nadie más que a sí mismo.
Le hablan todos de lo que han visto y de cómo lo han visto. Le aconsejan que hable con la Virgen. Pero él mueve su cabeza. Se ha sentado sobre la banca de piedra, que es menos dura que su razón y…
Tercamente repite:
– Creeré si lo veo.
Los apóstoles mueven la cabeza, pero nada pueden hacer. Lo invitan a que pase al comedor, para cenar. Se sientan dónde quieren, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua… Pero el lugar de Jesús, es considerado sagrado.
Las ventanas están abiertas, al igual que las puertas. La lámpara con dos mechas, esparce una luz débil sobre la mesa. Lo demás en el amplio salón, está sumergido en la penumbra.
Juan tiene a su espalda una alacena. Y está encargado de dar a sus compañeros, lo que deseen comer. El pescado asado, ya está sobre la mesa. Así como el pan, la miel, las aceitunas, las nueces y los higos frescos. Juan está volteado, tomando de la alacena el queso que su hermano Santiago le pidió. Y ve… Se queda paralizado, con el plato en la mano…
Entonces en la pared que está detrás de los apóstoles como a un metro del suelo, con una luz tenue y fosforescente… Como si saliese de las penumbras en las capas de una niebla luminosa, emerge cada vez más clara la figura de Jesús.
Parece como si su cuerpo, con la luz que llega inmaterial al principio; poco a poco se va materializando más y más, hasta que su Presencia se manifiesta totalmente real.
Está vestido de blanco. Hermosísimo. Amoroso. Sonriente. Con los brazos abiertos y las palmas de sus manos expuestas. Las llagas parecen dos estrellas diamantinas, de las que brotan vivísimos rayos de Luz…
Las llagas que no se ven; porque el vestido las oculta, son los pies y el costado… Y también de allí brota la luz. Al principio parece como si estuviera bañado por la luna. Finalmente aparece su cuerpo concreto. Es Jesús. El Dios-Hombre. Pero más solemne y majestuoso, desde que Resucitó.
Todo esto sucedió en el lapso de unos tres segundos. Nadie más se ha dado cuenta. Hasta que Juan pega un brinco y deja caer sobre la mesa el plato con el queso… Apoya las manos en la orilla y se inclina, como si fuese atraído por un imán y lanza un ¡Oh! Apagado, que todos oyen…
Con el ruido del plato que cayó y el salto de Juan… Al verlo extasiado, miran en la misma dirección que Él ve…
Y ven a Jesús.
Felices y llenos de entusiasmo, se ponen de pie. Y se dirigen hacia Él.
Jesús, con una sonrisa mucho mayor, avanza hacia ellos. Caminando por el suelo, como cualquier mortal.
Jesús, que antes había mirado solo a Juan, acariciándolo con la mirada.
Los mira a todos y dice:
– La paz sea con todos vosotros.
Todos lo rodean jubilosos.
Pedro y Juan de rodillas. Otros de pie, pero inclinados, lo reverencian y lo adoran. El único que se queda como cohibido, es Tomás.
Está arrodillado junto a la mesa. En el mismo lugar donde estaba sentado, pero no se atreve a acercarse… Y hasta parece como si quisiera hallar, un lugar donde ocultarse.
Jesús extiende sus manos para que se las besen.
Los apóstoles las buscan con ansia sin igual.
Jesús los mira, como si buscase al Undécimo. Claro que Él hace así para dar tiempo a Tomás, a que tenga valor para acercarse… Al ver que el incrédulo apóstol; avergonzado por lo que siente, que no se atreve a hacerlo…
Lo llama:
– Tomás. Ven aquí.
El apóstol, totalmente desconcertado… Levanta la cabeza y tiene los ojos llenos de lágrimas… Pero no sabe qué hacer. Baja la cabeza y ya no se mueve…
Jesús da unos pasos a donde él está y vuelve a ordenar:
– Ven aquí, Tomás.
La voz de Jesús, es más imperiosa que antes.
Tomás se levanta a duras penas y completamente avergonzado, se dirige lentamente a donde está Jesús.
Jesús exclama:
– Ved a quién no cree, si no ve. –y en su voz hay un tono de Perdón.
Tomás lo siente. Mira a Jesús y lo ve sonreír… Toma valor y corre hacia él.
Jesús le dice:
– Ven aquí. Acércate. Mira… Mete tu dedo, si no te basta con mirar en las heridas de tu Maestro.
Jesús extiende su mano. Se descubre el pecho y muestra la herida.
Ahora la luz ya no brota de las llagas. Desde el momento en que caminó como cualquier mortal, la luz cesó. Las heridas son reales. Dos agujeros abiertos… Uno en la muñeca derecha y otro en la mano izquierda.
Tomás tiembla. Pero no toca… Mueve sus labios y no sale ni una palabra.
Jesús ordena con una dulzura infinita:
– Dame tu mano, Tomás.
Con su mano derecha toma la del apóstol. Le toma el dedo índice y lo pone dentro de la herida de la mano izquierda, hasta hacerle sentir que está bien atravesada. Después le toma los cuatro dedos y los introduce en la herida del costado.
Y mientras tanto, mira a Tomás… Una mirada dura y dulce al mismo tiempo…
Y le dice:
– Ya no quieras ser un hombre incrédulo, sino de Fe.
Tomás por fin se atreve a hablar. Con la mano dentro del Corazón de Jesús, sus palabras brotan entrecortadas por el llanto…
Y cae de rodillas al pronunciarlas, con los brazos levantados por el arrepentimiento…
Tomás grita:
– ¡Señor mío y Dios mío!
No dice más.
Jesús lo perdona. Le pone su mano derecha sobre la cabeza y…
Le responde:
– Dignos de alabanza serán los que creerán en Mí, sin haberme visto. ¡Qué premio les daré si tengo en cuenta vuestra fe, que ha necesitado verme para creer!…
Luego pone su brazo sobre la espalda de Juan… Toma a pedro de la mano y se sientan a la mesa. Jesús ocupa su lugar. Están sentados como en la noche de la Pascua. Pero Jesús quiere que Tomás se siente enseguida de Juan.
Luego dice:
– Comed amigos.
Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría. La alegría de contemplarlo.
Jesús toma todos los alimentos, los ofrece, los bendice y los reparte. Él toma un pedazo de miel, le da a Juan y toma lo demás.
Luego dice:
– Amigos, no debéis asustaros cuando Yo me aparezco. Soy siempre vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros el pan, la sal y el sueño. Que os eligió porque os ha amado. También ahora os sigo amando…
Y Jesús continúa hablando. Enseñando. Dando instrucciones…
Finaliza diciendo:
– Cuando me amáis hasta vencer todo por Mí; tomo vuestra cabeza y vuestro corazón en mis manos llagadas y con mi Aliento os inspiro mi Poder. Os salvo a vosotros, hijos a quienes amo. Os hacéis hermosos, sanos, libres y felices. Os convertís en los hijos queridos del Señor. Os hago portadores de mi Bondad, entre los pobres hombres; para que los convenzáis de ella y de Mí. Tened fe en mí. amadme. No temáis. Todo lo que he sufrido para salvaros, sea la prenda segura de mi corazón, de vuestro Dios.
Cuando me necesitéis, invocadme… Yo vendré inmediatamente y os daré lo que anhela vuestro corazón. Es tan dulce para Mí, contestar a mis hijos que me llaman… Sobre todo a los que desean conocerme y comprobar el amor infinito que les tengo… Llamadme así: JESÚS. JESÚS. JESÚS. ‘Ven a mí Señor y dame tu Amor …’
Soy el Primogénito de los Resucitados. Igual será en vosotros. Tanto en la tierra como en el Cielo; SOY YO… VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE; con mi Divinidad, mi Cuerpo, mi Alma, mi Sangre; Infinito cual mi Naturaleza Divina Es. Contenido en un Fragmento de pan, como mi Amor lo Quiso, Real, Omnipresente, Amante, Verdadero Dios,
Verdadero Hombre; Alimento del Hombre hasta la consumación de los siglos. Gozo Verdadero de los elegidos, no para el Tiempo, sino para la Eternidad.
LA EUCARISTIA ES EL ÚLTIMO MILAGRO DEL HOMBRE-DIOS.
LA RESURRECCIÓN ES EL PRIMER MILAGRO DEL DIOS-HOMBRE.
Que por Sí Mismo trasmuta su cadáver, el Viviente Eterno, porque soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin.
Juan canta:
¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno! ¡Ven Señor Excelso! ¡Digno Eres de tomar el Libro y de abrir los Sellos! Ya que Tú fuiste degollado y con tu Sangre compraste para Dios, a hombres de toda raza, pueblo y nación. Los hiciste Reino y Sacerdotes para nuestro Dios. Y dominarán toda la Tierra. ¡Digno es el Cordero que ha sido Degollado, de recibir, el Poder y la Riqueza, la Sabiduría, la Fuerza y la Honra! ¡La Gloria y la Alabanza al que está sentado en el Trono y al Cordero! ¡Alabanza, Honor, Gloria y Poder, por los siglos de los siglos! Amén.
Al día siguiente…
Los apóstoles toman sus mantos y preguntan:
– ¿A dónde vamos Señor?
Cuando se dirigen a Jesús ya no lo hacen con la familiaridad de antes. Parece como si hablasen con su alma arrodillada. El Maestro que su fe creía ser Dios; pero que estaba junto a sus sentidos, pues era un Hombre…
Ahora es el Señor… Es Dios. Y lo miran como el verdadero creyente, mira la Hostia Consagrada.
El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado. Pero el temor los hace bajar los ojos.
Y es que aun cuando Jesús sea el mismo, después de su Resurrección ya no es el mismo. Aunque su cuerpo sea verdadero, sin embargo es diferente. Se ha revestido de su majestad de Rey del Universo y su aire de súplica, ya desapareció.
Se ha revestido de una majestad divina. El Jesús Resucitado parece todavía más alto y robusto. Libre de todo peso, seguro, victorioso, infinitamente Majestuoso y Divino.
Atrae e infunde temor al mismo tiempo. Ahora habla poco. Y si no responde. No insisten. Todos se han vuelto tímidos en su Presencia.
Y si como ahora, extiende su mano para tomar su manto, ya no corren como antes para ayudarle, cuando los apóstoles se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo.
Debe ordenar, como ahora lo hace:
– Ven Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas. Y las manos heridas no son ágiles como antes…
Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un pontífice, por los gestos majestuosos que asume, procurando no lastimarlo.
Jesús dice:
– Vamos al Getsemaní. Debo enseñaros algo… Tenemos que borrar muchas cosas.
En varias caras se dibuja el pavor al preguntar:
– ¿Vamos a ir al Templo?
Jesús responde:
– No. Lo santificaría con mi Presencia y no se puede. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone, pues no quiso la Vida… Y pronto desaparecerá…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
204.- SATANÁS ENCARNADO
Jesús, con la cabeza inclinada, maquinalmente acaricia los cabellos rubios de Juan. Se estremece. Sacude la cabeza, la levanta, mira a su alrededor, sonríe a sus apóstoles como para consolarlos… Luego…
Jesús dice:
– Levantémonos y sentemos juntos, como los hijos se sientan alrededor de su padre.
Toman los lechos que están detrás de la mesa y los llevan al otro lado.
Jesús se sienta en su lecho entre Santiago y Juan, como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse en el lugar que dejó Iscariote…
Jesús no puede contenerse y grita:
– ¡No! ¡Allí, no!
Un grito impulsivo que su inmensa prudencia no logra controlar.
Luego busca de darle una explicación diciendo:
– No es necesario dejar tanto lugar. Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí.
Andrés deja el asiento vacío y sin moverlo. Y busca acomodarse en otro lugar.
Jesús está en el centro.
Santiago de Zebedeo llama a Pedro y le dice:
– Siéntate aquí. Yo me siento en este banco, a los pies de Jesús. –y le deja su lugar junto a Jesús.
Pedro suspira feliz:
– ¡Qué Dios te bendiga, Santiago! ¡Tenía tantas ganas!
Jesús sonríe:
– Veo que empieza a surtir efecto lo que antes os dije. Los buenos hermanos se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, te digo: ‘Dios te bendiga’ Esta acción tuya, jamás será olvidada. Y la hallarás premiada allá arriba. Todo lo que pido lo alcanzo. Lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo darse en comida al hombre.
El Hijo del hombre ha sido glorificado ahora, con todo lo ocurrido. Porque el milagro es prueba de poder y solo es posible que sea realizado, por los amigos de Dios. Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina.
Esto es un milagro que por su forma, duración, naturaleza y por sus límites; no puede ser mayor… Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural e inconcebible a los ojos del hombre soberbio, que muy pocos lo comprenderán como debe ser.
Y muchos lo negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Que se les condene? ¡No! ¡Que se les tenga piedad! Cuanto mayor es el milagro, tanto mayor es la gloria que recibe el que lo hizo. Ha sido Dios Mismo Quien dice: “Este amado mío lo quiso, lo alcanzó. Se lo concedí porque lo amo”
Alégrate tú que regresas a tu Trono, ¡Oh Esencia espiritual de la Segunda Persona! ¡Alégrate! ¡Oh, carne que vuelves a subir, después de un largo destierro en el fango! No es el paraíso de Adán, sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás.
Si por órdenes de Dios un hombre detuvo el sol con admiración de todos, ¿Qué no sucederá en los astros, cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente Glorificado, sube y se sienta a la derecha del Padre?
Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros. Luego me buscaréis, pero donde Yo esté, no podréis ir.
Pensad en mi Madre… Ni siquiera Ella podrá ir a donde Yo voy.
Y sin embargo Yo dejé al Padre para venir a Ella y hacerme Jesús en su vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso. Me alimenté de su amor convertido en leche.
Tuve pureza y amor, porque me alimentó con su virginidad, que fecundó el Amor Perfecto, que vive en el Cielo. Yo crecí con sus fatigas y sus lágrimas… Y sin embargo le pido un heroísmo que nunca se ha realizado y que no tiene comparación. Y con todo, nadie le iguala en amarme. Y pese a todo esto la dejo y me voy a donde Ella no irá, sino después de mucho tiempo.
En Ella reside toda clase de gracias y de santidad. Es el ser que todo lo ha tenido y que todo lo ha dado. Nada se le puede agregar, nada quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios.
Para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde Yo esté, de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús. Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros, así como os he amado. Y de este modo se conocerá que sois mis discípulos.
Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿Cómo se sabe que lo son? Por el amor común que los une. Aún cuando muera el padre, la familia buena no se dispersa, porque la sangre es una, la que el padre comunicó. Y liga en tal forma que ni siquiera la muerte destruye tal unión. Porque el Amor es más fuerte que la muerte.
Ahora, si vosotros os amáis, después de que os haya dejado; todos reconocerán que sois mis hijos y por lo tanto mis discípulos. Y verán que todos sois hermanos, porque tenéis un solo Padre.
Pedro pregunta:
– ¿Señor, pero a dónde te vas?
Jesús contesta:
– Me voy a donde por ahora no puedes seguirme. Más tarde lo harás.
– ¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre, desde que me dijiste: ‘Sígueme’ Sin pena alguna he dejado todo. Ahora, no es justo de tu parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Tí. Tú que eres todo para mí. Por quién dejé lo poco que antes tenía… ¿Vas a la muerte? Está bien. también yo voy. Iremos juntos al otro mundo, pero antes te defenderé. Estoy dispuesto a morir por Ti.
– ¿Qué morirás por Mí? ¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad te aseguro que no habrá cantado el gallo, antes de que me hayas negado tres veces. Estamos en la primera vigilia. Luego vendrá la segunda… y después la tercera. Antes de que lance su qui-qui-ri-quí el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor.
– ¡Imposible, Maestro! Creo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro.
– En estos momentos lo estás, porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios Encarnado será apresado y no lo tendréis más. Satanás después de haberos engañado, os llenará de espanto.
Tu misma confianza es un ardid suyo, una treta para engañaros. Os insinuará: ‘Dios no existe. Yo sí existo.’ Y aún cuando el miedo os haya hecho incapaces de reaccionar; sin embargo lograréis comprender que cuando Satanás sea el dueño de la Hora, el Bien habrá muerto y el Mal estará a sus anchas.
El espíritu habrá sido abatido y lo terreno triunfante. Entonces quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo. Y atemorizados doblaréis cual vencidos, vuestra espalda ante el vencedor.
Y para que no se os mate, renegaréis del héroe caído. Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed en Dios. Creed también en Mí. Creed en Mí, contra todas las apariencias.
