163.- AGUIJÓN DEL DESPECHO
Al día siguiente…
Si la noticia de la muerte de Lázaro había agitado Jerusalén y gran parte de la Judea; la de su resurrección terminó por estremecerla… Y penetró hasta donde no había llegado la de su muerte.
Las aclamaciones hebreas al Mesías y al Altísimo, se mezclan con las de los romanos: ¡Por Júpiter! ¡Por Pólux! ¡Por Libitina! Etc. Pues todos hablan del extraordinario suceso.
Mannaém sale de su palacio, acompañado de Cusa que dice:
– ¡Extraordinario, extraordinario! Ya mandé la noticia a Juana. ¡Realmente Él es Dios!
Mannaém responde:
– Herodes vino desde Jericó a obsequiar a Poncio y parece un loco en su palacio. Herodías está fuera de sí. Le grita que mande arrestar a Jesús. Ella tiene miedo de su poder y de Él por sus remordimientos… Castañetea los dientes, pidiendo a los de más confianza, que lo defiendan de los espectros. Se ha embriagado para darse valor y el vino le hace alucinar fantasmas…
Grita diciendo que el Mesías también resucitó a Juan, quien lo maldice. Yo huí de ese infierno y le dije: ‘Lázaro ha resucitado por obra de Jesús Nazareno. Ten cuidado de no tocarlo porque es Dios’ Le conservo en este temor, para que no ceda en sus deseos homicidas.
– Yo voy a casa de Eliel y Elcana. Son grandes voces en Israel. Juana está contenta de que los honre…
– Son una buena protección tuya, Cusa. Pero no como la del Amor del Maestro. Es la única que tiene valor…
Cusa no replica. Piensa…
Y los dos se alejan sumidos en sus reflexiones.
José de Arimatea, viene presuroso de Bezetha. Lo detiene un grupo de ciudadanos que le pregunta por la veracidad de la noticia…
José contesta:
– Es verdad. Es verdad. Lázaro ha resucitado y también está curado. Lo vi con mis propios ojos.
– Entonces… ¡Él es el Mesías!
– Sus obras son tan grandes. Su vida es perfecta. Los tiempos han llegado. Satanás lo combate. Cada quien resuelva en su corazón lo que es el Nazareno. –responde José con prudencia y se va.
El grupo discute y concluye:
– En realidad, Él es el Mesías.
Un grupo de legionarios conversa:
– Si mañana puedo, iré a Bethania.
– ¡Por Venus y Marte! Mis dioses preferidos…
– Aunque vaya a los desiertos que arden o a las heladas germanias, no encontraré alguien que haya resucitado ¡Jamás!…
– Quiero ver cómo es alguien que regresa de la muerte.
– Le preguntaremos como son los Prados de Asfódelo en el Hades…
– Si Poncio nos lo permite…
– ¡Oh, sí que lo permitirá! Al punto envió un correo a Claudia, para que venga.
– Claudia cree en el Nazareno y para ella es superior a cualquier hombre.
– Sí. Pero para Valeria es más que hombre… Es Dios.
– Una especie de combinación de Júpiter y de Apolo, por su poder y por su belleza.
– Y dicen que es más sabio que Minerva.
– ¿Lo habéis visto?
– Yo no sé. Es la primera vez que vengo…
– Creo que has llegado a tiempo para ver muchas cosas. Hace poco, Poncio andaba gritando como Esténtor: “Aquí debe cambiar todo. deben comprender que Roma es la que manda y que ellos son sus siervos. Y cuanto más fuertes, más siervos porque son más peligrosos.” Creo que fue a causa de la tablilla que le mandó Annás…
– Después de los motines de los Tabernáculos, pidió y obtuvo el cambio de todas las guardias. Y por eso a nosotros nos toca irnos…
– Es verdad. Ya esperan en Cesárea la llegada de la galera que trae a Longinos y a su centuria. Nuevos graduados, nuevos soldados… Y todo por culpa de esos cocodrilos del Templo. Yo estaba tan bien aquí…
– Yo me sentía mejor en Brindis. Pero ya estoy aquí y me acostumbraré.
Ven pasar algunos guardias del Templo con tablas enceradas.
La gente los mira y comenta:
– El Sanedrín celebra reunión de emergencia.
– ¿Qué pretenderán hacer?
– Subamos al Templo para ver.
Y toman la calle que sube para el Moria. Pero pronto bajan enojados porque los echan fuera, aún de las puertas donde se detuvieron para ver pasar a los sinedristas.
El Templo está vacío. Desierto. Envuelto en la luz de la luna, se ve todavía más inmenso.
Todos sus miembros van llegando poco a poco a la sala del Sanedrín. Entra Caifás con su cuerpo de sapo, obeso y malo. Se dirige a su puesto.
Empiezan a discutir sobre los acontecimientos y pronto se produce una apasionada algarabía. Gesticulan, gritan, debaten, discuten. Alguien aconseja calma y que se piense bien antes de tomar cualquier decisión.
Sadoc dice:
– Si perdemos a los judíos más importantes, ¿De qué nos sirve acumular acusaciones? Cuanto más Él viva, tanto menos se nos creerá si lo acusamos.
Elquías confirma:
– Este hecho no puede negarse. No se puede decir a tanta gente que estuvo ahí: ‘Visteis mal. Fue una burla. Estabais ebrios.’
En realidad él estaba muerto. Podrido. Deshecho. El cadáver fue puesto en el sepulcro que taparon bien. el muerto estaba bajo vendas y bálsamos, desde días antes. Estaba ligado y sin embargo salió de su lugar… Salió por sí solo, sin caminar, hasta la entrada.
Y cuando le quitaron las vendas no tenía señales de haber muerto. Respiraba. No había nada de corrupción. Cuando vivía estaba lleno de llagas. Y cuando murió, deshecho.
Cananías agrega:
– Los judíos influyentes que llevamos para ganarlos, dijeron: ‘Para nosotros es el Mesías’ Y luego el pueblo…
Eleazar dice furioso:
– Y estos malditos romanos con sus fábulas, ¿Dónde los meteréis? Para ellos es el Júpiter Máximo. ¡Y si se les mete esa idea! Anatema sobre quién quiso que hubiera helenismo entre nosotros y se contaminó por adulación con costumbres ajenas.
Elquías argumenta:
– Pero esto también sirve para conocer y sabemos que el romano es listo en destruir y en ensalzar valiéndose de conjuraciones y golpes de estado. Ahora si alguno de esos locos se entusiasma con el Nazareno y lo proclama César y por lo tanto, Divino, ¿Quién lo va a tocar después?
Doras replica:
– No, hombre. ¿Quién quieres que lo haga? Ellos se burlaron El y de nosotros. Por grande que sea lo que hace, para ellos es siempre ‘Un hebreo’ y por lo tanto, un miserable. ¡Oye, hijo de Annás; el miedo te está entorpeciendo!
Eleazar responde:
– ¿El Miedo? ¿Sabes cómo respondió Poncio a la invitación de mi padre? Está muy preocupado por esto último y teme al Nazareno. ¡Desgraciados de nosotros! ¡Ese Hombre ha venido para ser nuestra ruina!
Simón Boeto agrega:
– ¡Si no hubiéramos ido allí y no hubiéramos invitado a los judíos más poderosos e importantes! ¡Si Lázaro hubiera resucitado sin testigos!…
Eleazar:
– ¿Y qué con ello? ¿Iba a cambiarse algo? No íbamos a hacerlo desaparecer para hacer creer que seguía muerto…
Simón:
– Eso no. Pero podíamos decir que su muerte fue una farsa. Siempre se encuentran testigos pagados, para decir lo que se quiere…
Eleazar:
– Pero, ¿Por qué hemos de estar intranquilos? No veo la razón. ¿Acaso ha atacado al Sanedrín y al Pontificado? ¡No! Solo se limitó a hacer un milagro…
Sadoc:
– ¿Se limitó? ¿Acaso eres un vendido Eleazar? ¿Qué no ha lanzado ningún ataque contra el Sanedrín y el Pontificado? ¿Y qué más quieres? La gente…
Nicodemo:
– La gente puede decir lo que se le ocurra. Pero las cosas son como las dice Eleazar. El Nazareno no hizo más que un milagro…
Doras:
– Ved a otro que lo defiende. ¡No eres justo, Nicodemo! ¡Ya no eres un justo! Esto es un acto contra nosotros. ¿Comprendes?… Nada persuadirá más a la gente. ¡Ah, desgraciados de nosotros! Hoy en este día, algunos judíos me befaron. ¡Yo befado! ¡Yo!