Tanto el que queda como el que huye, crea en mi Misericordia y en la del Padre. Tanto el que calle, como el que abre su boca para decir: ‘No lo conozco’ De igual modo crea en mi Perdón.
Creed que como fuesen vuestras acciones en lo porvenir, dentro del Bien, de mi Doctrina y por lo tanto de mi Iglesia, os dará un lugar en el Cielo.
En la Casa de mi Padre hay muchas moradas. Si no fuese así os lo habría dicho, porque no me adelantaría a preparaos un lugar. Ahora me voy, cuando haya preparado a cada uno su lugar en la Jerusalén Celestial, regresaré y os llevaré conmigo, para que estéis donde Yo estoy.
Donde no habrá muerte, lutos, llantos, gritos, hambre, dolor, tinieblas, sequía. Sino luz, paz, felicidad, cánticos… Quiero que estéis donde estaré Yo. Sabéis a donde voy y conocéis el camino.
Tomás pregunta:
– ¡Pero Señor! No sabemos nada. Nos debes decir a donde vas. ¿Cómo podemos saber el camino que debemos tomar para ir a Ti y abreviar la espera?
– Yo Soy el Camino, la Verdad, la Vida. Muchas veces os lo he dicho y os lo he explicado. En verdad os digo que algunos que ni siquiera sabían que existe Dios, os han tomado ya la delantera, dirigiéndose por mi Camino.
Los apóstoles preguntan:
– ¿Quién?
– ¿De quién hablas?
– ¿De María la hermana de Lázaro?
– Está allá con tu Madre.
– ¿Quieres que la llamemos?
– ¿O quieres a Juana?
– Debe estar en su Palacio.
– ¿Quieres que vayamos a llamarla?
Jesús contesta:
– No. No me refiero a ellas. Pienso en Fotinaí y Aglae. Ellas me encontraron. No se han separado de mi Camino… A una le señalé al Padre como al Dios Verdadero y al espíritu cual levita en esta adoración individual.
A la otra, que ni siquiera sabía que tenía alma, le dije: ‘Mi Nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy quien busca a los extraviados. Soy quien da la Vida, la Verdad y la Pureza. Quien me busca, me halla.’ Y ambas encontraron a Dios.
¡Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en seres más fuertes que Judith!… Voy donde estáis… Vosotras me consoláis… ¡Sed benditas!… ¡Oh! Nadie viene al Padre, sino por Mí. Si me conocen a Mí, también conocerán al Padre.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
168.- EL DESTIERRO EN EFRAÍM
A la mañana siguiente…
Es sábado. Los apóstoles están en el huerto de la casa y Jesús dice:
– Vengan. Vamos al arroyo. Celebraremos el sábado como lo hacen los hebreos cuando están en lugares en donde no hay sinagogas.
Y toma de la mano a los niños. El más pequeño le pide que lo abrace como ayer.
Bartolomé propone:
– Dame al niño, Maestro. Tú debes estar todavía cansado de ayer.
Y cuando trata de tomar al niño, éste se prende al cuello de Jesús.
Judas exclama:
– Es testarudo como buen judío.
Bartolomé, que ha tomado de la mano al más grande y lo acaricia paternalmente, replica:
– No es verdad. Tiene miedo. Tú de hijos no sabes nada. Los pequeños así son. Cuando algo les pasa, buscan refugio en el primero que les sonríe.
Y se van siguiendo el curso del arroyo. Sus riberas son hermosas están tapizadas de florecillas. El agua es cristalina y corre entre las piedras. Se encuentran dos tórtolas bañándose y las ven cuando levantan e vuelo llevando en su pico una vedija para llevarla a su nido…
El niño mayor dice:
– Es para su nido. Han de tener polluelos…
Baja la cabeza y llora quedamente. Bartolomé lo toma en sus brazos, comprendiendo que hay una herida, que volvieron a abrir las tortolillas. Él, que tiene corazón de buen padre, suspira.
El niño llora sobre su hombro. Y los otros dos niños al verlo se unen al llanto, llamando a su padre.
Iscariote observa:
– ¡Hoy será esto nuestra oración sabatina! Mejor los hubieras dejado en la casa.
Pedro toma en sus brazos al mediano y dice:
– También yo tengo ganas de hacerlo. Son cosas que provocan llanto…
Zelote confirma:
– Son cosas que hacen llorar. Es verdad.
Judas dice con fastidio:
– El único que puede consolar es el Maestro y no lo ha hecho.
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¿No lo hizo? ¡Y qué más podía haber hecho! Convenció a los ladrones. Trajo cargando a los niños desde lejos. Ha hecho que se avise a sus familiares…
Judas exclama:
– Esas son cosas sin importancia. Él, que manda sobre la muerte pudo; debió bajar al redil y resucitar al pastor. ¡Lo hizo con Lázaro, que no le hace falta a nadie!.. Aquí se trata de un padre, viudo por añadidura. De niños que se quedan solos… ¡A éste es al que debió resucitársele! No te comprendo, Maestro.
Pedro replica:
– ¡Y nosotros no comprendemos porqué eres tan irrespetuoso!
Jesús interviene:
– ¡Paz! ¡Paz! Judas no comprende. No es el único en no comprender las razones de Dios y las consecuencias del pecado. Tampoco tú comprendes porqué los inocentes deben sufrir, Simón de Jonás. No juzguéis a Judas que no comprende, por qué no resucité al padre de éstos. Si Judas reflexionara, él que siempre me echa en cara que vaya solo y lejos, comprendería que no podía ir… Porque el redil está en la llanura de Jericó. ¿Qué habríais dicho si hubiera estado ausente por tres días?
Judas insiste:
– Pudiste ordenar por tu voluntad que se resucitase el muerto.
– ¿Eres más empecinado que los escribas y los fariseos, que pidieron la prueba de un muerto corrompido, para aceptar que Yo realmente resucito a los muertos?
– Ellos la pidieron porque te odian. Yo te amo y quisiera verte pisotear a todos tus enemigos.
– Tu viejo y desordenado sentimiento de amor. No has sabido arrancar de tu corazón las viejas plantas, para sembrar nuevas. Al contrario; has robustecido tus ideas equivocadas. Muchos participan de tu error y no se transforman; porque no responden con una voluntad heroica a la ayuda de Dios y se negarán a morir…
– Estos como yo, también son tus discípulos. ¿Acaso ya arrancaron las viejas plantas?
– Por lo menos las han podado o injertado. Ni siquiera te has puesto a meditar si tus viejas plantas tienen necesidad de injerto. De ser podadas o arrancadas. Eres un jardinero tonto, Judas.
– En lo que se refiere a mi alma. Porque de jardines sí sé.
– Es verdad. Eres experto en lo que es terrenal. Yo quisiera que también lo fueras en las cosas del Cielo.
– ¡Tú Luz debería obrar en nosotros toda clase de prodigios! ¿Acaso no es buena? Si hace fértil al Mal y lo robustece; es porque no es buena. Y es por su culpa que uno no se hace bueno.
Tomás protesta:
– Eso dilo por ti, amigo… No veo que el Maestro me haya hecho más fuertes las malas inclinaciones.
Varios confirman:
– Tampoco yo.
– Ni yo.
Mateo le grita:
– Su poder me libró del mal y me hizo nuevo. ¿Por qué hablas así?… ¿No reflexionas lo que dices?
Pedro está a punto de hablar… Pero prefiere irse, llevando al niño en sus brazos. Imitando el balanceo de una barca para hacerlo reír. Al pasar toma por un brazo a Tadeo y lo lleva consigo. Y los invita a todos a ir hacia una cascada que está rodeada de flores y tiene una bella caída de agua. Los demás se le unen.
Jesús se queda atrás, hablando con Judas…
Pedro pregunta a su hermano:
– ¿Pero todavía no acaba ése?
Andrés responde:
– El Maestro le está trabajando el corazón.
– ¡Eh! Es más fácil que yo haga producir higos en esta planta –Pedro toma un lirio de agua y lo muestra agregando- a que en el corazón de Judas, pueda nacer la justicia.
Mateo agrega:
– Y en su inteligencia.
Tadeo añade:
– Es un necio porque lo quiere y en lo que quiere.
Juan explica.
– Está enojado porque no lo mandan a evangelizar. Lo sé.
Pedro exclama.
– Por lo que a mí se refiere, si quiere ir en mi lugar… Yo no tengo ganas de andar de un lado para otro…
Santiago de Alfeo dice.
– Ninguno de nosotros lo quiere. Pero él sí. Mi hermano no lo quiere enviar. Se lo dije esta mañana, porque comprendo el malhumor de Judas y la razón. Pero Jesús me respondió: “Como es un corazón enfermo, lo tengo cerca de Mí. Los que sufren y los débiles tienen necesidad del Médico y de quién los sostenga.”
Pedro dice:
– ¡Ea! ¡Niños! Venid muchachos. Cortemos cañas y hagamos barquitas con ellas. En lugar de pescados las llenaremos de flores… Aquí haremos el puerto…
Y chicos y grandes se ponen a jugar.
Pedro, con una paciencia sorprendente, consigue que sus caritas se alegren… Hace un puerto y hace barquitas con cañas. Y con arena húmeda hace las casuchas. Lo único que se ha propuesto, es que los niños se alegren.
Luego el sienta y entre dientes murmura:
– ¡Pobres creaturas!
Jesús llega y dice:
– Bueno. Aquí estoy. Hablemos ahora de Dios… Porque hablar de Él es prepararse para la Misión…- y entona algunos salmos en hebreo, a los que los apóstoles se unen. ..
Los salmos terminan. Los apóstoles hablan entre sí.
Bartolomé dice:
– Cuando el corazón está turbado, Dios no habla.
Jesús responde:
– Pero las arpas son necesarias para tranquilizar a un corazón. Basta con tener caridad, que es el arpa espiritual y que produce melodías paradisíacas. Cuando un alma vive en la caridad, su corazón está tranquilo… Oye la voz de Dios y la comprende.
El niño mediano pregunta:
– ¿A dónde fue mi mamá? ¿Arriba o abajo?
Mateo pregunta.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿En dónde está? ¿Ha ido al río del Paraíso Eterno?
– Así lo esperamos, niño. Si ella fue buena…
Judas de Keriot responde con desprecio:
– ¡Era samaritana!…
El niño mayor se angustia y dice:
– ¿Entonces para nosotros no hay Paraíso porque somos samaritanos? Entonces… ¿No tendremos a Dios con nosotros? Él lo ha llamado ‘Padre de todos’.
El mediano dice:
– A mí que soy huérfano me gusta pensar que todavía tengo padre… Pero si para nosotros no hay… -y baja su cabecita afligido.
Jesús o consuela…
– Dios es Padre de todos, hijo mío. Para Mí no hay diferencia entre el espíritu de un judío y de un samaritano. Y dentro de poco ya no habrá divisiones entre Samaría y Judea. Porque el Mesías tendrá un solo pueblo que llevará su Nombre: Cristianos. Y en el que estará en todos los que lo hayan amado.
– Yo te amo, Señor. ¿Y me llevas a donde está mi mamá?
Jesús sonríe y lo besa… El niño se tranquiliza.
Jesús dice:
– Ahora vámonos. Hemos hablado de Dios y el sábado ha sido santificado…
Se ponen de pie y entonan unos salmos. Algunas personas de Efraím que escuchan los cantos se acercan y lo saludan:
– ¿Preferiste venir aquí, más bien que a nuestra sinagoga? ¿No nos amas?
Jesús responde:
– Ninguno de vosotros me invitó. Por eso vine aquí con mis apóstoles y estos tres niños…
– Tienes razón. Pero pensábamos que tu discípulo te habría comunicado nuestra invitación.
Jesús mira a los dos apóstoles que se quedaron con Él…
Judas dice:
– Me olvidé de decírtelo ayer. Y hoy por causa de los tres pequeños, lo volví a olvidar…
Jesús se va con los de Efraím. Y lo siguen los apóstoles…
Por la noche, Jesús está solo en su habitación. Sentado sobre la cama… Piensa u ora. Levanta su cara hacia el umbral de su habitación y ve a Pedro…
Jesús pregunta:
– ¿Tú? Ven. ¿Qué se te ofrece? Tenías que estar acostado, porque mañana te espera una larga caminata. –y le invita a sentarse en el borde de la cama.
Pedro dice:
– Maestro. Vine a decirte que quisiera que me tuvieras contigo. No tengo ganas de ir de aquí para allá, cuando nos estás con nosotros. Me siento incapaz de obrar. Dame gusto, Señor.
Pedro habla con vehemencia. Pero con los ojos clavados en el piso.
Jesús lo incita:
– Mírame, Simón. Sé sincero. No es murmurar decir a tu Maestro la otra parte de tu pensamiento.
– ¡Oh, Maestro! ¡Veo que sabes todas las cosas y comprendo que no es murmurar, si te pido que envíes a Judas en mi lugar, porque él se siente muy mal, si no va! Te lo digo, no porque sea envidioso y que yo me escandalice de él; sino para que esté en paz… Y para que también Tú lo estés. Pues debe de ser muy pesado para Ti tener siempre cerca, a ese viento de tempestad…
– ¿Se ha quejado Judas?
– Sí. Ha dicho que cada palabra tuya es una bofetada para él. Hasta lo que dijiste por los niños… dice que a propósito dijiste por él, que Eva se había acercado al árbol… Porque le gustaba esa cosa que brillaba, como una corona de rey. Realmente yo no había reparado en semejante comparación. Bueno… Yo soy un ignorante.
Bartolomé y Zelote dijeron que Judas recibió un buen golpe, porque anda ciego detrás de todo lo que brilla y atrae su vanagloria. Ha de ser así. Porque ellos son hombres de saber. Sé bueno con tus pobres apóstoles, Maestro. Da contento a Judas de ir y a mí, el de quedarme contigo. Lo viste. Yo solo soy capaz de hacer que los niños se diviertan… Y de comportarme como un niño contigo.
Pedro abraza a Jesús, a quién ama con todas sus fuerzas.
Jesús contesta:
– No puedo darte gusto. No insistas… Tú por lo que eres irás a misión. Él, por lo que es, se queda aquí. También Santiago me habló de ello y aunque lo quiero mucho, le dije que “No”
Ni aunque me suplicase mi Madre, cedería. No es un castigo, sino una medicina. Judas debe tomarla. Si no le sirve a su espíritu, sirve al mío, porque no podré reprocharme el haber dejado de hacer todo lo posible porque se santificase.
Jesús habla clara y firmemente.
Pedro deja caer sus brazos y baja la cabeza suspirando.
– No te aflijas Simón. Nosotros tendremos una eternidad para estar juntos y amarnos. Pero tenías otras cosas que comunicarme…
– Ya es tarde Maestro y Tú debes dormir.
– Tú más que Yo Simón. Debes partir al alba.
– ¡Oh! Para mí estar contigo, me da más descanso que estar en la cama.
– Habla, pues sabes bien que duermo poco…
Y Jesús sigue hablando y dando instrucciones a su primer Pontífice…
Varios sábados después…
Los apóstoles están de regreso en la casa de María de Jacob. Los niños están cerca de la hoguera.
Moviendo la cabeza y riendo con sarcasmo, Judas dice:
– Una semana más y los parientes no han venido. –y luego pregunta a Pedro- ¿Seguisteis los dos caminos de Siquem?
Santiago de Alfeo responde:
– Sí. Pero fue inútil. Los ladrones no van por los caminos más transitados. Sobre todo ahora que los piquetes romanos los recorren.
Iscariote insiste:
– ¿Entonces por qué los recorristeis?
Pedro contesta:
– Para nosotros era lo mismo recorrer unos que otros.
– ¿Nadie supo deciros algo?
– No preguntamos.
– ¿Entonces como podíais saber que habían pasado o no? Por lo menos los amigos ya nos deberían haber encontrado. Pero nadie ha venido desde que estamos aquí. –y ríe con sarcasmo.
Santiago de Alfeo responde con calma:
– Ignoramos por qué no haya venido nadie. El Maestro lo sabe. Nosotros no. Nadie puede ir al lugar donde está otro, si no se dejan señales para que llegue. No sabemos si nuestro hermano lo ha dicho a sus amigos.
– ¡Oh! ¿Puedes creer o hacer que otros crean que por lo menos no se lo dijo a Lázaro o a Nique?
Jesús no habla. Toma a un niño de la mano y sale…
– Yo no creo nada. Aun siendo como dices, no puedes juzgar la razón por la cual nuestros amigos no han venido.
– Es fácil de comprender. Nadie quiere tener dificultades con el Sanedrín. Ni tampoco tenerlas quién es rico y poderoso. Eso es todo… Nosotros somos los únicos que nos exponemos al peligro.
Santiago de Alfeo le recuerda:
– Sé justo Judas. El Maestro no obligó a ninguno de nosotros a quedarnos con Él. ¿Por qué te quedaste si le tienes miedo al Sanedrín?
Santiago de Zebedeo irrumpe:
– Puedes irte cuando quieras. Nadie te tiene encadenado…
Pedro da un golpe sobre la mesa y dice despacio pero con firmeza:
– ¡Eso no! Aquí estamos y aquí nos quedamos todos. Eso se hubiera hecho antes. Ahora no. Si el Maestro no se opone, me opongo yo.
Judas pregunta airado:
– ¿Y por qué? ¿Quién eres tú, para mandar en lugar del Maestro?
– Un hombre que razona no como Dios, como hace Él, sino como lo hace un hombre.
Judas se turba:
– ¿Sospechas de mí? ¿Crees que soy un traidor?
– Tú lo has dicho. No quisiera ni pensarlo… pero eres tan… despreocupado Judas. Y tan voluble. Tienes demasiados amigos. Te gusta mucho alardear de todo. No serías capaz de guardar silencio. Ni para atacar a algún enemigo, ni para demostrar que eres un apóstol ¡Tú hablarías! Es por eso que debes estar aquí. Así no le haces mal a nadie y no te creas remordimientos.
– Dios no fuerza la libertad del hombre. ¿Y quieres hacerlo tú?
– Sí. Pero en una palabra, ¿Te hace falta algo? ¿Te falta el pan? ¿Te hace daño el aire? ¿Te hace algún mal la gente? Nada de eso. La casa es buena, aunque no rica. El aire es bueno, comida no falta, la gente te honra. Entonces… ¿Por qué estás intranquilo, como si estuvieses en una galera?
– “¡Hay dos naciones que me exasperan y una tercera que ni siquiera merece llamarse tal! Son los que moran en la montaña de Seir, los filisteos. Y también ese estúpido pueblo que vive en Siquem” te respondo con las palabras del Sabio. Tengo razón para pensar así. Mira si es que esta gente nos quiere.
– ¡Uhm! Viéndolo bien, no me parece que sean peores que tu gente o la mía. Nos han apedreado tanto en Judea, como en Galilea. Pero más allá, que acá. Y más en el Templo de Judea que en cualquier otro lugar. No recuerdo que se nos haya maltratado, ni en tierras filisteas, ni aquí, ni allá…
– ¿Cuál allá? No hemos ido más lejos. Aun cuando debimos ir a otra parte; yo no habría ido y nunca iré. ¡No quiero contaminarme!
En la cocina, sólo están Pedro, Bartolomé, Zelote, Santiago de Alfeo y Felipe. Los demás se salieron, uno después del otro. Una fuga meritoria, porque así no se falta a la caridad.
Simón Zelote dice con calma:
– ¿Contaminarte? No es esto lo que te molesta, Judas de Keriot. No quieres enemistarte con los del Templo. Esto es realmente lo que te duele.
Judas trata de justificarse:
– No. No es eso. Es que no me gusta perder mi tiempo y dar la sabiduría a los necios. Mira, ¿De qué nos sirvió haber tomado a Ermasteo? Se fue y ya no regresó. ¿Lo ves? Es un renegado…
– Como no sé la razón. No puedo juzgarlo. Pero te pregunto, ¿Es el único que ha abandonado al Maestro y que se ha convertido en su enemigo? ¿acaso no hay renegados entre judíos y galileos? ¿Puedes negarlo?
– Es verdad. Bueno. Yo me encuentro mal aquí. ¡Si se supiera que estamos aquí! ¡Si se supiese que tratamos con los samaritanos, hasta entrar en sus sinagogas en el sábado! Él quiere hacerlo. ¡Ay si se supiese! ¡La acusación sería justificada!…
Bartolomé dice:
– Y quieres insinuar que el Maestro sería condenado. Él ya lo está. Lo está aún antes de que se sepa. Está condenado, aún después de haber resucitado a un judío en Judea. Se le odia y se le acusa de ser samaritano, amigo de publicanos y de prostitutas. Lo ha sido siempre. Y tú, mejor que nadie, lo sabes.
Judas replica muy angustiado:
– ¿Qué insinúas, Nathanael? ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Yo que tengo que ver en todo esto? ¿Qué cosa puedo saber?
Pedro responde:
– Te pareces a un ratón rodeado de enemigos. No eres un ratón y tampoco tenemos palos para aprehenderte y matarte. ¿Por qué te espantas Tanto? Si tu conciencia está tranquila, ¿Por qué te perturbas con palabras que no tienen ningún sentido? Bartolomé no ha dicho nada para que te sientas tan intranquilo.
Todos nosotros sabemos y somos testigos de que Él sólo busca en el samaritano, el publicano, el pecador y la prostituta a sus almas.
Y se preocupa de éstas y tan solo por éstas. Y solo el Altísimo sabe cuán grande es el esfuerzo que el Purísimo hace, para acercarse a lo que nosotros los humanos llamamos ‘suciedad’
¡Todavía no comprendes a Jesús, ni lo conoces muchacho! ¡Lo comprendes menos que los samaritanos, filisteos, fenicios y gentiles! -Hay un dejo de tristeza sus últimas palabras.
Judas no responde y los demás no añaden ninguna otra cosa.
Entra la anciana María diciendo:
– En la calle están los de la ciudad. Dicen que es la hora de la Oración del Sábado y que el Maestro prometió hablar.
Pedro responde:
– Voy a avisarle. Di a los de Efraím que pronto vamos. –y va al huerto a avisar a Jesús.
Zelote dice a Judas:
– Si no quieres venir. Vete antes de que se vea que no quieres venir.
Judas replica:
– Voy. ¡Aquí no se puede hablar! Parece como si yo fuese un gran pecador. Todo lo que digo se entiende de mal modo.
Con la entrada de Jesús en la cocina, se acaba la discusión.
Y todos van a la sinagoga…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
129.- ¡QUÉ VIVA LA PARRANDA!…
Áurea entra al taller y se inclina para ver el trabajo de Tomás. Lo admira. Le pregunta para qué sirve y si a ella le quedará bien.
Tomás le dice:
– Te quedará mucho mejor el ser buena. Estos adornos embellecen el cuerpo, pero no el alma. Y si se tienen solo por coquetería, hacen daño al espíritu.
Áurea pregunta extrañada:
– Entonces, ¿Para qué las haces? ¿Quieres hacer mal a un alma?
Tomás se sonríe y contesta:
– Lo superfluo hace mal a un alma débil. Pero para una que es fuerte es un adorno. Y esto es algo que sirve para mantener el manto en su lugar.
– ¿Para quién lo haces? ¿Para tu esposa?
– No tengo esposa, ni la tendré.
– Entonces para tu hermana.
– Ella tiene más de los que necesita.
– Para tu mamá.
– ¡Mi mamá ya está vieja! ¡Para qué pueden servirle!…
– Pero son para una mujer…
– ¡Claro que sí!
– ¡Qué hermosos son!
– ¿Se puede entrar?
Se oye la voz ronca de Pedro que llega con todos los apóstoles, menos Bartolomé e Iscariote.
Jesús los saluda:
– ¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué vinisteis con este calor?
– Porque… no pudimos aguantar. ¡Hace tres semanas que no te vemos!
– Os dije que esperarais a Judas…
– Pero no vino… Y cuando llegó el tercer sábado nos venimos. Se quedó Nathanael que no se siente bien, a esperarlo a ver si va. Pero no lo creemos. Cuando pasamos por Tiberíades nos dijeron… bueno, luego te contaré… -dice Pedro sin terminar, porque Andrés le dio un tirón.
– Está bien. Luego me contarás. Estabais deseosos de descansar y ahora que lo podéis hacer… ¿Cuándo se vinieron?
– Ayer por la tarde. El lago no era un corderito. Desembarcamos en Tariquea, para no encontrarnos con Judas…
– ¿Por qué?
– Maestro, queríamos sentirnos contentos contigo, sin él.
– ¡Sois egoístas!
– No. El tiene sus alegrías… No sé quien puede darle tanto dinero para pasar una vida así… ya entendí, Andrés. No me jales tan fuerte. Me vas a romper el vestido. ¿Quieres que se convierta en un harapo?
Andrés se pone rojo.
Los demás sueltan la risa.
Jesús sonríe.
Pedro continúa:
– Está bien. vinimos hasta Tariquea por… no me vayas a regañar. Tal vez porque hacía calor. Tal vez porque lejos de Ti, siento que me hago malo. No entiendo por qué se separó de Ti para juntarse con… ¡Deja de jalarme la manga, Andrés! Ves que puedo detenerme cuando es necesario… Bueno Maestro, no quise pecar. Y si hubiera visto a Judas, lo habría hecho. Llegamos a Tariquea y al alba nos pusimos en camino. ¡Qué calor!…
– Pronto hubiera ido con vosotros.
– ¿Cuándo?
– Después que el sol hubiera salido de la constelación del León.
– ¿Y te parece que hubiéramos aguantado estar sin Ti? ¡Oh, querido Maestro! –y Pedro abraza a Jesús.
– Y pensar que cuando estábamos juntos, no hacéis más que lamentaros del tiempo, del cansancio, del camino…
– Porque somos unos torpes. Porque mientras estamos juntos, no comprendemos lo que eres para nosotros. Pero ya estamos todos aquí…
Un mes después…
Jesús y María están sentados sobre la banca de piedra, junto a la puerta del comedor. El crepúsculo agoniza y pronto llegará la noche…
– ¡Hay tantos obstinados que se creen justos, en todas las clases! Aún entre mis familiares y apóstoles. Créeme Madre que su obstinación en aceptar mi Pasión, reside en esto. Rechazan a los gentiles sin tener en cuenta que tienen un mismo origen y que Dios quiere dar a todos un solo destino.
María contesta:
– Tienes razón. Bartolomé y Judas de Keriot son los más resistentes, ellos que son los más instruidos y capacitados. Judas no podría decir a qué clase pertenezca. Está saturado de las auras del Templo. Pero Bartolomé es bueno, su resistencia encuentra excusa. La de Judas, no.
Supiste lo que dijo Mateo, que a propósito fue a Tiberíades… y Mateo es un experto en estas materias… “¿Pero quién da tanto dinero a Judas?” Y lo que dijo Santiago de Zebedeo no puede pasarse por alto: ‘Porque esa vida cuesta y mucho…’ ¡Pobre María de Simón!
Jesús suspira.
– ¿Supiste que las romanas están en Tiberíades? Hijo, mañana iré. Hablaré con Valeria. Y a mí no me negará nada. Llevaré conmigo a María de Alfeo. Áurea se quedará en la casa de Simón de Alfeo, porque no faltaría quién criticase que se quede con vosotros varios días. Así es el mundo. Iré primero a Caná…
– Me preocupa que te fatigues.
– ¡Por salvar un alma! ¿Qué son treinta kilómetros? Nada. Bendícenos Hijo.
– Si Mamá. Con todo el corazón de un Hijo, con todo el poder de Dios. Ve y que los ángeles guarden tu camino…
– Gracias Jesús. Digamos la Oración, Hijo.
Se ponen de pie y juntos recitan el Padre Nuestro…
Tres días después…
Tiberíades está a la vista. Las dos viajeras cansadas, caminan hacia ella en medio del crepúsculo que va desapareciendo.
María de Alfeo mira espantada a su alrededor y dice:
– Dentro de poco estará oscuro y todavía no llegamos. Dos mujeres solas y cerca una ciudad llena de… ¡Oh, qué gente!… Belzebú por muchas partes…
María de Nazareth contesta:
– No temas, María. Belcebú no nos hará ningún mal. Sólo lo hace a quién le da cabida en su corazón
– Estos paganos lo tienen.
– En Tiberíades no hay tan solo paganos. También entre ellos hay justos.
– ¡Cómo! Pero, ¿Cómo? ¡Si no tienen a nuestro Dios!…
María no replica porque comprende que es inútil. Su buena cuñada no es sino una de tantas israelitas que creen ser las únicas que poseen la virtud… Por ser hebreas.
En medio del silencio se oye el ruido de las sandalias que producen los pies cansados y llenos de polvo…
Cuando llegan a Tiberíades, van al puerto de los pescadores y buscan la casa de José el barquero, que es discípulo.
Más tarde, cuando terminan de cenar, María de Alfeo cansada, se retira con los niños, a dormir.
Quedan en la terraza alta, la Virgen María, el barquero y su mujer, que empieza a cabecear de sueño, arrullada por el sonido de las olas, que rompen en la playa del lago.
José la excusa:
– Está cansada.
María dice:
– ¡Pobrecita! Las mujeres de casa siempre están cansadas al anochecer.
– Sí, porque trabajan… No son como aquellas que se entregan al paseo. -Dice con desprecio señalando unas barcas iluminadas, que se alejan de la playa entre cánticos y gritos…
– ¿Quiénes son?
– Romanas y sus compinches. Entre ellas están Herodías, su licenciosa hija Salomé y también otras hebreas. Porque tenemos muchas iguales a lo que fue María de Mágdala, antes de que se arrepintiese…
– Son unas pobres mujeres que no conocen la felicidad…
– ¿Qué no la conocen? Somos nosotros los que no la conocemos, al no lapidarlas para limpiar a Israel de las que se han corrompido. Y por cuya causa y por sus pecados, Dios nos maldice… Regresarán al amanecer… Todos borrachos y los esclavos los llevarán a sus casas, para dormir la mona… ¡Mira! Allá van las mejores barcas…
Pero más me enojan los hebreos que se mezclan con ellos…
Oye, ¿Sabías que aquí está Judas el Apóstol?
María lo mira atónita y pregunta:
– ¿Por qué? ¿Va con esos?…
José el barquero dice disgustado:
– No. Sino con malos amigos y con una mujer… Yo no lo he visto. Ninguno de nosotros lo ha visto así…
Pero algunos Fariseos se burlan de nosotros y nos dicen: “Vuestro apóstol ya cambió de maestro. Ahora tiene una mujer y está bien acompañado de publicanos.”
Maria dice muy seria:
– No juzgues por lo que oíste decir, José… Sabes que los Fariseos no nos quieren. Y no tributan ninguna alabanza al Maestro.
– Es verdad esto. Pero corre la voz… y nos causa sinsabor… él, que debiera ser santo por estar con el Santo, solo es un borracho, pecador y lujurioso…
– Como brotó, así morirá. No peques contra tu hermano. ¿Dónde está? ¿Conoces el lugar?
– Sí. En casa de un amigo suyo, que tiene una bodega de especias y vinos.
– Yo necesito ver a Valeria, la amiga de Claudia… ¿Son iguales todas las romanas?
– ¡Oh, más o menos! Aunque no se dejen ver, causan daño.
– ¿Quiénes son las que no se dejan ver?
– Las que fueron a la casa de Lázaro en la Pascua. Se han retirado más… Quiero decir que casi no asisten a los banquetes. Pero con una cierta frecuencia, para poder decir que no son unas inmundas.
– Pero, ¿Lo dices porque estás seguro de ello o porque tus prejuicios hebreos te hacen expresarte así? Examínate de veras.
– Bueno… realmente no lo sé. No las he visto más en las barcas de esos… pero de que vayan en la barca de noche, Sí.
– También tú vas, ¿O no?
– ¡Claro! Cuando quiero pescar.
– El calor es terrible. Y solo si uno está en el lago encuentra descanso. Fue lo que dijiste cuando cenábamos.
– Es verdad.
– Entonces, ¿Por qué no podemos pensar que ellas van al lago por el mismo motivo?
José no responde…
Luego dice.
– Es tarde. Las estrellas nos dicen que ya es la segunda vigilia. Me voy a dormir. ¿No vas a dormirte?
María replica:
– No. Voy a Orar. Saldré pronto. No te vayas a sorprender si no me encuentras cuando raye el alba.
– Eres dueña de hacer lo que te parezca. ¡Ana! ¡Ea! Vámonos a acostar. –y sacude a su mujer que se ha quedado dormida.
Cuando María se queda sola, se pone de rodillas y ora. Ora… Pero no pierde de vista las barcas que bogan llenas de luces, de flores, de cantos, de inciensos. Y se hacen pequeñas en la distancia…
Se queda una barca solitaria, que brilla en el espejo luminoso del agua del lago. Boga lentamente.
María no la pierde de vista, hasta que ve que se dirige a la playa…
Entonces se levanta y dice:
¡Señor, ayúdame! Haz que sea…
Y baja ligera por la escalera hasta la habitación donde duerme su cuñada.
– ¡María! ¡María! ¡Despiértate! Vamos.