Simón:
– Cállate Doras. Tú no eres más que un hombre. La idea es la que sigue atacada.
– ¡Nuestras leyes! ¡Nuestras prerrogativas!
Sadoc:
– Dices bien Simón. Hay que defenderlas.
– ¿Cómo?
– Ofendiendo. Destruyendo las suyas.
– Es fácil decirlo Sadoc. ¿Y cómo vas a destruirlas, si por ti mismo no puedes siquiera revivir un mosquito?
– Lo que nos hace falta es un milagro como el que hizo. Pero nadie de nosotros puede hacerlo porque… -se calla.
José de Arimatea termina la frase:
– Porque nosotros somos hombres. Solamente hombres…
Se arrojan contra él, preguntando:
– ¿Y entonces que es Él?
José de Arimatea contesta con firmeza:
– Él es Dios. Si alguna duda me quedaba…
Elquías:
– Pero no las tenías. Lo sabemos, José. Lo sabemos… Di también claramente que lo amas.
Gamaliel:
– No hay nada de malo si José lo ama. Yo mismo lo reconozco como el más grande Rabí de Israel.
Cananías:
– ¡Tú! ¿Tú Gamaliel, dices esto?
– Lo afirmo. Me siento honrado de que Él haya tomado mi lugar. Hasta ahora había conservado la tradición de los grandes rabinos, el último de los cuales fue Hillel. Pero después de mí no había podido encontrar quien pudiera recoger la sabiduría de los siglos. Ahora me voy contento porque sé que no morirá, sino que crecerá más porque aumentará con la suya, en la que ciertamente está el Espíritu de Dios.
Sadoc:
– ¿Pero qué estás diciendo Gamaliel?
– La verdad. No con cerrar los ojos se puede ignorar lo que somos. Ya no somos sabios, porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios. Y nosotros no lo tenemos. Si lo tuviésemos no aplastaríamos al Justo. No estaríamos ávidos de las riquezas del mundo. Dios da y Dios quita, según los méritos y los deméritos. Si Dios nos quita ahora lo que nos había dado para darlo a otros, sea Bendito porque el Señor es Santo y todas sus acciones son santas.
Elquías:
– Nosotros estábamos hablando de los milagros y quisimos decir que ninguno de nosotros puede hacerlos, porque con nosotros no está Satanás.
Gamaliel:
– No es así… Es porque con nosotros no está Dios. Moisés dividió las aguas y abrió el peñasco. Josué detuvo el sol. Elías resucitó a un niño e hizo llover, pero Dios estaba con ellos. Os recuerdo que hay seis cosas que Dios odia y la última la aborrece del todo: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derramen sangre inocente, corazón que maquina planes perversos, pies ligeros para hacer el mal y a quién siembra discordias entre sus hermanos. Nosotros estamos haciendo todas estas cosas. Nosotros digo, pero sois vosotros los que las hacéis, porque yo me abstengo de gritar: ¡Hosanna! Y de gritar: ¡Anatema! Yo espero…
Sadoc:
– ¡La Señal! ¡Comprendido! ¡Tú esperas la Señal! ¿Pero qué señal puedes esperar de un pobre loco, aun cuando no quisiéramos condenarlo?
Gamaliel levanta los brazos. Cierra los ojos inclinando ligeramente la cabeza. Hierático, con una voz que parece lejana, continúa hablando:
– Con todas las ansias he preguntado al Señor que me indicase la verdad y Él se ha dignado iluminarme, las palabras de Jesús ben Sirac: “el Creador de todas las cosas me habló y me dio sus órdenes. El que me creó reposó en mi tienda y me dijo: habita en Jacob. Tu herencia sea Israel hecha tus raíces entre mis elegidos…
Venid a Mí todos los que me deseáis y saciaos de mis frutos. Porque mi espíritu es más dulce que la miel y mi herencia, más que el panal. Mi recuerdo permanecerá en las generaciones por venir. Quién me comiere, tendrá hambre de Mí y quien me bebiere tendrá sed de Mí. Quien me escucha, no tendrá por qué avergonzarse y quién trabaja por Mí, no pecará. Quién me dé a conocer, tendrá la Vida Eterna.”