María de Alfeo se despierta y restregándose los ojos:
– ¿Ya es hora de irnos? ¡Qué pronto amaneció!
Y se levanta somnolienta. Sólo cuando salen a la calle, se da cuenta y exclama:
– ¡Pero todavía no amanece!
– Todavía no. Pero necesitamos irnos cuanto antes. ¡Ven pronto por aquí, antes de que la barca llegue a la playa!
– ¿La barca? ¿Cual barca? -pregunta mientras corre detrás de María, por la playa desierta; hacia el pequeño muelle.
Llegan jadeantes primero que la barca…
María mira fijamente y exclama:
– ¡Bendito sea Dios! ¡Son ellas! Sígueme. Hay que ir a donde van ellas. No sé donde viven…
– Pero, María. Por piedad… ¡Nos tomarán por unas meretrices!
– Basta con no serlo. ¡Ven! –dice la Virgen sacudiendo su cabeza.
Y la jala hacia la penumbra de una casa. La barca toca tierra. Mientras hace una maniobra, se acerca una litera…. Suben a ella dos mujeres y otras dos se quedan en tierra. Y caminan al lado de la litera, que se pone en movimiento al paso cadencioso de cuatro númidas muy altos, vestidos con una túnica muy corta y sin mangas; que apenas si cubre la espalda.
La virgen la sigue a pesar de las protestas que en voz baja hace María de Alfeo.
– Dos mujeres solas… detrás de aquellas. Van medio desnudos… ¡Oh!…
Avanzan unos cuantos metros y la litera se detiene. Desciende una mujer, mientras alguien llama a un portón.
– ¡Salve, Lidia!
– ¡Salve, Valeria! Dale un beso a Faustina en mi nombre. Mañana por la noche leeremos tranquilas. Mientras que aquellos se dan su banquete…
Se abre el portón y Valeria con su liberta está a punto de entrar…
La Virgen se adelanta y dice:
– Domina, una palabra…
Valeria mira a las dos mujeres hebreas envueltas en un manto sencillo, que les cubre el rostro.
Las toma por unas mendigas y dice:
– Bárbara. Dales una limosna.
– No, Domina. No quiero dinero. Soy la Madre de Jesús de Nazareth y ésta es una pariente mía. Vengo en su Nombre a pedirte un favor.
Valeria la mira sorprendida y se angustia:
– ¡Domina!… ¿Tu Hijo acaso está… Perseguido?
María responde:
– No más de lo que suele estar. Él querría…
– Entra Domina. No está bien que estés en la calle como una mendiga.
– No hay necesidad. Quisiera hablarte en secreto…
– ¡Retírense todos! -ordena Valeria.
– Luego
– – Estamos solas. ¿Qué quiere el Maestro? No he venido a hacerle ningún daño en su ciudad. Él no vino, para no causarme ningún daño ante mi esposo.
– No. Porque yo se lo aconsejé. A mi Hijo se le odia, Domina.
– Lo sé.
– Solo encuentra consuelo en su Misión.
– Lo sé.
– No exige honores, ni soldados. No aspira a reinos, ni a riquezas. Hace tan solo sentir su derecho sobre los corazones.
– Lo sé.
– Domina. Él quisiera devolverte a la jovencita… Pero no te vayas a enojar si te digo, que ella no podría dar cabida a Jesús en su corazón, viviendo en tu entorno. Tú eres mejor que otras. Pero a tu alrededor… hay mucho fango del mundo…
– Así es. ¿Y qué quisiera?
– Tú eres madre. Mi Hijo tiene sentimientos paternales para cada corazón. ¿Te gustaría que tu hijita creciese en medio de lo que pudiera arruinarla?
– No. He comprendido… Bueno, dile a tu Hijo estas palabras: ‘En recuerdo de Faustina a quién salvaste su cuerpo; Valeria te deja a Áurea, para que salves su espíritu’ Es verdad. Nos encontramos en medio de la corrupción. Para poder dar garantías a un Santo. Domina… Ruega por mí. –y se retira ligera, antes de que la Virgen pueda darle las gracias.
Valeria se ha ido llorando…
María de Alfeo no sabe qué decir.
Y balbucea:
– La cedió como si fuese una cosa…
– Para ellos lo es. Para nosotros es un alma. Ven… ¡Mira!… ¡El Cielo empieza a iluminarse! Las noches son demasiado cortas… ¡Vámonos!…
Y toman el camino de la ribera…
En una casa. En un rincón, se encuentran con Judas de Keriot, visiblemente borracho, que ha regresado de algún banquete y tiene los vestidos sucios y la cara desfigurada.
María pregunta:
– ¡Judas!… ¿Tú?… ¿En este estado?
Judas no tiene tiempo de fingir que no la conoce. Y no puede huir… la sorpresa y el susto lo despabilan y se queda como enclavado, sin reaccionar…
María se le acerca, venciendo la repugnancia que el apóstol despierta en Ella y le dice:
– Judas. Desgraciado hijo… ¿Qué estás haciendo? ¿No piensas en Dios? ¿En tu alma? ¿En tu mamá? ¿Qué haces Judas? ¿Por qué quieres ser un Pecador…? ¡Mírame, Judas! ¡No tienes derecho a matar tu alma!… –y trata de tomarlo de la mano.
Judas reclama:
– ¡DÉJAME EN PAZ! Al fin y al cabo, soy un hombre. Y soy… Soy libre de hacer, lo que todos los demás hacen. Dile al que te envió a espiarme; que no soy todavía un espíritu… ¡Soy joven!
– No eres libre de arruinarte, Judas. Ten piedad de ti mismo… Obrando así, nunca serás un espíritu dichoso… ¡Judas!… Él no me envió a expiarte. Él ruega por tí… Él no hace otra cosa más que esto. Y también yo con Él. En nombre de tu mamá…
– Déjame en paz. –pero luego; sintiendo que ha sido maleducado, se corrige- No merezco tu compasión. ¡Adiós! -y escapa corriendo.
Maria de Alfeo, dice:
– ¡Qué demonio!… se lo diré a Jesús… Tiene razón mi hijo Judas.
– Tú no dirás nada a nadie. Rogarás por él. Eso es lo que harás…
– ¡Lloras! ¿Lloras por él? ¡Oh!…
– Sí. Me sentí feliz por haber salvado a Áurea… ahora lloro porque Judas es pecador. Pero a Jesús, que ya está muy afligido; no le llevaremos sino buenas noticias. Con nuestras penitencias y plegarias, arrancaremos de las garras de Satanás al pecador… ¡Cómo si fuese un hijo, María! ¡Cómo si fuese un hijo! También tú eres madre y comprendes… Por esa madre infeliz… Por esa alma pecadora… Por nuestro Jesús…
– Sí. Pediré al Señor… Pero no pienso que lo merezca…
– ¡María!… ¡María, no hables así!… Vámonos.
La virgen está muy cansada, cuando de regreso vuelve a pisar el umbral de su hogar. Le abre Simón, quién después de saludarle, se retira prudente al taller. Encuentra a Jesús, poniendo la puerta del horno en su lugar, después de haberla reparado. Está poniendo aceite en los goznes. Apenas ve a su Madre, se limpia las manos en su delantal de trabajo y va a su encuentro…
Jesús saluda:
– La Paz sea contigo, Mamá.
María contesta:
– La Paz sea contigo, Hijo.
– Qué cansada debes estar. Llegaste pronto…
– Desde el amanecer hasta el crepúsculo, descansé en casa de José. Si no fuera por este calor tan fuerte, me hubiera venido luego para decirte, que te cedieron a Áurea.
– ¿De veras? -el rostro de Jesús rejuvenece, ante la alegre sorpresa.
Parece un joven de veinte años y se parece más a su Madre, que siempre parece una jovencita; tanto en su rostro, como en sus movimientos.
– De veras, Jesús. No me costó ningún trabajo conseguirlo. La mujer consintió enseguida. Se sintió conmovida al reconocer que tanto ella como sus amigos, se encuentran en tal estado, que no puede educar a una criatura para Dios. Un reconocimiento tan humilde; tan sincero; tan verdadero. No es muy fácil encontrar a alguien, que sinceramente reconozca tener defectos.
– Así es. No es fácil. En Israel son muy pocos. Ellas son unas almas hermosas, sepultadas bajo una costra de suciedad. Pero cuando ésta caiga…
– ¿Sucederá, Hijo?
– Estoy seguro de ello. Instintivamente se dirigen al Bien. terminarán por acercarse a Él. ¿Qué te dijo?
– ¡Oh! ¡Pocas palabras!… Nos entenderemos al punto. ¿No sería mejor, llamar a Áurea? Quiero comunicárselo, si me lo permites.
– ¡Claro, Mamá! Mandaremos a Simón. –y con voz fuerte llama a Zelote.
– Simón. Ve a la casa de simón de Alfeo y dile que mi madre que ha regresado. Trae a la niña y a Tomás, que ya debe haber terminado el favor que le pidió a Salomé…
Simón se inclina y se va.
María le cuenta a Jesús, todas las peripecias de su viaje… Menos lo de Judas.
Jesús sonríe:
– Me has traído la prueba de lo que las romanas sienten por Mí. Si Juana hubiese intervenido se hubiera podido pensar, que se la cedían a la amiga. Ahora vamos a esperar hasta el sábado y si Mirta no viene, nos iremos con Áurea.
María dice:
– ¡Hijo! Quisiera quedarme…
Jesús contesta:
– Estás muy cansada, lo veo.
– No. No es por eso… Pienso que Judas podría venir aquí. Cómo no está mal que en Cafarnaúm, haya siempre un amigo que lo hospede. Tampoco lo está que alguien lo acoja cariñosamente aquí…
– Gracias Mamá. Sólo tú comprendes, lo que todavía puede salvarlo…
Y ambos suspiran por el discípulo que les causa dolor…
Regresan Simón y Tomás; con áurea que al instante, corre a abrazar a María.
Jesús la deja con su madre y va a adentro con sus apóstoles.
– Rezaste mucho, hija Y el buen Dios te escuchó… -empieza diciendo María.
Pero es interrumpida por un grito de alegría:
– ¡Me quedo contigo! -y le echa los brazos al cuello, besándola.
María la besa también.
Y teniéndola abrazada le dice:
– Cuando uno recibe un gran favor, hay que pagarlo, ¿Oh no?
– Claro que sí. Y yo te pagaré amándote mucho.
– Gracias hija. Pero Dios es más que yo. Él es el que te concedió este gran favor. Esta Gracia inmensa de acogerte entre los hijos de su Pueblo. De hacerte discípula del Maestro-Salvador. Yo sólo fui el instrumento de esta gracia que Él el Altísimo, te concedió. ¿Qué darás pues al Altísimo, para decirle que se lo agradeces?
– No sé. Dime cómo, Madre…
– Con amor. Pero el amor para que sea verdaderamente real, tiene que ir unido con el sacrificio. Porque cuando algo nos cuesta, es porque tiene valor, ¿O no es verdad?
– Cierto.
– Bueno, yo diría que Tú, con la misma alegría con qué gritaste: ‘¡Me quedo contigo!’ Tienes qué gritar: ¡Sí, Señor! Cuando yo, su pobre sierva, te diga lo que Él dispone de ti.
– Dímelo, Madre. –dice Áurea poniendo su carita seria.
– Dios quiere confiarte a dos buenas mujeres, que son madres. A Noemí y a Mirta…
Las lágrimas se asoman a los ojos de la niña y le ruedan por sus sonrosadas mejillas.
– Ellas son buenas. Mi Jesús y yo las queremos. Jesús a una de ellas le salvó su hijo. A la otra, yo le amamanté el suyo. Tú viste que son buenas.
– Es cierto. Pero esperaba quedarme contigo.
– Hija, no se puede tener todo. tú misma ves que yo no estoy con mi Jesús. Os lo he entregado. Estoy separada, muy separada de él; mientras va caminando por la Palestina para predicar, curar y salvar a niñas…
– Es verdad.
– Si lo quisiera para mí sola, a ti no te hubiera salvado y vuestras almas no se salvarían. Piensa cuán grande es mi sacrificio. Os doy un Hijo que será Inmolado por vuestras almas. Por otra parte, tú y yo estaremos siempre unidas; porque las discípulas están siempre unidas con el Mesías, formando una Gran Familia, por el amor que tienen hacia Él.
– Es verdad. ¿Y podré venir aquí? ¿Nos volveremos a ver otra vez?
– Sin duda alguna. Hasta que Dios lo quiera.
– ¿Y rogarás siempre por mí?
– Lo haré siempre.
– Y cuando estemos juntas, ¿Me seguirás enseñando muchas cosas?
– Sí, hija.
– ¡Ah, yo quiero ser como tú! ¿Lo lograré? Quiero saber, para ser buena…
– Noemí es madre de un sinagogo que es discípulo del Señor. Mirta tiene un hijo que mereció la gracia del milagro y es un buen discípulo. Las dos mujeres son buenas e inteligentes, además de que abrigan en su corazón un gran amor.
– ¿Me lo aseguras?
– Te los aseguro, hija.
– Entonces bendíceme. Y que se haga la voluntad del Señor, como dice la Oración de Jesús. La he dicho tantas veces… Es justo que se haga ahora lo que dije, para conseguir que no fuese con los romanos…
– Eres una buena muchachita. Dios siempre te ayudará más. Ven. Vamos a decirle a Jesús que la discípula más joven, sabe hacer la Voluntad de Dios…
Y tomándola de la mano, entra a la casa con ella.
El viernes por la tarde, acalorados pero alegres llegan Mirtha y Noemí, con el joven Abel. Bajan de sus borricos y Abel los lleva al pesebre.
Ellas entran por la puerta del taller. Tomás está guardando las herramientas. Simón barre el aserrín y Jesús está limpiando los cacharros de cola y de pintura.
Las mujeres se inclinan al entrar y luego se arrodillan ante Jesús.
Al hacerlo dicen:
– La paz sea contigo, Maestro y con vosotros también.
Jesús contesta:
– La paz sea con vosotras. Sois muy fieles. ¡Venir con este calor!
– ¡Oh, no es gran cosa! Se encuentra uno tan bien aquí, que se olvida todo. ¿Dónde está tu Mamá?
– Está allá. Terminando un vestido para Áurea. Id vosotras.
Y las dos toman sus alforjas y van donde está María.
Zelote dice:
– Maestro, Mirta además de conservar al hijo que tenía, ha conseguido una nueva criatura y en poco más de un año.
– Sí. En poco más de un año… Hace más de un año que María Magdalena se convirtió. ¡Cómo pasa el tiempo! Me parece que fue ayer… ¡Cuántas cosas han pasado en un año!
Regresa Abel y encuentra a Tomás todavía pensativo y perdido en sus recuerdos. Moviendo distraídamente sus instrumentos de orfebre.
Abel se inclina a verlos y pregunta:
– ¿Tuviste trabajo?
Tomás contesta:
– ¡Oh! He hecho felices a todas las mujeres de Nazareth. He reparado un montón de joyas. Tuve que pedir a Mateo que me trajera metal de Tiberíades. Me he creado una buena clientela. ¡Ja,ja! -Ríe alegre- me estoy preparando. Me he propuesto hacerme propaganda con el trabajo, cuando vaya a predicar entre los infieles. Y estoy haciendo progresos…
– Eres un hombre inteligente como orfebre y como apóstol.
– Me esfuerzo en serlo por amor a Jesús. ¿Con que has ganado una hermana? Trátala bien, ¿Sabes? Es como una palomita salida del nido. Te lo digo yo que estoy acostumbrado por razón de mi trabajo, a tratar mujeres. Una suave palomita que tuvo mucho miedo al gavilán.
Y que busca alas maternas, alas fraternas como defensa. Si tu madre no la hubiese querido, la hubiera pedido yo para mi hermana gemela. Un hijo más, un hijo menos. Es muy buena mi hermana, ¿Sabes?
– También mi madre. Se le murió una niña cuando quedó viuda. Tal vez se le puso mal la leche, cuando murió mi padre. Apenas si me acuerdo de ella. Y tal vez ni siquiera lo haría, si mi madre no la llorase y si cualquier niña pobre de Belén, no tuviese derecho a comer y a vestirse, en recuerdo de la muertita. Tal vez por eso yo también quiero mucho a las niñas. Aunque pienso que ésta ya no es una niña… Pero la consideraré como a tal por su corazón. Si es como mi madre, Noemí y tú, decís…
– Puedes estar seguro. Vamos. La conocerás.
Van al comedor en donde están las mujeres, Jesús y Zelote.
Mirta, que ha venido con una gran esperanza, está conquistándose el corazón de Áurea y le prueba un vestido de lino que le hizo.
– Te queda bien. –le dice acariciándola, mientras le ajusta el vestido- ¡Oh! Ahí está mi hijo Abel. Acércate hijo. Mira… Ésta es Áurea. Pertenecerá a nuestra familia, ¿Lo sabías?
Abel contesta:
– Sí. Y me siento contento como tú.
Mira a la niña. La estudia… Sus negros ojos se clavan en ella. Se muestra satisfecho y sonríe.
Le dice:
– Nos amaremos en el Señor que nos salvó. Y lo amaremos y haremos que otros lo amen. Seré para ti un hermano en espíritu y en cariño. Lo prometo ante el Maestro y mi madre… -y con una gran sonrisa, le tiende su mano fuerte y morena.
Áurea vacila por un momento, se sonroja y estrecha la mano de Abel.
Le contesta:
– Así lo haremos. En el Señor.
Los presentes se sonríen entre sí.
Se escucha una voz ronca:
– Aquí se puede entrar sin llamar a la puerta.
Es Pedro que viene seguido por todos los apóstoles, menos Judas.
Al día siguiente en la tarde, después del descanso del mediodía, se hacen los preparativos para la partida…
Tomás ofrece a la Virgen un brocamantón que se pone en el escote del vestido:
– Sé que no lo usarás, María. Pero acéptalo de todos modos. Tuve la idea de hacértelo, cuando un día mi Maestro habló de ti comparándote con los lirios de los valles. Y para que la alabanza que te dio tu Hijo, se aprecie como símbolo tuyo. Y si no logré dar al metal la viveza de un tallo real y la fragancia de la flor; mi sincero y respetuoso amor por ti lo hagan finísimo como una caricia. Y lo perfumen de la devoción que siento por ti, Madre de mi Señor.
– ¡Oh, Tomás! Es verdad que no uso joyas, porque me parecen cosas fútiles. Pero esto no lo es. Es amor de mi Jesús y de su apóstol. Y me gusta mucho. Y me acordaré del buen Tomás, que ama mucho a su Maestro. Gracias Tomás por tu amoroso afecto.
Todos admiran el trabajo perfecto y Tomás saca otra preciosidad: tres estrellitas de jazmín, con una ramita, unidas en un círculo, un par de peinetas y un par de aretes que le hacen juego…
Y se las entrega a Áurea:
– Porque no fuiste codiciosa. Y has estado aquí mientras el jazmín estuvo en flor. Y porque estas estrellitas te recuerden a nuestra Estrella.
Áurea los recibe y llora de felicidad:
– Muchas gracias, Tomás. No lo olvidaré.
Se despiden y se van, montados en los borricos.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
QUINTO MISTERIO LUMINOSO III
JESÚS INSTITUYE LA EUCARISTÍA
Jesús, con la cabeza inclinada, maquinalmente acaricia los cabellos rubios de Juan. Se estremece. Sacude la cabeza, la levanta, mira a su alrededor, sonríe a sus apóstoles como para consolarlos y dice:
– Levantémonos y sentemos juntos, como los hijos se sientan alrededor de su padre.
Toman los lechos que están detrás de la mesa y los llevan al otro lado.
Jesús se sienta en su lecho, entre Santiago y Juan, como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse en el lugar que dejó Iscariote, grita:
– ¡No! ¡Allí, no!
Un grito impulsivo que su inmensa prudencia no logra controlar. Luego busca de darle una explicación diciendo:
– No es necesario dejar tanto lugar. Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí.
Andrés deja el asiento vacío y sin moverlo. Y busca acomodarse en otro lugar.
Jesús está en el centro.
Santiago de Zebedeo llama a Pedro y le dice:
– Siéntate aquí. Yo me siento en este banco, a los pies de Jesús. –y le deja su lugar junto a Jesús.
Pedro suspira feliz:
– ¡Qué Dios te bendiga, Santiago! ¡Tenía tantas ganas!
Jesús sonríe:
– Veo que empieza a surtir efecto lo que antes os dije. Los buenos hermanos se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, te digo: ‘Dios te bendiga’ Esta acción tuya, jamás será olvidada. Y la hallarás premiada allá arriba.
Todo lo que pido lo alcanzo. Lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo darse en comida al hombre. El Hijo del hombre ha sido glorificado ahora, con todo lo ocurrido. Porque el milagro es prueba de poder y solo es posible que sea realizado, por los amigos de Dios. Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Esto es un milagro que por su forma, duración, naturaleza, por sus límites; no puede ser mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural e inconcebible a los ojos del hombre a los ojos del hombre soberbio; que muy pocos lo comprenderán como debe ser. Y muchos lo negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? ¡No! ¡Que se les tenga piedad! Cuanto mayor es el milagro, tanto mayor es la gloria que recibe el que lo hizo. Ha sido Dios Mismo Quien dice: “Este amado mío lo quiso, lo alcanzó. Se lo concedí porque lo amo”
Alégrate tú que regresas a tu Trono, ¡Oh Esencia espiritual dela SegundaPersona! ¡Alégrate! ¡Oh, carne que vuelves a subir, después de un largo destierro en el fango! No es el paraíso de Adán, sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás. Si por órdenes de Dios un hombre detuvo el sol con admiración de todos, ¿Qué no sucederá en los astros, cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente Glorificado, sube y se sienta a la derecha del Padre? Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros. Luego me buscaréis, pero donde Yo esté, no podréis ir.
Pensad en mi Madre… Ni siquiera Ella podrá ir a donde Yo voy. Y sin embargo Yo dejé al Padre para venir a Ella y hacerme Jesús en su vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso. Me alimenté de su amor convertido en leche. Tuve pureza y amor, porque me alimentó con su virginidad, que fecundó el Amor Perfecto, que vive en el Cielo. Yo crecí con sus fatigas y sus lágrimas… Y sin embargo le pido un heroísmo que nunca se ha realizado y que no tiene comparación. Y con todo, nadie le iguala en amarme. Y pese a todo esto la dejo y me voy a donde Ella no irá, sino después de mucho tiempo. En Ella reside toda clase de gracias y de santidad. Es el ser que todo lo ha tenido y que todo lo ha dado. Nada se le puede agregar, nada quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios.
Para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde Yo esté; de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús. Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros, así como os he amado. Y de este modo se conocerá que sois mis discípulos. Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿Cómo se sabe que lo son? Por el amor común que los une. Aun cuando muera el padre, la familia buena no se dispersa, porque la sangre es una, la que el padre comunicó. Y liga en tal forma que ni siquiera la muerte destruye tal unión. Porque el Amor es más fuerte que la muerte. Ahora, si vosotros os amáis, después de que os haya dejado; todos reconocerán que sois mis hijos y por lo tanto mis discípulos. Y verán que todos sois hermanos, porque tenéis un solo Padre.
Pedro pregunta:
– ¿Señor, pero a dónde te vas?
Jesús contesta:
– Me voy a donde por ahora no puedes seguirme. Más tarde lo harás.
– ¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre, desde que me dijiste: ‘Sígueme’ Sin pena alguna he dejado todo. ahora, no es justo de tu parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Tí. Tú que eres todo para mí. Por quién dejé lo poco que antes tenía… ¿Vas a la muerte? Está bien. también yo voy. Iremos juntos al otro mundo, pero antes te defenderé. Estoy dispuesto a morir por Ti.
– ¿Qué morirás por Mí? ¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad te aseguro que no habrá cantado el gallo, antes de que me hayas negado tres veces. Estamos en la primera vigilia. Luego vendrá la segunda… y después la tercera. Antes de que lance su qui-qui-ri-quí el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor.
– ¡Imposible, Maestro! Creo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro.
– En estos momentos lo estás, porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios Encarnado será apresado y no lo tendréis más. Satanás después de haberos engañado, os llenará de espanto. Tú misma confianza es un ardid suyo, una treta para engañaros. Os insinuará: ‘Dios no existe. Yo sí existo.’ Y aun cuando el miedo os haya hecho incapaces de reaccionar; sin embargo lograréis comprender que cuando Satanás sea el dueño dela Hora, el Bien habrá muerto y el Mal estará a sus anchas. El espíritu habrá sido abatido y lo terreno triunfante. Entonces quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo. Y atemorizados doblaréis cual vencidos, vuestra espalda ante el vencedor. Y para que no se os mate, renegaréis del héroe caído. Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed en Dios. Creed también en Mí. Creed en Mí, contra todas las apariencias. Tanto el que queda como el que huye; crea en mi Misericordia y en la del Padre. Tanto el que calle, como el que abre su boca para decir: ‘No lo conozco’ De igual modo crea en mi Perdón. Creed que como fuesen vuestras acciones en lo porvenir, dentro del Bien, de mi Doctrina y por lo tanto de mi Iglesia, os dará un lugar en el Cielo. Enla Casade mi Padre hay muchas moradas. Si no fuese así os lo habría dicho, porque no me adelantaría a preparaos un lugar. Ahora me voy, cuando haya preparado a cada uno su lugar enla JerusalénCelestial, regresaré y os llevaré conmigo, para que estéis donde Yo estoy. Donde no habrá muerte, lutos, llantos, gritos, hambre, dolor, tinieblas, sequía. Sino luz, paz, felicidad, cánticos… Quiero que estéis donde estaré Yo. Sabéis a donde voy y conocéis el camino.
Tomás pregunta:
– ¡Pero Señor! No sabemos nada. Nos debes decir a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino que debemos tomar para ir a Ti y abreviar la espera?
– Yo Soy el Camino,la Verdad,la Vida.Muchasveces os lo he dicho y os lo he explicado. En verdad os digo que algunos que ni siquiera sabían que existe Dios, os han tomado ya la delantera, dirigiéndose por mi Camino. ¡Oh! ¿Dónde estás tú, oveja extraviada de Dios a quién volví a traer al rebaño? ¿Dónde estás tú, que resucitaste en el alma?…
Los apóstoles preguntan:
– ¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De María la hermana de Lázaro? Está allá con tu Madre. ¿Quieres que la llamemos? ¿O quieres a Juana? Debe estar en su Palacio. ¿Quieres que vayamos a llamarla?
– No. No me refiero a ellas. Pienso en Fotinaí y Aglae. Ellas me encontraron. No se han separado de mi Camino… A una le señalé al Padre como al Dios Verdadero y al espíritu cual levita en esta adoración individual. A la otra, que ni siquiera sabía que tenía alma, le dije: ‘Mi Nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy quien busca a los extraviados. Soy quien dala Vida,la Verdadyla Pureza.Quienme busca, me halla.’ Y ambas encontraron a Dios. ¡Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en seres más fuertes que Judith!… Voy donde estáis… Vosotras me consoláis… ¡Sed benditas!… ¡Oh! Nadie viene al Padre, sino por Mí. Si me conocen a Mí, también conocerán al Padre.
Felipe dice:
– Señor, muéstranos al Padre, seremos como ellas y eso nos basta.
– Hace tiempo que estoy con vosotros y tú Felipe, ¿Todavía no me has conocido? Quién me ve a Mí, ve a mi Padre. ¿Cómo puedes decir muéstrame al Padre? ¿No logras creer que Yo estoy en mi Padre y el Padre en Mí? Las palabras que os digo, no las digo por Mí. El Padre que mora en Mí, lleva a cabo cada obra mía. Os lo digo y os lo afirmo: Quien cree en Mí, realizará las obras que Yo hago y hará mucho mayores; porque me voy donde el Padre. Y todo cuanto pidiereis al Padre en mi Nombre, lo haré Yo, para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Haré todo lo que me pidiereis en mi Nombre. En virtud de este Nombre, todo es posible. Quien piensa en mi Nombre me ama y me alcanza.
Pero no basta amar. Hay que observar mis órdenes, para alcanzar el verdadero Amor. Las obras son las que dan testimonio de los sentimientos. Si ustedes me aman, guardarán mis Mandamientos y Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador que permanecerá siempre con vosotros. A quién Satanás y el Mundo no podrán hacer daño alguno. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir, que no puede hacerle mal, porque no lo ve y no lo conoce. Se burlará de Él. Pero Él está muy por arriba, de tal modo que la befa no le llegará. Mientras que Misericordiosísimo sobre toda medida, estará siempre con quien lo amare; aun cuando sea pobre y débil. Vosotros lo conoceréis; porque está ya viviendo con vosotros y pronto estará en vosotros. Y permanecerá siempre con vosotros. No os dejaré huérfanos. Regresaré a vosotros. Dentro de poco el Mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque viviré y vosotros también. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre y vosotros en Mí y Yo en vosotros. El que ama, es el que acepta mis preceptos y los observa. El que me ama será amado por mi Padre y poseerá a Dios, porque Dios es Caridad. Y quién ama tiene a Dios en sí. Yo lo amaré porque veré en él a Dios y me manifestaré haciéndome conocer en los secretos de mi Amor; de mi sabiduría; de mi Divinidad Encarnada. Estos serán los modos como regresaré entre los hombres a quienes amo. Aunque sean débiles, aunque sean mis enemigos. Éstos serán sólo débiles. Los robusteceré. Diré: ‘¡Levántate!’, gritaré: ‘¡Sal fuera!’, ordenaré: ‘¡Sígueme!’, Mandaré: ‘¡Oye!’, avasallaré: ‘¡Escribe!’… y entre éstos estáis vosotros.
Tadeo pregunta:
¿Por qué Señor, te manifestarás a nosotros y no al mundo?
Jesús responde:
– Porque me amáis y observáis mis palabras. Quien hiciere así, mi Padre lo amará. Vendremos a él y haremos en él nuestra mansión. El que no me ama no guarda mis palabras y obra según la carne y el mundo. Cuando venga a vosotros el Consolador. El Espíritu Santo que el Padre mandará en mi Nombre, entonces comprenderéis y Él os enseñará todo y os traerá a la memoria cuanto os he dicho.
Os dejo mi Paz. Os doy mi paz. Os la doy, no como la da el mundo. La paz que os doy es más profunda. Yo me comunico a Mí Mismo, en este adiós a vosotros. Os comunico mi Espíritu de Paz, como os he entregado mi Cuerpo y mi Sangre; para que en vosotros exista una gran fuerza, en la batalla que se acerca. Satanás y el Mundo han declaradola Guerracontra vuestro Jesús. Es su Hora. Conservad en vosotrosla Paz, mi Espíritu, que es espíritu de Paz, porque Yo Soy el Rey de la paz. Tenedla para que no os encontréis muy abandonados. Quién sufre tiendola Pazde Dios en sí; sufre, pero no blasfema, ni se desespera.
No lloréis. Si me amaseis más allá de lo que veis en Mí, os alegraríais inmensamente, porque regreso al Padre, después de un largo destierro. Voy a donde está El que es Mayor que Yo y que me ama. Os lo digo ahora… Antes de que se realice. Así como os he contado los sufrimientos del Redentor antes de salir a su encuentro; para que cuando todo se cumpla, creáis más en Mí. ¡No os conturbéis de este modo! ¡No perdáis los ánimos! Vuestro corazón tiene necesidad de control… ¡Hay tantas cosas que quisiera deciros!… Llegado al término de mi evangelización, me parece que falta mucho por hacerse. ¿Acaso no he cumplido con mi oficio? ¿Dudaré? ¡No! Pongo mi confianza en Dios y a Él os confío, amados amigos. Él completarála Obrade su Verbo. No soy como un padre que está por morir y a quién no le queda otra luz, más que la humana. Yo tengo mi esperanza en Dios. Y me dirijo tranquilo a mi destino. Sé que está por bajar otra lluvia sobre las semillas arrojadas en vosotros, que hará que germinen todas. Luego vendrá el sol del Paráclito y se convertirán en un poderoso árbol…
El Príncipe de este Mundo está por venir. Aquel con quien no tengo nada que ver. No podría nada sobre Mí, si no fuese por la razón de querer redimiros. Esto sucede porque quiero que el mundo conozca que amo al Padre. Y lo amo hasta obedecerlo enla Muerte.Yde este modo cumplo lo que me ha mandado.
Es hora de irnos. Oíd las últimas palabras. Yo soyla Vidverdadera. El Padre, es el agricultor. A todo sarmiento que no produce fruto, Él lo corta. Y poda al que produce, para que produzca más. Os habéis ya purificado con mi Palabra. Permaneced en Mí y Yo estaré en vosotros, para que lo sigáis estando. El sarmiento que ha sido separado dela Vid, no puede producir fruto. De igual modo vosotros si no permanecéis en Mí. Yo soyla Vidy vosotros los sarmientos. El que permanece unido a Mí, produce muchos frutos. Pero si uno se separa, se convierte en rama seca, que se arroja al fuego, para que se queme. Permaneced pues en Mí y que mis palabras queden en vosotros. Luego, pedid cuanto queráis, que se os dará. Mi Padre será cada vez más glorificado, cuanto más produzcáis frutos y seáis mis discípulos.