Esto me lo ha iluminado Dios. Pero ¡Ay! La Sabiduría que está entre nosotros, es demasiado grande para que se le comprenda y se acepte… Esto me ha hecho leer Yeové el Altísimo… -Gamaliel baja los brazos y levanta la cabeza.
Elquías:
– ¿Entonces para ti es el Mesías? ¡Dilo!
– No.
– ¿No? ¿Entonces qué cosa es para ti? Un demonio, no. Un ángel, no. El Mesías, no…
Gamaliel dictamina lentamente:
– El Es, el que Es…
Inmediatamente reclaman:
– ¿Deliras?
– ¿Es Dios?
– ¿Es Dios para ti ese loco…?
– El Es el que Es. Dios sabe que El Es. Nosotros vemos sus obras. Dios ve aún sus pensamientos. Pero no es el Mesías. Porque para nosotros Mesías quiere decir Rey. Él no lo es, ni lo será jamás. Es Santo. Sus obras son de un santo. No podemos levantar la mano sobre el Inocente, sin cometer pecado. Y yo no
aprobaré este pecado.
Sadoc:
– Pero con esas palabras, casi has dicho que es el Esperado.
– Lo dije. Mientras duró la Luz del Altísimo, así lo vi.… Luego, cuando dejé de tener al Señor de su mano, volví a ser el hombre y sus palabras no fueron más que palabras del Hombre de Israel…
Cananías grita:
– No hacemos más que hablar. Estamos divagando y perdiendo el tiempo.
Sadoc confirma:
– Dices bien. Hay que decidirse por la acción. Salvarse y triunfar.
Elquías:
– Dijisteis que Pilatos no quiso escuchar cuando le pedimos su ayuda contra el Nazareno. Pero si le hiciéramos saber…
– También dijisteis que los soldados se exaltan y podrían proclamarlo César…
– ¡Eh, eh! ¡Excelente idea! Haremos ver al Procónsul este peligro. Seremos honrados como fieles siervos de Roma y…
Cananías:
– Si conviene, nos desharemos de Él.
Elquías:
– Vamos. Tú Eleazar de Annás, que eres su amigo. Llévanos. Sé nuestro jefe. –y Elquías ríe traidoramente.
Titubean… Pero un grupo de los más fanáticos se apresta para salir a la Torre Antonia.
Se queda Caifás con los demás…
Nicodemo y José exclaman:
– ¡A esta hora!
– ¡No serán recibidos!
Caifás replica:
– Al contrario. Es la mejor. Después de haber comido y bebido como lo hacen los romanos… Poncio estará de mejor humor.
Y se van.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
113.- UNA ALIANZA PROTECTORA
Las primeras vanguardias del ejército miedoso, sacan precavidos las cabezas por portón. Y al ver que no hay nadie, sienten el valor de salir y de llamar a los demás.
Magdalena con Juana, Anastásica y Elisa; van en la primera fila con Jesús y va guiando por calles secundarias a sus huéspedes. Avanzan seguidos por todas las mujeres. Detrás de ellas, los menos valerosos… Luego las romanas; que decididas a no separarse tan pronto de Jesús; por órdenes de Magdalena, van detrás con Sara y Marcela; para que su presencia pase lo más desapercibida posible.
Jonathás va caminando junto a ellas, a quienes habla casi como si fueran criadas de las discípulas más ricas.
Claudia se aprovecha para decirle:
– Oye, te voy a pedir un favor. Ve a llamar al discípulo que trajo la noticia. Dile que venga y dile que lo haga de modo que no llame la atención. ¡Ve!
Las vestiduras no son gran cosa. Pero su modo de hablar es imperioso.
Jonathás abre tamaños ojos.
Se acerca más para ver la cara de quién le ha hablado. Pero lo único que ve es el fulgor de unos ojos muy imperiosos. Intuye que no se trata de una criada. Se inclina y obedece.
Alcanza a Judas de Keriot, que va hablando animadamente con Esteban y con Timoneo… Y le jala del vestido.
Judas dice:
– ¿Qué quieres?
Jonathás dice:
– Quiero decirte una cosa.
– Dila.
– No puedo. Ven conmigo. Te necesitan, por lo que parece para una limosna.
La excusa es buena.
Judas deja a sus compañeros y alegre se va con Jonathás.