Como el Padre me ha amado, así también Yo a vosotros. Permaneced en mi Amor que salva. Si me amáis, seréis obedientes y la obediencia aumenta el amor recíproco. No digáis que estoy repitiendo lo mismo. Conozco vuestra debilidad. Quiero que os salvéis. Os digo esto para que la alegría que os quise comunicar, exista en vosotros y sea perfecta. ¡Amaos! ¡Amaos! ¡Este es mi nuevo mandamiento! Amaos mutuamente, más de lo que cada uno se ama a sí mismo. El amor del que da su vida por sus amigos, es mayor que cualquier otro. Vosotros sois mis amigos y doy mi vida por vosotros. Haced lo que os he enseñado y mandado. No digo que sois mis siervos; porque el siervo no sabe lo que hace su dueño. Entretanto que vosotros sabéis lo que hago. Todo lo sabéis respecto a Mí. Y fui quién os eligió y lo hice para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de los evangelizados; vuestro fruto permanezca y el Padre os conceda lo que pidáis en mi Nombre.
No digáis: “Si Tú nos has escogido, porqué escogiste a un traidor. Si todo lo sabes, ¿Por qué lo hiciste? ” No preguntéis ni siquiera quién sea ese tal. No es un hombre. Es Satanás. Lo dije a mi fiel amigo y permití que lo dijese. Es Satanás. Si Satanás el Eterno Comediante, no se hubiera encarnado en un cuerpo mortal; este hombre poseído no habría podido escapar a mi poder. He dicho ‘poseído’. No. Es algo mucho más: es un entregado a Satanás.
Santiago de Alfeo pregunta:
– ¿Por qué Tú que has arrojado demonios, no lo libraste de él?
Jesús contesta:
– ¿Me lo preguntas porque amándome tienes miedo de ser tú? No temas.
Varios preguntan al mismo tiempo:
– Entonces, ¿Yo?
– ¿Yo?
– ¿Yo?
Jesús ordena:
– Callaos. No diré su nombre. Tengo misericordia. Tenedla también vosotros.
Tomás pregunta:
– ¿Pero por qué no lo venciste? ¿No pudiste?
– Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara para matarme, habría tenido que exterminar a la raza humana, antes de su Redención. Y entonces, ¿Qué habría redimido?
Pedro se arrodilla y sacude frenéticamente a Jesús, como si estuviese bajo el influjo de un delirio:
– Dímelo, Señor. Dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? Me examino… No me parece. Pero Tú dijiste que te negaré… Yo tiemblo de miedo… ¡Oh, qué horror que sea yo!…
Jesús niega:
– No Pedro. No eres tú.
– ¿Entonces quién?
Tadeo grita sin poder contenerse más:
– ¡Quién otro, sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?
Pedro grita:
– ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué?
Jesús ordena:
– Silencio. Es Satanás. No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?
– A buscarlo.
– Deja inmediatamente tu manto y esa espada. ¿O quieres que te arroje de Mí y te maldiga?
– ¡No, no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo… pero yo… ¿Deliro acaso? ¡Oh! ¡Oh!…
Pedro se ha postrado en tierra y llora a los pies de Jesús.
Jesús dice terminante:
– Os ordeno que os améis. Que perdonéis. ¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe el Odio, en vosotros sólo debe existir el Amor. Un amor para todos. ¡Cuántos traidores encontraréis por vuestro camino! Pero no deberéis odiarlos y devolverles mal por mal. De otro modo el Padre os odiará. Antes que vosotros he sido objeto de odio y se me ha traicionado. Y sin embargo lo estáis viendo, no odio. El mundo no puede amar lo que no es como él. Por esto no os amará. Si fueseis suyos os amaría. Pero no lo sois, porque os tomé de en medio de él y éste es el motivo por el cual os odia.
Os he dicho: el siervo no es más que el patrón. Si me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran escuchado, también a vosotros os escucharían. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre; porque no conocen y no quieren conocer, al que me ha enviado. Si Yo no hubiera venido y no les hubiese hablado, n serían culpables. Pero ahora su pecado no tiene excusa. Han visto mis obras, oído mis palabras… Con todo, me han odiado y además a mi Padre, porque Yo y el Padre somos una sola unidad con el Amor. Está escrito: ‘Me odiaron sin motivo alguno’
Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, dará testimonio de Mí y también vosotros, porque desde el principio habéis estado conmigo.
Esto os lo he dicho para que cuando llegue la hora; no quedéis acobardados, ni escandalizados. Pronto va a llegar el tiempo en que os arrojarán de las sinagogas y cuando el que os matare, pensará dar culto a Dios con lo que hace. No han conocido, ni al Padre, ni a Mí. Esa es la única razón que puede excusarlos. Antes no os lo había dicho tan claro, porque erais como niños recién nacidos. Ahora vuestra madre os deja. Me voy. Debéis acostumbraros a otra clase de alimento. Quiero que lo conozcáis.
Ninguno me pregunta de nuevo ¿A dónde vas? La tristeza os ha vuelto mudos. Y con todo es bueno que me vaya, de otro modo el Consolador no vendrá. Os lo mandaré. Y cuando venga, por medio de la sabiduría y de la palabra; de las obras y del heroísmo que os infundirá; convencerá al mundo de su pecado deicida y de mi verdadera santidad. El mundo se dividirá claramente en dos partes: la de los réprobos, enemigos de Dios y en la de los creyentes. Estos serán más o menos santos según su voluntad. Pero se juzgará al Príncipe del Mundo y a sus secuaces. No puedo deciros más, porque por ahora no lo podéis comprender. Cuando venga el Paráclito os lo dirá.
Todavía nos veremos un poco. Después no me veréis más. Y poco después, de nuevo me veréis.
Dentro de vosotros mismos estáis dialogando. Oíd una parábola. La última que os dice vuestro Maestro: cuando una mujer está encinta y llega la hora del parto, se encuentra en medio de una gran aflicción, sufre y llora. Pero cuando nace el pequeño, lo estrecha contra su corazón. Todo dolor desaparece. Su tristeza se cambia en alegría, porque ha venido al mundo, un nuevo ser.
Así también vosotros. Lloraréis y el mundo se reirá de vosotros. Pero después vuestra tristeza se cambiará en alegría, una alegría que el mundo jamás conocerá. Ahora estáis tristes, pero cuando me volváis a ver, vuestro corazón se llenará de una alegría tal, que nadie podrá arrebatárosla. Una alegría tan completa que no tendréis necesidad de pedir para la mente, el corazón y el cuerpo. Os alimentaréis solo con verme, olvidando cualquier otra cosa. Pero por esto mismo podréis pedir todo en mi Nombre y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea siempre mayor. Pedid. Pedid y recibiréis.
Ya llega la hora en que os podré hablar abiertamente del Padre. Porque permaneceréis fieles en la prueba y todo será superado. Vuestro amor será perfecto porque os habrá ayudado en la prueba. Y lo que os faltare lo daré al tomarlo de mi inmenso tesoro, diciendo: “Padre, mira. Estos me han amado creyendo que vine de Ti” Bajé al Mundo, ahora lo dejo. Voy al Padre y rogaré por vosotros.
Los apóstoles exclaman:
– ¡Oh! ¡Ahora te explicas! Ahora comprendemos lo que quieres decir y entendemos que sabes todo y que respondes sin que nadie te haya preguntado. ¡Verdaderamente has venido de Dios!
– ¿Creéis ahora? ¿En los últimos momentos? ¡Hace tres años que os estoy hablando! Pero ya ha empezado a obrar en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre, que no ha brotado de algún hombre y os causa el primer estremecimiento de ser divinos. Llegaréis a ser dioses si perseveráis en mi amor y en ser míos. No como lo dijo Satanás a Adán y a Eva. Sino como Yo os digo. Es el verdadero fruto del Árbol del Bien y dela Vida. Quién se alimenta de él, vence al Mal yla Muerte no tiene poder. Quien coma de él, vivirá para siempre y se convertirá en ‘dios’ en el Reino Divino. Vosotros seréis dioses si permanecéis en Mí.
Y sin embargo… aun cuando tenéis en vosotros este Pan y esta Sangre, está llegando la hora en qué seréis dispersos. Os iréis por vuestra cuenta y me dejaréis solo… NO. No lo estoy. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre! ¡Padre, no me abandones! Os he dicho todo… para que tengáis paz… Mi Paz. Una vez más os veréis atribulados. Pero tened confianza que Yo he vencido al Mundo.
Jesús abre los brazos en forma de cruz y recita al Padre con el rostro radiante, la sublime plegaria:
Padre, ha llegadola Hora.¡Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te de Gloria a Ti!
Tú le diste poder sobre todos los mortales y quieres que comunique la VidaEternaa todos aquellos que le encomendaste. Y esta es la VidaEterna.Conocerte a Ti, único Dios Verdadero y al que Tú has enviado, Jesús el Cristo.
Yo te he glorificado enla Tierray he terminadola Obraque me habías encomendado. Ahora Padre, dame junto a Ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes de que comenzara el Mundo.
He manifestado tu Nombre a los hombres. Hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos y Tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado, viene de Ti. El mensaje que recibí, se los he entregado y ellos lo han recibido. Y reconocen de verdad que Yo he salido de Ti y creen que Tú me has enviado.
Yo ruego por ellos, no ruego por el Mundo. Sino por los que son tuyos y que tú me diste. Pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo ya he sido glorificado a través de ellos.
Yo ya no estoy en el Mundo. Pero ellos se quedan en el Mundo; mientras Yo vuelvo a Ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a Mí me diste, para que sean uno como nosotros.
Cuando estaba con ellos Yo los cuidaba en tu Nombre. Pues Tú me los habías encomendado y ninguno de ellos se perdió; excepto el que llevaba en sí la perdición. Pues en esto debía de cumplirse l Escritura. Pero ahora que voy a Ti y estando todavía en el mundo, digo estas cosas para que tengan en ellos la plenitud de mi alegría.
Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo. Como tampoco Yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.
Conságralos mediantela Verdad: Tu Palabra es Verdad. Así como Tú me has enviado al mundo. Así también los envío al mundo. Por ellos ofrezco el Sacrificio, para que también ellos sean consagrados enla Verdad.
No ruego solo por éstos, sino también por todos aquellos que creerán en Mí por su palabra. Que todos sean uno, como Tú Padre estás en Mí y Yo en Ti. Que ellos también sean uno en nosotros; para que el mundo crea que Tú me has enviado.
Yo les he dadola Gloriaque Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad y el Mundo conocerá que Tú me has enviado y que Yo los he amado a ellos, como Tú me amas a Mí.
Padre, ya que me los has dado, quiero que estén conmigo, donde Yo estoy y que contemplenla Gloriaque Tú ya me das; porque me amabas antes de que comenzara el Mundo.
Padre Justo, el mundo no te ha conocido. Pero Yo te conocía y éstos a su vez han conocido que Tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se los seguiré dando a conocer; para que el amor con que Tú me amas esté en ellos y también Yo esté en ellos. +
Se oyen los sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno.
Jesús los bendice y luego dice:
– Tomemos los mantos y vámonos. Andrés, di al dueño de la casa, que deje todo así, porque es mi voluntad. Mañana os dará júbilo volver a ver este lugar.
Jesús mira lentamente a su alrededor. Parece bendecirlo todo.
Este Cenáculo será, la primera Iglesia Cristiana… Luego se echa encima el manto y sale seguido de sus discípulos.
A su lado va Juan, sobre el que se apoya… éste le pregunta:
– ¿No te despides de tu Madre?
Jesús contesta:
– No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido.
Simón, con la antorcha que ha encendido, ilumina el ancho corredor que lleva hasta la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a la calle. Y con la llave la cierra por fuera.
Se ponen en camino y atraviesan por el puentecillo el torrente del Cedrón…
*******
Oración:
Amado Padre Celestial: toma nuestro corazón y con tu infinita misericordia, lávalo de nuestros pecados en la Sangre Preciosa de tu amadísimo Hijo Jesucristo. Resucita nuestro espíritu y danos un corazón nuevo y despierto, para que también nosotros podamos adorarte. Abre nuestros oídos y nuestros ojos, para que ya no seamos más ciegos y sordos a tu Palabra. Amen
PADRE NUESTRO…
DIEZ AVE MARÍA…
GLORIA…
INVOCACIÓN DE FÁTIMA…
CANTO DE ALABANZA…
PRIMER MISTERIO DE GLORIA IV
PRIMER MISTERIO DE GLORIA IV
CUARTA PARTE: ‘Si no veo, no creo.’
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Dos días después…
Los Diez están en el patio del Cenáculo. Y conversan:
Simón Zelote dice:
– Estoy muy preocupado porque Tomás no se ha dejado ver. Y no sé dónde encontrarlo.
Juan:
– Tampoco yo.
– No está en la casa de sus padres. Nadie lo ha visto. ¿Lo habrán aprehendido?
– Si así fuera, el Maestro no hubiera dicho: “Diré lo demás cuando llegue el que está ausente.”
– Es verdad. Voy a ir otra vez a Betania. Tal vez ande por los montes y no tiene valor para acercarse.
Mateo:
– Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y nos salvaste al llevarnos con Lázaro. ¿Os acordáis de lo que el Señor dijo de él?: “Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado.” ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?
Felipe:
– Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del Traidor.
Pedro:
– En la mañana, oí: Cuando estaba con los vendedores de pescado en el mercado… Y sé que no fue una habladuría, pues conozco al que lo dijo. Que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. No saben quién habrá sido; pero encontraron dentro del recinto sagrado su cuerpo totalmente corrompido y con la faja todavía amarrada al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí. Quién sabe cómo…
Santiago de Alfeo:
– Pues a mí me dijeron en la fuente, que desde ayer por la tarde, las entrañas del Traidor, estaban esparcidas desde la casa de Caifás, hasta la de Annás. Ciertamente se trata de paganos; porque ningún hebreo hubiera tocado jamás el cuerpo, después de cinco días. ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!
Juan se pone palidísimo, al recordar lo que vio.
Y exclama:
– ¡Qué horror! ¡Ya estaba corrompido desde el Sábado!
Bartolomé:
– ¡Y arrojarlo en el lugar sagrado!… ¡Profanar el Templo de esa manera!…
Andrés:
– Pero, ¿Quién podía hacerlo? ¡Si tienen guardias por todos lados!…
Felipe:
– A menos que haya sido Satanás…
Mateo:
– Pero como fue a parar al lugar donde se colgó. ¿Era suyo?
Nathanael:
– ¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil y complicado era?
Zelote:
– Dirías mejor mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nunca se nos integró. Y nosotros que siempre estábamos juntos. Cuando estábamos con él; parecía como si nos topásemos contra una muralla.
Tadeo:
– ¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Mejor di un laberinto.
Juan:
– Oídme. Ya no hablemos de él. Me parece como si al recordarlo, lo tuviésemos todavía aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera borrar su recuerdo no solo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo, para que no enrojezca de vergüenza, por haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil, para que ninguno de ellos llegue a decir: ‘Su Traidor fue uno de Israel’ soy un muchacho y comprendo que no debería hablar antes que Pedro, que es nuestra cabeza. Pero como quisiera que lo más pronto posible se nombre a alguien para que ocupe su lugar. Uno que sea santo. Porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del Infierno con sus hedores, sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos engañe…
Andrés:
– ¡Qué no, Juan! Te ha quedado una espantosa impresión de su Crimen y de su cuerpo pendiente del árbol.
Juan objeta:
– No, no. También María lo ha dicho: “He visto a Satanás, al ver a Judas de Keriot” ¡Oh, Pedro! ¡Tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su Lugar!
Pedro:
– Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote, ¿Qué voy a escoger el pobre de mí?
Tadeo:
– Y con todo, tendrás que hacerlo.
Pedro:
– No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor. Basta con los pecados que he cometido…
Santiago de Alfeo dice desconsolado:
– Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Nos falta aprender muchas cosas… Y cómo vamos a hacer para saber lo que está mal ¿O no lo está? Mira como el Señor se expresa de nosotros; muy diferente de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación. Pero no ante la duda sobre su Perdón. ¡Oh! ¡Tengo miedo de equivocarme!
Santiago de Zebedeo lo apoya:
– No cabe duda de que nos ha dicho tantas cosas. Pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto. Parece que tuviera un agujero en la cabeza…
Todos confiesan sentirse igual.
Sigue un largo silencio que es interrumpido por los toques en la puerta. Todos se quedan callados y esperan…
Cuando un siervo va a abrir, todos se quedan sorprendidos y lanzan un ‘¡Oh!’ De emoción al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás…
Un Tomás tan cambiado, que está irreconocible.
Todos los rodean con gritos de júbilo:
– ¿Sabes que ha Resucitado y que ha venido? Espera tu regreso.
Tomás contesta:
– Lo sé. Me lo ha dicho también Elías. Pero no… No lo creo. Creo en lo que mis ojos ven. Y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni un sepulcro, a donde se le pueda ir a llorar. Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice. Y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó; como si fuese un animal inmundo. Y también se quiere liberar de los seguidores del Nazareno… En las Puertas me detuvieron el Viernes y me dijeron: ‘¿Eras también uno de los suyos? Está Muerto. No hay nada que hacer. Vuelve a trabajar el oro.’ Y huí…
Zelote:
– ¿A dónde? Te buscamos por todas partes.
– ¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama. Luego no me atreví a entrar; porque no quise que me regañara una mujer. Desde entonces vagué por las montañas de la Judea. Ayer terminé en Belén. Fui a su Gruta. ¡Cuánto he llorado!… Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías, que había ido… No sé por qué.
Elías contesta:
– ¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va donde se siente más a Dios. En esa gruta mi alma se siente acariciada por el recuerdo de su llanto de pequeñín. Esta vez yo fui para gritar mi felicidad y tomar lo más que pudiera de Él, porque queremos predicar su Doctrina y esas ruinas nos ayudarán… Un puñado de esa tierra. Una astilla de esos palos que lo vieron Nacer. No somos santos, para tener el atrevimiento de tomar tierra del Calvario…
Pedro:
– Tienes razón, Elías. También nosotros lo haremos. ¿Y Tomás?…
– Dormía y lloraba. Le dije: ‘Despiértate. No llores más. Ha resucitado’ No quiso creerme. Pero tanto le insistí, que lo convencí. Y aquí está ahora, con vosotros. Y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros.
Elías se va…
Y Pedro dice:
– Tomás. ¡Ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar. ¡Oh! ¿Por qué no viniste antes?
Tomás no se ve libre de su abatimiento…
Tercamente mueve la cabeza y dice convencido:
– Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo, las mujeres… Un muerto no resucita por sí mismo.
– Un hombre no. Pero Él es Dios.
– Sí creo que es Dios. Pero porque lo creo, pienso y digo que por más Bueno que sea; no puede regresar a nosotros que tan poco le amamos. Igualmente aseguro que por más Humilde que sea; ya estará harto de haber tomado nuestra carne. No. Seguro que está en el Cielo, cual Vencedor. Y puede ser que se digne aparecer como Espíritu. He dicho: Tal vez… ¡Porque ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos… ¡No lo creo!
Tadeo:
– Si… Lo hemos besado. Y lo vimos comer. Hemos oído su voz, tocamos su mano y vimos sus heridas.
– Aunque así sea, no creo. No puedo. Necesito ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo. Si no toco las heridas de sus pies y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. Y no puedo aceptar lo que me decís.
Juan:
– Pero, ¡Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?
Tomás contesta inclinando la cabeza:
– No. Más bien os agradezco que seáis tan buenos, de querer darme la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero… Debo ser sincero: No creo en su Resurrección.
Bartolomé:
– ¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Él sabe y ve todo. Tenlo en cuenta.
– Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que Él, Señor de la Inteligencia humana, enderece la mía; si está extraviada.
Zelote:
– Pero la razón. Como Él lo ha dicho; es libre.
– Con mayor razón no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero… Y quiero mucho al Señor… Le serviré como pueda. Y me quedaré con vosotros. Predicaré su Doctrina. Pero no puedo creer, sino lo que veo.
Tomás, obstinado; No escucha a nadie más que a sí mismo.
Le hablan todos de lo que han visto y de cómo lo han visto. Le aconsejan que hable con la Virgen.
Pero él mueve su cabeza… Se ha sentado sobre la banca de piedra, que es menos dura que su razón y tercamente repite:
– Creeré si lo veo.
Los apóstoles mueven la cabeza, pero nada pueden hacer. Lo invitan a que pase al comedor; para cenar. Se sientan dónde quieren, alrededor de la mesa donde se celebró la Pascua. Pero el lugar de Jesús, es considerado sagrado. Las ventanas están abiertas, al igual que las puertas. La lámpara con dos mechas, esparce una luz débil sobre la mesa. Lo demás en el amplio salón, está sumergido en la penumbra.
Juan tiene a su espalda una alacena. Y está encargado de dar a sus compañeros, lo que deseen comer. El pescado asado, ya está sobre la mesa. Así como el pan, la miel y los quesitos frescos.
Juan está volteado, tomando de la alacena, el queso que su hermano Santiago le pidió. Y ve…
Se queda paralizado, con el queso en la mano…
Entonces en la pared que está detrás de los apóstoles; como a un metro del suelo, con una luz tenue y fosforescente. Como si saliese de las penumbras, en las capas de una niebla luminosa; emerge cada vez más clara, la figura de Jesús…
Parece como si su cuerpo, con la luz que llega; inmaterial al principio; poco a poco se va materializando más y más, hasta que su Presencia se manifiesta, totalmente real. Está vestido de blanco. Hermosísimo. Amoroso. Sonriente. Con los brazos abiertos y las palmas de su manos expuestas. Las llagas parecen dos estrellas diamantinas, de las que brotan vivísimos rayos de Luz…
Las llagas no se ven. El vestido le oculta los pies y el costado. Y también de allí brota la luz. Al principio parece como si estuviera bañado por la luna. Finalmente aparece su cuerpo concreto. Es Jesús… El Hombre-Dios. Pero más solemne y majestuoso, desde que Resucitó.
Todo esto sucedió en el lapso de unos tres segundos. Nadie más se ha dado cuenta. Hasta que Juan pega un brinco y deja caer sobre la mesa el plato con el queso…
Apoya las manos en la orilla y se inclina, como si fuese atraído por un imán y lanza un “¡Oh!” Apagado, que todos oyen.
Con el ruido del plato que cayó y el salto de Juan. Al verlo extasiado; miran en la misma dirección que Él ve… Y ven a Jesús. Felices y llenos de entusiasmo, se ponen de pie. Y se dirigen hacia Él.
Jesús, con una sonrisa mucho mayor, avanza hacia ellos. Caminando por el suelo, como cualquier mortal.
Jesús, que antes había mirado solo a Juan; acariciándolo con la mirada. Los mira a todos y dice:
– La paz sea con todos vosotros.
Todos lo rodean jubilosos. Pedro y Juan de rodillas. Otros de pie, pero inclinados, lo reverencian y lo adoran. El único que se queda como cohibido, es Tomás. Está arrodillado junto a la mesa. En el mismo lugar donde estaba sentado, pero no se atreve a acercarse. Y hasta parece como si quisiera hallar donde ocultarse.
Jesús extiende sus manos para que se las besen. Los apóstoles las buscan con ansia sin igual. Jesús los mira, como si buscase al Undécimo. Claro que Él hace así para dar tiempo a Tomás, a que tenga valor para acercarse…
Al ver que el incrédulo apóstol; avergonzado por lo que siente, no se atreve a hacerlo. Lo llama:
– Tomás. Ven aquí.
El apóstol levanta la cabeza. Totalmente desconcertado. Con los ojos llenos de lágrimas… pero no sabe qué hacer. Baja la cabeza. Jesús da unos pasos a donde Él está y vuelve a ordenar:
– Ven aquí, Tomás.
La voz de Jesús, es más imperiosa que antes. Tomás se levanta a duras penas y avergonzado, se dirige lentamente a donde está Jesús.
Jesús exclama:
– Ved a quién no cree, si no ve. –y en su voz hay un tono de Perdón.
Tomás lo siente. Mira a Jesús y lo ve sonreír. Toma valor y corre hacia él.
Jesús le dice:
– Ven aquí. Acércate. Mira. Mete tu dedo; si no te basta con mirar en las heridas de tu Maestro.
Jesús extiende su mano. Se descubre el pecho y muestra la herida. Ahora la luz ya no brota de las llagas. Desde el momento en que caminó como cualquier mortal, la luz cesó. Las heridas son reales. Dos agujeros. Uno en la muñeca derecha y otro en la mano izquierda.
Tomás tiembla. Pero no toca. Mueve sus labios y no sale ni una palabra.
Jesús ordena con una dulzura infinita:
– Dame tu mano, Tomás.
Con su mano derecha toma la del apóstol. Le toma el dedo índice y lo pone dentro de la herida de la mano izquierda; hasta hacerle sentir que está bien atravesada. Después le toma los cuatro dedos y los introduce en la herida del costado. Y mientras tanto, mira a Tomás. Una mirada dura y dulce al mismo tiempo. Y le dice:
– Ya no quieras ser un hombre incrédulo; sino de Fe.
Tomás por fín se atreve a hablar. Con la mano dentro del Corazón de Jesús. Sus palabras son entrecortadas por el llanto. Y cae de rodillas al pronunciarlas, con los brazos levantados por el arrepentimiento:
– ¡Señor mío y Dios mío!
No dice más.
Jesús lo perdona.
Le pone su mano derecha sobre la cabeza y le responde:
– Dignos de alabanza serán los que creerán en Mí, sin haberme visto. ¡Qué premio les daré si tengo en cuenta vuestra fe; que ha necesitado verme para creer!…
Luego pone su brazo sobre la espalda de Juan. Toma a pedro de la mano y se sientan a la mesa. Ocupa su lugar. Están sentados como en la noche de la Pascua. Pero Jesús quiere que Tomás se siente enseguida de Juan. Luego dice:
– Comed amigos.
Pero nadie tiene hambre. Rebosan de alegría. La alegría de contemplarlo. Jesús toma todos los alimentos, los ofrece, los bendice y los reparte.
Él toma un pedazo de miel le da a Juan y toma lo demás. Luego dice:
– Amigos, no debéis asustaros cuando Yo me aparezco. Soy siempre vuestro Maestro, que ha compartido con vosotros el pan, la sal y el sueño. Que os eligió porque os ha amado. También ahora os sigo amando…
Y Jesús continúa hablando. Enseñando. Dando instrucciones…
Al día siguiente los apóstoles toman sus mantos y preguntan:
– ¿A dónde vamos Señor?
Cuando se dirigen a Jesús ya no lo hacen con la familiaridad de antes. Parece como si hablasen con su alma arrodillada. El Maestro que su fe creía ser Dios; pero que estaba junto a sus sentidos, pues era un Hombre. Ahora es el Señor. Es Dios. Y lo miran como el verdadero creyente, mira la Hostia Consagrada. El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado. Pero el temor los hace bajar los ojos.
Y es que aún cuando Jesús sea el mismo, después de su Resurrección ya no es el mismo. Aunque su cuerpo sea verdadero; sin embargo es diferente. Se ha revestido de una majestad divina y su aire de súplica; ya desapareció.
Se ha revestido de una majestad divina. El Jesús Resucitado parece todavía más alto y robusto. Libre de todo peso, seguro, victorioso, infinitamente Majestuoso y Divino. Atrae e infunde temor al mismo tiempo. Ahora habla poco. Y si no responde. No insisten. Todos se han vuelto tímidos en su Presencia.
Y si como ahora, extiende su mano para tomar su manto; ya no corren como antes para ayudarle, cuando los apóstoles se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo.
Debe ordenar, como ahora lo hace:
– Ven Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas. Y las manos heridas no son ágiles, como antes.
Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un pontífice; por los gestos majestuosos que asume, procurando no lastimarlo.
Jesús dice:
– Vamos al Getsemaní. Debo enseñaros algo… Tenemos que borrar muchas cosas.
En varias caras se dibuja el pavor al preguntar:
– ¿Vamos a ir al Templo?
Jesús responde:
– No. Lo santificaría con mi Presencia y no se puede. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone, pues no quiso la Vida. Pronto desaparecerá…
En la casa de campo donde Jesús, acompañado por María de Simón, la madre de Judas; obró el milagro al curar a Ana, la madre de Juana. En una gran habitación que hay en el fondo de un enorme corredor, en el lecho; está una mujer irreconocible por la angustia mortal que la está destruyendo. La fiebre la devora, encendiendo sus mejillas salientes. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos rojos por la calentura y el llanto, cerrados bajo unos párpados hinchados. Y lo que no está rojo, tiene la amarillez intensa, verdosa, como de bilis derramada en la sangre. Tiene los brazos descarnados y las manos afiladas, sobre las mantas que se mueven al jadear.
Cerca de la enferma, está Ana la madre de Juana. Y ella le seca las lágrimas y el sudor. Agita un abanico de palma. Cambia los lienzos mojados en vinagre aromatizado, de la frente y de la garganta. Le acaricia las manos y los cabellos despeinados, que son más blancos que negros. Que le caen sobre las mejillas, tiesos del sudor; sobre las orejas que parecen de alabastro por lo transparente.
También Ana llora y la consuela diciendo:
– No así, María. No así. Basta… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús.
María de Simón, grita:
– ¡Cállate! No repitas ese Nombre, que al decírmelo se profana. ¡Soy la madre… del Caín… de Dios!… ¡Ah!
El llanto es desgarrador. Siente que se ahoga. Se arroja la cuello de su amiga, que le ayuda a vomitar bilis que le ale de la boca.
– ¡Calma! ¡Calma! ¡No así! ¿Qué quieres que te diga, para persuadirte de que el Señor te ama? Te lo repito. Te lo digo por lo que me es más santo: mi Salvador y mi hija. Él me lo dijo, cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró, su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz; pobre madre atormentada.
– ¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… lo dice… Lleva por el mundo su voz que grita: ‘María de Simón. Madre de Judas, el que Traicionó al Maestro. Y lo entregó a sus verdugos.’ ¿Lo oyes? Todo lo proclama. Las tórtolas, las ovejas, toda la tierra está gritando que soy yo… ¡No! ¡No quiero curarme! ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo no perdona… No distingue. Estoy enloqueciendo, porque el mundo aúlla: ¡Eres la madre de Judas!…
Se deja caer sobre la almohada. Ana la acomoda otra vez y sale con los lienzos sucios.
María. Con los ojos cerrados después del último esfuerzo, gime:
– ¡La madre de Judas! ¡De Judas! ¡De Judas! -jadea. Y luego- pero, ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa?…
Esta vez no hay luz. Nada anunciala Presenciasanta del Dios-Hombre Resucitado.
De pronto Jesús se materializa a un lado del lecho de la enferma. Se inclina sobre ella y le dice amorosísimo:
– ¡María! ¡María de Simón!
La mujer casi delira y no le hace caso. Está sumergida en el torbellino de su dolor. Está obsesionada con la misma idea que se repite monótona, como el golpeteo de un tamboril: ¡La madre de Judas! ¡Qué cosa parí! El mundo aúlla: ¿Qué cosa es Judas?
Aparecen dos lágrimas en los dulces ojos de Jesús. Pone la mano sobre la frente de la enferma; haciendo a un lado las cataplasmas húmedas de vinagre. Y le dice:
– Un infeliz. Nada más esto. Si el mundo aúlla. Dios ahoga su aullido diciéndote: ‘Tranquilízate, porque Te amo.’ ¡Mírame, pobre madre! Controla tu espíritu extraviado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…
María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor.
Siente su mano sobre su frente. Se lleva las manos a la cara y gime:
– ¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido; me hubiera arrancado las entrañas, para que no hubiera nacido!
– Y hubieras cometido un pecado muy grave, María. ¡Oh, María! ¡No quieras hacer algo malo por culpa de otro! Las madres que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables por los pecados de sus hijos. tú cumpliste con tu deber. María, dame tus manos. Cálmate ¡Pobre, madre!
– Soy la madre de Judas. Estoy inmunda como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un Demonio! No me toques. –y llora.
Se revuelve en el lecho, tratando de esquivar las manos divinas que la quieren tocar. Las dos lágrimas de Jesús, le caen sobre la cara enrojecida por la fiebre.
Jesús le dice:
– Te he purificado María. Mis lágrimas de compasión han caído sobre ti. Desde que bebí mi Cáliz de Dolor, por nadie he llorado. Pero sobre ti, lo hago con toda mi compasión.
La toma de las manos y se sienta a un lado del lecho. Teniendo las manos temblorosas de María, entre las suyas. La compasión que brilla en los hermosos ojos de color zafiro acaricia, envuelve a la enferma curándola.
La infeliz mujer, se calma y murmura:
– ¿No me tienes rencor?
Jesús le contesta.
– Te amo. Por eso he venido. Tranquilízate.
– Tú perdonas. Pero el mundo. Tu Madre me odiará.