Está ya en la última fila y éste dice a Claudia:
– Oye. He aquí al hombre que deseabas.
– Muchas gracias por tu servicio. –Le dice sin levantarse el velo. Y dirigiéndose a Judas- Haz el favor de escucharme por un momento.
Judas, que oye una voz fina y delicada. Que ve dos ojos brillantes bajo el sutil velo; se imagina que se trata de alguna aventura y sin pestañear, acepta al punto.
El grupo de las romanas se divide. Con Claudia se quedan Plautina y Valeria. Los demás siguen su camino.
Claudia mira a su alrededor y al no ver a nadie, se hace a un lado el velo…
Judas la reconoce y después de un instante de admiración, se inclina y saluda a la romana:
– ¡Domina!
Claudia dice:
– Así es. Enderézate y escucha. Tú quieres al Nazareno. Te preocupas por su bien. Te felicito. Es un hombre virtuoso, pero sin defensa. Nosotras lo veneramos como a un hombre Grande y Justo. Y algo más… Los judíos no lo veneran. Lo odian. Lo sé. Escucha bien lo que te voy a decir, para que te comportes de este modo.
Quiero protegerlo. No como la lujuriosa de hace unos momentos; sino honesta y virtuosamente. Cuando comprendas que hay algún peligro para Él; ven a verme o mándame algún recado. Claudia puede todo sobre Poncio. Alcanzará la protección a favor de ese Justo, ¿Comprendiste?
Judas está boquiabierto, ni en sus más locos sueños hubiera imaginado la escena que está viviendo… ¡Y nada menos que con la esposa del Procónsul!
Judas pregunta admirado:
– SÍ, Domina. Que nuestro Dios te proteja. Tan pronto como pueda, vendré personalmente… ¿Pero cómo haré?…
– Pregunta siempre por Álbula Domitila. Es una amiga íntima mía. Y nadie se extrañará de que hable con judíos. Pues es la que tiene a cargo mis liberalidades. Pensarán que eres un cliente. ¿Acaso te humilla esto?
– No, Domina. Servir al Maestro… Y alcanzar tu protección es una honra.
– Os protegeré. Soy mujer, pero soy de los Claudios. Puedo más que todos los grandes de Israel. Porque detrás de mí, está Roma.
La nieta de Augusto le da a Judas unas grandes y pesadas bolsas repletas de monedas de oro y agrega:
– Mientras tanto, ten para los pobres del Mesías. Es nuestro óbolo. Quisiera estar esta noche con los discípulos. Consígueme esta honra y yo te protegeré…
En un tipo como Iscariote, las palabras de la patricia hacen un efecto prodigioso. ¡Se eleva hasta el Séptimo Cielo!…
Y asombrado pregunta:
– ¿De veras lo ayudarás?
– Sí. Merece que su Reino se funde; porque es un Reino de virtud. Bienvenido en contra de las sucias olas que cubren los reinos de hoy en día. Y que me provocan náuseas… Roma es grande; pero el Rabí es mucho mayor.
Tenemos las águilas como insignias en nuestras banderas y la orgullosa sigla… Pero sobre ellas se posarán los genios y su santo Nombre. Roma será grande sin duda; lo mismo que la tierra cuando pondrán ese Nombre en sus insignias y su Señal. Tanto sobre sus lábaros, sus templos; como sobre sus arcos y sus columnas…
Judas no sabe qué responder. Sueña extático… Acaricia las pesadas bolsas que le han dado. Lo hace maquinalmente. Con la cabeza dice que sí. Que sí…
Claudia dice:
– Bueno. Vamos a alcanzarlos. Somos aliados, ¿No es verdad? Aliados en proteger a tu Maestro, al Rey de los corazones honrados.
Rápida se baja el velo. Y esbelta, casi corriendo alcanza a sus compañeros.
La siguen las demás y Judas que jadea no tanto por la carrera; sino por lo que oyó. Llegan al palacio de Lázaro, cuando los últimos están entrando en él. Entran también ellos y cierran el portón.
Magdalena y Martha guían a los huéspedes a un amplio salón y ordena a los siervos que preparen todo para la cena, con los alimentos que trajeron los criados de Juana.
Judas llama a pedro aparte y le dice algo al oído.
Pedro abre tamaños ojos y se sacude la mano, como si se quemara…
Totalmente pasmado exclama:
– ¡Rayos y ciclones; pero qué estás diciendo!
– ¡Mira y piensa! ¡No tengas miedo! ¡Ya no estés preocupado!
– ¡Demasiado grande! ¡Demasiado! ¿Cómo dijo? ¿Qué nos protege?… ¡Qué Dios la bendiga! Pero, ¿Quién es?…
– Aquella. La vestida de color de tórtola del campo. La alta y delgada. Ahora nos está mirando.
Pedro mira a la mujer alta, de cara regular y seria. De ojos dulces pero imperiosos:
– ¿Y cómo hiciste para hablar con ella? No tuviste…
– ¡Nada!
– ¡Y sin embargo no te gustaba acercarte a ellos! Como a mí tampoco. Como a todos…
– Es verdad. Pero lo he superado por amor al Maestro. Como también he superado las ganas de romper con los del Templo. ¡Y todo por el Maestro!
Todos vosotros, incluso mi madre pensáis, que soy un doble. No hace mucho; tú mismo me echaste en cara ciertas amistades mías. Pero si no las mantuviese y con gran dolor en el alma, no estaría al tanto de lo que pasa.
No está bien ponerse vendas en los ojos y cera en las orejas, por temor de que el mundo entre en nosotros por ellos. Cuando se tiene algo grande como lo que tenemos nosotros, hay que vigilar con ojos y orejas del todo limpios. Velar por Él, por su bien. Por su Misión… ¡Porque funde este bendito Reino!…
Muchos de los apóstoles y algunos de los discípulos se han acercado y escuchan aprobando con la cabeza. Porque no se puede decir que Judas esté equivocado…
Pedro, que es un hombre humilde, lo reconoce y dice;
– ¡Tienes razón! ¡Perdona mis reproches! Vales más que yo. Sabes hacer bien las cosas. ¡Oh! ¡Ve pronto a decirlo al Maestro! A su madre, a la tuya. ¡Estaba tan angustiada!…
Judas dice.
– Porque malas lenguas, algo le han dicho… Por ahora no digas nada. Después. Más tarde… ¿Ves? Se sientan a la mesa y el Maestro hace señal de que nos acerquemos…
La cena es ligera. Las mujeres comen en silencio.
Juana y Magdalena están entre las romanas y se pasan palabras secretas, envueltas en una sonrisa. Parecen niñas, jugando en las vacaciones…
Después de la cena, Jesús ordena que pongan las sillas en forma de cuadrado y que se sienten porque quiere hablarles. Se pone en el centro y comienza a hablar…
– … Por esto procurad amar en realidad al Dios Verdadero; llevando una vida que se haga digna de que la consigáis, en la futura. ¡Oh! ¡Vosotros que amáis las grandezas! ¿Qué grandeza mayor que la de llegar a ser hijos de Dios? ¡Y por lo tanto ser dioses! Sed santos. ¿Queréis fundar un Reino, también en la Tierra?
Si os comportáis como santos, lo lograréis. Porque la misma autoridad que nos domina, no lo podrá impedir. Pese a sus legiones, porque los persuadiréis como Yo, a que sigan la Doctrina Santa, sin usar la violencia. He persuadido a las mujeres romanas, de que aquí existe la Verdad…
Las romanas al verse descubiertas, exclaman:
– ¡Señor!…
– Así es. Escuchad y no lo olvidéis. Os digo a todos las leyes de mi Reino….
Jamás os he dicho que sea cosa fácil el ser míos. El pertenecerme quiere decir vivir en la Luz en la Verdad.Pero también comer el pan de la lucha y de las persecuciones. Ahora seréis más fuertes en el amor y más decididos en la lucha y en las persecuciones.
Tened confianza en Mí. Creed en Mí por lo que soy: Jesús el Salvador… Ya es de noche. Mañana es la Parasceve. Podéis iros. Purificaos. Meditad. Celebrad una santa Pascua….
¡Mujeres de raza diversa pero de corazón recto, podéis iros! En nombre de los pobres con los que me identifico; os bendigo por el óbolo generoso y os bendigo por vuestra buena voluntad y vuestras buenas intenciones para conmigo, que vine a traer el amor y la paz a la tierra. ¡Podéis iros! Juana y cuantos no tenéis miedo, ¡Podéis iros!