– Ella te considera una hermana. El mundo es cruel. Tienes razón. Pero mi Madre, es la Madre del Amor. Es buena. Tú no puedes andar por el mundo. Pero Ella vendrá a ti, cuando ya todo esté en paz. El tiempo tranquiliza…
– Si me amas, hazme morir.
– Todavía no. Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí. Será breve.
– Mi hijo te dio mucho dolor… ¡Te dio un horror infinito!
– Y a ti, un dolor infinito. El horror ha pasado. no sirve para más. Pero tú dolor sí sirve. Se une al mío. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo. Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre. Y alrededor, el dolor de los santos que sufrirán por Mí. ¡Pobre María!
Y con cuidado la recuesta. Le cruza las manos y ve cómo se tranquiliza. Ana regresa y se queda estupefacta en el umbral.
Jesús, que se ha puesto de pie; la mira y le dice:
– Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz.
Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón, que lo mira entre un río de lágrimas, más tranquila. Le sonríe. La consuela nuevamente:
– Pon tus esperanzas en el Señor. Y te dará sus consuelos.
La bendice y trata de irse; pero…
María de Simón da un grito de dolor:
– Se dice que mi hijo te Traicionó con un beso. ¿Es verdad Señor? Si es así permíteme que lo lave besándote las manos. ¡Oh! ¡No puedo hacer otra cosa! ¡No puedo hacer otra cosa, para borrarlo… para borrarlo! -el dolor la ahoga, mordiendo su corazón con ferocidad.
Jesús no le da sus manos para que se las bese. En toda la entrevista, Él ha tenido cuidado para que no le vea las llagas, que ha mantenido ocultas con la blanquísima tela que no es de este mundo. Y lo que hace, es tomarle la cabeza entre sus manos y besarla en la frente, de la más infeliz de todas las mujeres. Es el beso de Dios. ¡Qué no habrá transmitido en él!…
Luego Jesús le dice:
– ¡Mis lágrimas y mi beso! Nadie ha tenido tanto de Mí… Quédate tranquila. Entre Yo y tú, no hay más que amor.
La bendice y atraviesa rápidamente la habitación.
Sale detrás de Ana, que no se atrevió a acercarse, ni a hablar; pero que llora de emoción. Cuando están en el corredor, Ana hace la pregunta que la inquieta En su corazón:
– ¿Mi hija?
Jesús responde:
– Hace quince días que goza del Cielo. No te lo dije allá adentro, porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo.
Ana dice:
– Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá.
– No. No tan pronto.
– Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú! ¡Tú que puedes más que todos!
– Yo la compadezco más que todos. Soy la Divina Compasión.Soy el Amor. Yo te lo digo, Mujer: si Judas me hubiera lanzado tan solo una mirada de arrepentimiento, le habría alcanzado de Dios el Perdón.
¡Cuánta tristeza en el rostro de Jesús! La mujer queda maravillada. Y sólo pregunta:
– Pero, ¿Ese desgraciado pecó de repente? O…
– Desde hacía meses que pecaba. Y ni una palabra mía. Ninguna acción mía, pudieron detenerlo. Pues era muy grande su voluntad de pecar. Pero no se lo digas a ella…
– No se lo diré Señor. Cuando Ananías huyó de Jerusalén sin haber consumadola Pascua.Lamisma noche dela Parasceve, entró gritando: “Tu hijo traicionó al Maestro y lo entregó a sus enemigos. Lo Traicionó con un beso. Yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado; coronado de espinas. Cargando conla Cruz; crucificado y muerto por obra de tu hijo. Nuestro nombre lo gritan los enemigos del Maestro, cual bandera de triunfo, con palabras obscenas. La hazaña de tu hijo la cuentan a gritos. Por menos de lo que cuesta un cordero, vendió al Mesías. Y con un beso traidor, lo señaló a los guardias.” María cayó por tierra y se puso negra. El médico dice que se le derramó la bilis; que se le despedazó el hígado. Y que toda la sangre se le ha corrompido. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón. Tuve que traérmela aquí; porque iban a la casa de ella en Keriot a gritar: “¡Tu hijo Deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo.” ¿Es verdad este horrible prodigio?
– No mujer. Fue encontrado muerto, pendiente de un olivo…
– ¡Ah! Gritaban: “El Mesías ha Resucitado. Es Dios. Tu hijo Traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas.”
Por la noche, me la traje aquí. Con Ananías y un siervo fiel; el único que se quedó con ella, porque todos los demás la dejaron y nadie quiso estar con ella. Ahora esos gritos los oye María en el viento, en el rumor de la tierra. En todas partes.
– ¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible! ¡Sí!
– ¿Pero aquel demonio no pensó en eso?
– Era una de las razones que Yo empleaba para detenerlo. Pero de nada sirvió. Judas llegó a Odiar inmensamente a Dios. Cuando jamás amó verdaderamente a su padre, ni a nadie. A ningún prójimo suyo. Su egoísmo fue tal, que terminó destruyéndose a sí mismo.
– ¡Es verdad!
– Adiós mujer. Mi bendición te de fuerzas para soportar los insultos del mundo, porque compadeces a María. Besa mi mano. A ti si te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor.
Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido al tocar con sus labios la punta de sus dedos. En ese momento se escucha el ruido de la puerta al abrirse y el grito ahogado de un viejo que se postra:
– ¡El Señor!
Ana le dice emocionada:
– Ananías, el Señor es Bueno. Vino a consolar a tu parienta y a nosotros también.
El hombre no se atreve a moverse. Llora diciendo:
– Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor.
Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que le había dicho a María:
– Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! ¡Dios es Justo! La paz se contigo y con esta casa. He venido y tú irás a donde te envíe. Para la Pascua Suplementaria los discípulos estarán en Bethania. Irás a ellos y les dirás que doce días después de que Yo morí, me viste en Keriot, vivo y verdadero. En cuerpo, alma y divinidad. Te creerán porque he estado mucho con ellos. Pero los confirmarás en su Fe, acerca de mi Naturaleza Divina, al comprobar que estoy en cualquier lugar, al mismo tiempo.
Pero antes que eso, irás hoy mismo a Keriot y le dirás al sinagogo que reúna al pueblo. Y ante la presencia de todos, proclamarás que he venido aquí y que se acuerden de mis palabras de despedida. Te replicarán: ‘¿Por qué no ha venido Él con nosotros?’ Y les responderás así: ‘El Señor me ha dicho que os dijese, que si hubierais hecho lo que Él os ordenó que hicierais para con una madre inocente, Él se hubiera manifestado. Habéis faltado al Amor.’ ¿Lo harás?
Ananías responde:
– ¡Es difícil, Señor! Es difícil hacerlo. Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará y o me dejará hablar al pueblo. tal vez me pegue… sin embargo lo haré; porque Tú lo ordenas…
El anciano no ha levantado su cabeza y contestó manteniendo su actitud de profunda adoración…
Jesús le dice:
– ¡Mírame Ananías!
Cuando Ananías obedece, lo ve. Jesús está tan bello como en el monte Tabor… Es Dios en todo su esplendor. La luz lo cubre ocultando su Rostro y su sonrisa…
Ha desaparecido…
En el corredor solo quedan los dos que quedan postrados en profunda adoración…
Mientras tanto en la hacienda que tiene Daniel, el sobrino de Elquías en Beterón. Un grupo de sinedristas están discutiendo…
Elquías dice:
– Lo traje aquí porque no sé a dónde llevarlo. Vosotros sabéis que tengo mis dudas de que Daniel también sea miembro de esa odiosa y nueva secta que ha dado en llamarse ‘cristianos’ Vine también para comprobarlo…
Sadoc le aconseja:
– Quiere huir. Irse por el mar. ¿Por qué no darle gusto?
Nahúm objeta:
– Porque es incapaz de actos juiciosos. A solas en el mar moriría. Y ninguno de nosotros es capaz de conducir una barca.
Eleazar ben Annás:
– ¡Y luego, aunque se pudiera! ¿Qué sucedería con lo que dice, en el lugar del desembarco? Dejad que escoja su camino…
Cananías:
– A la presencia de todos. Aún de su pariente… Haz que exprese su voluntad y que se haga como quiera realizarla.
Se admite esta proposición y Elquías llama a un siervo. Le ordena que traigan a Simón Boeto y que llamen a Daniel.
Enseguida vienen los dos. Y si Daniel da la impresión de no sentirse cómodo con cierta clase de gente. Simón tiene el semblante de un verdadero orate al que no le falta ni la baba…
Elquías:
– Óyenos Simón. Tú dices que te tenemos en prisión, porque queremos matarte…
Simón Boeto:
– Tenéis que hacerlo. Tal es la orden.
Sadoc:
– Deliras, Simón. Calla y escucha. ¿Dónde crees que te podrías curar?
Simón:
– En el mar. En el mar. En medio del mar. Donde no se oye ninguna voz. Donde no hay sepulcros. Porque los sepulcros se abren y de ellos salen los muertos. Y mi madre me maldice…
Elquías:
– Calla. Escucha. Te amamos. Como a nuestra propia carne. ¿De veras quieres ir allá?
Simón:
– Sí que quiero. Porque aquí los sepulcros se abren y mi madre me maldice… Y…
Cananías:
– Irás pues. Te llevaremos al mar. Te daremos una barca y tú…
Daniel grita:
– ¡Cometéis un homicidio! ¡Está loco! ¡No puede ir solo!…
Nahúm:
– Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre. ¿Acaso podríamos hacer lo que Dios no quiere?
Daniel objeta:
– Pero si está loco. No tiene voluntad. Entiende menos que un infante. No podéis hacer eso…
Elquías:
– Tú cállate. Sólo eres un campesino ignorante. Nosotros sí sabemos. Mañana partiremos por mar. ¡Alégrate, Simón! ¡Por el mar! ¿Comprendes?
Simón suspira:
– ¡Ah! ¡Ya no escucharé las voces de la tierra! Ya no más las voces… ¡Ah!
Pero luego empieza la confusión…
Simón da un grito prolongado. Se convulsiona. Se tapa las orejas y cierra los ojos. Luego escapa aterrorizado.
Al mismo tiempo, Daniel corre al lado contrario que Simón y a unos veinte metros se postra en tierra con una adoración profunda…
Jesús está frente a él, con toda la majestad del Hombre-Dios Resucitado y lo saluda con una sonrisa llena de amor. Daniel es uno de los setenta. Le dice:
– Sígueme.
Daniel contesta:
– ¿A dónde, Señor mío y Dios mío?
– Ve a Jerusalén. Allí encontrarás a los apóstoles. Irás por el mundo a predicar mi Palabra y a llevar la Buena Nuevade mi Resurrección. Luego te daré más instrucciones. Te amo.
Jesús lo bendice y desaparece. Daniel llora de felicidad.
Simultáneamente, Simón Boeto cae preso de unas convulsiones aterradoras, hecha espuma por la boca y da unos alaridos escalofriantes:
– ¡Hazlo callar! ¡No está muerto! ¡Grita! ¡Grita! ¡Grita más que mi madre! ¡Más que mi padre! ¡Más que en el Gólgota! ¡Allí! ¡Allí! ¡No lo veis allí! ¡Allí está!…
Y señala donde está Daniel feliz, sonriente. Con la cara levantada en alto, después de haberla tenido pegada contra el suelo…
Elquías exclama totalmente desconcertado:
– ¿Pero quién es? ¿Qué es lo que sucede? Detened a ese loco y a aquel necio. –Luego su voz parece un gruñido. Grita furioso- ¿Acaso estamos perdiendo todos el seso?
Elquías se acerca al ‘necio’ que no es otro Daniel, lo sacude con fuerza. Está colérico y no se preocupa del ‘loco’ de Simón, que se revuelca en la tierra, con espuma en la boca y lanzando gritos como si fuese un animal rabioso. Todos los miran a los dos, paralizados por el terror.
Elquías apostrofa a Daniel:
– Visionario holgazán. ¿Quieres explicarme qué estás haciendo?
Daniel le replica:
– Déjame. Ahora te conozco bien. Me voy lejos de ti. He visto a quién para mí es un Dios Bondadoso y para vosotros terror. He visto Aquel a quién afirmáis que está muerto. Y por la cara de tus compinches, creo que también vosotros lo habéis visto. Me voy. Más que el dinero y cualquier otra riqueza, me importa mi alma. ¡Adiós, maldito! Y si puedes, trata de alcanzar el Perdón de Dios.
– ¿A dónde vas? ¡No te lo permito!
– No puedes detenerme. ¿Acaso tienes derecho de meterme a la cárcel? ¿Quién te lo dio? Te dejo todo esto, que es lo que amas. Yo sigo a Quién amo con toda mi alma, con todo mí ser. Adiós.
Y dándole la espalda, se aleja corriendo como si tuviera alas en los pies, hacia la pendiente verde de olivos y de árboles frutales. Todos lo miran pasmados.
Mientras tanto, con heridas. Con espuma. Temblando de terror e infundiendo pavor a su vez; Simón da unos alaridos espeluznantes. Gritando:
– ¡Me ha llamado Parricida! ¡Haced que se calle!… ¡Cállate!… ¡Parricida! ¡La misma palabra que mi madre! ¿Por qué los muertos dicen las mismas palabras?…
Elquías y los demás están lívidos.La Iralos ahoga.
Elquías amenaza:
– ¡Acabaré contigo, Daniel! Exterminaré a todos los que con sus ‘delirios’ afirman que el Galileo está vivo. Lo digo y lo haré. Lo juro por…
Sadoc:
– Lo haremos. Lo haremos. Pero no podemos tapar todas las bocas. Todos los ojos que hablan porque ven. También nosotros lo hemos visto…
Elquías y otros aúllan:
– ¡Cállate! ¡Cállate!…
Eleazar ben Annás tiene todo el terror milenario que Israel tiene hacia el Altísimo, al pronunciar con sus labios temblorosos:
– Estamos vencidos. Tenemos que cargar nuestro Crimen. Y ha llegado la expiación… -Se golpea el pecho angustiosamente. Como si ya tuviera ante sí el patíbulo. Y se lamenta- Tendremos que enfrentar la Venganza de Yeové…
La continuación de esta historia, está enla Biblia…
(EL QUE TENGA OÍDOS, QUE OIGA…)
Cuando me amáis hasta vencer todo por Mí; tomo vuestra cabeza y vuestro corazón en mis manos llagadas y con mi Aliento os inspiro mi Poder. Os salvo a vosotros, hijos a quienes amo. Os hacéis hermosos, sanos, libres y felices. Os convertís en los hijos queridos del Señor. Os hago portadores de mi Bondad, entre los pobres hombres; para que los convenzáis de ella y de Mí. TENED FE EN MÍ. AMADME. NO TEMÁIS. TODO LO QUE HE SUFRIDO PARA SALVAROS, SEA LA PRENDA SEGURA DE MI CORAZÓN, DE VUESTRO DIOS.
Soy el Primogénito de los Resucitados. Igual será en vosotros. Tanto en la tierra como en el Cielo; SOY YO VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE; con mi Divinidad, mi Cuerpo, mi Alma, mi Sangre; Infinito cual mi Naturaleza Divina Es. Contenido en un Fragmento de pan, como mi Amor lo Quiso, Real, Omnipresente, Amante, Verdadero Dios, Verdadero Hombre; Alimento del Hombre hasta la consumación de los siglos. Gozo Verdadero de los elegidos, no para el Tiempo, sino para la Eternidad.
LA EUCARISTIA ES EL ÚLTIMO MILAGRO DEL HOMBRE-DIOS.
LA RESURRECCIÓN ES EL PRIMER MILAGRO DEL DIOS-HOMBRE.
Que por Sí Mismo trasmuta su cadáver, el Viviente Eterno, PORQUE SOY EL ALFA Y EL OMEGA, EL PRINCIPIO Y EL FIN.
Oración:
¡Ven Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno! ¡Ven Señor Excelso! ¡Digno Eres de tomar el Libro y de abrir los Sellos! Ya que Tú fuiste degollado y con tu Sangre compraste para Dios, a hombres de toda raza, pueblo y nación. Los hiciste Reino y Sacerdotes para nuestro Dios. Y dominarán toda la Tierra. ¡Digno es el Cordero que ha sido Degollado, de recibir, el Poder y la Riqueza, la Sabiduría, la Fuerza y la Honra! ¡La Gloria y la Alabanza al que está sentado en el Trono y al Cordero! ¡Alabanza, Honor, Gloria y Poder, por los siglos de los siglos! Amen
PADRE NUESTRO…
DIEZ AVE MARÍA…
GLORIA…
INVOCACIÓN DE FÁTIIMA…
CANTO DE ALABANZA…