Un ruido de admiración atraviesa la reunión.
Entretanto las romanas, puestas en la bolsa las tablillas enceradas que Flavia escribía; mientras Jesús hablaba. Salen a excepción de Egla; que se queda con Magdalena. Todas a un mismo tiempo se despiden.
Tanta es la sorpresa, que casi todos se quedan como paralizados.
Cuando se oye el ruido del portón que se cierra, sobreviene un rumor:
– ¿Quiénes son?
– ¿Cómo es posible que estuvieran entre nosotros?
– ¿Qué hicieron?
Judas grita:
– ¿Cómo sabes Señor, que nos dieron una buena limosna?
Jesús aplaca la confusión con un ademán y responde:
– Son Claudia y sus damas. Mientras que las otras mujeres de Israel; temerosas de que sus maridos se enojaran o porque como ellos; no se atreven a seguirme.
Las despreciadas romanas con santas mañas, procuran venir para aprender la Doctrina que si por ahora aceptan desde un punto de vista humano, es algo que las eleva…
Esta jovencita, esclava de raza judía, es la flor que Claudia ofrece a mis ejércitos al devolverla a la libertad y al entregarla a la Fe en Mí… En cuanto a que sepa lo de la limosna… ¡Oh, Judas! Tú menos que nadie debería de preguntar eso. Sabes bien que veo en los corazones.
– ¿Entonces habrás visto que he dicho la verdad de que había asechanzas y de que las descubrí, al hacer hablar?… ¡A ciertos tipos culpables!
– Es así como tú dices.
– Dilo más fuerte para que mi madre lo oiga… ¡Madre! Soy un muchacho, ¡Pero no estúpido!… Madre, hagamos las paces… Comprendámonos. Amémonos. Unidos en el servicio a nuestro Jesús.
Judas, humilde y cariñoso; va a abrazar a su madre que dice:
– ¡Sí, hijito!… ¡Sí!… ¡Por ti! Por el Señor. Por tu pobre mamacita.
Entretanto la sala se llena de comentarios y muchos concluyen que fue una cosa imprudente haber aceptado a las romanas. Y reprochan la conducta de Jesús.
Judas oye. Deja a su madre y corre en defensa de su Maestro. Repite la conversación que tuvo con Claudia y termina diciendo:
– No es una ayuda despreciable. Aún sin haberla tenido antes, nos hemos visto perseguidos. Dejémosla que haga como quiera. Pero tened presente que es mejor que nadie lo sepa. Pensad que si es peligroso para el Maestro; no menos lo es para nosotros; que seamos amigos de paganos.
El Sanedrín, que en el fondo teme a Jesús por un temor supersticioso, de no levantar la mano contra el ungido de Dios; no tendrá ningún escrúpulo de matarnos como a perros, a nosotros que valemos un comino.
En vez de poner esas caras de escándalo; recordad que hace poco no erais más una parvada de palomas espantadas. Y bendecid al Señor que nos ayuda con medios imprevistos… Ilegales si queréis; pero buenos para fundar el Reino del Mesías.
¡Podremos todo si Roma nos defiende! ¡Oh! ¡No tengo temor alguno! ¡Hoy ha sido un gran día! Más que por otra cosa, por ésta… ¡Ah! ¡Cuando seas el Jefe! ¡Qué autoridad tan dulce, tan fuerte, tan bendita! ¡Qué paz habrá! ¡Qué Justicia! ¡El Reino Fuerte y Benigno del Mesías! ¡El Mundo que se acerca, poco a poco!…
¡Las Profecías que se cumplen! Multitudes, naciones… ¡El Mundo a tus pies! ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío! Tú Rey, ¡Nosotros tus ministros!… ¡En la tierra Paz! ¡En el Cielo, Gloria!… ¡Jesús de Nazareth! Rey de la estirpe de David. Mesías Salvador. ¡Yo te saludo y te adoro!…
Judas está extasiado… se postra.
Y continúa:
¡En la Tierra! ¡En el Cielo y hasta en los Infiernos, tu Nombre es conocido! Infinito es tu Poder. ¿Qué fuerza puede oponérsete? ¡Oh, Cordero! ¡Oh, León! Sacerdote y Rey Santo, Santo, Santo…
Y se queda inclinado hasta la Tierra, en una sala muda de estupor…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA